LA VIDA DE MAHOMA

archivo del portal de recursos para estudiantes
robertexto.com

enlace de origen
C. Virgil Gheorghiu 

IMPRIMIR 

XV

MAHOMA EN FAMILIA

Mahoma se casa en el año 595. Su vida familiar es un modelo de pureza y ascesis.

«La ascesis es un negarse al reposo ya los placeres carnales, que no son estrictamente necesarios a la vida». Todo árabe normal, en la época de Mahoma, lleva una vida pura y ascética. Los contemporáneos de Mahoma no tienen que hacer muchos esfuerzos para negarse a los placeres superfluos: esos placeres no existen. Los árabes de ésa época se hallan en la misma situación que los profetas del Antiguo Testamento. Sara, mujer

de Abraham, escoge a una esclava joven y virgen y la acuesta en el lecho de su marido. Noé se embriaga, se desnuda en público y se muestra desnudo ante sus hijos. y sin embargo, ni Noé ni Abraham son unos libertinos. Al contrario, son seres puros. Como los niños, que no pueden ser libertinos. El talmudista explica: «Debemos decir aún, con respecto a la ascesis, que hay una distancia considerable que nos separa de los grados en que se hallaban nuestros padres: Abraham, Isaac, Jacob, y los que eran como ellos poseían un espíritu puro. Sus pasiones eran débiles y su alma estaba guiada por la razón. Pocos mandamientos bastaban para dirigirles por los senderos del culto divino: eran fieles ante el Señor y no necesitaban de una ascesis que rebasara la norma fijada por la Ley. Cuando sus descendientes se instalaron en Egipto - era en los tiempos de José las pasiones se hicieron más fuertes, crecieron los apetitos, el instinto subyugó a la razón. La pasión desenfrenada exigía una ascesis tan estricta como fuerte. Dios les impuso deberes conocidos por vía de la tradición, que agravaron su ascesis a la medida de su debilidad. . . (Los bienes de este mundo sustraían al hombre a su destino celestial). Por el poder de su razón y por la pureza de su alma, los antiguos podían cultivar la una sin dañar a la otra, como está dicho. Tu padre comió y bebió y practicó justicia y derecho, y eso le hizo bien.

Para comprender la vida de Mahoma, tenemos que situarla en la perspectiva en que el talmudista sitúa a Abraham, Jacob y Noé.

En La Meca, la vida es austera. Como la vida de los primeros profetas de la Biblia. Por entonces no existen, en toda Arabia, más que unos pocos lechos; y éstos se encuentran en La Meca.

En general, se duerme en el suelo, sobre el que se coloca una alfombra o estera. No hay mesas. Se come sobre una estera y en palmas de datileras. Los utensilios pueden contarse con los dedos de una mano: un vaso para beber, un cofre, una escudilla. . . Eso es todo. Aicha, mujer de Mahoma, nos informa que en la época del profeta no se había inventado aún el tamiz; y para tamizar la harina, las mujeres hacían pasar los cereales

molidos en un mortero de madera, de una mano a la otra, soplando con sus labios las cáscaras y el afrecho. Todos los cronistas del tiempo mencionan como un lujo y señal de grandeza el hecho de que Mahoma haya poseído una servilleta para secarse las manos y enjugarse el rostro.

Mahoma come lo que le ofrecen. Si en la comida hay dátiles, no toca el pan; ambas cosas seria demasiado. Si come pan - lo que es raro - no come dátiles. Su plato preferido es el tharid, sopa de cereales, en la que a veces se pone carne. Pero los árabes no comen carne más que una vez al año.

En aquel tiempo, los hombres gustaban mucho de los perfumes. El pecado- si puede considerarse como tal- es menor.

Perfuman incluso el agua que beben. El Corán nos anuncia que en el Paraíso, el agua estará perfumada con almizcle y alcanfor.

En esta sociedad, la ascesis es automática y endémica. No se necesitan leyes especiales para reducir los placeres de la carne: en el desierto, tales placeres no existen.

Mahoma viaja. Conoce la Arabia y todas sus tribus. Kadidja le da tres hijos: Qasim, Menaf y Attajir, los tres muertos de corta edad. Después, cuatro hijas: Ruqaya, Zainab, Umm Kultum y Fátima. Sólo Fátima tendrá descendientes. A los miembros de la familia hay que añadir a Alí, el hijo de Abu-Talib, adoptado por Mahoma, y Zaid-ben-Haritah, el joven esclavo cristiano de Siria, que ha sido liberado y adoptado por el profeta.

Un hecho de extrema importancia es el que, por su matrimonio, Mahoma penetra en el clan de Kadidja, en el que se hallan los hombres más notables desde el punto de vista cultural. En 1a familia de Kadidja están los hombres más sabios de La Meca, los hanif. Warakah-ibn-Naufal, primo de Kadidja, se hará cristiano y probablemente sacerdote.

Ubaidallah-ibn-Jahsh, hijo de una hija de Abd-al-Muttalib, cambiará dos veces de religión, para acabar muriendo cristiano.

Uthman-ibn-Hwarit se hará cristiano y morirá en Bizancio. y, por último, está el hanif Zeid-ibn-Amr. Una hermana de Waraka lee la Biblia.

Todos estos hanif, que ahora se han convertido en parientes y amigos de Mahoma, han roto prácticamente con el paganismo, no adoran ya a los dioses y buscan, para llegar al cielo, otro camino que no sea el de los ídolos.

Kadidja-bint-Juwailid será a pesar de la diferencia de edad, de clase social y de clan, la esposa ideal. Mahoma dedica a su esposa un cumplimiento que jamás esposa alguna ha recibido.

Dice que en el Paraíso, Adán considera la vida de familia llevada por Mahoma y Kadidja y exclama con tristeza:

«Una de las cosas superiores que Alah ha concedido a Mahoma sobre mí es el que su esposa Kadidja haya sido para él una ayuda para cumplir la voluntad de Dios, mientras que Eva, mi mujer, no me fue más que una ayuda para desobedecer».

 

XVI

MAHOMA ENTRE SUS CONCIUDADANOS DE LA MECA

Mahoma aparece por primera vez entre sus conciudadanos de la Meca en el año 605. Es una breve aparición, completamente casual. Tiene treinta y cinco años y desde hace diez está casado con Kadidja.

El santuario de la Kaaba se ha incendiado. El fuego ha sido extinguido, pero quedan los daños. Al incendio sigue inmediatamente una inundación. El agua penetra en el recinto del calcinado santuario. Los oligarcas de la ciudad deciden realizar una colecta para reparar los daños. Todo el mundo tiene que participar materialmente. y puesto que se trata de la reconstrucción de un lugar sagrado, se decide aceptar incluso los fondos

procedentes de la prostitución. «El resto del dinero era sano».

Durante la colecta de dinero para reparar la Casa del Señor, una nave bizantina naufraga en Chu-Aibach o Djedda, el puerto de La Meca en el mar Rojo. Dios muestra a los árabes - una vez más - que es bastante poderoso y rico para defender por sí solo su casa, como lo hizo en la época de la invasión del ejército de los elefantes, y que puede reparar los daños causados por el incendio y la inundación sin pedir dinero a los hombres. En la nave naufragada hay únicamente materiales destinados a la construcción de una iglesia cristiana en el Yemen. Ahora, esos materiales serán utilizados en la Kaaba. La nave ha quedado embarrancada en la costa: es imposible que siga su navegación. En las calas del barco destrozado hay mármol, madera, mosaicos, metal, ornamentos. y hay también un maestro constructor de santuarios, llamado Baqum.

El constructor enviado por Dios con los materiales - aunque cristiano - es invitado a reconstruir el santuario de la Kaaba. El maestro bizantino, de origen abisinio, acepta. Comienza por demoler el antiguo santuario, para elevar otro más bello y más grande. Cuando ven que aquel hombre destruye la Casa del Señor- sean cuales fueren las intenciones que le animan -los ciudadanos de La Meca son presa del terror. Aquello es una profanación. El maestro explica que nada puede construirse si antes no se derriba lo que hay. Los coraichitas no pueden soportar el ver a una mano humana dar golpes de pico en el santuario.

Ni siquiera para elevar otro más hermoso. Así pues, se interrumpen los trabajos. y todos esperan una intervención celeste.

En uno de los pozos próximos al santuario se esconde desde hace muchos años un dragón. De vez en cuando, sale del pozo, provocando el pánico de la población. Es imposible matarlo. Inmediatamente después de la interrupción de los trabajos de demolición, el dragón - especie de reptil gigantesco y espantoso- sale del pozo para calentarse al sol, como tiene por costumbre.

Pero en cuanto el dragón está fuera del pozo, un águila desciende a pico sobre el santuario y, cogiendo con sus garras al dragón, grande como un cocodrilo, lo levanta en los aires y se lo lleva. La Meca ha quedado libre del monstruo. Los coraichitas, con ayuda de los adivinos, interpretan esa señal como un permiso concedido a los hombres para demoler el viejo santuario.

El maestro bizantino vuelve a su trabajo. Todo el mundo mira con terror cómo su pico destroza la casa del Señor. Cuando llega a los fundamentos, a la piedra colocada por Abraham, se ordena al maestro detenerse. Nadie tiene derecho a tocar la piedra traída del Paraíso.

Por lo tanto, hay que edificar junto a la piedra de Abraham.

Terminado el edificio, preséntase otra dificultad. La piedra de Abraham debe ser colocada en el nuevo santuario. Acerca de esto, todos están de acuerdo; en lo que no lo están tanto es sobre quién debe recaer la misión de realizar el traslado. Todos pretenden semejante honor. Esta vez, la conciliación es imposible. Cada clan aporta jofainas de sangre y jura, a la manera pre-islámica, es decir, bebiendo un poco de sangre, que se opondrá hasta la muerte a que otro clan tenga el honor de desplazar la piedra. Surge la guerra entre los coraichitas. Pero inmediatamente aflora la idea de un arbitraje. «Aceptaremos el arbitraje de la persona que primero llegue al recinto de la Kaaba.»

La primera persona que se presenta es Mahoma. De pronto, se convierte en árbitro entre los ciudadanos de La Meca.

Mahoma da la primera prueba publica de su habilidad política. Propone que se extienda una lona de tienda y que se deslice sobre ella la piedra del santuario, que será después trasladada a su nuevo emplazamiento por todos los hombres coraichitas.

La propuesta es aceptada con entusiasmo. Deslizada la piedra sobre la tela, los hombres de diez clanes la arrastran a la vez y la llevan al santuario. El prestigio de Mahoma aumenta de manera vertiginosa. Él mismo parece muy satisfecho. Deja sus vestidos y, con el torso desnudo, ayuda a levantar la carga. Pero el sol de Arabia no permite que se le afronte a torso desnudo: es como una espada. Mahoma cae herido de insolación y debe ser socorrido por su tío Abbas.

Tras la construcción del nuevo santuario, se coloca allí a los ídolos, las imágenes y objetos sagrados, como en un museo.

Porque todas las religiones de la tierra tienen su puesto en la Kaaba. Sin embargo, aunque el santuario sea internacional y aunque en él se encuentre, junto a Abraham, a Jesús, Moisés y Hubal, los árabes adoran exclusivamente a Alah, «El señor de esta Casa». El término árabe para designar a Dios.

«Alah es una contracción de AI-Illah que como ho theos de los griegos, significa «el Dios», pero la palabra era tomada ordinariamente en el sentido de Dios supremo, o Dios».

Después de su aparición en la Kaaba, no volvemos a encontramos a Mahoma antes del año 610, es decir, cinco años más tarde. Esta vez acudirá a los ciudadanos de La Meca para anunciarles que ha encontrado a Dios.

¿Por qué Dios escogió a Mahoma, ya ningún- otro, entre todos los hombres de La Meca, para hablarle y para encargarle que fuera su enviado en la tierra? Hay en La Meca hombres más ricos, más famosos, más cultos. Algunos de ellos han buscado a Dios durante toda su vida, deseando escucharle, verle, percibirlo, aunque sólo fuera por un instante. Darían su vida por un encuentro brevísimo con la Divinidad. Y sin embargo,

no lo consiguen. El encuentro con Dios está reservado a Mahoma.

 

XVII

EL ENCUENTRO DE MAHOMA CON DIOS

Cuando Mahoma se encuentra con Dios por primera vez, tiene cuarenta años. Es, evidentemente, un acontecimiento: pero un acontecimiento que a nadie sorprende en La Meca.

La muchedumbre se apretuja para escuchar a Mahoma el relato de las circunstancias de su encuentro con Dios: pero esa muchedumbre se emboba y excita menos que a la llegada de una caravana. El encuentro con Dios no es algo tan extraordinario entre los árabes.

En ninguna parte de la tierra se registran más encuentros semejantes que en la península arábiga, en este paralelogramo cuyas nueve décimas partes están cubiertas de arena. Moisés, Abraham, Noé, Job, y toda una serie de patriarcas y de profetas han discutido con el Señor como si fuera un pastor vecino suyo. Incluso Jesucristo. Hijo de Dios, cuando baja a la tierra, viene a vivir en estos lugares, en la península de los árabes.

Los ascetas de todos los países, cuando deciden encontrarse con Dios, acuden al desierto de Arabia.

Allí no existe creación alguna natural o humana que pueda separar a Dios del hombre. El desierto del cielo se confunde con el desierto de arena; se encuentran en el horizonte, en torno al hombre, para no formar más que un solo desierto ilimitado.

Los hombres se encuentran de repente en el cielo; los ángeles y el Creador se hallan de pronto en el desierto de abajo. Cielo y tierra se confunden.

El primer encuentro de Mahoma con Dios ocurre el año 610, de la siguiente manera. Mahoma está casado con Kadidja desde hace quince años. Lleva una vida oscura, exenta de cuidados materiales. A partir de cierta edad, los hombres de La Meca se retiran a una de las colinas circundantes. No lejos de la casa. Existe en torno a La Meca un buen número de colinas y grutas. Y Mahoma hace como todos.

«Mahoma hacía cada año un retiro de un mes al monte Hira».

Abd-al-Muttalib ha hecho un retiro de un mes, cada año, a la misma cueva. Ese retiro va. acompañado de meditaciones y oraciones. Se llama tahannut.

«Durante el mes en que, cada año, el profeta hacía su retiro, alimentaba a los pobres que acudían a él. Concluido su retiro, antes de volver a su casa, realizaba, siete veces o más, la vuelta a la Kaaba. Tras lo cual se dirigía a su mansión».

Otro relato dice:

«Más tarde, el profeta comenzó a amar esos retiros. Se retiró entonces a la caverna de Hira, donde se dedicó al tahannut, es decir, a la práctica de actos de adoración, durante cierto número de noches consecutivas, sin regresar a su casa. A este efecto, se abastecía de provisiones para su alimento.

»Después, volvía a casa de Kadidja y tomaba las provisiones para un nuevo retiro. Eso duró hasta que la verdad le fue reve1ada en esa caverna de Hira».

Un viajero inglés del siglo XVII habla de esas colinas en tomo a La Meca en las que se hacía retiro:

«La Meca está situada en un país desértico, al fondo de un valle o, mejor dicho, en medio de numerosas pequeñas colinas. . .

La ciudad está rodeada de una infinidad de pequeñas eminencia, muy próximas unas a otras. Yo he subido a la cumbre de una de ellas y no he podido ver la más alejada. . . Están formadas por rocas negruzcas; vistas a distancia, semejan un poco montones de heno».

Un viajero contemporáneo habla del monte Hira, donde Mahoma se ha encontrado con Dios:

«He visitado esa caverna de Hira, que se halla en lo alto del jabal-al-nur, la «Montaña de la Luz», situada a un kilómetro escaso del emplazamiento de la casa de Mahoma. El monte Nur presenta un aspecto muy peculiar. Se le ve ya desde muy lejos, entre las numerosas montañas que lo rodean. La caverna Hira está construida con rocas redondeadas y amontonadas, que forman tres paredes y la bóveda.

»Es lo suficientemente grande para permitir a un hombre estar en pie, sin que su cabeza toque al techo, y lo bastante larga para que pueda echarse. Por curioso azar, la longitud de esta caverna se dirige hacia la Kaaba. En el suelo, la roca es bastante llana, y en ella se puede disponer un colchón. La entrada está formada por una pequeña abertura colocada bastante en alto, lo que obliga a subir varios peldaños, tallados en la roca, antes de penetrar».

«La tradición popular afirma que esa caverna de! monte Hira fue hecha por el diablo, de un golpe de espada en el flanco de la roca».

 

Mahoma comienza ya sus retiros anuales. Normalmente se realizan hacia los cuarenta años o después. El retiro tiene lugar durante el Ramadán, que es un mes de ayuno y penitencia. Hay en ese mes una noche en la que todo es posible. Es la noche del Kadir. En esta noche, los milagros están al alcance de la mano, para todo el mundo. «Esta noche, la natura duerme. Los ríos cesan de fluir. El viento se detiene, silencioso. Los malignos espíritus se olvidan de observar los fenómenos del mundo. Se puede oir cómo crece la hierba. y cómo hablan los astros. En los adormecidos cursos de las aguas, surgen las ninfas. La arena del desierto es dominada por un profundo sopor. Los hombres que han sido testigos de la noche de Kadir se harán sabios y santos; porque en esa noche, han visto el universo a través de los dedos de Dios».

La desgracia está en que ningún mortal sabe cuál es, entre las treinta noches del mes de Ramadán, la noche de Kadir, en la que convendrá velar.

Cuando esa noche llega, todos los hombres duermen. Pocos mortales tienen el privilegio de ser despertados y ver el universo a través de los dedos de Dios. Son santos y sabios hasta el término de sus días en la tierra. «Cuando los orientales y sabios hablan de una gracia del Todopoderoso, y del hombre que ha recibido esa gracia, dicen que tales cosas no son posibles sino en la noche de Kadir, en la noche de los milagros.»

Durante esa noche milagrosa de Kadir, Mahoma tiene su primer encuentro con Dios. El Corán dice:

Nosotros te hemos enviado el Corán en la noche célebre.

¿Quién te dará a conocer el valor de esa noche gloriosa?

Es más preciosa que mil meses.

Fue consagrada por la venida de los ángeles y del espíritu.

Obedecerán las 6rdenes del Eterno y darán leyes sobre todas las cosas.

La paz acompañará a esa noche hasta que se levante la aurora.

El gran acontecimiento se produce de la siguiente manera:

Mahoma se ha acostado, enrollado en su capa, la bourda. De repente. una criatura vestida de blanco y envuelta en una nube de luz, despierta a Mahoma, le tiende una tela de seda, sobre la que está escrito un texto en letras de oro, y le ordena: ikra, lee, recita. Mahoma responde que no sabe leer. El ángel coge a Mahoma por los hombros, lo aprieta contra si y le ordena por segunda vez: ¡ikra! De nuevo contesta Mahoma que él no sabe leer. La violencia de la orden, acompañada de una sacudida física, crece: ikra, ordena el ápgel. Mahoma pregunta:

«¡Qué tengo que leer?» El ángel aprieta tanto a Mahoma que éste cree que va a morir. Por fin lo libera de su abrazo y recita.

Mahoma repite con el ángel: «Anuncia en el nombre del Señor que cre6 al hombre. . . y le enseñ6 lo que ignoraba. . .».

Mientras Mahoma recita, le parece que las letras de oro se graban en su corazón. «Me hallaba en pie - declara Mahoma -, enseguida caí de rodillas. . . Después, me alejé, con los brazos temblorosos».

El ángel se va. Mahoma queda solo. Se dirige hacia su casa. Pero ya no es libre. Apenas ha dado un paso, cuando una voz le llama. «Apenas llegado a la mitad de la colina, oí una voz que venía del cielo y me decía: ¡Oh, Mahoma! Tú eres el ap6stol de Alah y yo soy el ángel Gabriel.

»Alcé los ojos al cielo. Y he aquí que Gabriel estaba allí, en figura de hombre, juntando los talones, en el horizonte del cielo, y me dijo: Oh, Mahoma, tú eres el apóstol de Alah y yo soy el ángel Gabriel.

»Me detuve, mirándole, sin. poder avanzar ni retroceder. Comencé entonces a volver la mirada hacia los otros ángulos del horizonte. Pero no veía ningún rincón del cielo sin ver al ángel Gabriel, en la misma actitud. Permanecí así, en pie, sin avanzar, y sin poder volver sobre mis pasos».

El ángel se aleja. Después, Mahoma vuelve a la casa, arrastrándose. La divinidad tiene algo de ap1astante. Siempre. El hombre es demasiado débil para poder soportar a Dios. A causa de esto, Mahoma siente una impresión de violencia, de estrangulamiento, de sofoco. La so1a presencia del ángel pesa sobre un hombre como si éste se hallara bajo piedras de molino y toneladas de plomo. Todo lo sobrehumano es aplastante. Hasta el don de la poesía.

El poeta Hassan-ibn-Thabit cuenta que un día se paseaba por las calles de Medina, su ciudad natal. Una diablesa- una ghula, una dhul, es decir, un djinn femenino - le apostrofa.

La ghula tira a Thabit por tierra, le pone la rodilla sobre el pecho y le pregunta:

«¿Eres tú el hombre cuyo pueblo está esperando que se convierta en poeta?»

Y sin esperar respuesta, la diablesa, que mantiene aún la rodilla sobre el pecho del poeta, le obliga a recitar versos. Hasta ese día, Thabit nunca había compuesto poemas. Ahora, por orden de las musas, recita. y sus versos son bellos. La musa le ha poseído, lo mismo en sentido propio que en el figurado. Era poeta. De la misma manera, Mahoma, violentado por el ángel Gabriel, se convierte en profeta, como Thabit se ha convertido en poeta. Porque no se eleva uno sin violencia por encima del nivel de la condición humana.

 

XVIII

EL MIEDO AL DIABLO

Mahoma llega a su casa. Agotado. Cuenta a Kadidja lo que acaba de sucederle. La cuestión dramática, terrible, que tortura a Mahoma es saber si la voz que ha oído es la del diablo o la de un ángel.

Todos los místicos se han agotado en buscar y descubrir si quien les habla es Dios o el diablo. Teresa de Ávilá escribe:

«Las palabras, su importancia, y la seguridad que traían consigo, persuadían al alma desde el momento en que procedían de Dios. Este tiempo ha pasado ya. Sin embargo, se despierta una duda, y me pregunto si las frases vienen del demonio o de la imaginación, aunque al oírlas no se experimenta duda alguna acerca de su veracidad, por la que se desearía morir».

Mahoma declara: «Fui a Kadidja y le dije: "Estoy lleno de angustia por mí mismo". y le confié mi aventura. Ella dijo:

"Alégrate, porque Dios nunca podrá causarte confusión. Tu procedes bien para con los tuyos. Eres paciente. Tratas bien a tus huéspedes. Asistes a los que están en la verdad"».

Pero Mahoma no logra recobrar la paz. Tiene miedo. Un miedo terrible a ser quizá el instrumento del diablo. Suplicante, dice a Kadidja: «Escóndeme». Ella le envuelve en un dathar, una capa. Pero la voz del ángel resuena en los oídos de Mahoma:

¡Oh, tu, que estás cubierto con un manto, levántate y mira!...¡Glorifica a tu Señor!

La narración de Mahoma prosigue:

«Cuando estoy solo, oigo una voz que me llama: "Oh, Mahoma, oh, Mahoma". No sucede mientras duermo, sino cuando estoy bien despierto, y veo una luz celeste. Por Dios, nada he detestado tanto como a los ídolos ya los kahins -los brujos -, que pretenden conocer las cosas invisibles y las por venir.

¿O es que me he convertido en un kahin, en un brujo? ¿No es el diablo el que me llama?».

La luz celeste persigue a Mahoma por doquier, y él vuelve la cabeza.            .

Kadidja, esa mujer a la que Mahoma nunca olvidará y a la que no podrá comparar con ninguna otra mujer - por bella, por joven, por inteligente que sea -, Kadidja le ayuda. Con los medios de que dispone. Medios de una aterradora lógica femenina. Pero infalibles.

Kadidja dice a Mahoma que la llame en cuanto el ángel se le aparezca. Mahoma la llama. El ángel está a su lado, luminoso, y le habla. Kadidja ordena a su marido que se siente sobre su rodilla derecha. Y él se sienta sobre la rodilla derecha de la mujer.

«¿Ves aún al ángel? - pregunta Kadidja.

»-Lo veo- responde Mahoma.

'Kadidja se desnuda. Queda completamente desnuda. Ordena a Mahoma que haga lo mismo. Después le ruega que la coja entre sus brazos y se estreche todo lo que pueda contra ella. Mahoma obedece. Kadidja pregunta:

»¿Sigues viendo al ángel?

»No- responde Mahoma -. El ángel se ha ido.

Kadidja se viste de nuevo y dice a su marido:

»Ese que te habla es realmente un ángel. No es el demonio».

Y explica a Mahoma que el demonio no se hubiera turbado por la vista de una mujer que abraza a su marido. Pero el ángel es una criatura púdica. Desprovista de perversidad. El hecho de que haya desaparecido, discreto y vergonzoso, significa que es un ángel.

No un demonio. La demostración queda clara.

Kadidja lleva a su marido ante un primo suyo - el hanif viejo y sabio Waraqah-ben-Naufal ben Asad -. Waraqah y su hermana leen los evangelios. Él está versado en materia de religión, de ángeles y de demonios, Escucha atentamente el relato de Mahoma.

«Le conté la aventura- dice Mahoma -, y Waraqah dijo:

"Es el namus, descendido antaño sobre Moisés". (Namus o nomos designa a las leyes divinas tal como son reveladas a los hombres.)

»Warakah repite: "Es el namus. ¡Quién fuera joven! ¡Quién pudiera esperar hallarse con vida el día en que tu propia tribu te expulse!'.

»Dije: "¿Van a expulsarme?"

»Él respondió: "Ningún hombre ha llevado lo que tú llevas sin haber sido tratado como enemigo. Si me hubiese tocado tu día, te hubiera ayudado de todo corazón, con todo mi ánimo"».

Ahora, Mahoma sabe a qué debe atenerse. Será expulsado de su tribu. El jal, el tard, la excomunión o la expulsión de la tribu es la mayor desgracia que pueda suceder a un individuo en una sociedad tribal. El individuo sin clan no existe. Porque no hay leyes que se refieran al individuo. Es un desconocido. Cualquiera puede venderlo. Cualquiera puede matarlo. Sin tener que rendir cuentas a nadie. Un hombre sin clan, un saluk, no es ni siquiera un perseguido: no existe. No es más que una estructura de carne rociada de sangre, como dice el poeta; eso es lo que va a ocurrir con Mahoma. Kadidja lo sabe. Pero no tiene miedo. Tampoco él tiene miedo.

Todos estos sucesos ocurren a finales del mes de Ramadán de año 610, en La Meca. La fundación del Islam ha comenzado.

 

XIX

LA FUNDACIÓN DEL ISLAM

Tras el encuentro con el ángel en la caverna Hira, sobre el Jabal-al-Nur -la Montaña de la Luz - Mahoma queda abandonado. «Hubo durante cierto tiempo un fatrah, un hueco en la revelación del profeta; y él estaba muy triste.»

«Salía temprano hacia la cumbre de la montaña, con intención de precipitarse abajo. Pero cada vez que llegaba a la cumbre de la montaña, el ángel Gabriel se le aparecía para decirle:

"Mahoma, tú eres el profeta de Dios". Entonces cesaba su inquietud, y su yo volvía a él».

El ángel Gabriel anima a Mahoma durante tres meses, el tiempo que durará el fatrah, es decir, el vacío en las revelaciones. El ángel dice a Mahoma:

Tu señor te dará n1ucho, y quedarás satisfecho.

¿No te halló huérfano y te dio un refugio?

¿No te encontró perdido y te guió?

¿No te encontró pobre y te enriqueci6?

No engañes al huérfano.

No rechaces al mendigo.

Y de la bondad de tu Señor habla a los demás.

Así concluyó el fatrah.

«Entonces el Señor ordenó a su profeta, tres años después de estas instrucciones, que declarara públicamente lo que había ocurrido por su parte. para poner al pueblo en presencia de la pa1abra de Dios y llamarlo a ella».

Ese período de tres años que sigue a la primera revelación, se llama nubuwah, o la vocación de nahi, es decir, de profeta.

Ahora Mahoma es un profeta. Con orden de predicar en público.

Comienza una nueva época, la de risalah; lo que significa que ha recibido orden de convertirse en rasul, enviado de Dios. Hay una gran diferencia entre nabi y rasul. Nabi, el profeta, es el que advierte;- en cambio rasul, el enviado de Dios, es el que aporta a la humanidad una ley escrita.

Mahoma comienza a cumplir su misión de profeta. Sabido es que «no hay pueblo por el que no haya pasado un advertidor.

Todas las naciones han recibido un mensajero. Todas las naciones tuvieron un guía. Hemos formado en cada nación un mensajero para que le diga: "Servid a Dios y huid del diablo. A todas las naciones les hemos prescrito actos de piedad; que todas respetan. A cada uno de vosotros hemos designado un camino y una ley.

Mahoma invita a los árabes a que se conozcan a sí mismos.

La revelación que se le ha hecho es al mismo tiempo una invitación a emancipar a los pueblos que han recibido anteriormente leyes escritas.

Mahoma muestra a su pueblo que los árabes pueden entrar en el Paraíso sin convertirse en vasallos de los judíos o de los cristianos. «Los judíos y los cristianos dicen: Abrazad nuestra fe, si queréis entrar en el camino de la salvación.

»Respondedles: Nosotros seguimos la fe de Abraham, que se negó a sacrificar a los ídolos y no adoró más que a un solo Dios».

 

Mahoma no se alza contra ninguna religión del pasado. Es monoteísta. Está contra la idolatría. Pero considera que forma parte de la gran cadena de profetas enviados por Dios, portadores de mensajes, a lo largo de los siglos, a diversos pueblos. Mahoma respeta a todos los profetas del Viejo y Nuevo Testamento y los considera predecesores suyos. Viene a corregir los errores cometidos por los hombres en la in1erpretación del mensaje divino, revelado a los profetas anteriores, y para lanzar una nueva advertencia.

¿Cuál es la utilidad de los profetas en la tierra? Son los portadores de la palabra del Creador. Dios nunca habla directamente a los hombres.

No se ha concedido a! hombre que Alah le hable directamente.

Alah sólo habla por la inspiraci6n, o tras un velo, o por el envío de un apóstol que revele, con Su permiso, lo que Él quiere... Así te hemos inspirado mediante un espíritu a Nuestras órdenes.

Mahoma reconoce la verdad divina que ha sido revelada a los hombres por Adán, Noé, Abraham, Moisés y los demás.

Dice:

La verdad está consagrada en los libros antiguos y en los libros de Abraham y Moisés. Esas verdades fueron alteradas por la mano del hombre que las transcribió. El Corán, a diferencia de las- leyes promulgadas por los anteriores profetas, no ha sido escrito por mano de hombre.

«El Corán es la expresión verbal de una escritura, trazada por el poder divino en una materia eterna, en letras de oro, sobre una tela maravillosa, mostrada a Mahoma por el ángel Gabriel».

El texto original del Corán ha sido escrito por la mano del Señor, en el cielo, sobre la Tabla Intangible. Esa tabla está hecha en un bloque de una piedra preciosa, blanca como la leche y como la espuma del mar. Nadie puede acercarse a esa tabla, de manera que el texto original permanece inalterable.

El Corán está compuesto de 114 suras, o capítulos, y de 6.219 ayatas o versículos. Fue comunicado a Mahoma durante un período de veinticinco años, es decir, a partir del año 610, sobre la Montaña de la Luz, y hasta el día de la muerte del profeta.

«Las antiguas revelaciones tuvieron lugar de una sola vez, en bloque. El Corán ha descendido fragmentariamente, según una ciencia, la de los acontecimientos. Porque el Corán es una colección a la. vez de principios permanentes y de respuestas ocasionales a las preguntas de los fieles y de Mahoma. Por eso le llama alfurqan, es decir, «reparto».

»Las palabras qara'a y qur'an pertenecen a ese vocabulario religioso que el cristianismo ha introducido en Arabia. Qara'a significa leer, o recitar solemnemente los textos sagrados, mientras que qur'an es el qeryana sirio, término empleado para designar la lectura o la lección de escritura santa».

El nombre de Corán, tanto por su sentido como por su resonancia, es una de las más bellas palabras del vocabulario religioso. Aunque Mahoma se defienda con vehemencia de que se le considere un poeta, la selección de este título confirma el don poético de los árabes.

Islam, nombre de la religión fundada por Mahoma, es también una palabra llena de sentido y poesía. El fundador de la creencia islámica fue Abraham.

«Abraham no era ni judío ni cristiano. Era hanif, es decir, lo contrario de un idólatra, y adorador de un solo Dios». Al fundar el Islam sobre la fe de Abraham, o millat Ibrahim,

Mahoma sueña con la creaci6ñ de una religión universal que abarcaría a todos los monoteístas; porque Abraham es anterior al judaísmo y al cristianismo y es venerado por ambas religiones.

Además, Abraham es el jefe tribal del pueblo árabe y el fundador del santuario de la Kaaba.

También el nombre de Islam está ligado a Abraham. Cuando el Señor, para probar la fuerza de la fe de Abraham, le ordenó coger a su hijo Isaac y degollarlo, Abraham ejecutó la orden del Señor. Él y su hijo fueron aslama, es decir, sometidos y abandonados a la voluntad divina... Islam significa, exactamente, «abandonado a la voluntad de Dios». Muslim es el participio del mismo verbo.

Algunas religiones han sido construidas sobre el amor; otras, sobre la esperanza. El Islam está construido sobre el tawakku, la fe absoluta en Dios. Mahoma dice:

«Mi oración, mi vida y mi muerte están consagradas al Eterno. Él es el soberano del universo. No hay nada que le iguale. Me ha ordenado el Islam. Yo soy el primer musulmán».

 

XX

LOS PRIMEROS MUSULMANES

Durante tres años, Mahoma espera la reaparición del ángel.

Está preparado para recibirlo a cualquier hora del día y de la noche. Su vida es pura. No hace nada que pueda disgustar al ángel. Un día, rechaza el alimento que le ofrecen. Habitualmente, come sin mirar lo que se pone sobre la mesa. Pero esta vez, ni siquiera toca el plato: «Hay ajo, y al ángel podría disgustarle el olor», dice Mahoma excusándose. Cuando, por fin, aparece el ángel, prodiga a Mahoma toda clase de consejos: «No leas el Corán con precipitación. Te lo grabaremos en la memoria y te enseñaremos a recitarlo. Cuando Gabriel recite los versículos síguele atentamente. Nosotros te daremos la interpretación.

Lo que intriga a la mayoría de los ciudadanos de La Meca es que Mahoma recibe las revelaciones con cuentagotas. Para un árabe, una revelación es como un rayo. O es violenta y total, o no existe. Destruye o ilumina. El ángel dice a Mahoma lo que debe responder a tales acusaciones:

«A los que os dicen: ¿Por qué no se ha hecho descender el Corán en un conjunto único? responded: Así es como reforzamos con él tu corazón y lo rimamos con su ritmo.

La doctrina predicada por Mahoma se funda en el monoteísmo y en la lucha contra los politeístas, los «asociadores», como los llama el Corán, porque asocian a Dios a otras criaturas. La illaha illa Alah, no hay más Dios que Alah. Mahoma anuncia la vida futura y el juicio final, en el que cada uno será recompensado según los actos realizados en esta vida.

Afirma: Todos los pueblos no forman más que una sola nación. Aconseja a los fieles: «Trabajad por este mundo, como si debierais vivir siempre en él, y por el otro como si tuvierais que morir mañana».

La primera persona que cree en las profecías de Mahoma y abraza el Islam es Kadidja, su mujer .

La confianza de Kadidja será de capital importancia para el profeta. Hasta su muerte, se acordará con ternura, emoción y reconocimiento de aquella mujer. «No - exclamará ante una hermosa joven - ninguna mujer del mundo es mejor que Kadidja. Ella creyó en mí cuando nadie creía. Tomaba mis palabras como expresión de la verdad, cuando los demás las consideraban mentiras. El segundo musulmán, después de Kadidja es Alí, el hijo de Abu-Talib, adoptado por Mahoma. El tercer musulmán es Zaid-ben-Haritah, el joven esclavo sirio, manumitido y adoptado por Mahoma. Se ha negado a volver con su familia, prefiriendo quedarse con Mahoma. Ahora, tiene fe en su padre adoptivo.

Durante tres años, del 610 al 613, Mahoma no tiene más que esos tres adeptos. En cuarto rugar llega Abu-Dakr, un rico negociante de La Meca. Se convierte y será siempre el más fiel compañero del profeta.

Mahoma trata, en vano, de hacerse con otros adeptos. Las gentes de La Meca no son hostiles al Islam. Lo ignoran. Los coraichitas ven predicar a Mahoma; pasan junto a él sin adoptar actitud alguna. Son indiferentes. Algunos alzan los hombros y dicen:

«Es un hombre de la tribu de Abd-al-Muttalib. Anuncia un mensaje del cielo». Y las gentes siguen su camino.

Para un pueblo que ha tenido ciento veinticuatro mil profetas, que un hombre hable del cielo y de Dios en una esquina de la calle no es un hecho que merezca el que uno se detenga a contemplarlo.

Abu-Bakr, el rico comerciante que se convierte en el cuarto musulmán del mundo, tiene por entonces una hija. La niña nace musulmana. Se trata del primer niño musulmán de nacimiento.

Un Hadith dice: «Todo niño que nace obedece a la naturaleza humana, es decir, nace monoteísta; son sus padres quienes lo hacen judío, cristiano o adepto de los magos». La hija de Abu-Bakr- una niña llamada Aicha - ha nacido musulmana porque, según ese Hadith, todo hombre nace monoteísta y, por tanto, musulmán; además, es musulmana porque así la hace su padre, que ya lo es.

Aquel año, Mahoma recibe de Gabriel la orden de comenzar la acción pública. La orden es: Anuncia estas verdades a tus parientes más cercanos. Extiende tus alas sobre los fieles que te sigan.

Sostenido por la tropa de sus fieles, grupo formado por cuatro personas mayores y un recién nacido: Kadidja, AJí, Zaid, Abu-Bakr y Aicha, Mahoma comienza la predicación pública.

Debe obedecer a la orden del ángel. Es un musulmán. Un ejecutor de la voluntad divina.

Yo soy el primer musulmán. [

 

XXI

INVITACIÓN AL ISLAM

Mahoma ha recibido del Señor la orden de convertir al Islam a sus parientes más cercanos. Sus más próximos parientes son los hijos de Abd-al-Muttalib. Esos hijos que el anciano desesperaba ya de tener y que había recibido del Creador después de una transacción. El jefe del clan es Abu-Talib. Mahoma sabe que su exhortación será inútil. Los hijos de Abd-al-Muttalib no creerán nunca. ¡No creerán en absoluto! exclama Mahoma.

El jefe del clan, Abu-Talib, es un hombre pobre y muy débil.

No tiene el valor de abandonar la religión de sus mayores. Nunca tendrá una opinión propia. Mahoma está convencido de la honestidad de su tío; pero de su parte, nada puede esperarse, ni para bien ni para mal.

El segundo personaje del clan Muttalib es Abu-Lahab, hermano de Abu-Talib. Es un hombre muy rico. Las cuestiones religiosas le interesan en la medida en que constituyen una garantía para la prosperidad del comercio. Para Abu-Lahab, como para la mayoría de los coraichitas - oligarcas de La Meca -, la religión es una institución que protege el comercio y a los comerciantes. La religión instaura los cuatro meses de Tregua de Dios, y permite el desarrollo de ferias y de caravanas.

Abu-Lahab está casado con una mujer instruida e igualmente rica: Djamila, hermana de Abu-Sufian, el comerciante más notable de La Meca. Djamila es poetisa. Su especialidad es la sátira: hija. Ha compuesto ya una serie de versos venenosos contra Mahoma y contra la fe que él predica. Las sátiras de Djamila hacen daño porque, como está escrito en la Biblia: La lengua es flecha destructora. Dos hijos de Abu-Lahab y de Djamila se han casado con hijas de Mahoma y Kadidja. Pero este segundo lazo de parentesco nada cambia.

Abu-Lahab y su esposa no creerán en el Islam. El universo de Abu-Lahab es materialista y concreto. Como comerciante. En ese universo, no existen sentimientos. Ni lazos de parentesco. Ni sueños. Sólo hay negocios, buenos o malos: eso es todo.

El tercer hijo de Abd-al-Muttalib, al que Mahoma tiene órdenes de convertir al Islam, es Hamzah. Es un hombre deportivo, para él, la vida es una competición. Una expansión de la fuerza física. Las cuestiones religiosas no tienen acceso a su universo. Él cree en las leyes del honor del deporte. En la equidad. Es un caballero.

Mahoma ha recibido orden de «invitarlo» también y de hablarle de Dios. No tiene ilusión alguna en cuanto a la acogida que le hará el campeón Hamzah a él y a sus cuestiones religiosas.

Pero Mahoma cumplirá la orden del Señor.

El cuarto hijo de Abd-al-Muttalib es Abbas; Un banquero. Más exactamente, un usurero; un hombre que realiza sus negocios en Taif, La Meca y Medina. Para él, el universo se divide en acreedores y deudores. Su finalidad es un beneficio lo más elevado posible. Lo demás no tiene importancia.

¿Balance? Hamzah, un deportista; Abbas, un usurero; Lahab, un conservador reaccionario; Abu-Talib, un débil. Ni uno de ellos tiene madera suficiente para abrazar una religión nueva.

Para ellos, la religión no existe sino como manifestación externa, puramente social. Y los parientes políticos o por alianza no son mejores.

Mahoma sabe que todo intento de hablar de Dios a esos hombres es inútil. No es un romántico. Sabe que está dando comienzo a una acción condenada al fracaso. Mahoma sabe que es más fácil ir al desierto y transformar a los leones en corderos que convertir a esos miembros de su familia -los coraichitas – en gentes piadosas y temerosas de Dios. Cae enfermo de tristeza. Durante un mes, Mahoma permanece en cama. Tiene fiebre.

Adelgaza. Su familia se inquieta por ello. El profeta explica la causa de su enfermedad: debe ejecutar la orden recibida del ángel Gabriel, pero sabe que nunca logrará hacerlo.

Las tías de Mahoma le aconsejan que inicie en el Islam solamente a aquellos miembros de la familia que no sean completamente hostiles. Pero esa clase de parientes no existen. Además, e1 ángel ha ordenado a Mahoma que convierta a todos sus parientes próximos. Debe ser aslama, sumiso a la voluntad divina.

Tras grandes vacilaciones, Mahoma invita a su casa a cuarenta personas, para predicarles e invitarlas al Islam. Invita a toda su familia, sin excepción alguna; a todos los hijos e hijas de Abd-al-Muttalib.

Alí, el hijo adoptivo de Mahoma, cuenta cómo se desarrolló aquel festín y la reunión que siguió en la que debió ser hecha la primera invitación pública al Islam:

«Invité en su nombre a cuarenta personas (más o menos) entre otras, a sus tíos paternos: Abu-Talib, Hamzah, Abbas y Abu-Lahab.

»Cuando estuvieron reunidos, me dijo que llevara la comida que había preparado para ellos. Así lo hice.

»Una vez que hube servido, el Enviado. de Dios tomó un pedazo de carne, lo redujo con sus dientes a pedacitos pequeños y los colocó a los bordes del plato. Después les dijo: «Tomad, en el nombre de Alah».

»Y las gentes comieron, hasta no necesitar más. No veía más que el lugar de sus manos; pero, por el Dios que tiene en sus manos el alma de Alí, cada hombre había comido tanto cuanto yo había llevado para todos.

»"Dales de beber", me dijo. Y llevé un vaso. Bebieron hasta matar del todo la sed; y, por Alah, cada uno bebió por sí solo cuanto había llevado. Cuando el profeta quiso dirigirles la palabra, Abu-Lahab dijo: "Nuestro camarada nos ha embrujado".

» Y las gentes se fueron sin que el profeta hubiera podido hablarles».

Tal es la primera invitación pública al Islam, lanzada por Mahoma, conforme a la orden recibida.

La familia de Mahoma - el clan de Abd-al-Muttalib- ni siquiera le ha permitido hablar. Cuando se levanta para hablar de Alah, todos se han ido. El profeta queda con la boca abierta. Solo. En medio de sus cuatro discípulos: Kadidja, Alí, Zaid y Abu-Bakr.

El ridículo es más mortífero que el veneno. Ante todo, un profeta debe inmunizarse contra el ridículo, como Mitridates se inmuniz6 contra el veneno.

 

XXII

LA SEGUNDA INVITACIÓN AL ISLAM

Tras la invitación a aquella comida, Mahoma ya no logró reunir a todos los miembros de la familia de Abd-al.Muttalib, para predicarles el Abandono en Dios. Le evitan. Pero él tiene la orden de predicar. Recurre a la única estratagema que le queda para provocar una nueva reunión. Mahoma anuncia a los habitantes de La Meca que tiene una cosa muy importante que comunicarles. Y designa el monte .Sala como lugar de reunión. Entre los ciudadanos de La Meca se hallan, por supuesto, los parientes de Mahoma. Volverán con los demás y así oirán la palabra y él podrá hablarles, como le han ordenado que haga. He aquí lo que dice el cronista:

» El profeta subió un día al monte Safa y dio gritos de llamada: "Compañeros, venid todos". La muchedumbre y los coraichitas se reunieron en derredor, diciendo:

» "Qué tienes que decimos?"

» " ¿ Qué pensaríais si os dijera que el enemigo llega esta mañana o esta tarde? - pregunta Mahoma -. ¿Me creeríais?"

» "Desde luego - respondieron los hombres reunidos -. Nunca nos has mentido. Te creeríamos".

» "Pues bien: os anuncio que muy pronto os amenazará un terrible castigo si no me escucháis. Dios me envía para advertiros".

» "¡Vete al diablo! -gritó su tío. Abu-Lahab-. ¿Para eso nos has molestado.? ¿Nos has hecho perder nuestro tiempo solamente para esa estúpida declaración?".

»La muchedumbre se dispersa. Ridiculiza a Mahoma. Éste se vuelve a Dios y le pide consuelo. Un consejo. Ruega, explicando al cielo que la misión que ha recibido no es posible y que los coraichitas nunca creerán en Dios.

» El ángel Gabriel consuela a Mahoma y le invita a proseguir su obra:

Anuncia lo que se te ha ordenado y vuelve tu espalda a los politeístas. Bástate nuestra asistencia contra quienes se burlan de ti y de tu religi6n.

¡Los que tratan así con Dios verán!

Sabemos que sus palabras te afligen

Pero celebra las alabanzas de tu Dios. Adora su Majestad suprema.

Sirve a1 Señor hasta el fin de tus días.

Mahoma soporta las burlas. Abu-Lahab y Umm Djamila observan que sus palabras ya no le hacen sufrir. Y hallan otros modos de herirle. Cada día, Umm Djamila y Abu-Lahab tiran piedras contra las ventanas de Mahoma. Son sorprendidos por Kadidja. Pero no cesan por ello. Engañan a esclavos y vagabundos y les pagan para que bombardeen la casa de Mahoma con piedras, con toda clase de inmundicias, con animales muertos, que arrojan en el patio en cuanto anochece.

Mahoma soporta. Soportar es la orden del cielo. Umm Djamila arroja espinas en el camino que sigue Mahoma. Éste se hiere la planta del pie. Pero, tras haber arrancado las espinas, sigue su ruta, orando... Ahora sabe por qué soporta. Y cuando sabéis por qué soportáis un sufrimiento, deja de ser sufrimiento.

Cada día, cuando Mahoma sale de su casa, es perseguido por chiquillos a los que han pagado Abu-Lahab y Djamila. Le gritan insultos, le arrojan piedras e inmundicias. Ahora, Mahoma, ya no se detiene para perseguirlos y alejarlos. Sigue su camino hacia el santuario de la Kaaba, tranquilamente, manchado por toda la basura que le han arrojado, a veces herido y cubierto de sangre, injuriado, pero siempre tranquilo, como si nada sucediera.

Un día, Mahoma y Kadidja ven llegar a sus hijas con sus petates. Ambas se han casado con hijos de Abu-Lahab. Explican que sus maridos acaban de repudiarlas. Han seguido los consejos de sus padres, que les han convencido de que no era conveniente para un ciudadano el tener por esposa a una hija de un hombre tan ridículo como Mahoma.

Comienza el martirio del profeta. Mahoma busca ánimos.

Pero no tiene más que a cuatro musulmanes fieles. Ni uno más.

Mahoma es árabe. Un árabe es un hombre que no tiene muchas ideas. Pero cuando el árabe tiene una idea y cree en el1a, prefiere morir, colgado de su propia idea como de una cuerda, antes que abandonarla. Ni siquiera después de muerto se aparta de ella. y lucha, creyendo en ella, incluso después de su muerte. El caso del poeta Chanfara-al-Azdi es típico. Este poeta errante, cuyos versos saben todos de memoria, fue un día ofendido por un hombre del clan Banu Salomon. Juró vengarse y lavar la ofensa matando a cien hombres de la tribu Salomon.

Así pasó parte de su vida cazando con su arco a hombres del clan ofensor. Una noche, Chanfara se hallaba en una barranca para beber agua. Unos bandidos que llegaron sin que él los viera le mataron por la espalda. El cadáver de Chanfara quedó abandonado sobre la ardiente arena, cerca del pozo, para que las hienas se comieran lo mejor de él, es decir, su cerebro.

La muerte había sorprendido al poeta cuando no había dado muerte más que a noventa y nueve enemigos. Pero había jurado matar a cien. Su cráneo, despojado de la piel y de la carne, quedó abandonado en la arena, cerca del pozo, durante años y años. Un día, los hombres de la tribu Banu Salomon, llegaron allí y se detuvieron para beber agua. Impulsado por el viento, el cráneo del poeta rodó hacia el enemigo y una esquirla se hundió en el pie de uno de los hombres de la tribu Salomon. La herida se infectó y el hombre murió. De esa manera, el poeta Chanfara había seguido la lucha e incluso después de muerto mantuvo su juramento, matando al centésimo enemigo.

Chanfara es un ejemplo para todos los árabes. También Mahoma es un árabe.. No quiere dejarse vencer. Como el poeta, a quien ni siquiera la muerte había vencido, está decidido a combatir post mortem. Hasta la victoria.

 

XXIII

TENTATIVAS DE ASESINATO

Es el cuarto año desde la revelación hecha a Mahoma por el ángel Gabriel sobre la Montaña de la Luz. El cronista dice que, durante los tres primeros años, los coraichitas se contentaron con ignorar a Mahoma, ridiculizándolo y ofendiéndolo. Después de esos tres años, de acuerdo con las órdenes recibidas, Mahoma entabla combate contra los ídolos. Los coraichitas contraatacan. Pero esta vez, con violencia. Las relaciones entre el

profeta y su tribu se hacen cada vez más tensas. Ha pasado la época de los insultos y de las ofensas menores.

«Siguieron haciendo esas ofensas a Mahoma, hasta el día en que Alah comenzó a atacar a los dioses que ellos adoraban, y cuando declaró que sus antepasados muertos en la incredulidad estaban en los infiernos. Entonces comenzaron a odiar al profeta con un odio implacable ya manifestar su animosidad».

Los coraichitas interrogaron a Mahoma: ¿Vienes a prohibirnos el culto de los dioses que nuestros padres adoraron?.

Mahoma responde que obedece a una orden del cielo al apartarse de los politeístas. Para obedecer a esa orden debe combatir. Tiene que mostrarles las penas que padecerán en el mundo futuro si no le escuchan. Encargado de las órdenes del cielo...

¿Quién me pondrá al abrigo de su cólera si desobedezco?

Abu-Lahab, Abu-Jahl y Umm Djamila prohíben a Mahoma entrar en el santuario de la Kaaba. Mahoma menosprecia la prohibición y sigue dirigiéndose al santuario.

Entonces, los enemigos deciden matarlo.

Es Abu-Jahl quien realiza la primera tentativa de asesinato.

Un asesinato perpetrado en el ridículo. Mahoma se halla en la Kaaba, de rodillas y en oración. Abu-Jahl llega por la espalda y le pone sobre la cabeza - como un saco - un estómago de camello muerto lleno de sangre y de excrementos. Mahoma se levanta. Está completamente inmerso en el estómago del camello.

Abu-Jahl ata la abertura con los intestinos del animal, como se hace con un saco lleno. Mahoma queda con la cabeza encerrada.

Impotente. Falto de aire para respirar. Trata de liberarse, pero no lo consigue. Sus convulsiones se van haciendo cada vez más débiles, pues se ahoga. La muchedumbre, reunida alrededor, asiste a aquel espectáculo. Al principio, todos ríen. Después, miran con gravedad. Pero nadie se atreve a liberar al profeta, para no caer en la enemistad de Abu-Jahl y sus compañeros, que son los dueños de La Meca. Pero una mujer corre a la casa del profeta y anuncia a Ruqaya que su padre está a punto de morir asfixiado en el patio del santuario, encerrado en el estómago de un camello. Ruqaya es la hija de Mahoma que ha sido repudiada por el hijo de Abu-Lahab. Llega y libera a su padre. Lívido, cubierto de sangre y de inmundicias, humillado, Mahoma se dirige a su casa, sostenido por su hija Ruqaya.

Al día siguiente, como si nada hubiese ocurrido, Mahoma reaparece en la Kaaba e imperturbable se pone de rodillas y ora.

Es un árabe. Es duro. Pero también sus perseguidores son árabes. Y porque la víspera Abu-'Jahl ha fracasado en su intento de asesinato, al día siguiente, Uqbah-ibn-Abi-Muait, se acerca por detrás con su manto o burda; envuelve en él al profeta y le da una serie de golpes, apretándole bien la nariz y la boca para ahogarlo. Esta vez, Mahoma consigue liberarse por si mismo.

Está gravemente herido. Cubierto de sangre - como le ocurre con frecuencia en estos últimos tiempos -, vuelve a su casa, se lava y ora. Tiene la tawaku, la confianza absoluta en Dios. Nada cambia en su actitud ni en su combate. Pero advierte a Abu-Lahab y a Djumila su esposa: Abu-Lahab descenderá a las brasas del infierno.

Su esposa lo seguirá, llevando leña.

A su cuello será atada una cuerda hecha con hojas de palmera.

 

XXIV

LOS NEGROS, LOS ESCLAVOS Y LOS EXTRANJEROS

Los árabes llaman a la época pre-islámica djahilyia, o «tiempo de la ignorancia»; La moral de esa época es muruwwa: hospitalidad, protección de los oprimidos, respeto a la ley tribal, espíritu caba1leresco, valor en el combate. La hostilidad es indispensable en el desierto, donde la inseguridad está al acecho a cada instante. Lo mismo se diga de la protección. La hospitalidad dura tres días, pero puede prolongarse hasta que «la sal de la hospitalidad haya salido del vientre del huésped». La djahilya, sociedad heroica y caballeresca, ha tenido y tiene aún sus admiradores.

Renan escribe: «Ignoro si hay en la historia de la civilización un cuadro más gracioso, más amable, más animado que el de la vida árabe antes del islamismo, tal como se nos presenta en el moallarat (las poesías laureadas de la djahilyia), y sobre todo en el tipo admirable de Antar: libertad ilimitada, exaltación del sentimiento, vida nómada y caballeresca, fantasía, viveza, malicia, poesía ligera e indevota, refinamiento de amor».

Tal es la sociedad a la que Mahoma viene a hablar del Dios único, de la vida eterna, del juicio final y de la igualdad entre los hombres. El carácter esencial de esta sociedad es que ignora la piedad. Ignora el amor. No ha descubierto aún el horror de la sangre derramada, de la crueldad y de la muerte violenta.

Todo el mundo hubiera dejado morir a Mahoma, al que Abu-Jahl ha intentado matar envolviéndolo en un estómago de camello y atándolo con los intestinos del animal muerto como con cadenas. Y hubiera muerto allí mismo, si su hija Ruqaya no acudiera a liberarlo. Nadie ha experimentado piedad. Se trata de un sentimiento desconocido. La piedad no forma parte de las leyes muruwwa, de las leyes de la caballería. En esa sociedad heroica se protege al oprimido. Pero a Mahoma nadie lo considera oprimido.

Aunque por dos veces escapa a intentonas de asesinato en público - no es un oprimido. Oprimido es aquel a quien atormenta el enemigo. Mahoma es perseguido por su propio clan, por su propia familia. y nadie puede ser considerado oprimido mientras sólo le torture su propia familia y su clan, únicas autoridades reconocidas. En la sociedad moderna nadie considera asesino al juez que, cada día, ordena que se corte la cabeza a un semejante, y nadie considera víctima al hombre a quien se hace atravesar la ciudad para conducirlo a la guillotina donde será decapitado. La policía, la justicia, el Estado, no son criminales. El código penal es categórico: «No hay crimen, ni delito cuando el homicidio, las heridas y los golpes son ordenados por la ley y mandados por una autoridad legitima». En la djahilyia, la autoridad es el clan. Lo que el clan hace con sus propios miembros es justo y legal. Nadie puede ser victima si ha sido matado por su propia familia. y por lo tanto nadie se apiada de Mahoma. Legalmente, Mahoma no tiene a nadie a quien pedir protección. El individuo es propiedad de la familia.

Si la familia le da muerte, eso es justo.

Para que tengan piedad de él, Mahoma no cuenta más que con sus fieles. Pero éstos no son más que cuatro: Kadidja, Ali, Zaib, Abu-Bakr. También hay una niñita: Aicha.

Mas, durante el cuarto año después de su revelación, el número de los musulmanes - de aquellos que aceptan abandonarse a Dios- va en aumento. Hay en la tierra hombres que tienen necesidad de Dios como la tienen del aire, porque se hallan en la vida como con la cabeza bajo el agua, a punto de ahogarse.

Esos sedientos de Dios son los negros, los extranjeros, los esclavos y los fuera de la ley. Se acercan a Alah porque Mahoma se manifiesta a favor de su libertad. Les dice: «Nada ha creado Dios que ame más que la emancipación de los esclavos».

Y los esclavos acuden al Islam.

 

XXV

EL MUEZZIN NEGRO

Durante esos cuatro años, Mahoma no contará más que con cuatro fieles; y sin embargo, sigue invitando a los hombres al Islam,.. «y entonces respondieron a Dios los que quisieron, entre los jóvenes, y los dhu-an-nas, es decir, «los indefensos»; de tal manera que los que creyeron en él fueron muchos, y los coraichitas incrédulos se abstuvieron».

Los indefensos fueron siempre y serán la mayoría de los hombres. Componen el grueso de la población en la tierra. Las gentes sin defensa tienen como vanguardia a los esclavos, los negros, los extranjeros y los pobres. Entre éstos se hallan los primeros en responder «presente» a la invitación de Mahoma.

Porque el Islam enseña que los hombres no constituyen más que una sola nación. Si los hombres son diferentes, en lo que respecta al color de la piel ya la forma de la cabeza y del cuerpo, es solamente para poder distinguirse y reconocerse unos a otros.

Dios ha creado al hombre de una arcilla semejante a la del alfarero. Exactamente igual a como lo cuentan las tradiciones de otros pueblos.

Sin embargo, los árabes precisan que el ángel Gabriel, enviado a la tierra por el Señor para que le trajera la arcilla necesaria para la colección del hombre, no cogió bastante. La segunda vez, el Señor envió al ángel Miguel. Pero tampoco éste cogió el barro suficiente de la tierra. Entonces el Señor envió a un tercer ángel- el ángel de la muerte -, que por fin volvió con la cantidad de arcilla necesaria para modelar al hombre.

Como entonces hubo tres clases de arcilla, traídas por tres ángeles diferentes, los hombres no resultaron todos iguales. Unos fueron hechos con arcilla negra, otros con arcilla roja y otros con arcilla clara, como el caolín con que se hace la porcelana.

Mas no se trata solamente de diferencias de color. Las calidades no son las mismas. Hay una arcilla salada de la orilla del mar; hay la arcilla fértil, la amarga y la dulce. Una humanidad muy variada ha surgido de esas diversas materias primas. Pero el hombre sale de las manos del mismo modelador: ha sido creado según una misma imagen.

Los esclavos, los extranjeros, los negros, los pobres y los oprimidos se sienten consolados al saber que tienen la misma constitución y el mismo modelador que los ricos y príncipes de la tierra. Por eso acuden al Islam.

El primer esclavo que se hace musulmán se llama Bilal-ben Rabah. Esclavo, extranjero y negro, posee los tres sellos de la desgracia en esta tierra. Bilal pertenece a la familia Umaiyah, la más rica entre los oligarcas de La Meca. Los propietarios de Bilal le ordenan que se aparte de Mahoma y de la nueva religión. Bilal se niega a ello. Es ya musulmán. Sus amos Umaiyah le amenazan con la tortura. Porque el negro esclavo y extranjero no quiere renunciar al Islam, se le despoja de sus vestidos; lo encadenan de manos y pies; después, lo crucifican en el desierto, a la entrada de La Meca. Sobre la ardiente arena, cara al sol que cae encima como un metal fundido.

“Aquí permanecerás hasta que mueras o renuncies al Islam”. Así dice su dueño, y deja al esclavo Bilal desnudo, crucificado sobre la arena,

El negro prefiere morir. Pero será salvado. Por un milagro.

El cuarto musulmán, predecesor de Bilal, se llama Abd-Allah-ben-Othman y se le conoce con el sobrenombre, kunya, de Abu-Bakr, es decir, “el padre de la virgen”. A diferencia de Bilal, es un rico mercader. Tiene tres años más que Mahoma. Es un fiel amigo del profeta y un hombre de gran fe.

Abu-Bakr se presenta en casa de Uinaiyah y le pide que le venda el esclavo condenado a muerte. Ofrece por él un precio excepcionalmente alto. Como Bilal está ya moribundo, Umaiyah acepta venderlo.

Abu-Bakr libera al negro Bilal inmediatamente después de haberlo comprado. Mahoma nombra a Bilal primer muezzin del Islam. (Muezzines el participio de un verbo que significa “hacer oír”) El muezzin es - en el Islam - el que llama a los fieles a la oración. Ahora, será un negro quien invite a la oración. Por parte del profeta, eso es un acto de valor.

Mahoma dice: “Escuchad y obedeced, incluso cuando un negro cuya cabeza es como un sarmiento seco esté encargado de la autoridad”.

El hecho de que un esclavo, un negro, un extranjero y pobre sea el encargado de llamar a los hombres al Islam da más ánimo a quienes no tienen voz. Los primeros días que siguen a la crucifixión del negro sobre la arena, dos mujeres esclavas se hacen musulmanas. Se llaman Zinnirah y Lubainah. Ambas son esclavas de Omar. Hombre justo y sin crueldad, no recurre a la crucifixión sobre la arena. Ni a la condena a muerte. Estima que una buena azotaina apartará a las dos mujeres de su nueva religión. Las esclavas resisten. Son golpeadas metódicamente, hasta derramar sangre. Pero se tiene la impresión de que las gentes que pasan por la calle y presencian la paliza sufren más que las victimas. Las mujeres creen en Dios. Y cuando se cree de veras, uno se deja quemar vivo. Como lo han hecho los cristianos del Nedjran, sin sentir el sufrimiento del fuego. Además, las dos esclavas han advertido a Omar que estaban dispuestas a morir antes que abjurar del Islam.

 

De nuevo esta vez se presenta Abu-Bakr en casa de Omar y se ofrece a comprar a las dos esclavas. Ornar se las vende. Abu-Bakr les da inmediatamente la libertad. De esa manera, aumenta el número de musulmanes. Ya hay tres mujeres.

La cuarta que abraza el Islam es Ghuzaiyah. No se trata de una esclava, sino de una beduina, es decir: el ser más libre de la creación. Convertida en musulmana, comienza la propaganda religiosa en La Meca, entre las demás mujeres. Entre las mujeres beduinas no se conoce el miedo. Ghuzaiyah predica en público, sin esconderse, la nueva religión.

Para desembarazarse de ella, los enemigos del profeta raptan a Ghuzaiyah y la entregan a una caravana que precisamente entonces abandona La Meca. Gbuzaiyah es atada, tendida como un crucificado, al lomo de un camello de la caravana. No se le da ni agua ni alimento. Los caravaneros tienen órdenes de esperar a que muera y de arrojar inmediatamente su cadáver a la arena, para las hienas del desierto.

Abu-Bakr es advertido de lo que pasa, pero demasiado tarde.

No puede liberar a la mujer, crucificada a lomos de un camello en el corazón del desierto. Ghuzaiyah cuenta: «Después de tres días y tres noches, perdí el conocimiento, medio muerta de fatiga y de inanición; no tuvieron piedad de mi. Después llegó una noche e hicimos alto. De pronto, sentí algo sobre mi rostro. Llevé la mano a mi cara y noté que era agua. Bebí hasta quedar totalmente satisfecha y mojé mi cara y mi cuerpo.

»A la mañana, viéndome restablecida, los caravaneros se preocuparon. Pero yo seguía atada por los codos y los odres de la caravana estaban lejos de mi y seguían cerrados. Me interrogaron y les conté la verdad. No tenían razón alguna para dudar de mis palabras. Arrepintiéronse de lo que hacían y abrazaron el Islam.

Con gran indignación de Abu-Jahl, principal enemigo de Mahoma, una de sus esclavas, Sumayah, se convirtió también. Los musulmanes llaman a Abu-Jahl el padre de la locura.

Ha concebido contra Mahoma un odio apasionado, sin medida. Al saber que la esclava Sumaiyah se ha hecho musulmana y, por lo tanto, está expuesta a la tortura, Abu-Bakr va a ver a Abu-Jahl y le ofrece comprarle la esclava. Para tentar al perseguidor, Abu-Bakr propone un precio extremadamente elevado.

Abu-Bakr terminará por entregar toda su fortuna al servicio del Islam, Para él, el dinero nada significa cuando se trata de la fe. Pero Abu-Jahl se niega a vender la esclava musulmana. Y, para confirmar su negativa, conduce a Sumaiyah ante la muchedumbre y la mata con sus propias manos, atravesándola con su lanza. Sumaiyah muere como mártir, negándose a abjurar. Es la primera mujer mártir del Islam.

Tras ese crimen, Abu-Jahl, Abu-Sufian, Abu-Lahab y su mujer Umm Djamila, hacen saber que ningún ciudadano de La Meca puede vender sus esclavos a Abu-Bakr. De esa manera tratan de oponerse al aumento del número de musulmanes.

Hasta aquel momento, el amigo de Mahoma ha adquirido seis esclavos. Dos hombres, Bilal-ben-Rabah y Amir-ibn-Fuhairan, y cuatro mujeres: Umm Ubais, Zinnirah, Lubainah y Nahdain.

Entre las personas que abrazan el Islam durante esa época de persecuciones- sin ser esclavos, extranjeros o proletarios -, se conocen los nombres siguientes: Uthman-ben Affan, un sobrino de Abd.al-Muttalib, que más tarde será yerno de Mahoma; Az-Zubair-ben-ai-Awam, Ar-Rahman-ben-Auf, Sad-ben-Abiwaq-qas, sobrino de Amina. la madre de Mahoma; Talhah-ben-Ubaidallah, y otros dos jóvenes de la oligarquía de La Meca: Said-ben-Zaid-ben-Amr, cuyo padre es un hanif. Y Nuaim-an-Naham, uno de los jefes del clan Adi.         

Si es verdad que crece el número de fieles y si ya no se reduce a cuatro, como en los primeros años, también es cierto que la persecución se hace más cruel. Antes de que haya una docena de musulmanes, muere mártir. la mujer esclava Shumaiyah, asesinada en público de un lanzazo.

Se prohíbe a Mahoma el acceso al santuario de la Kaaba. Y cuando aparece en la calle, se le lapida y persigue tirándole inmundicias.

A pesar de todos los riesgos, Mahoma sigue frecuentando la Kaaba. Es su deber de profeta prosternarse en el primer santuario creado por el hombre en la tierra. Porque la Kaaba fue edificada por Adán y reconstruida por Abraham. Y Noé, antes de dejarse llevar sobre las aguas del diluvio, dio siete veces la vuelta, el tawaf, en torno al santuario con su arca.

Pero, si quieren entrar en el santuario, los primeros musulmanes corren el riesgo de perder la vida.

Un día, mientras hacen oración, los coraichitas les atacan por la espalda. Uno de los musulmanes es muerto. Llámase Harith-ibn Abi-Halah. Es el primer hombre mártir por el Islam. Hijo de un primer matrimonio de Kadidja, la esposa de Mahoma, muere estando en oración.

«Nos han asesinado de rodillas mientras estábamos prosternados».

 

XXVI

SANGRE EN EL CAMINO DE DIOS

La Kaaba queda, pues, prohibida a los musulmanes. Mahoma y sus fieles se reúnen en un barranco, cerca de La Meca, donde cada día hacen dos oraciones públicas.

El Islam no tiene sacerdotes. El muezzim negro llama a los fieles a la oración. Después Mahoma lee unos versículos del Corán y habla a los adeptos. Pero el odio y los malvados procedimientos de los coraichitas son cada vez más violentos. Abu-Sufian, hermano de leche de Mahoma, es, a pesar de ello, uno de los campeones del anti-Islam. Su hermana, Umm Djamila, es la mujer de Abu-Jahl. Hasta ahora, ese odio apasionado, virulento, que La Meca manifiesta a Mahoma, no se ha explicado definitivamente. Pero existen explicaciones parciales. La lucha contra Mahoma comienza en el instante en que el profeta ataca a los ídolos. Estos son una infinidad. Pero, al atacar a los ídolos, Mahoma ataca indirectamente a los antepasados que los adoraron. Y los antepasados son tabú. Los antepasados son sagrados.

Nada hay más venerado en una organización tribal. El género literario más aceptado entre los árabes es el fakir, el poema en elogio de los antepasados, celebrando los actos gloriosos que fueron realizados por ellos y por su clan.

El segundo motivo es de orden económico. Los ídolos son inseparables del santuario de La Meca y de los cuatro meses de tregua de los que dependen las peregrinaciones, el comercio y la prosperidad.

La pasión desencadenada contra Mahoma es demasiado grande para que solamente tenga esas dos explicaciones. En realidad, La Meca, en aquella época, no es una ciudad piadosa en absoluto. El paganismo árabe es entonces extremadamente tolerante. Cualquiera puede venir a instalar su ídolo en La Meca.

Pero esa tolerancia es un principio de decadencia. Y el odio contra Mahoma no puede explicarse precisamente más que por la decadencia religiosa del paganismo árabe. «El viejo paganismo árabe se hallaba en esa época en una fase de decadencia tal que había degenerado en una rutina desprovista de sentido, puramente exterior, que podía abandonarse en cualquier momento, sin pena alguna. Pero, en las religiones populares, las formas exteriores nunca carecen de importancia. La fuerza de la religión popular reside, entre otros factores, en el hecho de que existe una forma exterior de culto y en la práctica de ritos ancestrales. Todo lo que procede de los antepasados es sagrado y respetado como tal. El punto de vista y la opinión individual en materia religiosa sólo tienen importancia secundaria. Existe en ello una fuerte dosis de tolerancia. Las religiones populares no son verdaderamente sensibles más que en el instante en que tocáis el culto exterior. El menor cambio en la rutina del rito toma proporciones graves. A causa de esto, esas sociedades se hacen de una intolerancia terrible cuando los lazos místicos y sagrados que unen a los miembros están en peligro de ser modificados.

Contemplado a esa luz, el conflicto entre Mahoma y sus conciudadanos de La Meca es típico...

Hay otras explicaciones. Es imposible, en todo caso, olvidar que, aunque sedentaria y habitante de casas, la población de La Meca sigue estando organizada en clanes y no ha abolido ninguna de las leyes del nomodismo, que son sus únicas leyes.

En el nomadismo, en esa sociedad móvil, de disciplina de hierro, la fidelidad hacia el clan es una soldadura entre los miembros de un mismo cuerpo vivo. No es solamente una simple relación social. Los antepasados constituyen la única ley y el único ejemplo que hay que seguir. Al atacar a los ídolos, Mahoma ataca a los antepasados. De esa manera, podemos comprender por qué esa población de La Meca, materialista hasta el paroxismo y sin sentimiento religioso alguno- puesto que tolera, como en un museo, todos los ídolos y todas las creencias se levanta como un solo hombre para combatir la religión de Mahoma.

El resultado es que Mahoma y sus fieles deben ocultarse para orar en los barrancos de las cercanías de La Meca. Los musulmanes son perseguidos y atacados hasta en esos barrancos.

He aquí lo que cuenta un musulmán de aquella época: «Durante un año, hemos ocultado el Islam. No hemos celebrado los oficios más que en las casas, a puerta cerrada, o en los desfiladeros de las montañas en torno a la ciudad. Un día fuimos al desfiladero de Abu-Dubb. Hicimos allí las abluciones y celebramos el oficio colectivo, cuidando bien que nadie nos viera. Los coraichitas nos buscaban. Abu-Sufian, Al-Ajnas-ibn-Chariq y otros nos descubrieron. Nos lanzaron injurias. Llegaron a las palabras gruesas y después a los golpes. Encontré cerca de mí un hueso de camello y con él golpeé a uno de los paganos, hiriéndolo gravemente. Huyeron. Y fui el primero en el Islam en derramar sangre en el camino de Dios».

Uno se pregunta: ¿Necesita Dios la sangre de quienes no creen?

No, ciertamente. ¿Se puede llegar a Dios sin derramar sangre?

Desde luego que sí. Sólo que los hombres no han descubierto aún ese itinerario que lleva al cielo sin derramar sangre. El Hijo de Dios ha derramado sangre en el camino de Dios. Era la suya. De todos modos, era sangre.

El hombre que ha herido al pagano con un hueso de camello y que «fue el primero en el Islam en derramar sangre en el camino de Dios», se llama Sad-ben-Abiwaqqas. Es el sobrino de Amina, la madre de Mahoma.

 

XXVII

EL CIELO DEL ASESINO

Los oligarcas de La Meca, de la tribu de los coraichitas, reprochan a Mahoma el ser sostenido únicamente por los proletarios, los esclavos y los pillos. Los primeros del pueblo, entregados a la incredulidad, dicen: "No eres más que un hombre como nosotros. El populacho más vil te ha seguido sin reflexi6n. No poseéis ningún mérito que os haga superiores a nosotros".

Mahoma, como todo profeta y como todo hombre superior, no clasifica a sus semejantes según la fortuna que poseen, o el cargo que ocupan en la ciudad. Tampoco según su situación judicial. Muchos hombres a quienes la policía ha puesto la etiqueta de asesinos y que han sido condenados por la justicia, suben al cielo por la escalera principal. La mayoría de los santos del calendario han sido gentes mal vistas por la policía y las autoridades. La santidad decretada por la sociedad no coincide nunca con la auténtica santidad. La una es válida sobre la tierra, en el tiempo; la otra, en la eternidad.

En la época en que los musulmanes son expulsados y perseguidos de todos los modos posibles, un asesino y salteador llega a La Meca y pide ser recibido en el Islam. Se l1ama Abu-Dharr.

No es solamente el individuo Abu-Dharr un asesino, sino toda la tribu es una tribu de criminales. La tribu Ghifar, a la que pertenece Abu-Dharr vive del bandidaje y de los crímenes.

Esa tribu hace su vida nómada en una de las regiones más desoladas del mundo, en el desierto situado entre Medina y Yanbu.

Un inglés, Sir Richard Burton, viajará hacia 1850 por la región de la tribu de asesinos ghifar, al norte de La Meca. Atraviesa una «vasta llanura pedregosa, donde los únicos: seres vivientes son las langostas, sembrada de malezas quemadas por el sol; después de unas altas colinas hay otras llanuras desnudas, valles desolados, montañas graníticas llenas de gruesos bloques de piedra, cortadas por grietas y cavernas. Encima de todo esto, un cielo que parece de acero azul y pulido. Una luz parduzca, cegadora, sin la menor traza de bruma. Ni pájaros, ni cuadrúpedos.

Frente al espectador, picos abruptos.» De esa manera, viniendo de Yanbu, se presenta Arabia a Sir Richard Burton. En ninguna otra parte, como entre Medina y Suwairkiya, había visto Burton el esqueleto del planeta, tan desnudo, ni había descubierto tanta profusión de formaciones primarias graníticas.

«Era una sucesión de llanuras bajas, de ondulantes colinas, cortadas por wads, crestas, plataformas de basalto y de rocas verduzcas, colinas abruptas, de laderas verticales, agrietadas, con formidables precipicios y cumbres que parecían coronadas por castillos roqueros».

Tal es la región en que vive la tribu Ghifar. Los árabes consideran como una de las principales virtudes la bravura en el ghaz o la «razzia», que es una expedición de pillaje. Se efectúa como una competición deportiva, con valor y de acuerdo con las estrictas leyes del desierto. Una expedición de ghazu muestra lo que son el arte y la moral de los árabes en aquella época djahilyia.

La cosa se prepara en secreto. La tribu o la caravana a la que se quiere atrapar, debe ser atacada por sorpresa. La regla exige que el pillaje se lleve a cabo sin verter una sola gota de sangre y sin violencia de ninguna clase. Si se hacen prisioneros, debe ser sólo con la intención de pedir rescate por ellos. Jamás se ataca a los amigos. La mayor humillación es dejarse coger por aquellos mismos a los que se ha saqueado. Eso denota falta de habilidad y de rapidez. Se respeta siempre el código de honor y la galantería.

«En el pillaje de un campamento, sea de día o de noche, se trata siempre a las mujeres con respeto. Quiero decir que no se atenta a su honor. Ningún ejemplo contrario ha llegado a mi conocimiento. Pero a veces, cuando entre los contrarios existe una hostilidad profunda, se confisca a 1as mujeres sus joyas, de las que . los asaltantes las obligan a despojarse por si mismas. Invariablemente se respeta esa regla, . . Ordenan a las mujeres que se desembaracen de sus vestidos y de los objetos de valor que pueden llevar con ellas y mientras las mujeres se dedican a esa operación, los enemigos se mantienen a cierta distancia, vueltos de espaldas».

Las maneras caballerescas, dondequiera que existan, proceden de estos nómadas de Arabia. Pero los ghifar son bandoleros.

Eso quiere decir que no respetan las leyes del honor y de la caballería. Tal es el crimen más horrible a los ojos de los árabes de la época heroica.

Los nómadas son bandoleros porque en el desierto de arena no se puede ganar los medios de subsistencia más que por el comercio o mediante el robo. El nómada se ve obligado a robar.

Pero lo hace de acuerdo con las leyes del deporte y de la caballería. Respeta las vidas humanas, respeta a los amigos, el pudor de las mujeres, la debilidad de los niños y peregrinos. Además, respeta las «Treguas de Dios». y quien no lo hace así, es excluido de la sociedad árabe.

 

Las gentes de la tribu Ghifar son bandoleros. Sobre todo, atacan a los peregrinos que se dirigen a La Meca, durante los meses de la «Tregua de Dios».

Por hambrientos que estén, los nómadas no atacan jamás a un hombre vestido de peregrino y durante los meses sagrados. Los ghifar lo hacen. Un hombre de esa tribu acaba de llegar ante Mahoma y le pide ser admitido en el Islam. El profeta, que cuenta con tan pocos fieles, no puede aceptar como quinto o sexto seguidor a un salteador y asesino, un ghifarita. Pero tampoco puede rechazarlo. Tanto más cuanto que el camino recorrido por el asesino para llegar a Mahoma tiene algo de patético.

Los parientes y antepasados y toda la familia de Abu-Dharr viven del pillaje contra los peregrinos. Aunque nacido en un clan en el que el crimen es cotidiano, Abu-Dharr tiene remordimientos. Sus tormentos interiores llegan al colmo cuando ocurre el ataque a una caravana en la que había mujeres y niños.

Los peregrinos han sido asesinados. Abu-Dharr, que ha participado en la matanza, queda consternado por ella. Cuenta que los gritos de las mujeres y de los niños suenan sin descanso en sus oídos. Toma consigo a su madre ya su hermano menor, abandona la tribu y huye al desierto. Un hombre sin tribu es un hombre perdido. Sobre todo, un ghifarita, porque nadie le dará nunca protección. Abu-Dharr se refugia primero entre la familia de su madre. Pero no puede quedarse allí. Tiene sed de arrepentimiento y de perdón. Invéntase una religión para sí mismo, monoteísta. Tal y como él la concibe. Después, enfrentándose con todos los peligros, llega a La Meca. Para encontrar a Dios: «He orado a Dios antes del Islam - declara Abu-Dharr -. He orado durante tres años antes del Islam, de la manera que entonces Dios me sugería.»

En La Meca, se oculta en los barrios bajos de la ciudad. Oye hablar de Mahoma y de la nueva religión. Se informa. Y esa nueva religión le interesa. Se parece a aquella que él mismo se ha confeccionado para su uso personal. Y como tiene miedo a salir de su escondite, Abu-Dharr envía a su hermano menor a la ciudad para que recoja información, lo más completa posible, acerca del Islam y del nuevo profeta. El hermano obedece. A su regreso cuenta: «Mahoma es como tú. Adora a un Dios único. Aconseja a las gentes que hagan el bien. Además, pretende ser un enviado de Dios. Los de La Meca le acusan de ser un chair, es decir, un poeta. Yo mismo soy un poeta reconocido y puedo afirmar que Mahoma no lo es. En cuanto a la acusación de que es kahin - adivino-, he hallado a muchos adivinos en mi vida y Mahoma no se les parece en nada. Mahoma es un hombre sincero. Aconseja el bien y prohíbe el mal.»

Abu-Dharr sale de su escondite y va a encontrar al profeta. Sabe que éste y sus seguidores son perseguidos. Inmediatamente se le ofrece una prueba de ello. Pregunta a un vecino dónde está la casa de Mahoma. El hombre, al oír la pregunta, da la voz de alarma: «¡Coraichitas, aquí tenéis a un nuevo musulmán!».

Los que pasan por allí se arrojan sobre Abu-Dharr para lincharlo. El asesino salva su vida a duras penas. Dice: «Cuando volví en mi, estaba como un ídolo pintado de rojo.»

Al día siguiente, ve por primera vez a Mahoma y lo reconoce en la calle. Abu-Dharr se acerca al profeta y le habla. Mahoma escucha la historia del asesino ghifarita, lleva la mano - embarazado- a su frente y no sabe qué contestar.

¿Introducir a un asesino en el Islam?

El profeta pregunta a Abu-Dharr cuánto tiempo hace que se encuentra en La Meca. El bandido contesta que se halla en la ciudad desde hace treinta días. Mahoma le pregunta con qué se alimenta. El bandido responde: «Con el agua de Zam-Zam. Es mi único alimento. Bebo durante la noche. Y sin ayuda de ningún otro alimento, durante estos treinta días he engordado.»

Abu-Bakr invita al bandolero a su casa. Le instruye en el Islam. Después, Abu-Dharr es enviado de nuevo a su tribu, para que predique allí la nueva religión. Abu-Dharr se convierte en uno de los más fieles musulmanes. Toda su tribu se convierte al Islam y deja de llevar la vida de los fuera de la ley .

 

XXVIII

EL CIELO DEL CAMPEÓN

El n6mero de fieles sigue siendo muy limitado. Mahoma sigue invitando a las gentes al Islam. Pero, con muy raras excepciones, los hombres siguen su camino. sin responder a la exhortación del profeta. En el desierto que rodea a la ciudad, Mahoma se encuentra con el campeón de lucha de La Meca. El que combate en todas las ferias. El que nunca es vencido. Se llama Rukanah. Guarda rebaños de corderos. Es como un gran bruto

estúpido. Los problemas religiosos nunca han irritado las células de su cerebro. Mahoma se detiene ante aquella inmensa criatura de Dios y le invita al Islam. Como lo hace con todo el mundo. El campeón Rukanah escucha a Mahoma que le habla del cielo, del infierno y del juicio final.

Responde: «Mahoma, yo creería en Alah, como tú me pides, si pudieras hacer caminar a esos dos árboles que están ante ti y si pudieras hacer que se acercaran el uno al otro, como dos hombres».

El campeón señala dos árboles solitarios, bajo los que pastansus ovejas.

«Es muy sencillo - contesta Mahoma -. Ve junto a ellos y diles que caminen el uno hacia el otro. Diles que es una orden de Mahoma.

El campeón vacila. De pronto, tiene miedo. Abandonados en el desierto de arena, bajo el ardiente desierto del cielo, los árabes temen a la divinidad. Exactamente Igual que tienen miedo del rayo y de los temblores de tierra. Un milagro es como un incendio. Los árabes velan sus rostros cuando profetizan y cuando se hallan en presencia de la divinidad. Porque la divinidad es incandescente. Es de fuego. Y hay que guardarse de ella.

Por esta razón, quienes se han encontrado cara a cara con la divinidad han quedado señalados por sus rayos y su rostro lleva heridas de luz. Así se escribe en la Biblia, acerca de Moisés:

Moisés no sabía que la piel de su rostro irradiaba luz mientras hablaba con Dios,.. los hijos de Israel, habiendo visto a Moisés y dándose cuenta de que su rostro lanzaba rayos. temieron acercarse a él, . . Esa es la razón de que Moisés echara un velo sobre su rostro. hasta que volviera a hablar con el Eterno.

El campeón Rukanah se asusta de pronto: no quiere ver el milagro. Es demasiado peligroso.

Dice a Mahoma: «Me convierto al Islam y creo si puedes vencerme en combate».

Mahoma acepta. Nadie ha vencido jamás al campeón Rukanah. Pero un profeta debe tener confianza absoluta en Dios. Cuando se experimenta semejante confianza, es normal que uno se atreva a emprenderlo todo. Aun vencer al más fuerte de los árabes.

Mahoma dice: «Si te venzo, no te pediré que te conviertas, sino que me cedas la tercera parte de tu rebaño».

El campeón acepta. Comienza el combate. Rukanah lucha porque ése es su oficio. y para no perder sus corderos. Mahoma lucha con la desesperación de los profetas a quienes nadie escucha. Ese combate es para él el único medio de dar al campeón una prueba de la potencia divina.

Mahoma vence. Por tres veces cae de espaldas el campeón. Lleno de sudor, agotado, Mahoma sacude sus vestidos. Dice a Rukanah que le deja sus corderos y que no le pide que se convierta al Islam. Sólo ha querido mostrarle que Alah es más fuerte que todos los campeones y que el mismo Rukanah. Mahoma se aleja. Rukanah corre tras él. Le pide que le instruya en el Islam. Cree.

Mahoma sabe que un profeta debe ser más que un políglota.

Debe hablar a cada uno en su propia lengua. Porque está escrito: Responde al simple de acuerdo con su simplicidad. A un luchador hay que hablarle con los músculos, porque las palabras están, para él, desprovistas de sentido. El lenguaje del campeón es el de los músculos. Ni siquiera Dios puede hablarle de otro modo. y el profeta debe hablar a todos.

 

XXIX

HAMZAH, EL CABALLERO DEL ISLAM

El odio contra Mahoma llega a su paroxismo. Pero ahora los adversarios del Islam dudan sobre si asesinar o no al profeta. Cuenta ya con algunos fieles importantes. Los extraños al clan no le dan muerte porque temen complicaciones y el precio de la sangre que no dejarían de exigirles. Los miembros de la familia quieren asesinarle. Pero eso les resulta difícil. Matar a un individuo del mismo clan; es amputarse un miembro. Un pie, una mano, una oreja, por mucho daño que os hagan, no son eliminados sin vacilaciones. Es difícil: se trata de una parte integrante de vuestro cuerpo. Si se amputa uno de los miembros sufre todo el organismo. El clan grita a Mahoma:

Te vemos débil entre nosotros; y sin tu clan te hubiéramos lapidado, porque no eres poderoso entre nosotros.

Por el momento, la vida de Mahoma está segura. Pero se le hace cada vez más insoportable. Tras el asesinato de Halah en el santuario, Mahoma es atrozmente golpeado en plena calle.

Cae entre el fango y le dan violentos puntapiés. Personalmente, nada de eso le sorprende. Es una aventura que le sucede con frecuencia desde que es profeta.

Los niños le persiguen en grupos, por todas las calles, le tiran piedras, le cubren de inmundicias y le gritan palabras ofensivas. Ahora, Mahoma sabe que el ridículo forma parte de la misión del profeta. A la cabeza de los perseguidores se encuentra siempre Abu-Jahl, llamado «el padre de la locura» (2).

Un día que Mahora es atado y golpeado de nuevo en la calle, por un grupo dirigido por Abu-Jahl, un árabe se presenta en casa de Harnzah, el tío de Mahoma, y le cuenta lo que acaba de suceder. Hamzah es un caballero, un gigante deportista y correcto. Vuelve de caza. Oye cómo su sobrino Mahoma ha sido pisoteado por los buitres de La Meca conducidos por Abu-Jahl.

Las cuestiones religiosas no interesan a Hamzah; deporte y combates llenan su vida. Está contra las teorías religiosas de Mahoma, porque se dice que semejantes teorías atentan a los antepasados. Por lo tanto, son contrarios al espíritu caballeresco. Pero golpear a su sobrino, es como aplastar los dedos de Hamzah o amputarle una mano. Quien hiere al miembro de un clan hace sufrir a todo el clan. Con un sufrimiento verdaderamente físico. La reacción del beduino, del hombre del clan, para quien asabiya, la solidaridad tribal, y achira. la solidaridad de sangre, son leyes sagradas, se desencadena de pronto. Hamzah no puede dominarse más. Se siente personalmente herido. Corre armado, tal como estaba. a la casa del agresor, Abu-Jahl, y le inflige un buen correctivo corporal. Públicamente, tal como conviene. La pena infligida por Hamzah es tanto más severa cuanto que es un barraz, un caballero especializado en los combates singulares. Es un verdadero mosquetero. En el fuego del combate, Hamzah, que se siente solidario de Mahoma, su sobrino - por la sencilla razón de que es su sobrino - y por lo tanto como si formara parte de su cuerpo, grita a Abu-Jahl.

«¿Te imaginas que Mahoma ha quedado abandonado por los suyos? Pues óyelo: j a partir de hoy, abrazo su religión.  Me hago musulmán. Y si tú o cualquier otro, tenéis el valor de atacar al Islam, podéis venir a encontrarme».

A partir de ese momento, el Islam cuenta en su seno con un caballero, un barraz. que al lado de Alí llevará la gloria de Alah por todos los campos de batalla en todos los combates singulares de caballeros sin miedo.

Hamzah abraza el Islam por solidaridad de clan. Por honor.

Al mismo tiempo, la violencia de los enemigos se organiza y redobla. Se hacen más intensos los ataques contra el profeta. Pero Mahoma sabe que ser profeta es vivir en peligro.

sigue

 Tus compras en Argentina

 

 Tus compras en México

 

Tus compras en Brasil

VOLVER

SUBIR