LA ODISEA

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Homero 

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CANTO I

LOS DIOSES DECIDEN EN ASAMBLEA EL RETORNO DE ODISEO

 

Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos[2] ,

que anduvo errante muy mucho después de Troya sagrada asolar;

vió muchas ciudades de hombres y conoció su talante,

y dolores sufrió sin cuento en el mar tratando

de asegurar la vida y el retorno de sus compañeros.

Mas no consiguió salvarlos, con mucho quererlo,

pues de su propia insensatez sucumbieron víctimas,

¡locas! de Hiperión Helios[3]  las vacas comieron,

y en tal punto acabó para ellos el día del retorno.

Diosa, hija de Zeus, también a nosotros,

cuéntanos algún pasaje de estos sucesos[4] .

 

Ello es que todos los demás[5] , cuantos habían eapado a la amarga muerte, estaban en casa, dejando atrás la guerra y el mar. Sólo él estaba privado de regreso y esposa, y lo retenía en su cóncava cueva la ninfa Calipso[6] , divina entre las diosas, deseando que fuera su esposo.

 

Y el caso es que cuando tranurrieron los años y le llegó aquel en el que los dioses habían hilado[7]  que regresara a su casa de Itaca, ni siquiera entonces estuvo libre de pruebas; ni cuando estuvo ya con los suyos. Todos los dioses se compadecían de él excepto Poseidón, quién se mantuvo siempre rencoroso[8]  con el divino Odiseo hasta que llegó a su tierra.

Pero había acudido entonces junto a los Etiopes[9]  que habitan lejos (los Etiopes que están divididos en dos grupos, unos donde se hunde Hiperión y otros donde se levanta), para asistir a una hecatombe de toros y carneros; en cambio, los demás dioses estaban reunidos en el palacio de Zeus Olímpico. Y comenzó a hablar el padre de hombres y dioses, pues se había acordado del irreprochable Egisto, a quien acababa de matar el afamado Orestes, hijo de Agamenón[10] . Acordóse, pues, de éste, y dijo a los inmortales su palabra:

«¡Ay, ay, cómo culpan los mortales a los dioses!, pues de nosotros, dicen, proceden los males. Pero también ellos por su estupidez soportan dolores más allá de lo que les corresponde. Así, ahora Egisto ha desposado -cosa que no le correspondía- a la esposa legítima del Atrida y ha matado a éste al regresar; y eso que sabía que moriría lamentablemente, pues le habíamos dicho, enviándole a Hermes, al vigilante Argifonte[11] , que no le matara ni pretendiera a su esposa. "Que habrá una venganza por parte de Orestes cuando sea mozo y sienta nostalgia de su tierra." Así le dijo Hermes, mas con tener buenas intenciones no logró persuadir a Egisto. Y ahora las ha pagado todas juntas.»

Y le contestó luego la diosa de ojos brillantes[12] , Atenea:

«Padre nuestro Cronida, supremo entre los que mandan, ¡claro que aquél yace víctima de una muerte justa!, así perezca cualquiera que cometa tales acciones. Pero es por el prudente Odiseo por quien se acongoja mi corazón, por el desdichado que lleva ya mucho tiempo lejos de los suyos y sufre en una isla rodeada de corriente donde está el ombligo del mar. La isla es boosa y en ella tiene su morada una diosa, la hija de Atlante[13] , de pensamientos perniciosos, el que conoce las profundidades de todo el mar y sostiene en su cuerpo las largas columnas que mantienen apartados Tierra y Cielo. La hija de éste lo retiene entre dolores y lamentos y trata continuamente de hechizarlo con suaves y astutas razones para que se olvide de Itaca; pero Odiseo, que anhela ver levantarse el humo de su tierra, prefiere morir. Y ni aun así se te conmueve el corazón, Olímpico. ¿Es que no te era grato Odiseo cuando en la amplia Troya te sacrificaba víctimas junto a las naves aqueas? ¿Por qué tienes tanto rencor, Zeus?»

Y le contestó el que reúne las nubes, Zeus:

«Hija mía, ¡qué palabra ha eapado del cerco de tus dientes! ¿Cómo podría olvidarme tan pronto del divino Odiseo, quien sobresale entre los hombres por su astucia y más que nadie ha ofrendado víctimas a los dioses inmortales que poseen el vasto cielo? Pero Poseidón, el que conduce su carro por la tierra[14] , mantiene un rencor incesante y obstinado por causa del Cíclope a quien aquél privó del ojo, Polifemo, igual a los dioses, cuyo poder es el mayor entre los Cíclopes[15] . Lo parió la ninfa Toosa, hija de Forcis[16] , el que se cuida del estéril mar, uniéndose a Poseidón en profunda cueva. Por esto, Poseidón, el que sacude la tierra, no mata a Odiseo, pero lo hace andar errante lejos de su tierra patria. Conque, vamos, pensemos todos los aquí presentes sobre su regreso, de forma que vuelva. Y Poseidón depondrá su cólera; que no podrá él solo rivalizar frente a todos los inmortales dioses contra la voluntad de éstos.»

Y le contestó luego la diosa de ojos brillantes, Atenea:

«Padre nuestro Cronida, supremo entre los que mandan, si por fin les cumple a los dioses felices que regrese a casa el muy astuto Odiseo, enviemos enseguida a Hermes, al vigilante Argifonte, para que anuncie inmediatamente a la Ninfa de lindas trenzas nuestra inflexible decisión: el regreso del sufridor Odiseo. Que yo me presentaré en Itaca para empujar a su hijo -y ponerle valor en el pecho- a que convoque en asamblea a los aqueos de largo cabello a fin de que pongan coto a los pretendientes que siempre le andan sacrificando gordas ovejas y cuernitorcidos bueyes de rotátiles patas. Lo enviaré también a Esparta y a la arenosa Pilos para que indague sobre el regreso de su padre, por si oye algo, y para que cobre fama da valiente entre los hombres.»

Así diciendo, ató bajo sus pies las hermosas sandalias inmortales, doradas, que la suelen llevar sobre la húmeda superficie o sobre tierra firme a la par del soplo del viento. Y tomó una fuerte lanza con la punta guarnecida de agudo bronce, pesada, grande, robusta, con la que domeña las filas de los héroes guerreros contra los que se encoleriza la hija del padre Todopoderoso. Luego deendió lanzándose de las cumbres del Olimpo y se detuvo en el pueblo de Itaca sobre el pórtico de Odiseo, en el umbral del patio. Tenía entre sus manos una lanza de bronce y se parecía a un forastero, a Mentes[17] , caudillo de los tafios.

Y encontró a los pretendientes. Éstos complacían su ánimo con los dados delante de las puertas y se sentaban en pieles de bueyes que ellos mismos habían sacrificado. Sus heraldos y solícitos sirvientes se afanaban, unos en mezclar vino con agua en las cráteras, y los otros en limpiar las mesas con agujereadas esponjas; se las ponían delante y ellos se distribuían carne en abundancia. El primero en ver a Atenea fue Telémaco, semejante a un dios; estaba sentado entre los pretendientes con corazón acongojado y pensaba en su noble padre: ¡ojalá viniera e hiciera dispersarse a los pretendientes por el palacio!, ¡ojalá tuviera él sus honores y reinara sobre sus posesiones! Mientras esto pensaba sentado entre los pretendientes, vió a Atenea. Se fue derecho al pórtico, y su ánimo rebosaba de ira por haber dejado tanto tiempo al forastero a la puerta. Se puso cerca, tomó su mano derecha, recibió su lanza de bronce y le dirigió aladas palabras:

«Bienvenido, forastero, serás agasajado en mi casa. Luego que hayas probado del banquete, dirás qué precisas.»

Así diciendo, la condujo y ella le siguió, Palas Atenea. Cuando ya estaban dentro de la elevada morada, llevó la lanza y la puso contra una larga columna, dentro del pulimentado guardalanzas donde estaban muchas otras del sufridor Odiseo. La condujo e hizo sentar en un sillón y extendió un hermoso tapiz bordado; y bajo sus pies había un eabel. Al lado colocó un canapé labrado lejos de los pretendientes, no fuera que el huésped, molesto por el ruido, no se deleitara con el banquete alcanzado por sus arrogancias y para preguntarle sobre su padre ausente. Y una elava derramó sobre fuente de plata el aguamanos que llevaba en hermosa jarra de oro, para que se lavara, y al lado extendió una mesa pulimentada. Luego la venerable ama de llaves puso comida sobre ella y añadió abundantes piezas eogidas, favoréciéndole entre los que estaban presentes. El trinchante les ofreció fuentes de toda clase de carnes que habían sacado del trinchador y a su lado colocó copas de oro. Y un heraldo se les acercaba a menudo y les eanciaba vino.

Luego entraron los arrogantes pretendientes y enseguida comenzaron a sentarse por orden en sillas y sillones. Los heraldos les derramaron agua sobre las manos, las elavas amontonaron pan en las canastas y los jóvenes coronaron de vino las cráteras. Y ellos echaron mano de los alimentos que tenían dispuestos delante. Después que habían echado de sí el deseo de comer y beber, ocuparon su pensamiento el canto y la danza, pues éstos son complementos de un banquete; así que un heraldo puso hermosa cítara en manos de Femio[18] , quien cantaba a la fuerza entre los pretendientes, y éste rompió a cantar un bello canto acompañándose de la cítara.

Entonces Telémaco se dirigió a Atenea, de ojos brillantes, y mantenía cerca su cabeza para que no se enteraran los demás:

«Forastero amigo, ¿vas a enfadarte por lo que te diga? Éstos se ocupan de la cítara y el canto -¡y bien fácilmente!-, pues se están comiendo sin pagar unos bienes ajenos, los de un hombre cuyos blancos huesos ya se están pudriendo bajo la acción de la lluvia, tirados sobre el litoral, o los voltean las olas en el mar. ¡Si al menos lo vieran de regreso a Itaca...! Todos desearían ser más veloces de pies que ricos en oro y vestidos. Sin embargo, ahora ya está perdido de aciago destino, y ninguna esperanza nos queda por más que alguno de los terrenos hombres asegure que volverá. Se le ha acabado el día del regreso.

«Pero, vamos, dime esto ---e infórmame con verdad-: ¿quién, de dónde eres entre los hombres?, ¿dónde están tu ciudad y tus padres?, ¿en qué nave has llegado?, ¿cómo te han conducido los marineros hasta Itaca y quiénes se precian de ser? Porque no creo en absoluto que hayas llegado aquí a pie. Dime también con verdad, para que yo lo sepa, si vienes por primera vez o eres huésped de mi padre; que muchos otros han venido a nuestro palacio, ya que también él hacía frecuentes visitas a los hombres.»

Y Atenea, de ojos brillantes, se dirigió a él:

«Claro que te voy a contestar sinceramente a todo esto. Afirmo con orgullo ser Mentes, hijo de Anquíalo, y reino sobre los tafios, amantes del remo. Ahora acabo de llegar aquí con mi nave y compañeros navegando sobre el ponto rojo como el vino hacia hombres de otras tierras; voy a Temesa[19]  en bua de bronce y llevo reluciente hierro. Mi nave está atracada lejos de la ciudad en el puerto Reitro, a los pies del booso monte Neyo. Tenemos el honor de ser huéspedes por parte de padre; puedes bajar a preguntárselo al viejo héroe Laertes, de quien afirman que ya no viene nunca a la ciudad y sufre penalidades en el campo en compañía de una anciana sierva que le pone comida y bebida cuando el cansancio se apodera de sus miembros, de recorrer penosamente la fructífera tierra de sus productivos viñedos[20] .

«He venido ahora porque me han asegurado que tu padre estaba en el pueblo. Pero puede que los dioses lo hayan detenido en el camino, porque en modo alguno esta muerto sobre la tierra el divino Odiseo, sino que estará retenido, vivo aún, en algún lugar del ancho mar, en alguna isla rodeada de corriente donde lo tienen hombres crueles y salvajes que lo sujetan contra su voluntad.

«Así que te voy a decir un presagio -porque los inmortales lo han puesto en mi pecho y porque creo que se va a cumplir, no porque yo sea adivino ni entienda una palabra de aves de agüero-: ya no estará mucho tiempo lejos de su tierra patria, ni aunque lo retengan ligaduras de hierro. Él pensará cómo volver, que es rico en recursos.

«Pero, vamos, dime -e infórmame con verdad- si tú, tan grande ya, eres hijo del mismo Odiseo. Te pareces a aquél asombrosamente en la cabeza y los lindos ojos; que muy a menudo nos reuníamos antes de embarcar él para Troya, donde otros argivos, los mejores, embarcaron en las cóncavas naves. Desde entonces no he visto a Odiseo, ni él a mí.»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«Desde luego, huésped, te voy a hablar sinceramente. Mi madre asegura que soy hijo de él; yo, en cambio, no lo sé; que jamás conoció nadie por sí mismo su propia estirpe. ¡Ojalá fuera yo el hijo dichoso de un hombre al que alcanzara la vejez en medio de sus posesiones! Sin embargo, se ha convertido en el más desdichado de los mortales hombres aquél de quien dicen que yo soy hijo, ya que me lo preguntas.»

Y Atenea, de ojos brillantes, se dirigió a él:

Seguro que los dioses no te han dado linaje sin nombre, puesto que Penélope te ha engendrado tal como eres. Conque, vamos, dime esto -e infórmame con verdad-: ¿qué banquete, qué reunión es ésta y que necesidad tienes de ella? ¿Se trata de un convite o de una boda?, porque seguro que no es una comida a eote: ¡tan irrespetuosos me parece que comen en el palacio, más de lo conveniente! Se irritaría viendo tantas torpezas cualquier hombre con sentido común que viniera.»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«Huésped, puesto que me preguntas esto a inquieres, este palacio fue en otro tiempo seguramente rico a irreprochable mientras aquel hombre estaba todavía en casa. Pero ahora los dioses han decidido otra cosa maquinando desgracias; lo han hecho ilocalizable más que al resto de los hombres. No me lamentaría yo tanto por él aunque estuviera muerto, si hubiera sucumbido entre sus compañeros en el pueblo de los troyanos o entre los brazos de los suyos, una vez que hubo cumplido la odiosa tarea de la guerra. En este caso le habría construido una tumba el ejército panaqueo[21]  y habría cosechado para el futuro un gran renombre para su hijo. Sin embargo, las Harpías[22]  se lo han llevado sin gloria; se ha marchado sin que nadie lo viera, sin que nadie le oyera, y a mí sólo me ha legado dolores y lágrimas.

«Pero no solo lloro y me lamento por aquél; que los dioses me han proporcionado otras malas preocupaciones, pues cuantos nobles reinan sobre las islas -Duliquio, Same y la boosa Zantez[23]  - y cuantos son poderosos en la earpada Itaca pretenden a mi madre y arruinan mi casa. Ella ni se niega al odioso matrimonio ni es capaz de ponerles coto, y ellos arruinan mi hacienda comiéndosela. Luego acabarán incluso conmigo mismo.»

Y le contestó, irritada, Palas Atenea:

«¡Ay, ay, mucha falta te hace ya el ausente Odiseo!; que pusiera él sus manos sobre los desvergonzados pretendientes. Pues si ahora, ya de regreso, estuviera en pie ante el pórtico del palacio sosteniendo su hacha, su eudo y sus dos lanzas tal como yo le vi por primera vez en nuestro palacio bebiendo y gozando del banquete recién llegado de Efira[24] , del palacio de Mermérida... (había marchado allí Odiseo en rápida nave para buar veneno homicida con que untar sus broncíneas flechas. Aquél no se lo dió, pues veneraba a los dioses que viven siempre, pero se lo entregó mi padre, pues lo amaba en exceso). ¡Con tal atuendo se enfrentara Odiseo con los pretendientes! Corto el destino de todos sería y amargas sus nupcias. Pero está en las rodillas de los dioses[25]  si tomará venganza en su palacio al volver o no.

«En cuanto a ti, te ordeno que pienses la manera de echar del palacio a los pretendientes. Conque, vamos, eúchame y presta atención a mis palabras: convoca mañana en asamblea a los héroes aqueos y hazles a todos manifiesta tu palabra; y que los dioses sean testigos. Ordena a los pretendientes que se dispersen a sus casas, y a tu madre.., si su deseo la impulsa a casarse, que vuelva al palacio de su poderoso padre; le prepararán unas nupcias y le dispondrán una dote abundante, cuanta es natural que acompañe a una hija querida.

«A ti, sin embargo, te voy a aconsejar sagazmente, por si quieres obedecerme: bota una nave de veinte remos, la mejor, y marcha para informarte sobre tu padre largo tiempo ausente, por si alguno de los mortales pudiera decirte algo o por si eucharas la Voz  que viene de Zeus[26] , la que, sobre todas, lleva a los hombres las noticias.

«Primero dirígete a Pilos y pregunta al divino Néstor, y desde allí a Esparta al palacio del rubio Menelao, pues él ha llegado al postrero de los aqueos que visten bronce. Si oyes de tu padre que vive y está de vuelta, soporta todavía otro año, aunque tengas pesar; pero si oyes que ha muerto y que ya no vive, regresa enseguida a tu tierra patria, levanta una tumba en su honor y ofréndale exequias en abundancia, cuantas están bien.

Y entrega tu madre a un marido. Luego que esto hayas concluido, medita en tu mente y en tu corazón la manera de matar a los pretendientes en tu casa con engaño o a las claras[27] .

Y es preciso que no juegues a cosas de niños, pues no eres de edad para hacerlo. ¿No has oído qué fama ha cobrado el divino Orestes entre todos los hombres por haber matado al asesino de su padre, a Egisto fecundo en ardides, porque había quitado la vida a su ilustre padre? También tú, amigo —pues te veo vigoroso y bello—, sé valiente para que alguno de tus deendientes hable bien de ti. Yo me marcho ahora mismo a la rápida nave junto a mis compañeros, que deben estar cansados de tanto esperarme. Tú ocúpate de esto y presta oídos a mis palabras.»

Y le contestó Telémaco diretamente:

«Huésped, en verdad dices esto con sentimientos amigos, como un padre a su hijo, y jamás los echaré a olvido. Mas, vamos, quédate ahora por muy deseoso que estés del camino, para que después de bañarte y gozar en tu pecho marches alegre a la nave portando un presente, un regalo estimable y hermoso que será para ti un tesoro de mí, como los que hospedan dan a sus huéspedes.»

Y contestó luego Atenea, de ojos brillantes:

«No me detengas más, que ya ansío el camino. El regalo que tu corazón te empuje a darme, entrégamelo cuando vuelva otra vez para llevarlo a casa. Eoge uno bueno de verdad y tendrás otro igual en recompensa.»

Así hablando, partió la de ojos brillantes, Atenea, y se remontó como un ave, e infundió audacia en el pecho de Telémaco y valentía. Pero después de reflexionar en su mente quedó estupefacto, pues pensó que era un dios. Y, mortal a los dioses igual, marchó enseguida junto a los pretendientes.

Entre éstos estaba cantando el ilustre aedo, y ellos euchaban sentados en silencio. Cantaba el regreso de los aqueos que Palas Atenea les había deparado funesto desde Troya[28] . La hija de Icario, la prudente Penélope, acogió en su pecho el inspirado canto desde el piso de arriba y deendió por la elevada ealera de su palacio; mas no sola, que la acompañaban dos siervas. Cuando hubo llegado a los pretendientes la divina entre las mujeres, se detuvo junto al pilar central del techo labrado llevando ante sus mejillas un grueso velo, y a cada lado se puso una fiel sirvienta. Luego habló llorando al divino aedo:

«Femio, sabes otros muchos cantos, hechizo de los mortales, hazañas de hombres y dioses que los aedos hacen famosas. Cántales uno de éstos sentado a su lado y que ellos beban su vino en silencio; mas deja ya ese canto triste que me está dañando el corazón dentro del pecho, puesto que a mí sobre todos me ha alcanzado un dolor inolvidable, pues añoro, acordándome continuamente, la cabeza de un hombre cuyo renombre es amplio en la Hélade y hasta el centro de Argos[29] ».

Y Telémaco le dijo diretamente:

«Madre mía, ¿qué reprochas al amable aedo que nos deleite como le impulse su voluntad? No son los aedos culpables, sino en cierto sentido Zeus, el que dota a los hombres que comen grano como quiere a cada uno».

Para éste no habrá castigo porque cante el destino aciago de los dánaos, pues éste es el canto que más celebran los hombres, el que llega más reciente a los oyentes.

«Que tu corazón y tu espíritu soporten eucharlo, pues no sólo Odiseo perdió en Troya el día de su regreso, que también perecieron otros muchos hombres. Conque marcha a tu habitación y cuídate de tu trabajo, el telar y la rueca, y ordena a las elavas que se ocupen del suyo. La palabra debe ser cosa de hombres, de todos, y sobre todo de mí, de quien es el poder en este palacio.»

Admiróse ella y se encaminó de nuevo a su habitación, pues puso en su interior la palabra direta de su hijo. Subió al piso de arriba en companía de las elavas y luego rompió a llorar a Odiseo su esposo hasta que Atenea, de ojos brillantes, echo dulce sueño sobre sus parpados.

Los pretendientes rompieron a alborotar en el sombrío mégaron[30]  y deseaban todos acostarse en su cama al lado de ella. Entonces comenzó a hablarles Telémaco diretamente:

«Pretendientes de mi madre que tenéis excesiva insolencia, gocemos ahora con el banquete y que no haya vocerío, puesto que lo mejor es euchar a un aedo como éste, semejante en su voz a los dioses».

«Al amanecer marchemos a la plaza y sentemonos todos para que os diga sin empacho que salgáis de mi palacio, os preparéis otros banquetes y comáis vuestros propios bienes invitándoos mutuamente. Pero si os parece lo mejor y más acertado destruir sin pagar la hacienda de un solo hombre, consumidla. Yo clamaré a los dioses, que viven siempre, por si Zeus de algun modo me concede que vuestras obras sean castigadas: pereceréis al punto, sin nadie que os vengue, dentro de este palacio!»

Así habló, y todos clavaron los dientes en sus labios. Estaban admirados de Telémaco porque había hablado audazmente. Y Antínoo[31] , hijo de Eupites, se dirigió a él:

«Telémaco, seguramente los dioses mismos te enseñan a ser ya arrogante en la palabra y a hablar audazmente. ¡Que el hijo de Crono no te haga rey de Itaca, rodeada de mar, cosa que por linaje te corrresponde como herencia paterna! »

Y Telemaco le contestó diretamente:

«Antínoo, aunque te enojes conmigo por lo que voy a decir, esto es precisamente lo que quisiera yo obtener si Zeus me lo concede. ¿O acaso crees que es lo peor entre los hombres? No es nada malo ser rey, no; rapidamente tu palacio se hace rico y tu mismo más respetado. Pero hay muchos otros personajes reales en Itaca, rodeada de mar; que uno de ellos ocupe el trono, muerto el divino Odiseo. Yo seré soberano de mi palacio y de los elavos que el divino Odiseo tomó para mi como botin. »

Y Eurímaco, hijo de Pólibo, le dijo a su vez:

«Telémaco, en verdad está en las rodillas de los dioses quién de los aqueos va a reinar en Itaca, rodeada de mar; tú harías mejor en conservar tus posesiones y reinar sobre tus elavos. ¡Cuidado no venga algún hombre que lo prive de tus posesiones por la fuerza, contra tu voluntad, mientras Itaca siga habitada!

«Pero quiero, excelente, preguntarte sobre el forastero de dónde es, de qué tierra se precia de ser y dónde tiene ahora su linaje y heredad paterna. ¿Acaso trae un mensaje de tu padre ausente o ha llegado aquí por algún asunto propio? Cuán rápido se levantó y marchó enseguida sin esperar a que lo conociéramos. Desde luego no parecía en su aspecto un hombre del pueblo.»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«Eurímaco, con certeza se ha acabado el regreso de mi padre. No hago ya caso a noticia alguna, venga de donde viniere, ni presto oídos al oráculo de procedencia divina que mi madre pueda comunicarme llamándome al mégaron. Este hombre es huésped paterno mío y afirma con orgullo que es Mentes, hijo del prudence Anquíalo, y reina sobre los Tafios, amantes del remo.»

Así dijo Telémaco, aunque había reconocido a la diosa inmortal en su mente.

Volvieron ellos al baile y al canto para deleitarse y aguardaron al lucero de la tarde y cuando se estaban deleitando les sobrevino éste, así que se pusieron en camino cada uno a su casa deseando acostarse.

Entonces Telémaco se dirigió cavilando hacia el lecho, hacia donde tenía construido su suntuoso dormitorio en el muy hermoso patio[32] , en lugar de amplia visión. Junto a él llevaba teas ardientes la fiel Euriclea[33] , hija de Ope Pisenórida, a la que había comprado en otro tiempo Laertes, cuando todavía era adoleente, por el valor de veinte bueyes; la honraba en el palacio igual que a su casta esposa, pero nunca se unió a ella en la cama por evitar la cólera de su mujer. Ésta era quien llevaba a su lado las ardientes antorchas y lo amaba más que ninguna elava, pues lo había criado cuando era pequeño.

Abrió Telémaco las puertas del dormitorio, suntuosamente construido, y se sentó en el lecho, se desnudó del suave manto y lo echó sobre las manos de la muy diligente anciana. Ésta estiró y dobló el manto y colgándolo de un clavo junto al lecho agujereado[34]  se puso en camino para salir del dormitorio. Tiró de la puerta con una anilla de plata y echó el cerrojo con la correa.

Durante toda la noche, cubierto por el vellón de una oveja, planeaba él en su mente el viaje que le había dispuesto Atenea.

 

CANTO II

TELÉMACO REÚNE EN ASAMBLEA AL PUEBLO DE ITACA

 

Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa[35] , al punto el amado hijo de Odiseo se levantó del lecho, vistió sus vestidos, colgó de su hombro la aguda espada y bajo sus pies, brillantes como el aceite, calzó hermosas sandalias.

Luego se puso en marcha, salió del dormitorio semejante a un dios en su porte y ordenó a los vocipotentes heraldos que convocaran en asamblea[36]  a los aqueos de largo cabello; aquéllos dieron el bando y éstos comenzaron a reunirse con premura. Después, cuando hubieron sido reunidos y estaban ya congregados, se puso en camino hacia la plaza -en su mano una lanza de bronce-; mas no solo, que le seguían dos lebreles de veloces patas. Entonces derramó Atenea sobre él una gracia divina y lo contemplaban admirados todos los ciudadanos; se sentó en el trono de su padre y los ancianos le cedieron el sitio.

A continuación comenzó a hablar entre ellos el héroe Egiptio, quien estaba ya encorvado por la vejez y sabía miles de cosas, pues también su hijo, el lancero Antifo, había embarcado en las cóncavas naves en compañla del divino Odiseo hacia Ilión[37]  de buenos potros; lo había matado el salvaje Cíclope en su profunda cueva y lo había preparado como último bocado de su cena. Aún le quedaban tres: uno estaba entre los pretendientes y los otros dos cuidaban sin deanso los bienes paternos. Pero ni aun así se había olvidado de aquél, siempre lamentándose y afligiéndose[38] . Derramando lágrimas por su hijo levantó la voz y dijo:

«Euchadme ahora a mí, itacenses, lo que voy a deciros. Nunca hemos tenido asamblea ni sesión desde que el divino Odiseo marchó en las cóncavas naves. ¿Quién, entonces, nos convoca ahora de esta manera? ¿A quién ha asaltado tan grande necesidad ya sea de los jóvenes o de los ancianos? ¿Acaso ha oído alguna noticia de que llega el ejército, noticia que quiere revelarnos una vez que él se ha enterado?, ¿o nos va a manifestar alguna otra cosa de interés para el pueblo? A mí me parece que es noble, afortunado. ¡Así Zeus llevara a término lo bueno que él revuelve en su mente!»

Así habló, y el amado hijo de Odiseo se alegró por sus palabras. Con que ya no estuvo sentado por más tiempo y sintió un deseo repentino de hablar. Se puso en pie en mitad de la plaza y le colocó el cetro en la mano el heraldo Pisenor, conocedor de consejos diretos.

Entonces se dirigió primero al anciano y dijo:

«Anciano, no está lejos ese hombre, soy yo el que ha convocado al pueblo (y tú lo sabrás pronto), pues el dolor me ha alcanzado en demasía.. No he euchado noticia alguna de que llegue el ejército que os vaya a revelar después de enterarme yo, ni voy a manifestaros ni a deciros nada de interés para el pueblo, sino un asunto mío privado que me ha caído sobre el palacio como una peste, o mejor como dos: uno es que he perdido a mi noble padre, que en otro tiempo reinaba sobre vosotros aquí presentes y era bueno como un padre. Pero ahora me ha sobrevenido otra peste aún mayor que está a punto de destruir rápidamente mi casa y me va a perder toda la hacienda: asedian a mi madre, aunque ella no lo quiere, unos pretendientes hijos de hombres que son aquí los más nobles. Estos tienen miedo de ir a casa de su padre Icario para que éste dote a su hija y se la entregue a quien él quiera y encuentre el favor de ella. En cambio vienen todos los días a mi casa y sacrifican bueyes, ovejas y gordas cabras y se banquetean y beben a cántaros el rojo vino. Así que se están perdiendo muchos bienes, pues no hay un hombre como Odiseo que arroje esta maldición de mi casa. Yo todavía no soy para arrojarla, pero ¡seguro que más adelante voy a ser débil y deonocedor del valor! En verdad que yo la rechazaría si me acompañara la fuerza, pues ya no son soportables las acciones que se han cometido y mi casa está perdida de la peor manera. Indignaos también vosotros y avergonzaos de vuestros vecinos, los que viven a vuestro lado. Y temed la cólera de los dioses, no vaya a ser que cambien la situación irritados por sus malas acciones. Os lo ruego por Zeus Olímpico y por Temis, la que disuelve y reúne las asambleas de los hombres; conteneos, amigos, y dejad que me consuma en soledad, víctima de la triste pena -a no ser que mi noble padre Odiseo alguna vez hiciera mal a los aqueos de hermosas grebas, a cambio de lo cual me estáis dañando rencorosamente y animáis a los pretendientes. Para mí sería más ventajoso que fuerais vosotros quienes consumen mis propiedades y ganado. Si las comierais vosotros algún día obtendría la devolución, pues recorrería la ciudad con mi palabra demandándoos el dinero hasta que me fuera devuelto todo; ahora, sin embargo, arrojáis sobre mi corazón dolores incurables.»

Así habló indignado y arrojó el cetro a tierra con un repentino estallido de lágrimas. Y la lástima se apoderó de todo el pueblo. Quedaron todos en silencio y nadie se atrevió a replicar a Telémaco con palabras duras; sólo Antínoo le dijo en contestación:

«Telémaco, fanfarrón, incapaz de reprimir tu cólera; ¿qué cosa has dicho, cubriéndonos de vergüenza? Desearías cubrirnos de baldón. Sabes que los culpables no son los pretendientes de entre los aqueos, sino tu madre, que sabe muy bien de astucias. Pues ya es éste el tercer año, y con rapidez se acerca el cuarto, desde que aflige el corazón en el pecho de los aqueos. A todos da esperanzas y hace promesas a cada pretendiente enviándole recados; pero su imaginación maquina otras cosas.

«Y ha meditado este otro engaño en su pecho: levantó un gran telar en el palacio y allí tejía, telar sutil a inacabable, y sin dilación nos dijo: "Jóvenes pretendientes míos, puesto que ha muerto el divino Odiseo, aguardad, por mucho que deseéis esta boda conmigo, a que acabe este manto -no sea que se me pierdan inútilmente los hilos-, este sudario para el héroe Laertes, para cuando lo arrebate el destructor destino de la muerte de largos lamentos[39] . Que no quiero que ninguna de las aqueas del pueblo se irrite conmigo si yace sin sudario el que tanto poseyó."

«Así dijo, y nuestro noble ánimo la creyó. Así que durante el día tejía la gran tela y por la noche, colocadas antorchas a su lado, la destejía. Su engaño pasó inadvertido durante tres años y convenció a los aqueos, pero cuando llegó el cuarto año[40]  y pasaron las estaciones, una de sus mujeres, que lo sabía todo, nos lo reveló y sorprendimos a ésta destejiendo la brillante tela. Así fue como la terminó, y no voluntariamente, sino por la fuerza.

«Conque ésta es la respuesta que te dan los pretendientes, para que la conozcas tú mismo y la conozcan todos los aqueos: envía por tu madre y ordénala que se case con quien la aconseje su padre y a ella misma agrade. Pero si todavía sigue atormentando mucho tiempo a los hijos de los aqueos ejercitando en su mente las cualidades que la ha concedido Atenea en exceso (ser entendida en trabajos femeninos muy bellos y tener pensamientos agudos y astutos como nunca hemos oído que tuvieran ninguna de las aqueas de lindas trenzas ni siquiera de las que vivieron antiguamente, como Tiro, Alcmena y.Micena[41]  de linda corona -ninguna de ellas pensó planes semejantes a los de Penélope-), entonces esto al menos no habrá sido lo más conveniente que haya planeado. Pues tu hacienda y propiedades te serán devoradas mientras ella mantenga semejante decisión que los dioses han puesto ahora en su pecho. Se está creando para sí una gran gloria[42] , pero para ti sólo la añoranza de tu mucha hacienda.

«En cuanto a nosotros, no marcharemos a nuestros trabajos ni a parte alguna hasta que se case con el que quiera de los aqueos.»

Y le respondió Telémaco diretamente:

«Antínoo, no me es posible echar de mi casa contra su voluntad a la que me ha dado a luz, a la que me ha criado, mientras mi padre está en otra parte de la tierra -viva él o esté muerto. Y será terrible para mí devolver a Icario muchas cosas si envío a mi madre por propia iniciativa. Por parte de mi padre sufriré castigo y otros me darán la divinidad, puesto que mi madre conjurará a las diosas Erinias[43]  si se marcha de casa, y también por parte de los hombres tendré castigo. Por esto jamás diré yo esa palabra. Conque, si vuestro ánimo se irrita por esto, salid de mi palacio y preparaos otros banquetes comiendo vuestras posesiones e invitándoos en vuestras casas recíprocamente, que yo clamaré a los dioses, que viven siempre, por si Zeus me concede que vuestras obras sean castigadas de algun modo: ¡pereceréis al punto, sin nadie que os vengue, dentro de este palacio!»

Así habló Telémaco, y Zeus que ve a lo ancho, le echó a volar dos águilas desde arriba, desde las cumbres de la montaña. Estas se dirigían volando a la par del soplo del viento cerca una de otra, extendidas las alas. Cuando llegaron al centro de la plaza, donde mucho se habla, comenzaron a dar vueltas batiendo sus espesas alas y llegaron cerca de las cabezas de todos, y en sus ojos brillaba la muerte. Y desgarrándose con las uñas mejillas y cuellos se lanzaron por la derecha[44]  a través de las casas y la ciudad de los itacenses. Admiraron éstos aterrados a las aves cuando las vieron con sus ojos, y removían en su corazón qué era lo que iba a cumplirse. Y entre ellos habló el anciano héroe Haliterses Mastorida, pues sólo él aventajaba a los de su edad en conocer los pájaros y explicar presagios. Levantó la voz con buenas intenciones hacia ellos y comenzó a hablar:

«Ahora, itacenses, euchadme a mí lo que voy a deciros -y es sobre todo a los pretendientes a quienes voy a hacer esta revelación-: sobre ellos anda dando vueltas una gran desgracia, pues Odiseo ya no estará mucho tiempo lejos de los suyos, sino que ya está cerca, en alguna parte, y está sembrando la muerte y el destino para todos éstos. También para otros muchos de los que habitamos Itaca, hermosa al atardecer[45] , habrá desgracias. Pensemos entonces cuanto antes cómo ponerles término o bien que se lo pongan ellos a sí mismos, pues esto será lo que más les conviene. Y yo no vaticino como un inexperto, sino como uno que sabe bien. Os aseguro que todo se está cumpliendo para él como se lo dije cuando los argivos embarcaron para Ilión y con ellos marchó el astuto Odiseo. Le dije que sufriría muchas calamidades, que perdería a todos sus compañeros y que volvería a casa a los veinte años deonocido de todos. Y ya se está cumpliendo todo.»

Y le contestó Eurímaco, hijo de Pólibo:

«Viejo, vete ya a casa a profetizar a tus hijos, no sea que sufran alguna desgracia en el futuro. Estas cosas las vaticino yo mucho mejor que tú. Numerosos son los pájaros que van y vienen bajo los rayos del Sol y no todos son de agüero. Está claro que Odiseo ha muerto lejos -¡ojalá que hubieras perecido tú también con él!; no habrías dicho tantos vaticinios ni habrías incitado al irritado Telémaco esperando ansiosamente un regalo[46]  para tu casa, por si te lo daba. Conque voy a hablarte, y esto sí se va a cumplir: si tú, sabedor de muchas y antiguas cosas, incitas con tus palabras a un hombre más joven a que se irrite, para él mismo primero será más penoso -pues nada podrá conseguir con estas predicciones-, y a ti, viejo, te pondremos una multa que te será doloroso pagar. Y tu dolor será insoportable.

 

En cuanto a Telémaco, yo mismo voy a darle un consejo delante de todos: que ordene a su madre volver a casa de su padre. Ellos le prepararán unas nupcias y le dispondrán una muy abundante dote, cuanta es natural que acompañe a una hija querida. No creo yo que los hijos de los aqueos renuncien a su pretensión laboriosa, pues no tememos a nadie a pesar de todo y no, desde luego, a Telémaco por mucha palabrería que muestre. Tampoco hacemos caso del presagio sin cumplimiento que tú, viejo, nos revelas haciéndotenos todavía más odioso. Igualmente serán devorados tus bienes de mala manera y jamás lo serán compensados, al menos mientras ella entretenga a los aqueos respecto de su boda. Pues nosotros nos mantenemos expectantes todos los días y rivalizamos por causa de su excelencia, y no marchamos tras otras con las que a cada uno nos convendría casar.»

Entonces le contestó Telémaco diretamente:

«Eurímaco y demás ilustres pretendientes: no voy a apelar más a vosotros ni tengo más que decir; ya lo saben los dioses y todos los aqueos. Pero dadme ahora una rápida nave y veinte compañeros que puedan llevar a término conmigo un viaje aquí y allá, pues me voy a Esparta y a la arenosa Pilos para enterarme del regreso de mi padre, largo tiempo ausente, por si alguno de los mortales me lo dice o eucho la Voz que viene de Zeus, la que, sobre todas, lleva a los hombres las noticias. Si oigo que mi padre vive y está de vuelta, soportaré todavía otro año; pero si oigo que ha muerto y que ya no vive, regresaré enseguida a mi tierra patria, levantaré una tumba en su honor y le ofrendaré exequias en abundancia, cuantas está bien, y entregaré mi madre a un marido.»

Así hablando se sentó, y entre ellos se levantó Méntor[47] , que era compañero del irreprochable Odiseo y a quien éste al marchar en las naves había encomendado toda su casa -que obedecieran todos al anciano y que él conservara todo intacto-. Éste levantó la voz con buenos sentimientos hacia ellos y dijo:

 

«Euchadme ahora a mí, itacenses, lo que voy a deciros: ¡que de ahora en adelante ningún rey portador de cetro sea benévolo, ni amable, ni bondadoso, y no sea justo en su pensamiento, sino que siempre sea cruel y obre injustamente!, pues del divino Odiseo no se acuerda ninguno de los ciudadanos sobre los que reinó, aunque era tierno como un padre. Mas yo me lamento no de que los esforzados pretendientes cometan acciones violentas por la maldad de su espíritu, pues exponen sus propias cabezas al comerse con violencia la hacienda de Odiseo, asegurando que éste ya no volverá jamás. Me irrito más bien contra el resto del pueblo, de qué modo estáis todos sentados en silencio y, aun siendo muchos, no contenéis a los pretendientes, que son pocos, cercándoles con vuestras palabras.»

Y le contestó Leócrito, el hijo de Evenor:

«Obstinado Méntor, ayuno de sesos; ¿qué has dicho incitándolos a que nos contengan? Difícil sería incluso a hombres más numerosos luchar por un banquete. Pues aunque el itacense Odiseo viniera en persona y maquinara en su mente arrojar del palacio a los nobles pretendientes que se banquetean en su casa, no se alegraría su esposa de que viniera, por mucho que lo desee, sino que allí mismo atraería sobre sí vergonzosa muerte si luchara con hombres más numerosos. Y tú no has hablado como te corresponde. Vamos, ciudadanos, dispersaos cada uno a sus trabajos. A éste le ayudarán para el viaje Méntor y Halitérses, que son compañeros de su padre desde hace mucho tiempo. Aunque sentado por mucho tiempo, creo yo, euchará las noticias en Itaca y jamás llevará a término tal viaje. »

Así habló y disolvió la asamblea rápidamente. Se dispersaron cada uno a su casa y los pretendientes marcharon al palacio del divino Odiseo.

Telémaco, en cambio, se alejó hacia la orilla del mar, lavó sus manos en el canoso mar y suplicó a Atenea:

«Préstame oídos tú, divinidad que llegaste ayer a mi palacio y me diste la orden de marchar en una nave sobre el brumoso ponto para informarme sobre el regreso de mi padre, largo tiempo ausente. Todo esto lo están retrasando los aqueos, sobre todo los pretendientes, funestamente arrogantes.»

Así habló suplicándole; Atenea se le acercó semejante a Méntor en la figura y voz y se dirigió a él con aladas palabras:

«Telémaco, no serás en adelante cobarde ni estúpido si has heredado el noble corazón de tu padre; ¡cómo era él para realizar obras y palabras! Por esto tu viaje no va a ser infructuoso ni baldío. Pero si no eres hijo de aquél y de Penélope, no tengo esperanza alguna de que lleves a cabo lo que meditas. Pocos, en efecto, son los hijos iguales a su padre; la mayoría son peores y sólo unos pocos son mejores que su padre. Pero puesto que en el futuro no vas a ser cobarde ni estúpido ni te ha abandonado del todo el talento de Odiseo, hay esperanza de que llegues a realizar tal empresa.

«Deja, pues, ahora las intenciones y pensamientos de los enloquecidos pretendientes, pues no son sensatos ni justos; no saben que la muerte y la negra Ker[48]  están ya a su lado para matar a todos en un día. El viaje que preparas ya no está tan lejano para ti, y es que yo soy tan buen amigo de tu padre que te voy a aparejar una rápida nave y acompañar en persona.

«Conque marcha ahora a tu casa a reunirte con los pretendientes; prepara provisiones y mételas todas en recipientes, el vino en cántaros, y la harina, sustento de los hombres, en pellejos espesos. Yo voy por el pueblo a reunir voluntarios. Existen numerosas naves en Itaca, rodeada de corriente, nuevas y viejas; veré cuál es la mejor y aparejándola rápidamente la lanzaremos al ancho ponto.»

Así habló Atenea, hija de Zeus, y Telémaco ya no aguardó más, pues había euchado la voz de un dios. Así que se puso en camino, su corazón acongojado, hacia el palacio y encontró a los altivos pretendientes degollando cabras y asando cerdos en el patio.

Antínoo se encaminó riendo hacia Telémaco, le tomó de la mano, le dijo su palabra y le llamó por su nombre:

«Telémaco, fanfarrón, incapaz de contener tu cólera, que no ocupe tu pecho ninguna acción o palabra mala, sino comer y beber conmigo como antes. Los aqueos te prepararán una nave y remeros elegidos para que llegues con más rapidez a la agradable Pilos en bua de noticias de tu ilustre padre.» 

Y le respondió Telémaco diretamente:

«Antínoo, no me es posible comer callado en vuestra arrogante compañía y gozar tranquilamente. ¿O es que no es bastante que me hayáis destruido hasta ahora muchas y buenas cosas de mi propiedad, pretendientes, mientras era todavía un niño? Mas ahora que ya soy grande y que, euchando la palabra de los demás, comprendo todo y el arrojo me ha crecido en el pecho, intentaré enviaros las funestas Keres, ya sea marchando a Pilos o aquí mismo, en el pueblo.

«Me marcho -y el viaje que os anuncio no será infructuoso- como pasajero, pues no poseo naves ni remeros. Esto os parecía lo más ventajoso para vosotros!»

Así dijo y retiró con rapidez su mano de la mano de Antínoo.

Y los pretendientes se aplicaban al banquete dentro del palacio y se mofaban de él zahiriéndolo con sus palabras.

Así decía uno de los jóvenes arrogantes:

«Seguro que Telémaco nos está meditando la muerte; traerá alguien de la arenosa Pilos para que lo defienda o tal vez de Esparta, pues mucho lo desea. O quizá quiere ir a Efira, tierra fértil, a fin de traer de allí venenos que corrompen la vida y echarlos en la crátera para destruirnos a todos.»

Y otro de los jóvenes arrogantes decía:

¿Quién sabe si, marchando en la cóncava nave, no perece también él vagando lejos de los suyos como Odiseo! Así nos acrecentaría el trabajo, pues repartiríamos todos sus bienes y la casa se la daríamos a su madre y al que con ella casara para que la conservaran.»

Mientras así hablaban deendió Telémaco a la despensa[49]  de elevado techo de su padre, espaciosa, donde había oro amontonado en el suelo y bronce, y en arcones vestidos, y oloroso aceite en abundancia. También había allí dispuestas en fila, junto a la pared, tinajas de añejo vino sabroso que contenían sin mezcla la divina bebida por si alguna vez volvía a casa Odiseo después de sufrir dolores sin cuento. Las puertas que allí había se podían cerrar fuertemente ensambladas, eran de dos hojas, y permanecía allí día y noche un ama de llaves que vigilaba todo con la agudeza de su mente, Euriclea, hija de Ope Pisenórida.

 

A ésta dirigió Telémaco su palabra llamándola a la despensa:

«Vamos, ama, sácame en ánforas sabroso vino, el más preciado después del que tú guardas pensando en aquel desdichado, por si viene algún día Odiseo de linaje divino después de evitar la muerte y las Keres; lléname doce hasta arriba y ajusta todas con tapas. Échame también harina en bien cosidos pellejos, hasta veinte medidas de harina de trigo molido. Sólo tú debes saberlo. Que esté todo preparado, pues lo recogeré por la tarde cuando ya mi madre haya subido al piso de arriba y esté ocupada en acostarse. Me marcho a Esparta y a la arenosa Pilos para enterarme del regreso de mi padre, por si oigo algo.»

Así habló; rompió en lamentos su nodriza Euriclea y dijo llorando aladas palabras:

«¿Por qué, hijo mío, tienes en tu interior este proyecto? ¿Por dónde quieres ir a una tierra tan grande siendo el bienamado hijo único? Ha sucumbido lejos de su patria Odiseo, de linaje divino, en un país deonocido, y éstos te andan meditando la muerte para el mismo momento en que te marches, para que mueras en emboada. Ellos se lo repartirán todo. Anda, quédate aquí sentado sobre tus cosas; no tienes necesidad ninguna de sufrir penalidades en el estéril ponto ni de andar errante.»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«Anímate, ama, puesto que esta decisión me ha venido no sin un dios. Ahora júrame que no dirás esto a mi madre antes de que llegue el día décimo o el duodécimo, o hasta que ella misma me eche de menos y oiga que he partido, para que no afee, desgarrándola, su hermosa piel.»

Así habló, y la anciana juró por los dioses con gran juramento que no lo haría. Cuando hubo jurado y llevado a término este juramento vertió enseguida vino en las ánforas y echó harina en bien cosidos sacos. Y Telémaco se puso en camino hacia las habitaciones de abajo para reunirse con los pretendientes.

Entonces la diosa de ojos brillantes, Atenea, concibió otra idea. Tomando la forma de Telémaco marchó por toda la ciudad y poniéndose cerca de cada hombre les decía su palabra; les ordenaba que se congregaran con el crepúulo junto a la rápida nave. Después pidió una rápida nave a Noemón, elarecido hijo de Fronio, y éste se la ofreció de buena gana. Y se sumergió Helios y todos los caminos se llenaron de sombras. Entonces empujó hacia el mar a la rápida nave, puso en ella todas las provisiones que suelen llevar las naves de buenos bancos y la detuvo al final del puerto.

Los valientes compañeros ya se habían congregado en grupo, pues la diosa había movido a cada uno en particular.

Entonces la diosa de ojos brillantes, Atenea, concibió otra idea: se puso en camino hacia el palacio del divino Odiseo y una vez allí derramó dulce sueño sobre los pretendientes, los hechizó cuando bebían e hizo caer las copas de sus manos. Y éstos se apresuraron por la ciudad para ir a dormir y ya no estuvieron sentados por más tiempo, pues el sueño se posaba sobre sus párpados.

Entonces Atenea, de ojos brillantes, se dirigió a Telémaco llamándolo desde fuera del palacio, agradable para vivir, asemejándose a Méntor en la figura y timbre de voz:

«Ya tienes sentados al remo a tus compañeros de hermosas grebas y esperan tu partida. Vamos, no retrasemos por más tiempo el viaje.»

Así habló, y lo condujo rápidamente Palas Atenea, y él marchaba en pos de las huellas de la diosa. Cuando llegaron a la nave y al mar encontraron sobre la ribera a los aqueos de largo cabello y entre ellos habló la sagrada fuerza[50]  de Telémaco:

«Aquí, los míos, traigamos las provisiones; ya está todo junto en mi palacio. Mi madre no está enterada de nada ni las demás elavas; sólo una ha oído mi palabra.»

 

Así habló y los condujo, y ellos le seguían de cerca. Se llevaron todo y lo pusieron en la nave de buenos bancos como había ordenado el querido hijo de Odiseo.

Subió luego Telémaco a la nave; Atenea iba delante y se sentó en la popa, y a su lado se sentó Telémaco.

Los compañeros soltaron las amarras, subieron todos y se sentaron en los bancos. Y Atenea, de ojos brillantes, les envió un viento favorable, el freo Céfiro que silba sobre el ponto rojo como el vino.

Telémaco animó a sus compañeros, les ordenó que se asieran a las jarcias y éstos eucharon al que les urgía. Levantaron el mástil de abeto y lo colocaron dentro del hueco construido en medio, lo ataron con maromas y extendieron las blancas velas con bien retorcidas correas de piel de buey. El viento hinchó la vela central y las purpúreas olas bramaron a los lados de la quilla de la nave en su marcha, y corría apresurando su camino sobre las olas.

Después ataron los aparejos a la rápida nave y levantaron las cráteras llenas de vino hasta los bordes haciendo libaciones a los inmortales dioses, que han nacido para siempre, y entre todos especialmente a la de ojos brillantes, a la hija de Zeus.

Y la nave continuó su camino toda la noche y durante el amanecer.

 

CANTO III

TELÉMACO VIAJA A PILOS PARA INFORMARSE SOBRE SU PADRE

 

Habíase levantado Helios, abandonando el hermosísimo estanque del mar, hacia el broncíneo cielo para alumbrar a los inmortales y a los mortales caducos sobre la Tierra donadora de vida, cuando llegaron a Pilos[51] , la bien construida ciudadela de Neleo.

Los pilios estaban sacrificando sobre la ribera del mar toros totalmente negros en honor del de azuloura cabellera, el que sacude las tierras[52] . Había nueve asientos[53]  y en cada uno estaban sentados quinientos hombres y de cada uno hacían ofrenda de nueve toros. Mientras éstos gustaban las entrañas y quemaban los muslos en honor del dios, los itacenses entraban en el puerto; amainaron las velas de la equilibrada nave, las ataron, fondearon la nave y deendieron.

 

Entonces deendió Telémaco de la nave y Atenea iba delante. Y a él dirigió sus primeras palabras la diosa de ojos briIlantes:

«Telémaco, ya no has de tener vergüenza, ni un poco siquiera, pues has navegado el mar para inquirir dónde oculta la tierra a tu padre y qué suerte ha corrido.

«Conque, vamos, marcha directamente a casa de Néstor, domador de caballos; sepamos qué pensamientos guarda en su pecho. Y suplícale para que te diga la verdad; mentira no te dirá, es muy direto.»

Y le contestó Telémaco diretamente:

«Méntor, ¿cómo voy a ir a abrazar sus rodillas? No tengo aún experiencia alguna en diursos ajustados. Y además a un hombre joven le da vergüenza preguntar a uno más viejo.»

Y la diosa de ojos brillantes, Atenea, se dirigió de nuevo a él:

«Telémaco, unas palabras las concebirás en tu propia mente y otras te las infundirá la divinidad. Estoy seguro de que tú has nacido y te has criado no sin 1a voluntad de los dioses.»

Así habló y lo condujo con rapidez Palas Atenea, y él siguió en pos de la diosa. Llegaron a la asamblea y a los asientos de los hombres de Pilos, donde Néstor estaba sentado con sus hijos, y en torno a ellos los compañeros asaban la carne y la ensartaban preparando el banquete.

Cuando vieron a los forasteros se reunieron todos en grupo, les tomaron de las manos en señal de bienvenida y les ordenaron sentarse. Pisístrato, el hijo de Néstor, fue el primero que se les acercó: les tomó a ambos de la mano y los hizo sentarse en torno al banquete sobre blandas pieles de ovejas, en las arenas marinas, a la vera de su hermano Trasimedes y de su padre. Luego les dió parte de las entrañas, les vertió vino en copa de oro y dirigió a Palas Atenea, la hija de Zeus, portador de égidas[54] , sus palabras de bienvenida:

 

«Forastero, eleva tus súplicas al soberano Poseidón, pues en su honor es el banquete con el que os habéis encontrado al llegar aquí. Luego que hayas hecho las libaciones y súplicas como está mandado, entrega también a éste la copa de agradable vino para que haga libación; que también él, creo yo, hace súplicas a los inmortales, pues todos los hombres. necesitan a los dioses. Pero es más joven, de mi misma edad, por eso quiero darte a ti primero la copa de oro.»

Así diciendo, puso en su mano la copa de agradable vino; Atenea dio las gracias al direto, al cabal hombre, porque le había dado a ella primero la copa de oro y a continuación dirigió una larga plegaria al soberano Poseidón:

«Eúchame, Poseidón, que conduces tu carro por la tierra, y no te opongas por rencor a que los que te suplican llevemos a término esta empresa. Concede a Néstor antes que a nadie, y a sus hijos, honor, y después concede a los demás pilios una recompensa en reconocimiento por su espléndida hecatombe[55] . Concede también a Telémaco y a mí que volvamos después de haber conseguido aquello por lo que hemos venido aquí en veloz, negra nave.»

Así orando, realizó (ritualmente) todo y entregó a Telémaco la hermosa copa doble. Y el querido hijo de Odiseo elevó su súplica de modo semejante.

Cuando habían asado la carne exterior de las víctimas, la sacaron del asador, repartieron las porciones y se aplicaron al magnífico festín. Y después que habían echado de sí el apetito de comer y beber, comenzó a hablarles el de Gerenias[56] , el caballero Néstor:

 

«Ahora que se han saciado de comida, lo mejor es entablar conversación y preguntar a los forasteros quiénes son. Forasteros, ¿quiénes sois?, ¿de dónde habéis llegado navegando los húmedos senderos? ¿Andáis errantes por algún asunto o sin rumbo como los piratas por la mar, los que andan a la aventura exponiendo sus vidas y llevando la destrucción a los de otras tierras?»

Y Telémaco se llenó de valor y le contestó diretamente -pues la misma Atenea le infundió valor en su interior para que le preguntara sobre su padre ausente y para que cobrara fama de valiente entre los hombres:

«Néstor, hijo de Neleo, gran honra de los aqueos, preguntas de dónde somos y yo te lo voy a exponer en detalle.

«Hemos venido de Itaca, a los pies del monte Neyo, y el asunto de que te voy a hablar es privado, no público. Ando a lo ancho en bua de noticias sobre mi padre -por si las oigo en algún sitio-, de Odiseo el divino, el sufridor, de quien dicen que en otro tiempo arrasó la ciudad de Troya luchando a tu lado. Ya me he enterado dónde alcanzó luctuosa muerte cada uno de cuantos lucharon contra los troyanos, pero su muerte la ha hecho deonocida el hijo de Crono, pues nadie es capaz de decirme claramente dónde está muerto, si ha sucumbido en tierra firme a manos de hombres enemigos o en el mar entre las olas de Anfitrite[57] . Por esto me llego ahora a tus rodillas, por si quieres contarme su luctuosa muerte -la hayas visto con tus propios ojos o hayas euchado el relato de algún caminante-; ¡digno de lástima lo parió su madre! Y no endulces tus palabras por respeto ni piedad, antes bien cuéntame detalladamente cómo llegaste a verlo. Te lo suplico si es que alguna vez mi padre, el noble Odiseo, te prometió algo y te lo cumplió en el pueblo de los troyanos donde los aqueos sufríais penalidades. Acuérdate de esto ahora y cuéntame la verdad.»

 

Y le contestó luego el de Gerenia, el caballero Néstor:

«Hijo mío, puesto que me has recordado los infortunios que tuvimos que soportar en aquel país los hijos de los aqueos de incontenible furia: cuánto vagamos con las naves en el brumoso ponto, a la deriva en bua de botín por donde nos guiaba Aquiles y cuánto combatimos en torno a la gran ciudad del soberano Príamo... Allí murieron los mejores: allí reposa Ayax, hijo de Ares, y allí Aquiles, y allí Patroslo, consejero de la talla de los dioses, y allí mi querido hijo, fuerte a la vez que irreprochable, Antíloco, que sobresalía en la carrera y en el combate. Otros muchos males sufrimos además de éstos. ¿Quién de los mortales hombres podría contar todas aquellas cosas? Nadie, por más que te quedaras a su lado cinco o seis años para preguntarle cuántos males sufrieron allí los aqueos de linaje divino. Antes volverías apesadumbrado a tu tierra patria. Durante nueve años tramamos desgracias contra ellos acechándoles con toda clase de engaños y a duras penas puso término (a la guerra) el hijo de Cronos[58] .

 

«Jamás quiso nadie igualársele en inteligencia, puesto que el divino Odiseo era muy superior en toda clase de astucias, tu padre, si es que verdaderamente eres deendencia suya. (Al verte se apodera de mí el asombro. En verdad vuestras palabras son parecidas y no se puede decir que un hombre joven hable tan diretamente.)

«Jamás, durante todo el tiempo que estuvimos allí, hablábamos de diferente modo yo y el divino Odiseo ni en la asamblea ni en el consejo, sino que teníamos un solo pensamiento, y con juicio y prudente consejo mostrábamos a los aqueos cómo saldría todo mejor.

«Después, cuando habíamos saqueado la elevada ciudad de Príamo y embarcamos en las naves y la divinidad dispersó a los aqueos, Zeus concibió en su mente un regreso lamentable para los argivos porque no todos eran prudentes ni justos. Así que muchos de éstos fueron al encuentro de una desgraciada muerte por causa de la funesta cólera de la de poderoso padre, de la de ojos brillantes que asentó la Disensión entre ambos atridas. Convocaron éstos en asamblea a todos los aqueos, insensatamente, a destiempo, cuando Helios se sumerge, y los hijos de los aqueos se presentaron pesados por el vino, y les dijeron por qué habían reunido al ejército.

«Allí Menelao aconsejaba a todos los aqueos que pensaran en volver sobre el ancho lomo del mar. Pero no agradó en absoluto a Agamenón, pues quería retener al pueblo y ejecutar sagradas hecatombes para aplacar la tremenda cólera de Atenea. ¡Necio!, no sabía que no iba a persuadirla, que no se doblega rápidamente la voluntad de los dioses que viven siempre. Así que los dos se pusieron en pie y se contestaban con palabras agrias. Y los hijos de los aqueos de hermosas grebas se levantaron con un vocerío sobrehumano: divididos en dos bandos les agradaba una a otra decisión.

«Pasamos la noche removiendo en nuestro interior maldades unos contra otros, pues ya Zeus nos preparaba el azote de la desgracia.

«Al amanecer algunos arrastramos las naves hasta el divino mar y metimos nuestros botines y las mujeres de profundas cinturas. La mitad del ejército permaneció allí, al lado del atrida Agamenón, pastor de su pueblo, pero la otra mitad embarcamos y partimos. Nuestras naves navegaban muy aprisa -una divinidad había calmado el ponto que encierra grandes monstruos- y llegados a Ténedos[59]  realizamos sacrificios a los dioses con el deseo de volver a casa. Pero Zeus no se preocupó aún de nuestro regreso. ¡Cruel! Él, que levantó por segunda vez agria disensión: unos dieron la vuelta a sus bien curvadas naves [60]  y retornaron con el prudente soberano Odiseo, el de pensamientos complicados, para dar satisfacción al atrida Agamenón, pero yo, con todas mis naves agrupadas, las que me seguían, marché de allí porque barruntaba que la divinidad nos preparaba desgracias.

 

«También marchó el belicoso hijo de Tideo[61]  y arrastró consigo a sus compañeros y más tarde navegó a nuestro lado el rubio Menelao -nos encontró en Lesbos cuando planeábamos el largo regreso[62] : o navegar por encima de la eabrosa Quios en dirección de la isla Psiría dejándola a la izquierda o bien por debajo de Quios junto al ventioso Mirnante. Pedimos a la divinidad que nos mostrara un prodigio y enseguida ésta nos lo mostró y nos aconsejó cortar por la mitad del mar en dirección a Eubea, para poder eapar rápidamente de la desgracia. Así que levantó, para que soplara, un sonoro viento y las naves recorrieron con suma rapidez los pecillenos caminos. Durante la noche arribaron a Geresto[63]  y ofrecimos a Poseidón muchos muslos de toros por haber recorrido el gran mar. Era el cuarto día cuando los compañeros del tidida Diomedes, el domador de caballos, fondearon sus equilibradas naves en Argos. Después yo me dirigí a Pilos y ya nunca se extinguió el viento desde que al principio una divinidad lo envió para que soplara. Así llegué, hijo mío, sin enterarme, sin saber quiénes se salvaron de los aqueos y quiénes perecieron, pero cuanto he oído sentado en mi palacio lo sabrás -como es justo- y nada te ocultaré. Dicen que han llegado bien los mirmidones[64]  famosos por sus lanzas, a los que conducía el ilustre hijo del valeroso Aquiles y que llegó bien Filoctetes, el brillante hijo de Poyante. Idomeneo condujo hasta Creta a todos sus compañeros, los que habían sobrevivido a la guerra, y el mar no se le engulló a ninguno. En cuanto al Atrida, ya habéis oído vosotros mismos, aunque estáis lejos, cómo llegó y cómo Egisto le había preparado una miserable muerte, aunque ya ha pagado lamentablemente. ¡Qué bueno es que a un hombre muerto le quede un hijo! Pues aquél[65]  se ha vengado del asesino de su padre, del tramposo Egisto, porque le había asesinado a su ilustre padre. También tú, hijo -pues te veo vigoroso y bello-, sé fuerte para que cualquiera de tus deendientes hable bien de. ti.»

 

Y le contestó Telémaco diretamente:

«Néstor, hijo de Neleo, gran honra de los aqueos, así es, por cierto; aquél se vengó y los aqueos llevarán a lo largo y a lo ancho su fama, motivo de canto para los venideros.

«¡Ojalá los dioses me dotaran de igual fuerza para hacer pagar a los pretendientes por su dolorosa insolencia!, pues ensoberbecidos me preparan acciones malvadas. Pero los dioses no han tejido para mí tal dicha; ni para mi padre ni para mí. Y ahora no hay más remedio que aguantar.»

Y le contestó luego el de Gerenia, el caballero Néstor:

«Amigo -puesto que me has recordado y dicho esto-, dicen que muchos pretendientes de tu madre están cometiendo muchas injusticias en él palacio contra tu voluntad. Dime si cedes de buen gusto o te odia la gente en el pueblo siguiendo una inspiración de la divinidad. ¡Quién sabe si llegará Odiseo algún día y les hará pagar sus acciones violentas, él solo o todos los aqueos. juntos! Pues si la de ojos brillantes, Atenea, quiere amarte del mismo modo que protegía al ilustre Odiseo en aquel entonces en el pueblo de los troyanos donde los aqueos pasamos penalidades (pues nunca he visto que los dioses amen tan a las claras como Palas Atenea le asistía a él), si quiere amarte a ti así y preocuparte de ti en su ánimo, cualquiera de aquéllos se olvidaría del matrimonio.»

Y le contestó Telémaco diretamente:

«Anciano, no creo que esas palabras lleguen a realizarse nunca. Has dicho algo excesivamente grande. El estupor me tiene sujeto. Esas cosas no podrían sucederme por más que lo espere ni aunque los dioses lo quisieran así.»

Y de pronto la diosa de ojos brillantes, Atenea, se dirigió a él:

«¡Telémaco, qué palabra ha eapado del cerco de tus dientes! Es fácil para un dios, si quiere, salvar a un hombre aun desde lejos. Preferiría yo volver a casa aun después de sufrir mucho y ver el día de mi regreso, antes que morir al llegar, en mi propio hogar, como ha perecido Agamenón víctima de una trampa de Egisto y de su esposa. Pero, en verdad, ni siquiera los dioses pueden apartar la muerte, común a todos, de un hombre, por muy querido que les sea, cuando ya lo ha alcanzado el funesto Destino de la muerte de largos lamentos.»

Y le contestó diretamente Telémaco:

«Méntor, no hablemos más de esto aun a pesar de nuestra preocupación. En verdad ya no hay para él regreso alguno, que los dioses le han pensado la muerte y la negra Ker. Ahora quiero hacer otra indagación y preguntarle a Néstor, puesto que él sobresale por encima de los demás en justicia a inteligencia. Pues dicen que ha sido soberano de tres generaciones de hombres, y así me parece inmortal al mirarlo. Néstor, hijo de Neleo -y dime la verdad-, ¿cómo murió el poderoso atrida Agamenón?, ¿dónde estaba Menelao?, ¿qué muerte le preparó el tramposo Egisto, puesto que mató a uno mucho mejor que él? ¿O es que no estaba en Argos de Acaya, sino que andaba errante, en cualquier otro sitio, y Egisto lo mató cobrando valor?»

Y le contestó a continuación el de Gerenia, el caballero Néstor:

«Hijo, te voy a decir toda la verdad. Tú mismo puedes imaginarte qué habría pasado si al volver de Troya el Atrida, el rubio Menelao, hubiera encontrado vivo a Egisto en el palacio. Con seguridad no habrían echado tierra sobre su cadáver, sino que los perros y las aves, tirado en la llanura lejos de la ciudad, lo habrían despedazado sin que lo llorara ninguna de las aqueas: ¡tan gran crimen cometió! Mientras nosotros realizábamos en Troya innumerables pruebas, él estaba tranquilamente en el centro de Argos, criadora de caballos, y trataba de seducir poco a poco a la esposa de Agamenón con sus palabras.

«Esta, al principio, se negaba al vergonzoso hecho[66] , la divina Clitemnestra, pues poseía un noble corazón, y a su lado estaba también el aedo, a quien el Atrida al marchar a Troya había encomendado encarecidamente que protegiera a su esposa. Pero cuando el Destino de los dioses la forzó a sucumbir se llevó al aedo a una isla desierta y lo dejó como presa y botin de las aves. Y Egisto la llevó a su casa de buen grado sin que se opusiera. Luego quemó muchos muslos sobre los sagrados altares de los dioses y colgó muchas ofrendas -vestidos y oro-por haber realizado la gran hazaña que jamás esperó en su ánimo llevar a cabo.

 

«Nosotros navegábamos juntos desde Troya, el Atrida y yo, con sentimientos comunes de amistad. Pero cuando llegamos al sagrado Sunio, el promontorio de Atenas[67] , Febo Apolo mató al piloto de Menelao alcanzándole con sus suaves flechas[68]  cuando tenía entre sus manos el timón de la nave, a Frontis, hijo de Onetor, que superaba a la mayoría de los hombres en gobernar la nave cuando se desencadenaban las tempestades. Asi que se detuvo allí, aunque anhelaba el camino, para enterrar a su compañero y hacerle las honras fúnebres.

«Cuando ya de camino sobre el ponto rojo como el vino alcanzó con sus cóncavas naves la earpada montaña de Maleas[69]  en su carrera, en ese momento el que ve a lo ancho, Zeus, concibió para él un viaje luctuoso y derramó un huracán de silbantes vientos y monstruosas bien nutridas olas semejantes a montes. Allí dividió parte de las naves e impulsó a unas hacia Creta, donde viven los Cidones en torno a la corriente del Jardano. Hay una pelada y elevada roca que se mete en el agua, en el extremo de Górtina, en el nebuloso ponto, donde Noto impulsa las grandes olas hacia el lado izquierdo del saliente, en dirección a Festos, y una pequeña piedra detiene las grandes olas. Allí llegaron las naves y los hombres consiguieron evitar la muerte a duras penas, pero las olas quebraron las naves contra los eollos. Sin embargo, a otras cinco naves de azulouras proas el viento y el agua las impulsaron hacia Egipto. Allí reunió éste abundantes bienes y oro, y se dirigió con sus naves en bua de gentes de lengua extraña.

 

«Y, entre tanto, Egisto planeó estas malvadas acciones en casa, y después de asesinar al Atrida, el pueblo le estaba sometido. Siete años reinó sóbre la dorada Micenas, pero al octavo llegó de vuelta de Atenas el divino Orestes para su mál y mató al asesino de su padre, a Egisto, al inventor de engaños, porque había asesinado a su ilustre padre. Y después de matarlo dió a los argivos un banquete fúnebre por su odiada madre y por el cobarde Egisto.

«Ese mismo día llegó Menelao, de recia voz guerrera, trayendo muchas riquezas, cuantas podían soportar sus naves en peso.

«En cuanto a ti, amigo, no andes errante mucho tiempo lejos de tu casa, dejando tus posesiones y hombres tan arrogantes en tu palacio, no sea que se lo repartan todos tus bienes y se los coman y camines un viaje baldío. Antes bien, te aconsejo y exhorto a que vayas junto a Menelao, pues él está recién llegado de otras regiones, de entre tales hombres de los que nunca soñaría poder regresar aquel a quien los huracanes lo impulsen desde el principio hacia un mar tan grande que ni las aves son capaces de recorrerlo en un año entero, puesto que es grande y terrorífico. Vamos, márchate con la nave y los compañeros, pero si quieres ir por tierra tienes a tu disposición un carro y caballos y a la disposición están mis hijos que te servirán de eolta hasta la divina Lacedemonia, donde está el rubio Menelao. Ruégale para que te diga la verdad; mentira no te dirá, es muy direto.»

Así habló, y Helios se sumergió y sobrevino la ouridad.

Y les dijo la diosa de ojos brillantes, Atenea:

«Anciano, has hablado como te corresponde. Pero, vamos, cortad las lenguas y mezclad el vino para que hagamos libaciones a Poseidón y a los demás inmortales y nos ocupemos de dormir, pues ya es hora. Ya ha deendido la luz a la región de las sombras y no es bueno estar sentado mucho tiempo en un banquete en honor de los dioses, sino regresar.»

Así habló la hija de Zeus y ellos prestaron atención a la que hablaba.

Y los heraldos derramaron agua sobre sus manos y los jóvenes coronaron de vino las cráteras y lo repartieron entre todos haciendo una primera ofrenda, por orden, en las copas. Luego arrojaron las lenguas al fuego y se pusieron en pie para hacer la libación.

Cuando hubieron libado y bebido cuanto su apetito les pedía, Atenea y Telémaco, semejante a un dios, se pusieron en camino para volver a la cóncava nave. Pero Néstor todavía los retuvo tocándolos con sus palabras:

«No permitirán Zeus y los demás dioses inmortales que volváis de mi casa a la rápida nave como de casa de uno que carece por completo de ropas, o de un indigente que no tiene mantas ni abundantes sábanas en casa ni un dormir blando para sí y para sus huéspedes. Que en mi casa hay mantas y sábanas hermosas. No dormirá sobre los maderos de su nave el querido hijo de Odiseo mientras yo viva y aún me queden hijos en el palacio para hospedar a mis huéspedes, quienquiera que sea el que arribe a mi palacio.»

Y la diosa de ojos brillantes, Atenea, le dijo:

«Has hablado bien, anciano amigo. Sería conveniente que Telémaco te hiciera caso. Así, pues, él te seguirá para dormir en tu palacio, pero yo marcharé a la negra nave para animar a los compañeros y darles órdenes, pues me precio de ser el más anciano entre ellos. Y los demás nos siguen por amistad, hombres jóvenes todos, de la misma edad que el valiente Telémaco. Yo dormiré en la cóncava, negra nave, y al amanecer iré junto a los impetuosos caucones[70] , dondé se me debe una deuda no de ahora ni pequeña, desde luego.

 

 «Tú, envíalo con un carro y un hijo tuyo, pues ha llegado a tu casa como huésped. Y dale caballos, los que sean más veloces en la carrera y más excelentes en vigor.» .

Así hablando partió la de ojos brillantes, Atenea, tomando la forma del buitre barbado.

Y la admiración atenazó a todos los aqueos. Admiróse el anciano cuando lo vio con sus ojos y tomando la mano de Telémaco le dirigió su palabra y le llamó por su nombre[71] .

«Amigo, no creo que llegues a ser débil ni cobarde si ya, tan joven, lo siguen los dioses como eolta. Pues éste no era otro de entre los que ocupan las mansiones del Olimpo que la hija de Zeus, la rapaz Tritogéneia[72] , la que honraba también a tu noble padre entre los argivos. Soberana, séme propicia, dame fama de nobleza a mí mismo, a mis hijos y a mi venerable esposa y a cambio yo te sacrificaré una cariancha novilla de un año, no domada, a la que jamás un hombre haya llevado bajo el yugo. Te la sacrificaré rodeando de oro sus cuernos.»

Así dirigió sus súplicas y Palas Atenea le euchó. Y el de Gerenia, el caballero Néstor, condujo a sus hijos y yernos hacia sus hermosas mansiones.

Cuando llegaron al palacio de este soberano se sentaron por orden en sillas y sillones y, una vez llegados, el anciano les mezcló una crátera de vino dulce al paladar que el ama de llaves abrió -a los once años de estar cerrada- desatando la cubierta. El anciano mezcló una crátera de este vino y oró a Atenea al hacer la libación, a la hija de Zeus el que lleva la égida.

 

Después, cuando hubieron hecho la libación y bebido cuanto les pedía su apetito, los parientes marcharon cada uno a su casa para dormir. Pero a Telémaco, el querido hijo del divino Odiseo, lo hizo acostarse allí mismo el de Gerenia, el caballero Néstor, en un lecho taladrado bajo el sonoro pórtico. Y a su lado hizo acostarse a Pisístrato de buena lanza de fresno, caudillo de guerreros, el que de sus hijos permanecía todavía soltero en el palacio.

Néstor durmió en el centro de la elevada mansión y su señora esposa le preparó el lecho y la cama.

Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, se levantó del lecho el de Gerenia, el caballero Néstor. Salió y se sentó sobre las pulimentadas piedras que tenía, blancas, resplandecientes de aceite, delante de las elevadas puertas, sobre las que solía sentarse antes Neleo, consejero de la talla de los dioses. Pero éste había ya marchado a Hades sometido por Ker, y entonces se sentaba Néstor, el de Gerenia, el guardián de los aqueos, el que tenía el cetro.

Y sus hijos se congregaron en torno suyo cuando salieron de sus dormitorios, Equefrón y Estratio, Perseo y Trasímedes semejante a un dios. A continuación llegó a ellos en sexto lugar el héroe Pisístrato, y a su lado sentaron a Telémaco semejante a los dioses.

Y entre ellos comenzó a hablar el de Gerenia, el caballero Néstor:

«Hijos míos, llevad a cabo rápidamente mi deseo para que antes que a los demás dioses propicie a Atenea, la que vino manifiestamente al abundante banquete en honor del dios. Vamos, que uno marche a la llanura a por una novilla de modo que llegue lo antes posible: que la conduzca el boyero; que otro marche a la negra nave del valiente Telémaco y traiga a todos los compañeros dejando sólo dos; que otro ordene que se presente aquí Laerques, el que derrama el oro, para que derrame oro en torno a los cuernos de la novilla. Los demás quedaos aquí reunidos y decid a las elavas que dispongan un banquete dentro del ilustre palacio; que traigan asientos y leña alrededor y brillante agua.»

Así habló, y al punto todos se apresuraron. Y llegó enseguida la novilla de la llanura y llegaron los compañeros del valiente Telémaco de junto a la equilibrada nave; y llegó el broncero llevando en sus manos las herramientas de bronce, perfección del arte: el yunque y el martillo y las bien labradas tenazas con las que trabajaba el oro. Y llegó Atenea para asistir a los sacrificios.

El anciano, el cabalgador de caballos, Néstor, le entregó oro a Laerques, y éste lo trabajó y derramó por los cuernos de la novilla para que la diosa se alegrara al ver la ofrenda. Y llevaron a la novilla por los cuernos Estratio y el divino Equefrón; y Areto salió de su dormitorio llevándoles el agua-manos en una vasija adornada con flores y en la otra llevaba la cebada tostada dentro de una cesta. Y Trasímedes, el fuerte en la lucha, se presentó con una afilada hacha en la mano para herir a la novilla, y Perseo sostenía el vaso para la sangre.

El anciano, el cabalgador de caballos, Néstor, comenzó las abluciones y la esparsión de la cebada sobre el altar suplicando insitentemente a Atenea mientras realizaba el rito preliminar de arrojar al fuego cabellos de su testuz.

Cuando acabaron de hacer las súplicas y la esparsión de la cebada, el hijo de Néstor, el muy valiente Trasímedes, condujo a la novilla, se colocó cerca, y el hacha segó los tendones del cuello y debilitó la fuerza de la novilla. Y lanzaron el grito ritual[73]  las hijas y nueras y la venerable esposa de Néstor, Eurídice, la mayor de las hijas de Climeno.

 

Luego levantaron a la novilla de la tierra de anchos caminos, la sostuvieron y al punto la degolló Pisístrato, caudillo de guerreros.

Después que la oura sangre le salió a chorros y el aliento abandonó sus huesos, la deuartizaron enseguida, le cortaron las piernas según el rito, las cubrieron con grasa por ambos lados, haciéndolo en dos capas y pusieron sobre ellas la carne cruda. Entonces el anciano las quemó sobre la leña y por encima vertió rojo vino mientras los jóvenes cerca de él sostenían en sus manos tenedores de cinco puntas.

Después que las piernas se habían consumido por completo y que habían gustado las entrañas cortaron el resto en, pequeños trozos, lo ensartaron y lo asaron sosteniendo los puntiagudos tenedores en sus manos. 

Entre tanto, la linda Policasta lavaba a Telémaco, la más joven hija de Néstor, el hijo de Neleo. Después que lo hubo lavado y ungido con aceite le rodeó el cuerpo con una túnica y un manto. Salió Telémaco del baño, su cuerpo semejante a los inmortales, y fue a sentarse al lado de Néstor, pastor de su pueblo. Luego que la parte superior de la carne estuvo asada, la sacaron y se sentaron a comer, y unos jóvenes nobles se levantaron para eanciar el vino en copas de oro.

Después que arrojaron de sí el deseo de comida y bebida, comenzó a hablarles el de Gerenia, el caballero Néstor:

«Hijos míos, vamos, traed a Telémaco caballos de hermosas crines y enganchadlos al carro para que prosiga con rapidez su viaje.»

Así habló, y ellos le eucharon y le hicieron caso, y con diligencia engancharon al carro ligeros corceles. Y la mujer, la ama de llaves, le preparó vino y provisiones como las que comen los reyes a los que alimenta Zeus.

Enseguida aendió Telémaco al hermoso carro, y a su lado subió el hijo de Néstor, Pisístrato, el caudillo de guerreros. Empuñó las riendas y restalló el látigo para que partieran, y los dos caballos se lanzaron de buena gana a la llanura abandonando la elevada ciudad de Pilos. Durante todo el día agitaron el yugo sosteniéndolo por ambos lados.

Y Helios se sumergió y todos los caminos se llenaron de sombras cuando llegaron a Feras[74] , al palacio de Diocles, el hijo de Ortíloco a quien Alfeo había engendrado. Allí durmieron aquella noche, pues él les ofreció hospitalidad.

 

Y se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa; engancharon los caballos, subieron al bien trabajado carro y salieron del pórtico y de la resonante galería.

Restalló Pisístrato el látigo para que partieran, y los dos caballos se lanzaron de buena gana, y llegaron a la llanura, a la que produce trigo, poniendo término a su viaje: ¡de tal manera lo llevaban los veloces caballos!

Y se sumergió Helios y todos los caminos se llenaron de sombras.

 

CANTO IV

TELÉMACO VIAJA A ESPARTA PARA INFORMASE SOBRE SU PADRE

 

Llegaron éstos a la cóncava y cavernosa Lacedemonia y se encaminaron al palacio del ilustre Menelao. Lo encontraron con numerosos allegados, celebrando con un banquete la boda de su hijo e ilustre hija. A su hija iba a enviarla al hijo de Aquiles, el que rompe las filas enemigas; que en Troya se la ofreció por vez primera y prometió entregarla, y los dioses iban a llevarles a término las bodas. Mandábale ir con caballos y carros a la muy ilustre ciudad de los mirmidones, sobre los cuales reinaba aquél. A su hijo le entregaba como esposa la hija de Alector, procedente de Esparta. El vigoroso Megapentes, su hijo, le había nacido muy querido de una elava, que los dioses ya no dieron un hijo a Helena luego que le hubo nacido el primer hijo la deseada Hermione, que poseía la hermosura de la dorada Afrodita.

Conque se deleitaban y celebraban banquetes en el gran palacio de techo elevado los vecinos y parientes del ilustre Menelao; un divino aedo les cantaba tocando la cítara, y dos volatineros giraban en medio de ellos, dando comienzo a la danza.

Y los dos jóvenes, el héroe Telémaco y el ilustre hijo de Néstor se detuvieron y detuvieron los caballos a la puerta del palacio. Violos el noble Eteoneo cuando salía, ágil servidor del ilustre Menelao, y echó a andar por el palacio para comunicárselo al pastor de su pueblo. Y poniéndose junto a él le dijo aladas palabras:

«Hay dos forasteros, Menelao, vástago de Zeus, dos mozos semejantes al linaje del gran Zeus. Dime si desenganchamos sus rápidos caballos o les mandamos que vayan a casa de otro que los reciba amistosamente.»

Y el rubio Menelao le dijo muy irritado:

«Antes no eras tan simple, Eteoneo, hijo de Boeto, mas ahora dices sandeces corno un niño. También nosotros llegamos aquí, los dos, después de comer muchas veces por amor de la hospitalidad de otros hombres. ¡Ojalá Zeus nos quite de la pobreza para el futuro! Desengancha los caballos de los forasteros y hazlos entrar para que se les agasaje en la mesa[75] ».

 

Así dijo; salió aquél del palacio y llamó a otros diligentes servidores para que lo acompañaran. Desengancharon los caballos sudorosos bajo el yugo y los ataron a los pesebres, al lado pusieron eanda y mezclaron blanca cebada; arrimaron los carros al muro resplandeciente e introdujeron a los forasteros en la divina morada. Estos, al observarlo, admirábanse del palacio del rey, vástago de Zeus; que había un resplandor como del sol o de la luna en el palacio de elevado techo del glorioso Menelao. Luego que se hubieron saciado de verlo con sus ojos, marcharon a unas bañeras bien pulidas y se lavaron. Y luego que las elavas los hubieron ungido con aceite, les pusieron ropas de lana y mantos y fueron a sentarse en sillas junto al Atrida Menelao. Y una elava virtió agua de lavamanos que traía en bello jarro de oro sobre fuente de plata y colocó al lado una pulida mesa. Y la venerable ama de llaves trajo pan y sirvió la mesa colocando abundantes alimentos, favoreciéndoles entre los que estaban presentes. Y el trinchador les sacó platos de carnes de todas clases y puso a su lado copas de oro. Y mostrándoselos, decía el prudente Menelao:

«Comed y alegraos, que luego que os hayáis alimentado con estos manjares os preguntaremos quiénes sois de los hombres. Pues sin duda el linaje de vuestros padres no se ha perdido, sino que sois vástagos de reyes que llevan cetro de linaje divino, que los plebeyos no engendran mozos así.»

Así diciendo puso junto a ellos, asiéndolo con la mano, un grueso lomo asado de buey que le habían ofrecido a él mismo como presente de honor. Echaron luego mano a los alimentos colocados delante, y después que arrojaron el deseo de comida y bebida, Telémaco habló al hijo de Néstor acercando su cabeza para que los demás no se enteraran:

«Observa, Nestórida grato a mi corazón, el resplandor de bronce en el resonante palacio, y el del oro, el eléctro[76] , la plata y el marfil. Seguro que es así por dentro el palacio de Zeus Olímpico. ¡Cuántas cosas inefables!, el asombro me atenaza al verlas.»

El rubio Menelao se percató de lo que decía y habló aladas palabras:

Hijos míos, ninguno de los mortales podría competir con Zeus, pues son inmortales su casa y posesiones; pero de los hombres quizá alguno podría competir conmigo -o quizá no- en riquezas; las he traído en mis naves -y llegué al octavo año- después de haber padecido mucho y andar errante mucho tiempo. Errante anduve por Chipre, Fenicia y Egipto; llegué a los etiopes, a los sidonios, a los erembos[77]  y a Libia, donde los corderos enseguida crían cuernos, pues las ovejas paren tres veces en un solo año. Ni amo ni pastor andan allí faltos de queso ni de carne, ni de dulce leche, pues siempre están dispuestas para dar abundante leche. Mientras andaba yo errante por allí, reuniendo muchas riquezas, otro mató a mi hermano a eondidas, sin que se percatara, con el engaño de su funesta esposa. Así que reino sin alegría sobre estas riquezas. Ya habréis oído esto de vuestros padres, quienes quiera que sean, pues sufrí muy mucho y destruí un palacio muy agradable para vivir que contenía muchos y valiosos bienes. ¡Ojalá habitara yo mi palacio aún con un tercio de éstos, pero estuvieran sanos y salvos los hombres que murieron en la ancha Troya lejos de Argos, criadora de caballos. Y aunque lloro y me aflijo a menudo por todos en mi palacio, unas veces deleito mi ánimo con el llanto y otras deanso, que pronto trae cansancio el frío[78]  llanto. Mas no me lamento tanto por ninguno, aunque me aflija, como por uno que me amarga el sueño y la comida al recordarlo, pues ninguno de los aqueos sufrió tanto como Odiseo sufrió y emprendió. Para él habían de ser las preocupaciones, para mí el dolor siempre insoportable por aquél, pues está lejos desde hace tiempo y no sabemos si vive o ha muerto. Sin duda lo lloran el anciano Laertes y la direta Penélope y Telémaco, a quien dejó en casa recién nacido.»

 

Así dijo y provocó en Telémaco el deseo de llorar por su padre. Cayó a tierra una lágrima de sus párpados al oír hablar de éste, y sujetó ante sus ojos el purpúreo manto con las manos.

Menelao se percató de ello, y dudaba en su mente y en su corazón si dejarle que recordara a su padre o indagar él primero y probarlo en cada cosa en particular. En tanto que agitaba esto en su mente y en su corazón, salió Helena de su perfumada estancia de elevado techo semejante a Afrodita, la de rueca de oro.

Colocó Adrastra junto a ella un sillón bien trabajado, y Alcipe trajo un tapete de suave lana. También trajo Filo la canastilla de plata que le había dado Alcandra, mujer de Pólibo, quien habitaba en Tebas la de Egipto, donde las casas guardan muchos tesoros. (Dio Pólibo a Menelao dos bañeras de plata, dos trípodes y diez talentos de oro. Y aparte, su esposa hizo a Helena bellos obsequios: le regaló una rueca de oro v una canastilla sostenida por ruedas de plata, sus bordes terminados con oro.) Ofreciósela, pues, Filo, llena de hilo trabajado, y sobre él se extendía un huso con lana de color violeta. Y se sentó en la silla y a sus pies tenía un eabel. Y luego preguntó a su esposo, con su palabra, cada detalle:

«¿Sabemos ya, Menelao, vástago de Zeus, quiénes de los hombres se precian de ser éstos que han llegado a nuestra casa? ¿Me engañaré o será cierto lo que voy a decir? El ánimo me lo manda. Y es que creo que nunca vi a nadie tan semejante, hombre o mujer (¡el asombro me atenaza al contemplarlo!), como éste se parece al magnífico hijo de Odiseo, a Telémaco, a quien aquel hombre dejó recién nacido en casa cuando los aqueos marchasteis a Troya por causa de mí, ¡desvergonzada!, para llevar la guerra.»

Y el rubio Menelao le contestó diciendo:

«También pienso yo ahora, mujer, tal como lo imaginas, pues tales eran los pies y las manos de aquél, y las miradas de sus ojos, y la cabeza y por encima los largos cabellos. Así que, al recordarme a Odiseo, he referido ahora cuánto sufrió y se fatigó aquél por mí. Y él vertía espeso llanto de debajo de sus cejas sujetando con las manos el purpúreo manto ante sus ojos.»

Y luego Pisístrato, el hijo de Néstor, le dijo:

«Atrida Menelao, vástago de Zeus, caudillo de tu pueblo, en verdad éste es el hijo de aquél, tal como dices, pero es prudente y se avergüenza en su ánimo de decir palabras dearadas al venir por primera vez ante ti, cuya voz nos cumple como la de un dios.

«Néstor me ha enviado, el caballero de Gerenia, para seguirlo como acompañante, pues deseaba verte a fin de que le sugirieras una palabra o una obra. Pues muchos pesares tiene en palacio el hijo de un padre ausente si no tiene otros defensores como le sucede a Telémaco. Ausentóse su padre y no hay otros defensores entre el pueblo que lo aparten de la desgracia.»

Y el rubio Menelao contestó y dijo a éste:

«!Ay!, ha venido a mi casa el hijo del querido hombre que por mí padeció muchas pruebas. Pensaba estimarlo por encima de los demás argivos cuando volviera, si es que Zeus Olímpico, el que ve a lo ancho, nos concedía a los dos regresar en las veloces naves. Le habría dado como residencia una ciudad en Argos y lé habría edificado un palacio trayéndolo desde Itaca con sus bienes, su hijo y todo el pueblo, después de despoblar una sola ciudad de las que se encuentran en las cercanías y son ahora gobernadas por mí. Sin duda nos habríamos reunido con frecuencia estando aquí y nada nos habría separado en siendo amigos y estando contentos, hasta que la negra nube de la muerte nos hubiera envuelto. Pero debía envidiarlo el dios que ha hecho a aquel desdichado el único que no puede regresar.»

Así dijo y despertó en todos el deseo de llorar. Lloraba la argiva Helena, nacida de Zeus, y lloraba Telémaco y el Atrida Menelao. Tampoco el hijo de Néstor tenía sus ojos sin llanto, pues recordaba en su interior al irreprochable Antíloco, a quien mató el ilustre hijo de la resplandeciente Eos. Y acordándose de él dijo aladas palabras:

«Atrida, decía el anciano Néstor cuando lo mentábamos en su palacio, y conversábamos entre nosotros, que eres muy sensato entre los mortales. Conque ahora, si es posible, préstame atención. A mí no me cumple lamentarme después de la cena, pero va a llegar Eos, la que nace de la mañana. No me importará entonces llorar a quien de los mortales haya perecido y arrastrado su destino. Esta es la única honra para los miserables mortales, que se corten el cabello y dejen caer las lágrimas por sus mejillas. Pues también murió un mi hermano que no era el peor de los argivos -tú debes saberlo, pues yo ni fui ni lo vi-, y dicen que era Antíloco superior a los demás, rápido en la carrera y luchador.»

Y le contestó y dijo el rubio Menelao:

«Amigo, has hablado como hablaría y obraría un hombre sensato y que tuviera más edad que tú. Eres hijo de tal padre porque también tú hablas prudentemente. Es fácil de reconocer la deendencia del hombre a quien el Cronida concede felicidad cuando se casa o cuando nace, como ahora ha concedido a Néstor envejecer cada día tranquilamente en su palacio y que sus hijos sean prudentes y los mejores con la lanza. Mas dejemos el llanto que se nos ha venido antes y pensemos de nuevo en la cena; y que viertan agua para las manos. Que Telémaco y yo tendremos unas palabras al amanecer para conversar entre nosotros.»

Así dijo, y Asfalión vertió agua sobre sus manos, rápido servidor del ilusre Menelao; y ellos echaron mano de los alimentos que tenían preparados delante.

Entonces Helena, nacida de Zeus, pensó otra cosa: al pronto echó en el vino del que bebían una droga para disipar el dolor y aplacadora de la cólera que hacía echar a olvido todos los males. Quien la tomara después de mezclada en la crátera, no derramaría lágrimas por las mejillas durante un día, ni aunque hubieran muerto su padre y su madre o mataran ante sus ojos con el bronce a su hermano o a su hijo. Tales drogas ingeniosas tenía la hija de Zeus, y excelentes, las que le había dado Polidamna, esposa de Ton, la egipcia, cuya fértil tierra produce muchísimas drogas[79] , y después de mezclarlas muchas son buenas y muchas perniciosas; y allí cada uno es médico que sobresale sobre todos los hombres, pues es vástago de Peón. Así pues, luego que echó la droga ordenó que se eanciara vino de nuevo; y contestó y dijo su palabra:

«Atrida Menelao, vástago de Zeus, y vosotros, hijos de hombres nobles. En verdad el dios Zeus nos concede unas veces bienes y otras males, pues lo puede todo. Comed ahora sentados en el palacio y deleitaos con palabras, que yo voy a haceros un relato oportuno. Yo no podría contar ni enumerar todos los trabajos de Odiseo el sufridor, pero sí esto que realizó y soportó el animoso varón en el pueblo de los troyanos donde los aqueos padecisteis penalidades: infligiéndose a sí mismo vergonzosas heridas y echándose por los hombros ropas miserables, se introdujo como un siervo en la ciudad de anchas calles de sus enemigos. Así que ocultándose, se parecía a otro varón, a un mendigo[80] , quien no era tal en las naves de los aqueos. Y como tal se introdujo en la ciudad de los troyanos, pero ninguno de ellos le hizo caso; sólo yo lo reconocí e interrogué, y él me evitaba con astucia. Sólo cuando lo hube lavado y arreglado con aceite, puesto un vestido y jurado con firme juramento que no lo deubriría entre los troyanos hasta que llegara a las rápidas naves y a las tiendas, me manifestó Odiseo todo el plan de los aqueos. Y después de matar a muchos troyanos con afilado bronce, marchó junto a los argivos llevándose abundante información. Entonces las troyanas rompieron a llorar con fuerza, mas mi corazón se alegraba, porque ya ansiaba regresar rápidamente a mi casa y lamentaba la obcecación que me otorgó Afrodita cuando me condujo allí lejos de mi patria, alejándome de mi hija, de mi cama y de mi marido, que no es inferior a nadie ni en juicio ni en porte.»

 

Y el rubio Menelao le contestó y dijo:

«Sí, mujer, todo lo has dicho como te corresponde. Yo conocí el parecer y la inteligencia de muchos héroes y he visitado muchas tierras. Pero nunca vi con mis ojos un corazón tal como era el del sufridor Odiseo. ¡Como esto que hizo y aguantó el recio varón en el pulido caballo donde estábamos los mejores de los argivos para llevar muerte y desgracia a los troyanos! Después llegaste tú- debió impulsarte un dios que quería conceder gloria a los troyanos- yo seguía Deífobo[81]  semejante a los dioses. Tres veces lo acercaste a palpar la cóncava trampa y llamaste a los mejores dánaos, designando a cada uno por su nombre, imitando la voz de las esposas de cada uno de los argivos. También yo y el hijo de Tideo y el divino Odiseo, sentados en el centro, lo oímos cuando nos llamaste. Nosotros dos tratamos de echar a andar para salir o responder luego desde dentro. Pero Odiseo lo impidió y nos contuvo, aunque mucho lo deseábamos. Así que los demás hijos de los aqueos quedaron en silencio, y sólo Anticlo[82]  deseaba contestarte con su palabra. Pero Odiseo apretó su fuerte mano reciamente sobre la boca y salvó a todos los aqueos. Y mientras lo retenía, lo llevó lejos Palas Atenea.»

Y le contestó Telémaco diretamente:

«Atrida Menelao, vástago de Zeus, caudillo de hombres, ello es más doloroso, pues esto no lo apartó de la funesta muerte ni aunque tenía dentro un corazón de hierro. Pero, vamos, envíanos a la cama para que nos deleitemos ya con el dulce sueño.»

 

Así dijo, y la argiva Helena ordenó a las elavas colocar camas bajo el pórtico y disponer hermosas mantas de púrpura, extender por encima colchas y sobre ellas ropas de lana para cubrirse. Así que salieron de la sala sosteniendo antorchas en sus manos y prepararon las camas. Y un heraldo condujo a los huéspedes. Acostáronse allí mismo, en el vestíbulo de la casa[83] , el héroe Telémaco y el ilustre hijo de Néstor. El Atrida durmió en el interior del magnífico palacio y Helena, de largo peplo, se acostó junto a él, la divina entre las mujeres.

 

Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana , la de dedos de rosa, Menelao, el de recia voz guerrera, se levantó del lecho, vistió sus vestidos, colgó de su hombro la aguda espada y bajo sus pies brillantes como el aceite calzó hermosas sandalias. Luego se puso en marcha, salió del dormitorio semejante de frente a un dios y se sentó junto a Telémaco, le dijo su palabra y le llamó por su nombre:

«¿Qué necesidad lo trajo aquí, héroe Telémaco, a la divina Lacedemonia, sobre el ancho lomo del mar? ¿Es un asunto público o privado? Dímelo sinceramente.»

Y Telémaco le contestó diretamente:

«Atrida Menelao, vástago de Zeus, caudillo de hombre, he venido por si podías darme alguna noticia sobre mi padre. Se consume mi casa y mis ricos campos se pierden; el palacio está lleno de hombres malvados que continuamente degüellan gordas ovejas y cuernitorcidos bueyes de rotátiles patas, los pretendientes de mi madre, que tienen una arrogancia insolente. Por esto me llego ahora a tus rodillas, por si quieres contarme su luctuosa muerte, la hayas visto con tus propios ojos o hayas euchado el relato de algún caminante; digno de lástima más que nadie lo parió su madre. Y no endulces tus palabras por respeto ni piedad; antes bien, cuéntame detalladamente cómo llegaste a verlo. Te lo suplico, si es que alguna vez mi padre, el noble Odiseo, lo prometió y cumplió alguna palabra o alguna obra en el pueblo de los troyanos, donde los aqueos sufristeis penalidades. Acuérdate de esto ahora y cuéntame la verdad[84] ».

Y le contestó irritado el rubio Menelao:

«¡Ay, ay, conque quieren dormir en el lecho de un hombre intrépido quienes son cobardes! Como una cierva acuesta a sus dos recién nacidos cervatillos en la cueva de un fuerte león y mientras sale a buar pasto en las laderas y los herbosos valles, aquél regresa a su guarida y da vergonzosa muerte a ambos, así Odiseo dará vergonzosa muerte a aquéllos[85] . ¡Padre Zeus, Atenea y Apolo, ojalá que fuera como cuando en la bien construida Lesbos se levantó para disputar y luchó con Filomeleides[86] , lo derribó violentamente y todos los aqueos se alegraron! Ojalá que con tal talante se enfrentara Odiseo con los pretendientes: corto el destino de todos sería y amargas sus nupcias[87] . En cuanto a lo que me preguntas y suplicas, no querría apartarme de la verdad y engañarte. Conque no lo ocultaré ni guardaré secreto sobre lo que me dijo el veraz anciano del mar[88] .

 

«Los dioses me retuvieron en Egipto, aunque ansiaba regresar aquí, por no realizar hecatombes perfectas; que siempre quieren los dioses que nos acordemos de sus órdenes. Hay una isla en el ponto de agitadas olas delante de Egipto -la llaman Faro[89] -,tan lejos cuanto una cóncava nave puede recorrer en un día si sopla por detrás sonoro viento, y un puerto de buen fondeadero de donde echan al mar las equilibradas naves, luego de sacar negra agua. Retuviéronme allí los dioses veinte días, y no aparecían los vientos que soplan favorables, los que conducen a la naves sobre el ancho lomo del mar. Todos los víveres y el vigor de mis hombres se habría acabado a no ser que una de las diosas se hubiera compadecido y sentido piedad de mí, Idoteas[90] , la hija del valiente Proteo, el anciano de los mares, pues la conmovió el ánimo. Encontróse conmigo cuando vagaba solo lejos de mis compañeros (continuamente vagaban éstos por la isla peando con curvos anzuelos, pues el hambre retorcía sus estómagos), y acercándose me dijo estas palabras: "¿Eres así de simple y atontado, forastero, o te abandonas de buen grado y gozas padeciendo males?, puesto que permaneces en la isla desde hace tiempo sin poder hallar remedio y se consume el ánimo de tus compañeros." Así dijo, y yo le contesté: "Te diré, quienquiera que seas de las diosas, que no estoy detenido de buen grado; que debo haber faltado a los inmortales que poseen el ancho cielo. Pero dime tú, pues los dioses lo saben todo, quién de ellos me detiene y aparta de mi camino, y cómo llevaré a cabo el regreso a través del ponto rico en peces." Así dije, y ella, la divina entre las diosas, me respondió luego: "Forastero, te voy a informar muy sinceramente. Viene aquí con frecuencia el veraz anciano del mar, el inmortal Proteo[91]  egipcio, que conoce las profundidades de todo el mar, siérvo de Poseidón y -dicen que él me engendró y es mi padre. Si tú pudieras apresarlo de alguna manera, poniéndote al acecho, él lo diría el camino, la extensión de la ruta y cómo llevarás a cabo el regreso a través del ponto rico en peces. Y también lo diría, vástago de Zeus, si es que lo deseas, lo bueno y lo malo que ha sucedido en tu palacio después que emprendiste este viaje largo y difícil." Así dijo, y yo le contesté y dije: "Sugiéreme tú misma una emboada contra el divino anciano a fin de que no me rehúya si me conoce y se da cuenta de ante mano, pues es difícil para un hombre mortal sujetar a un dios." Así dije, y ella, la divina entre las diosas, me respondió luego: "Yo lo diré esto muy sinceramente. Cuando el sol va por el centro del cielo, el veraz anciano marino sale del mar con el soplo de Céfiro, oculto por el negro encrestamiento de las olas. Una vez fuera, se acuesta en honda gruta y a su alrededor duermen apiñadas las focas, deendientes de la hermosa Halosidne[92] , que salen del canoso mar exhalando el amargo olor de las profundidades marinas. Yo lo conduciré allí al despuntar la aurora, lo acostaré enseguida y eogerás a tres compañeros, a los mejores de tus naves de buenos bancos. Te diré todas las argucias de este anciano: primero contará y pasará revista a las focas y cuando las haya contado y visto todas, se acostará en medio de ellas como el pastor de un rebaño de ovejas. Tan pronto como lo veáis durmiendo, poned a prueba vuestra fuerza y vigor y retenedlo allí mismo, aunque trate de huir ansioso y precipitado. Intentará tornarse en todos los reptiles que hay sobre la tierra, así como en agua y en violento fuego. Pero vosotros retenedlo con firmeza y apretad más fuerte. Y cuando él lo pregunte, volviendo a mostrarse tal como lo visteis durmiendo, abstente de la violencia y suelta al anciano. Y pregúntale cuál de los dioses lo maltrata y cómo llevarás a cabo el regreso a través del ponto rico en peces."

 

Habiendo hablado así, se sumergió en el ponto alborotado y yo marché hacia las naves que se encontraban en la arena. Y mientras caminaba, mi corazón agitaba muchos pensamientos. Pero una vez que llegué a las naves y al mar, preparamos la cena y se nos vino la divina noche. Entonces nos acostamos en la ribera del mar.

«Tan pronto como apuntó la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, me marché luego a la orilla del mar, el de anchos caminos, suplicando mucho a los dioses. Y llevé tres compañeros en los que más fiaba para empresas de toda suerte.

«Entre tanto, Idotea, que se había sumergido en el ancho seno del mar, sacó cuatro pieles de foca del ponto, todas ellas recién desolladas, pues había ideado un engaño contra su padre: había cavado hoyos en la arena del mar y se sentó para esperar. Nosotros llegamos muy cerca de ella, nos acostó en fila y echó sobre cada uno una piel. La emboada era angustiosa, pues nos atormentaba terriblemente el mortífero olor de las focas criadas en el mar. Pues ¿quién se acostaría junto a un monstruo marino? Pero ella nos salvó y nos dio un gran remedio: colocó a cada uno debajo de la nariz ambrosía que despedía un muy agradable olor y acabó con la fetidez del monstruo. Esperamos toda la mañana con ánimo resignado y las focas salieron del mar apiñadas y se tendieron en fila sobre la ribera. El anciano salió del mar al mediodía y encontró a las rollizas focas, pasó revista a todas y contó el número. Nos contó los primeros entre los monstruos, pero no se percató su ánimo de que había engaño. A continuación se acostó también él. Conque nos lanzamos gritando y le echamos mano. El anciano no se olvidó de sus engañosas artes, y primero se convirtió en melenudo león, en dragón, en pantera, en gran jabalí; también se convirtió en fluida agua y en árbol de frondosa copa, mas nosotros lo reteníamos con fuerte coraje. Y cuando el artero anciano estaba ya fastidiado me preguntó y me dijo: "Quién de los dioses, hijo de Atreo, te aconsejó para que me apresaras contra mi voluntad tendiéndome emboada? ¿Qué necesitas de mí?" Así dijo, y yo le contesté y dije: "Sabes anciano (¿por qué me dices esto intentando engañarme?) que tiempo ha que estoy retenido en esta isla sin poder hallar remedio y mi corazón se me consume dentro. Pero dime -puesto que los dioses lo saben todo- quién de los inmortales me detiene y aparta de mi camino y cómo llevaré a cabo el regreso a través del ponto rico en peces." Así dije, y al punto me contestó y dijo: "Debieras haber hecho al embarcar hermosos sacrificios a Zeus y a los demás dioses que poseen el ancho cielo para llegar a tu patria navegando sobre el ponto rojo como el vino. No creo que tu destino sea ver a los tuyos y llegar a tu bien edificada casa y a tu patria hasta que vuelvas a recorrer las aguas del Egipto, río nacido de Zeus[93]  y sacrifiques sagradas hecatombes a los dioses inmortales que poseen el ancho cielo. Entonces los dioses te concederán el camino que tanto deseas." Así dijo y se me conmovió el corazón, pues me mandaba ir de nuevo a Egipto a través del ponto, sombrío camino, largó y difícil. Pero aun así le contesté y le dije: "Anciano, haré como mandas. Pero, vamos, dime e infórmame con verdad si llegaron sanos y salvos todos los aqueos que Néstor y yo dejamos cuando partimos de Troya o murió alguno de cruel muerte en su nave o a manos de los suyos después de soportar la guerra laboriosa." Así dije, y él me contestó y dijo: "¡Atrida!, ¿por qué me preguntas esto? No te es necesario saberlo ni conocer mi pensamiento. Te aseguro que no estarás mucho tiempo sin llanto luego que te enteres de todo, pues muchos de ellos murieron y muchos han sobrevivido. Sólo dos jefes de los aqueos que visten bronce murieron en el regreso (pues tú mismo asististe a la guerra); y uno que vive aún está retenido en el vasto ponto. Ayante[94]  pereció junto con sus naves de largos remos: primero lo arrimó Poseidón a las grandes rocas de Girea[95]  y lo salvó del mar, y habría eapado de la muerte, aunque odiado de Atenea, si no hubiera pronunciado una palabra orgullosa y se hubiera obcecado grandemente. Dijo que eaparía al gran abismo del mar contra la voluntad de los dioses[96] . Poseidón le oyó hablar orgullosamente y a continuación, cogiendo con sus manos el tridente, golpeó la roca Girea y la dividió: una parte quedo allí, pero se desplomó en el ponto el trozo sobre el que Ayante, sentado desde el principio, había incurrido en gran cegazón; y lo arrastró hacia el inmenso y alborotado ponto. Así pereció después de beber la salobre agua.

 

«"También tu hermano eapó a la maldición de Zeus y huyó en las cóncavas naves, pues lo salvó la venerable Hera. Mas cuando estaba a punto de llegar al earpado monte de Malea, arrebatólo una tempestad que lo llevó gimiendo penosamente por el ponto rico en peces. hasta un extremo del campo donde en otro tiempo habitó Tiestes; mas entonces la habitaba Egisto, el hijo de Tiestes. Así que cuando, una vez allí, le parecía feliz el regreso y los dioses cambiaron el viento y llegaron a sus casas, entonces tu hermano pisó alegre su tierra patria: tocaba y besaba la tierra y le caían muchas ardientes lágrimas cuando contemplaba con júbilo su tierra. Pero lo vio desde una atalaya el vigilante que había puesto allí el tramposo Egisto (le había ofrecido en recompensa dos talentos de oro). Vigilaba éste desde hacía un año, para que no le pasara inadvertido si llegaba y recordara su impetuosa fuerza. Y marchó a palacio para dar la noticia al pastor de su pueblo. Y enseguida Egisto tramó una engañosa trampa: eligiendo los veinte mejores hombres entre el pueblo, los puso en emboada y luego mandó preparar un banquete en otra parte, y marchó a llamar a Agamenón, pastor de su pueblo, con caballos y carros meditando obras indignas. Condújolo, deonocedor de su muerte, y mientras lo agasajaba lo mató como se mata a un buey en el pesebre. No quedó vivo ninguno de los compañeros del Atrida que lo acompañaban, ni ninguno de Egisto, que todos fueron muertos en el palacio."

«Así dijo, y se me conmovió el corazón; lloraba sentado en la arena, y mi corazón no quería vivir ya ni ver la luz del sol. Y después que me harté de llorar y agitarme me dijo el veraz anciano del mar: "No llores, hijo de Atreo, mucho tiempo y sin cesar, puesto que así no hallaremos ningún remedio. Conque trata de volver a tu patria rápidamente, pues o lo encontrarás aún vivo o bien Orestes lo habrá matado adelantándose y tú puedes estar presente a sus funerales." Así dijo, y mi corazón y ánimo valeroso se caldearon de nuevo en mi pecho, aunque estaba afligido. Y le hablé y le dije aladas palabras: "De éstos ya sé ahora. Nómbrame, pues, al tercer hombre, el que, aún vivo, está retenido en el vasto ponto o está ya muerto. Pues aunque afligido quiero oírlo." Así le dije, y él al punto me contestó y me dijo: "El hijo de Laertes que habita en Itaca. Lo vi en una isla derramando abundante llanto, en el palacio de la ninfa Calipso, que lo retiene por la fuerza. No puede regresar a su tierra, pues no tiene naves provistas de remos ni compañeros que lo acompañen por el ancho lomo del mar. Respecto a ti, Menelao, vástago de Zeus, no está determinado por los dioses que mueras en Argos, criadora de caballos, enfrentándote con tu destino, sino que los inmortales lo enviarán a la llanura Elisia[97] , al extremo de la tierra, donde está el rubio Radamanto. Allí la vida de los hombres es más cómoda, no hay nevadas y el invierno no es largo; tampoco hay lluvias, sino que Océano[98]  deja siempre paso a los soplos de Céfiro que sopla sonoramente para refrear a los hombres. Porque tienes por esposa a Helena y para ellos[99]  eres yerno de Zeus."

 

«Y hablando así, se sumergió en el alborotado ponto. Yo enfilé hacia las naves con mis divinos compañeros, y mientras caminaba, mi corazón agitaba muchas cosas; y luego que llegamos a la nave y al mar, preparamos la cena y se nos echó encima la divina noche; así que nos acostamos en la ribera del mar.

«Y cuando apareció Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, en primer lugar lanzamos al mar divino las naves y colocamos los mástiles y velas en las proporcionadas naves y todos se fueron a sentar en los bancos; y sentados en fila, batían el canoso mar con los remos.

«Detuve las naves en el Egipto, río nacido de Zeus, e hice perfectas hecatombes. Y cuando había puesto fin a la cólera de los dioses que existen siempre, levanté un túmulo a Agamenón para que su gloria sea inextinguible.

«Acabado esto, partí, y los inmortales me concedieron viento favorable y rápidamente me devolvieron a mi tierra. Pero, vamos, permanece ahora en mi palacio, hasta que llegue el undécimo o el duodécimo día. Entonces te despediré y te daré como espléndidos regalos tres caballos y un carro bien trabajado; también te daré una hermosa copa para que hagas libaciones a los dioses inmortales y te acuerdes de mí todos los días.»

Y a su vez, Telémaco le contestó diretamente:

«¡Atrida!, no me retengas aquí durante mucho tiempo, pues yo permanecería un año junto a ti sin que me atenazara la nostalgia de mi casa ni de mis padres, que me cumple sobremanera euchar tus relatos y palabras. Pero ya mis compañeros estarán disgustados en la divina Pilos y tú me retienes aquí hace tiempo. Que el regalo que me des sea un objeto que se pueda conservar. Los caballos no los llevaré a Itaca, te los dejaré aquí como ornato, pues tú reinas en una llanura vasta en la que hay mucho loto, juncia, trigo, espelta y blanca cebada que cría el campo. En Itaca no hay recorridos extensos ni prado; es tierra criadora de cabras y más encantadora que la criadora de caballos. Pues ninguna de las islas que se reclinan sobre el mar es apta para el paso de caballos ni rica en prados, a Itaca menos que ninguna.»

Así dijo, y Menelao, de recia voz guerrera, sonrió y lo acarició con la mano; le llamó por su nombre y le dijo su palabra:

«Hijo querido, eres de sangre noble, según hablas. Te cambiaré el regalo, pues puedo. Y de cuantos objetos hay en mi palacio que se pueden conservar, te daré el más hermoso y el de más precio. Te daré una crátera bien trabajada, de plata toda ella y con los bordes pulidos en oro. Es obra de Hefesto; me la dio el héroe Fedimo, rey de los sidonios, cuando me alojó en su casa al regresar. Esto es lo que quiero regalarte.»

Mientras departían entre sí iban llegando los invitados al palacio del divino rey. Unos traían ovejas, otros llevaban confortante vino, y las esposas de lindos velos les enviaban el pan. Así preparaban comida en el palacio[100] .

Entre tanto, los pretendientes se complacían arrojando dios y venablos ante el palacio de Odiseo, en el sólido pavimento donde acostumbraban, llenos de arrogancia.

Hallábanse sentados Antínoo y Eurímaco, semejantes a los dioses, los jefes de los pretendientes y los mejores con preferencia por su valor. Y acercándoseles el hijo de Fronio, Noemón, le preguntó y dijo a Antínoo su palabra:

«Antínoo, ¿sabemos cuándo vendrá Telémaco de la arenosa Pilos o no? Se fue llevándose mi nave y preciso de ella para pasar a la espaciosa Elide, donde tengo doce yeguas y mulos no domados, buenos para el laboreo; si traigo alguno de estos podría domarlo.»

Así dijo, y ellos quedaron atónitos, pues no pensaban que Telémaco hubiera marchado a Pilos de Neleo, sino que se encontraba en el campo con las ovejas o con el porquerizo.

Mas, al fin, Antínoo, hijo de Eupites, contestóle diciendo:

«Háblame sinceramente. ¿Cuándo se fue y qué mozos lo acompañaban? ¿Los mejores de Itaca o sus obreros y criados? Que también pudo hacerlo así. Dime también con verdad, para que yo lo sepa, si te quitó la negra nave por la fuerza y contra tu voluntad o se la diste de buen grado, luego de suplicarte una y otra vez.»

 

Y Noemón, el hijo de Fronio, le contestó:

«Yo mismo se la di de buen grado. ¿Qué se podría hacer si te la pide un hombre como él, con el ánimo lleno de preocupaciones? Sería difícil negársela. Los jóvenes que le acompañaban son los que sobresalen entre nosotros en el pueblo. También vi embarcando como jefe a Méntor, o a un dios, pues así parecía en todo. Lo que me extraña es que vi ayer por la mañana al divino Méntor aquí, y eso que entonces se embarcó para Pilos.»

Cuando así hubo hablado marchó hacia la casa de su padre, y a éstos se les irritó su noble ánimo. Hicieron sentar a los pretendientes todos juntos y detuvieron sus juegos. Y entre ellos habló irritado Antínoo, hijo de Eupites; su corazón rebosaba negra cólera y sus ojos se asemejaban al resplandeciente fuego: «¡Ay, ay, buen trabajo ha realizado Telémaco arrogantemente con este viaje; y decíamos que no lo llevaría a cabo! Contra la voluntad de tantos hombres un crío se ha marchado sin más, después de botar una nave y elegir los mejores entre el pueblo. Enseguida comenzará a ser un azote. ¡Así Zeus le destruya el vigor antes de que llegue a la plenitud de la juventud Conque, ea, dadme una rápida nave y veinte compañeros para ponerle emboada y esperarle cuando vuelva en el estrecho entre Itaca y la earpada Same. Para que el viaje que ha emprendido por causa de su padre le resulte funesto.»

Así dijo, y todos aprobaron sus palabras y lo apremiaban.

Así que se levantaron y se pusieron en camino hacia el palacio de Odiseo.

Penélope no tardó mucho en enterarse de los planes que los prentendientes meditaban en secreto. Pues se los comunicó el heraldo Medonte, que euchó sus decisiones aunque estaba fuera del patio cuando éstos las urdían dentro. Y se puso en camino por el palacio para cómunicárselo a Penélope. Cuando atravesaba el umbral le dijo ésta:

«Heraldo, ¿a qué te mandan los ilustres pretendientes? ¿Acaso para que ordenes a las elavas del divino Odiseo que dejen sus labores y les preparen comida? iOjalá dejaran de cortejarme y de reunirse y cenaran su última y definitiva cena! Con tanto reuniros aquí estáis acabando con muchos bienes, con las posesiones del prudence Telémaco. ¿No habéis oído contar a vuestros padres cuando erais niños cómo era Odiseo con ellos, que ni hizo ni dijo nada injusto en el pueblo? Este es el proceder habitual de los divinos reyes: a un hombre le odian mientras que a otro le aman. Pero aquél jamás hizo injusticia a hombre alguno. Así que han quedado al deubierto vuestro ánimo a injustas obras, y no tenéis agradecimiento por sus beneficios.»

Y a su vez le dijo Medonte, de pensamientos prudentes:

«Reina, ¡ojalá fuera ésta el mayor mal! Pero los pretendientes meditan otro mucho mayor y más penoso que ojalá no cumpla el Cronida! Desean ardientemente matar a Telémaco con el agudo bronce cuando vuelva a casa, pues partió a la augusta Pilos y a la divina Lacedemonia en bua de noticias dé su padre.»

Así dijo. Flaqueáronle a Penélope las rodillas y el corazón, el estupor le arrebató las palabras por largo tiempo, y los ojos se le llenaron de lágrimas, y la vigorosa voz se le quedó detenida. Más tarde le contestó y dijo:

«¡Heraldo! ¿Por qué se ha marchado mi hijo? No precisaba embarcar en las naves que navegan veloces, que son para los hombres caballos en la mar y atraviesan la abundante humedad. ¿Acaso lo hizo para que no quede ni siquiera su nombre entre los hombres?» Y le contestó a continuación Medonte, conocedor de prudencia:

«No sé si lo impulsó algún dios o su propio ánimo a ir a Pilos para indagar acerca del regreso de su padre o del destino con el que se ha enfrentado.»

Cuando hubo hablado así, se fue por el palacio de Odiseo. Envolvió a Penélope una pena mortal y no soportó estar sentada en la silla, de las que había abundancia en la casa, sino que se sentó en el muy trabajado umbral de su aposento, quejándose de manera lamentable. Y a su alrededor gemían todas las criadas, cuantas habia en el palacio, jóvenes y viejas. Y Penélope les dijo, llorando agudamente:

«Euchadme, amigas, pues el Olímpico me ha concedido dolores por encima de las que nacieron o se criaron conmigo: perdí primero a un esposo noble de corazón de león y que se distinguía entre los dánaos por excelencias de todas clases, un noble varón cuya vasta gloria se extiende por la Hélade y hasta el centro de Argos.

«Y ahora las tempestades han arrebatado sin gloria del palacio a mi amado hijo. No me enteré cuándo marchó. Desdichadas, tampoco a vosotras se os ocurrió levantarme de la cama, aunque bien sabíais cuándo partió aquél en la cóncava y negra nave; pues si hubiera barruntado que pensaba en este viaje, se habría quedado aquí por más que lo ansiara o me habría tenido que dejar muerta en el palacio. Vamos, que llame alguna al anciano Dolio, mi elavo, el que me dio mi padre cuando vine aquí y cuida mi huerto abundante en árboles, para que vaya cerca de Laertes lo antes posible a contarle todo esto, por si urdiendo alguna astucia en su mente sale a quejarse a los ciudadanos que desean destruir el linaje de Odiseo, semejante a un dios.»

Y a su vez le dijo su nodriza Euriclea:

«¡Hija mía!, mátame con implacable bronce o déjame en palacio, mas no te ocultaré mi palabra; yo sabía todo esto y le di cuanto ordenó, pan y dulce vino, y me tomó un solemne juramento: que no te lo dijera antes de que llegara el duodécimo día o tú misma lo echaras de menos y eucharas que se había marchado, para que no afearas llorando tu hermosa piel.

«Vamos, báñate, toma vestidos limpios para tu cuerpo y -sube al piso superior con las elavas. Y suplica a Atenea, hija de Zeus, portador de égida, pues ella, en efecto, lo salvará de la muerte. No hagas desgraciado a un pobre anciano, pues no creo en absoluto que el linaje del hijo de Arcisio[101]  sea odiado por los bienaventurados dioses; que alguno sobrevivirá que ocupe el palacio de elevado techo y posea en la lejanta los fértiles campos.»

Así diciendo, calmóse y cerró sus ojos al llanto.

Y luego de bañarse y coger vestidos limpios para su cuerpo, subió al piso superior con las criadas y colocó en una cesta  granos de cebada[102] . E imploró a Atenea:

 

«Eúchame, hija de Zeus, portador de égida, Atritona[103] ; si alguna vez el muy hábil Odiseo quemó en el palacio gordos muslos de buey o de oveja, acuérdate de ellos ahora, salva a mi hijo y aleja a los muy orgullosos pretendientes.»

Cuando hubo hablado así lanzó el grito ritual y la diosa euchó su oración. Los pretendientes alborotaban en la sombría sala, y uno de los jóvenes orgullosos decía así:

«La reina muy solicitada por nosotros prepara sus nupcias sin saber que ha sido fabricada la muerte para su hijo.»

Así decía uno, ignorando lo que había ocurrido. Y entre ellos habló Antínoo y dijo:

«Desgraciados, evitad toda palabra arrogante, no sea que alguien se la vaya a comunicar. Mas, vamos, levantémonos y ejecutemos en silencio ese plan que a todos nos cumple.»

Cuando hubo dicho así, eogió a los veinte mejores y se dirigió hacia la rápida nave y a la orilla del mar. Arrastráronla primero al profundo mar y colocaron el mástil y las velas a la negra nave. Prepararon luego los remos con estrobos de cuero todo como corresponde, desplegaron las blancas velas y los audaces sirvientes les trajeron las armas. Anclaron la nave en aguas profundas y luego que hubieron desembarcado comieron allí y esperaron a que cayera la tarde.

Entre tanto, la direta Penélope yacía en ayunas en el piso superior sin tomar comida ni bebida, cavilando si su ilustre hijo eaparía a la muerte o sucumbiría a manos de los soberbios pretendientes. Y le sobrevino el dulce sueño mientras meditaba lo que suele meditar un león entre una muchedumbre de hombres cuando lo llevan acorralado en engañoso círculo. Dormía reclinada y todos sus miembros se aflojaron.

En esto, tramó otro plan la diosa de ojos brillantes, Atenea: construyó una figura semejante al cuerpo de una mujer, de Iftima, hija del magnánimo Icario, a la que había desposado Eumelo, que tenía su casa en Feras, y envióla al palacio del divino Odiseo para que aliviara del llanto y los gemidos a Penélope, que se lamentaba entre sollozos. Entró en el dormitorio por la correa del pasador, se colocó sobre la cabeza de Penélope y le dijo su palabra:

«Penélope, ¿duermes afligida en tu corazón? No, los dioses que viven fácilmente no van a permitir que llores ni te aflijas, pues tu hijo ya está en su camino de vuelta, que en nada es culpable a los ojos de los dioses.»

Y le contestó luego la direta Penélope, durmiendo plácidamente en las mismas puertas del sueño:

«Hermana, ¿por qué has venido? No sueles venir con frecuencia, al menos hasta ahora, ya que vives muy lejos.

«Así que me mandas dejar los lamentos y los numerosos dolores que se agitan en mi interior, a mí que ya he perdido mi marido noble y valiente como un león, dotado de toda clase de virtudes entre los dánaos, cuya fama de nobleza es extensa en la Hélade y hasta el centro de Argos. Ahora de nuevo mi hijo amado ha partido en cóncava nave, mi hijo inocente deonocedor de obras y palabras. Es por éste por quien me lamento más que por aquél. Por éste tiemblo y temo no le vaya a pasar algo, sea por obra de los del pueblo a donde ha marchado o sea en el mar. Pues muchos enemigos traman contra él deseando matarlo antes de que llegue a su tierra patria.»

Y le contestó la imagen invisible:

«Ánimo, no temas ya nada en absoluto. Ésta es quien le acompaña como guía, Palas Atenea -pues puede-, a quien cualquier hombre desearía tener a su lado. Se ha compadecido de tus lamentos y me ha enviado ahora para que te comunique esto.»

Y le contestó a su vez la prudente Penélope:

«Si de verdad eres una diosa y has oído la voz de un dios, vamos, háblame también de aquel desdichado, si vive aún y contempla la luz del sol o ya ha muerto y está en el Hades.»

Y le contestó y dijo la imagen invisible:

«De aquél no te voy a decir de fijo si vive o ha muerto, que es malo hablar cosas vanas.»

Así diciendo, desapareció en el viento por la cerradura de la puerta. Y ella se desperezó del sueñó, la hija de Icario. Y su corazón se calmó, porque en lo más profundo de la noche se le había presentado un claro sueño.

Conque los pretendientes embarcaron y navegaban los húmedos caminos removiendo en su interior la muerte para Telémaco.

Hay una isla pedregosa en mitad del mar entre Itaca y la earpada Same, la isla de Asteris[104] . No es grande, pero tiene puertos de doble entrada que acogen a las naves. Así que allí se emboaron los aqueos y esperaban a Telémaco. 

 

Notas

 [2]En griego. polyiropar, puede significar «de muchos senderos» o bien «de muchas mañas», versátil

 [3]Homero suele unir los nombres de Helios y de Hiperión como si éste fuera un epíteto de aquel («el que tranurre por encima»), cfr. también XII. Solamente en una ocasión (XII) Homero lo llama Hiperiónida, «hijo de Hiperión», lo que responde a la tradición hesiódica (cfr. Teogarda) que hace de este Titán el padre de Helios, de Selene y de Eos. La alusión se refiere a los sucesos narrados en XII  

 [4]Destaco los diez primeros versos, aunque están en hexámetro como el resto, porque constituyen un auténtico proemio, construído en composición anular, que contiene un programa de lo que va a ser la Odisea. No sucede así con la llíada, donde la invocación a la Musa va seguida casi inmediatamente del relato.  

 [5]Los demás héroes de la guerra de Troya, cuyas vicisitudes en sus viajes de regreso (Nostoi) son narradas sumariamente en la Telemaquia (III y IV) y aludidos parcialmente en la Nekya -XI en que Agamenón narra su propia muerte.  

 [6]Esta Calipso, cuya genealogía nos ofrece Atenea más adelante no tiene nada que ver con la Calipso hesiódica, hija de Tetis y de Océano (Teogonía). Es un personaje puramente odiseico, «La que eonde», y su función es retener a Odiseo para que su regreso dure diez años, tanto como la guerra de Troya  

 [7]Sólo por extensión se puede decir que los dioses hilan el destino de un mortal. En realidad, al menos en la concepción homérica, las que hilan el Destino son la Aisa y las Hilanderas (klôtlaes cfr. VII). Los dioses no pueden hacer nada por evitarlo y están sujetos a aquél. Ver Dietrich, Death, Fate and tix Gods, Londres, 1965.  

 [8]El motivo de su rencor se explica más abajo  

 [9]No es probable que se refiera exactamente a los habitantes de la actual Etiopía. La palabra griega aithjpr significa «de aspecto quemado» y es una denominación genérica de los negros. Se trata de una tribu mítica favorita de Poseidón  

 [10]El mito de la muerte de Agamenón a manos de Egisto -a quien Clitemnestra se limita a ayudar (o irutigar) en la versión homérica- y la venganza de Orestes es un kitmotiv en la Gdúea. Aparte de que Orestes es ofrecido a Telémaco como paradigma, la muerte de Agamenón sirve de contraste al triunfo de Odiseo, y la figura de Penélope se opone moralmente a la de Clitemnestra (cfr. XXIV). En realidad, una y otra historia reflejan, con diferentes resultados, la situación de peligro en que se encontraban las monarquías aqueas al final de la era micénica  

 [11]Me limito a tranribir la palabra griega Aegelphántés, epíteto de significación oura como tantos otros epítetos arcaicos de los dioses olímpicos. Tradicionalmente se ha interpretado como «el que mató a Argos», pero, aparte de que esta leyenda es tardía, un epíteto se refiere siempre a una cualidad permanente y general, no a un hecho aislado  

 [12]En gr. glmkôpir. Aunque este epíteto originariamente hiciera alusión a algún tipo de relación de Atenea con la lechuza (glairx), parece claro que nuestro poeta la deonoce, puesto que relaciona a Atenea sistemáticamente con otras aves: en I.320 la diosa se convierte en ave en general; en XXII en golondrina y en III en buitre. En general se cree que Homero, más bien, piensa en el adjetivo glaukás, «brillante».  

 [13]Atlante, «El que soporta», según Hesiodo sostiene en sus hombros la bóveda del cielo «en el extremo de la tierra, cerca de las Hespérides de sonora voz» (Teogonía). Según la concepción que representa este pasaje, se limitaría a vigilar las columnas que separan el cielo de la tierra o bien a sostenerlas (échei) en su cuerpo, como sin duda entendió Esquilo (cfr. Prometeo). En todo caso, Atlante conoce las profundidades marinas porque dichas columnas hunden su base en el mar  

 [14]Gr. gateochos se ha interpretado tradicionalmente como «el que abraza, o contiene, la tierra». Sin embargo, su sentido es «el que conduce su carro por la tierra», dado que la segunda parte del compuesto es -wochos (cfr. Inript. Graec). Poseidón es el dios de los terremotos además de soberano del mar.  

 [15]Cfr. IX  

 [16]Forcis es uno de los «ancianos del mar”, lo mismo que Nereo, su padre, y Proteo (cfr. también XIII). De Nereo dice Hesiodo (Teogonía) «lo llaman anciano porque es veraz y sabio y no olvida la ley, sino que conoce justos y sabios designios».  

 [17]«Mentes, caudillo de los tafios» aparece ya citado en Iliada, XVII, y de ahí sin duda ha sido tomado para este pasaje. Tafos pertenece probablemente a la geografla mítica de la Odisea. Desde luego, no es probable que sea la isla, del mismo nombre, en las cercanías de Léucade (cfr. Estrabón). Está demasiado cerca de Itaca, y Mentes habría sido un personaje conocido de Telémaco y los Pretendientes. En todo caso, en la Odisea los tafios son siempre la contrapartida folklórica de los sidonios -un pueblo de comerciantes con pocos erúpulos (cfr. XIV.452, XV.427, XVI).  

 [18]Dos son los aedos que aparecen en la Odisea: Femio, que canta a la fuerza entre los pretendientes, y Demódoco, el poeta ciego de los Feacios (cfr. VIII.44). Homero, como es lógico, trata con especial afecto a estos personajes de su propia profesión: aparte de aplicarles el epíteto «deseable», les atribuye todos los que reserva para los héroes como «divino», «honrado por el pueblo», «ilustre», etc. Femio es, entre los que frecuentan el palacio del héroe, uno de los pocos que eaparán a la matanza, y Demódoco es tratado con especial deferencia en VIII. Pero además, los pasajes en que habla de los aedos y su canto son documentos importantes sobre la función y estatus del poeta épico en la época de Homero: según XVIL y ss. los aedos están en la lista de los «servidores del pueblo» a los que «se invita a venir». Y los cantos que entonan son los que, sin duda, estaban en boga en época de Homero: los Nostoi de los héroes de Troya (Femio), o episodios de esta guerra (Demódoco en VIII) o la propia destrucción de Troya (Demódoco en VIII). A veces se trata de cantos de naturaleza más bien lírica, como el adulterio de Ares y Afrodita (VIII), con acompañamiento de danza  

 [19]Tampoco se sabe si esta ciudad es real o ficticia, aunque se la ha identificado con una Tempsa de Italia y una Tamassos de Chipre  

 [20]Esta deripción de Laertes no concuerda con la del Canto XXIV donde se dice que éste tenía una mansión en su finca y elavos forzosos. Es uno de los argumentos en que se apoyan los críticos analíticos para condenar el final de la Odisea como producto de una mano diferente y tardía  

 [21]El conjunto del ejército griego. Este compuesto aparece en La Odisea solamente dos veces, aquí y en XXIV, dentro de la misma fórmula  

 [22]Por el juego etimológico que hay en el texto, parece claro que las Harpías son, para Homero, «las que arrebatan». No especifica su número y más adelante (cfr. XX) las identifica con las tempestades. Hesiodo habla ya de dos, a las que Mama Aelló y Ocípete «las cuales siguen a los soplos del viento y a las aves con sus rápidas alas» (Teogonía).  

 [23]La identidad y localización de estas islas -Itaca incluida- ha sido objeto de diusión desde la Antigüedad (cfr. Estrabón 10.2 y ss.) Hoy, con la excepción de los seguidores de Dórpfeld, se cree que tanto Itaca como la Zante homéricas son las actuales; y que Same y Duliquio son panes de la actual Cefalonia. Para una amplia diusión del tema, cfr. F. H. Stubbings, Companion..., páginas 398 y ss.  

 [24]Quizá la ciudad de Tesprotia, en la desembocadura del Aqueronte, que cita Tucídides en 1.46.4. De Ilo Mermérida no sabemos más de lo que aquí  se dice  

 [25]Expresión metafórica por «la voluntad de los dioses», posiblemente originada de la actitud del suplicante abrazando las rodillas de una persona o una estatua (cfr. VL310). Atractiva, pero menos probable, es la sugerencia de R. B. Onions (The Origins european Thought, Cambridge, 1954, págs. 303 y ss.), quien lo refiere al hecho de que los dioses hilan el destino y la posición para hilar es sedente  

 [26]El rumor, cuyo origen es siempre deonocido, se atribuye en último termino a Zeus. Cfr. también 11.216 y XXIV.413  

 [27]Este diurso es confuso y contradictorio, aparte de que el tono general («te ordeno», etc.) está mejor en boca de Atenea que de un extranjero deonocido. De hecho, los vv 269-80 contradicen a 287-96. Pero además los vv. 275-8 están en boca del pretendiente Eurímaco en 11.195-7; y los vv. 280-92 están en boca del mismo Telémaco en 11.214-23. Ello ha hecho que esta parte del canto primero sea considerada por los analíticos como una ampliación a base de retazos del canto segundo  

 [28]Está claro que Femio no podía cantar otra cosa que los Nostoi. Ello sirve a varios fines: primero, potenciar el ambiente que reina en el palacio de Odiseo —la complacencia de los pretendientes y el dolor de los familiares—; en segundo lugar sirve para presentar dramáticamente, ya desde los primeros versos, la figura de Penélope; finalmente, es una referencia adelantada al contenido de los cantos siguientes (III y IV).  

 [29]En Homero, Hellás designa habitualmente el norte de Grecia, especialmente la Tesalia superior (el reino de Peleo) y Argos designa todo el Peloponeso. La frase significa, por tanto, «en toda Grecia». Hasta Hesiodo (Trabajos y Dias, 653) Hellás no designa a Grecia en su conjunto  

 [30]El mégaron es la estancia principal de un palacio micénico. Conservo la palabra griega para no traducirla por «sala» o «salón» que no responde exactamente a las caracteristicas y funciones del mégaron. Este se suele encontrar a un lado del gran patio central y consta de tres partes: el portico (aíthousa), el vestibulo (pródromas) y el megaron propiamente dicho, una gran estancia con un hogar en la que se centra la vida del palacio: allí se celebran sacrificios y banquetes y se recibe a los huéspedes. Además de la puerta principal, de dos batientes, que se encuentra debajo del portico, suele tener un portón de una sola hoja que da a un corredor por donde Se accede a las habitaciones privadas (thálamoi) tanto de la planta baja como del piso de arriba. Cfr. Alan J. B. Wace, «Houses and Palaces», en Companion..., págs. 489-97  

 [31]De los 108 pretendientes (cfr. XVI.247 y ss.) solo catorce se destacan de masa anónima con su nombre y patronímico, y aun entre éstos sólo tres o cuatro juegan un papel activo en la obra. Antínoo es precisamente el más insolente de todos y el que planea la muerte de Telémaco. Es el primero en ser presentado y será el primero en morir sin haber siquiera reconocido a Odiseo como su verdugo, cfr. XXII.8 y ss.  

 [32]El dormitorio de Telémaco era, sin duda, uno de los thálamoi que rodeaban el patio central, en el ala opuesta al mégaron  

 [33]Euriclea, como todos los personajes que van a jugar un papel importante en el relato (especialmente en el canto XIX), es presentada pronto y con todo detalle. Esta es la razón por la que Homero se recrea en deribir el momento en que Telémaco se dirige al dormitorio  

 [34]Las camas en esta época eran catres de madera con los tableros «agujereados» a fin de introduir cuerdas y tensarlas para que sirvieran de soporte al colchón, de cualquier clase que éste fuera (probablemente simples pieles). Cfr. Etyaologctum Magnum s. v. Tretón léchos.  

 [35]Es una fórmula que aparece veinte veces en la Odisea y una sola en la Ilíada (1.477). Eos es la aurora, hija de Hiperión y hermana de Helios y Selene. Cfr. Hesíodo, Teogonía, 371 y ss.  

 [36]Aquí tenemos un ejemplo de lo que podía ser una asamblea en la época arcaica, aunque, por razones obvias, no se deben deducir conclusiones tajantes como algunos historiadores han pretendido. Parece deducirse del texto que es el rey quien la convoca -pues ya hace veinte años que no la hay y la gente se pregunta quién puede ser el convocante; no hay orden fijo de intervención y ésta cuenta con la presencia de unos «ancianos» que podrían ser los representantes de las famílias más importantes y cuya función no queda nada clara. Cfr. M. 1. Finley, El mundo de Odiseo, págs. 95 y ss.  

 [37]Ilión es el nombre epicórico de Troya. Cfr. R. Carpenter, Folk tale..., página 63  

 [38]Aquí hay una pequeña inconsistencia. Por muchas cosas que supiera Egiptio, una que no podía saber es que su hijo había sido devorado por el Cíclope. Quizá por ello el filólogo alejandrino Aristarco eliminó los vv. 19-20.  

 [39]En gr. tameleges. Es un epíteto fijo con la palabra thánatos en la Odisea. Puede significar «de largos o tensos (tan-) lamentos» (elegés) o bien, por falso cone, «que no se cuida, despiadada» (ameleges).  

 [40]Esta frase es incongruente con lo que se afirmó en los vv. 89-90 («este es el tercer año y con rapidez se acerca el cuarto»). Como por otra parte, XIII.377 coincide con 89-90, no han faltado intentos de acomodar los vv. 106-7 a 89-90 cambiando el texto (tríetes y tétartom por dietes y tríton). En cualquier caso, confuso como es el pasaje, se puede deducir de él que los pretendientes llevan frecuentando el palacio de Odiseo algo más de tres años; que Penélope acaba de terminar la tela, y que sigue dando largas a los pretendientes. Sólo la llegada de Odiseo puede salvarla y, según las palabras de Anfimedonte en XXIV.147 y ss., Odiseo llegó exactamente cuando la había terminado, lavado y enseñado a los pretendientes.  

 [41]No sabemos por qué Homero selecciona precisamente a estas tres heroínas para compararlas con Penélope. No parece, por lo que de ellas sabemos, que sobresalieran en el tejido o en la astucia. A las dos primeras se alude de nuevo en la Nekya: XI.235 y ss. (Tiro) y 265 y ss. (Alcmena). De Micena sólo sabemos que es la epónima de la ciudad de los Atridas y que, según Pausanias (2.16.4) «los poemas épicos que los griegos llaman Grandes Eeas dicen que era hija de Inaco y esposa de Aréstor».  

 [42]Efectivamente la fama de Penélope se debe a la estratagema del telar. Y quizá a ésta se deba también su nombre, pues pene significa «hilo de un tejido» y -lópeia bien pudiera estar relacionado con el verbo lépo que significa «pelar» o «cardar».  

 [43]Las Erinias (a veces la Erinia en singular) son divinidades que pertenecen a la generación anterior a los Olímpicos (cfr. Esquilo, Euménides, passim). Su función es vengar los delitos intrafamiliares, especialmente el parricidio, con toda suerte de desgracias y enfermedades que culminan en la muerte del culpable. Esquilo las deribe detalladamente en Coéforas, 275 y ss. Sin embargo, en la Odisea Homero les presta una función más amplia: en XV.234 Erinia es sinónimo de Ate, la obcecación culpable, y en XVII.475 se habla de una Erinia que venga a los mendigos.  

 [44]La presencia de Odiseo se va haciendo cada vez más cercana a través de presagios y sueños de carácter muy similar: generalmente hay un águila (símbolo de la realeza) que mata (o lleva muerto) a un animal inferior (paloma, ganso, etc.). Este es el primer presagio y es el menos claro. Se trata de dos águilas en cuyos ojos «brilla la muerte», pero ninguna es vencedora. De todas formas, el que se dirijan por la derecha es un buen presagio para Telémaco, como interpreta Haliterses. Los presagios se van acumulando a partir del canto XV: cfr. XV.161, 525 y ss., XIX.536 y ss., XX.243 y ss.  

 [45]Gr. eudeíelon, es un epíteto que se aplica en la Odisea a Itaca, pero también a las islas en general (cfr. XIII.234). Puede significar «bien visible» (delos) o, como aquí se traduce, «hermosa al atardecer» (deílé). Los antiguos ya dudaban entre ambos significados, pero el primero es demasiado banal.  

 [46]Es la misma acusación de banalidad que Edipo lanza contra Tiresias (cfr. Sófocles, Edipo Rey, vv. 380 y ss.). Los pretendientes tienen, por su hybris, el carácter del tirano de una tragedia clásica.  

 [47]Méntor es, como su nombre indica, el «consejero» a quien Odiseo encomendó el cuidado de su hogar cuando marchó a Troya. También Agamenón había encomendado la misma misión a un aedo (cfr. 111.267), pero el papal de ambos resultó ineficaz.  

 [48]La Ker (o Keres en plural) es el destino mortal del hombre, tanto en sentido individual como colectivo. De ahí que sea a menudo sinónimo de muerte». Otras veces, las menos, es pura y simplemente sinónimo del destino o Moira  

 [49]Gr. Thálamos. Esta palabra designa en Homero (cfr. nota 29) cualquier estancia privada y reservada a los habitantes del palacio. Significa, por tanto, «dormitorio», pero también «despensa» y «almacén», como aquí. Es probable (contra la opinión de S. West, Odissea... pág. 270 y nota 337) que en este caso, como indica el verbo, estuviera situada en una especie de sótano. Con ello concuerdan los restos arqueológiros; cfr. Alan J. B. Wace, loc. cit, pág. 491. Este almacén es, en todo caso, diferente al que es aludido en XXI.8 y ss., donde se guardaban el arco y las armas de Odiseo.  

 [50]«La sagrada fuerza (is, ménos) de Telémaco» es una pura perífrasis del nombre propio, aunque quizás originariamente intentara resaltar el carácter real de los personajes a quienes se aplica. La fuerza es su carácter real y sólo ella (no el personaje en sí) puede ser calificada de «sagrada». La misma expresión aparece referida a Alcínoo en VII.167, VIII.421, etc., con toda propiedad. Sin embargo, se aplica inadecuadamente al pretendiente Antínoo en XVIII.34 dentro de una fórmula en la que se ha cambiado mecánicamente el nombre de Alcínoo por el de Antínoo, equivalentes métricamente.  

 [51]Había en la Antigüedad tres ciudades del mismo nombre -en Mesenia, en Elide y en Trifilia. Los antiguos, sin duda, situaban la Pilos de Néstor en Mesenia (cfr. Píndaro, Pítica 6.35) y probablemente es en ésta en la que piensa Homero, pues la sitúa en la misma costa. Sin embargo, la verdadera Pilos micénica fue deubierta por Blegen a 17 kilómetros al norte de la anterior y hoy constituye una de las mejores muestras de un palacio micénico.  

 [52]Poseidón. En las tablillas deubiertas en Pilos, en linea B, es precisamente uno de los dioses que más aparece.  

 [53]En realidad, «lugares o zonas de asiento». Es de notar que el número de ciudadanos pilios presentes (9 x 500) coincide exactamente con el número de los guerreros que van a Troya con Néstor (90 x 50); cfr. Ilíada, II.591 y ss.  

 [54]La égida es un atributo mágico de Zeus, único dios a quien se aplica el epíteto portador de égidas. Sin embargo, en la Ilíada la utilizan Atenea (IL447 v ss.) y Apolo (XV.318), y más tarde en la época clásica se considera también atributo de Atenea (cfr. Esquilo, Euménides, 404). Homero la deribe como un eudo (aunque no dice que lo sea) con cien franjas de oro y representaciones de la Gorgona y abstracciones como la Huida, la Diordia y la Fuerza (Iliada, vv. 738-42). Su epíteto más corriente es «terrible», pero su objeto es doble: producir terror en los enemigos (Ilíada, XV.308, Odisea, XX11.297 y ss.) y también vigorizar a los amigos (Ilíada, 11.447 y ss.). Los griegos siempre la relacionaron con aix, «cabra» (sería una piel de este animal), pero puede que originariamente tenga que ver con el verbo aúto, «lanzarse», y estar en relación con los fenómenos atmosféricos más violentos, esfera de dominio de Zeus; cfr. Ilíada, XVII.593 y ss.  

 [55]Como tantas otras veces, hecatombe no significa literalmente «sacrificio de 100 bueyes». Aquí son 81.  

 [56]Gerenios es un epíteto fijo de Néstor, cuya etimología y significación son poco claras. De un lado tiene forma de patronímico eolio, pero no conocemos ningún héroe llamado Geren, y Néstor es hijo de Neleo y nieto de Poseidón. Por otra parte, en las más antiguas fuentes del mito se habla de Gerenia como la ciudad donde Néstor se crió, pero ningún héroe homérico lleva por epíteto el nombre de una ciudad. Finalmente, se ha pensado que el adjetivo podría tener relación con geron «anciano», dado que esta fórmula completa es intercambiable con otra que contiene dicho adjetivo.  

 [57]En la Odisea, Anfítrite siempre es metonimia del mar. Según el mito, es una de las 50 hijas de Nereo y Dóride y esposa de Poseidón. Cfr. Hesiodo, Teogonía 243.  

 [58]Zeus  

 [59]Pequeña isla cercana a la Tróade, donde, según Virgilio (Eneída, ll, 21 y ss.), los griegos se retiraron dolosamente antes de la toma de Troya. Constituye una primera etapa muy corta.  

 [60]El epíteto amphielissas es convencional para las naves y siempre ocupa los dos últimos metros del hexámetro. Puede significar «que giran de uno y otro lado», es decir, «manejables» o bien «curvadas por ambos lados». Me inclino por el último, que es el significado que se le atribuye tradicionalmente.  

 [61]Diómedes  

 [62]Es el regreso atravesando el Egeo desde Troya hasta la Grecia continental. La alternativa es o cruzar directamente a Eubea desde Lesbos dejando a la izquierda Psiría (hoy Psará) y Quíos, o bien ir costeando entre Quíos y el continente asiático y cruzar desde el sur de esta isla pasando por Andros, etc.  

 [63]Promontorio al sureste de Eubea  

 [64]Pueblo de Tesalia cuyo jefe era Aquiles.  

 [65]Orestes  

 [66]El que Clitemnestra se negara en un principio al adulterio es un dato que añade aquí Homero. De los diversos pasajes donde se alude a1 asesinato de Agamenón se puede deducir que Homero probablemente confunde dos versiones diferentes, una de origen jonio y otra doria. Según la primera, Agamenón reina en Micenas (cfr. 111.304) y el único responsable del asesinato es Egisto (cfr. IV.524 y ss.) a quien matará Orestes. Según la versión doria, Agamenón reina en Laconia (cfr. IV.514) y Clitemnestra sera la instigadora del crimen, aunque el ejecutor material fuera Egisto. En este caso, Orestes mataría a ambos. En cualquier caso, hasta la Tragedia no aparecería Clitemnestra como ejecutora dei crimen. Cfr. P. Mazon, F-byle, 11, Par(s, 1925, págs. V y ss.  

 [67]Atenas designará a toda el Atica sistemáticamente en Homero  

 [68]Es frase formular para referirse a la muerte repentina de los varones (cfr. también VII.64, etc.); la de las mujeres la produce Artemis por los mismos medios (salvo en el caso de Orión en V.123), cfr. X1.172, 324, XV.478 etc.

 [69]El cabo más oriental del sur del Peloponeso. Es habitual en la literatura griega aludir a las dificultades para remontarlo debido al fuerte viento. Cfr. también IX.80, donde Odiseo es alejado de allí «por el oleaje y el Bóreas».

 [70]Tribu predaria que probablemente estaba bajo el dominio de Pilos (Heródoto, 1.147, los llama caucones pilios). Estrabón los sitúa en Trifilia y Elide (cfr. 7.7.1 y 8.3.11 y ss.)  

 [71]Frase formular a la que debería seguir un nombre propio y quizá creada en un contexto en el que realmente seguía. Cuando nó sucede así, como en este caso, resulta extraña.  

 [72]Dos epítetos exclusivos de Atenea variamente interpretados desde la Antigüedad. Agelete puede ser «la que se lleva el botín» o «la que conduce al ejército». Tritogéneia se entendía como «nacida junto a la laguna Tritón (Libia), el río Tritón (Arcadia) o nacida de la cabeza» (de Zeus): tritó en eolio significa cabeza. P. Krethmer (Glotta X, 1919, 38 y ss.) lo relaciona con la palabra Tritopátores, «los padres legítimos».  

 [73]En gr. elolygé Es palabra onomatopéyica y designa el grito ritual, de júbilo de duelo según el contexto, lanzado por las mujeres.  

 [74]Feras es la actual Kalamata y se encuentra exactamente a medio camino entre Pilos y Esparta. Se ha diutido cómo es posible recorrer ese camino en un solo dia, de pie sobre un carro y atravesando el Taigeto. Ello es, sin embargo, irrelevante y no significa, desde luego, que nuestro poeta deonociera la geografía del Peloponeso (cfr. hmidt-Stáhlin, Griechitthe Literatur.., pág. 122 y nota 3  

 [75]Es notable, pero típicamente homérico, el que a partir de aquí se olvide por completo el doble banquete de esponsales que Menelao está ofreciendo a sus familiares y amigos. Tan pronto como Telémaco y Pisístrato entran en el palacio, ellos son los únicos huéspedes y acaparan toda la atención de Menelao y Helena. Algo parecido sucede con Odiseo cuando entra en el palacio de Alcínoo, aunque allí éste tiene la precaución de despedir a sus invitados (cfr. VII.226 y ss.)  

 [76]Eléktron en griego significa habitualmente «ámbar», pero también designa una aleación de oro y plata que, dado el contexto inmediato, es lo que aquí debe ser.  

 [77]Es el único pasaje donde se alude a este curioso pueblo que, por la semejanza del nombre, muy bien podrían ser los árabes, como conjetura Estrabón (cfr. 1.2.31 y ss.), quizá basándose en una corrección de Zenón el alejandrino.  

 [78]Homero llama «frío» (quizá «que híelan») al llanto con gemidos (góos), cfr. también XI.212. Sin embargo, a las lágrimas suele calificarlas como «calientes», .fr. IV.533, XIX.362, XXIV.4G.  

 [79]Una vez más se revela el impacto que produjeron en la Grecia arcaica los primeros contactos con el Egipto de Psamético I. Aquí alude a un hecho que, por fuerza, tuvieron que observar los griegos desde el primer momento: el predominio de la Magia en aquel misterioso país.  

 [80]En gr. déktei. Hay editores que lo interpretan como nombre propio, Dektes, siguiendo al poeta de la Ilias Parva. Sin embargo, Aristarco lo interpretaba como nombre común, sinónimo de epaitet (mendigo). Parece probable que todo este punto sea un doblete del anterior, por lo que  déktei es el paralelo de aikei en la frase anterior.  

 [81]En la tradición épica posterior, Deífobo se casa con Helena después de la muerte de Paris.  

 [82]Anticlo  

 [83]Se refiere aquí no al vestíbulo del palacio en general, sino al del mégaron (cfr. nota 29), donde duerme, por ejemplo, Odiseo en XX.1 y ss. Otras veces se extiende para los huéspedes un lecho en el pórtico (aithousa) como en III.399. Aunque son dos partes diferentes del mégaron, aquí parece confundirlas el poeta, ya que un poco mas arriba (v. 297) Helena ordenaba poner camas «bajo el pórtico».  

 [84]Los vv. 322-31 son repetición de III.92-101.  

 [85]Sobre las comparaciones homéricas en general, es ya clásico el libro de H. Frrattkel Die homerihen Geichmisse, Góttingen, 1921. Más recientes son R. Hamp, Die Gkichmitse Homers and die Bildkuntt seiner Zeit, Tübingen, 1952, y D. J. N. Lee, The Similes of the Ilíad and the Odyssey compared, Melbourne, 1964.  

 [86]Filomeleides era un rey de Lesbos que, según la leyenda, retaba a todos los extranjeros. De acuerdo con una noticia de Helánico (Fragm. Gr. Hút. 4 F 150), Odiseo y Diomedes lo mataron con engaño. Ignoramos si se basa en este pasaje o no.  

 [87]Cfr. I.255-66. En ambos casos se expresa el deseo de que Odiseo se enfrente con los pretendientes, pero mientras en el canto I se alude sólo al atuendo del héroe, aquí se recuerda más concretamente un hecho victorioso del mismo.  

 [88]Proteo, cfr. nota 90.  

 [89]Es el islote, a una milla de Alejandría, donde se construyó el célebre Faro, convertido desde entonces en nombre común en todas las lenguas cultas. Hoy se piensa que el nombre es una adaptación al griego del egipcio Pr-Hr, «casa deHorus», cfr. H. Gauthier, Dictionaire des noms géographiques, II, El Cairo, 1925. La localización de este islote a gran distancia de Egipto demuestra que las ideas del poeta de la Odisea sobre este país son más bien vagas. Sin embargo, R. Carpenter, ob. cit., págs. 98 y ss., lo explica diciendo que hasta finales del siglo VII los griegos deonocían la rama canópica del delta del Nilo y entraban en, Egipto por la bolbinítica que desemboca en Rosetta.  

 [90]Sobre esta diosa "que toma formas» (como su padre), no sabemos más que lo que aquí se dice. El que para ayudar a un extranjero, del que se enamora, una hija traicione a su padre es un motivo muy común de folklore. Homero elimina como siempre el motivo erótico.  

 [91]Proteo no aparece en las genealogías de Hesiodo, donde los dioses marinos son Nereo y Forcis. Probablemente pertenece al folklore mediterráneo, aunque se le hace entrar en el círculo de estas divinidades como «siervo de Poseidón». La primera noticia que de él tenemos es ésta. Después Heródoto lo convertirá en un rey egipcio, antecesor de Rampsinito, que recibió a Paris y Helena (cfr. 3.112-19). Heródoto a su vez se basó probablemente en Estesícoro (cfr. Fr. 193.1 G Page) para el cual Proteo era ya el rey de Egipto con quien permaneció Helena durance toda la guerra de Troya, mientras que a esta ciudad marchaba una imagen de ella.  

 [92]Es propiamente un epíteto de Anfitrite (cfr. nota 56), aunque en Ilíada, XX.207 aparece junto al nombre de Tetis, otra diosa marina. En su etimología, no muy clara, podrían estar las raíces de las palabras que significan «mar» y «agua»  

 [93]Es decir, «nacido de la lluvia». En Homero, Egipto es primariamente el rio Nilo (nombre deonocido para él) y sólo secundariamente el país.  

 [94]Es Ayante hijo de Oileo, que intentó violar a Casandra en el templo de Atenea tras la toma de Troya. Este sacrilegio es la causa última, nunca aludida en Odúea por conocida, del regreso accidentado de los griegos.  

 [95]Según los eoliastas, estas rocas se sitúan entre Míconos y Tenos, lo que indica que el itinerario de Ayante es, a diferencia del resto, a través de las Cícladas.  

 [96]Ayante vuelve a incurrir en hybris (insolencia sacrílega) por segunda vez retando a los dioses. Ello explica su obcecación (áte).  

 [97]Elysion es una palabra formada, por falso corte, del adjetivo emelysios que significa «golpeado por el rayo» y, por tanto, sacralizado como todo lo que toca el rayo de Zeus. A partir de aquí se conviette en un lugar semejante a las «Islas de los Bienaventurados» (cfr. Hesiodo, Trabajor..., 167 y ss.), donde van todos los héroes de la cuarta generación. El Elíseo, en cambio, es más restrictivo: Homero sólo registra la presencia de Radamante y la futura de Menelaó. La deripción de este paraíso es muy similar a la del Olimpo, cfr. VI.43-5  

 [98]Océano es, en la concepción geográfica arcaica, un río circular que rodea la tierra. En la concepción mítica es, junto con Tetis su esposa, el padre de todos los ríos.  

 [99]Se entiende, «para los inmortales» -palabra que aparece al comienzo de la deripción del Elisio (v. 564).

 [100]Los vv. 621-24 que deriben un éranos, «comida a eote», es probablemente un intento tardío de conectar esta parte con el comienzo del Canto en que Menelao está ofreciendo un banquete de esponsales. Intento torpe e inadecuado, por lo que dichos versos se consideran espúreos.  

 [101]El hijo de Arcisio es Laertes. R. Carpenter (ob. cit., págs. 128 y ss.) quiere relacionar este nombre con la palabra arktos «oso», y hacer de Odiseo "el hijo del Oso" (The Bearsw) -personaje mítico que aparece en otras culturas.  

 [102]Normalmente, la aspersión de la cebada sobre el altar y la víctima es parte de la compleja ceremonia del sacrificio cruento (cfr. III.445 y ss., XII.351 y ss.). En el caso presente, bastante insólito, debe tratarse de una simple ofrenda vegetal previa a la súplica de Penélope.  

 [103]Epíteto fijo de Atenea. Su etimologla, como en otros casos, es bastante oura, aunque los antiguos la relacionaron probablemente con el adjetivo átrytos, «infatigable» (cfr. Esquilo, Exminider, 403).  

 [104]Si la Itaca de Homero es la actual, Asteris debe ser un islote, hoy llamada Daskalion, que se encuentra situado al noroeste de la isla, en el canal que la separa de Cefalonia. Cfr. F. H. Stubbings, ob. cit., pág. 398 y ss.  

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