LAS RELIGIONES DEL MUNDO

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La religión griega arcaica

Dioses-hombres en los tiempos remotos
La formación de los mitos
La fuerza de la palabra
Dioses muy humanos
La imagen mítica del mundo

Llamamos "mito" a la descripción de un orden del mundo anterior al orden actual, y tiene la finalidad de explicar una ley orgánica de la naturaleza de las cosas. Por ejemplo, el ciclo mítico de la diosa Deméter -uno de los más grandiosos del pensamiento griego- explica místicamente la germinación, el crecimiento y la maduración del trigo.

Por tanto, no toda leyenda antigua es un mito. Para merecer este nombre, el relato debe referirse al mundo de las esencias; al mito le repugna lo accidental y lo accesorio.

Los mitos mediterráneos, con sus tres principales focos en Grecia, Egipto y Roma, pretenden penetrar en los orígenes y las leyes que rigen el cosmos y el mundo con él, casi siempre a través de la introducción, en el relato mítico, de la intervención directa de los dioses.

 

Dioses-hombres en los tiempos remotos

 

Buscando una explicación a las sobrecogedoras experiencias de lo sobrenatural entendido como el desencadenamiento de fuerzas superiores que originan las tormentas y los terremotos y causan la muerte tanto como la vida...

Hablar de la religión griega arcaica significa adentrarnos en un universo politeísta al que no estamos acostumbrados y que nos puede confundir. No obstante, en los diversos aspectos que a veces pueden parecer contradictorios subyace un orden y una experiencia religiosa única.

La religión griega arcaica carece de escritos que contengan algún tipo de revelación divina tal como aparece en los Vedas de la India o, sin ir tan lejos, en las Sagradas Escrituras de los hebreos y los cristianos, o el Corán entregado por Alá a Mahoma. Por lo tanto, la religión del entorno griego más primitivo, y la del posterior, no es una "religión del libro". Y si bien a partir de los siglos VIII-VII antes de nuestra era muestra una cierta continuidad con la religión del mundo minoico-micénico, con el desarrollo de las ciudades-estado las diferentes preocupaciones vitales de cada una de ellas irán configurando el variado espectro de lo que llamamos religión griega.

Pero la diversidad no significa dispersión o arbitrariedad, y hay que tener en cuenta que, en la antigua Grecia, el ámbito religioso era inseparable del dominio social o político.

 

La formación de los mitos

 

Los griegos expresaron sus creencias a través de las narraciones transmitidas primero oralmente y después por escrito, y conocidas bajo el nombre de mitos. La mitología griega forma un complejo entramado de narraciones, a veces aparentemente contradictorias, que reflejan este universo divino politeísta.

Con la asimilación de la escritura fonética fenicia en el siglo VIII antes de nuestra era, se recupera la palabra escrita que se había perdido después de la desaparición del mundo micénico. El mito, del que se tiene constancia incluso desde épocas anteriores a la arcaica, floreció en el canto épico, la poesía lírica y la coral, los himnos, y más tarde en las tragedias, las comedias y, con un uso diferente, la filosofía. En consecuencia, no se puede hacer una distinción tajante entre religión y literatura o narración.

 

La fuerza de la palabra

 

La palabra conduce la expresión de lo divino, instaura un orden. En cierto modo, los relatos míticos son narraciones literarias y, si bien implican un cierto grado de ficción, existe en ellos una dimensión de realidad vivida (aunque no necesariamente verídica), al igual que en la historia sagrada para el creyente cristiano. Los mitos no son meras fabulaciones y obedecen a un código preciso. Y, aun así, en nuestro vocabulario pervive la acepción del mito como fabulación, como sinónimo de algo imaginario e inalcanzable.

El antropomorfismo caracteriza la religión griega en Creta y Micenas desde épocas tan tempranas como el segundo milenio antes de nuestra era. La mitología griega comparte este antropomorfismo con otras mitologías de culturas más antiguas (como las mesopotámicas), aunque tiene una característica propia: sus dioses no crean al hombre.

La vida de los dioses se imagina con el lenguaje humano. En el mito, el encuentro con lo divino se expresa en el elemento humano de los dioses. Los dioses griegos viven en familia, se narran sus nacimientos (teogonías) y vidas, que transcurren entre rivalidades, conflictos dramáticos, amistades o matrimonios a semejanza de los humanos. En el mito, y también en la iconografía, el nombre divino representa a un sujeto, a una persona, que a veces puede asumir forma humana e incluso se puede producir un encuentro físico entre el hombre y el dios.

 

Dioses muy humanos

 

Entre los griegos primitivos, los dioses cumplían unas determinadas funciones y tenían una esfera de acción que incluso hoy se refleja en los adjetivos que acompañan a cada uno de los nombres divinos.

En el culto se expresaba la función de un dios mediante la invocación de atributos que acompañaban a su nombre. Estos atributos podían ser de tipo toponímico, descriptivo, geográfico, y otros, y variaban en función del dominio en que se esperaba la intervención divina. Así había un Zeus dios de la lluvia, y un Zeus guardián de la ciudad, o un Zeus de todos los griegos. El dominio de cada una de las divinidades estaba perfectamente delimitado, aunque en cada esfera de acción podían intervenir simultáneamente varias divinidades.

En Grecia se rendía culto a dos figuras: a los dioses y a los héroes, mortales que con frecuencia eran hijos de dioses. El culto podía constar de diversas actuaciones, como el rezo, las libaciones, las ofrendas y el sacrificio.

El sacrificio era el acto más importante del culto. Era una muestra de la devoción porque con él se buscaba contentar a la divinidad. Solía tratarse de animales que se sacrificaban y constituían un banquete compartido con la divinidad, ya que los hombres comían la carne del animal ofrecido. En casos excepcionales también se practicaban sacrificios humanos.

Sin duda, el mito como expresión de la religiosidad y, por lo tanto, de la cultura griega nos sitúa en una extraña posición respecto a una cultura tan alejada de la nuestra en el tiempo. Por un lado, existe una cercanía impresionante del hombre con la divinidad y, por otro, hoy nos plantea el interrogante acerca de su verdadero significado: ¿metáfora, mera fabulación, verdad vivida?

Pero finalmente lo que nos queda equivale a una expresión vivaz e inusual de la cercanía del hombre respecto a la divinidad.

 

La imagen mítica del mundo

 

Toda religión se desarrolla en un entorno geográfico y social que, si bien no es determinante, sí ayuda a entender algunos de sus aspectos. Así la mitología griega más remota recreó su propia imagen del mundo que se basaba en un sustrato verídico en el que se inserían los diferentes personajes y escenas míticas creando lo que se llama una imagen geográfico-mítica del mundo habitado.

Esta imagen fue representada en mapas que evolucionaron a medida que los griegos iban conociendo más territorios y perfeccionaban sus conocimientos astronómicos. En general los límites de este mundo se solían poblar de seres extraños con costumbres extravagantes. Como siempre sucede en los mitos, una realidad conocida iba acompañada de una realidad inventada, fruto en este caso del encuentro con lo desconocido propio de pueblos tan diferentes del griego.

La mitología refleja una imagen del mundo vertical y otra horizontal.

Los límites de la "geografía horizontal", que correspondería a nuestro concepto actual de "geografía", fueron variando a medida que los griegos iban fundando nuevas colonias por el Mediterráneo.

El mundo o ecumene de los antiguos griegos era principalmente el Mediterráneo, más allá del cual estaban las tierras incógnitas.

Dos personajes míticos, dos hermanos, marcaban los límites oriental y occidental: Atlas sostenía la bóveda celeste en el occidente (correspondiendo al actual Estrecho de Gibraltar) y Prometeo estaba encadenado a las rocas del Cáucaso, en oriente.

La "geografía vertical" correspondía a una imagen tripartita del universo en cielo, tierra y submundo o Tártaro más allá del cual estaba el Caos infinito. Estas dos geografías estaban contenidas en un mar que todo lo circundaba, Océano. Es en estos niveles cósmicos donde encontramos a las diferentes divinidades de la mitología griega.

 

La religión en Cnosos y Micenas

Misterio, arte y religión
Las epifanías
La Gran Diosa Madre y Dioniso
El laberinto y el Minotauro, Teseo y Dioniso
El laberinto
Minotauro
Teseo
Dioniso

 

Misterio, arte y religión

 

Arte y religión van de la mano; sea el arte el que encauza el sentimiento religioso o este sentimiento el que genere la actividad artística, lo cierto es que el arte ofrece una lectura de la experiencia religiosa. En la relación que se establece media la naturaleza: lo divino se manifiesta en la naturaleza.

Cuando en 1900 sir Arthur Evans excavó en Creta el palacio de Cnosos en busca de una de las más esplendorosas civilizaciones del Mediterráneo, asoció el lugar al mítico rey cretense Minos. De aquí surgió el nombre de "cultura minoica".

Posteriormente se encontraron, tanto en Cnosos como en Micenas y Pilos, unas tablillas de arcilla con una escritura que, una vez descifrada, resultó ser una lengua griega arcaica. En consecuencia, se dedujo que ambos lugares compartían la misma cultura, llamada desde entonces minoico-micénica. Cnosos y Micenas fueron dos centros de poder palaciego: el primero en Creta y el segundo en el Peloponeso, en la Argólida. Por lo que respecta a la religión, se puede llamar simplemente religión minoica.

La religión es la expresión de un entorno, de un mundo que en este caso es la isla de Creta, la mayor del Mediterráneo. La cultura minoico-micénica pertenece a la llamada Edad del Bronce, cuyo apogeo se sitúa en el segundo milenio antes de nuestra era, y que desapareció de improviso en el primer milenio. Existen testimonios del esplendor e importancia de estos sitios palaciegos, sobre todo en lo que respecta a la actividad artística, como lo demuestra el hallazgo de una ingente cantidad de objetos y de pinturas murales. A través de ellos conocemos la relación del hombre con la divinidad.

La escritura de aquella época que ha pervivido hasta hoy se limita a meros catálogos de contabilidad administrativa, en la que apenas aparecen nombres de divinidades.

El hombre no ocupa el centro, está situado enfrente de la divinidad tal y como se puede observar en los gestos cultuales representados en las vasijas, los anillos y las pinturas murales. Se trata de visiones y de epifanías divinas en la naturaleza.

 

Las epifanías

 

Con frecuencia, los lugares de culto se encuentran en la naturaleza: fueron cuevas, santuarios de montaña, árboles e incluso animales. Pero el sitio en sí no fue objeto de adoración, sino el lugar "santo" en el que se mostró la divinidad y, en general, ésta se suele representar con figura antropomorfa. La naturaleza del lugar también podía evocar la presencia divina, y así había unas cuevas con estalagmitas que evocaban el útero materno y en las que, según se creía, se había producido la epifanía de la diosa parturienta Ilitia. En cuanto a los animales, el toro, presente por doquier en el arte y la arquitectura cretense y en el que se había encarnado la divinidad, era un animal sagrado. Así es muy frecuente el recurso al símbolo de los dos cuernos y del doble hacha, ya que esta última era el instrumento utilizado para sacrificar al toro.

Las epifanías tienen un carácter festivo y van acompañadas de gestos cultuales y movimiento. Para indicar la epifanía, los artistas representaban a los que las presenciaban con los brazos y manos levantados y con las palmas abiertas. La epifanía misma solía mostrar a la divinidad bajando en movimiento, ejecutando una danza. Era en la danza donde la divinidad se encarnaba, y de ahí la importancia de la misma en los actos religiosos. Era el modo que tenían los humanos de celebrar la llegada de la divinidad; en las procesiones se solía danzar.

 

La Gran Diosa Madre y Dioniso

 

Las divinidades más representadas suelen ser femeninas. Se trata de la Gran Diosa, la Diosa Madre de la Naturaleza, la señora de los animales (pótnia téron) que ya se encuentra en otras religiones orientales como, por ejemplo, la Madre Diosa anatólica. Pero aunque predominaba la figura de la Gran Diosa también había divinidades masculinas.

El dios más importante y que desempeñará un papel determinante en la religión griega posterior es Dioniso, un dios genuinamente cretense, que aparece mencionado junto a Poseidón y Zeus en las tablillas.

El nombre de Dioniso aparece asociado a la viticultura, que ya se practicaba en los palacios cretenses y que desde allí fue llevada a Grecia. Forma parte de su personalidad divina el estrecho vínculo con la naturaleza, con lo vegetal y lo indestructible inherente a ella y con la embriaguez momentánea de lo que nunca muere. Posteriormente, en Grecia circularía un mito que vinculaba a Dioniso con la isla de Creta y, en particular, con la hija del rey mítico Minos, Ariadna.

Los artistas fueron los vates de lo divino, así como posteriormente en la Grecia arcaica lo serían los poetas épicos; y, por supuesto, la representación antropomorfa de las divinidades será un precedente para la posterior religión griega.

 

El laberinto y el Minotauro, Teseo y Dioniso

 

El laberinto

 

El laberinto aparece mencionado en las tablillas de Cnosos en relación con un culto subterráneo de carácter iniciático. De hecho, en Creta existían cavernas como lugares de culto. El iniciado que salía de estas grutas lo hacía como un hombre nuevo, de manera similar al que se adentra en un laberinto y consigue encontrar la salida. El posterior mito griego del Minotauro estaría relacionado con este aspecto del culto arcaico cretense. Se conserva en Roma un grafito de los tiempos imperiales en el que un niño dibujó con un clavo en una pared un laberinto y escribió debajo: Laberynthus. Hic habitat Minotaurus ("Laberinto. Aquí habita el Minotauro"). Desde los tiempos arcaicos hasta las revistas de pasatiempos de nuestros días, pasando por la Roma clásica, las estelas celtas y los atrios de las catedrales góticas, el laberinto forma parte de la conciencia colectiva como un viaje iniciático que, partiendo del exterior, lleva al conocimiento de un centro interior entendido como el origen y el final del mundo.

 

Minotauro

 

Monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre, concebido por la esposa del rey Minos, Pasífae, de un toro con que el dios Poseidón había obsequiado al rey. Minos, avergonzado y asustado por lo que su esposa había dado a luz, mandó construir un inmenso palacio (el Laberinto) formado por un embrollo tal de salas y corredores que era muy difícil encontrar la salida. Allí encerró al monstruo, a quien periódicamente le sacrificaba siete muchachos y siete doncellas ofrecidos como tributo por la ciudad de Atenas. El joven héroe Teseo se integró voluntariamente en uno de estos grupos de víctimas sacrificiales y venció al Minotauro saltando por encima de él y agarrándole por los cuernos; además, ayudado por la enamorada Ariadna, encontró la salida del palacio. Esta leyenda conserva el recuerdo de la antiquísima civilización minoica que, según parece, rendía culto a los toros como personificación del dios sol. En la actualidad se cree que las corridas de toros son un culto solar heredero del "salto del toro" micénico.

 

Teseo

 

Al filo de la conclusión de la era matriacal, que dio paso a la civilización patriarcal en el entorno mediterráneo, se alza el héroe quizá más carismático de la Antigüedad: Teseo, un gigante de enorme talla que da muerte al Minotauro y libra a Atenas de su tiranía, presiente los terremotos, seduce y abandona a las mujeres, vence a las amazonas y a los centauros, gobierna ciudades y finalmente muere, quizás suicidado, junto al mar.

 

Dioniso

 

Llamado Baco por los latinos, era el dios de la viña y de la embriaguez entendida como delirio místico. Su leyenda, larga y compleja, incluye un nacimiento doble, un largo periplo entre militar y milagrero alrededor del mundo entonces conocido y, finalmente, la ascensión al cielo en calidad de dios. Lo que no impidió que, después de entronizado, volviera a la Tierra para raptar o salvar a Ariadna, cuando ésta acababa de ser abandonada por Teseo en la isla de Naxos.

De las fiestas alocadas en honor de este dios se originaron las representaciones del teatro y las Bacanales, que perviven en nuestros días en los carnavales de todo el mundo.


Dioses y sabios en Asiria y Babilonia

El poder divino de la ciencia  
Babilonia: religión y astrología
Las ciencias divinas de los magos mesopotámicos

 

El poder divino de la ciencia

 

La civilización sumerio-acadia, primero, y de Babilonia, más tarde, fueron culturas avanzadas con un concepto de la educación muy cuidado y una religión de resonancias astrológicas, que se concentraba en los complejos ritos que probablemente se practicaban en los famosos zigurats.

La primera ciudad sumeria según la leyenda fue Eridu. En la segunda (Badtibira) reinó el pastor Dumuzi, que se casó con la diosa Inanna. Después vino un diluvio (se ha comprobado que, efectivamente, hacia 2900 antes de nuestra era, la zona sufrió un cataclismo de estas características) y un único superviviente, Ziusudra, vio cómo la civilización sumeria tenía que empezar de cero hasta alcanzar las grandes cotas de civilización bajo el mítico rey Gilgamesh. Más tarde llegaron los acadios, pueblo semita dirigido por su soberano Sargón. Tras siglos de alternancia y mezcla con pueblos extranjeros, como los amorreos y los enigmáticos qutu, la religión de la zona presenta evidentes características eclécticas, debido a los diversos orígenes de cada pueblo que la habitó. Por ejemplo, con la invasión de Sargón, la lengua acadia se impuso, pero se permitió usar el sumerio para el culto.

Los zigurats -su tipo de construcción más original- eran unas pirámides escalonadas de las que han quedado algunos vestigios -en ocasiones muy completos-, cuya función es motivo de controversia para muchos estudiosos. Algunos los consideran enormes altares. Lo más probable es que fueran sede de los ritos hierogámicos en los que la sacerdotisa se unía a la divinidad, representada por el rey o el sumo sacerdote. Desde la cima de los zigurats es muy probable que los magos y adivinos observasen las estrellas.

Los sacerdotes sumerio-acádicos eran instruidos en las edubba (literalmente, "casa de las tablillas", puesto que la escritura cuneiforme propia de esta cultura se se consignaba sobre tablillas de barro) y la enseñanza superior incluía temas de teología y lectura de textos sagrados. Después seguía la formación necesaria para desempeñar ciertas funciones, ya que el sacerdocio incluía varias especialidades. Por ejemplo, los Gudu se ocupaban de la unción; los Gala, de los cánticos; los Mashmash, de los conjuros; los Mashushu, de la adivinación, y los Ukku, de los funerales. Respetaban jerarquías: los sacerdotes "jefes" solían ser parientes del rey y pertenecían a las categorías superiores, llamadas sanga y nubanda. Las mujeres sacerdotisas (nidingir y nunig) tenían el estatus de ayudantes.

La religión sumerio-acádica tenía muy en cuenta la agricultura y los astros, por lo que las estaciones, el agua y la fertilidad eran conceptos muy importantes en el rito. El templo era el centro de culto y era llamado "casa" tanto en sumerio (e) como en acadio (bitu). Los santuarios eran llamados esh. Durante las celebraciones, se hacían libaciones de agua, cerveza, vino, zumo de dátiles e incluso aceite, y se realizaban sacrificios de animales, así como prácticas adivinatorias. Cualquier excusa era buena para celebrar una fiesta ritual: una victoria militar, la construcción de un templo, el cambio de estación o la cosecha. La fiesta del año nuevo era la más importante. También, aparte del panteón de los dioses, se creía en los demonios, por lo que los exorcismos practicados por sacerdotes especializados eran frecuentes.

 

Babilonia: religión y astrología

 

Como civilización mesopotámica posterior, Babilonia se sustentó en los pilares culturales de las tradiciones precedentes, en especial la sumerio-acadia. En el ámbito religioso es muy evidente. Los pueblos que habitaron sucesivamente Babilonia (amorreos, caldeos, arameos, casitas) eran de mentalidad abierta y no les importó conservar las tradiciones religiosas que les habían precedido. Hubo aportaciones, evidentemente (por ejmplo, los casitas incorporaron los principales dioses de su propio panteón, como Kashshu, Shulimaya y Shugamuna), pero la lengua principal de culto siguió siendo sumeria. Además, la mayoría de dioses, aun con estos nombres, son básicamente los de la tradición sumeria y acadia.

Entre ellos, la figura central era Marduk (el Enlil sumerio), que era conocido con más de cincuenta nombres y se convirtió en paradigma y protagonista del poema que relata el mito cosmogónico babilónico, el llamado Enuma Elish. En honor de Marduk se construyó el mayor templo babilónico, el Esagila. Las diversas escuelas teológicas de Babilonia, Ur, Sippar y Eridu, aportaban tantas deidades que el sincrético panteón babilónico consta de más de tres mil, debidamente jerarquizadas y agrupadas en familias. No obstante, se ha podido constatar que el culto a Marduk y a sus familiares era practicado por las clases dirigentes: los babilonios de a pie parecían confiar más en una especie de dioses personales o familiares, y en las prácticas de magia y brujería.

Dado el ingente número de dioses, existían muchos templos. En ellos se adoraba a las estatuas (los dioses se representaban siempre de modo antropomorfo, y su comportamiento era muy humano en los mitos), que eran limpiadas, vestidas y alimentadas con ofrendas casi a diario. Los demonios, que también eran importantes en la cultura religiosa babilónica, eran representados como híbridos entre humanos y animales, y su dominio era la noche. Eran muy temidos, por lo que la figura de los exorcistas era muy importante. Como en Sumer, los sacerdotes y sacerdotisas estaban especializados en distintas funciones y aunque cambien algunos nombres, seguían siendo especialistas. Sin embargo, una aportación importante era la del Urigallu, o custodio del templo. El sumo sacerdote, que estaba por encima de todos los servidores de los dioses, era denominado Enu.

La mayoría de divinidades eran de origen astral. Los babilonios pensaban que los astros eran imágenes de los dioses y que podían influir en el destino humano, por lo que los observaban y les rendían culto. En Nínive y Babilonia hubo grandes observatorios donde los astrónomos y astrólogos documentaban, estudiaban y predecían con precisión eclipses y otros fenómenos, tal vez los primeros de los que hay constancia escrita en la historia de la humanidad.

 

Las ciencias divinas de los magos mesopotámicos

 

A-ki-til: Fiesta ritual del Nuevo Año que celebraban los sumerios. Su denominación significa literalmente "fuerza que hace revivir el mundo". En ella se conmemoraba la efímera comunión entre los dioses y los hombres. El soberano sumerio encarnaba el papel del dios Dumuzi.

Akitu: Versión acadia del A-ki-til, sustituyendo a Dumuzi por Tammuz.

An: Deidad sumeria que se identifica con el cielo. En principio era la divinidad soberana, pero por su estatus de dios ocioso quedaba relegado respecto de otros dioses del panteón mesopotámico. Fue engendrado por Nammu.

Anunaki: Los siete jueces del infierno babilónico.

Apsu: Deidad babilónica masculina que representa el agua dulce.

Aruru: Diosa sumeria a quien se atribuye la creación del ser huamano, aunque otras versiones se decantan por la acción combinada de Enki (que insufla vida) y Nammu (que proporciona el corazón).

Dumuzi: En la mitología sumeria, pastor que se casó con la diosa Inanna. Tras marchar su esposa a conquistar la tierra de los muertos, usurpó su poder. Cuando Inanna volvió lo arrojó al infierno.

Ea: En la mitología babilónica, señor de las aguas que mató a Apsu y engendró con su esposa Damkina a Marduk.

Enki: Señor de la tierra y dios de los cimientos en Sumer. Al principio fue considerado erróneamente por los estudiosos dios de las aguas porque la concepción sumeria de la Tierra (que descansaba sobre un inmenso océano) permitió la confusión.

Enlil: Dios sumerio. Considerado Señor de la Atmósfera y llamado también "Gran Monte", nació de la unión e identificación entre las divinidades An y Ki.

Enuma Elis:. Poema cosmogónico babilónico en el que se narran la creación del mundo y las peripecias y dramas de los diversos dioses sumerios, acadios y babilónicos.

Epopeya de Gilgames:. Famoso texto babilónico en estilo bíblico que narra las vicisitudes del héroe y rey de Uruk Gilgamesh en su búsqueda de una inmortalidad que finalmente no consigue. Ello es interpretado por los estudiosos como una tendencia mesopotámica al pesismismo antropológico y religioso, una visión más existencial de lo habitual en las religiones del mundo antiguo.

Ereshkigal: En la mitología babilónica, hermana mayor de Inanna. Era la reina del inframundo y de la muerte y su mirada mataba. Retuvo a su hermana en el infierno cuando ésta intentó usurpar su poder y sólo la liberó a cambio de quedarse con Dumuzi.

Gilgamesh: (Véase Epopeya de Gilgamesh).

Hammurabi: Soberano amorreo de Babilonia que inauguró una dinastía y restableció la unidad en Mesopotamia durante un siglo. Afirma haber sido engendrado por la diosa Sin (Luna).

Inanna: Importante diosa babilónica, correspondiente a la estrella Venus y símbolo del amor. Más tarde fue llamada Ishtar y con posterioridad Astarté. Para expresar la plenitud de sus poderes, se la representaba hermafrodita.

Ishtar: Nombre acadio (y más conocido) de la diosa Inanna.

Ki: Diosa sumeria de la Tierra, engendrada por Nammu junto a An para formar la primera pareja de dioses creadores.

Kingu: Dios guerrero creado por Tiamat para vengar la muerte de su esposo Apsu. Fue vencido por Marduk, que también acabó con la vida de Tiamat, con cuyo cráneo formó la bóveda celeste.

Marduk: Versión babilónica del dios sumerio Enlil. Vencedor de los dioses de las aguas, a partir de sus despojos configuró el cielo y la tierra.

Nammu: Diosa sumeria considerada madre del cielo y de la tierra y también abuela de todos los dioses. Se la identificaba con un pictograma con las aguas primordiales. De ello se deduce la teoría acuática de los sumerios sobre el origen del mundo.

Nam-tar: Acto de determinación de ciertos decretos que los sumerios atribuían al juicio divino. Se lleva a cabo durante el A-ki-til o Año Nuevo.

Nanna-suen: Diosa babilónica de la Luna.

Nergal: Esposo infernal de Ereshkigal y, por tanto, rey del mundo de los muertos.

Nidama: Diosa que reveló el enclave celeste de las estrellas benéficas al rey sumerio Gudea en un tablero, lo cual posibilitó el importante papel que tienen los templos y zigurats en la cultura mesopotámica.

Ningursag: Diosa sumeria. Compañera de Enki, engendró con él varias hijas para después repudiarlo. Enki enfermó a causa del rechazo de su esposa, y ella, compadecida, acabó por curarlo con su "mirada de vida".

Shamash: Nombre babilónico del dios del Sol. Junto a Ishtar y Marduk constituía el triunvirato de dioses más adorados en el período babilónico a partir del reinado de Hammurabi.

Sin: Nombre que se daba en Babilonia (a partir de Hammurabi) a la diosa de la Luna.

Tammuz: Versión babilónica del sumerio Dumuzi. Se le rindió culto durante mucho tiempo; su mito corresponde al del dios joven que muere y resucita cada año, siendo metáfora del eterno retorno, al estilo del egipcio Osiris.

Tiamat: Divinidad femenina babilónica que representa al agua salada. Fue vencida por Marduk, quien hizo de su cráneo la bóveda celeste y de sus ojos, el Tigris y el Éufrates.

Tiara de cuernos: Emblema sumerio, común a otras civilizaciones del Próximo Oriente, cuyo probable origen neolítico es el simbolismo religioso del toro.

Ut-Napishtim: Superviviente del diluvio universal. Impuso a Gilgamesh una serie de pruebas de las que no pudo salir victorioso, por lo que no consiguió la inmortalidad.

Utu: Dios babilónico del Sol.

Zagmuk: Nombre babilónico dado al Akitu acadio y al A-ki-til sumerio.

Zigurat: Torre escalonada de base cuadrangular, común a todas las culturas mesopotámicas y desde la que los magos contemplaban las estrellas y descifraban su influencia. El más conocido es el de Ur.

Zisudra: Único hombre -inmortal- que se salvó del diluvio en la cultura sumeria. En la versión acadia es llamado Ut-Napishtim.

 

Dioses y reyes en el antiguo Egipto

Una religión del ciclo cósmico
Religión de Estado
Divulgación de la piedad
Dinastías egipcias divinas
El Uno, los dioses demiúrgicos y los conceptos fundamentales de la teología egipcia

 

Una religión del ciclo cósmico

 

Los ciclos de los astros y de la crecida anual del Nilo tuvieron tanta influencia en la percepción del tiempo y el espacio entre los egipcios, que éstos concibieron el mundo como un equilibrio sutil de fuerzas. La necesidad de un orden universal dio pie a numerosos ritos en el intento de desvelar la cara oculta del universo y sus poderes.

Entre los egipcios, el ciclo natural de la crecida anual del Nilo había de ser preservado porque por experiencia sabían que de él dependía la fertilidad de la tierra y, en consecuencia, la abundancia de las cosechas. Llevando estas observaciones a un nivel trascendente, la puntualidad de los ciclos naturales -medida con la ayuda de unas ciencias astronómicas y matemáticas muy avanzadas- sugería la idea de una ordenación universal del caos, es decir, la creación del mundo (no de la nada, sino del caos primordial), así como de una nueva vida para el hombre tras una muerte inevitable, habiendo equiparado la muerte con el caos, la noche y el mal por un lado, y la vida, con el orden, el día y la justicia, por otro. Sin embargo, el Principio Creador no era dual: el creador era el Uno que genera lo múltiple y se muestra a los humanos a través de su demiurgo.

El Uno es inalcanzable, incomprensible y oculto, pero se manifiesta de una forma múltiple a través de los "dioses": dioses del bien y del mal, del día y de la noche, de los vivos y de los difuntos, de la crecida y de las cosechas; dioses de cada nomo o poblado: un panteón de dioses, cada uno con su función, algunos con sus mitos, que en realidad no son más que el demiurgo de lo Uno, no facetas de él, sino diversas formas de hacerse si no comprensible, al menos cercano al hombre. Porque el hombre no sólo forma una parte pasiva de la creación, no sólo es creado, sino que es el rey divinizado (convertido en demiurgo, dios de los vivos mientras vive y de los muertos cuando ha fenecido) y por él toman una parte activa en el acto diario de la creación. La religión egipcia es la religión del mantenimiento diario del acto creador del Uno. El complejo ritual de cada amanecer, en un principio reservado al rey y con el paso de los siglos delegado en algunos funcionarios escogidos y finalmente confiado a la clase sacerdotal, pretende y logra, mágica y eficazmente, levantar al Sol sumido en el reino de la noche e impulsar su curso benefactor por el arco celeste durante el día. Este ritual logra el triunfo del Sol (la vida, el bien, las cosechas) sobre la noche (la muerte, el mal). Es la ordenación diaria que significa eficazmente el cosmos frente al desorden que es el caos.

 

Religión de Estado

 

Cómo alcanzó el rey ese estado divinizado es para nosotros un misterio que se difumina en la lejanía de los tiempos. Es imposible un salto repentino desde la Edad de Piedra a una elaboración tan abstracta y a un sistema tan coherente como el que encontramos ya en el tercer milenio antes de nuestra era en el valle del curso bajo del Nilo. Si finalmente se demuestra como cierta la reciente y polémica teoría que afirma que la erosión de la Esfinge de Gizeh y de su entorno no se debe al viento sino a la lluvia, la ciencia egiptológica deberá ser replanteada de arriba abajo, puesto que habrá que retrotraer el inicio de la historia por lo menos cuatro mil años y remontarlo hacia el octavo milenio antes de nuestra era.

En cualquier caso, el Egipto que nos queda y que conocemos con suficientes evidencias históricas es el imperio de un dios demiurgo (Horus, el Sol) llamado Faraón, que cuando muere es asimilado al dios demiurgo Osiris. Dios mortal/inmortal entre mortales a su servicio; todo el Estado egipcio existe, trabaja y vive para él, para su subsistencia, para su servicio y su defensa porque de él depende cada mañana la renovación del ciclo cósmico; de ello depende, a su vez, la vida y el relativo bienestar de todos: desde el más alto funcionario hasta el esclavo más ínfimo de la escala social egipcia.

Así se mantienen rígidas y larguísimas dinastías antiguas (con reinados individuales de hasta noventa años, como el de Pepi II), sus períodos intermedios hasta la llamada Época baja, cuando las conquistas exteriores y las crisis interiores van secularizando paulatinamente el culto real y los individuos (primero los de las clases más altas) van reclamando para sí una nueva vida tras la muerte en un paraíso que, sin embargo, reproduce siempre el paisaje y los quehaceres del Egipto cotidiano (por lo menos esto es lo que reflejan las pinturas y los textos en las tumbas).

 

Divulgación de la piedad

 

Junto a la expansión de la devoción popular relativamente reciente, desde la más remota antigüedad las festividades anuales del calendario sagrado egipcio han llamado a todos los fieles a presenciar las procesiones y a tomar parte en los juegos escénicos que recuerdan episodios cruciales de los mitos religiosos.

Toda gran fiesta se caracteriza por la "salida del dios", cuya estatua es sacada del santuario, colocada en lo alto de una barca gestatoria y llevada en procesión por el exterior de los muros del templo. A la multitud de los fieles y a los peregrinos, la aparición divina en la procesión les concede el privilegio de alcanzar finalmente la cercanía del dios, unos raros instantes de contacto con lo divino que los humildes aprovechan para invocar, impetrar e incluso consultar, a modo de oráculo, el movimiento de la barca llevada a hombros por los sacerdotes.

El detalle de que la imagen del dios sea llevada en una barca obedece por un lado al mito de la laguna que hay que cruzar para llegar al reino de los muertos, pero por otro también explicita lo que de vida y renovación suele implicar el medio acuático.

Sin duda es en estas fiestas cuando la humanidad egipcia puede expresar intensamente sus lazos individuales con el dios. Sin embargo, más que las ruidosas fiestas públicas y fuera de ellas, en la religión egipcia impera la recomendación de un contacto íntimo, continuado y silencioso: "La habitación del dios aborrece los gritos. Reza para ti con los deseos de tu corazón. Entonces el dios te atenderá, te escuchará". Así lo enseña un texto de la época que ha llegado hasta nuestros días bajo el título de Enseñanza de Anii.

 

Dinastías egipcias divinas

 

En el antiguo Egipto, el rey, Faraón, dios encarnado, garante del retorno regular de los ciclos naturales, rector de los actos de los hombres y personificación del poder de los dioses, asumió el papel de pivote central de un universo en constante creación y ordenación. Por todo ello, la religión fue ante todo y sobre todo un asunto de Estado.

 

El Uno, los dioses demiúrgicos y los conceptos fundamentales de la teología egipcia

 

Amón: gran dios de Tebas, el Uno, inaccesible, "el escondido".

Amón y Amonet: pareja de dioses del poder oculto en Hermópolis.

Anubis: dios perro funerario.

Atón: dios demiurgo de Ra, "ser y no ser".

ba: esencia de la divinidad, alma de los vivos que sobrevive a la muerte.

Bastet: diosa madre, benévola y terrible.

corazón: sede del pensamiento y de los deseos.

Faraón: rey dios.

Hathor: diosa madre, benévola y terrible.

He y Hehet: pareja de dioses del espacio infinito en Hermópolis.

Horus: dios halcón, inaccesible, faraón en vida, "lo alejado", hijo póstumo de Osiris e Isis.

Isis: diosa madre, esposa de Osiris, asociada a la constelación de Virgo.

ka: principio de la energía vital.

Ke y Keket: pareja de dioses de las tinieblas en Hermópolis.

kheperu: conjunto de formas demiúrgicas de manifestación del Uno.

Khum: dios carnero.

Maat: diosa hija de Ra, el orden necesario del universo.

Nun y Nunet: pareja de dioses del agua inicial en Hermópolis.

Osiris: dios de los muertos, faraón difunto, asociado a la constelación de Orión.

ouab: estado de pureza necesario para los servidores del dios.

Ptah, Apis: gran dios de Menfis.

Ptah Tatenen: la tierra que emerge tras la inundación del Nilo.

Ra: dios Sol, gran dios de Heliópolis ("ciudad del Sol").

sekhem: poder creador.

Sobek: dios cocodrilo.

Toth: dios de Hermópolis.

 

El culto a los muertos en el antiguo Egipto

Una omnipresencia aterradora de la muerte
Nueva vida tras la muerte
Magia y ritos funerarios
Tumbas y templos en los valles sagrados
La tumba
El templo
Aspectos religiosos de las civilizaciones prehelénicas
Ritos principales
 
Ciudades principales
Deidad femenina principal
Deidad masculina principal
Representación de las divinidades
Mito relacionado con un culto iniciático
 
Animal relacionado con el culto
Cultos de muerte
Lugar de los cultos
 
Rey mítico
Carácter religioso del rey
Dios de la renovación
 
Héroe semihumano
Dios del agua
Diosa de la tierra
 
Dios solar
 

 

Una omnipresencia aterradora de la muerte

 

La muerte y la aspiración a trascenderla crearon entre los egipcios un sistema de creencias y prácticas que, si al principio sólo se refirieron al rey, acabaron extendiéndose al resto de los mortales a través de un largo proceso de divulgación.

Si algo nos resulta fácil comprender, cuando penetramos en el envolvente mundo religioso de los egipcios de la Antigüedad, es -junto a su obsesión por el orden universal- su indudable amor a la vida. Por sorprendente que pueda parecernos a cinco mil años de distancia, la sociedad egipcia de los faraones, asentada en un medio natural cuya feracidad garantizaba puntualmente la crecida anual, aparentemente caótica, del río Nilo, era muy próspera. Según los relatos hebreos conservados en los libros bíblicos Éxodo y Números, incluso los esclavos echaban de menos, tras su salida de Egipto, el relativo bienestar de que habían gozado a pesar de su condición, y que habían perdido tras los pasos de un Moisés visionario e iluminado. "¡Quién nos diera carnes para comer! Acordándonos estamos de aquellos pescados que de balde comíamos en Egipto; nos vienen a la memoria los cohombros, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos." Ciertamente, la próspera sociedad egipcia podía permitirse el lujo de cuidar de sus esclavos y proporcionarles alimentos comunes, como los cohombros, las cebollas y los ajos, cuyas propiedades preventivas y curativas de numerosas enfermedades conocemos bien.

 

Nueva vida tras la muerte

 

Sin embargo, la concepción egipcia de la vida tras la muerte era muy primitiva: no se trataba del paso a una vida eternamente bienaventurada en la contemplación de la divinidad, sino de una prolongación o perpetuación de una vida suficientemente placentera en este mundo, pero en otro ámbito que, aun siendo paradisíaco, reproducía los ciclos, las cuitas y los quehaceres de la vida anterior. La muerte no era más que la última prueba que debía superar el justo; si luego, a la hora del juicio, su corazón no daba el peso requerido, el muerto era engullido por un monstruo devorador; en cambio, si la balanza permanecía en equilibrio con la virtud, su nueva vida apenas sufriría cambios, salvo que en lugar de realizar ofrendas, las recibiría y su grado social se conservaría mientras los deudos vivos mantuvieran el culto de las ofrendas. Aunque también, por si los deudos fallaban, el difunto ordenaba que decoraran su tumba con pinturas e inscripciones que, por magia eficaz, mantedrían para siempre vivo el culto del lado visible del mundo para que, en el otro, el difunto pudiera seguir disfrutando de la nueva vida.

Ciertamente, un proceso que el toque mágico hace rocambolesco y que inicialmente estuvo reservado al rey dios en cuanto dios. La progresiva secularización o divulgación (en todo caso, difusión) de la teología real permitió a muchos egipcios asumirla para alcanzar la ansiada inmortalidad, siempre, claro está, que pudieran obtener una licencia real y costearse una tumba con sus correspondientes enseres e inscripciones mágicas y pudieran hacerse con su propio pasaporte para la eternidad: el rollo de papiro que hoy llamamos Libro de los muertos y que -cuando se ha conservado- se ha encontrado sistemáticamente en las excavaciones junto a cada sarcófago.

 

Magia y ritos funerarios

 

Del amor a la vida y el conjuro de una muerte entendida como dislocación de los principios constitutivos de la persona emergieron las espectaculares construcciones funerarias con clara voluntad de permanencia indefinida en el lugar en que fueron construidas y que todavía hoy puntean el valle del Nilo. Por supuesto, con una obsesión por la obra bien hecha (ni siquiera hoy pasa el filo de una navaja por la rendija entre piezas de sillería cortadas con una precisión milimétrica), con una elaboración teológico-matemática asombrosa y con una monumentalidad cuyos medios de realización todavía no se conocen a ciencia cierta. ¡Todo ello, exclusivamente, para no perder la vida -así contuviera también algunas ocupaciones y preocupaciones- en un cosmos en constante creación y que a diario debía ser sometido a un proceso de ordenación perfecta!

La magia eficaz fue siempre elemento primordial en el ensamblaje de ritos que respondían al sistema de ideas de la religión egipcia. Y si los ritos regios del alba pretendían regenerar la acción del Uno cada mañana, los ritos y los monumentos funerarios pretendieron mantener vivo el recuerdo del difunto y así permitirle el paso a la nueva vida. La momificación, los elementos mágicos inscritos o depositados en la tumba y la misma tumba no pretendían otra cosa.

La momificación respondía a la creencia mágica de que la preservación del cuerpo era esencial para la supervivencia del difuno. Los procesos eran tan caros como en vida pudiera haberse costeado el interesado. La momificación del rey alcanzó un grado máximo de perfeción a partir de finales del Imperio Nuevo, para muy pronto dar paso a una rápida decadencia que ponía de manifieto el fracaso de los sabios en su pretensión de conservación intacta de los cuerpos. La momificación del faraón en la época de máximo esplendor técnico constituía un proceso de cuidados prolongado durante unos setenta días, y empezaba por la evisceración y desecación de todos los órganos con la ayuda de la sosa (natrón), y la recomposición y vendaje final con lino empapado en resinas y ungüentos aromáticos, como la mirra y la canela. Si recordamos el gran mito de Osiris descuartizado por su hermano Seth y recompuesto miembro a miembro por su hermana-esposa Isis, en la que después engendra al Gran Dios del Sol Horus, tendremos una idea de la coherencia egipcia al unir dioses y muerte para resumirlo todo en una sola palabra: vida, o en dos: vida eterna.

 

Tumbas y templos en los valles sagrados

 

En una religión en la que el rey es dios, el complejo de los monumentos funerarios reales se concibe como el puente de unión por excelencia entre el cielo y la tierra, el horizonte en el que el rey se beneficia de las ofrendas y nutre su vitalidad como un Osiris triunfante, asociado para siempre al curso solar.

 

La tumba

 

Al igual que en los monumentos religiosos, la arquitectura, el mobiliario y la decoración de la tumba ejercían una magia activa al servicio del difunto. Según las concepciones mágicas del egipcio, la imagen tenía valor de realidad y garantizaba al propietario el beneficio de lo representado, de ahí el esfuerzo para hacerla más duradera, sobre todo con el uso de la piedra; también a este fin, las imágenes habían de suplir la tibieza ocasional de los encargados de mantener el culto funerario. La mastaba (tumba construida en forma de macizo rectangular, con muros en talud que encerraban la capilla de culto y, en el subsuelo, el panteón funerario) había de ser el marco en el que el difunto satisfaría sus necesidades. Permaneciendo momificado en su panteón y rodeado por un mobiliario funerario lo más abundante posible, el difunto se beneficiaría de las ofrendas en la capilla de culto a través de la "estela-falsa puerta" frente a la cual estaba colocada la mesa de las ofrendas.

 

El templo

 

A lo largo de un eje netamente trazado se encadenan espacios y volúmenes cada vez menores (patios, salas hipóstilas, sala de la barca sagrada, santuario), como desde un antetemplo a un templo íntimo. El misterio del reencuentro queda reforzado por una sutil combinación de la luz y las sombras, hasta la oscuridad total del santuario. Desde la perspectiva de la magia activa, la decoración del templo participa en la regeneración necesaria del poder divino a cargo del rey; lo que a nosotros nos parece espectacular decoración, para los egipcios era una verdadera animación del edificio a través de los textos grabados y las imágenes. La decoración tenía un valor activo: no se trataba de narrar hechos asombrosos, sino de obtener la eficiencia necesaria y una garantía de perennidad de los mitos y de los ritos evocados. Era una prolongación de la acción real, que activaba la energía divina a través del cumplimiento de los ritos. A pesar de los grandes panegíricos reales que cubriendo los muros exteriores narraban victorias sobre enemigos o éxitos cinegéticos, en realidad todo ello era una conceptualización ritual de la ordenación del mundo por parte del dios creador frente al caos inicial. La decoración interior, por su parte, ofrecía una imagen del universo en su estado de perfección: sol puro, vegetación prolija, plafones estrellados en representación del cielo. En los muros, cuadros estrictamente organizados ilustraban los ritos esenciales para la marcha del cosmos, los múltiples gestos del intercambio fundamental del don y el contradón entre el rey y los dioses.

 

Aspectos religiosos de las civilizaciones prehelénicas

 

Ritos principales

 

Egipto faraónico: Reencarnación divina, búsqueda de la inmortalidad

Sumer/Babilonia: Adivinación, cánticos, conjuros, sacrificios

Creta/Micenas: Epifanías, danzas, sacrificios

 

Ciudades principales

 

Egipto faraónico: Tebas, Heliópolis, Menfis

Sumer/Babilonia: Nínive y Balilonia

Creta/Micenas: Cnosos/Micenas

 

Deidad femenina principal

 

Egipto faraónico: Isis (Diosa Madre)

Sumer/Babilonia: Inanna/Ishtar

Creta/Micenas: Gran Diosa (Potnia Theros)

 

Deidad masculina principal

 

Egipto faraónico: Amón-Ra, luego Osiris

Sumer/Babilonia: Enlil/Marduk

Creta/Micenas: Dioniso, Zeus

 

Representación de las divinidades

 

Egipto faraónico: Zoomorfa

Sumer/Babilonia: Antropomorfa

Creta/Micenas: Antropomorfa

 

Mito relacionado con un culto iniciático

 

Egipto faraónico: Pruebas que pasa el faraón antes de vencer a la muerte

Sumer/Babilonia: Epopeya de Gilgamesh

Creta/Micenas: Mito del laberinto

 

Animal relacionado con el culto

 

Egipto faraónico: Halcón, chacal, cocodrilo, carnero

Sumer/Babilonia: Toro

Creta/Micenas: Toro

 

Cultos de muerte

 

Egipto faraónico: Momificación, tumbas preparadas para la vida en el más allá

Sumer/Babilonia: Son menos significativos que en otras culturas

Creta/Micenas: Iniciación ritual del difunto al más allá

 

Lugar de los cultos

 

Egipto faraónico: Santuarios

Sumer/Babilonia: Zigurats/templos

Creta/Micenas: Grutas sagradas/colinas

 

Rey mítico

 

Egipto faraónico: Horus

Sumer/Babilonia: Gilgamesh

Creta/Micenas: Minos

 

Carácter religioso del rey

 

Egipto faraónico: El faraón es el dios Horus encarnado

Sumer/Babilonia: Representante de la divinidad en los ritos hierogámicos

Creta/Micenas: Rey-sumo sacerdote

 

Dios de la renovación

 

Egipto faraónico: Osiris

Sumer/Babilonia: Dumuzi/Tammuz

Creta/Micenas: Ilitia (diosa del parto)

 

Héroe semihumano

 

Egipto faraónico: El faraón (adquiere su naturaleza divina al morir)

Creta/Micenas: Heracles

 

Dios del agua

 

Egipto faraónico: Nun y Nunet

Sumer/Babilonia: Ea (dios) y Tiamat (diosa)

Creta/Micenas: Poseidón

 

Diosa de la tierra

 

Egipto faraónico: Hathor

Sumer/Babilonia: Ki

Creta/Micenas: Diosa Madre

 

Dios solar

 

Egipto faraónico: Ra/Horus

Sumer/Babilonia: Shamash

Creta/Micenas: Helios

 

Los dioses del Olimpo

La morada de los dioses griegos
La familia olímpica
Los nombres de los dioses
Los dioses del Olimpo

La cultura occidental, que ha sido hegemónica para la mayor parte de la humanidad al menos desde el descubrimiento de América, y que hoy, por medio de la globalización económica, va invadiendo incluso las formas de vida asiática y africana, depende directamente del sistema de creencias y de la organización social de la Grecia y la Roma clásicas. Estamos hablando de aproximadamente el medio milenio comprendido entre los siglos V y I antes de nuestra era.

El sistema de creencias estaba sólidamente estructurado en torno a unas divinidades celestiales (aunque los filósofos habían alcanzado ya el monoteísmo) que regían el destino y la conducta personal y comunitaria del hombre.

Grecia primero, y Roma después, extendían al orbe dominado por las armas su ordenación religiosa de la sociedad.

 

La morada de los dioses griegos

 

Que los dioses olímpicos pervivan hasta nuestros días en la lengua castellana parece imposible, casi tres mil años después. Pero es verdad: así, cuando decimos "le mostró su olímpico desdén" o "tal y cual están en el Olimpo", queremos indicar o bien una actitud de soberbia o un estado que sitúa a la persona por encima de la realidad.

El Olimpo es la montaña más alta de Grecia continental y en ella los griegos de la Antigüedad situaban la morada de sus dioses: por encima y a la vez cerca de los hombres. La noción de un panteón divino integrado por doce dioses y de una montaña alta que es su morada aparece en otras culturas del Próximo Oriente anteriores a Homero. Pero es indiferente hablar de dioses olímpicos o de dioses homéricos, porque fue Homero quien les dio nombre y los elevó a la categoría de dioses panhelénicos.

 

La familia olímpica

 

No todos los dioses olímpicos eran iguales, ya que existía una clara jerarquía. Al igual que los hombres, vivían en familia en el Olimpo, una familia patriarcal en la que Zeus ejercía la máxima autoridad. Era una reproducción de la familia griega de la época arcaica: ya fuese ésta la familia nuclear o la gran familia que era la pólis, la ciudad griega y comunidad de ciudadanos. Los dioses olímpicos tenían un comportamiento y sentimientos muy humanos, como los celos, la venganza, la perfidia, y también representaban todo aquello que, oculto, puede morar en el hombre.

Los antiguos griegos pusieron nombre a sus dioses, pero a pesar de estas similitudes con los humanos había una diferencia básica e infranqueable: los olímpicos eran inmortales (atánatoi) y, de hecho, al hablar de ellos se podía usar indistintamente la palabra dioses o inmortales. La principal preocupación del hombre era intentar adaptarse a su realidad, a lo que sabía que tenía un fin ineluctable, su vida.

La principal diferencia entre los dioses y los hombres era que a los primeros no les corría sangre por las venas, sino un líquido más fluido, el ícor, que hacía que su cuerpo fuera incorruptible. Se alimentaban de olores y perfumes, del néctar y la ambrosía (sustancia desconocida) y del humo que ascendía de los huesos y la grasa quemada de los animales que los hombres, en la Tierra, sacrificaban en su honor.

 

Los nombres de los dioses

 

Algunas veces, la etimología de los nombres puede orientar sobre la esencia, la función y, por lo tanto, la esfera de acción de una divinidad. En el caso de Zeus, su nombre evoca el resplandor del día en el cielo; es un dios celestial y representa la esencia del fenómeno meteorológico, pero no es un dios del tiempo climático. De este resplandor emana su inteligencia, su noûs, con la que toma las decisiones, que nunca son arbitrarias. Zeus es el padre, pero no el padre que ordena y rige la casa, sino el padre procreador y vencedor, seductor de mujeres.

Al lado de Zeus, encabezando esta familia divina, está Hera, su esposa y hermana, que no es la madre de todos los demás dioses, pues Zeus, al unirse a otras mujeres, engendra toda una saga de dioses, héroes y simples mortales. De hecho, en Grecia el culto a Hera, como diosa del cielo, es anterior al de Zeus. La figura de la madre estaba representada por Deméter, madre de Perséfone o Coré (que significa muchacha). Era la diosa-madre que dispensaba, negaba y de nuevo proporcionaba el fruto de la tierra, el grano, a los hombres.

Otras mujeres del panteón olímpico que eran la antítesis de la mujer -madre y, por lo tanto, mujeres- virgen eran Artemisa y Palas Atenea. La primera era la diosa cazadora y protectora de los animales, mientras que Palas Atenea (de la que la ciudad de Atenas toma su nombre) era la diosa por antonomasia de las póleis griegas. Y por último, otra diosa que es la excepción: Afrodita, esposa de Hefesto, diosa del amor y también del adulterio, bella y seductora.

Los dioses del Olimpo eran Apolo, Hermes, Ares, Dioniso, Hefesto y Poseidón. Apolo era el dios griego por excelencia, ya que representaba la armonía, la moderación y la pureza, que salvaguardaba combatiendo todo lo impuro. Su hermano Hermes, también hijo de Zeus, encarnaba el espíritu mediador entre los dioses y los hombres y entre los propios dioses. Ares, hijo de Hera y Zeus, era el dios de la guerra. Otro hijo de Hera era Hefesto, a quien había concebido sola; su dominio era la forja y su elemento el fuego; era el dios artesano y creador, el herrero. Dioniso, uno de los dioses griegos más antiguos, descendía de Zeus. Representaba el reverso del orden establecido, de las tradiciones y de la vida familiar en torno a la diosa Hestia. Dentro del panteón olímpico es el único dios que no mantiene relación alguna con los otros dioses. Por último está Poseidón, hermano de Zeus, que en cierto modo es su antítesis porque representa otra fuerza elemental: es señor de las profundidades de los mares.

La vida y milagros de los dioses griegos los han convertido en un referente cultural constante en la historia posterior de la humanidad. No obstante, no sería exacto atribuir a la Grecia clásica todo el mérito creativo con respecto a ello: algunos de sus dioses están claramente inspirados en dioses de culturas anteriores, como la minoica.

 

Los dioses del Olimpo

 

Afrodita: El mito más conocido sobre su nacimiento cuenta que nació en el mar, de la espuma (en griego, afrós) generada por los genitales de Cronos, que su hijo Zeus le cortó y arrojó al mar. Viola el orden patriarcal olímpico con su amante Ares.

Apolo: Hijo de Leto y Zeus y hermano de Artemisa. Sus atributos más comunes son la lira y el arco. La lira representa tanto la música como la poesía. Es la armonía musical, en contraposición a la música desenfrenada del culto dionisíaco. Se le representa siempre joven y hermoso, y es símbolo de la pureza y la luminosidad. Durante mucho tiempo fue la "autoridad" que regía las grandes decisiones políticas de Grecia a través de sus oráculos en Delfos o Delos, donde también tenía la función de médico purificador.

Ares: Hijo de Zeus y Hera. Representa la fuerza bruta de la guerra.

Artemisa: Diosa-virgen, hermana de Apolo. Es la diosa cazadora. Su esfera de acción es la naturaleza silvestre, los estanques y las regiones pantanosas. No se encuentra en las ciudades. Iba acompañada de las ninfas. Como su hermano, lleva el arco y las flechas.

Atenea: Según el mito, nació de la cabeza de Zeus por ser sabia y prudente. Es la diosa de la ciudad y también de la guerra; sus atributos son la égida y el yelmo.

Deméter: Diosa dispensadora de los cereales, que brinda y al mismo tiempo quita a los mortales, provocando épocas de fertilidad o de hambruna. Su esfera de acción es la tierra cultivada. Regenta los alimentos y acoge en su seno a los muertos y a las semillas, anudando entre ellos la vida y la muerte. También protege la semilla humana, la descendencia y, por lo tanto, a los recién nacidos (diosa-madre).

Dioniso: Hijo de Zeus y Semele, mujer mortal. Es uno de los dioses griegos más antiguos (ya se menciona en Creta) y en cierto modo representa la antítesis de Apolo. En su culto se celebra la eterna renovación de la vegetación representada por la vid. Su séquito es muy peculiar: le acompañan ante todo mujeres, las ménades o bacantes, conocidas como "enloquecidas". Pero también están presentes silenos y sátiros (figuras masculinas con rasgos de caballo y cabra).

Hebe: Hija de Zeus y de Hera. En la familia divina, desempeña el papel de criada y de hija de la casa. Esposa del héroe Heracles (Hércules), es la personificación de la juventud de los dioses.

Hécate: Diosa de la magia, asociada a Artemisa. Su estatua se levanta en las encrucijadas en forma de mujer de triple rostro. A su pie se depositaban ofrendas.

Hefesto: Hijo de Hera. Es el dios forjador, herrero y artesano por excelencia. Es el creador de artificios; así, para vengarse de Hera, fabrica un trono en el que la diosa se queda atrapada. Habita en las profundidades de la tierra, donde tiene su taller.

Hera: Hermana y esposa de Zeus. Era la protectora de la casa y el matrimonio. Las bodas se celebraban invocando su nombre. Hera no representa a la madre de familia, sino a la mujer en cierta medida ultrajada (por Zeus), que intenta defender su territorio mediante la intriga y la venganza.

Hermes: Hijo de Zeus y la ninfa Maya. Es el dios de los pastores y los viajeros, protector de los caminos y las encrucijadas (de viajeros, ladrones y vagabundos), y conductor de las almas de los muertos a los infiernos. Es el mensajero de Zeus, pero también actúa como mensajero entre los dioses, y entre los dioses y los hombres. Se le representa con alas en el casco y en los pies.

Hestia: Hermana de Zeus, hija primogénita de Cronos y Rea. Diosa del hogar doméstico y, por extensión, del hogar de la ciudad, como indica su nombre (en griego, "hestia" significa "hogar").

Poseidón: Hermano de Zeus. En el reparto del mundo le tocó el dominio de los mares. Por ello es el señor de las tormentas que sacuden la tierra. Era protector de los pescadores y se le representaba llevando un harpón.

Zeus: Último hijo de Rea y Cronos, a quien destronó. Es el dios soberano del Olimpo. Sus atributos iconográficos son el rayo y el cetro.

 

Las divinidades no olímpicas de Grecia

Personificaciones de la naturaleza

En el Olimpo siempre había nubes, era una montaña inaccesible y quien no tuviese su morada en ella sólo podía encontrar el camino a condición de que fuera conducido por un dios olímpico.

La diferencia de altura es lo que separa a los dioses olímpicos de las demás divinidades, que por ello llamaremos menores, aun cuando algunas más bien "cayeron en desgracia" por el protagonismo de una u otra deidad olímpica. Los antiguos griegos necesitaban dioses más accesibles, que actuasen de forma inmediata en el ámbito en que vivían. Estas divinidades menores tenían un rasgo predominantemente local, su radio de acción estaba restringido a un lugar. Por ello, ante la imposibilidad de abarcar a todos, sólo mencionaremos algunos de los que recibían culto en Grecia. Las divinidades más cercanas, y que en parte estaban emparentadas con los dioses olímpicos y representaban su contrario, eran los dioses ctónicos (en griego antiguo, ctónos significa tierra), que eran potencias del suelo y del subsuelo que traían el peligro y el mal. Se trataba de fuerzas divinas que no debían nombrarse y que se tenían que alejar mediante el sacrificio (por ejemplo, las Erinias).

Otras diosas eran Temis, hija de los Titanes (dioses a los que habían suplantado los olímpicos), cuya compañía era requerida por Zeus; Ilitia, diosa del alumbramiento que ya se menciona en Creta; y Hécate, diosa de los caminos y las encrucijadas. Todas recibían culto en Grecia.

La antítesis de los dioses olímpicos era Hades, hermano de Zeus, dios del mundo subterráneo y del reino de los muertos y que, por lo tanto, infundía terror. Otro dios cuyo culto estaba bastante extendido en Grecia era Pan, dios cabra que representaba el poder no civilizado.

También recibían culto las divinidades del mar emparentadas con la familia olímpica, como las Nereidas que acompañaban a Tetis, madre de Aquiles. Además se personificaban y divinizaban las fuerzas naturales.

 

Personificaciones de la naturaleza

 

Cuando, en la Ilíada, Zeus convoca a los dioses a una asamblea en el monte Olimpo no sólo acuden los olímpicos, sino también las ninfas y todos los ríos. La idea de los ríos como dioses y de los manantiales como ninfas divinas es muy frecuente no sólo en la poesía, sino también en la creencia popular y tuvo sus propios rituales. La veneración de estos dioses estuvo limitada sólo por el hecho de que se identificaban con una localidad específica.

Cada ciudad adoraba a su propio río o manantial. El río incluso podía tener un témenos (recinto sagrado) o un templo (como el de Mesenia, consagrado al río Pamisses). Las ofrendas al río podían constar de regalos votivos o de sacrificios animales, en los que éstos eran arrojados al río. En la iconografía, los ríos se representaban en forma de un toro con cabeza o rostro humano, o bien como figuras humanas.

Un fenómeno muy extendido y que sentó precedente para la religión romana fue la divinización de nociones abstractas como el Miedo (Phóbos), la Riqueza (Plutos) o la Paz (Eirene), que se representaban en forma humana. Estas "abstracciones divinizadas" tomarían más relevancia en el siglo V antes de nuestra era, época de esplendor de la pólis griega, en la que se instauraría la divinización de virtudes morales referidas -o no- a la figura de algún personaje público destacado.

Los vientos también tenían su propio culto desde época temprana (en Cnosos ya aparece una sacerdotisa de los vientos). En su honor se ofrecían sacrificios y el efecto que se esperaba de los mismos era puramente mágico. El objetivo del sacrificio a veces era muy claro: se esperaba que se calmase el viento invocado para preservar la cosecha o, en el caso de la navegación, que les fuese favorable. También se rendía culto a los vientos desordenados y violentos que sembraban el desorden y a los que era necesario aplacar.

Aunque el culto al Sol, Helios, se celebraba en pocos lugares -en la isla de Rodas-, tenía un valor simbólico excepcional en la religión por su carácter único: Sol sólo hay uno, y más tarde algunos emperadores romanos se equipararían al dios Sol. Se le veneraba en forma antropomórfica y todavía se conserva una estatua de bronce, el famoso Coloso de Rodas.

Selene, en cambio, la diosa Luna, no tiene un culto concreto, al igual que Iris, el arco iris que en la mitología establece el puente entre el cielo y la tierra y que era la mensajera de los dioses.

Existen, por último, los grupos o sociedades de dioses. En la poesía estos grupos a veces acompañan a los dioses olímpicos como séquito: los sátiros y las ménades bailan alrededor de Dioniso, las ninfas alrededor de Artemisa, las musas alrededor de Apolo y las Oceánides, de Perséfone.

 

La invocación de los dioses en la Grecia antigua

El contacto personal con los dioses
La fiesta y los misterios

 

El contacto personal con los dioses

 

Los signos constituyeron una de las principales formas de contacto con el mundo de los dioses. Éstos podían enviar signos en función de la devoción y el favor que, en la tierra, les dispensaban los mortales.

Los signos debían ser interpretados por una persona dotada de un don especial que estuviese "inspirada". Este individuo se llamaba mántis y la mántica era el arte de la adivinación. La divinidad se podía manifestar de muchas maneras: podían leerse los signos en el sacrificio, en el modo de arder el fuego, en la claridad de las llamas, en el vuelo de las aves o en el examen de las entrañas de un animal.

Existían unos recintos sagrados consagrados a un dios en los que se buscaba consejo divino. A partir del siglo VIII antes de nuestra era algunos lugares en los que el dios oficiaba adquirieron una relevancia especial. Los griegos llamaron a estos sitios chrestérion o mantéion y los romanos, oráculos. En ellos, el dios se expresaba por boca de su profeta, persona que actuaba como médium y que generalmente estaba sumido en un estado de entusiasmós. El éxito en la interpretación de los signos significaba la fama del dios y de su santuario. Así sucedió con el oráculo de Delfos, al que acudían personas de toda Grecia y cuya fama perduró hasta la época romana.

Podían acceder a estos oráculos tanto las personas a título individual como los representantes de una colectividad, y el tipo de preguntas variaba en el contenido y en la formulación. Se acudía a los oráculos para consultar cuestiones de orden práctico cotidiano o prescripciones de tipo religioso relativas a la fundación de cultos divinos o heroicos, a la reglamentación de los sacrificios y, en época temprana, incluso para la fundación de una colonia. En un principio no existía una fórmula específica, aunque el tipo de respuesta solía ser invariable: raras veces el oráculo vaticinaba el futuro y cuando lo hacía, la respuesta solía ser ambigua y enigmática, por lo que debía ser interpretada. Por lo general, las personas que iban a consultarlo ya conocían varias opciones, y el oráculo servía para reafirmar una decisión en cierto modo tomada de antemano.

Casi siempre se buscaba la sanción divina, la adecuación de una decisión -que se consideraba correcta- al orden establecido por las fuerzas sobrenaturales (y la consecuente confianza puesta en la decisión divina). Los oráculos panhelénicos más célebres fueron los ubicados en Dodona y en Delfos, al que ya se ha hecho mención.

El primero estaba dedicado a Zeus y el segundo, a Apolo. El oráculo de Dodona tenía la peculiaridad de que la respuesta divina provenía del movimiento de las hojas de una encina. En Delfos, era una mujer que vivía dedicada exclusivamente al dios en el santuario, la pitia. Antes de dar una respuesta, la pitonisa caía en un estado de "éxtasis", y su mensaje, salvo raras excepciones, debía ser interpretado.

 

La fiesta y los misterios

 

Otro modo de invocar la presencia de la divinidad era a través de las fiestas (heortai), que constituían un aspecto muy importante de la vida religiosa de los griegos. El calendario estaba estructurado en meses lunares, que llevaban el nombre de dioses o de las diferentes fiestas, aunque el número de éstas excedía la docena. Las fiestas estaban destinadas a complacer a la divinidad y eran una ceremonia colectiva alrededor de un acto cultual central, que era el sacrificio. Había fiestas locales, pero también panhelénicas. En estas fiestas, además de la danza y las procesiones, se entonaban unos cantos específicos de cada dios, en los que éste se hacía presente. Así sucedía en el canto a Apolo, el peán, o en el ditirambo en honor a Dioniso.

Estos diferentes modos de relación con la divinidad forman parte del rasgo politeísta de la religión griega. En la Grecia antigua no existía un término para expresar el concepto de piedad tal y como la entendemos hoy, y dependía de la actitud religiosa del individuo respecto a los rituales y cultos comunitarios. En general, los actos religiosos solían ser públicos, pero también había cultos secretos, llamados cultos mistéricos que no constituían una religión distinta de la pública, sino una oportunidad de entrar en contacto con los dioses a título individual. El desarrollo de estos ritos, que normalmente eran de iniciación (en latín el equivalente de mysteria es initiatio), se mantenía en secreto, razón por la cual se sabe muy poco de ellos. Todos los misterios iban acompañados de mitos, de leyendas. Existían varios cultos mistéricos, como el culto órfico o el báquico, pero quizás el más importante era el culto mistérico de Eleusis, localidad del Ática. Su actividad se extiende hasta el 400 d.C. Era un lugar de epifanía divina, en el que, según los mitos, se creía que la diosa Deméter había dispensado el grano a los griegos o donde se había encontrado con su hija Perséfone. De estos cultos nacieron posteriormente las sociedades secretas, que en cierta medida se mantenían como tales mediante un ritual.

 

Homero y las epopeyas

Un mundo de religiosidad y heroísmo
El legado que recogió Homero
Héroes y guerreros
Los héroes homéricos
Las intervenciones divinas en las gestas de los héroes

 

Un mundo de religiosidad y heroísmo

 

¿Quién en la Grecia del siglo VII antes de nuestra era, fuese o no una persona instruida, no había oído hablar del sacrificio de Ifigenia a manos de su padre Agamenón para aplacar los vientos y poder zarpar hacia Troya? Así lo recitaban los cantores épicos, basándose en las dos grandes epopeyas homéricas, la Ilíada y la Odisea.

Primero fue la palabra hablada, la narración oral, y después apareció la palabra escrita, privilegio de unos pocos. Los primeros que recogen y ordenan los mitos sobre los dioses son, por un lado, Hesíodo, que vivió en el siglo VII antes de nuestra era, y escribió la Teogonía, poema sobre el origen de los dioses, y, por otro, Homero, o los "Homeros", puesto que es posible que las epopeyas no hubiesen sido escritas de una sola vez y por un solo autor. En cualquier caso, fueron escritas entre finales del siglo VIII y principios del VII antes de nuestra era. En estas epopeyas aparecen unos dioses superiores llamados "dioses del Olimpo", que Homero elevó a dioses panhelénicos. Los dioses aparecen no como figuras estáticas, sino que cobran vida y actúan e interactúan con los hombres; incluso se muestran a los mortales con forma humana.

 

El legado que recogió Homero

 

Homero recoge creencias antiguas anteriores a su época y las inserta en la narración de hazañas épicas, creando así un marco de referencia para su época e incluso para la posteridad. Ambos poemas se constituyeron en referente cultural para todo el mundo griego, tanto para sus adalides como para sus detractores. Incluso durante el imperio romano todavía resuena el eco de Homero en poetas del siglo II de nuestra era, como Apolodoro. En mayor o menor medida, la religión griega posterior reposa sobre la denominada "religión homérica".

Los protagonistas de los poemas son los héroes y los dioses, tanto en el relato del asedio de Troya (Ilíada) como en el del regreso a la patria -diez años después- de uno de los héroes, Ulises, también conocido como Odiseo (Odisea). En la Ilíada, la intervención divina se extiende a todos los dioses, mientras que en la Odisea actúa principalmente la diosa Atenea, protectora de Ulises. Así, la Ilíada resulta mucho más interesante para formarse una idea de cómo se veía el hombre de la antigua Grecia respecto a los dioses.

En la Ilíada, la intervención de los dioses en los asuntos humanos se produce o bien en forma de ayuda -infundiendo coraje o fuerza-, o bien todo lo contrario, en función de las relaciones que se establecen entre los dioses implicados y de sus predilecciones por uno u otro héroe. De lo que no cabe duda es de que los dioses siempre eran seres superiores, como a veces se pone de manifiesto en la actitud burlona y despreocupada que adoptan en los momentos más críticos de la batalla.

 

Héroes y guerreros

 

La sociedad humana que Homero retrata en sus poemas es una sociedad aristocrática de guerreros (basíleus) y héroes que, en muchos aspectos, se asemejaba a la sociedad micénica. Así, por un lado, nos remite a un pasado memorable y no muy lejano y, por otro, los héroes expresan la posibilidad de una cercanía entre los hombres que destacan por encima de otros y los dioses. En la actualidad, cuando hablamos de un "héroe" o de "llevar a cabo una heroicidad" nos estamos refiriendo a algo excepcional, algo que se sale de lo común. En Grecia, el héroe era una figura que podía recibir culto y honores divinos; era habitual venerar la tumba de un héroe, el heroon. Tener un héroe en la genealogía familiar, o como fundador de una ciudad o un linaje, era un símbolo de prestigio.

En la épica de Homero, el héroe tiene una condición que lo sitúa entre los dioses y los hombres, sus hazañas lo elevan al poder divino inalcanzable, pero al mismo tiempo sabe que rebasar este límite es un atrevimiento que recibirá su castigo. Cuando Dios castiga a un mortal no es por razones morales, sino por una ofensa personal. La moralidad está ausente en el sentimiento religioso de la época de Homero. Sísifo, por ejemplo, es condenado por Zeus por haber revelado una de sus intrigas. Muchos héroes homéricos tienen un progenitor divino y, de hecho, también se les solía llamar semidioses. De esta unión de mortales con inmortales nacen los héroes, que son mortales. Aquiles es hijo de Tetis, diosa que habita las profundidades de los mares, y Peleo, un mortal. En cambio, él es mortal y como tal tendrá su fin. Aun así, posee la capacidad de ver cosas que los demás mortales no pueden ver. De forma excepcional goza de una visión clara, expresada con la imagen de que "se le descorre un velo de los ojos". Es así como reconoce a Atenea "...por el brillo de sus ojos" (Ilíada, I, 198).

En cierto modo, la divinidad es inherente al hombre y es él quien, en función de su condición, elige finalmente su destino. El hombre trágico es aquel de quien se ríen o burlan los dioses, puesto que se atreve a desafiar sus limitaciones o escoge el camino de la aniquilación. En los casos extremos, los dioses abandonan al hombre no por crueldad, sino por despreocupación o, según la elocuente sentencia de la diosa Atenea, porque "resulta difícil proteger el linaje y la descendencia de todos los humanos" (Ilíada, XV, 140 ss.).

 

Los héroes homéricos

 

Agamenón: "señor de anchos dominios". Es, junto con Aquiles, el héroe más importante. Rey de Argos y jefe de los aqueos que luchan contra los troyanos. Ha heredado el cetro que forjó el dios Hefesto, símbolo de su poder. Lo protegen Hera y Atenea.

Alejandro (o Paris): "el deiforme". Es hijo de Príamo. La diosa Afrodita, su protectora, le dotó de una excepcional belleza. Es un excelente arquero que cuenta con los favores de Apolo. Por él Helena huye a Troya y se desencadena la guerra.

Aquiles: "el de los pies ligeros". Es, sin duda, el héroe principal de la Ilíada, que empieza con estos versos: "La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles...". Es hijo de Tetis y de Peleo, y lo educó el centauro Quirón. En la batalla, es el guerrero más temido. Héroe favorito de Hera y Atenea. Le protege su madre Tetis.

Ayante Telamoni: es, entre los héroes griegos -exceptuando a Aquiles-, el mejor de los guerreros. Lo protegen Hera y Atenea.

Diómenes el Tidida: "domador de caballos". Es un héroe protegido por Palas Atenea, quien le da fuerza en el combate. Es el único mortal que se atreve a atacar a los dioses en batalla. Se enfrenta a Apolo y a Ares, y hiere a Afrodita.

Eneas: "de pies veloces". Es el jefe de los dárdanos, hijo de Afrodita y un mortal llamado Anquises. Lo protegen en la batalla Apolo, Poseidón, Ares y Afrodita.

Héctor: "de tremolante penacho". Es hijo del rey Príamo y el guerrero que lidera las huestes troyanas. Muere a manos de Aquiles. Su protector es Apolo.

Menelao: "valeroso en el grito de la guerra". Es el hermano de Agamenón y ex marido de Helena, por quien se entabla la batalla de Troya. Le protege la diosa Atenea.

Néstor: "anciano conductor de carros". Es el guerrero de más edad de los aqueos y el consejero más honrado. En la Odisea es uno de los pocos supervivientes que consiguen volver a su casa, a Pilos.

Patroclo: "conductor de carros del linaje de Zeus". Es amigo de Aquiles y muere en batalla. Es descendiente de Zeus.

Príamo: "el deiforme". Es el rey de los troyanos y padre de muchos guerreros, entre ellos Héctor y Paris. Pierde el favor de Zeus.

Ulises: "fecundo en ardides". Es rey de Ítaca y, además, el héroe protagonista de la Odisea, que relata su retorno a su patria después de la guerra de Troya. Su gran potectora es la diosa Atenea.

 

Las intervenciones divinas en las gestas de los héroes

 

Los dioses implicados favorables a los troyanos son Ares, Afrodita, Apolo e Iris. A favor de los griegos están Hera y Atenea. A Zeus sólo le interesa mantener su soberanía sobre los dioses olímpicos y ayuda ora a un bando, ora a otro, en función de sus intereses.

Los dioses, en un momento dado, pueden apiadarse de un héroe. Éste es el caso de Poseidón, quien, a pesar de estar a favor de los aqueos, decide salvar al héroe dárdano Eneas de la muerte a manos del pelida Aquiles, arguyendo que "su destino es eludir la muerte, para evitar que perezca estéril y sin trazar el linaje de Dárdano" (Ilíada, XX, 302), razón por la cual, "... al punto derramó primero niebla sobre los ojos del pelida Aquiles... y de un empellón lanzó a Eneas desde el suelo a las alturas. Poseidón [...] se aproximó y, dirigiéndose a él, dijo estas aladas palabras: ¡Eneas! ¿Quién de los dioses te ha ofuscado así y te ha mandado luchar frente al soberbio Pelida, que es más fuerte que tú y más querido para los inmortales?" (Ilíada XX, 321-334). Y así es como Eneas, según la leyenda, huye de Troya con su padre y su hijo y llega, entre otros lugares, a Italia, donde los romanos, que asimilaron la mitología griega, lo convirtieron en el héroe fundador de la estirpe latina.

 

Los filósofos griegos

Una recepción reflexiva de la divinidad
El alma y las ideas
Teología aristotélica
Términos religiosos en la física y la metafísica griegas

 

Una recepción reflexiva de la divinidad

 

La religión y la moral de la Grecia posthomérica ofrecen un aspecto de rasgos sombríos: la expiación por el homicidio, el culto de las almas y los sacrificios en honor de los muertos aparecen por primera vez o llegan a ser la regla allí donde antes eran tan sólo la excepción.

A los primeros pensadores, los llamados órficos, o "teólogos" según Aristóteles, y a los que es lícito caracterizar como el ala derecha de la más antigua falange de pensadores griegos, las leyendas comunes de los dioses helénicos les parecían insuficientes, en parte porque contradecían unas exigencias éticas mínimas, y en parte porque las respuestas que daban a la interrogación por el origen de las cosas eran demasiado vagas y toscas. Con Ferécides de Siros a la cabeza y bajo una influencia babilónica que se percibe en los estudios astronómicos y en algunos de los nombres como el que designa el mar (Ogenos, muy cercano al Okéanos griego), conformaron en sus teogonías una extraña amalgama de un poco de ciencia, algo de teoría y mucha interpretación mitológica. Es casi un lugar común en los relatos antiguos de la creación que un combate entre los dioses preceda al establecimiento del régimen vigente en el universo; esta suposición tan difundida reposa sobre una consideración bastante obvia para el pensamiento de un hombre primitivo: el reino del orden difícilmente puede ser un hecho primordial, puesto que los seres poderosos -que intuye más allá en el mundo exterior- los imagina animados por una voluntad tan arbitraria y por pasiones no menos indomables que los miembros más destacados de la única sociedad que él conoce, la humana, tan alejada de la disciplina y del orden. Por tanto, la presunción de que la regularidad es comprobable en los ritmos de la naturaleza ha de ser una ley impuesta a los vencidos por la voluntad del vencedor.

Filosofía, teología y moral fueron de la mano, como se ve, desde los tiempos más remotos y a partir de Sócrates alcanzaron un grado de implicación mutua indisoluble en la sentencia oudeís ekón hamartánei (nadie peca voluntariamente). Esa pequeña frase forma la expresión terminante de la convicción de que toda infracción moral proviene del intelecto y descansa en un error del entendimiento. Es decir: quien conoce lo que es justo, lo realiza; la única fuente de toda falta moral es la falta de comprensión.

 

El alma y las ideas

 

El camino de la comprensión, que se iniciaba con la pretensión de conocer el origen del mundo y de las cosas -y con la atribución a personajes superiores de lo que resultaba incomprensible a la observación-, tuvo en Platón un nuevo hito: la doctrina del alma y de las ideas, y con ella, la cosificación de lo intangible. Una abstracción de la que seguimos viviendo casi dos milenios y medio más tarde.

Estamos hablando, por supuesto, con Platón pero también con la religión de los faraones, de la inmortalidad del alma, de la trascendencia absoluta. Intuido con más o menos acierto el origen del mundo y constatada nuestra presencia en él, lo que el ser humano pretende es mantenerse aquí no el máximo tiempo posible, sino eternamente. Habiendo concebido a los dioses como seres humanos portentosos, los mortales nos emulamos con ellos. Ya no se trata de luchas entre dioses, sino de una lucha de los hombres concebidos como héroes (en griego lucha es ágon, de donde proviene nuestro vocablo "agonía") hasta alcanzar y allanar las lindes del Olimpo.

 

Teología aristotélica

 

Sin embargo, no tarda en manifestarse la primera crisis entre fe y razón, entre la constatación de los límites de la inteligencia humana y su pretensión obsesiva de eternidad. En Aristóteles se hace evidente que la religión precede a la teología, e incluso que ésta precede a la filosofía. La emoción y la intuición vaga de lo divino es anterior a la aplicación sistemática del pensamiento a las cosas divinas, y lo condiciona.

Con frecuencia Aristóteles se expresa en sus escritos de forma conmovedora, a veces desbordante. Si bien la profunidad de su sentimiento no alcanza la de su maestro Platón, no se halla sin embargo desprovisto de ella, ni cierra los ojos ante las maravillas de la naturaleza, ni permanece insensible frente a los secretos de la organización universal. Pero cuando intenta condensar sus impresiones y moldear su contenido en formas definidas, le resulta inusitadamente difícil conciliar las demandas del sentimiento religioso con las de su pensamiento científico. No debe extrañarnos, por tanto, que fracasara en el intento de construir un sistema teológico concluso y redondeado.

Monoteísmo salpicado de rasgos panteístas es la posición que Aristóteles asume frente a los grandes enigmas del universo. Más allá de los caminos recorridos por los filósofos más antiguos, se ve impelido a suponer un Ser reinante sobre todo el universo; así lo exige su convicción sobre la rigurosa unidad perceptible en la naturaleza. Según él, la naturaleza no es "episódica" como "una mala tragedia", sino que "Un hombre vino y llamó Nous [conocimiento] a la causa del orden en la naturaleza y de la estructura de los seres vivientes; quien dijo esto [se está refiriendo al filósofo Anaxágoras] apareció como un hombre de buen sentido frente a sus vanilocuentes precursores".

La más profunda de las discusiones teológicas de Aristóteles termina aprobando y aplicando al gobierno del mundo un verso de Homero: "Malo es el dominio de muchos; que sólo uno sea señor y jefe".

Tomás de Aquino, en la Edad Media, partirá de la Metafísica ("Más allá de las cosas físicas") de Aristóteles para establecer los argumentos más perdurables de la teología católica sobre la existencia de Dios.

 

Términos religiosos en la física y la metafísica griegas

 

Academia: Escuela fundada por Platón en unos amplios jardines consagrados al héroe Academos. Se convirtió en una institución dedicada a conservar el pensamiento platónico. De los frutos de su labor beben las escuelas neoplatónicas cristianas medievales y renacentistas.

Acción: Una de las categorías de Aristóteles, que se contrapone a la "pasión" y presupone el concepto de "ser agente", es decir, de quien hace algo. Puede ser de dos tipos: póiesis y praxis. Se relaciona con la ética.

Acroamático: (del griego, akroamoai, escucha). Se aplica a la enseñanza de Aristóteles reservada a sus discípulos (los peripatéticos), por lo que el concepto está relacionado con los ritos de iniciación.

Anapodíctico: Se dice de lo que no es susceptible de demostración, pero que tampoco la necesita, por ser evidente; durante muchos siglos, el pensamiento religioso ha partido de unas presuposiciones anapodícticas.

Aporía: Paso impracticable, camino sin salida que viene dado por dos soluciones igualmente válidas para un problema, por lo que es imposible decantarse por una de ellas.

Arjé: Entre los filósofos milesios, el origen de todo. Fue formulado con precisión a partir de Platón y Aristóteles.

Ataraxia: Placer estable que consiste, para los epicúreos, en la ausencia de deseo y de temor y, para los estoicos, en un alejamiento total de las pasiones y de cualquier interés subjetivo.

Axioma: Literalmente "lo que es digno de consideración" o "lo que se considera justo". No debe confundirse su valor filosófico (el principio que necesariamente debe poseer quien desea aprender alguna cosa) con su valor en la lógica.

Bien: Este concepto en el mundo griego está perfectamente sintetizado en la doctrina platónica. En La República, Platón lo compara con el Sol, pues es fuente y valor de todas las cosas. Por el contrario, para Aristóteles (Ética a Nicómaco) el Bien no es una idea trascendente, sino inmanente.

Caos: En la Teogonía de Hesíodo, personificación del vacío primordial que precede a la creación y al cosmos. Según Platón, el caos es transformado en cosmos por el demiurgo.

Catarsis: Purificación ritual de una contaminación (miasma) visible o invisible, como la sangre o la culpa.

Categoría: En la lógica aristotélica, cada uno de los predicados últimos que pueden ser aplicados a cualquier cosa. Distingue diez: sustancia, cantidad, cualidad, relación, tiempo, lugar, situación, condición, acción y pasión.

Contemplación: En Platón y Aristóteles, conocimiento intelectual (theoria), en contraposición a la praxis. En sentido místico-religioso, estado en que la mente se entrega a una realidad espiritual, olvidando todo lo demás.

Cosmos: En griego, kosmos significa tanto "orden" como "mundo". De este concepto derivan palabras como cosmogonía -"doctrina sobre el origen de lo existente"- y cosmología, que es la ciencia que estudia la forma y leyes del universo como sistema ordenado.

Demiurgo: En la escuela platónica, causa eficiente sin la cual es imposible que nada pueda nacer. La visión griega del demiurgo no es equiparable a la del dios cristiano, por ejemplo, ya que no crea, sino que transforma, y además se considera que el universo es preexistente a él: él sólo lo ordena.

Eidos: Aspecto exterior, especialmente del cuerpo humano, lo cual permite relacionarlo con el concepto de cuerpo (material) en contraposición al de alma (espiritual).

Entelequia: Término acuñado por Aristóteles para designar el estado de perfección de un ente que ha alcanzado su fin (telos), actualizando plenamente su ser en potencia. De este modo, mediante la energheia, lo posible se transforma en real.

Epojé: Literalmente, "suspensión del juicio", concepto en que se basaban los escépticos para negar la posibilidad de conocimiento sobre ciertos temas. Aplicada al ámbito religioso, es el fundamento del agnosticismo.

Ética: Término introducido por Aristóteles para designar la parte de la filosofía que trata de la conducta del hombre y los criterios para valorar dicha conducta.

Hedonismo: Doctrina moral, propugnada por Aristipo (discípulo de Sócrates), que identifica el bien con el placer.

Idea: Según Platón, esencia inteligible que se resiste al cambio y que puede ser vista plenamente por el alma en la región supraceleste. En cambio, sólo puede ser conocida imperfectamente por los sentidos.

Mal: Concepto común a todas las visiones filosóficas y religiosas antiguas. Platón afirma que existen dos almas del mundo, una que produce bien y otra el mal. Para la mayoría de pensadores griegos, la segunda (la maléfica) no puede proceder de Dios.

Metafísica: Desde Aristóteles, filosofía primera que versa sobre el "ser en cuanto tal" y los entes que carecen de materia y son eternos. Siglos después, recibió el nombre de ontología.

Misterios: En el mundo clásico, cualquier experiencia religiosa. Algunos nacieron en Grecia (Eleusis o los misterios órficos) y otros fueron importados de Egipto (Osiris), Frigia (Atis) o Persia (Mitra).

Mito: En la Grecia clásica, narración sobre dioses, seres divinos, héroes y descensos al más allá. Se contrapone al logos por su origen no racional.

Naturaleza: (en griego, physis). Principio generador de las cosas sometidas a nacimiento y muerte, crecimiento y corrupción.

Palingenesia: Término empleado por los estoicos para designar la reconstitución o apocatástasis del universo una vez que haya sido destruido por el fuego.

Placer: En una época de decadencia de los valores religiosos, Sócrates propuso identificar el placer con la virtud (areté). Más tarde, el placer ha sido entendido de diversas formas, desde los cirenaicos, que lo postulaban como un modo de vida, hasta los cínicos, que lo consideraban como un mal que el sabio debe evitar.

Pneuma: Término que significa literalmente "soplo", utilizado por los presocráticos para designar el alma en cuanto principio vital. Para los estoicos era el espíritu divino con que Dios daba vida a las cosas. La influencia de este concepto en la filosofía cristiana medieval fue fundamental.

Relativismo: A partir de Protágoras, concepción filosófica que no admite verdades absolutas en el campo del conocimiento o principios inmutables en el ámbito moral.

Sustancia: (del griego ousia a través del latín substantia). Para Platón es equivalente a "existencia" y a "modo de ser". Aristóteles distingue tres tipos de sustancias: la sensible y eterna (cuerpos celestes), la sensible y perecedera (plantas, animales, cuerpo) y la inmutable.

 

Las divinidades romanas

Una continuidad cultural en el Mediterráneo central
Los dioses de la ciudad
El panteón romano

 

Una continuidad cultural en el Mediterráneo central

 

Sin duda existió una continuidad cultural entre Grecia y Roma, y cuando utilizamos el término "cultura grecorromana" nos referimos a esta similitud y afinidad. Aun así, hay notables diferencias, sobre todo en el ámbito de la religión, por lo que utilizar el nombre "Júpiter" para designar a Zeus es un anacronismo.

Las gentes que conformaron Roma ciudad, y con el tiempo todo el imperio romano, procedían de culturas diversas. En los primeros tiempos encontramos, en la península Itálica, principalmente a los latinos, pueblo indoeuropeo del que descendía en su mayor parte el pueblo romano; a los etruscos, establecidos en la actual Toscana; a los griegos, que habían fundado colonias en el sur de Italia; y a los fenicios, cuya presencia se limitaba a pequeños establecimientos comerciales en la costa. De la confluencia de estas culturas y sus creencias se fue formando, en un primer momento, la religión romana, que posteriormente adoptó cultos orientales.

La asimilación de los dioses de unos y otros se hizo de forma "sincrética", es decir, como una contaminación de las tradiciones autóctonas por elementos de otras religiones. El sincretismo empezó temprano y continuó a medida que Roma conquistaba nuevos territorios en zonas de África, la Galia, Egipto, Siria... En este proceso, los romanos asimilaron principalmente los dioses griegos, y de los etruscos adoptaron el conocido arte de los arúspices o capacidad de hacer presagios examinando las entrañas de las víctimas.

Por su parte, los griegos del sur de Italia habían asimilado algunos dioses etruscos a los propios como, por ejemplo, la diosa etrusca Uni a Hera. Y al contrario, en el panteón etrusco aparecieron divinidades griegas que conservaban su nombre: Aplu (Apolo) o Artumes (Artemis). Así mismo, el culto a Hércules que encontramos más tarde en Roma tiene reminiscencias fenicias, ya que los griegos asimilaron el dios fenicio Melkart a Herakles... y la diosa fenicia Astarté fue asimilada a la etrusca Uni. Pero las divinidades asimiladas conservaban la similitud sobre todo en el nombre, ya que su función solía ser distinta. La asimilación de conocimientos o creencias de otras culturas se produjo en mayor o menor medida en todas las civilizaciones, pero siempre se integran y reinterpretan en función de las necesidades de la cultura receptora.

La vida pública y política de Roma estaba estrechamente vinculada a la religión, y de los dioses se esperaba una eficacia concreta que se obtenía por medio del ritual. Los romanos adoptaron divinidades extranjeras para diferentes momentos -normalmente para acontecimientos muy puntuales, como fue la erección de un templo al dios Apolo al desencadenarse una peste en Roma en el siglo V antes de nuestra era, o la introducción de Esculapio (Asclepio griego), del que se esperaba protección durante las guerras púnicas. Los dioses extranjeros se asociaban al dios romano porque tenían ciertas similitudes. En cualquier caso, la inclusión de un dios extranjero se tenía que hacer teniendo en cuenta los antiguos dioses y ritos para no ofenderles, y la decisión debía partir de la autoridad: el senado durante la República o el emperador.

 

Los dioses de la ciudad

 

Los dioses romanos, al igual que los griegos, eran antropomorfos, pero no tenían una personalidad divina definida por unos mitos. De hecho, los romanos no tenían una mitología divina como los griegos, y en el siglo III antes de nuestra era, cuando surgió una literatura latina de inspiración griega, ésta se apropió del legado mitológico griego, creando así su propia mitología. Así fue como Eneas, el héroe de la guerra de Troya, se convirtió en el mítico fundador de Roma. También en el ámbito familiar se esperaba y buscaba la protección divina: existían a tal efecto los Lares y los Penates. Las primeras eran divinidades del hogar, que tenían un altar en la casa, y los Penates eran guardianes de la despensa doméstica.

Una peculiaridad de la religión romana era la organización sacerdotal, que incluía tres categorías: los sacerdotes consagrados a una sola divinidad, como los flamines, el rex sacrorum y las vestales (éstas eran seis mujeres dedicadas al culto de la diosa Vesta); los colegios sacerdotales (los pontífices, los augures, los decemviri sacris faciundis y los septem viri epulones), con el Gran Pontífice a la cabeza, y los Salios, cofradías que intervenían en ritos puntuales. A menudo se conoce el culto a una divinidad en Roma porque se ha conservado el nombre del flamen; por ejemplo, el flamen dialis era el sacerdote consagrado al culto de Júpiter. Pero esta organización no actuaba conjuntamente y, por lo tanto, no era como el actual orden clerical. Aun así, durante el Imperio, el emperador revestiría el cargo de Gran Pontífice y regularía la vida religiosa de Roma.

 

El panteón romano

 

La asimilación a los dioses griegos a veces implicaba la pérdida de la función original de la divinidad romana.

Los nombres de dioses asimilados se conocen a través de una liturgia romana llamada lecisternio, en la que se ofrecía un banquete a las estatutas de las divinidades que estaban expuestas.

La antigua tríada romana integrada por Júpiter, Marte y Quirino fue desplazada por la tríada capitolina de Júpiter, Juno y Minerva, que compartían templo y culto:

Júpiter: Venerado como dios soberano, era el dios del rayo fulminante y de los auspicios, y fue asimilado al Zeus griego. En el Capitolio recibía el apelativo de Júpiter Óptimo Máximo como dios protector de Roma. Los generales victoriosos acudían a este templo para rendir tributo al dios soberano que les había ayudado a obtener la victoria. En Roma, cualquier plegaria debía ir precedida de una invocación a Júpiter y a Jano.

Juno: Diosa protectora de las madres y los niños, a veces se la invocaba como diosa de la guerra. Fue asimilada a la Hera griega.

Minerva: Antigua diosa romana de origen etrusco, completa la tríada sentada a la derecha de Júpiter. Era la diosa de los artesanos y artistas y, ocasionalmente, de la guerra. Fue asimilada a la diosa griega Palas Atenea.

Apolo: Fue introducido como dios griego y mantuvo su nombre. Se le asimiló en su cualidad de dios médico, y con Augusto se le reconoció también su naturaleza profética.

Ceres: Antigua diosa que, tempranamente, fue asimilada a Deméter. Era la diosa de la agricultura, la dispensadora del grano. En el culto público fue asociada a otras dos divinidades, formando la tríada Ceres-Liber-Libera.

Diana: Diosa latina, que fue asimilada a la griega Artemisa en las funciones de diosa cazadora, protectora de las mujeres gestantes y, como la antigua Gran Diosa Madre, diosa lunar.

Hércules: Para los romanos era una divinidad de origen griego. Se le veneraba como protector del comercio a larga distancia y como dios de la victoria.

Jano: Dios genuinamente romano que no tenía parangón con ningún dios griego. También se le conocía como Jano bifronte, ya que se le representa con dos caras, una mirando al pasado y la otra, al futuro. Era el dios de todos los comienzos. En tiempos de paz su pequeño santuario permanecía cerrado, y se abría en tiempos de guerra.

Lares: Protectores de los romanos, eran concebidos como ancestros divinos y se oponían a los Manes. Su zona de influencia solía ser rural y sus estatuillas eran colocadas tanto en las propiedades como en los cruces de caminos.

Manes (Manes di): Dioses infernales que más tarde aparecen como los dioses protectores de los difuntos.

Marte: Antigua e importante divinidad romana, no era el dios de la guerra (pues ése era el dominio de Júpiter), sino del combate. Fue asimilado al dios griego Ares.

Mercurio: Antiguo dios romano del comercio (merx, mercancía), por lo que se constituyó en patrón de los comerciantes. Fue asimilado al Hermes griego.

Neptuno: Dios latino, patrón de todas las aguas por su asimilación al dios griego.

Poseidón: también patrón de las corrientes marinas.

Saturno: fue tempranamente asimilado al dios griego del tiempo, Cronos. En su nombre se celebraban unas fiestas muy populares, llamadas Saturnalia.

Venus: Antigua diosa romana que desempeñaba un papel tutelar en la religión oficial. Fue asimilada a Afrodita, diosa griega del amor.

Vesta: Diosa romana antiquísima. Era la diosa del hogar de Roma. En su templo, unas sacerdotisas vírgenes consagradas (las conocidas vestales) se encargaban de mantener encendido el fuego de la ciudad.

Vulcano: tras ser asimilado al dios Hefesto, sólo mantuvo sus funciones como dios del fuego destructor y de los incendios.

 

La divinización del poder en Roma

El culto al monarca
Emperadores y sacerdotes
Paralelismos entre los dioses mediterráneos
 

La ciudad romana de Tarraco, la actual Tarragona, fue una de las primeras posesiones occidentales del Imperio que instauraron por decisión propia el culto a Octavio Augusto, primer emperador de Roma. Se le erigió un templo en el que oficiaba un sacerdote y se introdujeron juegos (ludi) en su honor.

El origen y desarrollo del culto imperial fue ajeno a las imposiciones de la administración imperial. Eran cultos practicados de forma espontánea por las ciudades, las provincias o los particulares y se enmarcaban en las antiguas tradiciones religiosas de los diferentes pueblos del Imperio.

Además, el culto imperial solía ir acompañado de un culto paralelo a Vesta, diosa protectora de la ciudad. En la ciudad de Roma, el culto al emperador se fue instaurando lentamente, ya que las antiguas tradiciones religiosas se oponían a la idea de divinizar a una persona viva. El culto al emperador sólo se introdujo con la implantación de la apoteosis, término que designaba la deificación de una persona después de su muerte proclamándola divus o diva, según se tratase de un hombre o una mujer.

 

El culto al monarca

 

La costumbre de rendir culto al monarca provenía del Próximo Oriente y estaba muy extendida en Egipto, donde el faraón era venerado como un dios. Los posteriores soberanos de Egipto, tanto los reyes persas aqueménidas como Alejandro Magno, perpetuaron esta tradición.

De los dioses se esperaba protección, sobre todo en los momentos de inestabilidad política, que durante la República, y en menor medida durante el Imperio, eran muy frecuentes. Esto llevó consigo la celebración, es decir divinización, del general o emperador victorioso que había reconquistado la paz, por lo cual se le atribuía un poder divino. Sin embargo, esto no significaba que fuera considerado como un dios, sino que se ensalzaba su excepcionalidad y se le situaba por encima de los demás hombres. En cierto modo esta costumbre era parecida al culto a los héroes en Grecia, figuras sobrehumanas pero no por ello divinas.

En la religión romana ya existían implícitamente los requisitos necesarios para la divinización de personas vivas. Éstos se hallaban en una antigua tradición romana de divinizar conceptos abstractos como, por ejemplo, la Victoria Augusta o de un modo más personalizado, en época de César, la Clementia Caesaris (Clemencia de César). En esta tradición se inscribía el culto al Genius, que era la divinización de la personalidad. Esta conjunción fue aprovechada por Augusto, quien mandó asociar el culto de su propio Genius al culto de los Lares de la ciudad, cuyos altares estaban instalados en todas las encrucijadas de Roma.

El proceso de divinización del emperador, iniciado por Octavio Augusto, que inauguró el Imperio como "hijo del divinizado" (divi filius) César, fue lento. Pero él no aceptó ser divinizado en vida y lo fue después de su muerte. Aun así, preparó el camino: el senado le otorgó epítetos como Optimus y, sobre todo, el de Augusto. Estos epítetos, en su mayoría superlativos, solían acompañar al nombre de una divinidad, como era el caso del Júpiter Optimus de la tríada capitolina. Simultáneamente se multiplicaron, por decisión del senado, los cultos a abstracciones como la Pax Augusta o la Concordia Augusta. Por ellas se creaba una ambigüedad que, inevitablemente, llevó a confundirlas con el detentador de este epíteto, Octavio Augusto. El camino que conducía a la divinización quedaba allanado.

 

Emperadores y sacerdotes

 

Augusto, y después de él todos los emperadores, acumularon cargos sacerdotales (como el de Gran Pontífice) y ejercieron el monopolio sobre los auspicios (interpretación de los presagios). Como consecuencia, asumieron un poder arbitrario sobre las cuestiones religiosas. Así fue como el emperador Tiberio pudo expulsar de Roma a los caldeos o Claudio a los judíos. Poco a poco, el emperador se fue convirtiendo en el intermediario "natural" entre el pueblo romano y los dioses. De hecho, el culto imperial y su acatación eran considerados una muestra de civismo. En el calendario litúrgico de Roma, el culto a los divi ocupó un espacio cada vez mayor y desde la oficialidad se proclamaban las "virtudes" sobrenaturales del emperador. No sólo se exaltaba su figura, sino la de toda su familia. Por ello Calígula decretó la divinización de su hermana Drusila como diva Drusilla.

En el panorama religioso politeísta, esto significó la introducción de la idea de una única divinidad por encima de las demás. El emperador Aureliano, en el siglo III d.C., instauró el culto al Dios Sol Invencible (Sol Invictus). De esta manera el Sol, al que Aureliano consideraba su protector personal, fue proclamado dios soberano del Imperio romano. Con este nuevo aspecto de la vida religiosa romana entraron en conflicto los cristianos. A pesar de la tradicional tolerancia a la práctica de cualquier culto (aunque, los cristianos fueron perseguidos desde el principio), a partir de este momento el culto imperial tenía un tinte de idolatría que era inaceptable para el monoteísmo cristiano.

 

Paralelismos entre los dioses mediterráneos

 

Grecia: Zeus

Roma: Júpiter

Atribuciones romanas: Protector de la ciudad

Grecia: Hera

Roma: Juno

Atribuciones romanas: Diosa del ciclo lunar. Sus fiestas: las Matronalia (1 de marzo)

Grecia: Atenea

Roma: Minerva

Atribuciones romanas: Diosa de la guerra y de la paz. Fiesta el 19 de marzo

Grecia: Afrodita

Roma: Venus

Atribuciones romanas: Venus Genitrix ("Venus madre")

Grecia: Apolo

Roma: Apolo

Atribuciones romanas: Protector personal (y quizá padre) de Julio César

Grecia: Ares

Roma: Marte

Atribuciones romanas: Dios de la guerra

Grecia: Artemisa

Roma: Diana

Atribuciones romanas: Protectora de las amazonas independientes del yugo masculino

Grecia: Dioniso

Roma: Baco

Atribuciones romanas: Liber Pater. Sus fiestas, las Bacanales

Grecia: Poseidón

Roma: Neptuno

Atribuciones romanas: Dios del elemento húmedo. Su fiesta: 23 de julio (en plena sequía veraniega)

Grecia: Heracles (héroe)

Roma: Hércules

La religión en los pueblos indoeuropeos

Los distintos pueblos indoeuropeos, que en sucesivas oleadas colonizaron Europa y se impusieron a la población autóctona, tenían un bagaje cultural y religioso común que fue adaptándose al lugar que ocuparon. Así, algunos dioses del viaje se convirtieron en dioses marinos, otros cambiaron de sexo, y en general se pasó de la concepción igualitaria mediterránea a una visión de claro predominio masculino, típicamente indoeuropea. De este modo, en buena parte de los panteones de estas culturas se da una jerarquía cuyo punto más alto es un dios padre celeste, como Odín. En la mayor parte de los cultos europeos no existían templos, sino unos límites imaginarios o lugares especiales, como cuevas, claros del bosque o acantilados.

Poco se sabe de las creencias preindoeuropeas: la figura central de su panteón era una Diosa Madre de la que quizá sea una herencia la Mari vasca. Los iberos veneraban a una divinidad principal, llamada Endovéllico, y los etruscos, pueblo no indoeuropeo, tenían un panteón similar al de los romanos y griegos.

A partir de las conquistas de Alejandro Magno y del imperio romano, se introdujeron diversos cultos de origen oriental. El más relevante fue el culto a Mitra, proveniente de Persia, de carácter iniciático y secreto, y cuyo ritual más conocido era el sacrificio de un toro y la aspersión de su sangre. Otro culto relevante fue el órfico, centrado en el mítico cantor Orfeo. 

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