SEMIÓTICA, CULTURA Y COMUNICACIÓN
LAS BASES TEÓRICAS DE ALGUNAS CONFUSIONES CONCEPTUALES ENTRE LA SEMIÓTICA Y LOS ESTUDIOS DE LA COMUNICACIÓN

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Maestro en Comunicación por la Universidad de Guadalajara.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Latina de América en México.
Miembro de la Red de Estudios en Teorías de la Comunicación (REDECOM), del Grupo Hacia una Comunicología Posible (GUCOM) y de la Asociación Mexicana de Estudios de Semiótica Visual del Espacio (AMESVE).
 

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Presentación

El artículo que aquí se presenta tiene su antecedente inmediato en un trabajo previo (Vidales, 2008d) en el cual se bosquejó un primer acercamiento a la forma en que se ha establecido la relación entre la semiótica y los estudios de la comunicación. En ese momento se argumentó que algunos lugares comunes sobre la semiótica y el estudio de la comunicación quizá podrían tener un origen similar que se remonta a los años setenta y ochenta con los trabajos de Umberto Eco y los de Irui M. Lotman, los cuales ya habían planteado un lazo de interdependencia entre semiótica, cultura y comunicación. Sin embargo, lejos de poder establecer un estado actual de la semiótica de la cultura o de las reflexiones sobre la cultura dentro de los estudios de la comunicación, ese primer acercamiento evidenció una doble problemática: primero, la reducción de la semiótica de una lógica general a una herramienta metodológica en los estudios de la comunicación producto de la confusión en el uso de los conceptos y sistemas conceptuales devenidos de la semiótica y; segundo y más importante, evidenció las consecuencias de la incorporación a la semiótica del pensamiento sistémico. De este segundo reconocimiento nace el argumento central que aquí se desarrolla, dado que la incorporación del pensamiento sistémico ha transformado a la cultura de un concepto de espacio a un concepto de configuración y a la comunicación de un proceso de intercambio a un producto de la complejización progresiva de los sistemas semióticos.
Sin embargo, al mismo tiempo que se reconocen las implicaciones y consecuencias de la incorporación del pensamiento sistémico a la reflexión semiótica, es necesario reconocer una segunda problemática vinculada a la relación de la semiótica con los estudios de la comunicación, relación que ha generado un espacio de confusión y malentendidos conceptuales. Como ya se ha afirmado, tanto los trabajos de Umberto Eco como los de Iuri M. Lotman se encuentran estrechamente vinculados tanto a la semiótica como a los estudios de la comunicación, pues lo que ambos hicieron fue plantear, desde la base semiótica, una forma de conceptualizar a la comunicación, llegando ambos a plantear «modelos» comunicativos de análisis como un intento formal de entender los fenómenos no sólo de comunicación, sino de la cultura en general. Lo anterior permite establecer el segundo problema, dado que sugiere que el elemento de enlace entre la semiótica y los estudios de la comunicación, no es el reconocimiento de la epistemología semiótica para el estudio de los procesos culturales, sino la
cultura y la comunicación como conceptos compartidos. Por lo tanto, lo que aquí se sostiene es que la semiótica y los estudios de la comunicación comparten a la «cultura» y la «comunicación» como palabras, pero no como conceptos y mucho menos como elementos constructivos.
Por otro lado, pese a que Eco y Lotman comparten a la comunicación y la cultura como conceptos centrales y al marco semiótico como teoría general, en realidad no comparten la misma lógica constructiva. En el primer caso, ambos conceptos se desarrollan en el marco de una teoría estructural, mientras que en el segundo caso, ambos son desarrollados desde el punto de vista sistémico. Este es un elemento clave para entender no sólo el movimiento posterior de la relación de ambos programas con los estudios de la comunicación, sino, sobre todo, para entender el origen de algunos malentendidos sobre la incorporación de la semiótica a los estudios de la comunicación. Mientras la cultura desde el programa estructural sigue funcionando como concepto de contextualización espacio-temporal, desde la perspectiva sistémica se transforma, pasa de ser un concepto de espacio a ser un concepto de configuración. Y en eso consiste el trabajo que aquí se presenta, es decir, en reconocer las características de la cultura y la comunicación en el marco de la semiótica de Umberto Eco y en la semiótica de Iuri Lotman con la finalidad de estudiar, sobre la base ya explícita de ambos sistemas conceptuales, la transformación ontológica y epistemológica de la cultura y la comunicación así como algunos malentendidos que se han producido en los estudios de la comunicación cuando éstos han decidido incorporar a sus estudios la perspectiva semiótica. Por lo tanto, estos tres momentos son los que corresponden a las tres secciones en las que se encuentra organizado el trabajo y las cuales se desarrollan a continuación.

 

Cultura y comunicación: el legado estructural de Umberto Eco

Como ya se ha mencionado en la presentación a este trabajo, en vías al reconocimiento de la primera problemática referida a la transformación ontológica y epistemológica de la cultura y la comunicación, es necesario partir por hacer explícitos los sistemas conceptuales y los principios constructivos desde donde se pretende establecer la relación, es decir, es necesario hacer explícito tanto el sistema conceptual de Umberto Eco como el de Iuri M. Lotman así como sus conceptos fundamentales y sus principios constructivos1. De lo que se trata es, por tanto, de establecer los criterios epistemológicos desde donde se construyen conceptualmente tanto a la comunicación como a la cultura en ambos programas, por lo que se comenzará, por criterios analíticos, por explicitar la propuesta de Umberto Eco, quien formuló en los años sesenta tres hipótesis fundamentales sobre la cultura, la significación y la comunicación en el marco de la explicitación de los límites naturales de la investigación semiótica, los cuales habrían de darle forma a lo que llamaría el «umbral superior» y el «umbral inferior», límites fuera del los cuales determinado fenómeno ya no es considerado semiótico o como responsabilidad de la semiótica2.
La propuesta que realizó Umberto Eco en los años sesenta está basada en la idea de que la cultura por entero es un fenómeno de significación y de comunicación, lo que tiene como principal consecuencia que
humanidad y sociedad existan sólo cuando se establecen relaciones de significación y procesos de comunicación, es decir, la semiótica cubre todo el ámbito cultural, por lo tanto, el conjunto de la vida social puede verse como un proceso semiótico o como un sistema de sistemas semióticos. Estas primeras consideraciones le van a permitir plantear las tres hipótesis referidas, a saber, a) “la cultura por entero debe estudiarse como fenómeno semiótico; b) todos los aspectos de la cultura pueden estudiarse como contenidos de una actividad semiótica y c) la cultura es sólo comunicación y la cultura no es otra cosa que un sistema de significaciones estructuradas” (Eco, 2000:44).
Para Eco (1999a), la primera hipótesis convierte a la semiótica en una teoría general de la cultura y, en un momento dado, en un sustituto de la antropología cultural. Sin embargo, el reducir toda la cultura a comunicación no significa reducir la vida material a una serie de acontecimientos mentales puros, es decir, no quiere decir que la cultura sólo sea comunicación sino que ésta puede comprenderse mejor si se estudia e investiga desde el punto de vista de la comunicación. Por su parte, la segunda hipótesis  implica tan sólo una posibilidad, una forma de aproximación al fenómeno de la cultura. Por último, la tercera hipótesis es la más seria, dado que implica a la semiótica no como forma de aproximación sino como forma de estructuración, como elemento de organización y configuración de la cultura. Aunque Eco reconoce esta tercera hipótesis como la más radical, su desarrollo posterior parece transitar en este sentido, es decir, más que en el análisis, en la construcción de un modelo semiótico de la cultura. De esta forma, lo que emerge al final es, implícitamente, una forma especial de comunicación.
Hablar del desarrollo posterior de la semiótica de Eco es hablar de su teoría de los códigos y de la producción de los signos, propuesta que se convierte, junto a la propuesta de Lotman, en un intento por sintetizar y superar dos programas sumamente diferentes, el de Peirce y el de Saussure, lo cual se hace evidente en su consideración de sistemas codiciales y de producción sígnica. Para Eco, el código asocia un vehículo-del-signo con algo llamado su significado o su sentido, es decir, un signo es cualquier cosa que determina que otra diferente se refiera a un objeto al que ella misma se refiere en el mismo sentido, de forma que el
interpretante, se convierte a su vez en un signo y así sucesivamente hasta el infinito. “En este continuo movimiento, la semiosis transforma en signo cualquier cosa con la que se topa. Comunicarse es usar el mundo entero como un aparato semiótico” (Eco, 1973:90). Como se puede observar, desde un comienzo aparece en el horizonte constructivo el elemento comunicativo.

En sus primeros bosquejos, Eco había retomado parte del programa saussureano para la explicación de su punto de vista sobre lo comunicativo y lo cultural, expandiendo así el modelo lingüístico inicial hacia otro tipo de materialidades, lo que trajo evidentemente algunas complicaciones. En la Lingüística, de la unidad sígnica se puede pasar a unidades más pequeñas como los morfemas o los lexemas, lo que acarrea en Eco una primera pregunta: ¿a qué nos referimos al hablar de
unidad semántica o unidad cultural? ¿Cuál es su forma de existencia? (Eco, 1973). Según Eco, la cultura  divide todo el campo de la experiencia humana en sistemas de rasgos pertinentes. Así, “las unidades culturales, en su calidad de unidades semánticas, no son sólo objetos, sino también medios de significación y, en ese sentido, están rodeadas por una teoría general de la significación” (Eco, 1973:100). En consecuencia, una unidad cultural no sólo mantiene una especie de relación de oposición de carácter semántico con otras unidades culturales que pertenecen al mismo campo semántico, sino que, además, está envuelta en una especie de cadena compuesta por referencias continuas a otras unidades que pertenecen a campos semánticos completamente diferentes, por lo que una unidad cultural no es sólo algo que se opone a algo, sino algo que representa algo diferente, es decir, un signo (Eco, 1973). Esta primera consideración implica que la investigación semiótica se extienda más allá de las materialidades verbales hacia unidades culturales más diversas, cuya particularidad específica es que su posición es producto de sus relaciones. El punto central es comprender que estas unidades culturales no son independientes, sino dependientes de sus relaciones con otras unidades.
Lo anterior lleva a Eco a plantear una primera condición de la cultura, a saber, “la cultura surge sólo cuando: a) un ser racional establece la nueva función de un objeto, b) lo designa como el «objeto»
x, que realiza la función y, c) al ver al día siguiente el mismo objeto lo reconoce como el objeto, cuyo nombre es x y que realiza la función y” (Eco, 1973:108). Éste es precisamente el origen de las primeras hipótesis aquí anotadas, al suponer que dentro de la cultura cualquier entidad se convierte en un fenómeno semiótico, por lo que las leyes de la comunicación se convierten en las leyes de la cultura. Así, la cultura puede estudiarse por completo desde un punto de vista semiótico y a su vez la semiótica es una disciplina que debe ocuparse de la totalidad de la vida social. Éste es el contexto de la emergencia del modelo comunicativo de Eco, el cual había sido bosquejado en el marco de la propuesta de una teoría semiótica y de la cultura a finales de los años sesenta, específicamente en 1968 con la publicación de La estructura ausente. Sin bien el mismo Eco reconoce algunos problemas de esta primera obra, la cual será completada más tarde, en 1976, con la publicación del Tratado de semiótica general3, el lugar de la comunicación y la fundamentación semiótico-cultural de esta primera propuesta permanece aún en los trabajos posteriores de Eco. De esta forma, siguiendo la idea de la existencia de un campo semiótico, Eco propone su propio modelo semiótico bajo una hipótesis, la cual asumía la necesidad de estudiar la cultura como comunicación; así, la semiótica debía de comenzar con sus indagaciones y razonamientos con un panorama general de la cultura semiótica, es decir, de todos aquellos metalenguajes que intentan explicar y dar cuenta de la gran variedad de lenguajes a través de los cuales se construye la cultura.
La afirmación sobre el estudio de la cultura como sistemas de comunicación es una hipótesis que Eco recuperará para su propuesta posterior (Eco, 2000). El principio de acción era uno que permitiera perfilar el ámbito de la investigación semiótica en el futuro y, sobre todo, el establecimiento de un método unificado para enfrentar fenómenos en apariencia muy distintos y, hasta ese momento, irreductibles. En palabras de Eco, “si la operación tiene éxito, nuestro modelo semiótico habrá conseguido mantener la complejidad del campo confiriéndole una estructura, y por lo tanto, transformando el campo en
sistema. Como es obvio, si los elementos del campo tenían una existencia «objetiva» […], la estructura del campo como sistema se ha de considerar como la hipótesis operativa, la red metodológica que hemos echado sobre la multiplicidad de fenómenos para hablar de ellos” (Eco, 1999a:10). Sin embargo, esta idea de «estructura»4 corresponde directamente a un contexto sociohistórico fuertemente influenciado por las nociones del estructuralismo. De hecho el mismo Eco reconoce la importancia del trabajo de Claude Levi-Strauss de quien toma algunas ideas (Eco, 2000 y 1999a). Pero más importante aún es la noción misma de estructura y su relación posterior con la estaticidad de los sistemas, pues en ello puede estar la clave del por qué de la «instrumentalización» de la semiótica en el campo de estudio de la comunicación. Aquí, el punto fundamental a reconocer es que, como afirma el mismo Eco, dicha estructura
[…] se aplica por deducción, sin pretender que sea la «estructura real del campo». Por ello, considerarla como estructura objetiva del campo es un error con el que el razonamiento, en lugar de abrirse, se presenta ya terminado […] Una investigación semiótica solamente tiene sentido si la estructura del campo semiótico es asumida como una entidad imprecisa que el método se propone aclarar […] No tiene sentido si la estructura, establecida por deducción, se considera «verdadera», «objetiva» y «definitiva». En tal caso la semiótica como investigación, como método, como disciplina adquiere tres caracteres negativos:
a) está terminada en el mismo momento en que nace; b) es un razonamiento que excluye todos los razonamientos sucesivos y pretende ser absoluto; c) no es ni un método de aproximación continuo de un campo disciplinario ni una disciplina científica, sino una filosofía, en el sentido denigrante del término […], una semiótica que tenga estos caracteres ni siquiera es una filosofía (en el sentido que daban  a estos términos los filósofos griegos): es una ideología, en el sentido que le da la tradición marxista (Eco, 1999a:10-11).

Lo anterior sugiere, por principio, una estructura abierta cuya visualización se encuentra determinada por el método de acercamiento a ella, por lo que la distinción entre la entidad empírica y la dimensión teórica de su estudio es clave para el análisis semiótico. Sin embargo, esto parece haber sido ignorado por una gran cantidad de estudios que suponen un fundamento semiótico, pues lo que hacen es un movimiento inverso, la comprobación de un modelo teórico que suponen “verdadero”, “definitivo” u “objetivo” sobre cualquier fenómeno empírico del mundo social. La consecuencia es que el modelo permanece siempre igual y la estructura social siempre inmóvil, el modelo es entonces una instrumentalización con rasgos de ideología. Sin embargo, la misma cita sugiere una contradicción, pues si bien la deducción que se hace sobre el mundo empírico no es la estructura real del campo, de cualquier forma, el método semiótico pretende estructurar de alguna manera al campo perceptivo. Ésta es una deuda pendiente del pensamiento positivista y el pensamiento newtoniano. El punto es que, si bien Eco reconoce la complejidad y diacronicidad del mundo fenoménico (en su caso concreto de la cultura), su modelo aún conserva reminiscencias de la búsqueda de las leyes últimas de la organización semiótica, de la organización de la cultura sobre la base de la comunicación. Sin embargo, la advertencia que hacía Eco en los años sesenta no parece haber sido tomada muy en serio.

Recuperando lo ya dicho, para Eco todos los procesos culturales pueden (y deben) ser estudiados como procesos comunicativos, procesos que a su vez subsisten sólo porque debajo de ellos existen procesos de significación que los hacen posibles. De esta forma, “si todos los procesos de comunicación se apoyan en un sistema de significación, será necesario describir la estructura elemental de la comunicación para ver si eso ocurre también a ese nivel” (Eco, 2000:57). Lo anterior sugiere la necesidad de establecer una clara distinción entre los procesos de información, los de significación y los de comunicación, para lo cual la clave parece estar en el
contexto y en la presencia de un sujeto activo. Según Eco (2000), aunque todas las relaciones de significación representan convenciones culturales, aún así podrían existir procesos de comunicación en que parezca ausente toda convención significante, casos en el que se produzca un mero paso de estímulos o señales como en el paso de la información entre aparatos mecánicos. Por lo tanto, la ausencia de convención significante sugiere la presencia de un proceso informativo y la presencia de ella un proceso comunicativo. Por su parte, el proceso de significación sólo puede aparecer bajo un contexto cultural, con la presencia de una convención significante y un sujeto o agente que actualice la convención social, es decir, que sea capaz de atribuirle un significado a la información percibida, que sea capaz de interpretar el código del sistema semiótico. Sin embargo, la cuestión no es tan simple, dado que en un mismo proceso perceptivo es posible identificar tanto un proceso de información como uno de comunicación y de significación, dado que el tercero tiene como condición mínima la existencia de los otros dos y el segundo la existencia del primero. En esta primera aproximación lo importante es el punto de vista del observador, dado que lo que plantea problemas a una teoría de los signos es precisamente lo que ocurre antes de que un ojo humano fije su vista sobre un fenómeno sígnico.
Antes de continuar es importante recordar que la semiótica que Eco concibió era aquella que se ocupara de “cualquier cosa que pueda CONSIDERARSE como signo. Signo es cualquier cosa que pueda considerarse como substituto significante de cualquier otra cosa. Esa cualquier otra cosa no debe necesariamente existir ni debe substituir de hecho en el momento en que el signo la represente” (Eco, 2000:22). De esta forma, la existencia de un sustituto significante de otra cosa, requiere de un sujeto para el que esa cosa sea significante no por sí misma, sino por la cualidad de
representación que posee; por lo tanto, el punto de partida de un proceso de significación es el resultado final de un proceso de comunicación en donde se ha semiotizado alguna parte del mundo fenoménico. El proceso de comunicación sugiere, por tanto, la semiotización de la cultura, su separación en rasgos pertinentes, su separación en signos y textos semióticos. Es por esto que la cultura, para Eco, divide todo el campo de la experiencia humana en sistemas de rasgos pertinentes. Así, las unidades culturales, en su calidad de unidades semánticas, no son sólo objetos, sino también medios de significación y, en ese sentido, están rodeadas por una teoría general de la significación.
Como se puede observar, la comunicación en Umberto Eco tiene como condición previa a la información pero se encuentra subordinada a los procesos de significación. De esta forma, en el modelo semiótico de la cultura de Eco, la comunicación es condición necesaria de los procesos de significación, mismos que requieren de un punto de vista del sujeto observador cuya competencia semiótica le permita identificar algo como signo (representación) y atribuirle un determinado significado de acuerdo con convenciones sociales establecidas (código). La función de la comunicación supone un efecto de «mediación» entre un estímulo (información) y su significación, además de implicar un proceso de semiotización del mundo fenoménico, la conversión de los estímulos y señales en signos reconocibles como tal. Lo anterior convierte a la cultura en un elemento de configuración, a la comunicación en un proceso de semiotización del mundo fenoménico y a la significación en la cualidad distintiva de todo proceso semiótico.
Como se puede observar, la cultura y la comunicación en la propuesta de Eco tienen una configuración particular que implica procesos de significación, sistemas codiciales y un sujeto observador, un sujeto para quien el mundo fenoménico se segmenta en rasgos semióticos pertinentes, en signos o textos semióticos. Sin embargo, lo que sigue a continuación es la exploración de una posición diferente, una que va a transformar a la comunicación y la cultura de la que habla Eco a través de una configuración sistémica. Es la propuesta de Iuri M. Lotman, la cual se desarrolla a continuación.

 

Cultura y comunicación: la incursión sistémica de Iuri M. Lotman  

Si bien ya se ha desarrollado muy sintéticamente algunas nociones generales sobre comunicación y cultura en Umberto Eco, es importante ahora contrastarlas con las propuesta de Iuri M. Lotman para comprender como es que, pese a que ambos programas se plantean como una síntesis semiótica de lo propuesto por C. S. Peirce y Ferdinad de Saussure, en realidad siguen caminos diferentes. En este sentido, una de las bases del sistema conceptual de Lotman es su crítica a la centralidad del signo en Peirce y a la centralidad de la dicotomía lengua/habla en Saussure, al argumentar que la genealogía periceana tomó como base del análisis el signo aislado, por lo que todos los fenómenos semióticos siguientes fueron considerados como secuencias de signos. Por su parte, en la genealogía saussureana observó una tendencia a considerar el acto comunicacional aislado (intercambio de mensajes entre emisores y receptores) como el elemento primario y el modelo de todo acto semiótico, lo cual tuvo dos consecuencias importantes. Primero, que los intercambios individuales de signos comenzaran a ser considerados como el modelo de la lengua natural y los modelos de las lenguas naturales como modelos semióticos universales. La segunda consecuencia tiene que ver con una forma de construcción de conocimiento, dado que el enfoque que ponía al centro al signo respondía a una reconocida regla del pensamiento científico: proceder de lo simple a lo complejo. El peligro de tal procedimiento, como el mismo Lotman (1996) lo reconoció, es el hecho de que la conveniencia heurística (la comodidad del análisis) empieza a ser percibida como una propiedad ontológica del objeto, al que se le atribuye una estructura que asciende de los elementos con carácter de átomos, simples y claramente perfilados, a la gradual complicación de los mismos. El objeto se reduce a una suma de objetos simples. Sin embargo, lo que Lotman suponía es que
[…] no existen por sí solos en forma aislada sistemas precisos y funcionalmente unívocos que funcionen realmente. La separación de éstos está condicionada únicamente por una necesidad heurística. Tomado por separado, ninguno de ellos tiene, en realidad, capacidad de trabajar. Sólo funcionan estando sumergidos en un
continuum semiótico completamente ocupado por formaciones semióticas de diversos tipos y que se hallan en diversos niveles de organización. A ese continuum, por analogía con el concepto de biosfera5 introducido por V. I. Vernadski, lo llamamos semiosfera (Lotman, 1996:22).

La introducción del concepto de semiosfera en analogía al concepto de biosfera utilizado por Vernadski implica, por principio, detenerse en la naturaleza del segundo para poder entender al primero. En este sentido, Vernadski definió a la biosfera como un espacio completamente ocupado por la materia viva, es decir, por un conjunto de organismos vivos; sin embargo, esta primera definición sugiere un pensamiento similar al que Lotman criticaba del camino de lo simple a lo complejo, dado que se sugiere la importancia de cada organismo, cuya agrupación formaría la biosfera. Pero la realidad es diferente, dado que, según Vernadski, la biosfera tiene un carácter primario con respecto al organismo aislado, es decir, la materia viva es considerada como una unidad orgánica pero la diversidad de su organización interna retrocede a un segundo plano ante la unidad de la función cósmica de la biosfera. De esta manera, “la biosfera tiene una estructura completamente definida, que determina todo lo que ocurre en ella, sin excepción alguna […] El hombre, como se observa en la naturaleza, así como todos los organismos vivos, como todo ser vivo, es una función de la biosfera, en un determinado espacio-tiempo de ésta” (Vernadski en Lotman, 1996:23). Por lo tanto, la primera cualidad de la semiosfera será su carácter abstracto y su consideración como mecanismo único en donde no resulta importante uno u otro elemento, sino todo el gran sistema.

La cualidad contextual de la semiosfera es un primer elemento de su caracterización, pero más importante son sus cualidades estructurantes intrínsecas, dado que la existencia misma de la semiosfera implica un espacio dentro y un espacio fuera de ella y, por lo tanto, un límite de su propia capacidad de organización. En el primer caso estaríamos hablando de un espacio sistémico y uno extrasistémico y en el segundo de una frontera, de lo cual se infiere que la semiosfera tiene un carácter «delimitado». Pero la delimitación no cierra el sistema, sino que lo hace reconocible, lo ordena y configura simultáneamente el espacio extrasistémico; por lo tanto, la función de la frontera es precisamente vincular lo sistémico y lo extrasistémico, pues una parte de ella se encuentra dentro y una parte fuera de la semiosfera. En este sentido, una primera definición de la frontera la entiende como “la suma de los traductores-«filtros» bilingües pasando a través de los cuales un texto se traduce a otro lenguaje (o lenguajes) que se halla fuera de la semosfera dada” (Lotman, 1998:24). Lo anterior supone que la frontera no está en contacto directo con los textos no semióticos o con los no-textos, sino que para que éstos puedan entrar en contacto con ella tienen que pasar por dichos filtros para ser traducidos al lenguaje de la semiosfera o para convertir los textos no-semióticos en textos semióticos. La frontera delimita a la semiosfera al tiempo que le permite incorporar material extrasistémico a la órbita de la sistematicidad, o bien, expulsar algunos elementos del espacio sistémico al extrasistémico.

 

Esta primera definición de lo dentro y lo fuera de un sistema es uno de los problemas centrales para Lotman, dado que considera que “las cuestiones fundamentales de todo sistema semiótico son, en primer lugar, la relación del sistema con el extrasistema, con el mundo que se extiende más allá de sus límites y, en segundo lugar, la relación entre estática y dinámica. Esta última cuestión podría ser formulada así: de qué manera un sistema puede desarrollarse permaneciendo él mismo (Lotman, 1999:11). Esta idea es clave para entender cómo es que la semiosfera se configura, pero sobre todo, para entender por qué los elementos que la integran funcionan de la forma que lo hacen, por lo que un elemento fundamental es precisamente la frontera, pues como el mismo Lotman afirma, hay que tener en cuenta “que si desde el punto de vista de un mecanismo inmanente, la frontera une dos esferas de la semiosis, desde la posición de la autoconciencia semiótica (la autodescripción en un metanivel) de la semiosfera dada, las separa. Tomar conciencia de sí mismo en el sentido semiótico-cultural, significa tomar conciencia de la propia especificidad, de la propia contraposición a otras esferas. Esto hace acentuar el carácter absoluto de la línea con que la esfera dada está contorneada” (Lotman, 1996:28). Por lo tanto, la frontera funciona también como un elemento de organización y estructuración semiótica, dado que no sólo permite organizar el espacio dentro y el espacio fuera de ella, sino que al hacerlo establece los elementos de la semiosis que se relacionan en un contexto determinado. Así, como afirma el mismo Lotman, la valoración de los espacios interior y exterior no es significativa, “significativo es el hecho mismo de la presencia de la frontera”(Lotman, 1996:29). Lo anterior supone la existencia a priori de una frontera semiótica que define una semiosfera dada, pero ¿qué define a la frontera y el tamaño o cualidad de la semiosfera? Éste es el elemento que convierte un modelo formal en una práctica social (o de investigación) y que determina tanto la dinámica como la estática del sistema semiótico, dado que, “de la posición de un observador depende por dónde pasa la frontera de una cultura dada (Lotman, 1996:29).

Si bien la posición del observador define el lugar de la frontera de una cultura, es la dinámica misma de la descripción de los elementos de la semiosfera los que vuelven dinámica una estructura. La no homogeneidad estructural del espacio semiótico forma reservas de procesos dinámicos y es uno de los mecanismo de producción de nueva información dentro de la esfera, sin embargo, “la creación de autodesripciones metaestructurales (gramáticas) es un factor que aumenta bruscamente la rigidez de la estructura y hace más lento el desarrollo de ésta” (Lotman, 1996:30). Lo anterior hace surgir una primera relación de pares correlacionales y de orden estructural, es decir, núcleo y periferia. Así, una autodescripción no sólo vuelve más rígida a la estructura del sistema, sino que mueve algunos elementos al centro del sistema y algunos más a la periferia del mismo. Este movimiento es una ley de la organización interna de la semiosfera y permite identificar aquellos elementos que culturalmente funcionan y organizan el centro del sistema y aquellos que se encuentran en la periferia en un espacio-tiempo determinado, pero permite al mismo tiempo identificar el movimiento de nuevos elementos al centro de la organización y el desplazamiento de algunos otros de centro a periferia en otro tiempo-espacio determinado de una misma cultura. Es la posibilidad de hacer operacionalizable y observable la dinámica del sistema semiótico.
Por otro lado, la semiosfera (no sólo como metáfora extendida) posee las cualidades sistémicas de la biosfera y de los órganos de los organismos vivos, dado que todo recorte de una estructura semiótica o todo texto aislado conserva los mecanismos de reconstrucción de todo el sistema, es decir, “las partes no entran en el todo como detalles mecánicos, sino como órganos en un organismo. Una particularidad esencial de la construcción estructural de los mecanismos nucleares de la semiosfera es que cada parte de ésta representa, ella misma, un todo cerrado en su interdependencia estructural” (Lotman, 1996:31-32). Por otro lado, es importante hacer notar que, pese a que algunos elementos de los que se ha dado cuenta aquí pertenecen a la propuesta específica de la semiosfera presentada por Lotman en los años ochenta
6, algunos elementos fundamentales de la estructura de todo sistema semiótico, así como de su dinámica, ya habían sido presentados diez años antes7. Si bien estos elementos no aparecían explícitamente bajo la configuración de la semiosfera, en realidad pueden (y deben) ser extendibles a la propuesta sistémica posterior.
En el trabajo previo al que se hace alusión, Lotman había propuesto ya
Un modelo dinámico del sistema semiótico (Lotman, 1998), contraviniendo la idea de la equiparación del concepto de sincronía de Saussure al de estática, al considerar que la sincronía es en realidad un procedimiento científico auxiliar y no un modo específico de existencia. Es por esto que cabe suponer que la estaticidad que sigue sintiéndose en toda una serie de descripciones semióticas no es un resultado de la insuficiencia de los esfuerzos de tal o cual científico, sino que deriva de algunas particularidades especiales del método de descripción. “Sin un análisis meticuloso de por qué el hecho mismo de la descripción convierte un objeto dinámico en un modelo estático, y sin la introducción de los correspondientes correctivos en la metódica del análisis científico, la aspiración a construir modelos dinámicos puede quedarse en el terreno de los buenos deseos” (Lotman, 1998:65). El problema que veía Lotman es que en el proceso de la descripción estructural el objeto no sólo se simplifica, sino que también se organiza adicionalmente, se vuelve más rigurosamente organizado de lo que es en realidad. “La descripción será inevitablemente más ordenada que el objeto” (Lotman, 1998:67).
Con base en lo anterior, Lotman propone la
dinámica del sistema semiótico basada en seis pares de conceptos que funcionan como elementos correlacionales, es decir, establecen relaciones que estructuran al sistema semiótico. Los pares sistémico/extrasistémico, unívoco/ambivalente, núcleo/periferia, descrito/no descrito, necesario/superfluo y modelo dinámico/lenguaje poético establecen, por tanto, el comportamiento y la posible configuración de los elementos que intervengan en un fenómeno semiótico determinado. Aunque no se realizará una revisión profunda de cada uno8, es importante recobrar algunas nociones generales sobre su configuración y sus relaciones, dado que es en su relación que rompen finalmente con la estaticidad de los sistemas semióticos y, por ende, proponen un modelo de análisis para la semiótica que involucra la dinámica misma de los sistemas, al tiempo de poner al centro de la discusión un elemento central, la cultura. 

El par sistémico/extrasistémico, del cual ya se ha hecho mención anteriormente, hace explícita una de las principales dificultades de los sistemas semióticos: debido a que “una de las fuentes fundamentales del dinamismo de las estructuras semióticas es el constante arrastre de elementos extrasistémicos a la órbita de la sistematicidad y la simultánea expulsión de lo sistémico al dominio de la extrasistemicidad […] porque cualquier diferencia algo estable y sensible en el material extrasistémico puede hacerse estructural en la siguiente etapa del proceso dinámico” (Lotman, 1998:67), las dimensiones sistémica y extrasistémica se convierten en funciones interdependientes. El vínculo entre ambas no se da a razón de causa-efecto o de oposición constante, sino que se da en relación mutua de interdependencia e interrelación. Las posibilidades de entender algo como extrasistémico tienden a guiarse de acuerdo con: a) la utilización de metalenguajes, es decir, autodescripciones del propio sistema; b) al concepto de inexistencia o inexistente; y c) a lo alosemiótico o perteneciente a otro sistema semiótico. En el primer caso, el problema de la utilización de metalenguajes es que la autodescripción de un sistema aumenta simultáneamente su grado de organización, el cual viene acompañado de un estrechamiento del propio sistema, hasta el caso extremo en que el metasistema se vuelve tan rígido que casi deja de intersecarse con los sistemas semióticos reales que él pretende describir. “Sin embargo, también en esos caso él sigue teniendo la autoridad de la «corrección» y de la «existencia real», mientras que los estratos reales de la semiosis social en estas condiciones pasan completamente al dominio de lo «incorrecto» y lo «inexistente»” (Lotman, 1998:68).
De esta manera, la inexistencia o lo inexistente pertenece propiamente al espacio extrasistémico como un indicador negativo de los rasgos estructurales del sistema mismo. Así, al describir los elementos sistémicos se estará implícitamente describiendo los elementos extrasistémicos, por lo tanto el mundo de lo extrasistémico se presenta como el sistema invertido, la transformación simétrica del mismo. Finalmente, lo extrasistémico puede ser alosemiótico, es decir, perteneciente a otro sistema. Bajo estas tres premisas, se configura sustancialmente un grado de oposiciones que funcionan como reglas implícitas del sistema semiótico y que proporcionan la primera noción de «orden». Algo que esté funcionando como explicación del mismo sistema, lo inexistente o lo alosemiótico, no puede pertenecer a ese espacio semiótico y tiene que ser transferido a lo extrasistémico, esto implica a su vez, que determinados elementos se encuentren en el
núcleo o más próximos a la periferia en un determinado sistema semiótico. Pero, al igual que en los pares sistémico/extrasistémico, los elementos pueden modificar su posición de núcleo a periferia o viceversa. En consecuencia, lo unívoco y lo ambivalente funcionan como pares de orden estructural, es decir, de acuerdo a la lógica del momento temporal del discurso y a su función de “veracidad”. Así pues,
“[…] señalaremos solamente que el aumento de la ambivalencia interna corresponde al momento del paso del sistema a un estado dinámico, en el curso del cual la indefinición se redistribuye estructuralmente y recibe, ya en el marco de una nueva organización, un nuevo sentido unívoco. Así pues, el aumento de la univocidad interna de un sistema semiótico puede ser considerado como una intensificación de las tendencias homeostáticas, y el aumento de la ambivalencia, como un indicador del acercamiento del momento del salto dinámico” (Lotman, 1998:75).

Por su parte el par descrito/no descrito, implica el aumento del grado de organización de un sistema al tiempo que diminuye su dinamismo en el momento de la descripción o la autodescripción. Pero la descripción determina igualmente al par necesario/superfluo, el cual está ligado a la operación de separar lo necesario, lo que funciona –aquello sin lo cual el sistema en su estado sincrónico no podría existir– de los elementos y nexos que desde la estática parecen superfluos (Lotman, 1998). Finalmente, en el par modelo dinámico y lenguaje poético, se encarna una consideración de suma importancia. Mientras el primero se relaciona con mayor plenitud a las lenguas artificiales del tipo más simple, el segundo recibe una realización máxima en los lenguajes del arte, lo que define a su vez, dos tipos de sistemas semióticos, los orientados a la transmisión de información primaria y los orientados a la transmisión de información secundaria, pero mientras los primeros pueden funcionar de manera estática, para los segundos la presencia de la dinámica es una condición necesaria de su funcionamiento. Así, “en los primeros no hay una necesidad de un entorno extrasistémico que desempeñe el papel de reserva dinámica, mientras que para los segundos esta es una condición indispensable. De esta forma, al contraponer dos tipos de sistemas semióticos, es preciso evitar la absolutización de esa antítesis. Más bien deberá de hablarse de dos polos ideales que se hallan en complejas relaciones de interacción. En la tensión estructural entre esos dos polos se desarrolla un único y complejo todo semiótico: la cultura” (Lotman, 1998:80). Es en base a la dinámica misma del sistema y a los elementos que se organizan en su interior que es posible convertir el elemento contextual, la cultura, en un concepto de estructuración. Sin embargo, la dinámica misma del sistema sólo puede ser comprobada en su dimensión de acción práctica, en la producción de nuevos textos en el sistema de la cultura, es decir, en los procesos de comunicación.
En la teoría de Lotman acerca de la cultura, además del sistema modelizante que ya se ha expuesto, es fundamental la noción de
memoria, la cual debe interpretarse en el sentido que se le da en la teoría de la información y en cibernética, es decir, la facultad que poseen determinados sistemas de conservar y acumular información. Es por esto que insiste en que la cultura es “información no genética, memoria común de la humanidad o de colectivos más restringidos nacionales o sociales, memoria no hereditaria de la colectividad. Así, la cultura como memoria no hereditaria supone otras dos características de importancia: la organización sistémica (esta memoria es un sistema: toda cultura necesita además, unas fronteras sistémicas; se define sobre el fondo de la no-cultura), y la dimensión comunicacional (cada cultura construye un sistema de comunicación). Una cultura es, pues, memoria, sistema, organización sistémica y comunicación”. (Marafioti, 2005:65). Con base en lo anterior se puede inferir que la cultura se ha transformado y ha pasado de ser una categoría espacial, a un concepto de estructuración. En palabras de Lotman, “el trabajo fundamental de la cultura […] consiste en organizar estructuralmente el mundo que rodea al hombre. La cultura es una generadora de estructuralidad; es así como crea alrededor del hombre una socio esfera que, al igual que la biosfera, hace posible la vida, no orgánica obviamente, sino de relación” (Lotman en Marafioti, 2005:65-66). Este elemento estructurador es para Lotman el lenguaje natural (sistema modelizante primario), es decir, un modelo que va delimitando la realidad y que se encuentra en el centro de la cultura funcionando como elemento de estructuralidad, puesto que define implícitamente las reglas (o códigos) de los signos que se encontraran dentro o fuera del sistema (social). Por lo tanto, los textos semióticos (cualquier elemento cultural) no sólo intervienen en los diferentes procesos comunicativos, sino que los estructura tácitamente.
El modelo de Lotman, al enmarcar los procesos semióticos y comunicativos en un contexto cultural, permite construir un primer elemento clave de la relación entre los elementos sistémicos  ya descritos: su
mutua implicación. Ya sea una semiótica literaria o textual, una semiótica musical, una semiótica del gusto o visual, de las pasiones, etcétera (lo que implicaría necesariamente la dimensión del sistema cultural humano), la comunicación y la cultura funcionan como elementos de estructuración. Una semiótica de la comunicación implicaría entonces un estudio semiótico sobre la comunicación y sus procesos, no un punto de vista comunicativo con perspectiva semiótica. La comunicación, siendo un elemento de articulación en la teoría semiótica, permite un análisis de los procesos de producción de sentido en «todos» los niveles de la estructura social y las manifestaciones culturales, es decir, de todo aquello que funcione como signo, como texto o como función semiótica, por lo que se expande al análisis literario, histórico, urbano, de los medios masivos de información, de las  nuevas tecnologías, de la música o del arte. En síntesis, se extiende a todo lo que tenga que ver con la producción de sentido en general. La dimensión cultural no es entonces un concepto periférico, sino un concepto performativo, su importancia va más allá de la dimensión espacial de la comunicación, es un concepto que interviene decisivamente en la construcción teórica en general y en la contrucción de lo social en particular. Pero ¿qué fue lo que pasó con estos programas, qué pasó con ellos en el marco de los estudios de la comunicación? Sobre este punto se desarrollan las siguientes líneas.

 

La semiótica y los estudios de la comunicación: algunos malentendidos conceptuales

Parte de la historia del campo de estudio de la comunicación es su relación con otros campos conceptuales de los que comienza a importar principios constructivos, los cuales van a ser más tarde principios epistemológicos. Por lo tanto, parte de esa historia es su relación con la Semiótica, la cual se establece en un primer momento como una fuente metodológica en los años sesenta a raíz de los trabajos de Algirdas Julien Greimas sobre la semiótica narrativa y principalmente con los trabajos de Umberto Eco en Italia, específicamente con aquellos trabajos que tenían que ver con la concepción de la cultura de masas, tema que interesó e interesa de forma relevante al campo académico de la comunicación. Sin embargo, es importante resaltar que los trabajos a los que se hace referencia no son trabajos académicos, sino trabajos periodísticos publicados por Umberto Eco en los años sesenta y setenta en revistas y periódicos (Eco, 2004 y 1999c). Este primer elemento determinó desde entonces la forma en que los estudios de la comunicación han volteado a ver a la semiótica, dado que se ha visto en ella la herramienta perfecta para el estudio de los mensajes mediáticos y es así como se le muestra en algunos de los manuales u obras que plantean las diferentes líneas de estudio que se han generado en el campo académico de la comunicación (Fiske, 1984; McQuail, 1991; Wolf, 1987). Por otro lado, es importante resaltar que al incorporar los trabajos periodísticos de Eco se perdió gran parte de la fundamentación propiamente semiótica, es decir, la fundamentación de la comunicación y la cultura que se han descrito en los apartados anteriores.
De esta forma, las primeras intersecciones del estudio de la comunicación con el campo semiótico en los años setenta adquieren una primera característica distintiva: la incorporación de modelos estáticos a los que se les atribuye
a priori propiedades de legalidad (veracidad). Ésta es una relación que configuró y parece configurar hasta nuestros días la relación Comunicación-Semiótica: la instrumentalización conceptual y la desaparición de la estructura de los modelos semióticos. Ambos efectos sugieren la virtual desaparición de la matriz semiótica en los estudios de la comunicación, por lo que la pregunta sigue siendo ¿qué es lo que tenemos hoy en día en el campo de estudio de la comunicación? Si bien la pregunta por la presencia de la semiótica plantea problemáticas interesantes, el punto sobre el que aquí se llama la atención no es propiamente por la presencia, sino por las consecuencias de la relación, sobre todo, las consecuencias teóricas que ha tenido la incorporación de algunos programas semióticos para los estudios de la comunicación, dado que lo que aquí se sostiene es que ha prevalecido una confusión a nivel conceptual estrechamente ligada a los objetos de estudio. Comunicación y cultura son dos conceptos compartidos, tanto por la semiótica como por los estudios de la comunicación, sin embargo, ambos espacios no sólo hablan de cosas diferentes, sino que las construyen de manera diferente.
Para algunos autores, la semiótica comenzó considerándose precisamente como la «ciencia de la comunicación»
9, lo que la llevó a producir sus propios modelos sobre la comunicación y a construir una compleja tipología de la cultura, pero al plantear como uno de sus ejes centrales a la comunicación, estaba implícitamente construyendo un puente con otras ciencias que de alguna manera también trabajaban con el objeto comunicación, como la Biología, la Física, la Psicología y, por supuesto, con los Estudios de la Comunicación. El vínculo es entonces la reflexión sobre el objeto comunicación de la que devienen modelos explicativos, tanto de la semiótica como de los estudios de la comunicación, sin embargo, en el proceso de intercambio conceptual, los estudios de la comunicación han tendido a ignorar las particularidades de la semiótica al importar conceptos aislados de sus contextos teóricos de enunciación, lo que ha tenido como consecuencia principal, investigaciones donde se mezclan autores, teorías y conceptos que la semiótica mantiene, por criterios epistemológicos, separados. Por ejemplo, al incorporar el concepto de «cultura» o la conceptualización de la «comunicación» del dominio semiótico, los estudios de la comunicación han tendido a ignorar las particularidades constructivas de los sistemas conceptuales de donde los extraen. Cultura y comunicación quedan entonces fuera del marco estructural o fuera del marco sistémico y privados de la relación que establecen con otros conceptos para definir su propia carga conceptual como ha sido descrito en los apartados anteriores. Así, la comunicación aparece ligada a la fórmula del emisor, el mensaje y el receptor y no ligada, por ejemplo, al dominio de la semiosfera y sus elementos intrínsecos como es el caso de Lotman. Por lo tanto, lo que se tiene en el estudio de la comunicación son muchas veces términos y no conceptos, un conjunto de autores y no un principio teórico, lugares comunes y no una fundamentación semiótica.

 

En este punto, la clave de la diferenciación se encuentra en la base comunicativa de ambos programas, dado que ambos han tomado como fundamento preliminar para la definición de su «objeto comunicación» a la teoría matemática de la información, sin embargo, el desarrollo posterior sugiere que ambos han tomado dos caminos diferentes sobre la base de una misma matriz conceptual, es decir, se ha propuesto una conceptualización del objeto «comunicación» en el campo de estudio que así se autonombra y otra conceptualización del objeto «comunicación» desde la semiótica. De esta forma, pese a que ambas conceptualizaciones tienen un mismo fundamento teórico, ambas han seguido rumbos distintos. Esta hipótesis complejiza el primer apunte sobre la instrumentalización de la teoría semiótica en el campo de estudio de la comunicación, dado que sugiere un problema de otro orden. En el primer caso se apunta la estaticidad de la estructura de los modelos semióticos y la desaparición del sistema conceptual semiótico, pero en este segundo caso de lo que se habla es de la confusión entre dos objetos de estudio distintos. En esto radica precisamente la importancia de clarificar la conceptualización que tanto Lotman como Eco han hecho sobre la comunicación y la cultura, dado que implícitamente se tiene que describir la finalidad de dicha conceptualización y su objeto de estudio. La clave está en reconocer que, pese a que la comunicación y la semiótica tienen como base a la teoría matemática de la información para la construcción de su objeto «comunicación», ambas las han conceptualizado de diferente manera. Como se ha mostrado, el objeto de estudio de Iuri Lotman como el de Umberto Eco son los procesos de semiosis y significación en un ámbito antroposemiótico específico: la cultura, mientras que el interés por una teoría de la comunicación para los estudios de la comunicación es la necesidad de explicar la transmisión de mensajes. Así, en el primer caso la cultura emerge como un elemento de configuración y estructuración social, mientras que en el segundo como un elemento contextual.
De esta manera, lo que se ha mostrado en los apartados anteriores es cómo la comunicación, desde la semiótica, funciona dinámica y sistémicamente para estructurar y cohesionar a las sociedades a través de dos cualidades fundamentales: su capacidad de producir
significados compartidos y por ende, de construir sistemas sociales. Sin embargo, estas dos cualidades no pueden ser entendidas si no es a través de su relación con la dimensión sistémica de la cultura, un concepto que no sólo funciona como categoría contextual, sino que interviene tan fuertemente en los procesos comunicativos que tiene que ser considerada como parte estructural de los procesos comunicativos en general. Por otro lado, la cultura desde la perspectiva semiótica descrita, construye escenarios y participa de la producción de significados compartidos y por ende, determina fuertemente la construcción del sistema social. En este punto la cultura no es sólo un concepto constructor sino el signo de un proceso mucho más complejo dado que es, como afirma el mismo Lotman, una generadora de estructuralidad al crear alrededor del hombre una socio esfera que, al igual que la biosfera, hace posible la vida, no orgánica obviamente, sino de relación.
Por lo tanto, lo que aquí se ha mostrado es que los procesos de construcción de lo social, desde el punto de vista semiótico, se mueven en múltiples niveles y en múltiples dimensiones pero tienen como condición mínima indispensable el incluir por lo menos tres de ellas: la dimensión semiótica, la dimensión comunicativa y la dimensión cultural. La relación que se establece entre semiótica, cultura y comunicación, es una relación sumamente compleja que requiere una análisis mucho mayor, sin embargo, lo aquí mostrado deja en claro que la explicación de una requiere la inclusión del campo conceptual de las otras dos, siendo la cultura el elemento de estructuración, la comunicación el elemento de articulación y la semiótica el elemento lógico y de posibilidad.
Con lo dicho hasta este punto es posible afirmar que los estudios de la comunicación y la semiótica comparten a la «cultura» y a la «comunicación» como palabras, como términos, pero no como conceptos y mucho menos como principios explicativos. Por lo tanto, el reto que enfrentan los estudios de la comunicación, si es que deciden incorporar a su propio desarrollo teórico el punto de vista semiótico, y en específico el punto de vista de la semiótica de la cultura; será el de integrar sistemas conceptuales y no sólo conceptos aislados, lo cual es una tarea que ya se ha venido desarrollando, pero de la que aún queda mucho por decir y de lo que estas líneas apenas representan un apunte sobre las posibilidades y retos a futuro.

 

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Notas:
1 Las nociones de sistema conceptual y de principio constructivo se encuentran estrechamente ligadas. Por principio, la idea de sistema(s) conceptual(es) que aquí se propone está basada en la propuesta de Mario Bunge (2004) para quien los objetos conceptuales o constructos son una creación mental aunque no un objeto mental psíquico (tal como una percepción, un recuerdo o una invención) de los que se distinguen cuatro tipos: conceptos, proposiciones, contextos y teorías. Para el mismo autor, los conceptos son los átomos conceptuales, las unidades con las que se construyen las proposiciones, las cuales satisfacen algún cálculo proposicional y que, por añadidura pueden ser evaluados en lo que respecta a su grado de verdad, aún cuando de hecho no se disponga aún de procedimientos para efectuar tal evaluación en algunos casos. Por su parte, el contexto es un conjunto de proposiciones formadas por conceptos con referentes comunes y, por lo tanto, una teoría es un conjunto de proposiciones enlazadas lógicamente entre sí y que poseen referentes en común (Bunge, 2004). Por lo tanto, desde la posición que aquí se plantea, los conceptos pueden ser leídos semióticamente, dado que están en lugar de algo más, no son meras figuras retóricas, sino elementos que sustituyen a ideas, sensaciones, nociones, colores, formas, etcétera, en síntesis, los conceptos son signos y, a final de cuentas su poder estriba en su capacidad de representar las ideas por las cuales los usamos. Así, si el concepto es la unidad de pensamiento y es a la vez un signo, entonces un signo es una unidad de pensamiento. Pensamos en signos. El mismo Peirce ya había contemplado este hecho (Peirce, 1998, 1992 y 1955). Teniendo en cuenta lo anterior, lo que aquí se plantea es que las teorías pueden ser vistas como sistemas sígnicos o sistemas conceptuales, dado que son un conjunto de signos (conceptos) con referentes en común (contextos) para la especificación de un punto de vista sobre un fenómeno u objeto determinado (teoría). De esta forma, lo que sucede en una teoría es que los conceptos se vuelven “autorreferentes”, es decir, necesitan de otros conceptos (signos) para especificar su “significado”, los cuales, a su vez, remiten a otros signos y así sucesivamente. En un punto, un determinado grupos de conceptos (signos) ya no necesita más signos para definirse (definir su significado) y es entonces cuando el sistema conceptual se completa. Ahora bien, una vez completado el sistema, cada elemento que lo conforma se convierte en un elemento constructivo del sistema conceptual y así, las relaciones que se establecen entre los elementos constructivos son a lo que aquí se denomina principios constructivos del sistema conceptual.

2 Umberto Eco plantea tres límites de la teoría semiótica. Al primero lo llama el límite político. Este primer límite no se refiere a los límites de la teoría semiótica en su estudio de un objeto determinado sino a la intromisión de la teoría y campo semiótico a otros campos de reflexión. Los segundos, los límites naturales, se refieren en primer lugar al encuentro entre dos definiciones, la de Saussure y la de Peirce. Sin embargo, más allá del establecimiento de un límite a través de dos espacios conceptuales diferentes, la semiótica debía establecer sus propios límites en función de su propia fundamentación teórica. De esta forma, Eco plantea los umbrales de la semiótica: el umbral inferior y el umbral superior. Al primero lo constituyen una serie de signos naturales como el estímulo, la señal y la información física, es decir, esta determinado por a) fenómenos físicos que proceden de una fuente natural y b) comportamientos humanos emitidos inconscientemente por los emisores. Por su parte, el umbral superior sería el nivel más alto constituido por la cultura, entendida por Eco como un fenómeno semiótico. Parte así de tres fenómenos que son comúnmente aceptados en el concepto de cultura a) la producción y el uso de objetos que transforman la relación hombre-naturaleza, b) las relaciones de parentesco como núcleo primario de relaciones sociales interinstitucional izadas y, c) el intercambio de bienes económicos. Finalmente el tercer límite es el epistemológico, un tercer umbral que no depende de la definición de la semiótica, sino de la definición de la disciplina en función de la “pureza” teórica (Eco, 2000).

3 “Umberto Eco […] publica en 1976 el Tratado de Semiótica General (originalmente publicado en inglés bajo el nombre A Theory of Semiotics), en el que, además del estado actual de los estudios semióticos, se presentaban los umbrales de la semiótica y las tareas que ésta tenía todavía pendiente desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El Tratado de Semiótica General es en realidad el resultado de una larga lista de trabajos que Eco ya había publicado con anterioridad sobre semiótica, entre los cuales están La estructura ausente (Eco, 1968), La forma del contenido (Eco, 1971) y El signo (Eco, 1973). Pero el Tratado representa una sistematización de esos trabajos y un intento por mostrar un panorama actual de los alcances, problemáticas y tareas que la semiótica tendría que resolver. Y aunque el tratado ha sido replanteado en algunas de sus concepciones en trabajos posteriores como Los límites de la interpretación (Eco, 1992) o en Kant y el ornitorrinco (Eco, 1999), representa una obra indispensable en los estudios semióticos” (Vidales, 2008b:366-367).

4 “Ya hemos tratado por extenso en La estructura ausente el problema de si la estructura, así definida, debe considerarse como una realidad objetiva o una hipótesis operativa. Aquí conservamos las conclusiones de aquel examen y por lo tanto, siempre que el término /estructura/ aparezca […], debe entenderse como un modelo construido y ESTABLECIDO con el fin de homogeneizar diferentes fenómenos desde un punto de vista unificado. Es lícito suponer que, si esos modelos funcionan, reproducen de algún modo un orden objetivo de los hechos o un funcionamiento universal de la mente humana. Lo que deseamos evitar es la admisión preliminar de esa suposición enormemente fructífera como si fuera un principio metafísico” (Eco, 2000:69).

5 Es importante recuperar una advertencia que el mismo Lotman hace, pues desde su punto de vista “debemos prevenir contra la confusión del término de noosfera empleado por V. I. Vernadski y el concepto de semiosfera introducido por nosotros. La noosfera es una determinada etapa en el desarrollo de la biosfera, una etapa vinculada a la actividad racional del hombre. La biosfera de Vernadski es un mecanismo cósmico que ocupa un determinado lugar estructural en la unidad planetaria. Dispuesta sobre la superficie de nuestro planeta y abarcadora de todo el conjunto de la materia viva, la biosfera transforma la energía radiante del sol en energía química y física, dirigida a su vez a la transformación de la «conservadora» materia inerte de nuestro planeta. La noosfera se forma cuando en este proceso adquiere un papel dominante la razón del hombre” (Lotman, 1996:22).

6 El texto original apareció en 1984 bajo el título “Acerca de la semiosfera” según el apunte de Manuel Cáceres y Liubov N. Kiseliova sobre la bibliografía de Lotman. (Véase Cáceres y Kiseliova en Lotman, 2000:219-300). 

7 El texto al que se hace referencia apareció en 1974 bajo el título “Un modelo dinámico del sistema semiótico” según el apunte de Manuel Cáceres y Liubov N. Kiseliova sobre la bibliografía de Lotman. (Véase Cáceres y Kiseliova en Lotman, 2000:219-300).

8 Para una revisión detallada de ellos véase Lotman, 1998.

9 Véase por ejemplo la introducción que hace Jorge Lozano al libro de Iuri Lotman (Lotman, 1999).

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