LA ODISEA

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Homero 

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CANTO XIII

LOS FEACIOS DESPIDEN A ODISEO. LLEGADA A ITACA

 

Así habló, y todos enmudecieron en el silencio; estaban poseídos como por un hechizo en el sombrío palacio. Entonces Alcínoo le contestó y dijo:

«Odiseo, ya que has llegado a mi palacio de piso de bronce, de elevado techo, creo que no vas a volver a casa errabundo otra vez por mucho que hayas sufrido. En cuanto a vosotros, cuantos acostumbráis a beber en mi palacio el rojo vino de los ancianos euchando al aedo, os voy a hacer este encargo: el forastero ya tiene, en un arca bien pulimentada, oro bien trabajado y cuantos regalos le han traído los consejeros de los feacios. Démosle también un gran trípode y una caldera cada hombre, que nosotros después os recompensaremos recogiéndolo por el pueblo, pues es doloroso que uno haga dones gratis.»

Así habló Alcínoo y les agradó su palabra. Y se marchó cada uno a su casa con ganas de dormir.

Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, se apresuraron hacia la nave llevando el bronce propio de los guerreros.

Y la sagrada fuerza de Alcínoo, marchando en persona, colocó todo bien bajo los bancos de la nave, no fuera que causaran daño a alguno de los compañeros durante el viaje cuando se apresuraran moviendo los remos.

Luego marcharon al palacio de Alcínoo y dispusieron el almuerzo. La sagrada fuerza de Alcínoo sacrificó entre ellos un buey en honor de Cronida Zeus, el que ourece las nubes, el que gobierna a todos. Quemaron los muslos y se repartieron gustosos un magnífico banquete; y entre ellos cantaba el divino aedo, Demódoco, venerado por su pueblo. Pero Odiseo volvía una y otra vez su cabeza hacia el resplandeciente sol, deseando que se pusiera, pues ya pensaba en el regreso. Como cuando un hombre desea vivamente cenar cuando su pareja de bueyes ha estado todo el día arrastrando el bien construido arado por el campo -la luz del sol se pone para él con agrado, ya que se va a cenar, y sus rodillas le duelen al caminar-, así se puso el sol con agrado para Odiseo.

Y volvió a dirigirse a los feacios amantes del remo y, dirigiéndose sobre todo a Alcínoo, dijo su palabra:

«Poderoso Alcínoo, el más ilustre de tu pueblo, haced una libación y devolvedme a casa sin daño. Y a vosotros, ¡salud! Ya se me ha proporcionado lo que mi ánimo deseaba, una eolta y amables regalos que ojalá los dioses, hijos de Urano, hagan prosperar. ¡Que encuentre en casa, al volver, a mi irrepochable esposa junto con los míos sanos y salvos! Vosotros quedaos aquí y seguid llenando de gozo a vuestras esposas legítimas y a vuestros hijos; que los dioses os repartan bienes de todas clases y que ningún mal se instale entre vosotros.»

Así habló y todos aprobaron sus palabras y aconsejaban dar eolta al forastero, porque había hablado como le correspondía. Entonces Alcínoo se dirigió a un heraldo:

« Pontónoo, mezcla una crátera y reparte vino a todos en el palacio, para que demos eolta al forastero hasta su tierra patria después de orar al padre Zeus.»

Así habló, y Pontónoo mezcló el vino que alegra el corazón y se lo repartió a todos, uno tras otro. Y libaron desde sus mismos asientos en honor de los dioses felices, los que poseen el ancho cielo.

El divino Odiseo se puso en pie, colocó una copa de doble asa en manos de Arete y le dijo aladas palabras:

«Sé siempre feliz, reina hasta que te lleguen la vejez y la muerte que andan rondando a los hombres. Yo vuelvo a casa, goza tú en este palacio entre tus hijos, tu pueblo y el rey Alcínoo.»

Así hablando el divino Odiseo traspasó el umbral. Y la fuerza de Alcínoo le envió un heraldo para que le condujera hasta la rápida nave y la ribera del mar. También le envió Arete a sus elavás, a una con un manto bien lavado y una túnica, a otra le dio un arca adornada para que la llevara y otra portaba trigo y rojo vino.

Cuando arribaron a la nave y al mar, sus ilustres acompañantes colocaron todo en la cóncava nave, la bebida y la comida toda, y para Odiseo extendieron una manta y una sábana en la cubierta de proa, para que durmiera sin despertar. Subió él y se acostó en silencio, y ellos se sentaron en los bancos, cada uno en su sitio, y soltaron el cable de una piedra pérforada. Después se inclinaron y batían el mar con el remo.

A Odiseo se le vino un sueño profundo a los párpados, sueño sosegado, delicioso, semejante en todo a la muerte. Y la nave... como los cuadrúpedos caballos se arrancan todos a la vez en la llanura a los golpes del látigo y elevándose velozmente apresuran su marcha, así se elevaba su proa y un gran oleaje de púrpura rompía en el resonante mar. Corría ésta con firmeza, sin estorbos; ni un halcón la habría alcanzàdo, la más rápida de las aves. Y en su carrera cortaba veloz las olas del mar portando a un hombre de pensamientos semejantes a los de los dioses que había sufrido muchos dolores en su ánimo al probar batallas y dolorosas olas, pero que ya dormía imperturbable, olvidado de todas sus penas.

Y cuando despuntó el más brillante astro, el que avanza anunciando la luz de Eos que nace de la mañana, la nave se acercó para fondear en la isla.

En el pueblo de Itaca hay un puerto, el de Forcis[198] , el viejo del mar, y en él hay dos salientes earpados que se inclinan hacia el puerto y que dejan fuera el oleaje producido por silbantes vientos[199] ; dentro, las naves de buenos bancos permanecen sin amarras cuando llegan al término del fondeadero. Al extremo del puerto hay un olivo de anchas hojas y cerca de éste una gruta sombría y amable consagrada a las ninfas que llaman Náyades[200] . Hay dentro cráteras y ánforas de piedra y también dentro fabrican las abejas sus panales. Hay dentro grandes telares de piedra donde las ninfas tejen sus túnicas con púrpura marina -¡una maravilla para velas!- y también dentro corren las aguas sin cesar. Tiene dos puertas, la una del lado de Bóreas accesible a los hombres; la otra, del lado de Noto, es en cambio sólo para dioses y no entran por ella los hombres, que es camino de inmortales. Hacia allí remaron, pues ya lo conocían de antes, y la nave se apresuró a fondear en tierra firme, como a media altura -¡tales eran las manos de los remeros que la impulsaban! -Éstos deendieron de la nave de buenos bancos y levantando primero a Odiseo de la cóncava nave, le colocaron sobre la arena, rendido por el sueño, junto con su manta y resplandeciente sábana. También sacaron las riquezas que los ilustres feacios le habían donado cuando volvía a casa por voluntad de la magnánima Atenea.

Conque colocaron todo junto, cerca del tronco de olivo, lejos del camino -no fuera que algún caminante cayera sobre ello y lo robara antes de que Odiseo despertase-, y se volvieron a casa.

Pero el que sacude la tierra no se había olvidado de las amenazas que había hecho al divino Odiseo al principio y preguntó la decisión de Zeus:

«Padre Zeus, ya no tendré nunca honores entre los dioses inmortales si los mortales no me honran, los feacios que, además, son de mi propia estirpe. Yo pensaba que Odiseo regresaría a casa después de mucho sufrir -el regreso no se lo había quitado del todo porque tú se lo prometiste desde el principio-, pero los feacios lo han traído durmiendo en rápida nave sobre el ponto y lo han dejado en Itaca. Le han entregado además innumerables regalos, bronce y oro en abundancia y ropa tejida, tantos como jamás habría sacado de Troya si hubiera vuelto incólume con su parte sorteada del botín.»

Y le contestó y dijo el que reúne las nubes, Zeus:

 

«¡Ay, ay, poderoso dios que sacudes la tierra, qué cosas has dicho! Nunca lo deshonrarán los dioses. Sería difícil despachar sin honores al más antiguo y excelente. Si alguno de los hombres, cediendo a su violencia y poder, no lo honra, tienes y tendrás siempre tu compensación. Obra como desees y sea agradable a tu ánimo.»

Y le contestó Poseidón, el que sacude la tierra:

«Enseguida actuaría, oh tú que oureces las nubes, como dices, pero estoy siempre acechando tu cólera y procurando evitarla. Con todo, quiero ahora destruir en el brumoso ponto la hermosa nave de los feacios en su viaje de vuelta, para que se contengan y dejen de eoltar a los hombres. Quiero también ocultar su ciudad toda bajo un monte[201] » Y le contestó y dijo el que reúne las nubes, Zeus:

«Amigo mío, creo que lo mejor será que, cuando todo el pueblo esté contemplando desde la ciudad a la nave acercándose, coloques cerca de tierra un peñao semejante a una rápida nave, para que todos se asombren y puedas ocultar su ciudad bajo un gran monte.»

Luego que oyó esto Poseidón, el que sacude la tierra, se puso en camino hacia Esqueria, donde los feacios nacen, y allí se detuvo. Y la nave surcadora del ponto se acercó en su veloz carrera. El que sacude la tierra se acercó, la convirtió en piedra y la estableció firmemente, como si tuviera raíces, golpeándola con la palma de su mano. Y se alejó de allí. Los feacios de largos remos se dirigían mutuamente aladas palabras, hombres célebres por sus naves, y decía uno así mirando al que tenía al lado:

«Ay de mí, ¿quién ha encadenado en el ponto a la rápida nave en su regreso a casa? Ya se la veía del todo.»

 

Así decía uno -pues no sabían cómo había sucedido. Entonces Alcínoo habló entre ellos y dijo:

«¡Ay, ay, en verdad ya me ha alcanzado el antiguo presagio de mi padre, quien aseguraba que Poseidón se irritaría con nosotros por ser prósperos acompañantes de todo el mundo! Decía que algún día destruiría en el brumoso ponto una hermosa nave de los feacios al volver de una expedición, y que ocultaría nuestra ciudad bajo un monte. Así decía el anciano y todo se está cumpliendo ahora. Conque, vamos, obedeced todos lo que yo os señale: dejad de acompañar a los mortales cuando alguien llegue a nuestra ciudad. Sacrificaremos a Poseidón doce toros eogidos, por si se compadece y no nos oculta la ciudad bajo un enorme monte.»

Así habló y ellos sintieron miedo y prepararon los toros. Así es que suplicaban al soberano Poseidón los jefes y consejeros de los feacios, en pie, rodeando el altar.

En esto se despertó el divino Odiseo acostado en su tierra patria, pero no la reconoció pues ya llevaba mucho tiempo ausente. La diosa Palas Atenea esparció en torno suyo una nube, la hija de Zeus, para hacerlo irreconocible y contarle todo, no fuera que su esposa, ciudadanos y amigos le reconocieran antes de que los pretendientes pagaran todos sus excesos. Por esto, todo le parecía distinto al soberano, los largos caminos, los puertos de cómodo anclaje, las elevadas rocas y los verdeantes árboles.

Así que se puso en pie de un salto y comenzó a mirar su tierra patria. Dio un grito lastimero, golpeó sus muslos con las palmas de las manos y entre lamentos decía su palabra:

«Ay de mí, ¿a qué tierra de mortales he llegado? ¿Son acaso soberbios, salvajes y carentes de justicia, o amigos de los forasteros y con sentimientos de piedad hacia los dioses[202] ?. ¿A dónde llevo tantas riquezas?, ¿por dónde voy a marchar? ¡Ojalá me hubiera quedado junto a los féacios! También podría haberme llegado a otro rey de los muy poderosos y quizá éste me habría recibido como amigo y eoltado de vuelta a casa, porque ahora no sé dónde dejar esto ni voy a dejarlo aquí, no sea que se me convierta en botín de otro. iAy!, ¡ay!, en verdad no eran del todo prudentes ni justos los jefes y consejeros de los feacios, quienes me han traído a otra tierra. Decían que me iban a llevar a Itaca, hermosa al atardecer, pero no lo han cumplido. Que Zeus los castigue, el dios de los suplicantes, el que vigila a todos los hombres y castiga a quien yerra.

«Pero, ea, voy a contar mis riquezas y a contemplarlas, no sea que se marchen llevándose algo en la cóncava nave.»

Así diciendo, se puso a contar los hermosos trípodes y calderos y el oro y la hermosa ropa tejida. Pero no echó nada de menos. Y sentía dolor por su tierra patria caminando por la ribera del resonante mar, en medio de lamentos.

Conque se le acercó Atenea, semejante en su aspecto a un hombre joven, un pastor de rebaños delicado como suelen ser los hijos de los reyes, portando sobre sus hombros un manto doble, bien trabajado. Bajo sus brillantes pies llevaba sandalias y en sus manos un venablo.

Alegróse al verla Odiseo y fue a su encuentro; y hablándole dirigió aladas palabras:

«Amigo, puesto que eres el primero a quien encuentro en este país, ¡salud! No te me acerques con aviesas intenciones, salva esto y sálvame a mí, pues te lo pido como a un dios y me he acercado a tus rodillas. Dime esto en verdad para que yo lo sepa: ¿qué tierra es ésta, qué pueblo, qué hombres viven aquí? ¿Es una isla hermosa al atardecer o la ribera de un continente de fecunda tierra que se inclina hacia el mar?

Y la diosa de ojos brillantes, Atenea, se dirigió a él a su vez:

«Eres tonto, forastero, o vienes de lejos si me preguntas por esta tierra. No carece de nombre, no. La conocen muy muchos, tanto los que habitan hacia la aurora y el sol como los que se orientan hacia la brumosa ouridad. Cierto que es earpada y difícil para cabalgar, pero tampoco es excesivamente pobre, aunque no extensa: en ella se produce trigo sin medida y también vino. Siempre tiene lluvia y floreciente rocío; alimenta buenas cabras y buenos toros; hay madera de todas clases y abrevaderos inagotables. Por eso, forastero, el nombre de Itaca ha llegado incluso hasta Troya, que aseguran se encuentra muy lejos de la tierra aquea.»

Así habló, y el sufridor, el divino Odiseo, sintió gozo y alegría por su tierra patria: así se lo había dicho Palas Atenea, la hija de Zeus, el que lleva égida.

Y hablándole le dijo aladas palabras (aunque no la verdad) y, de nuevo, tomó la palabra, controlando continuamente en el pecho su astuto pensamiento:

«He oído sobre Itaca incluso en la extensa Creta, lejos, más allá del Ponto. Y ahora he llegado yo con estas riquezas. He dejado otro tanto a mis hijos y ando huyendo, pues he matado a Ortíloco[203] , hijo de Idomeneo, el que vencía en la extensa Creta a los hombres comerciantes con sus rápidos pies. Quería éste privarme de todo mi botín conseguido en Troya, por el que sufrí dolores probando guerras y dolorosas olas, porque no servía complaciente a su padre en el pueblo de los troyanos, sino que mandaba yo sobre otros compañeros. Y lo alcancé con mi lanza guarnecida de bronce cuando volvía del campo, emboándome cerca del camino con un amigo. La oura noche cubría el cielo -nadie nos vio-, y le arranqué la vida a eondidas. Así que, luego de matarlo con el agudo bronce, me dirigí a una nave de ilustres fenicios[204]  y les supliqué, entregándoles abundante botín, que me dejaran en Pilos o en la divina Elide, donde dominan los epeos, pero la fuerza del viento los alejó de allí muy contra su voluntad, pues no querían engañarme.

«Así que hemos llegado por la noche después de andar a la deriva. Remamos con vigor hasta el puerto y ninguno de nosotros se acordó de almorzar por más que lo ansiábamos. Conque deendimos todos de la nave y nos acostamos. A mí se me vino un dulce sueño, cansado como estaba, y ellos, sacando mis riquezas de la cóncava nave, las dejaron cerca de donde yo yacía sobre la arena.

«Y embarcando se marcharon a la bien habitada Sidón. Así que yo me quedé atrás con el corazón acongojado.»

Así dijo y sonrió la diosa de ojos brillantes, Atenea, y lo acarició con su mano. Tomó entonces el aspecto de una mujer hermosa y grande, conocedora de labores brillantes, y le habló y dijo aladas palabras:

 

«Astuto sería y trapacero el que te aventajara en toda clase de engaños, por más que fuera un dios el que tuvieras delante. Desdichado, astuto, que no te hartas de mentir, ¿es que ni siquiera en tu propia tierra vas a poner fin a los engaños y las palabras mentirosas que te son tan queridas? Vamos, no hablemos ya más, pues los dos conocemos la astucia: tú eres el mejor de los mortales todos en el consejo y con la palabra, y yo tengo fama entre los dioses por mi previsión y mis astucias. Pero ¡aun así, no has reconocido a Palas Atenea, la hija de Zeus, la que te asiste y protege en todos tus trabajos, la que te ha hecho querido a todos los feacios! De nuevo he venido a ti para que juntos tramemos un plan para ocultar cuantas riquezas te donaron los ilustres feacios al volver a casa por mi decisión, y para decirte cuántas penas estás destinado a soportar en tu bien edificada morada. Tú has de aguantar por fuerza y no decir a hombre ni mujer, a nadie, que has llegado después de vagar; soporta en silencio numerosos dolores aguantando las violencias de los hombres.»

Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:

«Es difícil, diosa, que un mortal te reconozca si contigo topa, por muy experimentado que sea, pues tomas toda clase de apariencias. Ya sabía yo que siempre me has sido amiga mientras los hijos de los aqueos combatíamos en Troya, pero desde que saqueamos la elevada ciudad de Príamo y nos embarcamos -y un dios dispersó a los aqueos- no lo había vuelto a ver, hija de Zeus. No te vi embarcar en mi nave para protegerme de desgracia alguna, sino que he vagado siempre con el corazón acongojado hasta que los dioses me han librado del mal, hasta que en el rico pueblo de los feacios me animaste con tus palabras y me condujiste en persona hasta la ciudad[205] . Ahora te pido abrazado a tus rodillas (pues no creo que haya llegado a Itaca hermosa al atardecer sino que ando dando vueltas por alguna otra tierra y creo que tú me has dicho esto para burlarte y confundirme), dime si de verdad he llegado a mi patria.»

Y le contestó la diosa de ojos brillantes, Atenea:

«En tu pecho siempre hay la misma cordura. Por esto no puedo abandonarte en el dolor, porque eres direto, sagaz y sensato. Cualquier otro que llegara después de andar errante, marcharía gustosamente a ver a sus hijos y esposa en el palacio; sólo tú no deseas conocer ni enterarte hasta que hayas puesto a prueba a tu mujer, quien permanece inconmovible en el palacio mientras las noches se le consumen entre dolores y los días entre lágrimas. En verdad, yo jamás deonfié, pues sabía que volverías después de haber perdido a todos sus compañeros, pero no quise enfrentarme con Poseidón, hermano de mi padre, quien había puesto el rencor en su corazón irritado porque le habías cegado a su hijo.

«Pero, vamos, te voy a mostrar el suelo de Itaca para que te convenzas. Este es el puerto de Forcis, el viejo del mar, y éste el olivo de anchas hojas, al extremo del puerto. Cerca de él, la gruta sombría, amable, consagrada a las ninfas que llaman Náyades. Es la cueva amplia y sombría donde tú solías sacrificar a las Ninfas numerosas hecatombes perfectas. Y éste es el monte Nérito, revestido de bosque.»

Así diciendo, la diosá dispersó la nube y apareció el país ante sus ojos. Alegróse entonces el sufridor, el divino Odiseo, y se llenó de gozo por su patria y besó la tierra donadora de grano. Luego suplicó a las Ninfas levantando sus manos:

«Ninfas Náyades, hijas de Zeus, nunca creí que volvería a veros. Alegraos con mi suave súplica, volveré a haceros dones como antes si la hija de Zeus, la diosa Rapaz, me permite benévola que viva y hace crecer a mi hijo.»

Y se dirigió a él la diosa de ojos brillantes, Atenea:

«Cobra ánimo, no te preocupes ahora de esto; coloquemos ahora mismo tus riquezas en lo profundo de la divina gruta a fin de que se conserven intactas y pensemos para que todo salga lo mejor posible.»

Así hablando, la diosa se introdujo en la sombría gruta buando un eondrijo por ella, mientras Odiseo la seguía de cerca llevando todo, el oro y el sólido bronce y los bien fabricados vestidos que le habían donado los feacios. Conque colocó todo bien y arrimó un peñao a la entrada Palas Atenea, la hija de Zeus, el que lleva égida. Y sentándose los dos junto al tronco del olivo sagrado, meditaban la muerte para los soberbios pretendientes. La diosa de ojos brillantes, Palas Atenea, comenzó a hablar:

 «Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo, rico en ardides, piensa cómo vas a poner tus manos sobre los desvergonzados pretendientes que llevan ya tres años mandando en tu palacio, cortejando a tu divina esposa y haciéndole regalos de esponsales, aunque ella se lamenta continuamente por tu regreso y da esperanzas a todos y hace promesas a cada uno enviándoles recados[206] , si bien su mente revuelve otros planes.»

Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:

«¡Ay, ay! ¡Conque he estado a punto de perecer en mi palacio con la vergonzosa muerte del Atrida Agamenón si tú, diosa, no me hubieras revelado todo, como es debido! Vamos, trama un plan para que los haga pagar y asísteme tú misma poniendo dentro de mí el mismo vigor y valentía que cuando destruimos las espesas almenas de Troya. Si tú me socorrieras con el mismo interés, diosa de ojos brillantes, sería capaz de luchar junto a ti contra treientos hombres, diosa soberana,  siempre que me socorrieras benevolente.»

Y la diosa de ojos brillantes, Palas Atenea, le contestó:

«En verdad, estaré a tu lado y no me pasarás desapercibido cuando tengamos que arrostrar este peligro. Conque creo que mancharán con su sangre y sus sesos el maravilloso pavimento los pretendientes que consumen tu hacienda.

«Vamos, te voy a hacer irreconocible para todos: arrugaré la hermosa piel de tus ígiles miembros y haré desaparecer de tu cabeza los rubios cabellos[207] ; lo cubriré de harapos que te harán odioso a la vista de cualquier hombre y llenaré de legañas tus antes hermosos ojos, de forma que parezcas desastroso a los pretendientes, a tu esposa y a tu hijo, a quienes dejaste en palacio.

 

«Llégate en primer lugar al porquero, el que vigila tus cerdos, quien se mantiene fiel y sigue amando a tu hijo y a la prudente Penélope. Lo encontrarás sentado junto a los cerdos; éstos están paciendo junto a la Roca del Cuervo, cerca de la fuente Aretusa, comiendo innumerables bellotas y bebiendo agua negra, cosas que crían en los cerdos abundante grasa. Detente allí, siéntate a su lado y pregúntale por todo, mientras yo voy a Esparta de hermosas mujeres a buar a tu hijo Telémaco, Odiseo, pues ha marchado a la extensa Lacedemonia junto a Menelao para preguntar noticias sobre ti, por si aún vives.»

Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:

«¿Por qué no se lo dijiste, si conoces todo en tu interior? ¿Acaso para que también él sufriera penalidades vagando por el estéril ponto mientras los demás consumen mí hacienda?»

Y le contestó la diosa de ojos brillantes, Palas Atenea:

«No te préocupes demasiado por él. Yo misma lo eolté para que cosechara fama de valiente marchando allí. En verdad, no sufre penalidad alguna, está en el palacio del Atrida y tiene de todo a su disposición. Cierto que unos jóvenes le acechan en negra nave con intención de matarlo antes de que regrese a tu tierra, pero no creo que esto suceda antes de que la tierra abrace a alguno de los pretendientes que consumen tu hacienda. »

Hablando así, lo tocó Atenea con su varita[208] : arrugó la hermosa piel de sus ágiles miembros e hizo desaparecer de su cabeza los rubios cabellos; colocó sobre sus miembros la piel de un anciano y llenó de legañas sus antes hermosos ojos. Le cubrió de andrajos miserables y una túnica desgarrada, sucia, ennegrecida por el humo, y le vistió con una gran piel, ya sin pelo, de veloz ciervo; le dio un cayado y un feo zurrón rasgado por muchos sitios y con la correa retorcida.

Así deliberaron y se separaron los dos; y ella marchó luego a la divina Lacedemonia en bua del hijo de Odiseo.

 

CANTO XIV

ODISEO EN LA MAJADA DE EUMEO

 

Entonces él se puso en camino desde el puerto a través de un sendero earpado en lugar booso por las cumbres, hacia donde Atenea le había manifestado que encontraría al divino porquero, el que cuidaba de su hacienda más que los demás siervos que el divino Odiseo había adquirido. Y lo encontró sentado en el pórtico, donde tenía edificada una elevada cuadra, hermosa y grande, aislada, en lugar abierto. El porquero mismo la había edificado para los cerdos de su soberano ausente, lejos de su dueña y del anciano Laertes, con piedras de cantera, y lo había coronado de espino; tendió fuera una empalizada completa, espesa y cerrada, sacando estacas de lo negro de una encina.

Dentro de la cuadra había construido doce pocilgas, unas junto a otras, para encamar a las cerdas, y en cada una se encerraban cincuenta cerdas, todas hembras que habían ya parido. Los cerdos dormían fuera y eran muy inferiores en número, pues los habían diezmado los divinos pretendientes con sus banquetes: el porquero les enviaba cada vez el mejor de sus robustos cebones, treientos sesenta en total.

También dormían a su lado cuatro perros, semejantes a fieras, que alimentaba el porquero, caudillo de hombres[209] .

 

Este andaba entonces sujetando a sus pies unas sandalias después de cortar una moteada piel de buey. Los demás porqueros, tres en total, habían marchado cada uno por su lado con los cerdos en manada; al cuarto lo había enviado Eumeo a la fuerza a la ciudad para que llevara un cebón a los soberbios pretendientes a fin de que lo sacrificaran y saciaran con la carne su apetito.

De pronto los perros de incesantes ladridos vieron a Odiseo y corrieron hacia él ladrando. Entonces Odiseo se sentó astutamente y el cayado se le eapó de las manos.

Allí, sin duda, en su propia cuadra habría sufrido un dolor vergonzoso, pero el porquero, siguiéndolos con veloces pies, se lanzó a través del portico -la piel cayó de sus manos- y a grandes voces dispersó a los perros en varias direcciones con una espesa pedrea. Y se dirigió al soberano:

«Anciano, por poco te han despedazado los perros en un instante y quizá me habrías culpado a mí. También a mí me han dado los dioses dolores y lamentos, pues sentado lloro a mi divino soberano y cebo cerdos para que se los coman otros. En cambio, él andará errante por pueblos y ciudades extranjeras mendigando comida -si es que vive aún y contempla la luz del sol.

«Pero sígueme, vayamos a mi cabaña, anciano, para que también tú sacies el apetito de comer y beber y me digas de dónde eres y cuántas penas has tenido que sufrir.»

Así diciendo, lo condujo a su cabaña el divino porquero; le hizo entrar y sentarse, extendió maleza espesa y encima tendió la piel de una hirsuta cabra salvaje, su propia yacija, grande y peluda. Alegróse Odiseo porque lo había recibido así y le dijo su palabra llamándolo por su nombre:

«Forastero, ¡que Zeus y los demás dioses inmortales te concedan lo que más vivamente deseas, ya que me has acogido con bondad!»

Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:

«Forastero, no es santo deshonrar a un extraño, ni aunque viniera uno más miserable que tú, que de Zeus son los forasteros y mendigos todos. Nuestros dones son pequeños, pero amistosos, pues la naturaleza de los siervos es tener siempre miedo cuando dominan nuevos soberanos. En verdad, los dioses han impedido el regreso de quien me habría estimado gentilmente y otorgado cuanto un dueño bondadoso suele conceder a su siervo -una casa, un lote de tierra y una esposa solicitada-, cuando éste se esfuerza por él y un dios hace prosperar sus labores, como está haciendo prosperar el trabajo en el que yo me mantengo activo. Por esto me habría beneficiado mucho mi soberano si hubiera envejecido aquí, pero ha muerto -¡así pereciera por completo la raza de Helena, pues aflojó las rodillas de muchos hombres!-, pues también mi soberano marchó por causa del honor de Agamenón a Ilión, de buenos potros, para combatir a los troyanos.»

Hablando así, sujetó enseguida su túnica con el ceñidor y se puso en camino de las pocilgas donde tenía encerradas las manadas de cochinillos. Tomó dos de allí y los sacrificó, quemó, troceó y atravesó con asadores. Y, después de asar todos, se los ofreció a Odiseo calientes en sus mismos asadores -y extendió blanca harina. Después mezcló vino agradable como la miel en su cuenco y se sentó enfrente, y animándole decía:

«Come ahora, forastero, lo que es dado comer a los siervos, cochinillo[210] , que de los cebones se encargan los pretendientes, sin miedo a la venganza divina ni compasión. No aman los dioses felices las acciones impías, sino que honran la justicia y las obras diretas de los hombres. Es cierto que son enemigos y hostiles quienes invaden una tierra ajena, por más que Zeus les conceda el botín, pero cuando vuelven repletos a las naves para regresar a su patria, incluso a éstos les sobreviene un pesado temor a la venganza divina. Sin duda, los pretendientes deben conocer -porque quizá hayan oído la palabra de algún dios- la triste muerte de Odiseo, pues no quieren cortejar[211]  con justicia ni volver a sus posesiones, y con gusto devoran entre excesos la hacienda, despreocupadamente. Todas las noches y días que nos manda Zeus sacrifïcan víctimas, no sólo una ni sólo dos ovejas; y el vino... lo consumen a cántaros, sin mesura. Y es que la fortuna de Odiseo era inmensa; ninguno de los héroes del ouro continente ni de la misma Itaca poseía tanta. Ni veinte hombres juntos tienen tanta abundancia. Te voy a echar la cuenta: doce rebaños en el continente, otros tantos de ovejas, otros tantos de cerdos y cabras apacientan para él pastores asalariados y sus propios pastores. Aquí se alimentan en total once numerosos rebaños de cabras en el extremo de la isla, pues se las vigilan hombres de bien. Todos los días, sin excepción, cada uno de éstos lleva a los pretendientes un animal, la mejor de sus gordas cabras. Y yo vigilo y protejo estos cerdos y les hago llegar el mejor de ellos, eligiéndolo bien. »

 

Así habló mientras Odiseo comía la carne y bebía el vino con voracidad, en silencio. Y estaba sembrando la desgracia para los pretendientes.

Cuando acabó de almorzar y saciar su apetito con la comida, le entregó Eumeo un cuenco repleto de vino en el que solía él beber. Aquél lo recibió y se alegró en su interior y, hablando, le dijo aladas palabras:

«Amigo, ¿quién te compró con sus bienes, tan rico y poderoso como dices? Aseguras que ha perecido por causa del honor de Agamenón; dime su nombre por si lo conozco ¡siendo como es! Seguro que Zeus y los demás dioses inmortales saben si te puedo hablar de él porque lo haya visto, pues he vagado mucho.»

Y le contestó el porquero, caudillo de hombres:

«Anciano, ningún caminante que viniera con noticias de él lograría persuadir a su esposa y querido hijo, que los vagabundos suelen mentir por mor del sustento y no gustan de decir verdad. Todo caminante que llega al pueblo de Itaca se llega a mi dueña para decirle mentiras. Claro que ella lo acoge con amor y le pregunta detalladamente, y las lágrimas se deslizan de sus mejillas lamentándose por él, como es propio de mujer que ha perdido a su marido en tierra extraña.

«Puede que tú también, anciano, inventes cualquier cuento con tal de que alguien te regale una túnica y un manto. Pero seguro que los perros y las veloces aves están tratando de arrancar la piel de sus huesos y su alma le ha abandonado, o puede que lo hayan devorado los peces en el mar y sus huesos anden tirados por tierra, revueltos entre la arena. Así es como ha muerto él, y a todos los suyos, y sobre todo a mí, sólo nos queda tristeza para el futuro. Que no podré nunca encontrar a un soberano tan bueno adonde quiera que vaya, ni aunque vuelva a casa de mi padre y mi madre, donde un día nací y ellos me criaron. Y es que no es tan grande mi dolor por ellos -aunque mucho deseo verlos en mi tierra patria- como es la añoranza que me ha invadido por Odiseo ausente. No me atrevo, forastero, a nombrarlo incluso ausente -¡tanto me estimaba y se preocupaba por mí!-, pero lo llamo amigo aunque se encuentre lejos.»

Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:

«Amigo, puesto que lo niegas por completo y crees que nunca volverá, tu corazón anda ya sin esperanza. Pero yo lo voy a decir -y no a tontas, sino con jurameto- que Odiseo viene de camino hacia acá. Este será el don por mi buena nueva cuando haya llegado él: vestidme con un manto y una túnica hermosas; no antes, pues no te aceptaría por más necesitado que estuviera. Que para mí es más odioso que las puertas de Hades el que por ceder a su pobreza cuenta mentiras[212] . Sea testigo Zeus antes que ningún otro dios y la mesa de hospitalidad y el hogar del irreprochable Odiseo al que acabo de llegar. En verdad todo esto se cumplirá tal como anuncio: dentro de este mismo año llegará Odiseo; cuando acabe este mes y entre otro, volverá a casa y hará pagar a cuantos deshonran a su esposa a ilustre hijo.»

Y contestando le dijiste, porquero Eumeo:

«Anciano, no te voy a conceder ese don por tu buena nueva ni va a regresar ya Odiseo a casa, pero bebe gustoso y volvamos nuestros recuerdos a otro lado; no me traigas esto a la memoria, que mi ánimo se llena de dolor cada vez que alguien me recuerda a mi fiel soberano.

«Dejemos, pues, el juramento, aunque ¡ojalá vuelva Odiséo! como quiero yo y quieren Penélope, el anciano Laertes y Telémaco, semejante a los dioses. También ahora me lamento sin consuelo por el hijo que engendró Odiseo, por Telémaco. Cuando los dioses lo criaron semejante a un retoño, ya decía yo que no sería en nada inferior, entre los hombres, a su querido padre, admirable en cuerpo y aspecto; pero alguno de los inmortales -o quizá de los hombres- debe haberle dañado la bien equilibrada mente, pues ha marchado a la divina Pilos en bua de noticias de su padre, y los ilustres pretendientes lo acechan al volver a casa para que desaparezca sin gloria de Itaca la progenie del divino Arcisio. Pero dejemos a éste, ya sea sorprendido, ya eape porque el Cronida tienda su mano sobre él.

 

«Vamos, cuéntame ahora, anciano, tus propias desgracias y dime con verdad para que yo lo sepa: ¿quién y de dónde eres entre los hombres? Dónde se encuentran tu ciudad y tus padres? ¿En qué barco has llegado? ¿Cómo te han traído hasta Itaca los marineros y quiénes se preciaban de ser? Porque no creo que hayas llegado aquí a pie[213] ».

Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo: .

«En verdad, te voy a contestar con exactitud. Ni aunque tuviéramos por mucho tiempo comida y dulce bebida para celebrar un festín dentro de tu cabaña -mientras los demás continúan su labor- podría yo fácilmente, ni siquiera en un año entero, acabar la narración de cuantas penalidades ha soportado mi ánimo por voluntad de los dioses. Mi raza procede de Creta -lo digo bien alto- y soy hijo de un hombre rico. Numerosos hijos legítimos nacieron de su esposa en el palacio y fueron criados, pero a mí me parió una madre comprada, una concubina, aunque mi padre, Cástor Hilacida, de cuya rata me precio de ser, me estimaba igual que a sus legítimos. Como un dios era venerado éste en el pueblo de Creta por su abundancia, riqueza y vigorosos hijos. Pero las Keres de la muerte se lo llevaron a las moradas de Hades y sus magnánimos hijos sortearon la hacienda y se la repartieron, entregándome a mí una nonada y una casa. Caséme con mujer de casa rica por mis muchas virtudes, que no era yo inútil ni temeroso de luchar. Pero ya se ha acabado todo, aunque viendo la caña seca[214]  te darás cuenta, pues un gran infortunio me abruma.

«En verdad, Ares y Atenea me concedieron audacia y hombría. Cada vez que elegía para el combate a hombres sobresalientes, sembrando desgracias para el enemigo, jamás mi valeroso corazón puso los ojos en la muerte, sino que, saltando el primero, solía matar con mi lanza a cuantos enemigos no se igualaran a mis pies. Así era yo en el combate.

«En cambio, no me agradaba la labor ni el cuidado de la hacienda que suele criar hijos brillantes: siempre me gustaron las naves remeras, los combates, los bien torneados venablos y las flechas, cosas funestas que suelen causar espanto en los demás. Sin embargo, la divinidad puso en mi alma estos intereses, que cada hombre se complace en un trabajo. Antes de que los hijos de los aqueos desembarcaran en Troya, ya me había puesto nueve veces al frente de hombres y naves de veloces proas contra gentes de otras tierras. Y conseguía mucho botín, del que elegía lo mejor, y también me tocaba mucho en suerte. Así que rápidamente prosperó mi casa y me convertí en un hombre temido y respetado en Creta.

«Pero cuando Zeus, que ve a lo ancho, dispuso la luctuosa expedición que iba a aflojar las rodillas de muchos hombres, nos dieron órdenes a mí y al ilustre Idomeneo de capitanear las naves que marchaban a Ilión. No había medio de negarse, nos lo impedían las duras habladurías del pueblo. Allí combatimos nueve años los hijos de los aqueos, pero al décimo destruimos la ciudad de Príamo y volvimos a casa en las naves; y un dios dispersó a los aqueos. Entonces fue cuando el providence Zeus meditó desgracias contra mí, miserable. Había permanecido sólo un mes complaciéndome con mis hijos y legítima esposa, cuando mi ánimo me impulsó a hacer una expedición a Egipto[215]  después de equipar bien mis naves en compañía de mis divinos compañeros.

 

«Equipé nueve naves y enseguida se congregó la dotación. Durante seis días comieron en mi casa mis leales compañeros; les ofrecí numerosas víctimas para que las sacrificaran en honor de los dioses y prepararan comida para sí. Conque el séptimo día zarpamos tranquilamente de la extensa Creta impulsados por un Bóreas freo, agradable, como si navegáramos por una corriente. Ninguna nave se me dañó, nosotros estábamos sanos y salvos, y a las naves las dirigían el viento y los pilotos.

«A los cinco días llegamos al Egipto de buena corriente y atraqué mis bien equilibradas naves en este río. Entonces ordené a mis leales compañeros que se quedaran junto a ellas  para vigilarlas y envié espías a lugares de observación con orden de que regresaran, pero éstos, cediendo a su ambición y dejándose arrastrar por sus impulsos, saquearon los hermosos campos de los egipcios, se llevaron a las mujeres y niños y mataron a los hombres. Pronto llegó el griterío a la ciudad, así que al eucharlo se presentaron al despuntar la aurora. Llenóse la llanura toda de gentes de pie y a caballo y del estruendo del bronce. Zeus, el que goza con el rayo, indujo a mis compañeros a huir cobardemente y ninguno se atrevió a dar el pecho. Por todas partes nos rodeaba la destrucción; allí mataron con agudo bronce a muchos de mis compañeros y a otros se los llevaron vivos para forzarlos a trabajar sus campos.

«Entonces Zeus puso en mi mente el siguiente plan (¡ojalá hubiera muerto saliendo al encuentro de mi destino allí en Egipto, pues todavía me tenía que tender sus brazos la desgracia!): al punto quité de mi cabeza el bien trabajado yelmo y de mis hombros el eudo y arrojé de mi brazo la lanza. Lleguéme frente al carro del rey y besé sus rodillas. Él me protegió y se compadeció de mí y, sentándome en su carro, me condujo a su palacio con lágrimas en mis ojos. Cierto que muchos trataron de acosarme con sus lamas deseando matarme -pues estaban muy enfurecidos-, pero el rey me protegió por temor a la cólera de Zeus Hospitalario, el que se irrita sobremanera por las obras malvadas.

«Allí mé quedé siete años y conseguí reunir mucha riqueza entre los egipcios pues todos me regalaban. Pero cuando se acercó el octavo año cumpliendo su ciclo llegó un hombre fenicio conocedor de mentiras, un laña que ya había causado perjuicios a muchos hombres. Éste me convenció para marchar a Fenicia, donde tenía su casa y posesiones. Allí permanecí durante un año completo junto a él, pero cuando pasaron meses y días en el ciclo del año y pasaron las estaciones me envió a Libia en una nave surcadora del ponto, tramando falacias para que llevara con él una mercancía, pero en realidad con intención de venderme y cobrar inmensa fortuna. Le seguía en la nave a la fuerza pues ya barruntaba yo algo. Ésta corría impulsada por un Bóreas freo, agradable, a la altura del centro de Creta. Y Zeus nos preparaba la perdición.

«Cuando por fin dejamos atrás Creta y no se veía tierra alguna, sino sólo cielo y mar, el Cronida puso una oura nube sobre la cóncava nave y bajo ella se oureció el ponto. Y Zeus comenzó a tronar al tiempo que lanzaba un rayo contra la nave. Y esta se revolvió toda sacudida por el rayo de Zeus y se Ilenó de azufre. Todos cayeron fuera de la nave y, semejantes a las cornejas marinas eran arrastrados por las olas en torno a la nave[216] . Dios les había arrebatado el regreso. En cuanto a mí..., afligido como estaba, el mismo Zeus puso entre mis manos el mástil giganteo de la nave de azuloura proa para que eapara una vez más de la perdición. Así que, trabado al mástil, me dejaba llevar de los funestos vientos. Durante nueve días me dejé llevar y al décimo una gran ola rodante me acercó -era noche cerrada- a la tierra de los tesprotos, donde me acogió sin pagar precio el héroe Fidón, el rey de los tesprotos.

«Acercóseme su hijo cuando ya estaba yo agotado por la imtemperie y el cansancio y me llevó a casa sosteniéndome en su brazo hasta que llegó al palacio de su padre, donde me vistió de manto y túnica.

«Allí fue donde supe de Odiseo, pues el rey me dijo que estaba hospedándolo y agasajándolo a punto de volver a su tierra patria. Además, me mostró cuantas riquezas había conseguido Odiseo reunir -bronce y oro y bien trabajado hierro. En verdad, podrían éstas alimentar a otro hombre hasta la décima generación: ¡tantos tesoros tenía depositados en el palacio del rey! Me dijo que Odiseo había marchado a Dodona[217]  para euchar la voluntad de Zeus, el que habla desde la divina encina de elevada copa, para enterarse si debía volver a las claras u ocultamente al próspero pueblo de Itaca, después de tantos años de ausencia. Y juró ante mí, mientras hacía una libación en su palacio, que ya tenía dispuesta una nave y compañeros que lo eoltarían hasta su tierra patria. Pero a mí me despidió antes, pues resultó que una nave de tesprotos estaba a punto de zarpar hacia Duliquia, rica en grano. Les ordenó que me enviaran gentilmente al rey Acasto, pero les agradó más una malvada decisión sobre mi persona, para que aún estuviera más cerca de la perdición. Así que cuando la nave surcadora del ponto se había alejado bastante de tierra urdieron contra mí la elavitud; me despojaron de túnica y manto y echaron sobre mí miserables andrajos y una mala túnica rasgada, lo que estás viendo ahora con tus ojos.

 

«Llegaron al atardecer a los campos de Itaca, hermosa al atardecer. Una vez allí, me ataron fuertemente a la nave de buenos bancos con un bien torneado cable y deendiendo precipitadamente a la ribera del mar se dispusieron a cenar. Pero los mismos dioses, sin duda, aflojaron mis ligaduras fácilmente. Cubrí mi cabeza con los andrajos y, deslizándome por el pulido timón hasta dar de pechos en el mar, comencé a nadar con ambos brazos como si fueran remos, y pronto estuve fuera de su alcance. Salí del agua por donde hay un bosque de verdeantes encinas y caí desplomado. Los tesprotos me buaron aquí y allá, dando grandes gritos, pero como no les interesara molestarse más, embarcaron de nuevo en su cóncava nave. Conque han sido los dioses mismos los que me han ocultado fácilmente y me han hecho llegar al establo de un hombre prudente, pues mi destino es que viva aún.»

Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:

«Ay, desdichado forastero, de verdad que has conmovido mi ánimo al contarme detalladámente tus sufrimientos y vagabundeos, pero no creo que sean razonables tus palabras y no vas a convencerme de cuanto has dicho sobre Odiseo. ¿Por qué tienes que mentir en vano siendo como eres? Yo mismo reconozco el regreso de mi soberano; muy odioso debió de hacerse a los ojos de todos los dioses cuando no lo dejaron morir entre los troyanos ni en brazos de los suyos, una vez que hubo concluido la guerra. Entonces le habría construido una tumba el ejército panaqueo y habría él cobrado gran fama para su hijo, pero ahora se lo han llevado las Harpías sin gloria alguna. Así que yo ando solitario entre mis cerdos y no me acerco a la ciudad, si no me ordena ir la prudente Penélope cuando llega alguna noticia. Entonces todos se sientan a preguntar detalles, tanto los que sienten dolor por la larga ausencia de su soberano como los que se alegran consumiendo su hacienda sin pagar. Pero a mí no me agrada ir allá a preguntar desde que me engañó con sus palabras un etolio que llegó a mi casa, vagabundo de muchas tierras, tras haber dado muerte a un hombre. Yo le agasajé y él me aseguró que lo había visto en casa de Idomeneo, en Creta, reparando las naves que le habían quebrado los vendavales. También me aseguró que volvería para el verano o el otoño con muchas riquezas en compañía de sus divinos compañeros.

«Conque no me halagues con mentiras ni trates de encantarme también tú, anciano sufridor, una vez que la divinidad lo ha traído junto a mí. Si lo respeto y agasajo no es por eso, sino por veneración a Zeus Hospitalario y por compasión hacia ti.»

Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:

De verdad que tienes un ánimo deonfiado cuando no consigo persuadirte y no logro convencerte ni siquiera con juramento.

«Pero, vamos, hagamos un pacto y que sean testigos los dioses que poseen el Olimpo: si vuelve tu soberano a esta casa, vísteme con manto y túnica y envíame a Duliquio, donde place a mi ánimo; pero si no vuelve tu soberano, como afirmo, ordena a las elavas que me despeñen desde una gran roca para que todo mendigo se guarde de mentir.»

Y le contestó y dijo el divino porquero:

«Forastero, ¡había yo de tener a los ojos de los hombres buena fama y virtud ahora y para siempre, si después de introducirte en mi cabaña y darte dones de hospitalidad te matara y arrebatara la vida! ¡Con buenos sentimientos iba yo después a dirigir mis plegarias a Zeus Cronida!

«Pero ya es hora de cenar; pronto tendré dentro a mis compañeros para preparar en la cabaña sabrosa comida.»

Esto se decían uno a otro, cuando se acercaron cerdos y porqueros. Los encerraron para que se acostaran por grupos y se levantó un inenarrable estruendo de cerdas acomodándose en las pocilgas.

Después, el divino porquero daba estas órdenes a sus compañeros:

«Traed el mejor cerdo para que se lo sacrifique al forastero de lejanas tierras, que también nosotros tendremos parte, los que ya llevamos tiempo soportando miserias por culpa de los cerdos de blancos dientes, pues otros se comen nuestro esfuerzo sin pagarlo.»

Así diciendo, partió leña con su implacable bronce y ellos metieron un cerdo bien gordo de cinco años, poniéndole junto al hogar. Y el porquero no se olvidó de los inmortales, pues estaba dotado de noble corazón. Así que arrojó al fuego, como primicias, unos pelos de la cabeza del cerdo de blancos dientes y oró a todos los dioses para que volviera el prudence Odiseo a casa.

Luego levantó el cerdo y lo golpeó con una rama de encina que había dejado al hacer leña. Y el alma abandonó a éste. Así que lo degollaron, chamuaron y trocearon, y el porquero envolvió los trozos en gorda grasa, miembro por miembro, y arrojó algunos al fuego rebozándolos en harina de cebada; después los partieron y atravesaron con pinchos, los asaron con cuidado y sacaron y pusieron sobre la mesa de trinchar. Levantóse el porquero para distribuirlos -pues su corazón conocía la equidad- y dividió todo en siete partes: una la ofreció, al tiempo que oraba, a las Ninfas y a Hermes, el hijo de Maya, y las demás las distribuyó a cada uno. Odiseo recibió contento con el alargado lomo del cerdo de blancos dientes, pues éste fortaleció el ánimo del soberano, y dirigiéndose a Eumeo dijo el prudence Odiseo:

«¡Ojalá, Eumeo, seas tan querido al padre Zeus como lo eres de mí, pues, siendo como soy, me has distinguido con tus bienes.»

Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:

«Come, desdichado forastero, y alégrate con todo lo que tienes a tu alcance, que dios te dará unas cosas y otras las dejará pasar, según le cumpla a su ánimo, pues lo puede todo.»

Así diciendo, ofreció las primicias a los dioses que han nacido para siempre y, luego de libar, puso rojo vino en manos de Odiseo, el destructor de ciudades, que se hallaba sentado junto a su porción.

También les repartió pan Mesaulio, a quien había adquirido el porquero mismo, una vez que se hubo ausentado su soberano y se quedó sólo, lejos de su dueña y del anciano Laertes. Se lo había comprado a los tafios con su propio dinero[218] .

Y ellos echaron mano de los alimentos que tenían delante y, cuando hubieron arrojado de sí el deseo de comer y beber, les retiró Mesaulio el pan y se dispusieron a ir al lecho, saciados de pan y carne.

Y llegó una noche desapacible, noche sin luna, que Zeus estuvo lloviendo toda ella, pues soplaba un fuerte Céfiro que siempre trae lluvia. Entonces se dirigió Odiseo a ellos para poner a prueba al porquero, por ver si se quitaba el manto y se lo entregaba o incitaba a uno de sus compañeros, ya que tanto se preocupaba de él:

«Euchadme ahora, Eumeo y todos vosotros, compañeros; os voy a decir mi palabra con una súplica, pues me ha impulsado el perturbador vino, el que hace cantar y reír suavemente incluso al más prudente, el que induce a danzar y hace soltar palabras que estarían mejor no dichas. Pero ya que he empezado a hablar, no voy a ocultároslo. ¡Ojalá fuera yo joven y mi vigor no estuviera trabado como cuando marchamos a poner una emboada junto a Troya! Iban como jefes Odiseo y el Atrida Menelao y junto a ellos mandaba yo como tercero, pues ellos me lo ordenaron. Cuando ya habíamos llegado a la empinada muralla de la ciudad nos apostamos entre espesos espinos, en un cañaveral bajo nuestras armas y se nos vino una noche desapacible, glacial, pues caía el Bóreas. Así que se nos vino de arriba una nieve helada, como earcha, y el hielo se condensaba en nuestros eudos. Todos tenían mantos y túnicas y dormían apaciblemente cubriendo sus hombros con los eudos, pero yo había dejado al marchar mi manto a unos compañeros por imprevisión, pues no creía que iría a tener frío en absoluto; así que había partido sólo con mi eudo y una earcela brillante. Cuando ya estaba terciada la noche y los astros declinaban, me dirigí a Odiseo, que estaba a mi lado, tocándolo con mi codo -y él enseguida prestó oidos "Laertiada de linaje divino, Odiseo rico en ardides, ya no me contaré más entre los vivos pues me está doblegando el temporal, que no tengo manto. Un dios me ha engañado para que viniera con una sola túnica y ahora ya no hay eape posible."

 

«Así dije y él enseguida echó mano a esta treta -¡cómo era el hombre para decidir y combatir!- y hablando en voz baja me dijo su palabra: "Calla, no te oiga alguno de los aqueos." Así diciendo se apoyó sobre el codo y levantando la cabeza dijo su palabra: "Euchadme, los míos: acaba de venirme un sueño divino mientas dormía. Nos hemos alejado demasiado de las naves, que vaya alguien a decir al Atrida Agamenón, pastor de su pueblo, si ordena que vengan más hombres desde las naves." Así dijo y enseguida se levantó Toante, hijo de Andremón, y dejando su rojo manto echó a correr hacia las naves. Así que yo me acosté con alegría envuelto en su manto y se mostró Eos de trono de oro. ¡Ojalá fuera yo joven y mi vigor no estuviera trabado, pues quizá alguno de los porqueros me daría un manto en esta cuadra tanto por amor como por respeto a un hombre valeroso!, que ahora me desprecian por tener mala ropa sobre mi cuerpo.»

Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:

«Anciano es una irreprochable historia la que has contado y no creo que hayas dicho palabra inútil, fuera de lugar. Por eso no vas a carecer de vestido ni de cosa alguna de la que está bien que tengan los desdichados suplicantes que nos salen al encuentro; pero cuando amanezca sacudirás tus andrajos, pues no hay aquí muchos mantos ni túnicas de recambio para cubrirse, que cada hombre tiene sólo uno. Mas cuando venga el querido hijo de Odiseo, él te dará un manto y una túnica y te enviará a donde tu corazón lo empuje.»

Así diciendo, se levantó y le tendió un camastro cerca del fuego y le puso encima pieles de ovejas y cabras.

Echóse allí Odiseo y sobre él arrojó Eumeo un manto grueso y grande que tenía de repuesto para cuando se levantara terrible temporal.

Así que allí se acostó Odiseo, y los jóvenes a su lado. Pero al porquero no le gustaba dormir lejos de la piara, por lo que se aprestó a salir -y Odiseo se alegró por lo mucho que se cuidaba de su hacienda, aunque él estaba lejos. Primero se echó a los fuertes hombros la aguda espada y luego se vistió un grueso manto que le protegiera del viento; tomó la piel de un cabrón bien gordo y un agudo venablo que le protegiera de perros y hombres; y se puso en camino, deseando dormir, hacia el lugar donde dormían los machos, bajo una cóncava roca, al abrigo del Bóreas.

 

CANTO XV

TELÉMACO REGRESA A ITACA

 

Entre tanto había marchado Palas Atenea hacia la extensa Lacedemonia para sugerir el regreso al ilustre hijo del magnánimo Odiseo y ordenarle que regresara.

Y encontró a Telémaco y al brillante hijo de Néstor durmiendo en el pórtico del glorioso Menelao[219] , aunque en verdad sólo al hijo de Néstor dominaba el dulce sueño, que a Telémaco no lo sujetaba el blando sueño y en la noche inmortal agitaba en su interior la angustia por su padre. Se acercó Atenea, la de ojos brillantes y le dijo:

«Telémaco, no está bien vagar más tiempo lejos de casa dejando allí tus bienes y a hombres tan soberbios. ¡Cuidado, no vayan a repartirse y devorarlo todo mientras tú haces un viaje baldío! Vamos, apremia a Menelao, de recia voz guerrera, para que te despida, a fin de que encuentres a tu ilustre madre todavía en casa, que ya su padre y hermanos andan empujándola a que se case con Eurímaco, pues éste aventaja a todos los pretendientes en regalarla y en aumentar su dote. Guárdate de que no se lleve de casa, contra tu voluntad, algún bien. Pues ya sabes cómo es el alma de una mujer: está dispuesta a acrecentar la casa de quien la despose olvidando y despreocupándose de sus primeros hijos y de su esposo, una vez que ha muerto.

 

«Conque ponte en camino y deja todo en manos de la elava que te parezca la mejor, hasta que los dioses te den una esposa ilustre.

«Te voy a decir algo más, ponlo en tu interior: los más nobles de los pretendientes te han puesto emboada en el paso entre Itaca y la earpada Same, deliberadamente, pues desean matarte antes de que llegues a tu tierra patria. Pero no creo que esto suceda antes de que la tierra abrace a alguno de los pretendientes que se comen tu hacienda. Así que aleja de las islas tu bien construida nave y navega por la noche, pues te enviará viento favorable aquel de los inmortales que te custodia y protege. Tan pronto como hayas llegado a la ribera de Itaca, envía la nave y a tus compañeros a la ciudad y tú marcha primero junto al porquero, el que vigila los cerdos y te es fiel. Pasa allí la noche y envíale a la ciudad para que anuncie a la prudente Penélope que estás a salvo y has llegado de Pilos.»

Hablando asi marchó hacia el lejano Olimpo. Despertó Telémaco al hijo de Néstor de su dulce sueño empujándole con el pie y le dijo su palabra:

«Despierta, Pisístrato, hijo de Néstor, unce al carro los caballos de una sola pezuña a fin de apresurar nuestro viaje.»

Y le contestó Pisfstrato, el hijo de Néstor:

«Telémaco, no es posible conducir en la oura noche, aunque estemos ansiosos de ponernos en camino. Pronto despuntará la aurora. Esperemos a que el héroe Atrida Menelao, ilustre por su lanza, nos traiga sus dones, los ponga en el carro y nos despida con palabras amables; que un huésped se acuerda cada día del hombre que te ha acogido si éste le ha ofrecido su amistad.»

Así habló y al punto apareció Eos de trono de oro.

Y se les acercó Menelao, de recia voz guerrera, levantándose del lecho de junto a Helena de lindas trenzas.

Cuando lo vio el hijo de Odiseo vistió apresuradamente sobre su cuerpo la brillante túnica, echó sobre sus resplandecientes hombros un gran manto y se dirigió a la puerta. Y colocándose a su lado le dijo el querido hijo de Odiseo:

«Atrida Menelao, vástago de Zeus, pastor de tu pueblo, despídeme ya a mi querida patria, pues mi ánimo desea regresar.»

Y le contestó Menelao, de recia voz guerrera:

«Telémaco, no te detendré más tiempo si deseas volver, que también a mí me irrita quien recibe a ún huésped y te ama en exceso o en exceso te aborrece. Todo es mejor si es moderado. La misma bajeza comete quien anima a su huésped a que se vaya, cuando éste no quiere hacerlo, que quien se lo impide cuando lo desea. Hay que agasajar al huésped cuando está en tu casa, pero también despedirlo si lo desea. Mas espera a que traiga mis hermosos dones y los ponga en el carro, dones hermosos -lo verás con tus propios ojos-, y a que diga a las mujeres que preparen en palacio un almuerzo de cuanto aquí abunda. Que es honor y gloria, al tiempo que provecho, el que os marchéis por la tierra inmensa después de almorzar. Si deseas volver por la Hélade y el centro de Argos, para que yo mismo te acompañe, unciré mis caballos y te conduciré por las ciudades de los hombres. Nadie nos despedirá con las manos vacías, sino que nos darán algo para llevarnos -un trípode de buen bronce, un jarrón o dos mulos o una copa de oro.»

Y Telémaco le contestó con sensatez:

«Atrida Menelao, vástago de Zeus, caudillo de tu pueblo, quiero volver ya a mis cosas, pues no he dejado al venir ningún vigilante de mis posesiones; no quiero que por buar a mi padre vaya a perderme yo, o que me desaparezca del palacio algún tesoro de valor.»

Luego que le oyó Menelao, de recia voz guerrera, ordenó a su esposa y elavas que preparasen en palacio un almuerzo de cuanto allí abundaba. Acercósele después Eteoneo, hijo de Boeto, tras levantarse de la cama -pues no habitaba lejos-, y le ordenó Menelao, de recia voz guerrera, que encendiera fuego y asara carne. Y aquél no desobedeció.

Menelao aendió a su perfumado dormitorio, pero no sólo, que junto a él marchaban Helena y Megapentes[220] . Cuando habían llegado adonde tenía sus tesoros el Atrida Menelao, tomó una copa de doble asa y ordenó a su hijo Megapentes que llevara una crátera de plata. Helena habíase detenido junto a sus areas donde tenía peplos multicolores que ella misma había bordado. Tomó uno de éstos y se lo llevó Helena, divina entre las mujeres, el más hermoso por sus adornos y el más grande -brillaba como una estrella y estaba encima de los demás.

 

Conque atravesaron el palacio hasta que llegaron junto a Telémaco. Y le dijo el rubio Menelao:

«Telémaco, ¡ojalá Zeus, el tronador esposo de Hera, lo lleve a término el regreso tal como tú tu pretendes! En cuanto a los dones..., te voy a entregar el más hermoso y estimable de cuantos tesoros tengo en casa. Te voy a dar una crátera trabajada, toda ella de plata, con los bordes fundidos con oro, obra de Hefesto -me la dió el héroe Fédimo, rey de los sidonios, cuando su palacio me cobijó al regresar yo allí. Esto quiero regalarte a ti.»

Hablando así, puso en sus manos la copa de doble asa el héroe Atrida; luego el vigoroso Megapentes le acercó una crátera de plata. También se le acercó Helena, de lindas mejillas, con el peplo en sus manos, le dijo su palabra y le llamó por su nombre:

«También yo, hijo mío, te entrego este regalo, recuerdo de las manos de Helena, para que se lo lleves a tu esposa en el momento de la deseada boda, y que permanezca junto a tu madre en palacio hasta entonces. Que llegues feliz a tu bien edificada morada y a tu tierra patria.»

Así diciendo lo puso en sus manos y él lo recibió gozoso. Lo tomó después el héroe Pisístrato y lo puso en la caja del carro, no sin admirarlo con toda su alma.

Después el rubio Menelao los condujo hasta el salón y ambos se sentaron en sillas y sillones. Y una elava derramó sobre fuente de plata el aguamanos que llevaba en hermosa jarra de oro para que se lavaran y a su lado extendió una mesa pulimentada. Y la venerable ama de llaves puso comida sobre ella y añadió abundantes piezas eogidas favoreciéndoles entre los que estaban presentes. El hijo de Boeto repartía la carne y distribuía las porciones, y el hijo del ilustre Menelao eanciaba el vino. Echaron ellos mano de los alimentos que tenían delante y, cuando habían arrojado de sí el deseo de comer y beber, Telémaco y el brillante hijo de Néstor uncieron los caballos, subieron al carro de variados colores y lo condujeron fuera del portico y de la resonante galería. Y el rubio Menelao salió tras ellos llevando en su mano derecha rojo vino en copa de oro, para que marcharan después de hacer libación.

Se colocó delante de los caballos y dijo como despedida:

«¡Salud, muchachos!, y transmitid mis saludos a Néstor, pastor de su pueblo, pues fue conmigo tierno como un padre mientras los hijos de los aqueos combatíamos en Troya.»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«Vástago de Zeus, de verdad que al llegar comunicaremos a aquél todo, según nos lo has dicho. ¡Ojalá al volver yo a Itaca encontrara a Odiseo en casa y pudiera decirle que vengo de junto a ti y he ganado toda tu amistad!, pues llevo regalos hermosos y buenos.»

Mientras así hablaba le voló un pájaro por la derecha, un halcón que llevaba entre sus garras a un enorme ganso blanco, doméstico, de algún corral -pues le seguían gritando hombres y mujeres-; y el halcón se acercó a aquéllos y se lanzó por la derecha, frente a los caballos. A1 verlo se llenaron de contento y alegróseles a todos el ánimo.

Y entre ellos comenzó a hablar Pisfstrato, el hijo de Néstor:

«Piensa, Menelao, vástago de Zeus, caudillo de tu pueblo, si es para nosotros o para ti para quien ha mostrado el dios este presagio.»

Así dijo, y Menelao, amado de Ares, se puso a cavilar para poder contestarle oportunamente después de pensarlo.

Pero Helena, de largo peplo, tomándole delantera dijo su palabra:

«Euchadme, voy a hacer una predicción tal como los inmortales me lo están poniendo en el pecho y como creo que se va a cumplir. Del mismo modo que este halcón ha venido del monte y arrebatado al ganso mientras se alimentaba en la casa donde está su progenie y sus padres, así Odiseo, después de mucho sufrir y mucho vagar, llegará a casa y los hará pagar, o quizá ya está en casa sembrando la muerte para todos los pretendientes.»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«¡Ojalá lo disponga así Zeus, el tronante esposo de Hera! En este cáso te invocaría también allí como a una diosa.»

Así dijo y sacudió con el látigo a los caballos. Y éstos se lanzaron velozmente hacia la llanura precipitándose por la ciudad.

Y arrastraron el yugo por ambos lados durance todo el día. Se puso el sol y todos los caminos se llenaron de sombra cuando llegaron a Feras, a casa de Diocles, hijo de Ortíloco[221] , a quien Alfeo engendró. Allí pasaron la noche y éste les entregó dones de hospitalidad.

Cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, uncieron sus caballos y aendieron al carro de variados colores y lo condujeron fuera del pórtico y de la resonante galería. Restalló el látigo para que partieran y los caballos se lanzaron muy a gusto. Por fin llegaron a la elevada ciudad de Pilos y Telémaco se dirigió al hijo de Néstor:

«Hijo de Néstor, ¿podrías cumplir mi palabra si me haces una promesa?, ya que nos preciamos de tener viejos lazos de hospitalidad por el amor de nuestros padres, además de ser de la misma edad, y este viaje nos habrá de unir más. No me lleves más allá de la nave, déjame aquí mismo, no sea que el anciano me retenga contra mi voluntad en su palacio por mor de agasajarme. Y tengo que llegar pronto.»

Así habló y el hijo de Néstor deliberó en su interior cómo cumpliría su palabra, como le correspondía. Mientras así pensaba, parecióle mejor volver sus caballos hacia la rápida nave y la ribera del mar. Así que puso en la popa los hermosísimos dones, vestidos y oro, que Menelao le había dado y apremiándole decía aladas palabras:

«Embarca enseguida y ordénaselo a tus compañeros antes que llegue yo a casa y se lo anuncie al anciano; tal como tiene de irritable el ánimo no lo dejará ir, antes bien vendrá él en persona a buarte y te aseguro que no volvería de baldío, y se irritaría sobremanera.»

Así hablando torció sus caballos de hermosas crines hacia la ciudad de los Pilios y arribó enseguida a casa.

Entretanto, Telémaco apremiaba a sus compañeros con estas órdenes:

«Poned en orden los aparejos, compañeros, en la negra nave, y embarquemos para acelerar el viaje.»

Así habló y ellos lo eucharon y obedecieron. Conque embarcaron y se sentaron sobre los bancos.

 

Ocupábase él en esto, así como en orar y hacer sacrificio a Atenea junto a la proa, cuando se le acercó un forastero, uno que había huido de Argos por haber dado muerte a alguien, un adivino[222] . Por linaje era deendiente de Melampo, quien en otro tiempo vivió en Pilos, criadora de ganados, habitando con extrema prosperidad un palacio entre los pilios. Luego marchó a otras tierras huyendo de su patria y del magnánimo Neleo, el más noble de los vivientes, quien le retuvo por la fuerza muchos bienes durante un año completo. Todo este tiempo estuvo en el palacio de Fílaco encadenado con dolorosas ligaduras, padeciendo grandes sufrimientos por causa de la hija de Neleo[223]  y la pesada ceguera que puso en su mente Erinis, la diosa horrenda.

Pero consiguió eapar de la muerte y terminó llevándose a Pilos, desde Filace, sus mugidores bueyes. Así que castigó al divino Neleo por su acción indigna y llevó a casa mujer para su hermano. Y marchó luego a otras tierras, a Argos, criadora de caballos, pues su destino era que habitara allí reinando sobre numerosos argivos. Allí tomó mujer y construyó un palacio de elevado techo. Y engendró a Antifates y Mantio, robustos hijos. Antifates engendró al magnánimo Oicleo, y Oicleo a su vez a Anfiarao, salvador de su pueblo, a quien amó de corazón Zeus, portador de égida y Apolo dispensó numerosas pruebas de amistad. Pero no llegó al umbral de la vejez, sino que pereció en Tebas por la traición de una mujer. Y sus hijos fueron Alcmeón y Anfíloco. Mantio, por su parte, engendró a Polífides y a Clito. Pero, ¡ay!, que a Clito se lo llevó Eos, de hermoso trono, por ser tan bello, así que Apolo hizo adivino al magnánimo Polífides, el mejor de los hombres, una vez que hubo muerto Anfiarao. Pero, irritado con su padre, emigró a Hiperesia y, poniendo allí su morada, profetizaba para todos los hombres.

De éste era hijo el que se acercó entonces a Telémaco y su nombre era Teoclímeno. Lo encontró haciendo libación y súplicas sobre la rápida, negra nave, y le dirigió aladas palabras:

«Amigo, ya que te encuentro sacrificando en este lugar, te ruego por las ofrendas y el dios, e incluso por tu propia cabeza y la de los compañeros que te siguen, me digas la verdad y nada ocultes a mis preguntas: ¿de dónde eres? ¿Dónde se encuentran tu ciudad y tus padres?»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«En verdad, forastero, te voy a hablar sinceramente. De origen soy itacense y mi padre es Odiseo -si es que alguna vez ha existido; ahora, desde luego, ha perecido con triste muerte. Por esto he tomado compañeros y una negra nave para preguntar por mi padre, largo tiempo ausente.»

Y Teoclímeno, semejante a los dioses, le dijo a su vez:

«Así estoy también yo, huido de mi patria por matar a un hombre de mi propia tribu. Muchos son mis hermanos y parientes en Argos, criadora de caballos, y mucho es su poder sobre los aqueos. Por evitar la muerte y la negra Ker ando huyendo de éstos, que mi destino es vagar entre los hombres. Conque admíteme en tu nave, ya que he llegado a ti como suplicante; cuidado no me maten, pues creo que me andan persiguiendo.»

Y Telémaco a su vez le contestó diretamente:

«No, no te rechazaré de mi equilibrada nave si tanto lo deseas. Conque sígueme, te agasajaremos con lo que tengamos.»

Así hablando, tomó de sus manos la lanza de bronce y la tendió sobre la cubierta de la curvada nave, y también él aendió a la nave surcadora del ponto. Luego que se hubo sentado en la proa, puso a Teoclímeno a su lado y soltaron amarras. Telémaco ordenó a sus compañeros que se aplicaran a los aparejos y éstos le obedecieron con prontitud. Así que levantaron el mástil de abeto y lo encajaron en el hueco travesaño, lo amarraron con cables y extendieron las blancas velas con correas bien trenzadas de piel de buey. Y la de ojos brillantes, Atenea, les envió un viento favorable, que se abalanzó impetuoso por el éter, para que la nave recorriera rápidamente en su carrera la salada agua del mar.

Pasaron bordeando Crunos y el río Calcis, de hermosa corriente. Se puso el sol y todos los caminos se llenaron de sombra, y la nave dio proa a Feas[224]  impulsada por el viento favorable de Zeus y pasó junto a la divina Elide, donde dominan los epeos. Desde allí enfiló Telémaco hacia las Islas Puntiagudas[225]  cavilando si conseguiría eapar o sería sorprendido.

Entre tanto, Odiseo y el divino porquero se daban a comer en la cabaña y junto a ellos comían otros hombres. Cuando habían echado de sí el deseo de comer y beber, se dirigió a ellos Odiseo tratando de probar si el porquero aún le seguiría agasajando gentilmente y le ordenaba quedarse en la majada o si le despachaba a la ciudad:

«Eúchame, Eumeo, y también vosotros, todos sus compañeros. Al amanecer deseo ponerme en camino hasta la ciudad para mendigar. No quiero ser ya un peso para ti y los compañeros. Pero dame indicaciones y un buen compañero que me guíe, que me lleve hasta allí. En la ciudad vagaré por mi cuenta, por si alguien me larga un vaso de vino y un mendrugo. También me presentaré en el palacio del divino Odiseo para dar noticias a la prudente Penélope y quizás me acerque a los soberbios pretendientes por si me dan de comer, que tienen alimentos en abundancia. Con diligencia haría yo cuanto quisieran, porque te voy a decir una cosa -y tú ponla en tu mente y eúchame-: por la gracia de Hermes, el mensajero, el que da gracia y honor a las obras de los hombres, ningún hombre podría competir conmigo en habilidad para remejer el fuego y quemar leña seca, para trinchar, asar y eanciar; en fin, para cuanto los plebeyos sirven a los nobles.»

Y tú, porquero Eumeo, le dijiste irritado:

 

«Ay, forastero, ¿por qué te ha venido a la mente ese proyecto? Lo que tú deseas en verdad es morir allí si pretendes mezclarte con el grupo de los pretendientes, cuya soberbia y violencia han llegado al férreo cielo. No son como tú los que sirven a aquéllos; son jóvenes bien vestidos de manto y túnica, siempre brillantes de cabeza y rostro quienes les sirven. Y las bien pulimentadas mesas están repletas de pan y carne y de vino. Conque quédate aquí. Nadie te va a molestar mientras estés conmigo, ni yo ni los compañeros que tengo. Y cuando llegue el querido hijo de Odiseo te vestirá de manto y túnica y te despedirá a donde tu corazón te empuje.»

Y le contestó a continuación el sufridor, el divino Odiseo:

«¡Ojalá, Eumeo, llegues a ser tan amado del padre Zeus como tu eres de mí por librarme del vagabundeo y de la miseria! Que no hay nada peor para el hombre que ser vagabundo; por culpa del maldito estómago sufren pesares los hombres a quienes les llega el vagar, la desgracia y el dolor. Pero ya que me retienes y aconsejas que aguarde a aquél, háblame de la madre del divino Odiseo y de su padre, a quien aquél abandonó cuando se acercaba al umbral de la vejez; dime si viven aún bajo los rayos del sol o ya han muerto y están en la morada de Hades.»

Y le contestó el porquero, caudillo de hombres:

«En verdad, huésped, te voy a hablar con toda sinceridad. Laertes vive todavía, aunque todos los días le pide a Zeus morir en su palacio, pues se lamenta terriblemente por su ausente hijo y por su prudente esposa que le dejó afligido al morir y le puso en la más cruel vejez. Ella murió de dolor por su ilustre hijo, de muerte cruel -¡que nadie muera así de quienes viviendo aquí conmigo me son amigos y obran como amigos! Mientras ella vivió, aunque entre dolores, me agradaba hablarle y preguntarle, ya que ella me había criado junto con Ctimena de luengo peplo, ilustre hija suya, a quien parió la última de sus hijos. Junto con ésta me crié y poco menos que a ésta me quería su madre. Pero cuando llegamos ambos a la amable juventud, entregaron a Ctimena como esposa a alguien de Same, recibiendo una buena dote, y a mí me vistió de hermosos túnica y manto y, dándome calzado para mis pies, me envió al campo. Y me amaba de corazón. Ahora echo en falta todo aquello, pero con todo, los dioses felices están haciendo prosperar la labor de la que me ocupo. De aquí como y bebo a incluso doy a los necesitados, pero no me es dado oír las palabras ni las obras de mi dueña desde que ha caído sobre el palacio esa peste de hombres soberbios. Y eso que los siervos necesitamos mucho hablar con la dueña y conocer todas las órdenes y comer y beber e, incluso, llevarnos algo al campo; cosas, en fin, que alegran siempre el corazón de los siervos.»

Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:

«¡Ay, ay!, así que ya de pequeño, porquero Eumeo, anduviste errante lejos de tu patria y de tus padres. Vamos, dime –y cuéntame con verdad- si fue devastada la ciudad de amplias calles en que habitaban tu padre y tu venerable madre, o si te capturaron hombres enemigos cuando te hallabas solo junto a tus ovejas o bueyes y te trajeron en sus naves a venderte en casa de este hombre, quien seguro que entregó un precio digno de ti.»

Y a su vez le contestó el porquero, caudillo de hombres:

«Forastero, ya que me preguntas esto e inquieres, eucha en silencio, goza y recuéstate a beber vino. Interminables son estas noches: hay para dormir y para euchar complacido. No tienes por qué acostarte antes de tiempo, que el mucho dormir es dañino. De los demás, si a alguien le impulsa el corazón, que salga a acostarse y al despuntar la aurora desayúnese y conduzca los cerdos del dueño. Pero nosotros gocemos con nuestras tristes penas, recordándolas mientras bebemos y comemos en mi cabaña, que también un hombre goza con sus penas cuando ya tiene mucho sufrido y mucho trajinado. Así que te voy a contar lo que me preguntas.

«Hay una isla llamada Siría[226]  -no sé si la conoces de oídas- por cima de Ortigia, donde el sol da la vuelta; no es excesivamente populosa, pero es buena, cría buenos pastos y buenos animales, abunda en vino y en trigo. La pobreza jamás se acerca al pueblo y las odiosas enfermedades tampoco rondan a los mortales. Sólo cuando envejecen sus habitantes en la ciudad se acerca Apolo, el del arco de plata, junto con Artemis, y los matan acechándolos con sus suaves dardos. Allí hay dos ciudades y todo está repartido entre ellas. Sobre las dos reinaba mi padre, Ktesio Ormenida, semejante a los inmortales.

 

«Conque un día llegaron allí unos fenicios, célebres por sus naves, unos lañas, llevando en su negra nave muchas maravillas. Mi padre tenía en palacio una mujer fenicia, hermosa y grande, conocedora de labores brillantes. Entonces los muy taimados fenicios la sedujeron. Cuando estaba lavando, un fenicio se unió con ella en amor y lecho junto a la cóncava nave, cosa que trastorna la mente de las hembras, incluso de la que es laboriosa. Luego le preguntó quién era y de dónde procedía, y ella le habló enseguida del palacio de elevado techo de su padre: "Me precio de ser de Sidón, abundante en bronce, y soy hija del poderoso y rico Arybante, pero me raptaron unos piratas de Tafos cuando volvía del campo y me trajeron a casa de este hombre para venderme, y él pagó un precio digno de mí."

«Y le contestó el hombre que se había unido a hurtadillas con ella: "Bien podrías volver con nosotros a casa para que puedas ver el palacio de elevado techo de tu padre y madre y a ellos mismos, que todavía viven y se los llama ricos." Y la mujer se dirigió a él y le contestó con su palabra: "Bien podría ser así, marineros, pero sólo si me queréis asegurar con juramento que me llevaréis intacta a casa." Así dijo y todos juraron como ella les pidió.

«Conque cuando habían concluido su juramento, de nuevo les dijo y contestó con su palabra: "Chitón ahora, que ninguno de vuestros compañeros me dirija la palabra si me encuentra en la calle o junto a la fuente, no sea que alguien vaya a casa y se lo cuente al viejo y éste lo barrunte y me sujete con dolorosas ligaduras y a vosotros os prepare la muerte. Así que retened mis palabras en vuestra mente y apresurad la compra de lo necesario para el viaje. Y cuando la nave se encuentre llena de alimentos, que alguien venga al palacio con rapidez para comunicármelo. Os traeré oro, cuanto halle a mano, y estoy dispuesta a daros otras cosas como pasaje: en efecto, yo cuido en palacio del hijo de este hombre, un crío ya muy despierto, pues corretea conmigo hasta la puerta. Podría llevármelo a la nave y os produciría un buen precio si vais a venderlo a cualquier parte en el extranjero." Así diciendo, marchó al hermoso palacio.

«Los fenicios permanecieron todo el año con nosotros y llenaron su negra nave con bienes mercados. Y cuando su cóncava nave ya estaba cargada para volver, enviaron un mensajero a la mujer para que les diera el recado. Llegó al palacio de mi padre un hombre muy astuto con un collar de oro engastado con electro. Las elavas del palacio y mi venerable madre lo palpaban con sus manos y lo contemplaban con sus ojos, prometiendo un buen precio. Y él hizo una seña a la mujer sin decir palabra y luego marchó a la cóncava nave. Ella me tomó de la mano y me sacó fuera. Encontró en el pórtico copas y mesas de unos convidados que frecuentaban la casa de mi padre. Habíanse marchado éstos a la asamblea y al lugar de reunión del pueblo, así que eondió tres copas en su regazo y se las llevó y yo en mi inocencia la seguía. Se puso el sol y todos los caminos se llenaron de sombra, cuando, marchando a buen paso, llegamos al ilustre puerto donde estaba la veloz nave de los fenicios.

«Embarcaron haciéndonos subir a los dos y navegaban los húmedos caminos. Y Zeus envió viento favorable.

«Durante seis días navegamos sin parar, día y noche, y cuando el Cronida Zeus nos trajo el séptimo día, Artemis Flechadora alcanzó a la mujer y ésta se desplomó con ruido sobre la sentina como una gaviota del mar. Así que la arrojaron por la borda para que fuera pasto de focas y peces y yo quedé solo acongojado en mi corazón.

«El viento que los llevaba y el agua los impulsaron a Itaca, donde Laertes me compró con su dinero. Así es como llegué a ver con mis ojos esta tierra.»

Y Odiseo, de linaje divino, le contestó con su palabra:

«Eumeo, mucho en verdad has conmovido mi corazón dentro del pecho al contar detalladamente cuánto has sufrido, pero también Zeus te ha puesto un bien al lado de un mal, ya que llegaste -sufriendo mucho- al palacio de un hombre bueno que te proporciona gentilmente comida y bebida, y llevas una existencia agradable.

«En cambio, yo he llegado aquí después de recorrer sin rumbo muchas ciudades de mortales.»

Esto es lo que se contaban mutuamente y se echaron a dormir, pero no mucho tiempo, un poquito sólo, porque enseguida se presentó Eos, de trono de oro.

En esto los compañeros de Telémaco, ya en tierra, desataron las velas, quitaron el mástil rápidamente y se dirigieron luego remando hacia el fondeadero. Arrojaron el ancla y amarraron el cable; luego desembarcaron sobre la ribera del mar, se prepararon el almuerzo y mezclaron rojo vino. Y cuando habían echado de sí el deseo de comer y beber, comenzó Telémaco a hablarles con direción:

«Llevad vosotros la negra nave a la ciudad, que yo voy a inspeccionar los campos y los pastores. Por la tarde bajaré a la ciudad después de ver mis labores. Y al amanecer os voy a ofrecer un buen banquete de carnes y agradable vino como recompensa por el viaje.»

Y Teoclímeno, semejante a los dioses, se dirigió a él:

«¿Adónde iré yo, hijo mío? ¿A qué palacio voy a ir de los que dominan en la pedregosa Itaca? ¿Acaso marcharé directamente a tu palacio y al de tu madre?»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«En otras circunstancias te pediría que fueras a nuestro palacio -y no echarías en falta dones de hospitalidad-, pero será peor para ti, pues yo voy a estar ausente y mi madre no podrá verte, que no se deja ver a menudo en la casa ante los pretendientes, sino que trabaja su telar lejos de éstos en el piso de arriba. Así que te diré de un hombre a cuya casa podrías ir: Eurímaco[227] , hijo brillante del prudente Pólibo, a quien los itacenses miran como a un dios, pues es con mucho el más excelente y quien más ambiciona casar con mi madre y conseguir la dignidad de Odiseo. Pero sólo Zeus Olímpico, el que habita en el éter, sabe si les va a proporcionar antes de las nupcias el día de la destrucción.»

Cuando así hablaba le sobrevoló un pájaro por la derecha, un halcón, veloz mensajero de Apolo. Desplumaba entre sus patas una paloma y las plumas cayeron a tierra entre la nave y el mismo Telémaco.

 

Conque Teoclímeno, llamándolo aparte, lejos de sus compañeros, le tomó de la mano, le dijo su palabra y le llamó por su nombre:

«Telémaco, este pájaro te ha volado por la derecha no sin la voluntad del dios, pues al verlo de frente me he percatado que era un ave agüeral. Así que no existe otra estirpe más regia que la vuestra en el pueblo de Itaca. Siempre seréis dominadores.»

Y Telémaco le contestó a su vez diretamente:

«Forastero, ¡ojalá se cumpliera esa palabra! Pronto sabrías de mi afecto y mis muchos dones, de forma que cualquiera que te encontrara te llamaría dichoso.»

Dijo, y se dirigió a Pireo, fiel compañero:

«Pireo Clitida, tú eres quien más me has obedecido de estos compañeros en lo demás; lleva también ahora al forastero a tu casa y agasájale gentilmente y respétalo hasta que yo llegue.»

Y Pireo, famoso por su lanza, le contestó:

« Telémaco, aunque te quedes aquí mucho tiempo yo me llevaré a éste y no echará en falta dones de hospitalidad.»

Así diciendo, subió a la nave y apremió a los compañeros para que embarcaran también ellos y soltaran amarras. Conque subieron y se sentaron sobre los bancos. Telémaco ató bajo sus pies hermosas sandalias y tomó su ilustre lanza, aguzada con agudo bronce, de la cubierta del navío. Los compañeros soltaron amarras y echando la nave al mar enfilaron hacia la ciudad como se lo había ordenado Telémaco, el querido hijo del divino Odiseo.

Y sus pies lo llevaban veloz, dando grandes zancadas, hasta que llegó a la majada donde tenía las innumerables cerdas, con las que pasaba la noche el porquero, que era noble, que conocía la bondad hacia sus dueños.

 

CANTO XVI

TELÉMACO RECONOCE A ODISEO

 

En esto Odiseo y el divino porquero se preparaban el desayuno al despuntar la aurora dentro de la cabaña, encendiendo fuego -habían despedido a los pastores junto con las manadas de cerdos. Cuando se acercaba Telémaco, no ladraron los perros de incesantes ladridos, sino que meneaban la cola.

Percatóse el divino Odiseo de que los perros meneaban la cola, le vino un ruido de pasos y enseguida dijo a Eumeo aladas palabras:

«Eumeo, sin duda se acerca un compañero o conocido, pues los perros no ladran, sino que menean la cola. Y oigo ruido de pasos.»

No había acabado de decir toda su palabra, cuando su querido hijo puso pie en el umbral. Levantóse sorprendido el porquero y de sus manos cayeron los cuencos con los que se ocupaba de mezclar rojo vino. Salió al encuentro de su señor y besó su rostro, sus dos hermosos ojos y sus manos; y le cayó un llanto abundante. Como un padre acoge con amor a su hijo que vuelve de lejanas tierras después de diez años, a su único hijo amado por quien sufriera indecibles pesares, así el divino porquero besó a Telémaco, semejante a los inmortales, abrazando todo su cuerpo como si hubiera eapado de la muerte. Y, entre lamentos, decía aladas palabras:

«Has venido, Telémaco, como dulce luz. Creía que ya no volvería a verte más cuando marchaste a Pilos con tu nave. Vamos, entra, hijo mío, para que goce mi corazón contemplándote recién llegado de otras tierras. Que no vienes a menudo al campo ni junto a los pastores, sino que te quedas en la ciudad, pues es grato a tu ánimo contemplar el odioso grupo de los pretendientes.»

Y Telémaco le contestó a su vez diretamente:

«Así se hará, abuelo, que yo he venido aquí por ti, para verte con mis ojos y oír de tus labios si mi madre está todavía en palacio o ya la ha desposado algún hombre; que la cama de Odiseo está llena de telarañas por falta de quien se acueste en ella.»

Y se dirigió a él el porquero, caudillo de hombres:

«¡Claro que permanece ella en tu palacio con ánimo paciente! Las noches se le consumen entre dolores y los días entre lágrimas.»

Así diciendo, tomó de sus manos la lanza de bronce. Entonces Telémaco se puso en camino y traspasó el umbral de piedra, y cuando entraba, su padre le cedió el asiento. Pero Telémaco le contuvo y dijo:

«Sientate, forastero, que ya encontraremos asiento en otra parte de nuestra majada. Aquí está el hombre que nos lo proporcionará.»

Así diciendo, volvió a sentarse. El porquero le extendió ramas verdes y por encima unas pieles, donde fue a sentarse el querido hijo de Odiseo. También les acercó el porquero fuentes de carne asada que habían dejado de la comida del día anterior, amontonó rápidamente pan en canastas y mezcló en un jarro vino agradable. Y luego fue a sentarse frente al divino Odiseo.

Conque echaron mano de los alimentos que tenían delante y cuando habían arrojado de sí el deseo de comer y beber, Telémaco se dirigió al divino porquero:

«Abuelo, ¿de dónde ha llegado este forastero? ¿Cómo le han traído hasta Itaca los marineros? ¿Quiénes se preciaban de ser? Porque no creo que haya llegado a pie hasta aquí.»

Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:

«En verdad, hijo, te voy a contar toda la verdad. De origen se precia de ser de la vasta Creta y asegura que ha recorrido errante muchas ciudades de mortales. Que así se lo ha hilado el destino. Ahora ha llegado a mi majada huyendo de la nave de unos tesprotos y yo te lo encomiendo a ti; obra como gustes, se precia de ser tu suplicante.»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«Eumeo, en verdad has dicho una palabra dolorosa. ¿Cómo voy a recibir en mi casa a este huésped? En cuanto a mí, soy joven y no confío en mis brazos para rechazar a un hombre si alguien lo maltrata. Y en cuanto a mi madre, su ánimo anda cavilando en su interior si permanecerá junto a mí y cuidará de su casa por vergüenza del lecho de su esposo y de las habladurías del pueblo, o si se marchará ya en pos del más excelente de los aqueos que la pretenda y le ofrezca más riquezas.

«Pero ya que ha llegado a tu casa, vestiré al forastero con manto y túnica, hermosos vestidos, y le daré afilada espada y sandalias para sus pies y le enviaré a donde su ánimo y su corazón lo empujen. Pero si quieres, retenlo en la majada y cuídate de él, que yo enviaré ropas y toda clase de comida para que no sea gravoso ni a ti ni a tus compañeros. Sin embargo, yo no la dejaría ir adonde están los pretendientes -pues tienen una insolencia en exceso insensata-, no sea que le ultrajen y a mí me cause una pena terrible; es difícil que un hombre, aunque fuerte, tenga éxito cuando está entre muchos, pues éstos son, en verdad, más poderosos.»

Y le dijo el sufridor, el divino Odiseo:

«Amigo -puesto que me es permitido contestarte-, mucho se me ha desgarrado el corazón al euchar de vuestros labios cuántas obras insolentes realizan los pretendientes en el palacio contra tu voluntad, siendo como eres. Dime si te dejas dominar de buen grado o es que te odia la gente del pueblo, siguiendo una inspiración de la divinidad[228] , o si tienes algo que reprochar a tus hermanos, en los que un hombre suele confiar cuando surge una disputa por grande que sea. ¡Ojalá fuera yo así de joven -con los impulsos que siento- o fuera hijo del irreprochable Odiseo u Odiseo en persona que vuelve después de andar errante! -pues aún hay una parte de esperanza-. ¡Que me corte la cabeza un extranjero si no me convertía en azote de todos ellos, presentándome en el megaron de Odiseo Laertíada! Pero si me dominaran por su número, solo como estoy, preferiría morir en mi palacio asesinado antes que ver continuamente estas acciones vergonzosas: maltratar a forasteros y arrastrar por el palacio a las elavas, sacar vino continuamente y comer el pan sin motivo, en vano, para un acto que no va a tener cumplimiento[229] ».

 

Y Telémaco le contestó diretamente:

«Forastero, te voy a hablar sinceramente. No me es hostil todo el pueblo porque me odie, ni tengo nada que reprochar a mis hermanos, en los que un hombre suele confiar cuando surge una disputa, por grande que sea. Que el Cronida siempre dio hijos únicos a nuestra familia: Arcisío engendró a Laertes, hijo único, y a Odiseo lo engendró único su padre; a su vez Odiseo, después de engendrarme sólo a mí, me dejó en el palacio sin poder disfrutarme.

«Ello es que cuantos nobles dominan en las islas, Duliquio, Same y la Boosa Zante, y cuantos mandan en la earpada Itaca pretenden a mi madre y arruinan mi hacienda. Ella no se niega a este odioso matrimonio ni es capaz de poner un término, así que los pretendientes consumen mi casa y creo que pronto acabarán incluso conmigo mismo. Pero en verdad esto está en las rodillas de los dioses.

«Abuelo, tú marcha rápido y di a la prudente Penélope que estoy a salvo y he llegado de Pilos. Entre tanto, yo permaneceré aquí y tú vuelve después de darle a ella sola la noticia; que no se entere ninguno de los demás aqueos, pues son muchos los que maquinan la muerte contra mí.»

Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:

«Lo sé, me doy cuenta, se lo ordenas a quien lo comprende. Pero, vamos, vamos, dime -y contéstame con verdad- si hago el mismo camino para anunciárselo al desdichado Laertes, quien mientras tanto ha estado vigilando entre lamentos la labor de Odiseo y comía y bebía con los elavos cuando su ánimo le empujaba a ello. En cambio, ahora desde que tú marchaste a Pilos con la nave, dicen que ya ni come ni bebe ni vigila la labor, sino que permanece sentado entre llantos y se le seca la piel pegada a los huesos.»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«Es triste, pero lo dejaremos aunque nos duela, que si todo dependiera de los mortales, primero elegiríamos el día del regreso del padre. Conque marcha con la noticia y no andes por los campos en bua de Laertes. Ahora bien, dirás a mi madre que envíe a eondidas a la despensera y pronto, pues ésta se lo puede comunicar al anciano.»

Así dijo y apremió al porquero. Tomó éste las sandalias y atándolas a sus pies se dirigió hacia la ciudad. No se le ocultó a Atenea que el porquero Eumeo había salido de la majada y se acercó allí asemejándose a una mujer hermosa y grande, conocedora de labores brillantes.

Se detuvo a la puerta de la cabaña y se le apareció a Odiseo.

Telémaco no la vio ni se percató -pues los dioses no se hacen visibles a todos los mortales-, pero la vieron Odiseo y los perros, aunque no ladraron, sino que huyeron espantados entre gruñidos a otra parte de la majada.

Atenea hizo señas con sus cejas, diose cuenta el divino Odiseo y salió de la habitación junto a la larga pared del patio. Se puso cerca de ella y Atenea le dijo:

«Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides; manifiesta ya tu palabra a tu hijo y no se la ocultes más, a fin de que preparéis la muerte y Ker para los pretendientes y marchéis a la ínclita ciudad. Tampoco yo estaré mucho tiempo lejos de ellos, pues estoy ansiosa de luchar.»

Así dijo Atenea y lo tocó con su varita de oro. Primero puso en su cuerpo un manto bien limpio y una túnica, y aumentó su estatura y juventud. Luego volvió a tornarse moreno, sus mandíbulas se extendieron y de su mentón nació negra barba.

Cuando hubo realizado esto, marchó Atenea y Odiseo se encaminó a la cabaña. Su hijo se asombró al verlo y volvió la vista a otro lado no fuera un dios, y hablándole dijo aladas palabras:

«Forastero, ahora me pareces distinto de antes; tienes otros vestidos y tu piel no es la misma. En verdad eres un dios de los que poseen el vasto Olimpo. Sé benevolente para que te entregue en agradecimiento objetos sagrados y dones de oro bien trabajado. Cuídate de nosotros.»

Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:

«No soy un dios -¿por qué me comparas con los inmortales?-- sino tu padre por quien sufres dolores sin cuento soportando entre lamentos las acciones violentas de esos hombres.»

Así hablando besó a su hijo y dejó que el llanto cayera a tierra de sus mejillas, pues antes lo estaba conteniendo, siempre inconmovible.

Y Telémaco -aún no podía creer que era su padre-, le dijo de nuevo contestándole:

«Tú no eres Odiseo, mi padre, sino un demón que me hechiza para que me lamente con más dolores todavía, pues un hombre no sería capaz con su propia mente de maquinar esto si un dios en persona no viene y le hate a su gusto y fácilmente joven o viejo. Que tú hace poco eras viejo y vestías ropas desastrosas, en cambio ahora pareces un dios de los que poseen el vasto cielo.»

Y contestándole dijo Odiseo rico en ardides:

« Telémaco, no está bien que no te admires muy mucho ni te alegres de que tu padre esté en casa. Ningún otro Odiseo te vendrá ya aquí, sino éste que soy yo, tal cual soy, sufridor de males, muy asendereado, y he llegado a los veinte años a mi patria. En verdad esto es obra de Atenea la Rapaz que me convierte en el hombre que ella quiere -pues puede-: unas veces semejante a un mendigo y otras a un hombre joven vestido de hermosas ropas, que es fácil para los dioses que poseen el vasto cielo exaltar a un mortal o arruinarlo.»

Así hablando se sentó, y Telémaco, abrazado a su padre, sollozaba derramando lágrimas. A los dos les entró el deseo de llorar y lloraban agudamente, con más intensidad que los pájaros -pigargos o águilas de curvadas garras-, a quienes los campesinos han arrebatado las crías antes de que puedan volar. Así derramaban ellos bajo sus párpados un llanto que daba lástima. Y se hubiera puesto el sol mientras sollozaban, si Telémaco no se hubiera dirigido enseguida a su padre:

«Padre mío, ¿en qué nave te han traído a Itaca los marineros?, ¿quiénes se preciaban de ser?, pues no creo que hayas llegado aquí a pie.»

Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:

«Desde luego, hijo, te voy a decir la verdad. Me han traído los feacios, célebres por sus naves, quienes eoltan también a otros hombres que llegan hasta ellos. Me han traído dormido sobre el ponto en rápida nave y me han depositado en Itaca, no sin entregarme brillantes regalos -bronce, oro en abundancia y ropa tejida-. Todo está en una gruta por la voluntad de los dioses. Así que por fin he llegado aquí por consejo de Atenea, para que decidamos sobre la muerte de mis enemigos. Conque, vamos, enumérame a los pretendientes para que yo vea cuántos y quiénes son, que después de reflexionar en mi irreprochable ánimo te diré si podemos enfrentarnos a ellos nosotros dos sin ayuda, o buamos a otros.»

Y Telérnaco le contestó diretamente:

«Padre, siempre he oído la fama que tienes de ser buen luchador con las manos y prudente en tus resoluciones, pero has dicho algo extesivamente grande -¡me atenaza la admiración!-, pues no sería posible que dos hombres lucharan contra muchos y aguerridos.

»Respecto a los pretendientes no son una decena ni sólo dos, sino muchas más. Enseguida sabrás su número: de Duliquio son cincuenta y dos jóvenes selectos -y le siguen seis euderos-; de Same proceden veinticuatro hombres, de Zante veinte hijos de aqueos y de Itaca misma doce, todos excelentes, con quienes están el heraldo Medonte, el divino aedo y dos siervos conocedores de los servicios del banquete. Si nos enfrentáramos a todos ellos mientras están dentro, temo que no podrías castigar -aunque hayas vuelto- sus violencias en forma amarga y terrible.

»Pero si puedes pensar en alguien que nos defienda, dímelo, alguien que con ánimo amigo nos sirva de ayuda.»

Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:

«Te to diré; ponlo en tu pecho y eúchame. Piensa si Atenea -en unión del padre Zeus- nos pueden defender o tengo que pensar en otro aliado.»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«Excelentes en verdad son los dos aliados de que me hablas, pues se apuestan arriba, entre las nubes, y ambos dominan a los hombres y a los dioses inmortales.»

Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:

«Sí, en verdad no estarán mucho tiempo lejos de la fuerte lucha cuando la fuerza de Ares juzgue en mi palacio entre los pretendientes y nosotros. Pero tú marcha a casa al despuntar la aurora y reúnete con los soberbios pretendientes, que a mí me conducirá después el porquero bajo el aspecto de un mendigo miserable y viejo.

«Si me deshonran en el palacio, que tu corazón soporte el que yo reciba malos tratos, aunque me arrastren por los pies hasta la puerta o incluso me arrojen sus dardos. Tú mira y aguanta, pero ordénales, eso sí, que repriman sus insensateces dirigiéndote a epos con palabras dulces. Aunque no te harán caso, pues ya tienen a su lado el día de su destino. Te voy a decir otra cosa que has de poner en tus mientes: cuando Atenea, de muchos pensamientos, lo ponga en mi interior, te haré señas con la cabeza; tú entonces calcula cuántas arenas guerreras hay en el mégaron y sube a depositarlas en lo más profundo de la habitación del piso de arriba. Cuando te pregunten los pretendientes ansiosamente, contéstales con suaves palabras: "Las he retirado del fuego, pues ya no se parecen a las que dejó Odiseo cuando marchó a Troya, que están manchadas hasta donde las llega el aliento del fuego. Además el Cronida ha puesto en mi pecho una razón más importante: no sea que os llenéis de vino y levantando una disputa entre vosotros, lleguéis a heriros mutuamente y a llenar de vergüenza el banquete y vuestras pretensiones de matrimonio; que el hierro por sí sólo arrastra al hombre." Luego deja sólo para nosotros dos un par de espadas y otro de lamas y dos eudos para nuestros brazos, a fin de que los sorprendamos echándonos sobre ellos[230] . Te voy a decir otra cosa -y tú ponla en tu interior-: si de verdad eres mío y de mi propia sangre, que nadie se entere de que Odiseo  está en casa; que no lo sepa Laertes ni el porquero, ni ninguno de los siervos ni siquiera la misma Penélope, sino solos tú y yo. Conozcamos la actitud de las mujeres y pongamos a prueba a los siervos, a ver quién nos honra y quién no se cuida y te deshonra, siendo quien eres.»

 

Y contestándole dijo su ilustre hijo:

«Padre, creo que de verdad vas a conocer mi coraje -y enseguida-, pues no es precisamente la irreflexión lo que me domina. Pero, con todo, no creo que vayamos a sacar ganancia ninguno de los dos. Te insto a que reflexiones, pues vas a recorrer en vano durante un tiempo los campos para probar a cada hombre, mientras ellos devoran tranquilamente en palacio nuestros bienes, insolentemente y sin cuidarse de nada. Te aconsejo, por el contrario, que trates de conocer a las siervas, las que te deshonran y las que te son inocentes. No me agradaría que fuéramos por las majadas poniendo a prueba a los hombres; ocupémonos después de esto, si es que en verdad conoces algún presagio de Zeus, portador de égida.»

Mientras así hablaban, arribó a Itaca la bien trabajada nave que había traído de Pilos a Telémaco y compañeros.

Cuando éstos entraron en el profundo puerto, empujaron a la negra nave hacia el litoral y sus valientes servidores les llevaron las armas. Luego llevaron a casa de Clitio los hermosos dones y enviaron un heraldo al palacio de Odiseo para comunicar a Penélope que Telémaco estaba en el campo y había ordenado llevar la nave a la ciudad para que la ilustre reina no sintiera temor ni derramara tiernas lágrimas.

Encontráronse el heraldo[231]  y el divino porquero para comunicar a la mujer el mismo recado y, cuando ya habían llegado al palacio del divino rey, fue el heraldo quien habló en medio de las elavas.

«Reina, tu hijo ha llegado.»

Luego el porquero se acercó a Penélope y le dijo lo que su hijo le había ordenado decir. Cuando hubo acabado todo su encargo, se puso en camino hacia los cerdos abandonando los patios y el palacio.

 

Los pretendientes estaban afligidos y abatidos en su corazón; salieron del mégaron a lo largo de la pared del patio y se sentaron allí mismo, cerca de las puertas. Y Eurímaco, hijo de Pólibo, comenzó a hablar entre ellos:

«Amigos, gran trabajo ha realizado Telémaco con este viaje; ¡y decíamos que no lo llevaría a término! Vamos, botemos una negra nave, la mejor, y reunamos remeros que vayan enseguida a anunciar a aquéllos que ya está de vuelta en casa.»

No había terminado de hablar, cuando Anfínomo volviéndose desde su sitio, vio a la nave dentro del puerto y a los hombres amainando velas o sentados al remo. Y sonriendo suavemente dijo a sus compañeros:

«No enviemos embajada alguna; ya están aquí. O se lo ha manifestado un dios o ellos mismos han visto pasar de largo a la nave y no han podido alcanzarla.»

Así dijo, y ellos se levantaron para encaminarse a la ribera del mar. Enseguida empujaron la negra nave hacia el litoral y sus valientes servidores les llevaron las armas. Marcharon todos juntos a la plaza y no permitieron que nadie, joven o viejo, se sentara a su lado. Y comenzó a hablar entre ellos Antínoo, hijo de Eupites:

«¡Ay, ay, cómo han librado del mal los dioses a este hombre! Durante días nos hemos apostado vigilantes sobre las ventosas cumbres, turnándonos continuamente. Al ponerse el sol, nunca pasábamos la noche en tierra sino en el mar, esperando en la rápida nave a la divina Eos, acechando a Telémaco para sorprenderlo y matarlo. Pero entre tanto un dios le ha conducido a casa.

Con que meditemos una triste muerte para Telémaco aquí mismo y que no se nos eape, pues no creo que mientras él viva consigamos cumplir nuestro propósito, que él es hábil en sus resoluciones y el pueblo no nos apoya del todo.

«Vamos, antes de que reúna a los aqueos en asamblea..., pues no creo que se desentienda, sino que, rebosante de cólera, se pondrá en pie para decir a todo el mundo que le hemos trenzado la muerte y no le hemos alcanzado. Y el pueblo no aprobará estas malas acciones cuando le euche. ¡Cuidado, no vayan a causamos daño y nos arrojen de nuestra tierra -y tengamos que marchar a país ajeno-! Conque apresurémonos a matarlo en el campo lejos de la ciudad, o en el camino. Podríamos quedarnos con su bienes y posesiones repartiéndolas a partes iguales entre nosotros y entregar el palacio a su madre y a quien case con ella, para que se lo queden. Pero si estas palabras no os agradan, sino que preferís que él viva y posea todos sus bienes patrios, no volvamos desde ahora a reunirnos aquí para comer sus posesiones; que cada uno pretenda a Penélope asediándola con regalos desde su palacio, y quizá luego case ella con quien le entregue más y le venga destinado. »

Así habló y todos quedaron en silencio. Entonces se levantó y les dijo Anfínomo, ilustre hijo de Niso, el soberano hijo de Aretes (éste era de Duliquio, rica en trigo y pastos, y capitaneaba a los pretendientes; era quien más agradaba a Penélope por sus palabras, pues estaba dotado de buenas mientes)... Con sentimientos de amistad hacia ellos se levantó y dijo:

«Amigos, yo al menos no desearía acabar con Telémaco, pues la raza de los reyes es terrible de matar. Así que conozcamos primero la decisión de los dioses. Si la voluntad del gran Zeus lo aprueba, yo seré el primero en matarlo y os incitaré a los demás, pero si los dioses tratan de impedirlo, os aconsejo que pongáis término.»

Así dijo Anfínomo y les agradó su palabra. Se levantaron al punto y se encaminaron a casa de Odiseo y llegados allí se sentaron en pulidos sillones.

Entonces Penélope decidió mostrarse ante los pretendientes, poseedores de orgullosa insolencia, pues se había enterado de que pretendían matar a su hijo en palacio -se lo había dicho el heraldo Medonte, que conocía su decisión. Se puso en camino hacia el mégaron junto con sus siervas y cuando hubo llegado junto a los pretendientes, la divina entre las mujeres, se detuvo junto a una columna del bien labrado techo, sosteniendo delante de sus mejillas un grueso velo. Censuró a Antínoo, le dijo su palabra y le llamó por su nombre:

«Antínoo[232] , insolente, malvado; dicen en Itaca que eres el mejor entre tus compañeros en pensamiento y palabra, pero no eres tal. ¡Ambicioso!, por qué tramas la muerte y el destino para Telémaco y no prestas atención a los suplicantes, cuyo testigo es Zeus? No es justo tramar la muerte uno contra otro. ¿Es que no recuerdas cuando tu padre vino aquí huyendo por terror al pueblo, pues éste rebosaba de ira porque tu padre, siguiendo a unos piratas de Tafos, había causado daño a los tesprotos que eran nuestros aliados? Querían matarlo y romperle el corazón y comerse su mucha hacienda, pero Odiseo se lo impidió y los contuvo, deseosos como estaban. Ahora tú te comes sin pagar la hacienda de Odiseo, pretendes a su mujer y tratas de matar a su hijo, produciéndome un gran dolor. Te ordeno que pongas fin a esto y se lo aconsejes a los demás.»

 

Y Eurímaco, hijo de Pólibo, le contestó:

«Hija de Icario, prudente Penélope, cobra ánimos. No te preocupes por esto. No existe ni existirá ni va a nacer hombre que ponga sus manos sobre tu hijo Telémaco, al menos mientras yo viva y vean mis ojos sobre la tierra. Además, te voy a decir otra cosa que se cumplirá: pronto correría la sangre de ése por mi lanza pues también a mí Odiseo, el destructor de ciudades, sentándome muchas veces sobre sus rodillas me ponía en las manos carne asada y me ofrecía rojo vino. Por esto Telémaco es para mí el más querido de los hombres y te ruego que no temas su muerte al menos a manos de los pretendientes; en cuanto a la que procede de los dioses, ésa es imposible evitarla.»

Así habló para animarla, aunque también él tramaba la muerte contra Telémaco.

Entonces Penélope subió al brillante piso de arriba y lloraba a Odiseo, su esposo, hasta que Atenea de ojos brillantes le puso dulce sueño sobre los párpados.

El divino porquero llegó al atardecer junto a Odiseo y su hijo cuando éstos se preparaban la cena, después de sacrificar un cerdo de un año. Entonces Atenea se acercó a Odiseo Laertíada y tocándole con su varita le hizo viejo de nuevo y vistió su cuerpo de tristes ropas, para que el porquero no lo reconociera al verlo de frente y fuera a comunicárselo a la prudente Penélope sin poder guardarlo para sí.

Telémaco fue el primero en dirigirle su palabra:

«Ya has llegado, Eumeo: ¿qué se dice por la ciudad? ¿Han vuelto ya los arrogantes pretendientes de su emboada, o todavía esperan a que yo vuelva a casa?»

Y tú le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:

«No tenía yo que inquirir ni preguntar eso al bajar a la ciudad. Mi ánimo me empujó a comunicar mi recado y volver aquí de nuevo. Pero se encontró conmigo un veloz enviado de tus compañeros, un heraldo que habló a tu madre antes que yo. También sé otra cosa, pues la he visto con mis ojos: al volver para acá había ya atravesado la ciudad -en el lugar donde está el cerro de Hermes- cuando vi entrar en nuestro puerto una veloz nave; había en ella numerosos hombres y estaba cargada de eudos y lanzas de doble punta. Pensé que eran ellos, pero no lo sé con certeza.»

Así habló, y sonrió la sagrada fuerza de Telémaco dirigiendo los ojos a su padre, evitando al porquero. Cuando habían acabado del trajin de preparar la comida, cenaron y su ánimo no se vio privado de un alimento proporcional. Y una vez que habían arrojado de sí el deseo de comer y beber, volvieron su pensamiento al dormir y recibieron el don del sueño.

 

Notas

 [198]Cfr. I.72 y nota.  

 [199]Deripción convencional de un Puerto. Cfr. también el Puerto de Telépila de Lestrigonia en X.90 y ss.  

 [200]Su nombre se deriva de una raíz que significa «fluir», por tanto son las ninfas del elemento líquido, generalmente un manantial o una fuente a los que suelen dar nombre. En el v. 356, Odiseo las llama «hijas de Zeus», pero hay muchas que son hijas de los diferentes ríos de la zona donde habitan.  

 [201]Se refiere a la profecía ya anunciada por Alcínoo en VIII.569.  

 [202]Cfr. también IX.175 y ss.  

 [203]No consta en ninguna parte que Idomeneo tuviera un hijo con este nombre, pero sí que todos sus hijos murieron de muerte violenta. Era práctica normal en la Grecia arcaica que el asesino se exiliara para evitar la venganza de la familia del muerto a quien por derecho correspondía; ello sin olvidar las razones de tipo religioso. Cfr. también Teoclímeno en XV.230 y las palabras de Odiseo en XXIII.115 y ss.  

 [204]Las frecuentes alusiones a los fenicios (a quienes también se llama «sidonios» con más propiedad en IV.84 y XV.118) son prueba de su presencia en el Egeo dùrante los siglos VIII y VII a.c. De ellos tomaron los griegos el alfabeto y aprendieron el comercio. Básicamente eran comerciantes, pero es probable que mezclaran esta actividad con la piratería, como vemos aquí.  

 [205]Tornando la apariencia de niña. Cfr. VII. 15 y ss.  

 [206]Estas palabras, repetición de las de Antínoo en 11.91, contradicen lo que se dice sobre la tela en varios pasajes. De ahí que se haya querido ver una inconsistencia estructural, cfr. G. S. Kirk, Los poemas..., pág. 216.

 [207]Es extraño que se le atribuya a Odiseo cabello rubio. Aunque varios héroes de la Ilíada, como Aquíles y Menelao, son rubios, a Odiseo siempre se alude como moreno, XVI 175, VI.225 y XXIII.156 y ss.  

 [208]Es la única vez que Atenea aparece con una varita mágica, más propia de Hermes. En los demás casos realiza sus transformaciones sin necesidad de ella, cfr. II 12 y ss.,-etc.  

 [209]Se trata de una frase formular de aplicación poco afortunada en este caso.  

 [210]Sin embargo, en vv. 419 y ss. sacrifican un «cerdo bien gordo de cinco años».  

 [211]A Penélope.  

 [212]Es una expresión modelada a partir de Ilíada, IX.312-3, donde Aquiles está contestando precisamente al diurso de Odiseo en la Embajada.  

 [213]Fórmula que se dirige habitualmente a un forastero. Aquí la tenemos completa, igual que en I.170 y ss., o en XXIV.298 y ss., donde aparece más elaborada. En los demás casos sólo se hacen las dos primeras preguntas, cfr. X.325, XV.264 y XIX.105.  

 [214]A este pasaje se refiere Aristóteles en la Retórica (1410614): «cuando se llama caña seca a la vejez, (la metáfora) proporciona un conocimiento y noción a través del género; pues ambos han perdido la flor».  

 [215]Esta historia fingida de Odiseo es muy similar a la deripción que hace Heródoto (cfr. 2.152 y ss.) de la llegada a Egipto de los jonios en el reinado de Psamético. Es difícil dilucidar si Heródoto está siguiendo inonientemente a Homero o si ambos, por el contrario, registran independientemente el mismo hecho histórico. Cfr. R. Carpenter, ob. cit., págs. 93 y ss.  

 [216]Versos tomados de la narración por Odiseo de la perdición de sus propios compañeros, después de salir de la isla de Helios, cfr. XII.415-19.  

 [217]Dodona es uno de los más antiguos oráculos griegos. Se encuentra en el Epiro (la Tesprotia homérica) y pertenecía a Zeus Naios. Homero, que habla dos veces de este oráculo (aquí y en Iliada XVI.235-7), nos informa que la mántica se ejercía a través de una encina sagrada y que lo regentaban los Selloi «intérpretes de pies no lavados, que duermen en el suelo» (Iliada, loc. cit.). Probablemente se refiere a un cuerpo sacerdotal que llevaba una vida de austeridad.  

 [218]Los elavos que aparecen en la Odisea no solamente gozan de una cierta libertad de acción, sino incluso, al parecer, del derecho a la propiedad privada. Cfr. L. Gil, Introducción..., 372 y ss.  

 [219]En este canto se unen los dos hilos del relato. Para ello éste vuelve a Telémaco, que se encuentra todavía en el palacio de Menelao. En IV.590 y ss., se encuentra cenando en compañía de su huésped. La economía del relato hace que nos lo encontremos ahora unos momentos antes del alba del día siguiente.  

 [220]Hijo de Menelao con una elava, cfr. IV.10 y ss.  

 [221]Personajes ya citados en III.490. Se trata de la dinastía de Feras, que Homero cita en Ilíada, V.541-60, cuando los dos hijos de Diocles, Creton y Ortíloco, mueren a manos de Eneas.  

 [222]Cfr. XIII.260 y nota.  

 [223]La hija de Neleo es Peró (cfr. XI.290). Ni aquí ni en el pasaje citado se relata la historia completa, que es como sigue: Neleo tenía una hija, Peró, de quien estaba enamorado Biante, hermano de Melampo. Neleo no entregaba su hija si el pretendiente no le traía el rebaño de Ificlo (o de su padre Fílaco). Melampo, que era adivino, se prestó a ayudar a su hermano, pero fue sorprendido en el acto de robarlo y pasó un año encerrado. Después de este periodo, curó la impotencia de Ificlo, y Fílaco le donó el rebaño.  

 [224]De ninguno de estos lugares se puede afirmar otra cosa que pertenecen a la Elide.  

 [225]Estrabón las identifica con las Equínades en el mar Jónico (cfr. 8.3.26).  

 [226]Podría tratarse de Syros, isla cercana a Renea, que era la antigua Ortigia (cfc. Estrabón, 10.5.5), pero la deripción que de ella se hace la convierte en un lugar paradisíaco, similar a la tierra de los Cíclopes, etc.  

 [227]Resulta extraña y abiertamente inadecuada esta propuesta de Telémaco. Más abajo (w. 540 y ss.) se lo encomienda a Pireo Clitida como si no hubiera dicho antes nada.  

 [228]Cfr. III.214-5  

 [229]Se entiende, la boda con Penélope.  

 [230]Este plan supone que ambos van a estar en el mégaron con todos los pretendientes e instruye dejar un par de eudos y lanzas. Sin embargo, en XIX.4 y ss. Telémaco y Odiseo se quedan solos en el mégaron y Odiseo recomienda a su hijo que retire todas las armas. Esta incongruencia ha llevado a pensar en la existencia de dos versiones, la primera de las cuales excluiría la conversación posterior con Penélope y el reconocimiento por Euriclea. También se ha pensado que la Matanza excluía la utilización del arco, cfr. hmidt-Stíihlin, op. rit., I, pág. 118.  

 [231]El heraldo es Medonte y juega un doble papel de espía. Por un lado, comunica a Penélope la decisión de los pretendientes de matar a Telémaco (cfr. IV.677 y XVI.412). Por otro lado, es amigo de los pretendientes (cfr. XVI.252 y XVII.172 y ss). Al final Odiseo le perdonará la vida a ruegos de Telémaco (cfr. XXII.357 y ss.)  

 [232]Antínoo es el más insolente de los pretendientes y el único de quien se ofrecen detalles de su vida familiar. El favor que Odiseo hizo a su padre creó un vínculo entre sus familias que hace menos justificable todavía su insolencia.  

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