EL PSICOANÁLISIS DE NIÑOS

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Melanie Klein

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PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

Este libro se basa en las observaciones que he podido hacer en el curso de mi trabajo psicoanalítico con niños. Mi plan originario fue dedicar la primera parte a la descripción de la técnica elaborada por mi, y la segunda, a la exposición de las conclusiones teóricas a las que la práctica me había llevado gradualmente y que parecen, ahora, a su vez, adecuadas para fundamentar la técnica que empleo. Pero mientras escribía este libro -trabajo de varios años-, la segunda parte desbordó sus limites. Además de mi experiencia en análisis de niños, las observaciones realizadas durante el análisis de adultos me condujeron a aplicar mis puntos de vista concernientes a los primeros estadíos de desarrollo del niño también a la psicología del adulto, y he llegado a ciertas conclusiones que expondré más adelante en estas páginas como una contribución a la teoría general psicoanalítica de estos primeros estadíos del desarrollo del individuo.

Esta contribución se basa en un todo en los conocimientos que Freud nos transmitió. Aplicando sus descubrimientos logré ganar acceso a la mente de niños pequeños y pude así analizarlos y curarlos. Procediendo así, además, pude hacer aquellas observaciones directas sobre los procesos tempranos del desarrollo que me han conducido a las conclusiones teóricas presentes. Estas conclusiones contienen una corroboración completa del conocimiento alcanzado por Freud en el análisis de adultos y son un intento de ampliar este conocimiento en una o dos direcciones.

Si este intento tiene éxito, y si este libro agrega realmente unas pocas piedras más al creciente edificio del conocimiento psicoanalítico, debo mi primer agradecimiento a Freud mismo, que no sólo hizo surgir este edificio y colocó las bases que permitirían su futuro crecimiento, sino que siempre dirigió nuestra atención hacia aquellos puntos sobre los que se podía seguir trabajando.

Quisiera luego mencionar lo que debo a mis dos maestros, doctor Sandor Ferenczi y doctor Karl Abraham, quienes me ayudaron a llevar adelante mi trabajo. Ferenczi fue el primero que me introdujo en el psicoanálisis. También me hizo comprender su verdadera esencia y significado. Su fuerte y directa comprensión del inconsciente y del simbolismo y su notable "rapport" con la mente infantil tuvieron una duradera influencia en mi comprensión de la psicología del niño pequeño. También me señaló mi aptitud para el análisis de niños, por cuyo progreso tomó un interés personal, alentándome a dedicarme a este campo de la terapia analítica, tan poco explorado hasta entonces. Más aun, hizo cuanto pudo para apoyarme en mis primeros esfuerzos. Es a él a quien debo mis primeros pasos en mi trabajo de analista.

En el doctor Abraham tuve la gran fortuna de encontrar un segundo maestro, que tenía la facultad de inspirar a sus alumnos para que pusieran lo mejor de sí mismos al servicio del psicoanálisis. Para él, el progreso de esta ciencia depende del esfuerzo individual de cada psicoanalista, del valor de su obra tanto como de la calidad de su carácter y del nivel de sus conquistas científicas. Estos altos ideales ya estaban en mí cuando con este libro de psicoanálisis intenté pagar parte de la gran deuda que tengo con esta ciencia. Abraham comprendía totalmente las grandes posibilidades teóricas y prácticas del análisis de niños. En el primer congreso de psicoanalistas alemanes en Würzburg, en 1924, Abraham, al resumir el relato que leí sobre "Una neurosis obsesiva en un niño", dijo palabras que nunca olvidaré: "El futuro del psicoanálisis reside en la técnica del juego". Mi estudio de la mente de niños pequeños me llevó a ciertas comprobaciones que resultaron extrañas a primera vista, pero la confianza en mi obra manifestada por Abraham me alentó a continuar. Mis conclusiones teóricas son un desarrollo natural de sus propios descubrimientos, como espero que lo demuestre este libro.

En los últimos años mi trabajo ha recibido un sincero estímulo del doctor Ernest Jones. En una época en que el análisis de niños estaba aún en sus comienzos, él previó la importancia que tendría en el futuro. Fue por invitación suya que di mi primer curso de conferencias en Londres (1925), como huésped de la Sociedad Psicoanalítica Inglesa, y estas conferencias fueron el punto de partida de la primera parte de este libro (un segundo curso de conferencias, titulado "Psicología del adulto vista a la luz del psicoanálisis de niños", pronunciado en Londres en 1927, constituye la base de la segunda parte). La convicción profunda con que Jones abogó en favor del análisis de niños abrió el camino para este campo de investigación en Inglaterra. Jones mismo hizo importantes contribuciones al problema de las primeras situaciones de ansiedad, al significado de las tendencias agresivas en los sentimientos de culpa y al conocimiento de los estadíos primeros del desarrollo sexual femenino. Las conclusiones a las que llega coinciden con las mías en los puntos fundamentales.

Querría agradecer aquí también a otros colaboradores ingleses por su comprensión amplia y su apoyo afectuoso a mi obra. Mi amiga M. N. Searl, cuyas opiniones y trabajos concuerdan con los míos, prestó servicios perdurables, pues propulsó el análisis de niños en Inglaterra, tanto desde el punto de vista teórico como práctico, y contribuyó a la formación de analistas de niños. Debo también agradecimiento a la señora Strachey por su bien lograda traducción de este libro, y a ella y al señor James Strachey por sus observaciones y sugerencias, que me estimularon en la composición del mismo. Agradezco también al Dr. Edward Glover el interés cálido y mantenido que mostró por mi trabajo y la ayuda que su crítica comprensiva me ha prestado. Me fue especialmente útil en la puntualización de los hechos en los que mis conclusiones coincidían con las teorías psicoanalíticas ya aceptadas.

Tengo también una profunda deuda de gratitud hacia mi amiga Joan Riviere, por su interés activo en mi trabajo y por haber estado siempre dispuesta a ayudarme en todo sentido.

Por último, pero no por eso menos grande, mi agradecimiento afectuoso a mi hija, Dra. Melitta Schmideberg, por su dedicada y valiosa ayuda en la preparación de este libro. 

Melanie Klein

Londres, julio de 1932.

 

PREFACIO A LA TERCERA EDICION

En los años transcurridos desde que se publicó este libro he llegado a nuevas conclusiones -relacionadas principalmente con el primer año de vida- que condujeron a una elaboración de ciertas hipótesis esenciales expuestas en él. El objetivo de este Prefacio es dar una idea de la naturaleza de esas modificaciones. Las hipótesis a que me refiero pueden enunciarse así: en los primeros meses de vida los niños pasan por estados de ansiedad persecutoria vinculados con la "fase de sadismo máximo"; los niños pequeños también experimentan sentimientos de culpa por sus impulsos y fantasías de destrucción dirigidos contra su objeto primario (es decir, contra su madre y, en primer lugar, contra el pecho materno); de estos sentimientos de culpa surge la tendencia a reparar el objeto dañado.

Mientras me esforzaba por trazar un cuadro más completo de ese período, descubrí que era imprescindible introducir ciertos cambios en cuanto al énfasis y en cuanto a las relaciones cronológicas. De este modo llegué a diferenciar dos fases principales en los primeros 6-8 meses de vida, fases que denominé "posición paranoide" y "posición depresiva". (Elegí el término "posición" porque, aunque los fenómenos considerados ocurren en primer lugar durante los estadíos tempranos del desarrollo, no son exclusivos de esos estadíos: constituyen agrupamientos específicos de ansiedades y defensas que aparecen y reaparecen durante los primeros años de la niñez.)

La posición paranoide, que es el estadío en que predominan los impulsos destructivos y las ansiedades persecutorias, se extiende desde el nacimiento hasta el tercero, el cuarto o incluso el quinto mes. Esto obliga a alterar la cronología de la fase de apogeo del sadismo, pero no supone ninguna modificación en mi punto de vista sobre la estrecha interacción del sadismo y la ansiedad persecutoria cuando ambos están en su apogeo.

La posición depresiva, que sigue a la anterior y está vinculada con importantes etapas del desarrollo yoico, se establece a mediados del primer año. En este estadío los impulsos y fantasías sádicos, así como la ansiedad persecutoria, se debilitan. El niño introyecta el objeto como un todo y simultáneamente se vuelve capaz, en cierta medida, de sintetizar tanto los diversos aspectos del objeto como las emociones que éste le inspira. El amor y el odio se aproximan más en su mente; surge entonces la ansiedad relacionada con el daño o la destrucción del objeto, tanto interno como externo. Los sentimientos depresivos y la culpa dan origen al impulso de preservar o hacer revivir el objeto amado, ofreciendo así una reparación por los impulsos y fantasías destructivos.

El concepto de posición depresiva no sólo lleva a un cambio en la cronología de las fases tempranas del desarrollo; también aumenta nuestro conocimiento de la vida emocional de los niños pequeños, y por lo tanto afecta vitalmente nuestra comprensión del desarrollo infantil en su totalidad.

El concepto también arroja nueva luz sobre las primeras etapas del complejo de Edipo. Sigo creyendo que éste surge hacía la mitad del primer año. Pero, puesto que ya no sostengo que el sadismo se encuentre entonces en su apogeo, concedo otra importancia al comienzo de las relaciones emocionales y sexuales con ambos padres. Por lo tanto, así como en ciertos pasajes (véase el cap. 8) sugerí que el complejo de Edipo comienza bajo el dominio del sadismo y el odio, hoy diría que el niño se vuelve hacia su segundo objeto -el padre- con sentimientos de amor y de odio a la vez. (En los caps. 9, 10 y 12, sin embargo, consideré estas cuestiones desde otro punto de vista, adoptando una posición que no difiere mucho de la actual.) Creo que los sentimientos depresivos originados en el temor de perder a la madre amada -en su cualidad de objeto externo e interno- obran como un importante incentivo de los deseos edípicos tempranos. Esto significa que en la actualidad correlaciono las primeras etapas del complejo de Edipo con la posición depresiva.

Hay también en este libro cierto número de enunciados que, teniendo en cuenta mi labor de los últimos dieciséis años, formularía quizá de otro modo. Pero esa reformulación no supondría ningún cambio esencial en las conclusiones a que en él se arriba. Porque el libro, tal como está, representa en lo fundamental mis opiniones de hoy. Por lo demás, la parte más reciente de mi obra deriva en forma orgánica de las hipótesis aquí expuestas: por ejemplo, las que se refieren a los procesos de introyección y proyección que operan desde el comienzo de la vida; a los objetos internalizados a partir de los cuales se desarrolla, con el correr de los años, el superyó en todos sus aspectos; a la relación con los objetos externos e internos, que interactúa desde la más temprana infancia con el desarrollo del superyó y con las relaciones objetales, en los que influye grandemente; al temprano conocimiento del complejo de Edipo; a las ansiedades infantiles de naturaleza psicótica, que proporcionan puntos de fijación a la psicosis. Además, la técnica del juego -que comencé a aplicar en 1922 y 1923 y que describí en este libro- en lo esencial mantiene su vigencia; ha sido objeto de elaboración pero no ha sufrido cambios como consecuencia de la evolución posterior de mi obra.

Londres, mayo de 1948 M.K.

 

INTRODUCCIÓN

Los comienzos del análisis de niños se remontan a más de dos décadas, cuando Freud mismo realizó el análisis de Juanito. Este primer análisis de un niño fue de gran importancia teórica desde dos puntos de vista. El éxito obtenido en el caso de un niño menor de 5 años mostró que el psicoanálisis podía ser aplicado a los niños pequeños, y, lo que es más importante aun, se pudo demostrar ampliamente, por medio del contacto directo con el niño, la hasta entonces muy discutida existencia de aquellas tendencias instintivas infantiles que Freud había descubierto en el adulto. Además, los resultados obtenidos permitieron abrigar la esperanza de que futuros análisis de niños pequeños podrían proporcionarnos un conocimiento más profundo y más exacto de su psicología que el que nos había proporcionado el análisis de adultos, contribuyendo así con importantes y fundamentales aportes a la teoría psicoanalítica. Pero esta esperanza no llegó a realizarse por un largo tiempo. Durante muchos años, el análisis de niños continuó siendo una región relativamente inexplorada dentro del dominio del psicoanálisis, ya sea considerado como ciencia o como terapéutica. Aunque varios analistas, especialmente la Dra. H. Hug Hellmuth, emprendieron desde entonces el análisis de niños, no se establecieron reglas fijas en lo que respecta a su técnica o su aplicación. Esta es, sin duda, la razón por la cual las grandes posibilidades prácticas y teóricas del análisis de niños no han podido ser apreciadas generalmente y por la que aquellos aspectos y principios fundamentales del psicoanálisis adoptados desde hacia mucho tiempo en casos de adultos no fueron establecidos y probados en lo referente a niños.

Es tan solo en los últimos doce o trece años, que se ha realizado un trabajo de más importancia en el campo del análisis de niños. Este ha seguido dos líneas fundamentales del desarrollo: una representada por Ana Freud; la otra, por mí.

Los hallazgos de Ana Freud en lo que respecta al yo del niño, la han guiado a modificar la técnica clásica, elaborando su método de análisis de niños que están en el período de latencia independientemente de mis procedimientos. Sus conclusiones teóricas difieren de las mías en varios puntos fundamentales. En su opinión, los niños no desarrollan una neurosis de transferencia, faltando así una condición fundamental del tratamiento analítico. Además, piensa que un método similar al del adulto no puede ser aplicado a los niños, porque el superyó infantil es aún demasiado débil.

Estas opiniones difieren de las mías. Mis observaciones me han enseñado que los niños pueden hacer muy bien una neurosis de transferencia y que una situación de transferencia surge igual que en los casos de adultos, siempre que empleemos un método equivalente al del análisis del adulto, es decir, que evitemos toda medida educacional y que analicemos ampliamente los impulsos negativos dirigidos hacia el analista. También me han enseñado que en niños de cualquier edad es difícil mitigar la severidad del superyó, aun realizando análisis profundos. Además, sin recurrir a medios educativos, el análisis no sólo no debilita el yo del niño, sino que en realidad lo fortalece.

Sería sin duda una tarea interesante comparar estos dos procedimientos en detalle y, refiriéndose a los datos experimentales, valorarlos desde un punto de vista teórico. Pero me limitaré en estas páginas a exponer mi técnica y las conclusiones teóricas a las que he llegado. En la actualidad es relativamente poco lo que se conoce de análisis de niños, y la primer tarea será la de esclarecer el problema desde diferentes ángulos y reunir los resultados obtenidos hasta hoy.

 

Parte I

TÉCNICA DEL ANÁLISIS DEL NIÑO

1. FUNDAMENTOS PSICOLÓGICOS DEL ANÁLISIS DEL NIÑO

Los hallazgos del psicoanálisis han conducido a la creación de una nueva psicología del niño. Nos han enseñado que los niños, aun en los primeros años, no sólo experimentan impulsos sexuales y ansiedad, sino que sufren también grandes desilusiones. Ha desaparecido la creencia en el "paraíso de la infancia", y la creencia en la asexualidad del niño. Los análisis de adultos y observaciones realizadas directamente en niños nos han conducido a estas conclusiones, que se han confirmado y ampliado mediante el análisis de niños de corta edad.

Tracemos primeramente, por medio de ejemplos, un cuadro de la mente infantil tal como se nos presenta en los análisis tempranos. Mi paciente Rita, que contaba 2 años y 9 meses al comenzar el tratamiento, tenía una marcada preferencia por su madre hasta el final de su primer año. Manifestó después un gran afecto por su padre y simultáneamente celos de su madre. Por ejemplo, cuando tenía 15 meses, repetidas veces expresaba el deseo de permanecer sola con su padre, en su cuarto, sentada en sus rodillas y mirando libros con él. A los l8 meses cambió nuevamente su actitud y su madre fue su favorita una vez más. Al mismo tiempo comenzó a sufrir terrores nocturnos y miedo a los animales. La fuerte fijación a su madre fue en aumento y desarrolló una intensa aversión por su padre. Al comenzar su tercer año se hizo cada vez más ambivalente y difícil de manejar, hasta que, finalmente, a los 2 años y 9 meses, me la trajeron para ser analizada. En esta época tenía una marcada neurosis obsesiva. Evidenciaba ceremoniales obsesivos y alternaba entre una exagerada "bondad", acompañada de sentimientos de remordimiento, y una incontrolable "maldad". Tenía crisis de paratimia que presentaban todos los síntomas de depresión melancólica; además sufría una fuerte ansiedad, creciente inhibición en el juego, una incapacidad total para soportar ninguna clase de frustración y una excesiva disposición quejumbrosa. Estas dificultades hacían que la niña fuese casi imposible de manejar.

El caso de Rita muestra claramente que el pavor nocturno, cuando aparece a esta edad, 18 meses, es una elaboración neurótica del complejo de Edipo. Sus crisis de ansiedad y rabia, que resultaron de ser una repetición de sus terrores nocturnos, así como sus otras dificultades, estaban íntimamente ligadas a fuertes sentimientos de culpa surgidos de ese temprano conflicto.

Consideraremos ahora el contenido y las causas de estos tempranos sentimientos de culpa refiriéndonos a otro caso.

Trude, de 3 años y 9 meses, acostumbraba repetidamente a fingir durante el análisis que era de noche y que ambas dormíamos. Entonces venía quedamente hacia mi desde el rincón opuesto al mío (y el que se suponía fuese su propio dormitorio) y me amenazaba de varios modos, tales como acuchillarme en la garganta, tirarme por la ventana, quemarme, hacerme prender por la policía, etc. Quería atarme las manos y pies o levantaba la alfombra, diciendo que hacía "Po-Kaki-Kuki". Esto significaba que quería buscar dentro del trasero de su madre a "kakis" (heces), que para ella significaban niños. En otra ocasión quiso pegarme en el estómago, diciendo que sacaría mis "a-as" (heces) y me haría pobre. Entonces tomaba los almohadones, los que repetidamente significaban niños para ella, y se ponía en cuclillas con ellos detrás del sofá. Manifestaba allí todos los síntomas del miedo, tapándose, chupándose los dedos y mojándose. Este proceso lo repetía en forma completa cada vez que me atacaba. Correspondía en todos sus detalles con su comportamiento en la cama cuando no teniendo todavía 2 años fue presa de graves terrores nocturnos. En esta época también corría al dormitorio de sus padres durante la noche una y otra vez, sin poder expresar nunca lo que quería. El análisis mostró que el mojarse y el ensuciarse eran agresiones contra sus padres en coito, y de este modo suprimió el síntoma. Trude quería robar los niños del vientre de su madre embarazada, matarla y ocupar su lugar en el coito con el padre. Fueron estos impulsos de odio y agresión los que en ese segundo año originaron una fuerte fijación en la madre y un sentimiento de culpa, que se expresaba, entre otros modos, con sus terrores nocturnos. Así vemos que la temprana ansiedad y los sentimientos de culpa de un niño se originan en los impulsos agresivos relacionados con el conflicto edípico, En la época en que Trude mostraba la conducta así descripta, acostumbraba a herirse a sí misma de algún modo, casi siempre antes de venir a su hora de análisis. Resultó que los objetos contra los que se pegaba -alacena, mesa, chimenea, etc.- significaban, de acuerdo a un proceso primitivo e infantil de identificación, su padre o su madre, castigándola.

El juego de los niños nos permite extraer conclusiones definidas sobre el origen de este sentimiento de culpa en los primeros años.

 

Volviendo a nuestro primer caso, encontramos que en su segundo año era visible en Rita el remordimiento que sentía frente al más pequeño error que cometía y su hipersensibilidad a los reproches. Por ejemplo, una vez rompió a llorar porque su padre, riéndose, amenazó al oso de su libro de figuras. El miedo al disgusto de su padre era bastante para que se identificase ella misma con el oso. Su inhibición de juego provenía también de su sentimiento de culpa. Cuando tenía sólo 2 años y 3 meses solía jugar con su muñeca -un juego que le proporcionaba muy poco placer- diciendo repetidas veces que ella no era su madre. El análisis mostró, entre otras cosas, que el bebé de juguete representaba para ella el hermano que deseó robar del vientre de la madre embarazada, y esto no le daba derecho a representar el papel de madre.

Esta prohibición, sin embargo, no se originaba en la madre real, sino en otra introyectada por ella y que la trataba con una severidad y crueldad que la verdadera madre nunca había usado. Otro síntoma que se desarrolló en Rita a los 2 años fue de carácter obsesivo y consistía en un largo ritual antes de dormir. El punto principal de éste era que tenía que estar bien arrebujada con la ropa de cama, porque si no "el ratón o Butzen" entraría por la ventana y le sacaría su Butzen de un mordisco. Su muñeca también debía estar arropada, y este doble ceremonial se hacia cada vez más elaborado y duraba más tiempo, y se ejecutaba con todos los signos de esa actitud compulsiva que ocupaba totalmente su mente. En una ocasión, durante una sesión de análisis, puso el elefante al lado de la cama de su muñeca como para evitar que ésta se levantara y fuera al cuarto de sus padres y "les hiciera algo o les sacara algo a ellos". El elefante (imago del padre) había tomado el papel de sus padres introyectados, cuya influencia prohibitiva había sentido desde que, entre la edad de 1 año y 3 meses y los 2 años, deseó ocupar el lugar de su madre junto al padre, robarle los niños de su interior y dañar y castrar a ambos padres. El significado del ceremonial se hizo entonces claro: el estar arropada en la cama le impedía levantarse y ejecutar los deseos agresivos contra sus padres. Sin embargo, desde que ella esperaba ser castigada por aquellos deseos mediante un ataque similar sobre ella hecho por sus padres, el arrebujarse servía también de defensa contra tales ataques.

Las agresiones iban a ser realizadas, por ejemplo, por el Butzen (el pene de su padre), el cual dañaría los genitales de la niña y le arrancaría su propio Butzen de un mordisco como castigo a su deseo de castrar al padre. En estos juegos solía castigar a su muñeca y luego dar curso a una crisis de rabia y miedo, demostrando así que ella misma realizaba los dos papeles: el de la autoridad que inflige castigo y el del niño castigado.

Es evidente, también, que esta ansiedad era causada no solamente por los padres verdaderos, sino también, y más especialmente, por la excesivamente severa imagen introyectada de sus padres. Esto corresponde a lo que llamamos superyó en los adultos. Los signos típicos del complejo de Edipo, los cuales están más pronunciados cuando éste ha alcanzado su fuerza máxima y preceden inmediatamente a su declinación, son sólo el estadío final de un proceso que se ha estado realizando durante años. Los análisis tempranos muestran que el conflicto de Edipo se hace presente en la segunda mitad del primer año de vida, y que al mismo tiempo el niño comienza a modificarlo y a construir su superyó.

Aceptando que niños aun de muy corta edad viven bajo el peso de sentimientos de culpa, tenemos, por lo menos, una buena manera de enfocar su análisis, aunque parezcan faltar muchas condiciones que favorezcan el éxito de éste. La relación con la realidad es débil; aparentemente no hay ningún atractivo que los lleve a soportar las pruebas de un análisis, ya que, por regla general, no se sienten enfermos; y finalmente, y lo más importante, todavía no pueden ofrecer en grado suficiente aquellas asociaciones verbales que son el instrumento fundamental en el tratamiento analítico de adultos.

Comencemos con esta última objeción. Fueron justamente las diferencias entre la mente infantil y la del adulto las que me revelaron, desde el principio, el modo de llegar a las asociaciones del niño y comprender su inconsciente. Estas características especiales de la psicología infantil han suministrado las bases de la técnica del "análisis del juego" que he elaborado. El niño expresa sus fantasías, sus deseos y experiencias de un modo simbólico por medio de juguetes y juegos. Al hacerlo, utiliza los mismos medios de expresión arcaicos, filogenéticos, el mismo lenguaje que nos es familiar en los sueños y sólo comprenderemos totalmente este lenguaje si nos acercamos a él como Freud nos ha enseñado a acercarnos al lenguaje de los sueños. El simbolismo es sólo una parte de dicho lenguaje. Si deseamos comprender correctamente el juego del niño en relación con su conducta total durante la hora del análisis, debemos no sólo desentrañar el significado de cada símbolo separadamente, por claros que ellos sean, sino tener en cuenta todos los mecanismos y formas de representación usados en el trabajo onírico, sin perder de vista jamás la relación de cada factor con la situación total. El análisis de niños muestra repetidamente los diferentes significados que pueden tener un simple juguete o un fragmento de juego, y sólo comprendemos su significado si conocemos su conexión adicional y la situación analítica global en la que se ha producido. La muñeca de Rita, por ejemplo, representará a veces un pene; a veces, un niño que ella ha robado a su madre, y a veces la representará a ella misma. Sólo se obtendrá un resultado analítico completo si tomamos estos elementos de juego en su verdadera conexión con los sentimientos de culpa del niño, interpretándolos hasta en su menor detalle. El caleidoscópico cuadro, a menudo sin sentido, que muestra el niño durante una hora de análisis, esto es, el contenido de sus juegos, el modo como juega, los medios que utiliza (porque a menudo asignará a sus juguetes o a él mismo diferentes papeles) y los motivos que se ocultan tras un cambio de juego -el porqué no jugará más con agua y cortará papel o dibujará-, todos estos hechos siguen un plan cuyo significado captaremos si los interpretamos como se interpretan los sueños. Muy a menudo los niños expresan en sus juegos lo mismo que acaban de contarnos en un sueño, y nos darán asociaciones del sueño en el juego consecutivo. Porque el juego es el mejor medio de expresión del niño. Empleando la técnica de juego vemos pronto que el niño proporciona tantas asociaciones a los elementos separados de su juego como los adultos a los elementos separados de sus sueños. Cada uno de estos elementos del juego son indicación para el observador experimentado, ya que, jugando, el niño habla y dice toda clase de cosas que tienen el valor de asociaciones genuinas.

 

Es asombroso cómo las interpretaciones son fácilmente aceptadas por el niño y a veces con marcado placer. La razón de esto reside, sin duda, en el hecho de que la relación entre los estratos inconscientes y conscientes de su mente es aún comparativamente accesible y, de tal modo, el camino de regreso al inconsciente es más fácil de encontrar. Los efectos de la interpretación son a menudo rápidos, aun cuando a veces no parecen haberse hecho conscientes. Estos efectos se manifiestan en la forma en que el niño reanuda un juego interrumpido a consecuencia de una inhibición y lo cambia o amplía evidenciando estratos más profundos de su mente. Y como la ansiedad ha quedado de este modo resuelta y el placer del juego restaurado, la relación analítica también se afianza nuevamente. La interpretación aumenta el placer del niño en el juego, haciendo innecesario el gasto de energía que tenía que hacer con el objeto de mantener la represión. Por otra parte, a veces chocamos con resistencias difíciles de vencer. Esto, por lo general, significa que nos estamos enfrentando con la ansiedad y sentimiento de culpa del niño, que pertenecen a capas más profundas de su mente.

Las formas arcaicas y simbólicas de representación empleadas por el niño están asociadas a otro mecanismo primitivo. En sus juegos actúa en lugar de hablar. La acción, que es más primitiva que el pensamiento o la palabra, constituye la parte más importante de su conducta. En su Historia de una neurosis infantil, Freud dice: "El análisis de un niño neurótico parecerá más digno de confianza, pero no puede ser muy rico en material -demasiadas palabras y pensamientos deben ser prestados al niño, y aun así los más profundos estratos de su mente pueden resultar impenetrables a la conciencia".

Si nos acercamos al niño con la técnica de análisis del adulto, es casi seguro que no penetraremos en los niveles más profundos, y sin embargo, el éxito y el valor, en el análisis de niños como en el de adultos, dependen de que lo consigamos. Pero si consideramos las diferencias que existen entre la psicología del niño y la del adulto -el hecho de que su inconsciente está en más estrecho contacto con lo consciente y que sus impulsos primitivos trabajan paralelamente a procesos mentales sumamente complicados- y si podemos captar correctamente los modos de pensamiento y expresión característicos del niño, entonces desaparecerán los inconvenientes y desventajas y encontraremos que podemos esperar que el análisis del niño llegue a ser tan profundo y extensivo como el del adulto. Y en realidad aun más. Porque el niño puede recobrar y mostrarnos de un modo directo ciertas experiencias y fijaciones que el adulto puede a menudo sólo producir como reconstrucciones.

En mi comunicación leída en el Congreso de Salzburgo en 1924 dije que detrás de toda forma de actividad de juego yace un proceso de descarga de fantasías de masturbación, operando en la forma de un continuo impulso a jugar; y este proceso, que actúa como una compulsión de repetición, constituye el mecanismo fundamental del juego infantil y de todas las sublimaciones subsiguientes, y que las inhibiciones en el juego y en el trabajo surgen de una represión fuerte e indebida de aquellas fantasías y, con ellas, de toda la vida imaginativa del niño. Las experiencias sexuales del niño están enlazadas con sus fantasías masturbatorias y por medio del juego logran representación y abreacción. En estas repetidas experiencias, el primer plano y el fundamental en los análisis tempranos lo ocupa la representación de la escena primaria. Por regla general, es sólo después de haber realizado una buena parte del análisis y después que la escena primaria y las tendencias genitales del niño han sido, en cierto modo, puestas al descubierto que llegamos a las representaciones de sus experiencias y fantasías pregenitales.

Por ejemplo, Ruth, de 4 años y 3 meses, había sido, cuando lactante, insuficientemente alimentada porque su madre no tenía bastante leche. En sus juegos conmigo solía llamar a la canilla del agua "canilla de la leche". Cuando el agua se iba por los agujeros de la pileta ella decía que la leche iba a las "bocas", pero que les llegaba muy poca cantidad. Mostraba sus deseos orales insatisfechos en numerosos juegos e imaginaciones y en toda su actitud mental. Decía, por ejemplo, que era pobre, que sólo tenía un tapado, que no le daban bastante alimento, etc., todo lo cual era absolutamente falso.

En el caso de Erna, una paciente obsesiva de 6 años, las impresiones recibidas durante su aprendizaje de limpieza desempeñaron un importante papel en su neurosis y durante el análisis esto se vio con todo detalle. Por ejemplo, sentó a una muñequita sobre un ladrillo y la hizo defecar frente a una hilera de muñecas que la admiraban. Luego repitió el mismo tema, pero esta vez debiendo ser nosotras las que representábamos los papeles. Yo tenía que ser el bebé que se ensuciaba y ella la madre. Admiraba y mimaba al bebé por lo que había hecho. Luego se enojaba y bruscamente representaba el papel de una severa institutriz que maltrataba al niño. En esta escena me demostraba lo que ella había sentido en su primera infancia cuando comenzó el aprendizaje de "bebé" y creyó que había perdido el excesivo amor de que había gozado en sus primeros meses de vida.

En un análisis de niños difícilmente sobreestimaremos la importancia de las fantasías y acciones como producto de la compulsión de repetición. Por supuesto que el niño pequeño utiliza especialmente la acción, pero aun el de mayor edad recurre constantemente a este mecanismo primitivo. El placer que consigue de esta manera suministra el estímulo necesario para continuar el análisis. Pero este placer no debe ser otra cosa que un medio para llegar a un fin.

 

Cuando el análisis ha comenzado, y cierta dosis de ansiedad del pequeño paciente ha sido resuelta por medio de la interpretación, él experimenta, a veces, después de unas pocas sesiones, un gran alivio, que le ayudará a continuar con el trabajo. Hasta entonces le faltaba el incentivo para analizarse, mientras que ahora comprende el uso y valor de este procedimiento y adquiere una comprensión similar a la del adulto, que será un motivo suficientemente eficaz para analizarse, como lo es en el adulto la conciencia de enfermedad.

La capacidad que el niño tiene para comprender la situación certifica de su parte su sorprendente dosis de contacto con la realidad. Es éste un punto que merece más amplia discusión. A medida que prosigue el trabajo analítico, vemos que la relación del niño con la realidad, débil al principio, gana gradualmente en plenitud y en fuerza. Por ejemplo, el pequeño comenzará a distinguir entre su madre verdadera y la imaginaria o entre su hermano real y el de juguete. Insistirá en que él quiso hacer esto o lo otro únicamente al hermano de juguete, pero que quiere mucho a su hermano real. Sólo después de haber vencido poderosas y obstinadas resistencias, será capaz de ver que sus actos agresivos eran dirigidos al objeto real humano. Pero cuando llegue a comprender este punto, por pequeño que sea el niño, habrá dado un paso importante hacia su adaptación a la realidad.

En lo que se refiere a las relaciones del niño pequeño con la realidad, me referiré una vez más a Trude, mi pequeña paciente de 3 años y 9 meses. Después de una sola hora de análisis conmigo se fue con su madre al extranjero por seis meses. Pasado ese tiempo su análisis fue reanudado. Sólo en una ocasión dijo algo de las cosas que había visto y hecho durante ese viaje cuando, algún tiempo más tarde, me contó este sueño: "Ella y su madre estaban nuevamente en Italia en cierto restaurante que ella conocía, y la camarera no le daba jarabe de frambuesa porque no había más". La interpretación de este sueño mostró, entre otras cosas, que no había superado el desagrado que le causó la privación del pecho de su madre, así como su envidia de su hermana menor. Mientras me refería todos los acontecimientos diarios aparentemente sin importancia y repetidas veces aludía a pequeños detalles de su primera hora de análisis, que había ocurrido 6 meses antes, del único modo en que ella mostró el más pequeño interés por su viaje fue en esta alusión -surgida de su situación analítica- a la frustración que había sufrido en su infancia.

Los niños neuróticos no pueden tolerar bien la realidad debido a su incapacidad de aceptar frustraciones. Buscan protegerse de la realidad, negándola. Pero lo más importante y decisivo para su futura adaptabilidad a la realidad es la mayor o menor facilidad con que toleran estas frustraciones surgidas de la situación edípica.

Aun en los niños pequeños, un rechazo excesivo de la realidad (a menudo disfrazado bajo una aparente forma de docilidad y adaptabilidad) constituye un indicio de neurosis que difiere sólo en su forma de expresión de la fuga neurótica del adulto frente a la realidad. Por esta razón uno de los resultados de los análisis tempranos es capacitar al niño para adaptarse a la realidad. Si esto se logra, disminuirán las dificultades educativas, porque será capaz de tolerar las frustraciones impuestas por la realidad.

Creo haber mostrado que en el análisis de los niños el enfoque debe ser algo distinto del que corresponde al análisis de adultos. Tomando el camino mas corto posible, a través del yo, nos dirigimos en primera instancia al inconsciente del niño, y de aquí, gradualmente, nos ponemos también en contacto con su yo. El análisis ayuda mucho a fortificar el yo, hasta ahora débil, del niño y ayuda a su desarrollo, aliviando el peso excesivo de su superyó, que presiona sobre él mas severamente que sobre el yo del adulto.

Ya he hablado del rápido efecto de la interpretación en el niño, efecto que se manifiesta de diferentes modos: la expansión de sus juegos, el afianzamiento de la transferencia, la disminución de la ansiedad, etc. Sin embargo, durante algún tiempo no parece elaborar conscientemente tales interpretaciones. He encontrado que este trabajo se realiza mas tarde, en conexión con el desarrollo de su yo y el aumento de su adaptación a la realidad. El proceso de esclarecimiento sexual sigue el mismo curso. Durante mucho tiempo el análisis suministra sólo material relacionado con las teorías sexuales y fantasías de nacimiento. Sólo ofrece conocimientos gradualmente al remover las resistencias inconscientes que luchan contra él. Por eso el total esclarecimiento sexual, así como la total adaptación a la realidad, es uno de los resultados de un análisis terminado. Sin esto no puede decirse que un análisis ha terminado con éxito.

De la misma manera que el modo de expresión es diferente en el niño, también es diferente la situación analítica global. Y sin embargo, para ambos, niño y adulto, los principios fundamentales del análisis son los mismos. Interpretación acertada, constante resolución de las resistencias, permanente referencia de la transferencia a las situaciones primeras, ya sea ésta positiva o negativa, todo esto crea y mantiene una correcta situación analítica en el niño no menos que en el adulto. Una condición necesaria para llegar a estos resultados es el abstenerse de toda influencia educacional tanto como en los análisis de adultos. Se debe trabajar con su transferencia igual que en los análisis de adultos. Entonces se verá que los síntomas y dificultades del niño son llevados a la situación analítica del mismo modo. Sus síntomas anteriores o las dificultades o "travesuras" que les corresponden resurgirán nuevamente. Por ejemplo, comenzará nuevamente a mojarse en la cama; o, en ciertas situaciones que repiten alguna anterior, comenzará a hablar como un niño de 1 ó 2 años, aunque en ese momento tenga 3 ó 4.

Viendo que los niños toman y asimilan los nuevos conocimientos de una manera inconsciente en la mayor parte, no se les exigirá, por esta razón, que cambien inmediatamente su punto de vista en relación con sus padres. Este cambio, al principio, será mas bien un cambio de sentimientos. Según mi experiencia, el conocimiento dado de este modo gradual ha sido siempre un gran alivio para el niño y ha mejorado mucho las relaciones con sus padres, de modo que se hace mas adaptable socialmente y mas fácil de educar. Habiendo moderado las exigencias de su superyó por medio del análisis, su yo, ahora menos oprimido y por consiguiente más fuerte, es capaz de llevarlas a la práctica con mas facilidad.

 

Cuando el análisis continúa, los niños se hacen capaces de sustituir procesos de represión por un rechazo crítico.

Esto se ve con especial claridad en los estadíos posteriores del análisis, cuando se alejan tanto de los impulsos sádicos que anteriormente le dominaban y a cuya interpretación se opusieron con la mayor resistencia, que finalmente hasta pueden reírse o bromear sobre la idea de que quisieron comer a su mamita o cortarla en pedacitos. La disminución del sentimiento de culpa que acompaña estos cambios permite también que se sublimen los deseos sádicos que anteriormente fueron reprimidos por completo. Esto surge al desaparecer las inhibiciones de juego y de trabajo y en la aparición de un número de actividades e intereses nuevos.

En este capítulo he tomado como punto de partida mi técnica del análisis temprano porque es el sostén de los métodos analíticos que he adoptado para los niños de todas las edades. He encontrado necesario usar la misma técnica en los niños mayores, ya que las características mentales de los niños pequeños a menudo persisten con bastante vigor en los mayores.

Por otro lado, claro está, el yo del niño mayor está mas completamente desarrollado, de modo que la técnica tiene que sufrir ciertas modificaciones cuando sea aplicada a niños en período de latencia o en la pubertad. Este tema será tratado mas adelante con especial atención, de modo que no me detendré sobre él aquí. La técnica modificada se aproximará mas al análisis temprano o al análisis de adultos según la edad del niño y el carácter especial del caso.

En términos generales, me guío en la elección del método analítico, para todos los períodos de la infancia, por las siguientes consideraciones principales. Los niños y los jóvenes sufren una ansiedad mas aguda que el adulto y, por consiguiente, debemos ganar acceso a su ansiedad y a su sentimiento de culpa inconsciente y establecer la situación analítica tan rápidamente como sea posible. En los niños pequeños esta ansiedad generalmente encuentra escape en las crisis de ansiedad; en el período de latencia se manifiesta más a menudo bajo la forma de desconfianza y reserva, mientras que en la edad intensamente emotiva de la pubertad conduce a una aguda liberación de ansiedad que se expresa de acuerdo con el yo mas desarrollado del niño, bajo forma de una frecuente resistencia obstinada y violenta que puede provocar fácilmente la interrupción del análisis. Mi experiencia me ha enseñado que el modo de resolver algo esta ansiedad rápidamente en los niños de todas las edades, es el tratar inmediata y sistemáticamente la transferencia negativa. Con el objeto de ganar acceso a las fantasías y al inconsciente del niño, debemos dirigir nuestra atención a aquellos métodos de representación simbólica indirecta que se emplean en cada edad. Una vez que la imaginación del niño se ha hecho mas libre como consecuencia de su ansiedad disminuida, no sólo hemos ganado acceso a su inconsciente, sino que también hemos puesto en movimiento, en mayor grado, los medios de que dispone para la representación de sus fantasías. Y esto es válido aun en aquellos casos en los que tenemos que comenzar con un material en el que parece haber una carencia total de imaginación.

En conclusión, desearía resumir brevemente lo que he dicho en este capítulo. La naturaleza más primitiva de la mente del niño hizo necesario encontrar una técnica analítica más adaptada a él, y la hemos encontrado en la técnica de juego. Mediante el análisis del juego tenemos acceso a las fijaciones y experiencias más profundamente reprimidas del niño, y estamos así en condiciones de ejercer una influencia radical sobre su desarrollo. La diferencia entre nuestros métodos de análisis y del análisis del adulto es puramente de técnica y no de principios. El análisis de juego permite el análisis de la situación de transferencia y de resistencia, la supresión de la amnesia infantil y de los efectos de la represión así como el descubrimiento de la escena primaria. Por lo tanto, no sólo nos ajustamos a las mismas normas del método analítico para adultos, sino que llegamos también a los mismos resultados. La única diferencia reside en que adaptamos sus procedimientos a la mente del niño.

 

2. LA TÉCNICA DEL ANÁLISIS TEMPRANO

En el primer capítulo de este libro he tratado de mostrar, por una parte, cuáles son aquellos mecanismos psicológicos que operan en el niño pequeño, distintos de los que hemos analizado en los adultos, y, por otra parte, el paralelo que existe entre los dos. He explicado que son estas diferencias y estas similitudes las que exigen una técnica especial y las que me han llevado a desarrollar mi método de análisis del juego.

En mi habitación para análisis, sobre una mesa baja, hay pequeños juguetes de tipo primitivo: muñecos y muñecas de madera, carros, carruajes, automóviles, trenes, animales, cubos y casas, y también papel, tijeras y lápices. Aun el niño comúnmente inhibido en el juego mirará por lo menos los juguetes, o los tocará, permitiéndome pronto vislumbrar algo de su vida compleja, ya sea por el modo cómo comienza a jugar con ellos, o los deja de lado, o por su actitud general frente a ellos.

Para tener una clara idea de los principios fundamentales de la técnica de juego nos referiremos a un caso real. Pedro, niño de 3 años y 9 meses, era muy difícil de manejar. Estaba fuertemente fijado en su madre y era muy ambivalente. Incapaz de tolerar frustraciones, completamente inhibido en su juego, daba la impresión de ser una criatura extremadamente tímida, plañidera y poco varonil. A veces su comportamiento era agresivo y prepotente, llevándose mal con los otros niños y especialmente con su hermano menor. Se intentó analizarlo principalmente como una medida profiláctica, ya que en su familia habían habido algunos casos de neurosis graves. Pero durante el curso del análisis descubrí que él también sufría de una neurosis tan grave y de un grado tal de inhibición que, probablemente, no hubiera sido capaz de enfrentar las dificultades de la vida escolar, y tarde o temprano se hubiera enfermado.

Al comenzar su primera hora, Pedro tomó los carruajes y coches de juguete y los colocó, primero, uno detrás del otro, y luego, uno al lado del otro, alternando este arreglo varias veces. Tomó también un carro y un caballo y los hizo chocar uno contra otro de modo que las patas del caballo se golpearon, y dijo: "Tengo un nuevo hermanito que se llama Fritz." Le pregunté qué hacían los carruajes y contestó "que eso no estaba bien". Cesó de golpearlos, aunque comenzó nuevamente al poco tiempo. Golpeó luego dos caballos del mismo modo y yo dije: "Mira, los caballos son dos personas chocando." Al principio contestó que eso no estaba bien, pero aceptó luego que eran dos personas chocando y agregó: "Los caballos también han chocado y ahora se van a dormir." Los cubrió luego con cubos y dijo: "Ahora están muertos, yo los he enterrado." En la segunda hora arregló inmediatamente los carros y coches del mismo modo que las dos veces anteriores -en fila india primero y luego uno al lado de otro- y al mismo tiempo golpeó dos coches y luego dos máquinas de tren. Colocó luego dos hamacas una al lado de la otra, y mostrando la parte interna que cuelga y se balancea, me dijo: "Mira cómo cuelga y se mueve." Procedí a interpretar, y señalando las hamacas movibles, las máquinas, los coches y los caballos, le expliqué que, en cada caso, eran dos personas -su papito y su mamita- chocando sus "thingummies" (el nombre que daba a los genitales). Protestó diciendo que eso no era lindo, pero continuó golpeando los carros y dijo: "Así es como ellos se golpeaban sus thingummies". Inmediatamente después habló nuevamente de su hermanito.

Como hemos visto, también en su primera hora el golpe de los carros había sido seguido por la advertencia de que tenía un nuevo hermanito. Continué luego con mi interpretación y le dije: "Tú crees que tu papá y tu mamá se golpearon los thingummies y eso hizo nacer a tu nuevo hermanito Fritz". Tomó entonces otro coche y golpeó a los tres juntos. Expliqué: "Ese es tu thingummy; tú querías golpearlo con los thingummies de tu papá y tu mamá", a lo que él agregó un cuarto coche y dijo: "Ese es Fritz". Tomó luego dos de los coches más pequeños y los enganchó a una máquina. Señaló un carro y un caballo y dijo: "Este es papito", y luego otro, diciendo: "Esta es mamita". Una vez más señaló el primer coche y caballo diciendo: "Este soy yo", y señalando el segundo dijo: "Este también soy yo". Así ilustró su identificación con ambos padres en el coito. Después golpeó repetidas veces los dos pequeños coches y me contó cómo él y su hermanito habían dejado entrar en su dormitorio a dos pollos para hacerlos callar, pero que habían andado por el cuarto juntos, golpeándose, y habían escupido allí. Agregó que él y Fritz no eran niños mal educados de la calle y no escupían. Cuando le dije que los pollos eran los thingummies de él y de Fritz chocando uno contra el otro y escupiendo -masturbando-, él estuvo de acuerdo, después de vencer una pequeña resistencia.

 

Sólo podré referirme brevemente aquí al modo en que las fantasías del niño, a medida que se presentaban en su juego, se tornaban más y más libres bajo la influencia de mí continua interpretación; cómo los límites de su juego se ampliaban gradualmente y cómo ciertos detalles se repetían una y otra vez hasta ser aclarados por la interpretación, dando lugar luego a nuevos detalles. De la misma manera que la asociación a los elementos del sueño conducen a descubrir el contenido latente del mismo, los elementos del juego del niño, que corresponden a sus asociaciones, ofrecen una visión de su significado latente. El análisis del juego, no menos que el análisis del adulto, al tratar sistemáticamente la situación presente como una situación de transferencia y al establecer sus conexiones con la situación originariamente experimentada o fantaseada, les da la posibilidad de liberar y elaborar la situación originaría en la fantasía. Al proceder así y al poner en descubierto sus experiencias infantiles y las causas originarías de su desarrollo sexual, resuelve fijaciones y corrige errores de desarrollo que habían alterado toda su línea evolutiva.

El siguiente resumen que daré del caso de Pedro es para demostrar que las interpretaciones hechas en las primeras horas fueron corroboradas por el análisis ulterior.

Un día, unas semanas más tarde, cuando uno de mis muñecos se cayó por casualidad, Pedro se enfureció. Inmediatamente preguntó cómo estaba hecho un motor de juguete y por qué se podía parar. Me mostró luego un ciervo de juguete caído y dijo que quería orinar. En el baño me dijo: "Estoy haciendo número uno; yo tengo un thingummy". Nuevamente en el cuarto de análisis tomó un muñeco al que llamó chico; éste estaba sentado en una casita a la que Pedro llamó baño, y colocó al muñeco de tal modo, que el perro puesto a su lado "no lo podía ver ni morder". Pero colocó una muñeca que sí podía verlo, y dijo: "Sólo su papito no puede verlo". Así se hizo claro que el perro, que en general era un objeto de temor para él, estaba identificado con su padre, y el niño que defecaba era él mismo. Luego continuó jugando con el automóvil cuya construcción va había admirado y lo hizo correr. De pronto dijo con enojo: "¿Cuándo va a parar?" Luego dijo que algunos de los muñecos que había usado no debían viajar en él, los hizo caer de un golpe y los volvió a parar de espaldas al auto. Después puso una vez más toda una hilera de coches y carruajes, esta vez uno al lado del otro. Entonces súbitamente expresó el deseo de defecar, pero se contentó con preguntar al muñeco que estaba sentado (el niño que defecaba) si había terminado. Nuevamente se volvió al automóvil y comenzó a alternar sin cesar entre la admiración y la rabia por su movimiento continuo, queriendo defecar y preguntando al muñeco si había terminado. En la hora analítica descripta Pedro había simbolizado las siguientes cosas: el muñeco, ciervo, etc., que continuamente caían, eran su propio pene y la inferioridad del mismo al compararlo con el miembro erecto de su padre. El ir a orinar inmediatamente después, fue para demostrarse lo contrario a sí mismo y a mí. El auto que no cesaba de moverse y que despertaba en él admiración y rabia era el pene de su padre que realizaba continuamente coitos. Después de sentir admiración por ello se puso colérico y quiso defecar. Esto era reproducción de su defecar en el momento en que fue testigo de la escena primaría. El había hecho esto para molestar a sus padres mientras copulaban, y en su imaginación los dañaba con sus excrementos. Además el bastón fecal significaba para el niño un sustituto de su propio pene.

Debemos tratar de lograr una idea general del significado de las primeras horas de análisis de Pedro a la luz de las interpretaciones posteriores. El poner los autos en hilera uno detrás de otro en su primera hora se refería al poderoso pene de su padre y el ponerlos uno al lado del otro simbolizaba la frecuente repetición del coito, es decir, la potencia del padre, lo que repite más tarde por medio del auto en movimiento continuo. La rabia que sintió al contemplar el coito de su padre se expresó ya en su primera hora cuando quiso que los dos caballos que iban a dormir estuvieran "muertos y enterrados", así como en el afecto que acompañó a este deseo. Estos cuadros de la escena primaria con los que comenzó su análisis se referían a experiencias verdaderas reprimidas en su infancia, lo que fue probado por el relato de sus padres. De acuerdo con éste el niño había compartido el dormitorio de sus padres sólo en una época, durante un veraneo, cuando tenía 18 meses. Durante este período se hizo difícil de manejar. Dormía mal y había comenzado a ensuciarse nuevamente, aunque sus hábitos de limpieza eran casi perfectos varios meses atrás. Parece ser que los barrotes de su cuna no impidieron que viese a sus padres durante la relación sexual, pero sí fueron un obstáculo, lo que se simbolizó con los muñecos que él volteó y luego colocó de espaldas a la hilera de vehículos. La caída de los muñecos también representó sus propios sentimientos de impotencia. Resultó que antes del veraneo él jugaba muy bien con sus muñecos, pero luego no podía hacer otra cosa que romperlos. Tempranamente, en su primera hora de análisis, ilustró la conexión entre la destrucción de sus juguetes y sus observaciones del coito. En una ocasión había puesto los autos, que simbolizaban el pene de su padre, en hilera, uno al lado del otro, y los había hecho andar, se enfureció y los tiró al suelo diciendo: "Nosotros siempre rompemos nuestros regalos de Navidad en seguida, no queremos ninguno". Destruir los juguetes significaba para su inconsciente destruir los genitales del padre. El placer de destruir y la inhibición de juego que trajo al análisis fueron superados y desaparecieron junto con otras dificultades durante el curso del mismo.

 

Poniendo en descubierto poco a poco la escena primaria pude ganar acceso a la fuerte actitud homosexual pasiva de Pedro. Después de haber descripto el coito de sus padres tuvo fantasías de coito entre tres personas. Surgió así una fuerte ansiedad seguida de otras fantasías en las que copulaba con su padre. Estas se mostraron en un juego en el que un perro, o un automóvil o una locomotora -teniendo todos el significado de padre-, subían sobre un carro o un hombre que era él mismo.

De este modo el carro se dañaba o el hombre era mordido; y Pedro mostraba mucho miedo o gran agresividad frente al juguete que representaba al padre.

Expondré ahora algunos de los aspectos más importantes de mi técnica a la luz de las observaciones realizadas en los análisis mencionados. Tan pronto como el paciente ha ofrecido un panorama interno de sus complejos -ya sea por medio de juegos, de dibujos, fantasías o simplemente por su conducta general-, considero que puede y debe comenzarse con las interpretaciones. Esto no contradice la regla aceptada de que el analista debe esperar a que se establezca una transferencia antes de empezar a interpretarla, porque en los niños la transferencia es inmediata y el analista tendrá a menudo elementos para ver su naturaleza positiva. Pero cuando el niño manifiesta timidez, ansiedad o sólo una cierta desconfianza, esto ha de ser interpretado como transferencia negativa, y hace aun más imperioso que la interpretación comience en cuanto sea posible. Porque la interpretación reduce la transferencia negativa del paciente haciendo retroceder los afectos negativos involucrados hacia los objetos o situaciones originarias. Por ejemplo, cuando Rita, que era una niña muy ambivalente, sentía resistencia, necesitaba irse de la habitación enseguida; entonces tuve que hacer una inmediata interpretación para resolver esta resistencia. Tan pronto como le expliqué la causa de su resistencia, siempre relacionándola con la situación y objeto originario, ésta se resolvió, y se tomó confiada y amistosa conmigo y continuó su juego, agregando a éste ciertos detalles que me confirmaron lo justo de la interpretación que acababa de hacer.

En otro caso pude ver también con impresionante claridad la necesidad de dar una interpretación rápida. Fue en el caso de Trude, que se recordará me fue traída durante una sola hora cuando tenía 3 años y 3 meses, cuyo tratamiento debió posponerse por circunstancias externas. Esa niña era muy neurótica y estaba fuertemente fijada en su madre. Entró en mi cuarto llena de ansiedad y mal dispuesta, y me vi obligada a analizarla en voz baja y con la puerta abierta. Pero pronto me dio una idea sobre la naturaleza de sus complejos. Insistía en que se retiraran las flores de un florero; sacó un muñeco de un carro en el que ella lo había puesto y lo injurió y maltrató; quiso que un hombre de sombrero alto que había visto en un libro de figuras que había traído, fuera sacado de ahí; dijo que los almohadones habían sido desordenados por un perro. Inmediatamente interpreté esta declaración diciendo que deseaba suprimir el pene de su padre porque dañaba a su madre (durante el juego la madre era representada por el vaso, el carro, el libro de figuras y los almohadones) y enseguida disminuyó su ansiedad, estuvo más amistosa conmigo que cuando llegó y dijo en su casa que le gustaría volver a verme. Cuando 6 meses después pude reanudar el análisis de esta niña vi que recordaba todos los acontecimientos de esta única hora de análisis y que mi interpretación había aumentado su transferencia positiva o más bien disminuido su transferencia negativa.

Otro principio fundamental de la técnica de juego es que la interpretación debe ser conducida a una profundidad suficiente como para alcanzar las capas mentales que deben ser activadas. Por ejemplo, Pedro, en su segunda hora, después de haber colocado los carros uno tras otro puso un muñeco sobre un banco al que llamó cama, y arrojándolo al suelo dijo que estaba muerto y destruido. Hizo luego lo mismo con dos muñequitos, eligiendo para tal propósito dos que ya habían sido dañados. En esta época, de acuerdo con el material mencionado, interpreté que el primer muñeco era su padre, al que quería sacar de la cama de su madre y matarlo, y el segundo era él mismo, a quien su padre hubiera hecho lo mismo.

Más tarde, habiendo dilucidado en todos sus detalles la escena primaria, Pedro volvió bajo diversas formas al tema de los dos muñecos rotos, pero esto parecía determinado por la ansiedad que había sentido en conexión con la escena primaria con respecto a su madre castradora. En sus fantasías ella había tomado el pene del padre dentro de sí y no lo había devuelto, convirtiéndose esto en objeto de ansiedad para el pequeño, porque en su imaginación, desde ese momento, la madre llevaba dentro de sí el aterrador pene del padre.

 

Daré ahora otro ejemplo tomado del mismo caso. Mi interpretación del material en la segunda hora mostró que Pedro y su hermano se masturbaban mutuamente. Siete meses más tarde, teniendo Pedro 4 años y 4 meses, me contó un largo sueño, rico en material asociativo y que sintetizado relataré a continuación: "Estaban dos cerdos en su pocilga y también en su cama. Comían juntos en la pocilga. Había también dos niños en su cama en un bote; pero eran muy grandes, como el tío G (hermano adulto de su madre) y como E (una amiga mayor que ellos a la que consideraban casi adulta)". La mayor parte de las asociaciones de este sueño fueron verbales. Demostraron que los cerdos eran él y su hermano y el comer representaba su mutua fellatio. Pero representaban también a sus padres copulando. Se vio luego que sus relaciones sexuales con el hermano estaban basadas en una identificación con su madre y su padre y en la que Pedro desempeñaba por turno el papel de cada uno de ellos. Después de haber interpretado este material Pedro comenzó la hora siguiente jugando con el lavatorio y las canillas. Puso dos lápices en una esponja y dijo: ''Este es el bote en que Fritz (su hermanito) y yo nos metimos". Después adoptó una voz profunda, la que a menudo empleaba cuando su superyó entraba en acción, y gritó a los dos lápices: "Ustedes no deben ir juntos todo el tiempo y hacer cosas feas". Esta censura a su hermano y a si mismo por parte del superyó estaba también dirigida a los padres (representados por el tío G y la amiga adulta E), y liberó en él afectos de la misma naturaleza de los que sintió hacia ellos cuando fue testigo de la escena primaria. Estos afectos se habían evidenciado ya en su segunda hora cuando deseó que los caballos que habían chocado estuvieran muertos y enterrados. Sin embargo, después de siete meses, el análisis de ese material todavía seguía progresando. Es evidente que la profundidad de mí primera interpretación no trabó de ningún modo el esclarecimiento de las conexiones entre esta experiencia y el total desarrollo sexual del niño y (particularmente en el modo de determinar sus relaciones con el hermano) no impidió tampoco la elaboración del material involucrado.

Los ejemplos citados confirman mi creencia, basada en la observación empírica, de que no deben temerse las interpretaciones en profundidad aun en el comienzo de un análisis, ya que el material de las capas más profundas mentales saldrá nuevamente más tarde, y será reelaborada. Como ya he dicho, el valor de la interpretación en profundidad es simplemente el de abrir la puerta al inconsciente disminuyendo la ansiedad que ha sido activada y preparando el camino para el trabajo analítico.

En estas páginas he señalado muchas veces que la capacidad del niño para hacer su transferencia es espontánea. Creo que esto es debido en parte al hecho de que la ansiedad sentida por el niño es comparativamente más aguda que la del adulto y por lo tanto es mayor su aprensión. Uno de los mayores, si no el mayor, trabajo psíquico que el niño debe llevar a cabo, y que toma la mayor parte de su energía mental, es dominar su ansiedad. Por lo tanto, su inconsciente está primeramente interesado en aquellos objetos que alivian o excitan su ansiedad, y de acuerdo con esto producirá hacía ellos una transferencia positiva o negativa. En los niños pequeños la transferencia negativa se expresa a menudo inmediatamente como franco miedo, mientras que en los más grandes, especialmente en el período de latencia, toma la forma de desconfianza, reserva o simple disgusto. En su lucha contra el miedo a los objetos más cercanos, el niño tiende a referir este temor a objetos más distantes (ya que el desplazamiento es un modo de tratar la ansiedad) y a ver en ellos un representante de su padre y madre malos. Por esto el niño realmente neurótico, en el que predomina el sentimiento de estar bajo una constante amenaza de peligro -es decir, que espera siempre encontrarse con el padre o madre "malos"-, reaccionará con ansiedad ante todos los extraños.

No debemos perder de vista la presencia de esta aprensión en niños pequeños e incluso, en cierto grado en los mas crecidos. Aun cuando comienzan por manifestar una actitud positiva frente al análisis debemos prepararnos a la manifestación de una transferencia negativa muy pronto, tan pronto como aparece un material complejo. Inmediatamente que el analista descubre signos de esta transferencia negativa debe asegurar la continuación del trabajo analítico, establecer la situación analítica, relacionándola a él mismo y retrotrayéndola al mismo tiempo a objetos y situaciones originarias por medio de interpretaciones y resolviendo así cierta cantidad de ansiedad. Su interpretación puede gravitar en algún punto de urgencia de su contenido inconsciente y abrir así una vía de entrada al inconsciente. El punto de urgencia se hará evidente por la multiplicidad y frecuente repetición, a menudo bajo diversas formas, de las representaciones del mismo "pensamiento de juego" (en el caso de Pedro, por ejemplo, vimos en su primera hora de análisis el arreglo alternado de vehículos y el continuo chocar de caballos, carros, etc.) y también por la intensidad de los sentimientos ligados a estas representaciones, porque esto es una medida del afecto que corresponde a su contenido. Si el analista descuida la urgencia de material de esta clase, a menudo el niño abandona el juego o muestra una fuerte resistencia o aun ansiedad manifiesta, y frecuentemente mostrará el deseo de abandonar el análisis. Así, con una interpretación hecha a tiempo -es decir, cuando se interpreta el material tan pronto como es posible-, el analista puede cortar la ansiedad del niño o reducirla también en aquellos casos en los que el análisis ha comenzado con una transferencia positiva. Cuando lo sobresaliente desde el comienzo es una transferencia negativa o cuando la ansiedad o la resistencia aparecen enseguida, hemos visto ya la absoluta necesidad de interpretar lo antes posible.

 

De lo dicho se desprende que lo importante es no sólo la oportunidad de la interpretación sino también su profundidad. Cuando tenemos en cuenta la premura del material presentado nos vemos obligados a determinar el origen no solamente del contenido de la representación sino también de la ansiedad y sentimiento de culpa asociados y su relación con las capas mentales movilizadas. Si tomamos como modelo el análisis de adulto y nos ponemos en contacto primero con los estratos superficiales de la mente que son los mas cercanos al yo y a la realidad- fracasaremos en nuestro propósito de establecer la situación analítica y de reducir la ansiedad del niño. Durante mi experiencia he comprobado esto repetidas veces. Igualmente se comprueba en lo que se refiere a la mera traducción de símbolos, de interpretaciones que sólo tratan de representaciones simbólicas del material y no se interesan por la ansiedad o sentimiento de culpa asociado.

Una interpretación que no descienda a esas profundidades que han sido activadas por el material y la ansiedad concernientes, es decir, que no ataque el lugar donde la resistencia latente es más fuerte, intentando ante todo reducir la ansiedad donde es más violenta y más evidente, no tendrá ningún efecto sobre el niño, o sólo servirá para hacer surgir resistencias mayores sin poder llegar a resolverlas nuevamente. Pero como ya he tratado de explicar en mis conclusiones del análisis de Pedro, penetrando directamente en aquellos estratos profundos de la mente, de ninguna manera resolveremos completamente la ansiedad contenida allí, ni coartaremos el trabajo, aun por realizarse, en los estratos superiores donde el yo del niño y su relación con la realidad deben ser analizados. Este establecimiento de la relación del niño con la realidad, así como el reforzamiento de su yo, se logran sólo muy gradualmente y son el resultado, y no la condición previa, del trabajo analítico.

Hasta aquí he expuesto e ilustrado mi técnica de los análisis tempranos de tipo común. Desearía ahora considerar algunas dificultades menos usuales con las que me he encontrado y que me han obligado a adoptar métodos técnicos especiales. En el caso de Trude, cuya ansiedad era muy grande al principio, destacamos el hecho de que en ciertos pacientes el único medio para disminuir la ansiedad y poner en marcha el análisis era una rápida interpretación. El caso de Ruth, de 4 años y 3 meses, fue más instructivo en ese sentido. Era una de esas niñas cuya ambivalencia se manifestaba, por un lado, en su fuerte fijación en la madre y en algunas mujeres, y, por otra parte, en su fuerte antipatía por otras, generalmente desconocidas. Ya en sus primeros años, por ejemplo, no fue capaz de aceptar una nueva niñera y le era difícil hacerse amiga de otras niñas. No sólo sufría de una grave y no disfrazada ansiedad, que se manifestaba en forma de crisis de angustia y en otros síntomas neuróticos, sino que tenía una predisposición general a la timidez. Durante la primera hora se negó firmemente a permanecer sola conmigo. Decidí pues aceptar que su hermana mayor permaneciese con ella durante la sesión. Mi intención era obtener de ella una transferencia positiva, en la esperanza de que fuera posible luego trabajar a solas con ella; pero todos mis esfuerzos, tales como jugar con ella o animarla a conversar, etc., fueron vanos. Cuando jugaba con sus juguetes se dirigía sólo a su hermana (aunque esta última trataba de hacerse lo menos visible), ignorándome por completo.

Su propia hermana me manifestó que consideraba inútiles mis esfuerzos, que no ganaría la confianza de la niña aunque pasase con ella semanas enteras en vez de horas aisladas. Me vi, pues, forzada a buscar otros medios, que una vez más fortificaron y confirmaron mí creencia en la eficacia de la interpretación para reducir la ansiedad del paciente y su transferencia negativa. Un día en que Ruth estaba como de costumbre atenta exclusivamente a su hermana, dibujó un vaso con pequeñas bolitas adentro y con una especie de tapa. Le pregunté para qué servía la tapa, pero no me contestó. Cuando su hermana le hizo la pregunta, ella dijo: "para evitar que las bolitas salgan rodando".

Antes de esto había revisado la cartera de su hermana y la había cerrado herméticamente "para que nada pudiera caerse".

Antes había hecho lo mismo con el monedero dentro de la cartera de su hermana, guardando cuidadosamente las monedas para que no pudieran caerse. Además, el material que ahora me traía había sido bastante claro ya en sus horas anteriores.

Me arriesgué y dije a Ruth que las bolitas en el vaso, las monedas en el monedero y lo que tenía la cartera, todo representaba niños dentro de su mamita, y que ella quería mantenerlos bien guardados para no tener más hermanos ni hermanas.

 

El efecto de mí interpretación fue asombroso. Por primera vez Ruth me prestó atención y por primera vez comenzó a jugar de modo distinto, no forzado. No obstante, aun le fue imposible quedarse a solas conmigo, reaccionando ante esa situación con crisis de ansiedad. Como veía que el análisis disminuía poco a poco la transferencia negativa en favor de una positiva decidí dejar a la hermana en mí cuarto. Tres semanas después esta última se enfermó repentinamente y me vi en la alternativa de suspender el análisis o de exponerme a las crisis de ansiedad. Con el consentimiento de los padres, decidí lo segundo. La niñera me entregó la niña en la puerta de mi cuarto y se fue, a pesar de sus lágrimas y chillidos. En esta penosísima situación comencé una vez más por tratar de calmarla de un modo maternal, no analítico, como pudiera haberlo hecho cualquiera. Traté de consolarla y alegrarla y hacerla jugar conmigo, pero todo fue en vano. Sólo logré que me siguiera hasta el interior de mi cuarto, pero una vez allí no pude hacer nada con ella. Se puso casi lívida, gritando y manifestando signos evidentes de una fuerte crisis de ansiedad. Mientras tanto me senté frente a la mesa de juego y comencé a jugar sola diciéndole a la niña, que asustada se había sentado en un rincón, todo lo que estaba haciendo. Por una inspiración súbita tomé como tema de juego el material que ella misma había usado en la hora anterior. Al finalizar la misma ella había jugado alrededor del lavatorio y había alimentado a sus muñecas dándoles enormes jarras de leche, etc. Hice ahora la misma cosa que ella. Puse a dormir una muñeca y dije a Ruth que yo le iba a dar algo de comer y le pregunté qué era lo que se le debía dar. La pequeña interrumpió su llanto para contestar "leche", y advertí que hizo un movimiento hacia su boca con dos de sus dedos (que ella tenía costumbre de chupar antes de dormir), pero rápidamente los separó. Le pregunté si quería chuparlos y dijo: "sí, pero de verdad".

Comprendí que necesitaba reconstruir el hecho tal como sucedía siempre en su casa: la acosté sobre el sofá y, a su pedido, la tapé. Enseguida comenzó a chuparse los dedos. Seguía pálida y con los ojos cerrados, pero visiblemente más tranquila y ya no lloraba. Mientras tanto yo continué jugando con las muñecas repitiendo su juego de la hora anterior. Al poner una esponja mojada al lado de una de ellas, como lo había hecho ella, rompió otra vez en llanto y gritó: "No, ella no debe tener la esponja grande, ésa no es para los chicos sino para los grandes". (Debo observar que en las dos sesiones anteriores había producido mucho material referente a su envidia a su madre.) Entonces interpreté este material en conexión con su protesta contra la esponja grande (la cual representaba el pene del padre).

Le mostré, con todo detalle, cómo ella envidiaba y odiaba a su madre porque había incorporado el pene de su padre durante el coito y cómo quería robar ese pene y los niños que estaban dentro de su madre, y matarla. Le expliqué que por esto era que tenía miedo y que creía haber matado a su madre y haber sido abandonada por ella. Cuidé siempre dirigir estas interpretaciones a la muñeca, haciendo como si jugase con ella y explicándole la razón por la cual estaba asustada y gritaba, y luego las dirigí a la niña. Por este medio pude establecer completamente la situación analítica.

Mientras hacía esto, Ruth se había tranquilizado, abrió los ojos y me permitió acercar a su sofá la mesa de juego, y continué así la interpretación y el juego al lado de ella. Luego se incorporó y observó mi juego con creciente interés y comenzó a participar en él. Cuando terminó la hora y la niñera vino a buscarla se asombró al verla animada y contenta y despedirse de mí de una manera cordial y hasta afectuosa. Al comienzo de la hora siguiente, cuando la niñera la dejó, si bien manifestó alguna ansiedad, no tuvo sus crisis habituales ni prorrumpió en llanto. Se refugió inmediatamente en el sofá y se echó en él como había hecho el día anterior, con los ojos cerrados y chupándose los dedos. Pude sentarme al lado de ella y continuar enseguida el juego del día anterior. La sucesión de hechos del día anterior fueron recapitulados, pero en forma más breve y mitigada. Después de unas cuantas sesiones de esta clase las cosas habían progresado tanto que la pequeña sólo manifestaba leves rastros de ansiedad al comenzar su hora.

El análisis de los ataques de ansiedad de Ruth evidenció que eran una repetición de sus pavores nocturnos, que habían sido en ella muy intensos a los 2 años. En esta época su madre estaba embarazada y la pequeña deseó robar los hijos del vientre de su madre, dañarla y matarla. Esto originó en ella fuertes sentimientos de culpa, cuya consecuencia fue su intensa fijación en la madre. Cuando cada noche se despedía para ir a dormir esto significaba para ella un adiós para siempre. A consecuencia de sus deseos de robar y matar a su madre temía que ésta la abandonase para siempre, no volver a verla viva o que su buena y tierna madre que le decía "buenas noches" se transformase en una mala madre que la atacase por la noche. Estas eran también las causas por las que no quería quedarse sola.

El ser dejada sola conmigo significaba ser abandonada por su "buena" madre; y transfirió sobre mi todo su terror a la madre "castigadora". Al analizar esta situación y al aclarársela logré disipar, como vimos, sus ataques de ansiedad y pude comenzar mi trabajo analítico normal. La técnica empleada al analizar los ataques de ansiedad de Ruth resultó eficaz en otro caso.

Durante el análisis de Trude se enfermó su madre y debieron enviarla a un sanatorio. Esto hizo que se interrumpiese el análisis cuando el cuadro general del mismo lo ocupaban fantasías sádicas contra la madre. Ya hemos visto en qué forma, esta niña de 3 años y 9 meses, realizaba estas escenas de agresión delante de mí y cómo, vencida por la ansiedad que seguía a estos ataques, se escondía con los almohadones detrás del sofá, pero no llegó nunca a una verdadera crisis de ansiedad. Cuando volvió, después del intervalo motivado por la enfermedad de la madre, tuvo sin embargo, durante varios días seguidos, fuertes ataques de ansiedad. Estos ataques se revelaron como una reacción a sus impulsos agresivos, por el miedo que sentía por ellos. Durante estas crisis, Trude al igual que Ruth, adoptaba una postura peculiar: la misma que tenía en su casa a la hora de dormir, cuando comenzaba a tener ansiedad. Se deslizaba a un rincón apretando fuertemente contra ella los almohadones, a los que a menudo llamaba sus hijos, se chupaba los dedos y se orinaba. Aquí también cuando logré interpretar su ansiedad cesaron los ataques.

 

Mi experiencia posterior, así como la de M. N. Searl y otras analistas de niños, ha confirmado la eficacia de estas medidas técnicas también en otros casos. En los años de trabajo transcurridos desde el tratamiento de estos dos casos he podido concretar que el requisito previo esencial para un análisis temprano -lo mismo que para todo análisis en profundidad en cualquier niño mayor- es captar el material presentado.

Una valoración exacta y rápida del significado de ese material, tanto en lo que se refiere a esclarecer la estructura del caso como a su relación con el estado afectivo del paciente en el momento, y, sobre todo, una rápida percepción de la ansiedad latente y del sentimiento de culpa que contiene, son las condiciones primarias para realizar una interpretación justa, es decir, una interpretación hecha a tiempo y lo suficientemente profunda como para llegar al nivel mental activado por la ansiedad. La aparición en el análisis de crisis de ansiedad puede reducirse a un mínimo si esta técnica es fielmente aplicada. Sí estas crisis o ataques de ansiedad llegaran a producirse al comenzar el tratamiento, sin embargo -como podría suceder con niños neuróticos que sufren tales ataques en la vida diaria-, el empleo fiel y sistemático de este método comúnmente reduce rápidamente la ansiedad y hace posible conducir normalmente el análisis. Los resultados obtenidos analizando las crisis de ansiedad, evidencian también la validez de algunos fundamentos de la técnica de juego. Se recordará que en el caso de Trude, aunque el material iba acompañado de intensa ansiedad, desde el principio pude analizarla sin que apareciesen crisis regulares, porque pude hacer continuas interpretaciones en profundidad, en primer lugar, y permití que la ansiedad se liberase en pequeñas dosis, disminuyéndola gradualmente. El análisis de Trude debió ser interrumpido en un momento desfavorable y en circunstancias difíciles, por enfermedad de la madre. Cuando volvió al análisis, la ansiedad se había acumulado tanto que tuvo verdaderas crisis de ansiedad. Después de unas pocas sesiones estas crisis cesaron por completo dando lugar solamente a rastros de ansiedad. Añadiré algunas observaciones teóricas referentes a estas crisis de ansiedad. Ya he hablado de su carácter, como repetición del pavor nocturno, y me he referido a la posición adoptada por la paciente en dichos ataques o más bien en su intento de dominarlos y he señalado que eran la repetición de las situaciones de ansiedad sufridas por el niño en la cama durante la noche. Pero he mencionado también una específica situación de ansiedad, temprana, que parece ser el fundamento de ambos: pavor nocturno y crisis de ansiedad. Mis observaciones en los casos de Trude, Ruth y Rita, junto al conocimiento adquirido en los últimos años, me han permitido reconocer la existencia de una ansiedad o situación de ansiedad que es específica en las niñas y el equivalente de la ansiedad de castración sentida por el varón.

Esta situación de ansiedad culmina en la idea de que la madre ha destruido el cuerpo de la niña, ha anulado su contenido y ha retirado los niños de ahí. Este tema será ampliamente tratado en la segunda parte de este libro. Sólo he querido señalar al lector la coincidencia entre los datos que he podido recoger en mis primeros análisis y una o dos afirmaciones de Freud hechas en Inhibición, síntoma y angustia, donde sostiene que el equivalente del miedo a la castración en el niño es en la niña el miedo a la pérdida de amor. El material ofrecido por el análisis de niñas pequeñas me mostró claramente que hay en ellas un miedo de ser abandonadas por la madre, el miedo de quedarse solas. Pero este miedo va aun más lejos. Se basa en los impulsos agresivos frente a la madre y en los deseos de matarla y robarla que arrancan de los tempranos estadíos del conflicto de Edipo. Estos impulsos conducen no sólo a la ansiedad o miedo a ser atacadas por su madre sino al miedo de que ésta las abandone o muera.

Volvamos ahora a los problemas técnicos.

Es de gran importancia también la forma en que se hace la interpretación. Debe ser concreta, de acuerdo con el modo de hablar y pensar del niño. Pedro, por ejemplo, dijo señalando la hamaca: "Mira cómo se columpia y choca". Cuando yo le contesté que era así como chocan los thingummies de papá y mamá, él lo aceptó sin la menor dificultad. Doy otro ejemplo. Rita, de 2 años y 9 meses, me contó que sus muñecas la habían molestado mientras dormía. Ellas insistían en repetir a Hans, el hombre del subterráneo (un muñeco sobre ruedas): "usted siga manejando su tren subterráneo". En otra ocasión colocó un "cubo" triangular a un lado y dijo que eso era una mujercita. Luego tomó un "martillito", nombre que ella dio a un "cubo" largo, y con él pegó a la caja de "cubos" precisamente en el lugar donde sólo había papel, de modo que hizo un agujero, y dijo: "cuando el martillo pegó fuerte la mujercita se asustó mucho". Hacer correr un tren subterráneo y pegar con el martillo representaba el coito de sus padres, que ella había presenciado hasta casi los 2 años. Mi interpretación: "tú papito pegó así fuerte dentro de tu mamita con su martillito y tu estabas muy asustada", se adaptaba exactamente a su modo de pensar y hablar.

Describiendo mi técnica de análisis me he referido a menudo a los pequeños juguetes que pongo a disposición de los niños. Querría exponer brevemente por qué son útiles estos juguetes en mi técnica de juego. Su pequeñez, su número, su gran variedad, así como su simplicidad, hacen posible que se presten a los más variados usos, dando mayor margen a juegos representativos.

Estos juguetes parecen adecuarse a la expresión de sus fantasías y experiencias en todo detalle.

Los diferentes "pensamientos de juego" del niño y los afectos asociados (que nosotros inferimos en parte del tema de sus juegos y en parte por la observación directa), son presentados uno al lado del otro y en un margen reducido, permitiéndonos tener una visión general de las conexiones generales y dinámicas de los procesos mentales que hemos hecho emerger, y como a menudo la continuidad espacial simboliza la continuidad temporal, también podemos deducir la ordenación en tiempo de las diversas fantasías y experiencias.

 

De todo lo dicho podría suponerse que lo único que tenemos que hacer para analizar a un niño consiste en dejar los juguetes frente a él, para que empiece inmediatamente a jugar con ellos, sin inhibiciones ni dificultades. Pero eso no es lo que ocurre en realidad.

Tal como he dicho, muchas veces las inhibiciones de juego son muy frecuentes, en mayor o menor grado, y constituyen un síntoma neurótico común. Pero es precisamente en estos casos, cuando falla otra forma de conexión, cuando se valora la utilidad de los juguetes para iniciar un análisis. Rara vez sucede que un niño, por inhibido que sea, en sus juegos no mire los juguetes o toque uno u otro o haga algo con ellos. Puede que enseguida suspenda sus juegos, como hizo Trude, pero ya hemos tomado conocimiento de su inconsciente y tenemos una base para comenzar la labor analítica, sabiendo cómo empezó el juego y en qué punto se presentó la resistencia, cómo ha reaccionado ante esta resistencia, qué comentario casual hizo en ese momento, etc. El lector ya ha podido ver cómo en el análisis, mediante la interpretación, hacemos al niño más libre para expresar los contenidos de representación, haciéndose el material más abundante y más útil, y reduciéndose la inhibición en el juego.

Los juguetes no son los únicos requisitos del análisis del juego. Hay que tener una cantidad de material ilustrativo en la habitación. Lo más importante es el lavatorio con agua corriente. Por lo general se utiliza en una etapa ulterior del análisis, pero resulta entonces de gran importancia. El niño pasará por una fase completa de su análisis jugando con el lavatorio, debiendo tener también una esponja, un vaso de vidrio, uno o dos barquitos, una o dos cucharas y papel. Estos juegos con agua nos aportan una profunda visión de las fundamentales fijaciones pregenitales del niño y son un medio para ilustrar sus teorías sexuales, dándonos una relación entre sus fantasías sádicas y formaciones reactivas y mostrando la conexión directa entre sus impulsos pregenitales y genitales.

En muchos análisis dibujar o recortar papel toma la mayor parte del tiempo. En otros, especialmente en las niñas, se pasa parte del tiempo haciendo ropas y adornos para ellas, para sus muñecas o para los animales de juguete, engalanándose con cintas o adornos.

Cada niño tiene a mano papel, lápices de color, un cuchillo, tijeras, agujas, hilo, lana, trocitos de madera y soga. A menudo el niño trae sus propios juguetes. Es evidente que la simple enumeración de objetos no agota las posibilidades. Sabemos mucho de ellos según el uso que dan a cada uno de los objetos y por el sentido con que cambian un juego por otro. Todo lo que amuebla el cuarto, sillas, almohadones, etc., debe estar a su disposición. En realidad, los muebles del cuarto de análisis de niños deben ser elegidos para este fin. La fantasía y juegos imaginativos que se desarrollan en un juego con juguetes es de gran importancia.

En los juegos imaginativos los niños representan en su propia persona lo que en una etapa anterior mostraban por medio de juguetes. En estos juegos al analista se le asignan uno o varios papeles, y mi práctica me enseña que debe dejarse al niño que describa cada papel con el mayor detalle posible. Algunos niños muestran una especial preferencia por los juegos de imaginación; otros, por un medio más indirecto de representación, mediante juguetes. Juegos típicos de imaginación son el de la madre y el hijo, el de estar en la escuela, hacer o amueblar una casa (con ayuda de sillas, almohadones, etc.), ir al extranjero, viajar en tren, ir al teatro, ver al doctor, estar en una oficina, tener un comercio, etc. El valor de esos juegos de imaginación desde un punto de vista psicoanalítico está en su modo directo de representación y, como consecuencia, en la riqueza de asociaciones verbales que ofrece. Porque como ya he dicho en el capítulo 1, una de las condiciones necesarias para decidir que un análisis está terminado con éxito, aun en los niños de corta edad, es haber logrado que utilicen el lenguaje durante el análisis en toda la medida de sus posibilidades.

Aunque ninguna descripción puede dar idea de la complejidad y riqueza de estas horas de análisis, espero haber dado una visión de la exactitud y seguridad de los resultados obtenidos por este medio.

 

3. UNA NEUROSIS OBSESIVA EN UNA NIÑA DE 6 AÑOS

En el último capítulo hemos tratado los principios básicos en la técnica del análisis temprano. En este capítulo compararemos esta técnica con la empleada en los análisis en el período de latencia, utilizando para ello un caso como ilustración. Este historial nos permitirá analizar, en primer lugar, ciertos problemas de importancia teórica y general, y, en segundo lugar, describir los métodos empleados en el análisis de neurosis obsesivas en los niños. Puedo decir que esta técnica nació durante el tratamiento de este difícil e interesante caso.

Erna, niña de 6 años, presentaba síntomas graves. Sufría de insomnio, provocado en parte por su ansiedad (tenía especial miedo a los ladrones y asaltantes) y en parte por una serie de actividades obsesivas. Estas eran acostarse boca abajo y golpear su cabeza contra la almohada, hacer un movimiento de balanceo durante el cual se acostaba de espaldas o, se sentaba, chuparse obsesivamente el pulgar y masturbarse en exceso. Estas actividades obsesivas, que le impedían dormir en la noche, se mantenían también durante el día, especialmente en lo que se refiere a la masturbación, que realizaba aun en presencia de extraños, por ejemplo, casi continuamente, en el jardín de infantes. Sufría de una fuerte depresión que describía así: "Hay algo que no me gusta de la vida". Su relación con la madre era exageradamente afectuosa, pero se tornaba a veces muy hostil. La dominaba completamente, impidiéndole moverse e importunándola continuamente con su amor y odio. Su madre se expresó así acerca de ella: "Me chupa". La niña debería ser descripta como ineducable.

Tenía meditaciones mórbidas obsesivas y una naturaleza muy poco infantil, que se reflejaba en su aspecto de sufrimiento. Junto a esto llamaba la atención su desarrollo sexual precoz poco común. Un síntoma que apareció inmediatamente durante el análisis fue su grave inhibición para aprender. Había entrado a la escuela unos meses después de comenzado el análisis, manifestándose enseguida su incapacidad para aprender así como su imposibilidad de adaptarse ni a la escuela ni a las compañeras. El hecho de que ella se sintiera enferma y que desde el comienzo del tratamiento pidiese mi ayuda, facilitó su análisis.

Erna comenzó su juego tomando un carrito que estaba sobre la mesa entre otros juguetes y empujándolo hacia mi. Dijo que había venido a buscarme, pero puso una muñeca en el carrito y agregó un muñeco. Los dos se querían y se besaban, y ella los arrastraba de un lado para otro. Enseguida puso un muñeco en otro carro que chocaba con ellos, les pasaba por encima y los mataba, los asaba y los comía. Otras veces la lucha tenía otro fin y el muñeco agresor era arrojado al suelo, pero la mujer lo ayudaba y consolaba. Se divorciaba del primero y se casaba con el recién venido. La tercera persona era la que representaba más papeles en el juego de Erna. Por ejemplo, el primer hombre y su mujer estaban en su casa y la defendían del ataque de un ladrón; la tercera persona era el ladrón y entraba.

La casa se quemaba y el hombre y la mujer se quemaban y la tercera persona era la única que se salvaba. Otras veces la tercera persona era un hermano que llegaba de visita, pero al abrazar a la mujer le sacaba la nariz a mordiscos. Este hombrecito, la tercera persona, era la misma Erna. En una serie de juegos similares mostró el deseo de desalojar al padre de su posición frente a la madre. Por otra parte otros juegos mostraban su deseo edípico directo, de desembarazarse de la madre y conquistar al padre. Así hizo que un muñeco fuese el maestro de violín que daba lecciones a una niña golpeándole la cabeza contra el violín o parándola sobre la cabeza mientras leía un libro. Le hizo arrojar el libro o el violín para que pudiese bailar con su alumna. Enseguida se besaron y se abrazaron, y entonces Erna me preguntó si yo permitiría al maestro casarse con su discípula. Otras veces un maestro y una maestra -representados por un muñeco y una muñeca- daban lecciones de cortesía a los niños, enseñándoles cómo hacer reverencias, saludar, etc. Al principio los chicos eran obedientes y educados (lo mismo que Erna, que siempre trataba de comportarse lo mejor posible), pero súbitamente atacaban al maestro y a la maestra atropellándolos, pisándolos, matándolos y asándolos. Se transformaron luego en demonios, deleitándose en el tormento de sus víctimas, pero repentinamente el maestro y la maestra estaban en el cielo y los demonios anteriores se habían transformado en ángeles, los cuales, de acuerdo con lo que decía Erna, ignoraban haber sido demonios, realmente "no lo fueron nunca". Dios padre, el maestro anterior, comenzó a besar y a abrazar apasionadamente a la mujer, los ángeles los adoraban y todo se arregló de nuevo, aunque no mucho después las cosas se estropearían de un modo u otro.

 

Erna jugaba a menudo a que ella era madre. Yo era el niño y una de mis faltas más graves era chuparme el pulgar. Lo primero que esperaba que me pusiese en la boca era la locomotora. Ella ya había admirado sus lámparas doradas diciendo: "qué lindas son, todas rojas y ardientes", y al mismo tiempo se las ponía en la boca y las chupaba. Las lámparas de la locomotora representaban para ella el pecho de la madre y el pene del padre. Todos estos juegos eran seguidos, invariablemente, por crisis de rabia, envidia y agresión contra la madre, a las cuales se agregaban remordimientos e intentos de reparación y reconciliación. Jugando con cubos, por ejemplo, los repartía entre nosotras de modo de tener siempre más que yo; lo hacía poniendo primero más para ella que para mí, pero luego reparaba tomando menos para ella, pero se las arreglaba siempre para quedarse con más cantidad al final; si construía algo con los cubos quería probarme cuánto más linda era su construcción que la mía o me la tiraba, simulando un accidente. Solía elegir un muñeco como juez para que decidiese que su casa era mejor que la mía. Por los detalles de este juego, en el tema de las casas se hizo evidente una antigua rivalidad con su madre. En la última parte del análisis esta rivalidad apareció en forma directa.

Además de estos juegos cortaba papel haciendo moldes. Me dijo que eso era "picadillo" y que estaba saliendo sangre del papel, después de lo cual se estremeció y dijo sentirse mal. En una ocasión habló de una "ensalada de ojos" y otra vez dijo que había cortado "flecos" de mi nariz. Expresó otra vez el deseo de morder mi nariz, deseo que había ya expresado en su primer hora de análisis (en realidad hizo cuanto pudo para realizar este deseo). De este modo expresó su identificación con la tercera persona, el muñeco que había invadido y quemado la casa y mordido la nariz de la mujer. En su caso, como en el de otros niños, el cortar papel tenía diversas finalidades. Liberaba impulsos sádicos y canibalísticos y representaba la destrucción de los genitales de sus padres o de todo el cuerpo de su madre. Al mismo tiempo, sin embargo, se expresaban sus impulsos reactivos; por ejemplo, cortando una linda alfombrita, recreaba lo destruido.

Después de cortar papel, Erna pasó a jugar con agua. Un pedacito de papel flotando en el lavatorio era un capitán cuyo bote se había hundido. El pudo salvarse -según dijo Erna- porque tenía algo "largo y dorado" que lo ayudó a salir del agua. Luego le arrancó la cabeza y anunció: "su cabeza desapareció, ahora se ahogó". Estos juegos con agua llevaron al análisis profundo de sus fantasías orales, uretrales y anal-sádicas.

Así, por ejemplo, jugaba a que era lavandera, y los papeles pintados representaban ropa blanca sucia de un niño. Yo era el chico que ensuciaba la ropa interior una y otra vez (incidentalmente Erna manifestó sus impulsos canibalísticos y coprofílicos mascando pedacitos de papel que representaban excrementos y niños a la vez que ropa sucia) Como lavandera, Erna tuvo oportunidad de castigar y humillar a un niño, representando el papel de la madre cruel. Pero como ella se identificaba con el niño, gratificaba así también sus deseos masoquísticos.

A veces hacía que la madre ordenara al padre castigar al niño y pegarle en el trasero. El castigo era recomendado por Erna en su papel de lavandera como medio de curar al niño de su amor por la suciedad. Una vez, en lugar del padre llegó un mago. Pegó al niño en el ano y luego en la cabeza con un palo, y al hacerlo, un fluido amarillo salió de la varita mágica. En otra ocasión el niño -esta vez uno muy pequeño- recibió para tomar una mezcla de polvos rojiza y blancuzca. Este tratamiento lo limpió, y repentinamente fue capaz de hablar y resultó tan inteligente como su madre. El mago representaba el pene, y el golpe con la vara, el coito. El fluido y los polvos representaban la orina, heces, semen y sangre, los cuales, según las fantasías de Erna, su madre se ponía dentro a través de la boca, ano y genitales al copular. En otra ocasión Erna repentinamente se convirtió de lavandera en vendedora de pescado que pregonaba su mercadería. Durante el curso del juego abrió el grifo del agua (al que solía llamar el grifo de crema batida) después de haber envuelto papel alrededor. Cuando el papel estaba empapado y caía dentro de la pileta, ella lo rompía y lo ofrecía a la venta como pescado. La glotonería compulsiva con que Erna bebía del grifo durante este juego y mascaba pescado imaginario, señalaba claramente la envidia oral que ella había sentido durante la escena primaría y durante sus fantasías primarias. Esta envidia había afectado profundamente el desarrollo de su carácter y era también un rasgo central de su neurosis. Las equivalencias del pescado con el pene del padre como también con las heces y con niños se hicieron obvias en sus asociaciones. Erna tenía variados pescados para vender, y entre ellos un Kokelfische o, como ella repentinamente lo llamaba, Kakelfische. Mientras los cortaba tuvo deseos repentinos de defecar, y esto me demostró que los pescados eran equivalentes a las heces, puesto que el cortarlos equivalía al acto de defecar. Como vendedora de pescado, Erna me trampeó en varias formas. Tomaba grandes cantidades de mi dinero sin darme en cambio pescado. No podía hacer nada contra ella porque la ayudaba un policía, y juntos "batían" el dinero, y también el pescado, que me había sacado. El policía representaba a su padre, con quien ella copulaba y era su aliado en contra de su madre. Yo tenía que mirar mientras ella "batía" las monedas o el pescado con el policía y luego tenía que tratar de conseguir ambas cosas trampeándolos. En realidad tenía que fingir que hacía lo que ella misma había deseado hacer con su madre cuando presenció la relación sexual entre ella y su padre. Estos impulsos y fantasías sádicas eran el fondo de su fuerte ansiedad frente a la madre. Repetidamente manifestó temor a una "ladrona que le sacaría todo de su interior".

 

El significado simbólico del teatro y sus representaciones significando el coito de sus padres, surgieron muy claramente en el análisis de Erna. Las numerosas representaciones en que ella era una artista o una bailarina admirada por todos los espectadores demostraban la gran admiración -admiración mezclada con envidia- que sentía por su madre. A menudo también al identificarse con su madre fingía ser una reina ante la cual todos se inclinaban. En todas estas representaciones era siempre la niña la que tenía la peor parte. Todo lo que hizo Erna en el papel de madre -la ternura que mostraba a su esposo, el modo como se vestía y permitía ser admirada- tenía como propósito fundamental hacer surgir la envidia de la niña y herir sus sentimientos. Así, por ejemplo, cuando ella, en el papel de reina, celebró su casamiento con el rey, se acostó en el sofá y me pidió, como rey, que me acostase a su lado. Como me negase a hacerlo, a cambio de ello tuve que sentarme en una sillita cerca de ella y golpear el sofá con mi puño. Llamaba a esto "hacer manteca" y significaba copular. Inmediatamente me dijo que un niño salía de ella, y representó la escena con bastante realismo, retorciéndose y gritando. Este niño imaginario compartía el dormitorio de sus padres y era testigo de las relaciones sexuales entre ellos. Si las interrumpía era castigado y la madre se quejaba de él al padre. Si ella como madre ponía al niño en la cama, era solamente para desembarazarse de él y volver más pronto con el padre. El niño era maltratado y atormentado incesantemente. Para comer le daban avena, y era tan horrible que lo enfermaba. Mientras tanto el padre y la madre gozaban y comían manjares maravillosos hechos con una crema batida y con una leche especial preparada por el doctor Whippo o Whippour* , nombre compuesto por whipping y pouring out (batir y llenar). Esta comida especial, comida solamente por el padre y la madre, fue utilizada con infinitas variaciones para representar el intercambio de sustancias durante el coito. En las fantasías de copulación de Erna la madre incorporaba el pene y el semen del padre y su padre incorporaba el pecho de la madre y leche, siendo esto la base de su envidia y odio frente a ambos.

En uno de los juegos de Erna, un cura ofrecía una "representación". Abría la canilla y su compañera, una bailarina, bebía de ella. A la niña, llamada Cenicienta, se le permitía sólo mirar, y debía quedar completamente inmóvil. En este momento Erna tuvo una fuerte y súbita crisis de enojo que mostró los sentimientos de odio que acompañaban a sus fantasías y qué mal había logrado dominar esos sentimientos. Su relación con la madre estaba totalmente deformada por los mismos. Cada medida educacional, cada acto de disciplina, cada inevitable frustración, era sentida por ella como una agresión sádica por parte de su madre, hecha únicamente para humillarla y maltratarla.

Sin embargo, en sus ficciones, cuando ella era su madre, se mostraba afectuosa con su hijo imaginario mientras éste era sólo un bebé. Lo cuidaba, lo limpiaba y a veces lo perdonaba si estaba sucio. Esto se debía a que pensaba que había sido tratada con amor sólo cuando era pequeñita. Con los niños mayores era muy cruel y los dejaba torturar por los demonios de diversas maneras, hasta que finalmente los mataban. Se hizo claro que la niña era también la madre transformada en niño en las siguientes fantasías. Erna simulaba ser un niño que se había ensuciado, y yo, como madre, la reprendía, después de lo cual se volvía insolente y se ensuciaba más y más como acto de desafío, para molestar a la madre, y aun más, vomitaba la mala comida que yo le había dado. La madre llamaba entonces al padre, pero éste se ponía de parte de la niña. Luego la madre era atacada por una enfermedad llamada "Dios le ha hablado"; luego a su vez la niña se enfermaba de una enfermedad llamada "agitación de madre" y moría, y la madre era muerta por el padre como castigo. La niña resucitaba y se casaba con su padre, quien continuamente la elogiaba a costa de la madre. La madre a su vez revivía, pero como castigo era transformada por su padre en una niña, cosa que se lograba por medio de una varita mágica. Y entonces la madre tenía que sufrir todos los desprecios y malos tratos, a los que estuvo anteriormente sometida la niña. En numerosas fantasías de esta clase, en lo referente a la madre y a la hija, Erna repetía lo que ella creía que habían sido sus propias experiencias, mientras que por otra parte expresaba las cosas sádicas que desearía hacer a su madre si la relación niño-madre pudiera ser invertida.

La vida mental de Erna estaba dominada por fantasías anal-sádicas. En una etapa posterior del análisis empezaron una vez más los juegos con agua, produciendo fantasías en que las heces pegadas a la ropa sucia eran cocinadas y comidas. Después simulaba estar sentada junto al inodoro comiendo lo que ella producía, y que nos lo dábamos una a la otra. Estas fantasías de ensuciarnos continuamente una a la otra con orina y heces se hicieron cada vez más claras durante el análisis. En un juego mostró que la madre se había ensuciado una y otra vez y que todas las cosas del cuarto se habían transformado en heces por culpa de la madre, y por esto fue encarcelada, y moría de hambre. Ella tenía la tarea de limpiar lo que había dejado su madre, y en conexión con ello se llamaba a sí misma "Mrs. Dirt Parade" (señora Desfile de Suciedad). Calificaba con ello a una persona que exhibe su suciedad. Lograba la admiración y agradecimiento de su padre a través de su amor a la limpieza, él la apreciaba más que a su madre y se casaba con ella. Cocinaba para él. Las bebidas y comidas que se daban mutuamente eran una vez más orina y heces, pero en cambio eran de buena clase en vez de dañinas. Esto sirve de ejemplo de las numerosas y extravagantes fantasías anal-sádicas que se hicieron conscientes durante el análisis.

 

Erna, que era hija única, pensaba continuamente en la posible llegada de hermanos y hermanas. Sus fantasías de conexión con este temor merecen atención especial, porque hasta donde he observado tienen una aplicación general. A juzgar por ésta y otros niños en situación similar, parecería que el hijo único sufre mucho más que otro por la ansiedad sentida frente a los posibles hermanos o hermanas que está siempre esperando y por los sentimientos de culpa que tiene debido a sus impulsos inconscientes de agresión hacia ellos en su existencia imaginaría dentro del cuerpo de la madre; porque no tiene oportunidad de desarrollar una relación positiva con ellos en la realidad. Este hecho dificulta a menudo la adaptación social de un hijo único. Por mucho tiempo Erna tuvo ataques de rabia y de ansiedad al comenzar y finalizar su hora analítica conmigo, y en parte estaban ocasionados por el encuentro con otros niños que venían para ser tratados inmediatamente antes o después que ella y que representaban sus hermanos o hermanas cuya llegada estaba siempre esperando. Por otra parte, aunque se llevaba mal con otros niños, sentía a veces una gran necesidad de estar con ellos. Encontré que su deseo ocasional de un hermano o hermana estaba determinado por varios motivos: a) los hermanos y hermanas que ella deseaba significaban un hijo de ella misma; este deseo, sin embargo, era prontamente deformado por el fuerte sentimiento de culpa, ya que esto hubiera significado que ella había robado la criatura a su madre; b) la existencia del niño le hubiera reasegurado que los ataques que ella había hecho en su fantasía contra los niños que suponía dentro de la madre, no habían dañado ni a ellos ni a su madre, y en consecuencia, el interior de su propio cuerpo estaba ileso; c) le hubieran proporcionado la gratificación sexual que su padre y madre le habían negado, y aun lo más importante, d) hubieran sido aliados no solamente en los hechos sexuales sino también en sus empresas frente a los terroríficos padres. Ellos y ella juntos hubieran matado a la madre y capturado el pene del padre.

Pero a estas fantasías de Erna seguían rápidamente sentimientos de odio contra sus hermanos y hermanas imaginarios -porque ellos eran en definitiva sólo sustitutos de su madre y su padre- y por sentimientos de culpa muy fuertes debido a los actos destructivos que ellos y ella habían cometido en contra de sus padres en sus fantasías.

Usualmente terminaba por tener crisis depresivas.

Estas fantasías contribuían también a hacer imposible la buena amistad de Erna con otros niños. Huía de ellos porque los identificaba con sus hermanos y hermanas imaginarios, de modo que, por un lado, los consideraba cómplices de sus ataques contra sus padres, y, por otra parte, los temía como enemigos a causa de sus propios impulsos agresivos frente a sus hermanos y hermanas.

El caso de Erna arroja luz sobre otro factor que parece ser de importancia general.

En el primer capítulo llamé la atención sobre la particular relación que los niños tienen con la realidad. Señalé que el fracaso de sus intentos de adaptarse correctamente a la realidad puede reconocerse en el análisis del juego de niños bastante pequeños y que en el análisis era necesario llevar gradualmente al niño, aun al más pequeño, a un completo contacto con la realidad. En el caso de Erna, aun después de haber transcurrido una buena parte del análisis no pude obtener ninguna información detallada sobre su vida real. Obtuve bastante material de sus extravagantes impulsos sádicos contra su madre, pero no escuché nunca la más mínima queja o crítica a su madre real y a lo que ella realmente hacía. Aunque Erna llegó a reconocer que sus fantasías estaban dirigidas contra su propia madre real -hecho que ella negó en la primera etapa de su análisis- y aunque resultó bien claro que copiaba cada vez más a su madre de un modo exagerado y envidioso, fue difícil establecer una conexión entre sus fantasías y la realidad. Todos mis esfuerzos para traer su vida real dentro del análisis fueron infructuosos, hasta que hice progresos definidos analizando las profundas razones para querer separarse ella misma de la realidad. Las relaciones de Erna con la realidad mostraron claramente ser una fachada, y esto en mayor grado que lo que se hubiera podido prever a través de su conducta. En realidad había ensayado por todos los medios de mantener un mundo de ficción que la protegiese contra la realidad. Por ejemplo, acostumbraba imaginar que los coches de juguete y cocheros estaban a su servicio, obedecían sus órdenes y le daban cuanto pedía; las muñecas eran sus sirvientas, etc. Aun cuando ella estaba en estas fantasías, la dominaba la rabia y la depresión: iba entonces al baño y fantaseaba en voz alta cuando defecaba. Cuando salía del baño se echaba en el sofá chupándose el pulgar apasionadamente, masturbándose y hurgándose las narices. Conseguí llegar a que me contara las fantasías que acompañaban esta defecación, chupeteo, masturbación y hurgarse las narices. Por medio de estas satisfacciones físicas y de las fantasías ligadas a ellas, intentaba enérgicamente continuar la situación de ensueño que habíamos encontrado en sus juegos. La depresión, enojo y ansiedad que la poseían durante el juego, se debían al hecho de verse perturbada en sus fantasías por alguna intromisión de la realidad.

 

Recordaba también cuánto la molestaba si alguien se acercaba a su cama por la mañana cuando se chupaba el pulgar o se masturbaba. La razón de esto era no sólo el temor de ser sorprendida sino también que necesita defenderse de la realidad. Durante el análisis apareció una fabulación que adquirió fantásticas proporciones y nació de su intento de transformar, de acuerdo con sus deseos, una realidad que para ella era intolerable. Encontré que esta extraordinaria ruptura con la realidad -para cuyo fin empleaba también fantasías megalomaníacas- tenía su origen en el excesivo temor a los padres, especialmente a la madre. Con el fin de disminuir ese miedo Erna imaginaba ser una poderosa y severa señora en contra de su madre, y esto intensificaba su sadismo.

Las fantasías de Erna en las que era cruelmente perseguida por su madre comenzaron a mostrar claramente su carácter paranoide. Como ya he dicho, cada paso en su educación o crianza, el más mínimo detalle de su indumentaria era visto por ella como un acto de persecución por parte de su madre. No sólo esto, sino todo lo que su madre hacía, su conducta frente al padre, las cosas que hacia para su propia diversión, todo era sentido por Erna como persecución. Además se sentía continuamente espiada. Una de las causas de su excesiva fijación en la madre era su compulsión a vigilarla constantemente. El análisis mostró que Erna se sentía responsable de cada enfermedad de su madre y esperaba un castigo por sus propias fantasías agresivas. La acción de un superyó demasiado severo y cruel se veía en cada uno de los detalles de sus juegos y fantasías, alternando siempre entre una madre severa que castiga y un niño que odia. Era necesario un análisis profundo para explicar estas fantasías, idénticas a lo que en los adultos paranoides conocemos como delirios. La experiencia que he adquirido desde que expuse este caso me ha permitido ver el carácter peculiar de la ansiedad de Erna, de sus fantasías y de sus relaciones con la realidad, como típico de aquellos casos en que se manifiestan activamente fuertes rasgos paranoides.

En este punto quiero llamar la atención sobre las tendencias homosexuales de Erna, que fueron fuertemente acentuadas desde su primera infancia en adelante. Después que se analiza una gran cantidad de odio por su padre, surgido de la situación edípica, estas tendencias aunque indudablemente disminuidas, eran aun muy fuertes y parecía imposible resolverlas más. Fue sólo después de vencer largas y obstinadas resistencias que surgió a la luz el verdadero carácter de sus fantasías de persecución y su relación con la homosexualidad. Los deseos de amor anales surgieron más claramente en forma positiva, alternando con sus fantasías de persecución. Erna jugó una vez más a ser vendedora de tienda (vendía heces, y el significado inconsciente se hizo obvio porque al comienzo del juego tuvo que interrumpirlo para ir a defecar). Yo era la compradora y tenía que preferirla entre todas las demás vendedoras y pensar que sus mercancías eran especialmente buenas. Luego ella era la compradora y me amaba, representando de este modo su relación anal de amor entre ella y la madre. Estas fantasías anales fueron interrumpidas por crisis de depresión y odio contra mi, pero que en realidad eran dirigidas contra su madre. En conexión con esto, Erna produjo la fantasía de que una pulga que era de color negro y amarillo "mezclados", y que ella misma reconocía inmediatamente como un pedazo de hez que resultó ser peligrosa y envenenada, salió de mi ano y se abrió camino hasta el de ella y la dañó.

En el caso de Erna pude observar la presencia de fenómenos que nos son familiares como subyacentes a las ideas delirantes de persecución, es decir la transformación de amor en odio hacía el progenitor del mismo sexo y un aumento extraordinario del mecanismo de proyección. Sin embargo, un análisis posterior reveló el hecho de que debajo de la actitud homosexual de Erna, en un nivel más profundo, existía un intenso sentimiento de odio contra la madre, derivado de su primera situación edípica y de su sadismo oral.

Este odio tuvo como resultado una excesiva ansiedad, que a su vez fue el factor determinante de cada uno de los detalles de sus fantasías de persecución. Llegamos entonces a un nuevo grupo de fantasías sádicas que excedían en la intensidad de su sadismo a todo lo que vi en el análisis de Erna. Esta fue la parte más difícil del trabajo y puso a prueba la voluntad de Erna de cooperar, ya que estaban acompañadas de una extrema ansiedad. Su envidia oral de las gratificaciones genitales y orales, que ella suponía que sus padres gozaban durante las relaciones sexuales, resultaron ser los fundamentos más profundos de su odio. Expresó estos sentimientos de odio una y otra vez por medio de innumerables fantasías dirigidas directamente contra sus padres unidos en copulación. En estas fantasías los atacaba, y especialmente a su madre, por medio de excrementos, entre otras cosas; y lo que subyacía más profundamente en su temor a mis heces (la pulga), que ella creía que era empujada dentro de ella, eran sus propias fantasías, en las que destruía el interior de su madre con sus propias heces envenenadas y peligrosas.

Después que estas fantasías sádicas e impulsos pertenecientes a los más tempranos estadíos de desarrollo fueron analizados aun más, disminuyó la fijación homosexual de Erna en su madre y se acrecentaron sus impulsos heterosexuales.

 

Hasta ahora el factor esencial de sus fantasías había sido su actitud de odio y amor hacía su madre. Su padre representaba sólo un medio para el coito y sólo de ahí provenía su importancia en la relación madre-hija. En su imaginación, cada prueba de afecto de su madre a su padre, y en realidad su total relación hacía él, no tenía otro fin que defraudarla, ponerla celosa y enemistarla con su padre. Del mismo modo, en todas las fantasías en que ella privaba a su madre del padre y se casaba con él, el énfasis estaba siempre en el odio hacía su madre y en su deseo de mortificarla. Si en juegos de este tipo Erna era afectuosa con su esposo, pronto se veía que esta ternura era sólo aparente, con el objeto de herir los sentimientos de su rival. Al mismo tiempo que progresaba en su análisis, también mejoraron sus relaciones con el padre, y así comenzó a tener verdaderos sentimientos de naturaleza positiva. Ahora que la situación no estaba dominada tan completamente por el odio y el temor, se pudo establecer la relación edípica directa. Al mismo tiempo, la fijación de Erna en su madre disminuyó y mejoró su relación con ella, que había sido hasta entonces ambivalente.

Esta modificación en la actitud de la niña frente a sus padres se debió a los grandes cambios en su vida de ficción e instintiva. Su sadismo disminuyó y sus fantasías de persecución fueron menores en número e intensidad.

Se produjeron importantes cambios en su relación con la realidad, que se manifestaron entre otras cosas en una mayor infiltración de la realidad dentro de sus fantasías.

En este período del análisis, después de haber representado en el juego sus ideas de persecución, Erna decía a menudo con sorpresa: "Pero mamá realmente no pudo haber querido hacer esto. Realmente ella me quiere". Pero como su contacto con la realidad era mayor y su odio inconsciente a la madre se hizo consciente, comenzó a criticarla como persona real, con creciente libertad. Mejoraron al mismo tiempo sus relaciones con ella y aparecieron al mismo tiempo sentimientos maternales genuinos y tiernos frente a su hijo imaginario. Una vez, luego de haber sido cruel con él, me preguntó con voz profundamente emocionada: "¿Verdaderamente habré tratado a mis hijos así?" El análisis de sus ideas de persecución y la disminución de su ansiedad no sólo lograron afirmar su posición heterosexual sino que hicieron que las relaciones con su madre mejorara, aumentando sus propios sentimientos maternales.

Me gustaría decir aquí que, en mi opinión, la normalización de estas actitudes fundamentales que son las que permitirán más tarde al niño elegir su objeto amoroso y determinarán el curso total de su vida, es uno de los principios fundamentales del éxito del análisis de un niño.

La neurosis de Erna apareció muy temprano. Antes del año evidenció acentuados síntomas de enfermedad (debe hacerse notar que era mentalmente muy precoz). Desde entonces aumentaron las dificultades y entre los 2 y 3 años su crianza se transformó en un problema sin solución; su carácter ya era anormal y padecía de una franca neurosis obsesiva. Sin embargo, recién a los 4 años se percibió la naturaleza anormal de sus hábitos de chupeteo y masturbación. Se comprenderá, pues, que a los 6 años su neurosis obsesiva fuera ya crónica. En fotografías de sus 3 años ya se ve la misma expresión neurótica que se observaba en su rostro preocupado de los 6 años.

Querría dar al lector la impresión de lo excepcionalmente grave de este caso. Los síntomas obsesivos, que entre otras cosas privaban a la niña casi completamente del sueño, la depresión y otros signos de enfermedad, el anormal desarrollo de su carácter, eran sólo un débil reflejo de la anormal, incontrolable y extravagante vida instintiva subyacente. El pronóstico de una neurosis obsesiva como ésta, que desde años había tenido un carácter progresivo, era necesariamente grave. Puedo afirmar con seguridad absoluta que en un caso semejante la única posibilidad de curación está en un tratamiento psicoanalítico hecho a tiempo.

Entraré ahora a estudiar la estructura del caso con todo detalle. Los hábitos de limpieza de Erna no presentaron dificultad y se lograron tempranamente, cuando tenía un año. La severidad no fue necesaria; la ambición de esa niña precoz había sido un fuerte incentivo para la adquisición rápida de los hábitos de limpieza. Pero este éxito fue acompañado de un completo fracaso interno. Las tremendas fantasías anal-sádicas de Erna mostraron hasta qué punto estaba fijada en este estadío y cuánto odio y ambivalencia surgía de él. Un factor de este fracaso era la fuerte predisposición constitucional anal-sádica; pero otro factor que desempeñó un papel importante, ya señalado por Freud como uno de los factores de la predisposición a la neurosis obsesiva, fue el precoz desarrollo de su yo en comparación con el desarrollo de la libido. Además el análisis mostró otra faz crítica en el desarrollo de Erna que también se había cumplido con un aparente éxito externo. No había aceptado todavía el destete. Padeció también una tercera privación cuando tenía entre 6 y 9 meses: la madre advirtió el placer experimentado por la niña cuando limpiaban su cuerpo, especialmente los genitales y el ano. La hiperexcitabilidad de esta zona era evidente. La madre cuidó de ella con mayor discreción al lavar esas partes, siendo fácil de realizar cuanto mayor y más limpia se volvía la niña. Pero ésta, que había sentido la minuciosidad primera como una forma de seducción, sintió la reserva de su madre como una frustración. Los sentimientos de ser seducida, tras lo cual estaba el deseo de ser seducida, se repitieron constantemente en su vida. En cada relación, por ejemplo, con la niñera o con cualquier otra persona que se ocupaba de su educación, como también en el análisis, trataba de reproducir la situación de ser seducida o bien acusar de haber sido seducida. Analizando esta específica situación de transferencia fue posible seguir las huellas de su actitud hasta las situaciones más tempranas, es decir, hasta la experiencia de ser cuidada cuando era pequeña.

 

Así, en cada uno de los tres acontecimientos que llevaron a la producción de la neurosis de Erna, podemos discernir el papel desempeñado por los factores constitucionales. Ahora nos queda por ver de qué modo la experiencia de la escena primaria cuando tenía 2 años y medio, combinada con esos factores constitucionales, desencadenó el desarrollo de la neurosis. A los 2 años y medio, y otra vez a los 3 años y medio, compartió el dormitorio de sus padres durante un veraneo. Durante ese tiempo pudo observar el coito entre ellos. Los efectos de esto no sólo se observaron en el análisis, sino que se habían evidenciado externamente. Durante el veraneo en que hizo sus primeras observaciones se produjo en ella un cambio absolutamente desfavorable. El análisis mostró que el ver a sus padres copulando desencadenó la neurosis con toda su fuerza. Se intensificó su sentimiento de frustración y envidia en relación con sus padres y elevó a un punto agudo sus fantasías e impulsos sádicos frente a la gratificación sexual que ellos estaban obteniendo.

Los síntomas obsesivos de Erna fueron explicados como sigue. El carácter obsesivo de su chupeteo fue causado por fantasías de chupar, morder y devorar el pene de su padre y el pecho de su madre. El pene representaba a todo su padre y los pechos a toda su madre. Y además, como hemos visto, la cabeza, para su inconsciente, simbolizaba el pene. La acción de golpear la cabeza sobre la almohada tenía por objeto representar los movimientos del padre en el coito. Ella me dijo que durante la noche tenía miedo a ladrones y asaltantes no bien cesaba de golpear su cabeza. De este modo se liberaba de este temor identificándose ella misma con el objeto temido.

La estructura de su masturbación obsesiva fue muy complicada. Erna diferenciaba varias formas de masturbación: una presión de sus piernas que ella llamaba "ranking"* ; un movimiento de balanceo, ya mencionado, que llamaba "sculpting"· , y un tirón en el clítoris, llamado "juego del armario", del que ella "quería sacar algo muy largo". Más aun, solía provocar una presión en la vagina tirando la punta de la sábana entre sus piernas. Varias identificaciones actuaban en estas diferentes formas de masturbación, de acuerdo con las cuales, en las fantasías que las acompañaban, ella representaba el papel activo del padre o el pasivo de la madre, o ambos a la vez. Estas fantasías de masturbación de Erna, que eran muy fuertemente sado-masoquistas, mostraban una clara conexión con la escena primaria y con las fantasías primarias. Su sadismo estaba dirigido contra sus padres en el acto del coito, y como reacción a esto tenía fantasías correspondientes de carácter masoquista.

Durante una serie de horas analíticas Erna se masturbó de estas diferentes maneras. Debido a la transferencia bien establecida fue posible inducirla a describir estas fantasías de masturbación en los períodos de intervalo. De este modo pude descubrir las causas de su masturbación obsesiva y así librarla de ella. Los movimientos de balanceo, que comenzaron en la segunda mitad de su primer año de vida, surgieron de su deseo de ser masturbada y se originaron en las manipulaciones relacionadas con su toilette cuando era muy pequeña. Hubo un período del análisis durante el cual describía a sus padres copulando por medio de distintas formas de juego, y luego desahogaba su furia contra la frustración que esto involucraba. Durante esas escenas no dejó nunca de producir una situación en la que ella misma se balanceaba adoptando una postura entre acostada y sentada, exhibiéndose y eventualmente pidiéndome abiertamente que tocara sus genitales y a veces que los oliera. En esa época asombró una vez a su madre pidiéndole, después del baño, que levantara una de sus piernas y la palmeara o tocara debajo, tomando al mismo tiempo la posición de un niño al que empolvan sus genitales, posición que ella no había adoptado durante muchos años. La explicación de sus movimientos de balanceo llevaron a la completa cesación del síntoma obsesivo.

El síntoma más rebelde de Erna fue su inhibición para aprender. Era tan intensa, que a pesar de todos sus esfuerzos tardó 2 años en aprender lo que habitualmente los niños aprenden en pocos meses.

Esta dificultad se vio francamente disminuida en la última parte del análisis, y cuando concluí el tratamiento había sido reducida, aunque no completamente dominada.

Ya hemos hablado del favorable cambio que se efectuó en la relación de Erna con sus padres y en la posición general de su libido como resultado del análisis, y hemos visto cómo sólo gracias al análisis fue capaz de dar los primeros pasos hacía una adaptación social. Sus síntomas obsesivos desaparecieron (masturbación obsesiva, chupeteo, balanceo, etc.), no obstante haber sido tal su gravedad, que ocasionaron en parte su insomnio. Con su cura y la disminución de su ansiedad su sueño se hizo normal. Las crisis de depresión también desaparecieron.

A pesar de todos estos resultados favorables no consideré que el análisis estuviera completo cuando fue interrumpido por razones externas después de 575 horas de tratamiento, habiendo durado 2 años y medio. La extraordinaria gravedad del caso, que no sólo se manifestaba en los síntomas presentados por la niña sino en la deformación de su carácter y en su personalidad completamente anormal, hubiera exigido un análisis adicional con el objeto de eliminar las dificultades que aún tenía. Se interrumpió en un estadío insuficientemente estable, lo que se veía cuando frente a situaciones difíciles tenía una marcada tendencia a recaer en algunos de sus antiguos trastornos, aunque estas recaídas eran siempre más leves que en la situación primera. En estas circunstancias podía temerse siempre que en situaciones difíciles, o a la entrada de la pubertad, pudiese enfermar otra vez o manifestar otros trastornos.

 

Llegamos con esto a un problema de importancia capital, y es el de saber cuándo puede decirse que el análisis de un niño está terminado. En el período de latencia, por buenos que sean los resultados obtenidos y por más que satisfagan a la gente que rodea al niño, no podemos considerar esto como evidencia suficiente de que el análisis está terminado. He llegado a la conclusión de que aunque un análisis haya tenido un desarrollo bastante favorable durante el período de latencia, cosa ésta muy importante, no es una garantía suficiente de que el desarrollo futuro del paciente sea exitoso. La transición a la pubertad y de ésta a la madurez parecería ser la prueba de si el análisis de un niño ha sido suficiente o no. Más adelante, en el capítulo 6, ahondaremos este problema, pero quiero dejar sentado el hecho empírico de que el análisis asegura la futura estabilidad del niño en proporción directa con la cantidad de ansiedad que ha podido resolver en las más profundas capas mentales. En esto, y en el carácter de sus fantasías inconscientes, o más bien en los cambios que éstas han sufrido por el análisis, debemos encontrar un criterio que nos ayude a juzgar si un análisis ha sido suficiente.

Volvamos al caso de Erna. Como ya he dicho, al finalizar el análisis sus fantasías de persecución habían disminuido tanto en cantidad como en intensidad. En mi opinión, sin embargo, el sadismo y la ansiedad pudieron y deberían haber disminuido mucho más, con el objeto de prevenir una enfermedad en la pubertad o al entrar en la adultez. Ya que no fue posible en ese momento continuar el análisis, el completarlo se dejó para el futuro.

Trataré ahora algunos problemas relacionados con la historia de Erna y que son de importancia general; algunos de ellos surgieron del análisis de este caso. He encontrado que, en el análisis de Erna, el trato extenso de temas sexuales y la libertad concedida en los juegos y fantasías condujo a una disminución y no a un aumento de la excitación y preocupaciones en materia sexual. Erna era una niña cuya excesiva precocidad sexual chocaba a todo el mundo. No solamente su tipo de fantasías sino su conducta y modales eran los de una niña púber muy sensual. Esto se mostró en su conducta provocativa frente a hombres y muchachos. En este aspecto también mejoró su conducta durante el análisis, y al finalizar éste mostraba una naturaleza más infantil en todo sentido. Aun más, así, con el análisis de sus fantasías de masturbación desapareció su masturbación obsesiva.

Otro principio analítico que quiero subrayar aquí es la necesidad de hacer consciente, tanto cuanto sea posible, las dudas y críticas albergadas por el niño en su inconsciente en lo que se refiere a sus padres y especialmente a su vida sexual. Su actitud frente al ambiente también se beneficia con esto, haciendo emerger a la conciencia las quejas inconscientes y los juicios adversos, que al ser confrontados con la realidad pierden su virulencia originaria, permitiendo así una mejoría en su relación con la realidad. Además, la capacidad de criticar conscientemente a sus padres ya es, como lo mostró el caso de Erna, el resultado de una mejoría en su relación con la realidad .

Llegamos ahora a un problema técnico especial. Se ha dicho más de una vez que Erna tenía frecuentes ataques de rabia durante la hora de análisis. Estas crisis de furia e impulsos sádicos no pocas veces asumían formas convergentes hacia mí. En los neuróticos obsesivos es común el hecho de que el análisis libere fuertes afectos, y en los niños la liberación es más directa e incontrolable que en los adultos. Muy al comienzo del tratamiento hice comprender a Erna que no debía atacarme físicamente, pero que tenía libertad de descargar sus afectos de otro modo; acostumbraba así a romper sus juguetes o despedazarlos, a derribar las sillas, desparramar los almohadones, patear el sofá, volcar agua, ensuciar papel, ensuciar los muñecos o el lavatorio, injuriarme, etc., sin el menor impedimento de mi parte. Pero al mismo tiempo yo solía analizar su ira y lograba así disminuirla, esclareciéndola a veces por completo. En la técnica analítica hay tres maneras de manejar estos estallidos emocionales durante el tratamiento: 1) El niño tiene que dominar parte de sus afectos, pero se le debería exigir esto únicamente cuando la realidad lo exige; 2) Puede liberar estos afectos injuriando, o por los otros modos ya mencionados; 3) Estos afectos disminuyen y se aclaran por continuas interpretaciones, rehaciendo el camino desde la situación presente a la originaria. Claro que el tiempo empleado en estos métodos varía mucho. Por ejemplo, con Erna, desde el principio yo había tenido que idear el siguiente plan:

En una época acostumbraba a tener crisis de rabia cuando le decía que su hora había terminado, y entonces abría yo las dobles puertas de mi cuarto para que se refrenara, sabiendo que le era muy penoso que la persona que la venía a buscar viese cualquiera de estas explosiones. En este período, cuando Erna se iba, mí cuarto parecía un campo de batalla. Cuando el análisis estuvo más adelantado se satisfacía desparramando rápidamente todos los almohadones antes de irse, y algún tiempo después dejaba mi cuarto perfectamente tranquila. He aquí otro ejemplo, tomado del caso de Pedro (3 años y 9 meses), que en una época tuvo también fuertes crisis de rabia. En el último período de su análisis dijo espontáneamente señalando un juguete: "Me basta con pensar que he roto eso".

Conviene señalar acá que la insistencia con que el analista debe subrayar el ejercicio del control parcial de las emociones por parte del niño, regla que naturalmente el niño no siempre puede respetar, de ningún modo debe ser considerada como medida pedagógica. Tal exigencia se funda en las necesidades de las situaciones reales que puede comprender el niño más pequeño.

 

Del mismo modo hay ocasiones en las que yo no ejecuto en su totalidad todas las acciones que me han sido atribuidas en el juego, sobre la base de que su realización completa seria muy difícil o muy desagradable para mí.

Sin embargo, en tales casos, sigo las ideas del niño hasta donde sea posible. Es muy importante que el analista traduzca el mínimum de emoción posible frente a las crisis emocionales del niño.

Utilizaré ahora los datos obtenidos en este caso para ilustrar los puntos de vista teóricos obtenidos desde entonces y que desarrollaré en la segunda parte de este volumen. Las doradas lámparas de la locomotora, que eran para Erna "tan lindas, rojas y ardientes" y que ella chupaba, representaban el pene de su padre (así como el "algo largo y dorado" que ayudaba al capitán a salir del agua) tanto como el pecho de su madre. El sentimiento de culpa que acompañaba al acto de chupar se hizo evidente porque cuando yo representaba el papel de niño, el chupar esa lámpara era, según ella, mi falta más grave. El sentimiento de culpa puede ser explicado porque para ella chupar era también morder y devorar el pecho de la madre y el pene del padre. Quiero referirme aquí a mi creencia de que el proceso del destete, junto con los deseos del niño de incorporar el pene del padre y sus sentimientos de envidia y odio frente a la madre, son los que ponen en movimiento el complejo de Edipo. En la base de esta envidia está la primera teoría sexual infantil de que la madre, al copular con el padre, incorpora el pene de éste y lo retiene dentro de si.

En el caso de Erna comprobé que esta envidia era el punto central de su neurosis. Las agresiones que al comenzar el análisis ella realizaba en su papel de "tercera persona" contra la casa ocupada sólo por un hombre y una mujer, resultaron ser la descripción de sus impulsos destructivos contra el cuerpo de la madre y el pene del padre, que ella imaginaba en el interior de la primera. Estos impulsos, estimulados por la envidia oral de la niña, se expresaban en el juego de hundir un barco (su madre) y separar del capitán (su padre) la "cosa larga y dorada" y su cabeza, que lo hacía flotar, es decir, lo castraba cuando copulaba con la madre. Los detalles de sus fantasías de agresión mostraban lo intenso de su ingenio sádico para atacar el cuerpo de su madre. Ella quería, por ejemplo, transformar los excrementos en combustibles y explosivos para destrozarla. Esto se representaba en el incendio y destrucción de la casa y en la "explosión" de los que estaban dentro. El cortar papel (haciendo "picadillo" y "ensalada de ojos") representaba la completa destrucción de su padre en el acto sexual. El deseo de Erna de morder mi nariz y reducirla a flecos, era no sólo un ataque directo contra mí, sino también simbolizaba una agresión contra el pene incorporado de su padre, como se pudo ver en el material producido en conexión con esto.

Que Erna atacó el cuerpo de su madre no sólo con el fin de tomar y destrozar el pene del padre, sino también las heces y niños, se evidenció en las luchas que cada variedad de pescado, sucesivamente, despertaba entre la vendedora de pescado (su madre) y yo como la niña, en las que empleaba todos los recursos. Imaginaba, además, como hemos visto, que yo después de haber observado cómo ella y el policía batían juntos monedas y pescado, trataría de tomar el pescado por cualquier medio. El ver a sus padres en el acto sexual despertó en ella el deseo de robar el pene de su padre o cualquier otra cosa del interior de su madre. Recordarán que la reacción de Erna frente a su deseo de robar y destrozar completamente el cuerpo de su madre se expresó en el miedo que tuvo, después de luchar con la vendedora de pescado, de que una ladrona le robase todo cuanto tenía dentro de sí. Es este miedo el que he descripto en el capítulo 11 como perteneciente a las primeras situaciones de peligro en la niña y que equivale a la ansiedad de castración del varón. Quiero mencionar aquí la relación entre esta temprana situación de ansiedad de Erna y su extraordinaria inhibición para aprender, conexión que he encontrado después en otros análisis. Ya he señalado que en Erna se produjo un cambio de inhibición sólo después del análisis de las capas más profundas de su sadismo y de su temprana situación edípica. Su deseo de saber, fuertemente desarrollado, estaba tan intensamente enlazado con su intenso sadismo, que la defensa frente a este último la llevó a una completa inhibición de un número de actividades basadas en su deseo de aprender. La aritmética y la escritura representaban en su inconsciente violentos ataques contra el cuerpo de la madre y el pene del padre. Ellos significaban destrozar, cortar y quemar el cuerpo de su madre junto con los niños que contenía y castrar al padre. La lectura, también, como consecuencia de la ecuación simbólica entre el cuerpo de su madre y los libros, llegó a significar una violenta extirpación de sustancias, niños, etc., del interior de su madre.

Finalmente, haré uso de este caso para tratar otro punto al que, a través de mis experiencias posteriores, le atribuyo validez general. Creo que no sólo el carácter de las fantasías de Erna y sus relaciones con la realidad, típicas de los casos en los que actúan fuertes rasgos paranoides, sino también las causas subyacentes de estos rasgos paranoides y la homosexualidad a ellos asociada, son factores fundamentales en la etiología de la paranoia en general. En la segunda parte de este libro (cap. 9) discutiré este tema ampliamente. Aquí sólo he querido señalar con brevedad el hecho de haber descubierto rasgos fuertemente paranoides en varios análisis de niños, llegando así a la convicción de que una de las más importantes y prometedoras tareas en el análisis de niños es poner al descubierto y aclarar rasgos psicóticos en la primera infancia.

 

4. LA TÉCNICA DEL ANALISIS EN EL PERÍODO DE LATENCIA

Los niños presentan durante el período de latencia especiales dificultades al análisis. A diferencia del niño de corta edad, cuya imaginación viva y aguda ansiedad nos permiten ganar una comprensión más fácil de su inconsciente y tomar contacto con él, tienen una vida imaginativa muy limitada, de acuerdo con la poderosa tendencia a la represión que es característica de esta edad, mientras que si los comparamos con los adultos, su yo no está aún desarrollado y no tienen conciencia de enfermedad ni sienten la necesidad de ser curados, de modo que no poseen un estímulo para comenzar el análisis ni aliento para continuarlo. Se puede agregar a esto la actitud general de reserva y desconfianza tan típica de este período de la vida, actitud que en parte es resultado de su intensa preocupación por la lucha contra la masturbación, y que los hace profundamente adversos a todo aquello que tenga un dejo de averiguaciones sexuales o que afecte los impulsos que están controlando con tanta dificultad.

Los pacientes de esta edad no juegan como los niños pequeños ni proporcionan asociaciones verbales como los adultos. De este modo, el analista no encuentra un camino de acceso franco. Sin embargo, he encontrado que es posible establecer la situación analítica muy pronto tomando contacto con su inconsciente como lo hago con los niños de corta edad, pero desde un ángulo de acercamiento adaptado a sus mentes de niños mayores. El niño de corta edad está aun bajo la influencia poderosa e inmediata de sus fantasías y experiencias instintivas y las pone frente a nosotros desde el primer momento, de modo que ya en las primeras horas de análisis podemos interpretar sus representaciones de coito y sus fantasías sádicas; mientras que el niño en latencia ya ha desexualizado esas experiencias y fantasías en una forma más completa y las expresa de otro modo.

Los dos casos siguientes ilustrarán bien este tema. Grete, de 7 años, era una criatura muy reservada y limitada mentalmente. Tenía pronunciados rasgos esquizoides y era completamente inaccesible. Sin embargo, dibujaba figuras y producía representaciones primitivas de casas y árboles, dibujándolos una y otra vez de un modo obsesivo, primero las casas y después los árboles. De ciertas diferencias repetidas en el color y tamaño de las casas y árboles, y debido al orden en el cual eran dibujados, pude inferir que las casas la representaban a ella misma y a su madre y los árboles a su padre y a su hermano, y que ella estaba interesada en sus correspondientes relaciones.

En este momento comencé a interpretar y le dije que lo que a ella le interesaba era la diferencia de sexo entre su madre y su padre y entre su hermano y ella; y además la diferencia entre los adultos y los niños. Estuvo de acuerdo conmigo, y me mostró la impresión inmediata que le había causado la interpretación al hacer alteraciones en sus dibujos, que hasta entonces habían sido bastante monótonos. (Sin embargo, dejo constancia de que el análisis fue continuado por unos meses con la ayuda de los dibujos.)

En el caso de Inge, de 7 años, no pude encontrar un modo de acercamiento por varias horas. Sostuvo una conversación sobre la escuela y asuntos similares con alguna dificultad, y su actitud hacia mí era de mucha desconfianza y reserva. Demostró un poco más de interés cuando comenzó a hablarme de un poema que había leído en la escuela. Le parecía notable el hecho de que palabras largas hubieran alternado con cortas en dicha poesía. Un ratito antes había hablado de unos pájaros que había visto volar en un jardín, pero que no los había visto salir. Estas observaciones surgieron a continuación de señalar al pasar que una amiga y ella habían jugado a ciertos juegos de varones.

Le expliqué que había estado ocupada por el deseo de saber de dónde vienen los niños (los pájaros) y, además, de entender mejor la diferencia de sexo entre las mujeres y los varones (palabras largas y cortas; la habilidad comparada de niños y niñas). Mi interpretación tuvo el mismo efecto sobre Inge que sobre Grete. Se estableció el contacto, se enriqueció el material traído por ella y el análisis se puso en marcha.

En éste y en otros casos vemos la curiosidad reprimida dominando el cuadro. Si en nuestros análisis del período de latencia elegimos este punto para hacer nuestra primera interpretación -por lo cual, claro, yo no quiero significar explicaciones en el sentido intelectual, sino sólo interpretaciones del material a medida que surge bajo la forma de dudas y temores o conocimientos inconscientes, o teorías sexuales, etc.-, pronto nos encontramos con un sentimiento de culpa y ansiedad en el niño y de este modo habremos establecido la situación analítica.

El efecto de la interpretación, que depende de haber suprimido cierta cantidad de represiones, se manifiesta de varias maneras:

1. Se establece la situación analítica.

2. La imaginación del niño se torna más libre. Sus medios de representación crecen en riqueza y extensión; su lenguaje es más rico y sus relatos están más llenos de fantasías.

3. El niño no sólo siente alivio, sino que llega a una cierta comprensión del propósito del trabajo analítico, lo que es análogo a la conciencia de enfermedad en el adulto.

 

De esta manera, la interpretación conduce gradualmente a vencer las dificultades mencionadas al principio de este capítulo, que son obstáculos para comenzar y llevar a cabo los análisis durante el período de latencia.

Durante este período, de acuerdo con la más intensa represión de la imaginación y con su yo más desarrollado, los juegos del niño se adaptan más a la realidad y son menos imaginativos que los de un niño de corta edad. En sus juegos con el agua, por ejemplo, no encontramos una representación directa de sus deseos orales, o de mojar y ensuciar, como en los niños más pequeños, sino que, más bien, sus ocupaciones siguen en gran parte a las tendencias reactivas y toman formas racionalizadas, como cocinar, limpiar, etc. La gran importancia del elemento racional en el juego de los niños de esta edad se debe, creo, no sólo a una mayor intensidad de la represión de la imaginación, sino a un exagerado énfasis obsesivo sobre la realidad, que está ligado a las condiciones especiales de desarrollo de este período.

Al tratar con casos típicos de este período, vemos una y otra vez cómo el yo del niño, que es aun mucho más débil que el del adulto, trata de fortificar su posición colocando todas sus energías al servicio de las tendencias represoras y manteniéndose unido a la realidad. Nuestro trabajo analítico se opone a todas las tendencias del yo del niño, y ésa es la razón, creo, por la cual nosotros no deberíamos al comienzo esperar ayuda de su yo, sino que tendríamos que tratar de establecer primero comunicación con su sistema inconsciente y, de ahí, gradualmente, ganar también la cooperación de su yo.

Como contraste con los niños pequeños, quienes por regla general tienden a jugar con juguetes al comienzo del análisis, los niños en período de latencia muy pronto comienzan a representar roles.

He jugado con niños de cinco a diez años a juegos de esta clase, que han sido continuados hora tras hora durante períodos de semanas y meses, y un juego sólo era reemplazado por otro, cuando todos sus detalles y conexiones eran explicados por el análisis. El juego siguiente, por lo común, despliega las mismas fantasías complejas en otras formas y con nuevos detalles, que conducen a conexiones más profundas. Inge, de 7 años, por ejemplo, podría ser descripta como una niña normal, en general, a pesar de ciertas perturbaciones cuya extensión fue revelada sólo por el análisis. Durante un período considerable, jugó cierto juego de oficina conmigo: ella era el gerente, quien daba órdenes de todas clases, dictaba cartas, las escribía, hecho que contrastaba con su inhibición fuerte para aprender y escribir. En esto, su deseo de ser un hombre era muy fácil de reconocer. Un día abandonó este juego y comenzó a jugar a la escuela conmigo. (Debe notarse que no sólo encontraba las lecciones difíciles y desagradables, sino que también sentía profunda aversión por la escuela.) Entonces, jugó a la escuela durante un lapso bastante largo. Ella era la maestra y yo la alumna, y la clase de errores que ella me hizo hacer, arrojaron bastante luz sobre las causas de su propio fracaso en la escuela. Resultó que, como era la más chica en su casa, encontró, a pesar de que las apariencias señalaban lo contrarío, muy difícil tolerar la superioridad de sus hermanas y hermanos mayores, y cuando asistió a la escuela, sintió que se reproducía la misma situación. La razón última por la cual no podía tolerar esa superioridad y no podía soportar aprender en la escuela más tarde, era que sus propios deseos por los conocimientos habían sido reprimidos y no satisfechos en una época muy temprana, como lo mostraron los detalles de las lecciones dadas por ella, como maestra.

Hemos visto cómo Inge hizo primero una amplia identificación con su padre (como lo mostró el juego en el cual ella era el gerente), y luego con su madre (como lo mostró el juego en el cual ella era la maestra y yo el alumno). En el juego siguiente, ella era una vendedora de una juguetería y yo tenía que comprarle toda clase de cosas para mis hijos, tales como lapiceras fuentes, lápices, etc., para hacerlos más rápidos e inteligentes. Las cosas vendidas eran todas símbolos del pene y mostraban que era eso lo que quería que su madre le diera. La satisfacción de deseos en este juego, en el cual era nuevamente predominante la actitud homosexual de la pequeña niña y el complejo de castración, era que su madre le diera el pene de su padre, de modo que con su ayuda pudiera suplantar a su padre y ganar el amor de su madre. En el desarrollo adicional del juego, sin embargo, prefirió venderme, como su cliente, cosas para comer para mis hijos, y resultó evidente que el pene de su padre y los pechos de su madre eran los objetos de sus deseos orales más profundos, y que eran las frustraciones orales las que se encontraban en el fondo de sus trastornos, en general, y en su dificultad referente al aprendizaje en la escuela, en particular.

Debido a sus sentimientos de culpa, ligados a la introyección oral-sádica de los pechos de su madre, Inge, desde una época muy temprana, había considerado su frustración oral como un castigo. Sus impulsos agresivos contra su madre, que surgieron de la situación edípica, y sus deseos de robarle sus hijos habían fortificado este temprano sentimiento de culpa, y la habían conducido a un temor a su madre, muy hondo aunque oculto. Esta era la razón por la cual no era capaz de mantener su posición femenina y trataba de identificarse con su padre. Pero tampoco fue capaz de aceptar la posición homosexual debido a un temor excesivo a su padre, cuyo pene quería robar. A esto se agregaba su sentimiento de ser inhábil para hacer, como consecuencia de su inhabilidad para conocer (la temprana frustración de su deseo de saber), a lo que contribuyó su posición como la más pequeña de la casa. Fracasó, por consiguiente, en la escuela, en las actividades que correspondían a sus componentes masculinos; y desde que no pudo mantener su posición femenina -que involucraba la concepción y dar a luz hijos en la fantasía- no fue capaz de desarrollar sublimaciones femeninas derivadas de esta posición. Debido a su ansiedad y sentimiento de culpa, además, también fracasó en la relación de hija a madre (y en su relación con la maestra de escuela) desde que ella, inconscientemente, equiparaba la absorción de conocimiento con la gratificación de sus deseos oral-sádicos, y esto implicaba la destrucción de los pechos de la madre y del pene del padre.

 

Mientras que en la realidad Inge era una fracasada, en la imaginación actuaba todos los papeles. Así, en el juego que he descripto, en el cual ella tomaba la parte del gerente, representaba sus éxitos en el papel del padre; como maestra de escuela, tenía numerosas criaturas y al mismo tiempo cambiaba su papel de hija menor por el de la de más edad e inteligencia; mientras que en el juego de vendedora de juguetes y alimentos, no sólo estaba en una posición superior, sino que compensaba las frustraciones orales sufridas cuando bebé.

He expuesto este caso para mostrar cómo, para descubrir las conexiones psicológicas fundamentales, tenemos que investigar no sólo los detalles de un juego determinado, sino también la razón por la cual un juego es cambiado por otro. He encontrado a menudo que este cambio de juegos nos permite una percepción de la naturaleza interior de las causas de los cambios de una posición psicológica a otra, o de las fluctuaciones entre estas posiciones, y de ahí la del juego dinámico de las fuerzas mentales.

El caso siguiente nos da oportunidad de demostrar la aplicación de una técnica mixta. Kenneth, de 9 años y medio, era un niño muy infantil para su edad y me fue enviado para ser analizado por presentar varias dificultades. Era miedoso, vergonzoso, seriamente inhibido, y sufría una gran ansiedad. Desde edad temprana sufría de una acentuada cavilación mórbida. Era un completo fracasado en sus lecciones; sus conocimientos de las materias escolares eran los de una criatura de 7 años. En su casa era de temperamento fuertemente agresivo, insolente e intratable. Su interés en temas sexuales, no sublimado y aparentemente no inhibido, era fuera de lo común; usaba preferentemente palabras obscenas, se exhibía y se masturbaba de un modo extraordinariamente desvergonzado para una criatura de su edad.

La historia previa del niño era, brevemente, como sigue: A una edad muy temprana había sido seducido por su niñera. El recuerdo era totalmente consciente, y las circunstancias fueron conocidas por la madre, más tarde. Según ella, la niñera, María, había sido muy afecta al niño, pero muy severa en lo que se refería a su higiene. El recuerdo de Kenneth de haber sido seducido se remontaba al comienzo de su quinto año, pero es seguro que se llevó a cabo mucho antes. El refirió, aparentemente con placer y sin inhibición alguna, que su niñera acostumbraba a llevarlo con ella, cuando se bañaba, y le pedía que frotara sus órganos genitales. Aparte de esto, decía de ella sólo cosas buenas; aseguraba que lo quería y por mucho tiempo negó que lo hubiese tratado severamente. Al comienzo del análisis nos relató un sueño que había soñado repetidamente desde los 5 años: "Estaba tocando los órganos genitales a una mujer desconocida y masturbándola".

Su temor hacía mí surgió en la primera hora. Tuvo un sueño de ansiedad poco después del comienzo del análisis, en el cual "repentinamente un hombre estaba sentado en mi silla, ocupando mi lugar. Yo entonces me desvestí y él se horrorizó al ver que yo tenía un genital viril extraordinariamente grande". En conexión con la interpretación de este sueño surgió una cantidad de material referente a su teoría sexual de "la madre con pene", una imagen mental que, como lo probó el análisis, había personificado en María. Evidenció haberle temido cuando era un niño pequeño, porque le había pegado fuertemente, pero él era incapaz de admitir este hecho, hasta que otro sueño, posteriormente, le hizo cambiar su actitud. A pesar de ser desde varios puntos de vista muy infantil, Kenneth adquirió rápidamente la comprensión del objeto y la necesidad del análisis. Acostumbraba a ofrecer asociaciones propias de niños de más edad, y voluntariamente permanecía a veces acostado mientras las decía. La mayor parte de su análisis tuvo este curso. Pronto agregó a este material verbal un suplemento de acción. Tomaba algunos lápices de la mesa y con ellos representaba gente. Otras veces traía broches para papeles, los que también se convertían en personas y se peleaban. Otras veces los hacía actuar como proyectiles o hacía construcciones con ellos. Todo esto se llevaba a cabo en el sofá en el que estaba tendido.

Finalmente descubrió una caja de cubos sobre el parapeto de la ventana y trajo la pequeña mesa de juego hasta el sofá, acompañando sus asociaciones con representaciones por medio de los cubos.

 

El segundo sueño de Kenneth significó un paso adelante en el análisis, y relataré de él lo necesario para ilustrar la técnica empleada. "Estaba en el baño orinando; un hombre entró y disparó una bala que le pegó en la oreja y ésta se cayó". Mientras me contaba el sueño, Kenneth llevó a cabo operaciones con los cubos que él me explicó así: El, su padre, su hermano, su niñera María, eran representados cada uno por un cubo. Todos ellos yacían dormidos en diferentes cuartos (las paredes también estaban representadas por cubos). María se levantó, tomó un palo grande (otro cubo) y vino hacia él. Ella le iba a hacer algo porque él, de algún modo, se había portado mal (resultó ser que se había masturbado y orinado). Mientras ella le pegaba con el bastón él comenzó a masturbarla, y ella enseguida dejó de pegarle. Cuando comenzó a pegarle otra vez, él volvió a masturbarla y ella se detuvo; y este proceso fue repetido una y otra vez, hasta que al fin, a pesar de todo, ella lo amenazó con matarlo con su bastón. Entonces su hermano vino a salvarlo.

Kenneth se sorprendió grandemente cuando, por fin, percibió en el juego y las asociaciones que él, realmente, había tenido miedo a María. Al mismo tiempo, parte del miedo a sus padres se había hecho consciente. Sus asociaciones mostraban claramente que detrás del miedo por María asomaba el miedo a una madre mala asociada con el padre castrador. Este último estaba representado en el sueño por el hombre que apuntó a la oreja en el cuarto de baño, el mismo lugar en que él a menudo había masturbado a su niñera.

El miedo de Kenneth hacia sus dos padres unidos contra él y copulando continuamente, probaba ser muy importante en el análisis. Fue solamente después que hice observaciones de esta índole en otros casos, que comprendí el hecho de que el miedo a "la mujer con pene" se basa en una teoría sexual que aparece en etapas muy tempranas del desarrollo y según la cual la madre incorpora el pene del padre en el acto del coito, y, en último término, la mujer con pene representa los dos padres unidos. Ilustraré esto con el material en discusión. En el sueño, Kenneth fue primeramente atacado por un hombre, pero luego, en sus juegos, fue María la que lo atacó. Ella representaba, como mostraban sus asociaciones, no sólo la mujer con pene, sino también su madre unida a su padre. En esta figura, el padre, que antes había aparecido como un hombre, ahora era representado solo por el pene, es decir, por el palo con el cual María le pegó. Puedo señalar aquí la similitud entre la técnica de los análisis tempranos y la técnica de juego que se emplea en ciertos casos con niños de más edad. Kenneth había hecho consciente una importante parte de su primera infancia por medio del juego con cubos. A medida que su análisis avanzaba solía producirse un retorno de su ansiedad, y entonces sólo podía comunicarme sus asociaciones si las completaba por medio de representaciones con cubos (en realidad, no era raro que cuando su ansiedad volvía le faltaran palabras, y lo único que podía hacer era jugar). Después que su ansiedad disminuyó con la interpretación, fue capaz de hablar más libremente.

Otro ejemplo de la modificación de la técnica es el método que adopté con Werner, un niño de 9 años, neurótico obsesivo. Este niño, cuya conducta en muchos aspectos era la de un adulto obsesivo y en el que había una marcada cavilación mórbida, sufría también de fuerte ansiedad que se manifestaba por una gran irritabilidad y crisis de rabia. Una gran parte de su análisis se llevó a cabo por medio de juguetes y con ayuda de dibujos. Estaba obligada a sentarme a su lado en la mesa de juegos y a jugar con él mucho más de lo común, aun tratándose de niños más pequeños. En algunas ocasiones yo tenía que efectuar las acciones del juego por mí misma, bajo su dirección. Por ejemplo, tuve que construir con los cubos, mover los carros, etc., mientras que él sólo dirigía mis acciones. La razón que dio para esto era que sus manos, a veces, temblaban mucho, de modo que él no podía colocar los juguetes en su lugar, pues los tumbaría o echaría a perder el arreglo. El temblor era signo de un acceso de ansiedad. En la mayoría de los casos podía amortiguar el ataque continuando el juego como él deseaba y, al mismo tiempo, interpretando, en relación a su ansiedad, el significado de mis acciones. Parece que el temor a su propia agresividad y su incredulidad en su capacidad de amar le había hecho perder toda esperanza de restaurar a sus padres, hermanos y hermanas, a quienes, en su imaginación, había atacado y dañado. De aquí su temor a, por accidente, tumbar los cubos y cosas que habían sido construidas. La desconfianza a sus propias tendencias constructivas y a su habilidad de reconstruir lo que había destruido era una de las causas de su severa inhibición en el trabajo y el juego.

Después que su ansiedad fue resuelta en su mayor parte, Werner jugaba sus juegos sin mi ayuda. Hizo una buena cantidad de dibujos y dio abundantes asociaciones a ellos. En 1a última parte de su análisis produjo material, principalmente en forma de asociaciones libres. Tendido en el sofá -posición que, a igual que Kenneth prefería para dar sus asociaciones- me narraba continuas fantasías de aventuras en las que jugaban el papel más importante aparatos y artefactos mecánicos. En estos cuentos, el material que antes había sido representado en sus dibujos aparecía nuevamente, pero enriquecido por muchos detalles. La intensa y aguda ansiedad de Werner se expresaba en su mayor parte, como ya he dicho, por medio de ataques de rabia y agresividad y en una actitud dominadora, desafiante y de crítica. No tenía conciencia de su enfermedad e insistía en que no había razón para continuar el análisis y, por un período largo, cuando surgían resistencias se comportaba conmigo de un modo insolente e irritado. En su casa era también un niño difícil de manejar, y sus padres casi no hubieran podido inducirlo a seguir el tratamiento si yo muy pronto no hubiese logrado resolver su ansiedad, poco a poco, por el análisis, hasta que las manifestaciones de resistencia al tratamiento se limitaron a la hora de análisis.

 

Ahora llegamos a un caso que presentó excepcionales dificultades técnicas. Egon, de 9 años y medio, no evidenciaba síntomas definidos, pero su aspecto general producía una impresión poco tranquilizadora. Era completamente "cerrado", aun con las personas más cercanas a él; hablaba sólo cuando era estrictamente necesario, casi no tenía vínculos sentimentales, carecía de amigos y nada le interesaba o agradaba; era, en verdad, un buen escolar, pero, como lo demostró el análisis, sólo sobre una base obsesiva. Cuando se le preguntaba si algo le gustaba o no, su contestación estereotipada era siempre "me es indiferente". La expresión tensa y poco infantil de su cara y la dureza de sus movimientos eran muy notables. Su alejamiento de la realidad llegó a tal extremo que no veía lo que sucedía a su alrededor y no reconocía a sus amistades cuando las encontraba. El análisis reveló la presencia de fuertes rasgos psicóticos, en aumento constante, que muy posiblemente lo hubiesen llevado a una esquizofrenia en la pubertad. He aquí el breve resumen de la historia previa del niño. Cuando tenía alrededor de 4 años su padre lo había amenazado repetidamente por haberse masturbado y le había dicho que siempre debería confesar cuando lo hiciera. Estas amenazas fueron seguidas de acentuados cambios de carácter. Comenzó a mentir y a tener frecuentes ataques de rabia. Más tarde su agresividad pasó a segundo plano y, en cambio, toda su actitud general fue indiferente, de oposición pasiva y de alejamiento del mundo externo.

Comencé por conseguir que Egon se tendiera sobre el sofá (esto lo tuvo sin cuidado y, en apariencia, lo prefirió a jugar), y durante varias semanas traté, por los varios métodos comunes, de comenzar el tratamiento, hasta que me vi obligada a reconocer que mis intentos por esos medios estaban condenados al fracaso. Fue claro para mí que las dificultades del niño en hablar estaban tan arraigadas, que mi primera labor era vencerlas por el análisis. Al notar que el escaso material que hasta entonces había podido conseguir de él era en su mayoría deducido del modo en que jugaba con sus dedos mientras pronunciaba unas palabras -que no llegaron a más de unas pocas oraciones en una hora-, comprendí que era necesario que me ayudara con la acción, y por consiguiente le pregunté una vez más si después de todo no le interesaría jugar con mis pequeños juguetes. Dio su acostumbrada contestación: "Me es indiferente". Sin embargo miró las cosas de la mesa de juego, y a continuación se ocupó de los carritos, y sólo de ellos. Entonces comenzó un juego monótono que ocupó toda su hora varias semanas. Egon hacía correr los carritos sobre la mesa y luego los hacía caer en mi dirección. Me di cuenta, por su mirada, que yo debía levantarlos y empujarlos nuevamente hacia él. Para distanciarme del papel de padre escudriñador, contra el cual se dirigía su oposición, jugué con él durante semanas, en silencio, y no hice interpretaciones, tratando sencillamente, de establecer rapport jugando con él. Durante todo este tiempo los detalles del juego fueron siempre iguales, pero (aunque era monótono y es claro muy cansador para mí) había muchos pequeños puntos dignos de ser anotados. Parece que en su caso, como en todos los análisis de varones, hacer mover un carro significa masturbación y coito, hacer que los carros choquen significa coito, y la comparación de un carro mas grande con uno pequeño significa rivalidad con su padre o con el pene de su padre.

Cuando después de algunas semanas expliqué este material a Egon, en relación con lo ya conocido tuvo un importante efecto en dos direcciones. En la casa se asombraban sus padres por su conducta más libre, y en el análisis mostró lo que he encontrado es una reacción típica a una buena interpretación. Comenzó a agregar nuevos detalles a su monótono juego, detalles que al principio sólo se advertían después de una profunda observación, pero que a medida que el tiempo pasaba fueron más y más evidentes, hasta que finalmente se produjo un completo cambio en el juego. Del simple empujar los carritos, Egon pasó a un juego de construcción, cada vez con más habilidad. Comenzó a apilar los carritos unos sobre otros hasta una gran altura y a competir conmigo en esto. Entonces procedió por primera vez a usar los cubos, y muy pronto evidenció que todo lo que él construyera, por más hábilmente que disfrazara el hecho, eran seres humanos o genitales de ambos sexos. De la construcción, Egon pasó a una forma de dibujar notable. Sin mirar el papel, hacía girar el lápiz entre sus dos manos y así dibujaba líneas. De estos garabatos, él mismo descifraba formas, y éstas siempre representaban cabezas, entre las cuales él mismo podía distinguir con claridad las femeninas y las masculinas. En los detalles de estas cabezas y en sus mutuas relaciones muy pronto reapareció el material que había surgido en su primer juego, es decir, su incertidumbre sobre la diferencia entre los sexos y sobre el coito entre sus padres; las preguntas relacionadas en su mente con este tema, las fantasías en las cuales él -como un tercero- desempeñaba una parte en el coito de sus padres, etc. Pero su odio y sus impulsos destructivos también se evidenciaron al recortar y cortar en pedacitos esas cabezas, que también representaban a los hijos en el cuerpo de su madre y a sus mismos padres. Sólo ahora llegamos al significado completo de las pilas de carritos tan altas como fuera posible. Representaban el cuerpo preñado de su madre, por lo que él la había envidiado y cuyos contenidos deseaba robar. Tenía un poderoso sentimiento de rivalidad hacia su madre, y su deseo de robarle el pene del padre y sus hijos lo había llevado a un vivo temor de ella. Más tarde, estas representaciones fueron suplementadas por los recortes, en los cuales adquirió bastante habilidad. Lo mismo que en sus actividades de construir, las formas que él recortaba representaban sólo seres humanos. El modo de poner en contacto estas formas unas con otras, sus tamaños diferentes, el que representaran hombres o mujeres, el que tuvieran partes de más o de menos, cuándo y cómo comenzó a cortarlas en pedacitos, todo esto nos llevó al fondo de su complejo de Edipo, tanto directo como invertido. La rivalidad con su madre, basada en su poderosa y pasiva actitud homosexual, y la ansiedad que por eso sentía, tanto en relación con su madre como con su padre, fue más y más evidente. Su odio por su hermano y hermanas y los impulsos destructivos que había tenido hacia ellos cuando su madre estaba encinta, se manifestaron en el recorte de formas que él reconocía como representación de seres humanos pequeños e incompletos. También aquí el orden en que jugaba sus juegos era importante. Después de recortar y cortar en pedazos, solía comenzar a construir, como un acto de restauración, y del mismo modo procedía a decorar en exceso las figuras que había recortado, impulsado por tendencias reactivas. En todas estas representaciones, sin embargo, siempre reaparecían sus interrogantes y curiosidad intensa y tempranamente reprimidos, que resultaron ser un factor importante en su incapacidad para hablar, en su carácter hermético y su falta de interés.

 

La inhibición de Egon en sus juegos databa de la edad de cuatro años, y, en parte, de una época más temprana aún. Había comenzado a hacer construcciones antes de los tres años y a cortar papel algo más tarde, pero sólo por un corto período, y aun entonces sólo había recortado cabezas. Nunca había dibujado, y después de los cuatro años de edad no encontró placer en ninguna de estas actividades. Lo que aparecía ahora, entonces, eran sublimaciones rescatadas de profundas represiones, en parte en forma de restablecimiento y en parte como creaciones nuevas, y la forma infantil y completamente primitiva en la que se dedicaba a estas actividades realmente correspondían a las de una criatura normal de tres o cuatro años. Se puede asegurar que, simultáneamente con estos cambios, todo el carácter del niño mejoró.

Sin embargo, la inhibición en el habla por mucho tiempo se alivió sólo muy levemente. Es verdad que gradualmente comenzó a contestar las preguntas que yo le hacía durante los juegos de una manera más completa y libre, pero, por el otro lado, me fue imposible por mucho tiempo conseguir que diera libres asociaciones de la clase común en los niños de más edad. Recién después de mucho tiempo y durante la última parte de su tratamiento, que ocupó 425 horas en total, reconocimos y exploramos los factores paranoides que eran la razón fundamental de su inhibición del habla, que entonces fue suprimida por completo.

A medida que su ansiedad disminuyó, comenzó por sí solo a darme asociaciones aisladas, por medio de la escritura. Más tarde solía susurrarlas y hacer que yo le contestara en voz baja. Resultaba más y más claro que temía ser oído por alguna persona en la habitación, y había algunas partes de ésta a las que nunca se acercaba de modo alguno. Si, por ejemplo, su pelota había rodado debajo del sofá o de los estantes o a un rincón oscuro, yo tenía que buscársela, mientras que a medida que su ansiedad crecía asumía nuevamente la misma postura rígida y expresión fija que habían sido tan acentuadas al comienzo del análisis. Resultó que él sospechaba la presencia de ocultos perseguidores que lo observaban desde todos esos lugares y aun desde el techo, y sus temores de persecución retrocedían en último término hasta su temor de los muchos penes dentro del cuerpo de su madre y del suyo propio. Este temor paranoico del pene como perseguidor había sido aumentado por la actitud de su padre al observarlo y hacerle preguntas relacionadas con la masturbación, y lo había hecho alejar también de su madre, ya que estaba aliada a su padre (la mujer con pene). A medida que su creencia en una madre "buena" se hizo más fuerte, me trató más y más como una aliada y como una protección contra sus perseguidores, que le amenazaban de todas partes. Sólo cuando decreció su ansiedad a este respecto y disminuyó su cálculo sobre el número y peligrosidad de los perseguidores, fue capaz de hablar y moverse con más libertad.

La última parte del tratamiento de Egon fue casi exclusivamente conducida mediante asociaciones libres. No dudo de que yo tuve éxito al tratar y curar a este niño por haber sido capaz de lograr acceso a su inconsciente con la ayuda de la técnica de juegos empleada para niños pequeños. Me parece dudoso que hubiera sido posible hacerlo en una edad más tardía. Aunque es verdad que, en general, hacemos mucho uso de asociaciones verbales al tratar con niños en período de latencia, sin embargo, en muchos casos, sólo lo podemos hacer de un modo distinto al usado con los adultos. Con niños como Kenneth, por ejemplo, quien prontamente reconoció la ayuda dada por el psicoanálisis y se dio cuenta de que lo necesitaba, y aun con otros más jóvenes, como Erna, cuyo deseo de curarse era muy fuerte, fue posible desde el comienzo preguntar algunas veces: "¿En qué piensa ahora?" Pero con muchos niños menores de nueve o diez años sería inútil hacer esa pregunta. El modo de preguntar a un niño debe descubrirse en conexión con sus juegos y asociaciones.

Si observamos el juego de un niño bastante pequeño, pronto veremos que los ladrillitos, pedazos de papel, y en realidad todos los objetos a su alrededor, son en su imaginación símbolos de otras cosas. Si le preguntamos: "¿Qué es eso?" mientras está ocupado con esos objetos (es verdad que antes es necesario haber hecho una buena cantidad de análisis y haber establecido la transferencia), descubriremos mucho. Nos dirán, a menudo, por ejemplo, que las piedras en el agua son niños que quieren llegar a la orilla o personas peleándose. La pregunta: "¿Qué es eso?" llevará naturalmente a la siguiente pregunta: "¿Qué están haciendo?" o "¿Dónde están ahora?", etc. Tenemos que extraer las asociaciones de niños mayores en un modo similar aunque un tanto modificado, pero esto, por regla general, puede conseguirse sólo cuando la represión de la imaginación y la desconfianza, que son tanto más fuertes en ellos, han sido disminuidas por cierto tiempo de análisis y la situación analítica ha sido establecida.

Volvemos al análisis de Inge, niñita de siete años. Cuando jugaba como gerente de oficina, escribiendo cartas, distribuyendo trabajo, etc., una vez le pregunté: "¿Qué contiene esta carta?" y ella respondió con prontitud: "Usted lo sabrá cuando le llegue". Cuando la recibí, encontré que sólo contenía garabatos. De modo que poco después le dije: "El Sr. X... (que también figuraba en el juego) me ha pedido que le pregunte a usted qué contiene esa carta, ya que él debe saberlo, y estará muy agradecido si usted se la lee por teléfono". Entonces me contó sin ninguna dificultad todo el contenido imaginario de la carta y al mismo tiempo me dio un número de asociaciones que esclarecieron muchas cosas. En otra ocasión tuve que fingir ser un médico. Cuando le pregunté qué le pasaba, contestó: "que eso no tenía importancia". Luego comencé una correcta consulta actuando con ella como un médico, y le dije: "Ahora, señora, usted me debe decir exactamente dónde siente los dolores". De aquí surgieron otras preguntas: por qué se había enfermado, cuándo había comenzado la enfermedad, etc. Presentadas en esta forma, ella contestaba mis preguntas con gusto, y ya que jugó muchas veces seguidas como enferma, yo conseguí abundante y profundo material oculto sobre este tema. Y cuando los papeles fueron trocados y ella fue el doctor y yo la enferma, el consejo médico que ella me dio me suministró aun más información.

 

De lo que se ha dicho en este capítulo, resulta que al tratar con niños en período de latencia es esencial, sobre todo, establecer contacto con sus fantasías inconscientes, y esto se hace al interpretar el contenido simbólico de su material en relación a su ansiedad y sentimiento de culpa. Pero, ya que la represión de la imaginación en este período del desarrollo es mucho más severa que en períodos más tempranos, a menudo tenemos que buscar acceso al inconsciente a través de representaciones que en apariencia están por completo desprovistas de fantasías. También tenemos, en análisis típicos del período de latencia, que estar preparados a encontrar que sólo es posible resolver las represiones del niño y libertar su imaginación, paso a paso y con mucho trabajo. En muchos casos, después de semanas y aun meses, parece que nada de lo que se realiza en las sesiones nos ofrece un material psicológico. Todo lo que conseguimos, por ejemplo, son informes de los diarios, explicaciones del contenido de libros, cuentos monótonos de la escuela. Más aun, tales actividades monótonas, como dibujo obsesivo, construcción, costura o hacer cosas -especialmente cuando conseguimos pocas asociaciones parece no ofrecer ningún medio de acercamiento a la vida de la imaginación. Pero sólo necesitamos recordar los ejemplos de Grete y Egon para tener presente que aun actividades y conversaciones tan completamente desprovistas de fantasías como éstas, en realidad abren el camino al inconsciente, si no las consideramos como expresiones de resistencia sino como material real. Prestando suficiente atención a pequeñas indicaciones y tomando como nuestro punto de partida para la interpretación la conexión entre el simbolismo, el sentimiento de culpa y la ansiedad, que acompañan esas representaciones, siempre encontraremos oportunidad de comenzar y efectuar la labor analítica.

Pero el hecho de que en análisis de niños nos pongamos en comunicación con el inconsciente antes de haber establecido una amplia relación con el yo, no quiere decir que hemos excluido al yo de participar en el trabajo analítico. Cualquier exclusión de esta clase sería imposible, sabiendo que el yo está en íntima relación con el ello y el superyó y que sólo podemos conseguir acceso al inconsciente a través de él. Sin embargo, el análisis no se aplica al yo como tal (como lo hacen los métodos educativos), sino que sólo busca abrir un camino al inconsciente, sistema que es decisivo para la formación del yo.

Volvamos a nuestros ejemplos una vez más. Como ya hemos visto, el análisis de Grete, de siete años de edad, fue en su casi totalidad llevado a cabo por medio de dibujos. Durante largo tiempo, como se recordará, ella solía dibujar casas y árboles de varios tamaños, alternativamente, de un modo obsesivo. Comenzando con estos dibujos sin imaginación y obsesivos, hubiera podido tratar de estimular su fantasía y relacionarla con otras actividades de su yo, del mismo modo que lo hubiera hecho una maestra comprensiva. Hubiera podido conseguir que ella deseara decorar y hermosear sus casas o colocarlas junto con los árboles y hacer una calle con ellos y así haber conectado sus actividades con cualquier interés estético o topográfico que poseyera, o hubiera podido ir más adelante con los árboles, e interesaría en la diferencia entre una clase de árbol y otra, y quizá, de este modo, hubiera estimulado su curiosidad sobre la naturaleza en general. Si cualquiera de estas pruebas hubiera tenido éxito, podía esperarse que los intereses del yo resaltaran más y que el analista llegara a un contacto más íntimo con el yo. Pero la experiencia ha mostrado que en muchos casos tal estimulación de la imaginación del niño falla al tratar de efectuar un debilitamiento de las represiones, y así no encuentra una base para comenzar el trabajo analítico. Más aun, tal procedimiento muchas veces no es posible, porque el niño sufre de tal ansiedad latente que estamos obligados a establecer la situación analítica tan pronto como sea posible y a comenzar el verdadero trabajo analítico inmediatamente. Y aun cuando hay una posibilidad de ganar acceso al inconsciente, usando el yo como punto de partida, encontraremos que los resultados son pocos en comparación con el tiempo empleado para conseguirlos. Porque el aumento en la riqueza y significado del material así ganado es sólo aparente; en realidad sólo encontramos el mismo material inconsciente vestido con formas más llamativas. En el caso de Grete, por ejemplo, hubiéramos podido estimular su curiosidad, y así, en condiciones favorables, la hubiéramos llevado a interesarla, por ejemplo, en las entradas y salidas de una casa y en las diferencias entre los árboles y en el modo cómo crecen. Mas estos intereses ampliados sólo hubieran sido una versión menos disfrazada del material que ella nos había mostrado en los dibujos monótonos al comenzar el análisis. Los árboles grandes y pequeños y las casas grandes y pequeñas que ella insistía en dibujar de un modo compulsivo representaban a su madre y padre, a ella misma y a su hermano, como lo indicaba la diferencia de tamaños, formas y colores de sus dibujos, y el orden en el cual estaban hechos. El sentimiento básico que los producía era su curiosidad reprimida sobre la diferencia de sexos y problemas similares, y al interpretarlos en este sentido, conseguí llegar a su ansiedad y sentimiento de culpa y comenzar el análisis. Ahora bien, sí el material fundamental de representaciones complicadas y llamativas no es diferente del de las representaciones pobres, desde el punto de vista del análisis, no interesa cuál de las dos clases de representaciones es elegida como punto de partida de la interpretación. En análisis de niños es sólo la interpretación, según mi experiencia, la que comienza el análisis y favorece su desarrollo. Por consiguiente, mientras el analista es capaz de comprender la clase de material presentado y establecer su conexión con la ansiedad latente, está en condición de dar una correcta interpretación de sus representaciones más monótonas y menos prometedoras, mientras que, paso a paso, a medida que resuelve la ansiedad y suprime represiones, los intereses del yo del niño y las sublimaciones comenzarán a progresar. De este modo, Ilse, por ejemplo -cuyo caso se considerará con más detalles en el capítulo siguiente-, gradualmente desarrolló de sus dibujos invariables y obsesivos un don definido por los trabajos manuales y el dibujo, sin que yo de ningún modo le hubiera sugerido tal actividad.

 

Antes de dejar el tema de los análisis en períodos de latencia, aun queda un problema para discutir. No es, exclusivamente, de naturaleza técnica, mas es de importancia en el trabajo del analista de niños. Me refiero al trato del analista con los padres de sus pacientes. Con el fin de que pueda realizar su trabajo, debe haber una cierta relación de confianza entre los padres del niño y él mismo. El niño depende de ellos y de este modo ellos están incluidos en el campo de análisis; pero no son ellos quienes son analizados, y, por consiguiente, sólo pueden ser influidos por medios psicológicos comunes. La relación de los padres con el analista del niño implica dificultades peculiares, ya que toca muy de cerca sus propios complejos. La neurosis de su hijo pesa mucho sobre el sentimiento de culpa de los padres, y al mismo tiempo, cuando se dirigen al análisis para pedir ayuda consideran su necesidad como una prueba de su responsabilidad en la enfermedad del niño. Además es muy desagradable para ellos revelar al analista detalles de la vida de familia. A esto debe agregarse, sobre todo en el caso de la madre, celos de la relación confidencial que se establece entre el niño y el analista. Estos celos, que hasta cierto punto son basados en la rivalidad del sujeto con su imago de la madre, son muy notorios en niñeras e institutrices, quienes a menudo no son nada amistosas en su actitud hacia el análisis. Estos y otros factores, que permanecen en su mayor parte inconscientes, dan lugar en los padres, y especialmente en la madre, a una actitud más o menos ambivalente hacía el analista, y esto no desaparece por el hecho de que ellos tengan conciencia de la necesidad del niño de un tratamiento analítico. De aquí que, aunque los padres del niño están, conscientemente, bien dispuestos respecto a su análisis, debemos esperar que sean, hasta cierto punto, elementos perturbadores. El grado de dificultad que causarán dependerá de su actitud inconsciente y del grado de ambivalencia que tengan. Esta es la razón por la cual no he encontrado menos obstáculos cuando los padres estaban familiarizados con el análisis que cuando prácticamente ignoraban de qué se trataba. Por la misma razón, considero que cualquier explicación teórica a los padres antes del comienzo del análisis es no sólo innecesaria, sino que está fuera de lugar, ya que tales explicaciones probablemente tendrán un efecto desfavorable sobre sus propios complejos. Me contento con dar unas pocas ideas sobre el significado y el efecto del análisis, y menciono el hecho de que durante su curso el niño recibirá información sobre asuntos sexuales y preparo a los padres para la posibilidad de otras dificultades que puedan surgir de cuando en cuando durante el tratamiento. En todos los casos rehuso completamente a informarlos acerca de cualquier detalle del análisis. El niño que me hace sus confidencias tiene tanto derecho a la discreción como un adulto.

Lo que debemos tratar al establecer las relaciones con los padres es, a mi juicio, en primer lugar, conseguir que nos ayuden en nuestro trabajo principalmente de un modo pasivo, evitando, tanto como sea posible, toda interferencia, tal como alentar al niño con preguntas, hablar del análisis en su casa o prestar ayuda a cualquier resistencia que se pueda producir. Pero necesitamos su cooperación más activa cuando se producen en el niño ansiedad aguda y resistencias violentas. En tales situaciones -puedo recordar aquí el caso de Ruth y Trude- depende de los que están a cargo del niño conseguir medios para que él venga a pesar de las dificultades. Según mí experiencia, esto ha sido siempre posible porque, en general, aun cuando la resistencia es fuerte, existe también una transferencia positiva al analista, de modo que la actitud del niño ante el análisis es ambivalente. La ayuda dada por los padres del niño no debe ser nunca considerada como ayuda permanente para la labor analítica. Períodos de tan intensa resistencia debieran presentarse rara vez, y no por mucho tiempo. El trabajo del análisis debe evitarlo, y si eso es posible, resolverlo rápidamente.

Si tenemos éxito en establecer una buena relación con los padres del niño y estamos seguros de su cooperación inconsciente, podremos obtener información útil sobre el comportamiento del niño fuera del análisis, tal como cualquier cambio, aparición o desaparición de sus síntomas, hechos que pueden ocurrir en relación con el trabajo analítico. Pero sí esta información sólo es adquirida a costa de otros inconvenientes, prefiero no obtenerla pues si bien es útil no es indispensable. Insisto siempre a los padres sobre la necesidad de que no se dé ocasión para que el niño crea que cualquier modificación educativa se debe a mi indicación, ya que la educación y el análisis deben ser independientes. En este sentido el análisis se mantiene como debe ser, un vínculo personal entre mi paciente y yo. En el análisis de niños, como en el de adultos, considero esencial que el trabajo del analista se limite a la hora del análisis y a la casa del analista. Aun más, para evitar desplazamientos en la situación analítica establecí que la persona que acompañase al niño no lo esperase en mi casa. Deja al niño y lo viene a buscar a la hora indicada.

A menos que los errores cometidos por los padres sean muy graves, no me interpongo en su sistema educativo, ya que estos errores están tan ligados a los propios complejos de los padres, y los consejos no sólo son inútiles, sino que aumentan sus sentimientos de culpa y ansiedad, lo que obstaculiza el análisis y tiene un efecto desfavorable en su relación con los hijos.

La situación total mejora después que el análisis ha terminado o cuando está muy avanzado. La disminución o desaparición de la neurosis en el niño tiene un favorable efecto sobre los padres. Cuando disminuyen las dificultades de la madre en su trato con el niño, disminuye también su sentimiento de culpa, y esto mejora su actitud frente al niño.

Esto la hace más accesible a los consejos del analista en lo referente a la crianza y, lo que es más importante aun, disminuye la dificultad interna para seguirlos. No obstante, según mi experiencia, no espero mucho de las posibilidades de modificar el ambiente.

 

Es mejor confiar en los resultados logrados en el niño mismo, pues lo capacitarán para una mejor adaptación, aun en un medio ambiente difícil, poniéndole en mejores condiciones frente a los esfuerzos que puede exigirle el medio. Claro que esta capacidad de esfuerzo tiene su límite. Cuando el medio es absolutamente desfavorable no podemos esperar pleno éxito en nuestro análisis y tenemos que contar con la posibilidad de una neurosis futura. De cualquier modo, he encontrado a menudo que los resultados conseguidos en el análisis, aunque no logren una curación completa de la neurosis, alivian mucho la difícil situación del niño y mejoran su desarrollo. Es dable esperar que si logramos cambios fundamentales en los estratos más profundos, la enfermedad, si se repite, no será tan grave. También puede observarse que en algunos casos una disminución de la neurosis del niño trae modificaciones favorables en su ambiente neurótico. También puede suceder que después de un análisis completo y exitoso, el niño pueda ser llevado a otro ambiente, como ser un internado, cosa que antes no era posible a causa de su neurosis y falta de adaptación.

La conveniencia de que el analista vea a los padres con bastante frecuencia o que limite estas entrevistas, depende de las circunstancias de cada caso. En muchos casos he encontrado que es mejor lo segundo, para evitar rozamientos con la madre. La ambivalencia con que los padres viven el análisis de sus hijos nos explica un hecho que para el analista joven es doloroso y sorprendente, y es que aun los tratamientos que tienen más éxito no reciben mucho reconocimiento por parte de los padres. Es claro que aunque he tratado también padres comprensivos, en la mayoría de los casos vi que olvidaban fácilmente los síntomas por los que habían traído al paciente y estimaban en poco los cambios sobrevenidos. Agregado a esto, no debemos olvidar que es difícil para el padre ser juez y parte y que lo más importante son nuestros resultados. El análisis de adultos prueba su valor suprimiendo dificultades que estorban la vida del paciente. Nosotros sabemos, aun cuando los padres por lo general lo ignoren, que hemos prevenido trastornos de esta índole y aun el advenimiento de una psicosis.

Generalmente el padre mira los síntomas del niño como molestia, pero desconoce su importancia debido a que no gravitan en la vida del niño como los síntomas neuróticos en la vida del adulto. Pienso que podemos renunciar a este reconocimiento, ya que nuestro trabajo se dirige al niño y no a la gratitud del padre o de la madre.

 

5. LA TÉCNICA DEL ANALISIS EN LA PUBERTAD

Los análisis típicos de la pubertad difieren en muchos puntos esenciales de los análisis del período de latencia. Los impulsos del niño son más poderosos, la actividad de su fantasía es mayor y su yo tiene otros requerimientos y otra relación con la realidad. Por otra parte hay grandes puntos de similitud con el análisis de niños pequeños debido a que en la pubertad encontramos otra vez un gran dominio de las emociones y del inconsciente y una vida mucho más rica en imaginación. Además, en esta edad las manifestaciones de ansiedad y afecto son mucho más pronunciadas que en el período de latencia y son un tipo de recrudecimiento de las liberaciones de ansiedad tan características en los niños pequeños.

Pero los esfuerzos del adolescente para luchar contra dicha ansiedad y modificarla -tarea que ha sido desde largo tiempo una de las principales funciones del yo- tienen más éxito que los realizados por los niños de corta edad. En efecto, él ha desarrollado extensamente sus variados intereses y actividades con el objeto de dominar esta ansiedad, de sobrecompensarla y de ocultarla de sí mismo y de los demás. Realiza esto en parte asumiendo la actitud de desafío y de rebeldía característica de la pubertad. Esto significa una gran dificultad técnica en los análisis en la pubertad, pues a menos que nosotros ganemos rápidamente acceso a la ansiedad del paciente y a los afectos que él manifiesta, principalmente en una actitud desafiante y negativa en la transferencia, puede muy bien suceder que el análisis quede interrumpido muy pronto. Analizando muchachos de esta edad he encontrado repetidas veces que ellos esperaban ataques físicos violentos de mi parte durante sus primeras sesiones.

Willy, por ejemplo, de 14 años, no concurrió a su segunda hora de análisis v su madre lo persuadió sólo con gran dificultad de "que diese otra oportunidad". Durante esta tercera hora yo logré demostrarle que él me identificaba con el dentista. Si bien es verdad que aseguró que no tenía miedo al dentista (mi apariencia, en efecto, podía hacérselo recordar), la interpretación del material que presentó fue suficiente para convencerle de que realmente era así. En efecto, el material evidenciaba que no sólo esperaba que le sacara un diente, sino también que cortase todo su cuerpo en pedazos. Disminuyendo su ansiedad en este sentido, se estableció la situación analítica. En verdad, en el curso posterior del análisis sucedió a menudo que se liberaron grandes cantidades de ansiedad, pero su resistencia se mantuvo en esencia dentro de los límites de la situación analítica y la continuidad del análisis fue así asegurada.

En otros casos en los que también observé signos de ansiedad latente, he conseguido reducir de inmediato la transferencia negativa del niño, comenzando las interpretaciones desde la primera hora de análisis. Pero aun en los casos en los que la ansiedad no se reconoce inmediatamente, ésta puede abrirse camino repentinamente si la situación analítica no ha sido aún establecida por medio de la interpretación del material inconsciente. Este material es muy semejante al presentado por los niños de corta edad. Los muchachos púberes y prepúberes ocupan su fantasía con las gentes y las cosas del mismo modo que los pequeños juegan con sus juguetes. Lo que Peter, de 3 años y tres meses, expresó por medio de carritos, trenes y motores, Willy, de 14 años, lo expresó en largos discursos, que duraron meses, sobre la diferencia de construcción entre varias clases de motores, bicicletas, motocicletas, etc. Donde Peter empujaba carritos y comparaba unos con otros, Willy estaba apasionadamente interesado sobre qué coche y qué conductor ganaría una carrera, y mientras Peter pagaba tributo de admiración a la habilidad del hombre de juguete en el manejo del coche y le hacía realizar toda clase de hazañas, Willy, por su parte, no se cansaba de cantar loas a sus ídolos del mundo del deporte.

Las actividades imaginativas del adolescente se adaptan sin embargo más a la realidad y a sus más fuertes intereses del yo, y el contenido de sus fantasías son menos fácilmente reconocibles que en los niños pequeños. Además, las actividades del adolescente son mayores y sus relaciones con la realidad más fuertes, y esto altera aun más el carácter de sus fantasías. La necesidad de dar pruebas de coraje en el mundo real y el deseo de competir con otros sobresalen más. Esta es una de las razones por las cuales el deporte, que ofrece tanta oportunidad para la rivalidad con otros, no menos que para la admiración de brillantes proezas, y que presenta a su vez un medio de vencer la ansiedad, juega en la vida del adolescente y en sus fantasías un papel tan importante.

Estas fantasías, que dan expresión a su rivalidad con el padre por la posesión de la madre y también respecto a su potencia sexual, están acompañadas, como en el niño pequeño, por sentimientos de odio y agresión, y a menudo son seguidas de ansiedad y sentimientos de culpa. Pero los mecanismos peculiares de la pubertad ocultan mejor estos hechos que los mecanismos de los niños pequeños. El muchacho, en la pubertad, toma como modelo héroes, grandes hombres, etc. Puede más fácilmente mantener su identificación con estos objetos, ya que están bastante lejanos de él, pudiendo también hacer una sobrecompensación más estable frente a ellos por los sentimientos negativos unidos a la imagen del padre. Así, dividiendo la imago paterna dirige sus tendencias violentas y destructivas hacia otros objetos. Si, por consiguiente, reunimos su sobrecompensación admirativa hacia algunos objetos y su excesivo odio y desprecio para otros, tales como maestros, parientes, etc., que nosotros descubrimos durante el análisis, podemos abrirnos camino hacía un completo análisis de su complejo de Edipo y sus afectos, tal como en el caso de los niños bastante pequeños.

 

En algunos casos la represión ha limitado de tal modo la personalidad del adolescente que no deja sino un solo interés definido, digamos por un deporte determinado. Un único interés de esta clase equivale al juego sin variación jugado por un niño pequeño, juego que excluye todos los otros. Resume todas sus fantasías reprimidas y las representa asumiendo el carácter, más que de una sublimación, de un síntoma obsesivo. Monótonos cuentos acerca del fútbol, o del ciclismo, pueden formar durante meses el único tema de conversación en su análisis. Fuera de este contenido representativo, aparentemente tan falto de imaginación, tenemos que dilucidar el verdadero material de sus fantasías reprimidas. Si seguimos una técnica análoga a la de la interpretación de los sueños y del juego, tomando en cuenta los mecanismos de desplazamiento, condensación, representación simbólica, etc., y si descubrimos las conexiones entre los menores signos de ansiedad y su estado afectivo en general, podemos llegar, más allá de esta apariencia de monótonos intereses, a penetrar gradualmente en los más profundos complejos de su mente. Aquí encontramos una analogía con el análisis de cierto tipo extremo del período de latencia. Podemos recordar el caso de Grete, de 7 años, con sus dibujos monótonos, completamente faltos de fantasía, pero que eran, sin embargo, todo lo que yo tenía para seguir el análisis durante meses; o el caso de Egon, que fue de un tipo aun más extremo. Estos niños mostraron en grado extremo una limitación de su fantasía y de los medios de representación, normales en el período de latencia. He llegado a la conclusión de que cuando encontramos una limitación similar de intereses y medios de expresión en la pubertad, estamos trabajando, por un lado, con un período prolongado de latencia; y por otro, cuando hay una limitación extensiva de las actividades de la imaginación (como en las inhibiciones del juego, etc.), en la temprana niñez, con un caso de comienzo prematuro de este período. En ambos casos, sea que la latencia comience muy pronto o termine muy tarde, es señal de perturbaciones graves en el desarrollo del niño, pues tal extensión indebida de este período, está acompañada por un aumento indebido de los fenómenos que normalmente lo acompañan.

Expondré ahora uno o dos ejemplos para ilustrar lo que me parece ser la técnica apropiada para analizar durante la pubertad. En el análisis de Bill, de 15 años, su ininterrumpida cadena de asociaciones acerca de su bicicleta y de las diferentes partes de la misma -por ejemplo su temor a dañarla yendo demasiado ligero- dio abundante material en lo referente a su complejo de castración y a sus sentimientos de culpa por la masturbación. Gracias a esto resultó claro que experimentaba ansiedad y sentimiento de culpa por sus relaciones con cierto amigo suyo, pero que estos sentimientos no estaban basados en la realidad sino que se remontaban a una relación anterior que él había tenido con un muchacho llamado Tony. Me contó un paseo en bicicleta que había hecho con su amigo y durante el cual habían intercambiado sus bicicletas, sintiendo él temor, sin ninguna razón, de que su bicicleta hubiera sido dañada. Sobre esta base y otras cosas del mismo tipo que me contó, le señalé que su temor parecía relacionarse con actos sexuales que había cometido con su amigo Tony en la niñez. Cuando le di mis razones para pensar así, él estuvo de acuerdo conmigo y recordó algunos detalles acerca de esa relación sexual. Su sentimiento de culpa acerca de ello y el temor consiguiente de haber dañado su pene y su cuerpo eran completamente inconscientes.

En el análisis de Willy, de 14 años, cuya primera fase (de introducción) ha sido ya descripta, pude descubrir, con la ayuda de tópicos similares, la razón de sus fuertes sentimientos de culpa respecto a su hermano menor. Cuando, por ejemplo, Willy hablaba de su máquina a vapor que necesitaba ser reparada, expresaba al mismo tiempo asociaciones acerca de la máquina de su hermano, la cual no volvería nunca a estar bien. Su resistencia en relación con esto y su deseo de que la hora llegara pronto a su fin, resultó ser causada por el temor de que su madre pudiese descubrir las relaciones sexuales que habían existido entre él y su hermano más chico, y que él, en parte, recordaba. Estas relaciones habían dejado tras sí fuertes sentimientos de culpa inconscientes, porque él, como mayor y más fuerte, había, a veces, obligado a su hermano a seguirlo. Desde entonces se había sentido responsable por el desarrollo defectuoso de su hermano, que era gravemente neurótico.

En conexión con ciertas asociaciones acerca de un viaje en vapor que iba a hacer con un amigo, se le ocurrió a Willy que el bote podría hundirse y de pronto sacó su abono de ferrocarril de su bolsillo y me preguntó si yo le podría decir cuándo se vencía. El no sabía, me dijo, qué número se refería al mes y cuál a los días. La fecha de término de su boleto significaba la fecha de su propia muerte, y el viaje con su amigo era la masturbación mutua que él había efectuado tempranamente con su hermano y también con un amigo y que había hecho surgir en él sentimientos de culpa y temor a su muerte. Willy continuó diciendo que había vaciado la linterna a pila con el objeto de no ensuciar la caja en la cual estaba empaquetada. Enseguida me contó que había jugado al fútbol con su hermano, con una pelota de ping-pong, dentro de la casa, y dijo que las pelotas de ping-pong no eran peligrosas y no era posible herirse la cabeza o romper ventanas con ellas. Aquí recordó un incidente de su primera infancia; en él había recibido un fuerte golpe con una pelota de fútbol, habiendo perdido el conocimiento. No había sufrido ninguna lesión, pero dijo que su nariz y sus dientes podrían haberse lesionado fácilmente. El recuerdo de este incidente probó ser un recuerdo encubridor de sus relaciones con un amigo mayor que lo había seducido. Las pelotas de ping-pong representaban el pene comparativamente pequeño e inofensivo de su hermano y la de fútbol, por el contrario, el pene de su amigo mayor. Pero, desde que en las relaciones que él había tenido con su hermano se había identificado con el amigo seductor, aquellas relaciones hicieron surgir en él sentimientos de culpa por el supuesto daño que había hecho a su hermano. El hecho de haber agotado la pila y su temor de ensuciar la caja estaban determinados por su ansiedad por la corrupción y el daño que temía haber producido en su hermano al ponerle el pene en la boca y al forzarlo a realizar fellatio y que él mismo esperaba sufrir por haber realizado este mismo acto con su amigo mayor. Su temor de haber ensuciado o lesionado a su hermano internamente se fundaba en fantasías sádicas acerca de su hermano y condujeron a causas aun más profundas de su ansiedad y culpa, tales como las fantasías de masturbación sádicas dirigidas contra sus padres. Así, partiendo de la confesión de sus relaciones con el hermano, confesión expresada en forma simbólica en sus asociaciones de la máquina de vapor que necesitaba ser reparada, llegamos no sólo a otras experiencias y acontecimientos de su vida, sino también a niveles más profundos de su ansiedad. Querría también llamar la atención sobre la riqueza de formas simbólicas en que el material se fue presentando. Esto es típico de los análisis de la pubertad que, como los de la temprana infancia, exigen una interpretación extensiva de los símbolos empleados.

 

Trataremos ahora del análisis de niñas en la pubertad. La aparición de la menstruación hace surgir en la niña una fuerte ansiedad. Además de los variados significados que tiene y con los que estamos familiarizados, ésta es, en última instancia, el signo exterior y visible de que el interior de su cuerpo y los niños contenidos allí, han sido completamente destruidos. Por esta razón, el desarrollo de una actitud completamente femenina es tardía y presenta más dificultades que lo que para el muchacho significa establecer su posición masculina. Como un resultado de esto, sus componentes masculinos pueden reforzarse en la pubertad o puede solamente cumplir un desarrollo parcial, principalmente en el aspecto intelectual, permaneciendo, en lo que se refiere a su vida sexual y personalidad, en el período de latencia aun pasada la edad de la pubertad. Analizando el tipo de niña activa, con actitud de rivalidad hacia el sexo masculino, generalmente comenzamos por obtener un material semejante al dado por el muchacho. Muy pronto, sin embargo, se hacen sentir las diferencias entre los complejos de castración masculino y femenino, a medida que descendemos a los niveles más profundos de su mente y nos encontramos con la ansiedad y el sentimiento de culpa que se derivan de los sentimientos de agresión contra su madre y que la han conducido a rechazar el papel femenino, contribuyendo a la formación de su complejo de castración. Descubrimos ahora que es el temor de que su madre haya destruido su cuerpo lo que lleva a adoptar una actitud de rechazo ante la adopción de la posición de mujer y madre. En esta etapa de su análisis, las ideas producidas son similares a las de la niña pequeña. En el segundo tipo de niñas, cuya vida sexual está fuertemente inhibida, el análisis se desarrolla, al principio, con temas tales como los que se presentan en el período de latencia. Cuentos acerca de la escuela, su deseo de agradar a la maestra y dar bien sus lecciones, su interés por los trabajos de costura, etc., ocupan la mayor parte del tiempo. De acuerdo con esto, debemos adoptar métodos apropiados al período de latencia y seguir resolviendo su ansiedad paso a paso para que las actividades imaginativas reprimidas se liberen gradualmente. Una vez logrado esto, en cierto sentido aparecerán más fuertemente los temores y sentimientos de culpa, los cuales, en el primer tipo de niña, la conducían a una identificación con el padre, y en este caso luchaban contra la adopción de un papel femenino y conducían a una inhibición general de su vida sexual. En comparación con la mujer adulta, las niñas en edad púber están expuestas a una ansiedad más fuerte y aguda en su expresión, aun cuando su posición sea predominantemente femenina. En la transferencia, la característica de esta edad es una actitud desafiante y negativa, siendo necesario un establecimiento rápido de la situación analítica. Otra vez el análisis mostrará a menudo que la posición femenina de la niña está falsamente exagerada y arrojada al primer plano con el objeto de esconder y mantener ocultos la ansiedad que surge de su complejo de masculinidad y, aun más profundamente, los temores derivados de su más temprana actitud femenina.

Daré ahora el resumen de un análisis que aunque no es totalmente típico de este período ilustrará mis observaciones generales respecto a la técnica a aplicarse en las niñas prepúberes y púberes y también ayudará a mostrar las dificultades de los tratamientos en esta edad. Ilse, de 12 años, presentaba ciertos rasgos marcadamente esquizoides, y su personalidad, poco desarrollada, no sólo no había alcanzado el nivel intelectual de un niño de 8 años ó 9, sino que ni siquiera poseía los intereses normales de las niñas de esta edad. Era además inhibida en toda actividad imaginativa en un grado asombroso. Nunca había jugado en el verdadero sentido de la palabra y no sentía placer en ninguna ocupación excepto en una especie de dibujo compulsivo sin imaginación y cuyo carácter discutiremos más adelante. Por ejemplo, no le interesaba la compañía de otros ni le gustaba caminar por la calle y mirar las cosas, y tenía aversión al teatro, al cine y a cualquier clase de entretenimiento.

Su principal interés se dirigía a la comida, y los contratiempos en este sentido siempre la llevaban a ataques de rabia y depresión. Era muy celosa de sus hermanos y hermanas, pero no tanto por compartir el cariño de su madre con ellos como por alguna supuesta preferencia referente a lo que su madre daba de comer.

Esta actitud inamistosa hacia su madre y hermanos era paralela a una pobre adaptación social en general. No tenía amigas y aparentemente no tenía deseos de buscarlas o que se pensase bien de ella. Sus relaciones con la madre eran especialmente malas. De tiempo en tiempo tenía violentos ataques de rabia contra la misma, pero a la vez estaba fuertemente fijada en ella. Una larga separación de su medio familiar -fue puesta como pupila por 2 años en un colegio- no produjo cambio perdurable en su situación.

Cuando Ilse tenía cerca de 11 años y medio, su madre descubrió que tenía relaciones sexuales con su hermano mayor. Este incidente hizo surgir en la madre recuerdos que le hicieron decir que no era la primera vez. El análisis mostró que esta convicción estaba bien fundada y que la relación entre Ilse y su hermano se continuó después de este descubrimiento.

Fue sólo por el urgente deseo de su madre que Ilse vino a ser analizada, impulsada por esa docilidad sin crítica tan por debajo de su edad y que junto con su actitud de odio caracterizaba su fijación en la madre. Al principio conseguí que se acostara. Sus escasas asociaciones se referían a una comparación entre el moblaje de mi cuarto y el de su casa, especialmente el de su propia habitación. Se fue en estado de gran resistencia y no quiso venir al análisis al día siguiente, y sólo con gran dificultad fue persuadida por su madre. En casos de esta naturaleza es necesario establecer rápidamente la situación analítica, pues la familia del niño no podrá ayudarnos en esta situación durante mucho tiempo. Me llamaron la atención los movimientos que Ilse había hecho con los dedos en su primera hora. Constantemente había alisado los pliegues de su traje mientras hacía alguna acotación acerca de mi moblaje y lo comparaba con el de su casa. Así que, durante la segunda hora, al comparar ella una tetera que yo tenía en mi cuarto con una de su casa que era parecida, pero no tan hermosa, comencé a interpretar. Expliqué que su comparación entre objetos significaba en realidad una comparación entre personas; ella me comparaba a mi o a su madre con su propia persona, en desventaja para ella, puesto que se sentía culpable por haberse masturbado y creía que esto le había hecho algún daño corporal. Dije que su continuo acariciar los pliegues del vestido significaba masturbación y un intento de reparar sus genitales. Ella lo negó rotundamente; sin embargo, pude ver el efecto de esta interpretación por el aumento de material que produjo. Además no rehusó volver a la hora siguiente; sin embargo, en vista de su acentuado infantilismo, su dificultad para expresarse con palabras y la aguda ansiedad presente, me pareció necesario cambiar la técnica por la del análisis de juego.

 

Durante los meses que siguieron, las asociaciones de Ilse consistieron principalmente en dibujos hechos con compás, aparentemente faltos de imaginación, y en los que medir y calcular las partes, jugaba un importante papel.

La naturaleza compulsiva de esta ocupación se hizo gradualmente más clara. Después de mucho y paciente trabajo se vio que las variadas formas y colores de las partes que componían el dibujo, representaban diferentes personas. Su compulsión a medir y contar probó derivarse de su curiosidad, que había llegado a ser obsesiva, por conocer el interior del cuerpo de su madre y el número de niños que allí había, la diferencia de sexos y así sucesivamente. En este caso, también, la inhibición total de su personalidad y de su desarrollo intelectual habían surgido de una represión muy temprana de sus deseos de saber, que habían sufrido, en consecuencia, un completo trastorno y se habían transformado en una antipatía obstinada a todo conocimiento. Con ayuda de estos dibujos, mediciones y cuentas, hicimos considerables progresos y la ansiedad de Ilse se hizo menos aguda. Seis meses después de comenzar el tratamiento sugerí que debía tratar otra vez de llevar a cabo su análisis acostada, y así lo hizo. Inmediatamente su ansiedad se hizo más aguda, pero pude reducirla y desde este momento su análisis fue más rápido. A causa de la monotonía y pobreza de sus asociaciones esta parte de su análisis no llegó de ningún modo al standard normal del trabajo analítico en esta edad; pero a medida que continuaba se aproximó cada vez más a lo normal. Entonces comenzó a desear mucho más satisfacer a su maestra y obtener buenas notas, pero su fuerte inhibición de aprendizaje hizo irrealizable este deseo. Recién entonces comenzó a sentirse totalmente consciente de las fallas y sufrimientos que sus deficiencias le causaban. En la casa lloraba durante horas antes de comenzar a hacer los deberes para la escuela, y de hecho fracasaba en hacerlos. Se desesperaba si antes de ir a la escuela no había remendado sus medias, o si éstas tenían un agujero. Una y otra vez sus asociaciones del fracaso en el aprendizaje nos condujeron a cuestiones sobre la deficiencia de sus ropas o de su cuerpo. Durante meses su hora analítica se llenó de relatos acerca de la escuela, con monótonas observaciones sobre sus puños, cuello de la blusa, su moño y cada una de las ropas de su vestimenta, de cómo eran demasiado largas o demasiado cortas, o sucias, o sobre si no eran del color requerido.

Mi material para análisis consistió principalmente, en esta época, en los detalles de su fracaso en las composiciones para la escuela. A sus incesantes quejas de que no tenía nada que escribir acerca del tema fijado, le repliqué pidiéndole asociaciones sobre esos temas, y estas fantasías forzadas fueron muy instructivas. Hacer el deber para la escuela significaba un reconocimiento del hecho de que ella no sabía, en el sentido de que ignoraba lo que sucedía cuando sus padres copulaban o lo que había en el interior de la madre; y toda la ansiedad y obstinación concerniente a esta fundamental ignorancia eran estimuladas en ella por cada tarea escolar. Como para muchos otros niños, tener que escribir una composición significaba para ella, entre otras cosas, tener que hacer una confesión, y esto tocaba muy de cerca su ansiedad y sentimientos de culpa. Por ejemplo: "Descripción del Kurfürstendamm" condujo a asociaciones acerca de vidrieras de negocios y de sus contenidos y acerca de cosas que le gustaría poseer, como por ejemplo, una gran caja de fósforos decorada que ella había visto en la vidriera de un negocio una vez que había salido a caminar con su madre. Ambas habían entrado al negocio y la madre había prendido uno de los grandes fósforos para probarlo. A ella le hubiese gustado hacer lo mismo, pero se retuvo por temor a su madre y al empleado, que representaba la imago del padre. La caja de fósforos y su contenido así como los contenidos de las vidrieras, representaban el cuerpo de su madre, y el encender el fósforo representaba el coito entre sus padres. La envidia a su madre por poseer al padre en una copulación y sus impulsos agresivos contra ella fueron la causa de sus más profundos sentimientos de culpa. Otro tema de composición fue "Los perros San Bernardo". Cuando Ilse mencionó su habilidad para rescatar la gente que se moría, comenzó a sentir una gran resistencia. Sus asociaciones posteriores mostraron que los niños sepultados en la nieve eran en su imaginación niños que habían sido abandonados. Esto probaba que las dificultades que ella tenía en este tema se basaban en sus deseos de muerte hacia las hermanas más pequeñas, tanto antes como después de su nacimiento, y además, en su temor de que ella misma fuese abandonada por la madre como castigo. Además, cada tarea escolar que tenía que hacer, ya fuese oral o escrita, significaba para ella una confesión acerca de muchas cosas. Y a estas dificultades se agregaban inhibiciones especiales en matemáticas, geometría, geografía, etcétera.

Como las dificultades que tenía Ilse para aprender continuaron disminuyendo se produjo un gran cambio en su naturaleza total. Se hizo capaz de adaptación social, se volvió amiga de otras niñas y sostuvo mejores relaciones con sus padres y hermanos. Sus intereses se aproximaron entonces a los de una niña de su edad, y como era una buena alumna y la favorita de las maestras y había llegado a ser una hija casi demasiado obediente, su familia se satisfizo completamente con el éxito de su análisis y no vio razón para que éste continuara. Pero yo no era de esta opinión. Era obvio que en esta época en que Ilse tenía 13 años y ya había comenzado la pubertad física sólo había cumplido, en realidad, una exitosa transición hacia el período de latencia y se había hecho capaz de satisfacer los standards de este período y de alcanzar una adaptación social. Sin embargo, por gratificantes que fueran estos resultados analíticos, la niña que veía ante mí era aún un ser sin independencia y excesivamente fijado en la madre. Aunque su círculo de intereses se estaba ensanchando grandemente, apenas era capaz de tener ideas propias. Generalmente precedía sus expresiones con palabras tales como "mamá piensa". Su deseo de agradar, el gran cuidado que tomaba ahora por su apariencia, en contraste con su total indiferencia del principio, su necesidad de amor y reconocimiento y aun sus esfuerzos para hacer las cosas mejor que sus compañeras, todo esto surgía casi enteramente de su deseo de agradar a la madre y a sus maestras. Su actitud homosexual era muy fuerte y había pocas tendencias heterosexuales evidentes.

 

La continuación del análisis, que prosiguió entonces en forma normal, condujo a grandes cambios no sólo en este sentido sino en el completo desarrollo de la personalidad de Ilse. En esto fue ayudada por el hecho de que podíamos analizar la gran ansiedad que la aparición de la menstruación hizo surgir en ella en esa época. Se vio entonces que su apego excesivamente positivo a la madre, contra quien, sin embargo tenía ocasionalmente explosiones de rabia, estaba causado por ansiedad y sentimientos de culpa. El análisis posterior dejó al descubierto en forma completa su originaria actitud de rivalidad con su madre y el intenso odio y envidia que sentía hacia ella por su posesión del padre (y su pene) y por el placer que ésta le daba, y la capacitó para reforzar sus tendencias heterosexuales y disminuir las homosexuales. Recién entonces se estableció realmente su pubertad psicológica. Antes de esto, no había estado en situación de criticar a su madre y formar sus propias opiniones, porque esto hubiera significado hacer un violento ataque sádico hacía su madre. El análisis de este sadismo le permitió a Ilse independizar su pensamiento y su acción, manteniéndose en su edad. Al mismo tiempo apareció más plenamente su oposición a la madre, pero no condujo a dificultades especiales desde que éstas estaban contrabalanceadas por su progreso en otros sentidos. Algo más tarde, después de un análisis de 425 horas, Ilse pudo establecer una relación firme y afectuosa con su madre y alcanzar al mismo tiempo una posición heterosexual satisfactoria.

En este caso vemos cómo el fracaso de la niña para resolver sus sentimientos de culpa, exageradamente fuertes, fue capaz de perturbar no sólo su transición al período de latencia sino el completo uso de su desarrollo posterior. Sus afectos, que encontraban salida en ocasionales explosiones de rabia, habían sido desplazados, y la modificación de la ansiedad fracasó. Aunque ella daba la inequívoca impresión de ser una niña infeliz e insatisfecha, no tenía conciencia de su propia ansiedad y de su falta de satisfacción para consigo misma. Adelantó mucho su análisis cuando le pude hacer comprender que era infeliz y le mostré que se sentía inferior y no querida y se desesperaba por esto, y en su desesperanza no hacía ninguna tentativa para ganar el amor de los otros. Después de esto, en lugar de su aparente indiferencia al afecto y elogio del mundo que la rodeaba, apareció el deseo vehemente y exagerado de éstos que es característico del período de latencia y que condujo a aquella actitud de obediencia extrema y fijación en la madre ya descripta. La última parte del análisis, que descubrió las bases más profundas de sus fuertes sentimientos de culpa y de su fracaso, fue mucho más fácil ahora, pues ya tenía conciencia de su enfermedad.

Se ha aludido ya a los actos sexuales cometidos entre Ilse y su hermano, que era año y medio mayor que ella. No mucho tiempo después de haber comenzado el análisis de Ilse tomé a mi cargo el tratamiento del hermano. Ambos análisis mostraron que la relación sexual entre ellos retrocedía a la temprana niñez y que había continuado a través del período de latencia, aunque a raros intervalos y en forma mitigada. Lo notable era que Ilse no tenía el sentimiento consciente de culpa acerca de esto sino que detestaba a su hermano. El análisis de su hermano tuvo como efecto la completa interrupción de estas relaciones sexuales, y al principio esto hizo surgir un odio aún más intenso hacia él. Pero más tarde, en su análisis, junto a otros cambios producidos en ella, comenzó a tener fuertes sentimientos de culpa y ansiedad por estos episodios.

El método de Ilse de modificar sus sentimientos de culpa, por el cual ella rehusaba toda responsabilidad por sus actos y adoptaba una actitud muy desagradable, desafiante y de naturaleza opuesta a su medio, he encontrado que es típico de cierta clase de tipos asociales. En Kenneth, por ejemplo, que aparentemente tenía una indiferencia tan completa frente a las opiniones de los otros y tan extraordinaria falta de vergüenza, los mecanismos que obraban eran semejantes. Y ellos también se encuentran en el niño normal que es simplemente "travieso". Los análisis de niños de toda edad muestran que la disminución de los sentimientos latentes de culpa y ansiedad conducen a una adaptación social mejor y a un reforzamiento de su sentido de responsabilidad personal. Cuanto más profundo sea el análisis, tanto más se verá.

Este caso nos da ciertas indicaciones para decidir qué factores son necesarios en el desarrollo de una niña para que la transición al período de latencia sea un éxito y cuáles para la transición posterior a la pubertad. Como ya he dicho, encontramos a menudo que en la edad de la pubertad la niña está aún en un período de latencia retrasado. Analizando las primeras etapas de su evolución y la temprana ansiedad y sentimientos de culpa derivados de la agresividad contra la madre, podemos capacitarla para hacer no sólo una transición satisfactoria hacia la pubertad sino la transición siguiente hacia la vida adulta y poder así asegurar el completo desarrollo de su vida sexual femenina y de su personalidad.

Aún falta llamar la atención sobre la técnica empleada en el tratamiento de este caso. En su primera parte usé la técnica correspondiente al período de latencia, y en la segunda, la perteneciente a la pubertad. Repetidas veces he hecho referencia en estas páginas a los nexos de conexión entre los modos de análisis apropiados a los diversos estadíos. Permítaseme decir que considero la técnica de los análisis tempranos como la base de la técnica aplicable a niños de toda edad. En el último capítulo he dicho que mí método para analizar niños en el período de latencia está basado enteramente en la técnica de juego que he elaborado para los niños pequeños. Pero como muestran los casos discutidos en el presente capítulo, la técnica del análisis temprano es indispensable también para muchos pacientes en edad de la pubertad, ya que fracasaremos con muchos de estos casos, a menudo muy difíciles, si no tomamos en cuenta suficientemente la necesidad de acción del adolescente y la necesidad de expresión por la fantasía y si no tenemos cuidado de regular la ansiedad liberada, y, en general, no adoptamos una técnica suficientemente elástica.

 

Analizando los estratos más profundos de la mente, tenemos que observar ciertas condiciones determinadas.

En comparación con la ansiedad modificada de los estratos más elevados, la ansiedad de los niveles profundos es mucho mayor tanto en cantidad como en intensidad, y por consiguiente es imperativo que su liberación sea debidamente regulada. Hacemos esto refiriendo continuamente la ansiedad hacia su fuente y resolviéndola por un análisis sistemático de la situación de transferencia.

En los primeros capítulos de este libro he descrito cómo en casos en que el niño era muy tímido, u hostil hacia mí al comenzar un análisis, inmediatamente comencé a analizar su transferencia negativa y a descubrir e interpretar los signos ocultos de su ansiedad latente antes de que se manifestaran y condujeran a una crisis de ansiedad. Para poder hacer esto, el analista debe tener un conocimiento completo de las reacciones de ansiedad de las fases más tempranas del desarrollo del niño y de los mecanismos de defensa empleados por su yo contra ellas. En realidad, debe tener un conocimiento teórico de la estructura de las capas más profundas de la mente. Su trabajo de interpretación debe dirigirse hacia esa parte del material que está asociada con la mayor cantidad de ansiedad latente y debe descubrir las situaciones de ansiedad que han sido activadas. También debe establecer la relación entre la ansiedad latente y a) las particulares fantasías sádicas subyacentes, b) los mecanismos de defensa que usa el yo para dominarlas. Es decir, para resolver una parte de ansiedad por medio de una interpretación, seguir un poco las amenazas del superyó, los impulsos del ello y las tentativas del yo para conciliar a ambos. En esta forma, gradualmente se pondrá en condiciones de traer a la conciencia el contenido total de la parte especial de ansiedad que se ha hecho sentir en ese momento. Para hacer esto es absolutamente necesario que el analista se limite a métodos estrictamente analíticos, ya que solamente absteniéndose de ejercer cualquier influencia moral o educacional sobre el niño puede analizar los más profundos niveles de su mente. Pues si impide sacar al exterior ciertos impulsos del ello, el analista mantendrá guardados también otros impulsos, y aun en el niño pequeño se encontrará bastante obstaculizado para hacerse camino hacia las fantasías oral y anal-sádicas más primitivas.

Por otra parte, regulando sistemáticamente la liberación de su ansiedad, el niño no sufrirá por una excesiva acumulación de ansiedad durante intervalos en su análisis o en el caso de que su tratamiento deba ser interrumpido. En tales circunstancias, es verdad, la ansiedad a menudo se vuelve más aguda, pero el yo del niño es más capaz de dominarla y modificarla en grado mayor que antes del análisis.

En algunos casos el niño puede evitar también una faz pasajera de ansiedad de esta naturaleza. La liberación sistemática de ansiedad hace que el niño no sufra demasiado.

Después de haber llamado la atención sobre las semejanzas entre la pubertad y la primera infancia, veamos las diferencias. En la pubertad el desarrollo más completo del yo y sus intereses crecientes exigen una técnica aproximada a la del análisis del adulto. En ciertos niños o en ciertos momentos del análisis podemos emplear otros medios de representación, pero, en general, en los análisis de la edad de pubertad, tenemos que confiar principalmente en las asociaciones verbales, para hacer posible que el adolescente establezca una relación completa con la realidad y con su campo normal de intereses. Por estas razones, antes de aceptar el análisis de niños en período de pubertad, el analista debe comprender en forma completa la técnica de análisis de los adultos. En general, considero que un buen entrenamiento en el análisis de adultos es una base necesaria para el especial entrenamiento de un analista de niños. Quien no haya tenido una experiencia adecuada y no haya realizado una cantidad considerable de trabajo con adultos no podrá penetrar en el campo técnicamente más difícil del análisis de niños.

Con el objeto de mantener los principios fundamentales del tratamiento analítico en la forma modificada que necesitan los mecanismos del niño en las diversas etapas de su evolución, el analista, además de estar completamente entrenado en la técnica de los análisis tempranos, debe poseer el dominio total de la técnica empleada en los análisis de adultos.

 

6. NEUROSIS EN LOS NIÑOS

Hasta ahora he tratado la técnica mediante la cual los niños pueden ser analizados tan profundamente como los adultos. Consideraré ahora en qué casos es indicado el tratamiento.

El primer problema que surge es: ¿Qué dificultades deben ser consideradas normales en un niño y cuáles neuróticas?; ¿cuándo es sólo travieso y cuándo debe considerárselo enfermo? En general, estamos preparados para encontrar ciertas dificultades típicas que varían considerablemente en cantidad y efecto y que siempre, dentro de ciertos límites, son inevitables en el desarrollo y crianza de cualquier niño; pero pienso que por esta razón prestamos poca atención a ciertos hechos, juzgándolos como dificultades diarias y que, en cambio, deberían ser considerados como el comienzo de un serio trastorno de desarrollo.

Trastornos en las comidas, si son suficientemente serios, y, sobre todo, manifestaciones de ansiedad, ya sean en la forma de terrores nocturnos o de fobias, deben ser considerados como síntomas definitivamente neuróticos. Pero el estudio de los niños pequeños generalmente muestra que esta ansiedad toma formas varias y disfrazadas, y que aun tempranamente, a los dos o tres años, muestran modificaciones de la ansiedad que implican la actuación de un proceso de represión muy complicado. Después de haberse sobrepuesto a los terrores nocturnos, por ejemplo, se presentan en ellos, por algún tiempo, trastornos del sueño, como dormirse tarde, despertarse temprano, tener un sueño fácilmente perturbable o intranquilo, incapacidad de dormir por la tarde, hechos todos que a través del análisis se manifiestan como formas modificadas del pavor nocturno originario. Se incluyen en este grupo las diversas manías y ceremoniales, a menudo de naturaleza tan perturbadora, a que se entregan los niños a la hora de dormir. En el mismo sentido, los primeros trastornos en alimentación a menudo se transforman en un hábito de comer despacio, o de no masticar bien, o en una general falta de apetito, o meramente en los malos modales en la mesa.

Es fácil ver que la ansiedad que el niño siente ante ciertas personas da lugar a menudo a una timidez general. Más tarde aparece con frecuencia como inhibición en las relaciones sociales o como vergüenza. Todos estos grados del miedo son solo modificaciones de ansiedad primaria que, como en el caso del miedo a la gente, pueden determinar más tarde la conducta social del individuo. Una fobia declarada frente a ciertos animales será sustituida por una aversión hacia ellos o a los animales en general. El temor a las cosas inanimadas, que siempre para el pequeño están dotadas de vida, acarreará más tarde una inhibición de las actividades relacionadas con estas cosas. Así, por ejemplo, la fobia de un niño por los teléfonos se manifiesta años más tarde como aversión a telefonear; en otros casos, el temor a las locomotoras puede traer una aversión a viajar o una predisposición a estar muy cansado en los viajes. En otros casos, el miedo a la calle aumentará la aversión a salir a caminar, etc. Dentro de esta clase entra la inhibición para los deportes y juegos activos, pudiendo manifestarse esta inhibición de diversos modos: como disgusto, como aversión a ciertas formas especiales de deporte, como un desagrado general hacia ellos, predisposición a la fatiga, inhabilidad, etc. Dentro de esta categoría entran las idiosincrasias, hábitos e inhibiciones del adulto normal. El adulto normal puede racionalizar estas aversiones -que nunca faltan- de diversos modos, diciendo que algo es "aburrido" o de mal "gusto" o "antihigiénico" y muchas otras cosas más, mientras que en el niño la aversión y hábitos de esta clase son más intensos y menos aceptados socialmente que en un adulto, y se atribuyen a "maldad". Pero invariablemente son la expresión de ansiedad y sentimiento de culpa. Están íntimamente relacionados con las fobias y generalmente también a los ceremoniales obsesivos, estando determinados complejamente en cada detalle; y por esta razón a menudo se resisten a medidas educativas, aunque pueden frecuentemente hallar solución por medio del análisis como cualquier síntoma neurótico.

El espacio me impide mencionar más de uno o dos ejemplos de este interesante campo de observación. En un muchacho, el abrir desmesuradamente los ojos y hacer muecas, significaba asegurarse que él no se quedaría ciego. En otro, parpadear tenía la misma significación. En un tercero, mantener la boca abierta y silbar significaba confesar que había realizado fellatio, y luego retractarse de esa confesión. La conducta intratable de un niño cuando se lo baña o le lavan la cabeza se debe, según lo he comprobado repetidas veces, a un secreto miedo a ser castrado o a que todo su cuerpo sea destruido.

Hurgarse la nariz, tanto en el niño como en el adulto, representa, entre otras cosas, ataques anales contra el cuerpo de sus padres. Las dificultades que encuentran padres y niñeras para inducir al niño a que realice pequeños servicios y actos de respeto -dificultades que hacen a menudo el trabajo tan desagradable para la persona encargada del niño- resultan invariablemente determinadas por la ansiedad. Por ejemplo, la aversión de un niño por tomar algo de una caja será debida a menudo al hecho de que hacerlo significaría la aceptación de sus fantasías de realizar ataques contra el cuerpo de su madre.

Frecuentemente los niños presentan una hiperactividad que se acompaña de una actitud desafiante y dominante y que, en general, la gente interpreta como signo de "temperamento" o de desobediencia, según los puntos de vista. Dicha conducta es, al igual que la agresión, una sobrecompensación de la ansiedad, y este método de modificar la ansiedad tiene gran influencia en la formación del carácter del niño y en su actitud futura ante la sociedad. La inquietud que a menudo acompaña a esta hiperactividad es, a mi juicio, un síntoma importante. Las descargas motoras que realiza el niño al inquietarse se condensan a menudo, al entrar en el período de latencia, en movimientos estereotipados que pasan inadvertidos dentro del cuadro de excesiva motilidad que presenta el niño. En la pubertad, y a veces antes, reaparecen o se hacen más evidentes y forman la base de un "tic''.

 

Nos hemos referido repetidas veces a la gran importancia de las inhibiciones en el juego. Estas inhibiciones, que pueden ocultarse bajo las más diversas formas, se hallan presentes en distintos grados. Aversión a ciertos juegos definidos, falta de perseverancia en el juego, son ejemplos de las inhibiciones parciales de juegos. Así, algunos niños tienen que tener a alguien que realice la parte más activa en el juego, como tomar la iniciativa, ir a buscar los juguetes, etc. Otros sólo gustan de juegos con reglas establecidas o sólo cierta clase de juegos (en cuyo caso acostumbran a jugarlo con gran asiduidad). Estos niños sufren de una fuerte represión de la fantasía acompañada, por lo general, por rasgos compulsivos, y sus juegos tienen más carácter de síntoma obsesivo que de sublimación.

Hay una clase de juego detrás de la cual -especialmente en la transición al período de latencia- se ocultan movimientos rígidos o estereotipados. Por ejemplo, un chico de ocho años que acostumbraba a realizar un juego en el que él era un policía en su puesto, solía realizar ciertos movimientos y repetirlos durante horas, permaneciendo inmóvil en ciertas actitudes por largo tiempo. En otros casos, algún juego en especial ocultará una peculiar inquietud, íntimamente asociada a los tics.

La aversión a jugar juegos activos en general, la inhabilidad en los juegos, son un pronóstico de futuras inhibiciones en deportes, siendo siempre un indicio importante de que algo anda mal.

En muchos casos, las inhibiciones en el juego son la base de las inhibiciones de aprendizaje. En varios niños con inhibición en el juego y que son buenos escolares he encontrado que el impulso a aprender es principalmente compulsivo, y más tarde, especialmente en la pubertad, algunos de ellos manifiestan graves limitaciones en su capacidad de aprender. Las inhibiciones para aprender, como las de juego, pueden variar en gravedad y presentarse bajo diferentes formas, como indolencia, falta de interés, fuerte aversión por ciertas cosas o temas particulares, poca facilidad para aprender lecciones excepto a último momento y bajo compulsión. Dichas inhibiciones para aprender son a menudo la base de inhibiciones vocacionales posteriores cuyos primeros signos estaban ya en las inhibiciones de juego de estos niños pequeños.

En mi trabajo "El desarrollo del niño" (1921) dije que la resistencia de un niño a que se le aclaren los temas sexuales es un indicio importante de que algo anda mal. Si se abstienen de preguntar sobre estos temas, lo que a menudo ocurre a continuación o alternando con preguntas obsesivas, debemos considerarlo como un síntoma basado en afecciones frecuentemente serias del instinto de conocer. Como bien sabemos, las cansadoras preguntas de los niños a menudo se prolongan en el adulto como manía de cavilación., que siempre está asociada a perturbaciones neuróticas.

La tendencia en los niños a quejarse y el hábito de caerse, golpearse y hacerse daño deben ser considerados como expresión de diversos miedos y sentimientos de culpa. El análisis de niños me ha convencido de que tales pequeños accidentes repetidos -y algunas veces otros más serios- son sustituciones de autodestrucciones más graves y pueden simbolizar intentos de suicidio con medios insuficientes. En muchos chicos, especialmente varones, una extremada sensibilidad al dolor es reemplazada tempranamente por una exagerada indiferencia, que no es más que una defensa elaborada contra la ansiedad y una modificación de la misma.

La actitud del niño frente a los regalos es también muy típica. Muchos niños son insaciables al respecto y ningún regalo les puede dar una satisfacción real y duradera o brindarles algo que no sea una desilusión. Otros no tienen interés y son igualmente indiferentes frente a los regalos. En los adultos podemos observar las mismas dos actitudes. Entre las mujeres existen aquellas que eternamente ansían ropa nueva pero que en realidad nunca la disfrutan y aparentemente nunca "tienen qué ponerse". Estas son mujeres que están a la búsqueda de diversiones, y a menudo cambian el objeto de su amor con facilidad y no pueden encontrar una verdadera satisfacción sexual. Encontramos también mujeres aburridas que nada desean. En el análisis resulta claro que los regalos significan para el niño todos los presentes de amor que él no pudo tener: la leche y el pecho de su madre, el pene del padre, orina, heces, bebés, etc. Los regalos también alivian su sentimiento de culpa, porque simbolizan cosas dadas libremente y que él quiso tomar por medios sádicos. En su inconsciente él considera la falta de regalos, como todas las otras frustraciones, como un castigo por sus impulsos agresivos, que están ligados a sus deseos libidinales. En otros casos, cuando el niño se encuentra en una situación aun más desfavorable, en lo que se refiere a su excesivo sentimiento de culpa, o cuando no ha podido modificarlo, reprimirá sus deseos libidinales por completo, por temor a nuevas desilusiones, de modo que los regalos que recibe no le producen ningún placer.

El niño incapaz de tolerar sus tempranas frustraciones debido a las razones ya mencionadas, en su inconsciente considerará toda frustración posterior que reciba durante su crianza como un castigo, con el resultado de que se torna ingobernable y mal adaptado a la realidad. En niños mayores -y en algunos casos también en niños pequeños- esta incapacidad de tolerar frustraciones se esconde con frecuencia bajo una aparente adaptación debido a su necesidad de agradar a las personas que lo rodean. Una adaptación aparente de este tipo es capaz, especialmente en el período de latencia, de ocultar la presencia de dificultades arraigadas más profundamente.

 

La actitud de muchos niños frente a las fiestas es también característica. La llegada de Navidad y Pascua es esperada con gran impaciencia, para quedar luego completamente insatisfechos. Días como éstos, y aun a veces los domingos, ofrecen esperanzas de renovación, en mayor o menor grado, de "un nuevo comienzo" y, junto con los regalos que esperan recibir, esperan también la restauración de las cosas malas que han sufrido y hecho. Los acontecimientos familiares chocan profundamente con los complejos del niño asociados a su vida de familia. Un cumpleaños, por ejemplo, representa siempre el renacimiento, y los cumpleaños de otros niños estimulan los conflictos asociados al nacimiento real o imaginario de hermanos o hermanas. El modo de reaccionar del niño ante estas cosas es una de las pruebas para determinar la presencia de neurosis en ellos.

La aversión por el teatro, cine y representaciones de toda índole está íntimamente asociada al trastorno del instinto de conocer en el niño. He encontrado que la base de este trastorno es el interés reprimido por la vida sexual de los padres o por su propia vida sexual. Esta actitud, que acarrea la inhibición de muchas sublimaciones, es debida en última instancia a la ansiedad y a sentimientos de culpa pertenecientes a los primeros estadíos de desarrollo y surge de las fantasías agresivas dirigidas contra la relación sexual de los padres.

También quiero subrayar el papel que desempeñan los factores psíquicos en las diversas enfermedades a las que el niño está expuesto. Estoy convencida de que muchos niños expresan su ansiedad y sentimientos de culpa enfermándose (en dichos casos, al mejorar disminuye la ansiedad), y de que en general, las frecuentes enfermedades por las que pasan a una cierta edad son producidas en parte por una neurosis. Este factor psicogenético actúa aumentando no sólo la predisposición del niño a las infecciones sino la gravedad y duración de la enfermedad. En general he encontrado que después del análisis el niño está menos expuesto a resfriarse. En algunos casos la predisposición desapareció casi por completo.

Sabemos que las neurosis y la formación del carácter están íntimamente relacionadas y que en muchos análisis de adultos se producen también favorables cambios de carácter. Así como en los análisis de niños grandes siempre se producen favorables cambios caracterológicos, en los análisis tempranos, al suprimir las neurosis, disminuyen las dificultades en la educación. Parece existir una cierta analogía entre las dificultades educacionales en el niño pequeño y lo que en el niño mayor y en el adulto se conocen como dificultades caracterológicas. Es un hecho notable que al hablar de carácter pensemos especialmente en el individuo mismo, aun cuando su "carácter" tenga una influencia perturbadora sobre su ambiente, en tanto que al hablar de "dificultades educacionales" pensamos primero, y sobre todo, en las dificultades que enfrentan las personas encargadas del niño. De este modo, muy a menudo pasamos por alto el hecho de que estas dificultades educacionales son la expresión de procesos importantes de desarrollo que llegan a concretarse con la declinación del complejo de Edipo. Lo que advertimos, entre otras cosas, como dificultades educacionales excesivas en el niño surgen de los procesos que han formado y están todavía formando su carácter y que forman la base de cualquier futura neurosis o defecto de desarrollo que pueda llegar a padecer, de modo que pueden considerarse más apropiadamente como dificultades caracterológicas y como síntomas neuróticos.

Por lo que se ha dicho vemos que las dificultades, que nunca faltan, en el desarrollo del niño pequeño son de carácter neurótico. En otras palabras, todo niño pasa por una neurosis que se diferencia sólo en grado de un individuo a otro. Desde que se ha encontrado que el psicoanálisis es uno de los medios más eficaces para curar la neurosis en los adultos, parece lógico hacer uso del psicoanálisis para combatir las neurosis en los niños, y además, viendo que todo niño sufre una neurosis, aplicarlo a todos los niños. Por ahora, en la época actual, debido a consideraciones prácticas, sólo en muy raros casos es posible someter a tratamiento analítico las dificultades neuróticas de los niños normales. Por lo tanto, al prescribir indicaciones para tratamiento, es importante señalar qué signos indican la presencia de neurosis graves, es decir, de una neurosis que no deje lugar a dudas de que el niño también sufrirá considerables dificultades en sus años venideros.

No discutiremos aquellas neurosis infantiles cuya gravedad es evidente debido al grado y carácter de los síntomas, pero sí consideraremos uno o dos casos en que, al no prestarse suficiente atención a las indicaciones específicas de las neurosis infantiles, su verdadera gravedad no ha sido reconocida. El que las neurosis de los niños hayan atraído mucho menos la atención que las de los adultos, se debe a que, en muchos aspectos, sus signos exteriores difieren esencialmente de los síntomas de los adultos. Los analistas saben que bajo la neurosis del adulto yace siempre una neurosis infantil, pero durante mucho tiempo han fracasado en sacar la única deducción posible de este hecho, es decir, que la neurosis debe ser por lo menos extremadamente común entre los niños, y esto sucede aunque el niño mismo les presenta suficiente evidencia.

Al juzgar lo que es neurótico en un niño no podemos aplicar los standards apropiados a los adultos. De ninguna manera aquellos niños que más de cerca se aproximan a lo que es un adulto no neurótico son los menos neuróticos. Así, por ejemplo, un niño pequeño que cumpla todos los requisitos de su educación y no se deje dominar por su vida de fantasía y sus instintos, esto es, un niño que aparezca como bien adaptado a la realidad y presente además pocos signos de ansiedad, no solamente será un ser precoz y sin encanto, sino anormal en el más completo sentido de la palabra. Si completamos este cuadro suponiendo que su vida imaginativa ha sufrido una gran represión, que sería condición necesaria para tal desarrollo, tendríamos entonces causas para inquietarnos por su futuro. La neurosis de la cual é1 sufre no sería de menor grado que la del niño común, sino simplemente sin síntomas, y como sabemos por los análisis de adultos, una neurosis de esta naturaleza es por lo general muy grave.

 

Normalmente deberíamos esperar ver signos claros de las graves luchas y crisis que el niño pasa en los primeros estadíos de su vida. Estos signos difieren, sin embargo, en muchos aspectos de los síntomas del adulto neurótico. Hasta cierto punto el niño normal muestra su ambivalencia y sus afectos, su sujeción y su sometimiento a los impulsos instintivos y a la fantasía y también las influencias que proceden de su superyó; esto crea algunas dificultades en el camino de su adaptación a la realidad y, por lo tanto, en su educación, y no es, desde ningún punto de vista, un niño "fácil". Pero si su ansiedad y ambivalencia y los obstáculos que presenta para su adaptación a la realidad van más allá de ciertos límites, y las dificultades que sufre y hace sufrir a su ambiente son muy grandes, entonces debería ser considerado como neurótico. Sin embargo, creo todavía que una neurosis de este tipo a menudo puede ser menos grave que una neurosis del tipo en que la represión de afectos ha sido tan aplastante y ha comenzado tan temprano, que apenas pueden percibirse signos de emoción y ansiedad en el niño. Lo que realmente diferencia al niño menos neurótico del más neurótico, además del grado cuantitativo, es el modo en que el niño se comporta frente a estas dificultades.

Los signos característicos de una neurosis infantil, según se ha descrito anteriormente, constituyen un valioso punto de partida para el estudio de los métodos, a menudo muy oscuros, mediante los cuales el niño ha modificado su ansiedad y de la posición fundamental que ha adoptado. Así, por ejemplo, puede suponerse que si a un niño no le gusta asistir a representaciones de ninguna clase, tales como teatro o cine, si no tiene placer en formular preguntas y es inhibido en el juego o no puede jugar sino ciertos juegos sin contenido imaginativo, está sufriendo de graves inhibiciones de su instinto de conocer y de una aumentada represión de su vida imaginativa, aunque por otra parte puede estar bien adaptado y parecer no tener trastornos muy acentuados. Tal niño satisfará su deseo por conocer en una edad posterior, principalmente de un modo obsesivo, y a menudo producirá otros trastornos neuróticos en conexión con éstos. Se ha dicho que en muchos niños la incapacidad originaria para tolerar las frustraciones está oscurecida por una amplia adaptación a los requerimientos de su crianza. Desde muy temprano se transforman en niños "buenos" e "inteligentes", pero son precisamente estos niños los que más comúnmente adoptan esta actitud de indiferencia ante los regalos y agasajos, etc., que han sido mencionados más arriba. Si además de esta actitud presentan una gran inhibición en el juego y una fijación excesiva a sus objetos, la probabilidad de que sucumban en años posteriores a una neurosis es muy grande, porque tales niños han adoptado un punto de vista pesimista y una actitud de renuncia. Su principal objeto es luchar contra su ansiedad y su sentimiento de culpa a toda costa, aunque esto signifique renunciar a toda la felicidad y gratificación de sus instintos. Al mismo tiempo son, por lo general, dependientes de sus objetos, porque dependen del medio ambiente externo para protección y apoyo contra su ansiedad y sentimiento de culpa. Son más evidentes, aunque no se las evalúa adecuadamente, sin embargo, las dificultades que presentan aquellos niños cuyos deseos insaciables de regalos es concomitante a su incapacidad para tolerar las frustraciones impuestas por su crianza.

Es muy cierto que en los casos típicos descritos aquí, las perspectivas para que el niño logre una real estabilidad mental en el futuro no son favorables. Generalmente, también la impresión que produce el niño -su manera de comportarse, su expresión facial, sus movimientos y lenguaje- traiciona el fracaso de su adaptación interna. En todos los casos, solamente el análisis puede demostrar la gravedad de tales trastornos. He puntualizado muchas veces el hecho de que la presencia de una psicosis o de rasgos psicóticos a menudo no ha sido descubierta en el niño hasta que éste ha sido analizado por un período de tiempo considerable. Esto es debido a que las psicosis de niños, como sus neurosis, difieren en muchos aspectos en su expresión, de las psicosis de los adultos. En algunos casos analizados por mí, en los cuales la neurosis infantil tenía ya el mismo carácter de una neurosis obsesiva grave de adulto, el análisis demostraba la existencia de serios rasgos paranoides.

La cuestión a considerar ahora es: cómo pone de manifiesto el niño que está bastante bien adaptado internamente. Es un signo alentador si goza jugando y da libre rienda a la fantasía de hacerlo, estando al mismo tiempo, como puede reconocerse por signos claros, bien adaptado a la realidad; y si tiene realmente relaciones buenas -no exageradamente afectuosas- con sus objetos. Otro buen signo es si además presenta un desarrollo relativamente tranquilo de su instinto de saber, de modo que fluyan libremente en distintas direcciones, sin, por otra parte, tener ese carácter de compulsión e intensidad típico de las neurosis obsesivas. La aparición de una cierta cantidad de afecto y ansiedad es también, creo, precondición de un desarrollo favorable. Estas y otras razones para un pronóstico favorable tienen -según mi experiencia- sólo un valor relativo, y no son garantía absoluta para el futuro. A menudo, el que su neurosis aparezca o no en los años posteriores, depende de realidades externas imprevisibles -favorables o desfavorables- que el niño enfrentará a medida que crece.

 

Además me parece que no sabemos mucho sobre la estructura mental del individuo normal o de las dificultades que acosan su inconsciente, puesto que ha sido mucho menos objeto de investigación psicoanalítica que el neurótico. La experiencia analítica con niños sanos de diversas edades, me ha convencido de que aunque su yo reacciona de manera normal, tiene también que enfrentar grandes cantidades de ansiedad, graves culpas inconscientes y profunda depresión, y de que, en algunos casos, lo único que distingue sus dificultades de las de los niños neuróticos es la elaboración activa y optimista de sus dificultades. El resultado obtenido por el tratamiento analítico de estos casos, ha probado su valor aun para los niños que tienen neurosis muy leves. No puede haber duda alguna de que, disminuyendo su ansiedad y sentimiento de culpa y efectuando cambios fundamentales en su vida sexual, el análisis puede ejercer una gran influencia sobre el futuro, no sólo de los niños neuróticos, sino también de los normales. La siguiente cuestión a considerar es hasta qué punto el análisis de un niño puede considerarse terminado. En los adultos podemos llegar a esta conclusión por varios signos, tales como la capacidad del paciente para trabajar, amar, cuidar de si mismo en las circunstancias en las que se halla colocado y realizar las decisiones necesarias en el curso de su vida. Si nosotros conocemos qué factores son los que conducen al fracaso en el adulto y si estamos alertas a la presencia de factores similares en los niños, poseemos una guía segura para decidir si un análisis ha alcanzado su término o no.

En la vida adulta el individuo puede sucumbir a una neurosis, a defectos caracterológicos, perturbaciones de su capacidad de sublimación, o a perturbaciones de su vida sexual. En cuanto a su neurosis, su presencia puede descubrirse a una edad muy temprana, como he tratado de demostrar, por diversos signos, leves pero característicos; y su cura, a esa edad, es la mejor profilaxis contra su aparición en los años posteriores. En cuanto a los defectos y dificultades caracterológicos, también se previenen mejor eliminándolos en la infancia. En cuanto al tercer punto, el juego de los niños, que nos permite penetrar tan profundamente en sus mentes, nos da una idea de cuándo su análisis ha terminado con respecto a su futura capacidad de sublimación. Antes de que podamos considerar que el análisis de un niño pequeño ha sido completado, sus inhibiciones en el juego deben haber disminuido ampliamente. Cuando esto sucede, su interés en el juego adecuado a su edad no sólo se hace más profundo y estable, sino que también se extiende en distintas direcciones.

Si como resultado del análisis, el interés obsesivo del niño por un solo juego se hace más amplio y cubre muchas otras formas de juego, este proceso es equivalente a la expansión de intereses y al aumento de capacidad de sublimar que se logra en el análisis de un adulto. De este modo, comprendiendo el juego de los niños, podemos calcular su capacidad de sublimación en los años venideros y podemos también decir cuándo un análisis lo ha resguardado suficientemente contra futuras inhibiciones en su capacidad para aprender y trabajar.

Finalmente, el desarrollo de los intereses del niño en los juegos y las variaciones en calidad y cantidad que presentan, nos permite medir si su vida sexual en la fase adulta estará construida sobre buenos cimientos. Esto puede ilustrarse con el análisis de dos niños pequeños, un varón y una niña. Kurt, de 5 años, se ocupaba al principio, como la mayoría de los niños, con motores y trenes de mi mesa de juegos. Los elegía entre otros juguetes y jugaba con ellos, comparaba su tamaño y poder y los hacía viajar hasta un punto dado, expresando de este modo simbólico y, típicamente de acuerdo con mi experiencia, una comparación de su pene, su potencia y su personalidad, como un todo, con los de su padre y hermanos. Se pudo haber supuesto que estas acciones indicaban en él una actitud heterosexual activa y normal, pero su naturaleza marcadamente aprensiva y poco masculina daba una impresión opuesta, y a medida que el análisis avanzaba se fue confirmando la verdad de esta impresión. Sus juegos, que representaban su rivalidad con su padre por la posesión de su madre, se interrumpieron con la aparición de una grave ansiedad. Parecía que había desarrollado una actitud predominantemente pasiva homosexual, pero que debido a la ansiedad no había podido mantener tampoco esta actitud, y por lo tanto, buscaba refugio en fantasías megalomaníacas. Sobre esta base irreal pudo poner en primer plano y exagerar, tanto para él como para otros, una parte de las tendencias activas y masculinas que permanecían todavía actuantes en él.

A menudo me he referido al hecho de que el juego de los niños, como los sueños, es una fachada, y que sólo podemos descubrir su contenido latente por medio del análisis completo, del mismo modo que descubrimos el contenido latente de los sueños. Pero dado que el juego, debido a su más íntima relación con la realidad y a su importancia como vehículo para la expresión de fantasías, sufre una elaboración secundaria mayor, es sólo muy gradualmente, observando los cambios sucesivos que tienen lugar en los juegos de los niños, que podemos llegar a conocer las diversas corrientes de pensamiento y sentimiento que fluyen bajo ellos.

Hemos visto en Kurt que la actitud masculina activa que exhibía en sus primeras horas de análisis era en su mayor parte sólo aparente y que pronto fue destruida por la aparición de una grave ansiedad. Esto marcó el comienzo del análisis de su actitud homosexual pasiva, pero fue sólo después de un largo período de tratamiento (que ocupó en total cerca de 450 sesiones) que la ansiedad que se oponía a esta actitud fue reducida en cierto grado. Cuando se logró, los animales de juguete, que originariamente representaban aliados imaginarios en su lucha contra su padre, aparecieron como niños, y su actitud femenina pasiva y el deseo de niños que derivaba de esta tendencia encontró ahora una expresión más clara.

 

El análisis del miedo de Kurt a la "madre con pene" y de su terror excesivo al padre tuvo el efecto de aumentar y, una vez más, colocar en primer plano su posición heterosexual activa. Pudo dar una expresión más estable en su juego a sus sentimientos de rivalidad con su padre. Una vez más retomó los juegos que había jugado en el comienzo de su análisis, pero esta vez más estable e imaginativamente. Por ejemplo, tomaba gran cuidado en la construcción de garajes en los cuales se alojaban motores, y era incansable para agregarles nuevos elementos y perfeccionarlos; o construía diferentes clases de pueblos o ciudades para que los autos realizaran expediciones a ellos, expediciones que simbolizaban su rivalidad con su padre por la posesión de su madre. En el placer y cuidado que ponía en la construcción de pueblos, ciudades y garajes, expresaba su deseo de restaurar a su madre, a la que había atacado en su imaginación. Al mismo tiempo su actitud hacia su madre sufrió un cambio completo en la vida real. A medida que su ansiedad y sentimiento de culpa disminuían y él se hacía más capaz de formar tendencias reactivas, comenzó a adoptar una actitud más afectuosa hacia ella.

El fortalecimiento gradual de sus impulsos heterosexuales se registró en numerosas modificaciones realizadas en su juego. Al principio, detalles aislados del mismo demostraron que también aquí todavía predominaban sus fijaciones pregenitales, o más bien alternaban continuamente con sus fijaciones genitales. Por ejemplo, la carga que el tren traía a la ciudad o que el camión entregaba en la casa, a menudo simbolizaban excrementos. En este caso deberían ser entregados por la puerta de atrás. El hecho de que estos juegos representaban un violento coito anal con su madre, se evidenció en el hecho, entre otras cosas, de que al descargar, digamos carbón de un camión, el jardín o la casa a menudo se estropeaban, la gente de la casa se enojaba y el juego se detenía debido a su ansiedad.

El acarreo de diferentes clases de cargas ocupó totalmente, con gran riqueza de detalles, una parte del análisis de Kurt. A veces eran camiones yendo a buscar mercaderías al mercado o llevándolas allí, a veces gente que hacía un largo viaje con todos sus equipajes, en cuyo caso sus posteriores asociaciones de juego demostraban que lo que estaba representando era una fuga y que los artículos eran cosas que habían sido tomadas o robadas del cuerpo de su madre. Las variaciones en puntos menos importantes fueron muy instructivas. Por ejemplo, Kurt expresaba la supremacía de sus fantasías anal-sádicas entregando las mercaderías por la puerta de atrás. Un poco más tarde hizo lo mismo, pero esta vez con el pretexto de que tenía que evitar la entrada principal. Sus asociaciones con respecto al jardín del frente (los genitales femeninos) evidenciaron que su fijación al ano fue reforzada por su rechazo de los genitales femeninos, rechazo que estaba basado en su miedo a los mismos, que tenía muchos determinantes, siendo uno de ellos una fantasía de encontrar el pene de su padre mientras copulaba con su madre.

Este miedo, que tiene a menudo un efecto inhibidor, puede también actuar como estímulo para el desarrollo de ciertas fantasías sexuales. Las tentativas del niño de mantener sus impulsos heterosexuales a pesar de su miedo al pene del padre y de su fuga del mismo, pueden también conducir a peculiaridades en su vida sexual en los años adultos. Una fantasía típica de los muchachos de esa edad, y también de Kurt, es la de copular con su madre conjuntamente con su padre o turnándose con él. En ella están implicadas fantasías genitales y pregenitales o predominantemente genitales. En los juegos de Kurt, por ejemplo, dos hombres de juguete o dos carros se introducían por la puerta de un edificio que representaba el cuerpo de su madre, siendo la otra entrada el ano. Estos dos muñecos a menudo estaban de acuerdo para entrar juntos por la puerta principal o por turno, o si no uno de ellos vencía al otro. En esta lucha, el más pequeño -Kurt mismo- ganaba sobre el mayor -su padre- transformándose en un gigante. Pero poco después se veía una reacción de ansiedad y él huía de distintos modos, siendo uno de ellos tomar la otra entrada, dejando la del frente a la figura paterna. Este ejemplo demuestra cómo el miedo del niño a la castración obstaculiza el establecimiento de su estadío genital y refuerza su fijación, o más bien su regresión, a sus estadíos pregenitales. Pero el resultado inmediato no es siempre una regresión al estadío pregenital. Si la ansiedad del niño no es demasiado fuerte, puede recurrir a muchas clases de fantasías que pertenecen al nivel genital además de las ya mencionadas aquí.

Lo que como niño el individuo nos presenta en estas fantasías de juego, aparecerán en él en su adultez como una condición para su vida amorosa. Las fantasías de Kurt de los dos muñecos entrando en un edificio por diferentes partes o usando el mismo lado, ya sea juntos o alternativamente, ya sea después de una lucha o de común acuerdo, manifiestan los diferentes modos en que un individuo se comportará en una situación "triangular" en la que él será el tercero. En tal situación puede tomar la posición del "tercero injuriado" o del amigo de la familia que vence al marido o lucha con él. Otro efecto de la ansiedad puede ser disminuir la frecuencia de estos juegos, que representan coito, y este defecto aparecerá en la vida futura como potencia disminuida o perturbada del individuo en cuestión. Hasta qué punto podrá liberar las fantasías sexuales de su infancia en la vida futura también dependerá de otros factores de su desarrollo, en especial de sus experiencias en la realidad, pero, fundamentalmente, las condiciones bajo las cuales podrá amar están delineadas en todos sus detalles en las fantasías de juego de los primeros años.

Estas fantasías, por el modo como se desarrollan, muestran que a medida que los impulsos sexuales avanzan al nivel genital, también se desarrolla su capacidad para la sublimación, y que la sublimación y la sexualidad están interrelacionadas. Kurt, por ejemplo, hizo una casa que sería sólo para él. La casa era su madre, de quien quería ser el único poseedor. Al mismo tiempo no podía nunca hacer lo bastante en el sentido de planear bien la casa y embellecerla.

 

Las fantasías de juego de esta naturaleza nos dan ya la línea de alejamiento de sus objetos de amor que el niño efectuará más tarde. Un paciente pequeño solía representar el cuerpo de su madre por medio de mapas; al principio quería tener hojas de papel cada vez más grandes para hacer mapas lo más grandes posible. Luego, después que este juego había sido interrumpido por una reacción de ansiedad, comenzó a hacer lo opuesto, mapas muy pequeños. Su tentativa de representar por la pequeñez de las cosas que diseñaba, la disimilitud y alejamiento de su gran objeto originario -su madre- fracasó, y sus mapas se hicieron de nuevo más y más grandes, hasta que por último alcanzaron su tamaño originario y una vez más interrumpió su dibujo por la ansiedad. La misma idea la expuso en las muñecas de papel que cortaba. La muñequita que siempre terminaba por dejar de lado por una grande, se vio que era una amiga pequeña que él trataba de cambiar por su madre como objeto de amor. Así vemos que aun la capacidad del individuo para alejarse libidinalmente de sus objetos en la pubertad, tiene sus raíces en los primeros años, y que el análisis del niño pequeño es de gran ayuda para facilitar este proceso.

A medida que su análisis continuaba, el niño se hizo más capaz de efectuar en juegos y sublimaciones estas fantasías heterosexuales, en las que se atrevía a luchar con su padre por la posesión de la madre. Sus fijaciones pregenitales disminuían, y la lucha misma cambió mucho en carácter. Su sadismo disminuyó, de modo que su parte en la lucha fue menos ardua desde que despertó menos ansiedad y culpa. Su mayor habilidad para realizar o llevar a cabo sus fantasías en el juego, serena e ininterrumpidamente, e introducir elementos de realidad más satisfactoriamente, son un indicio de que posee los cimientos de su potencial sexual en su vida futura. Estos cambios en el carácter de las fantasías y juegos están siempre acompañados por otros cambios importantes en la personalidad total y hacen al niño más libre y activo en su comportamiento, como se ve por la desaparición de numerosas inhibiciones y por su cambiada actitud frente a su medio ambiente mediato e inmediato.

Volvamos ahora a nuestro segundo ejemplo sobre el modo en que las fantasías de juego arrojan luz sobre la vida sexual posterior de una niña. Rita, de 2 años y 9 meses, estaba gravemente inhibida en el juego. Lo único que podía hacer -con evidentes inhibiciones y de muy mala gana- era jugar con sus muñecas y animalitos de juguete. Aun esta ocupación tenía más bien el carácter de un síntoma obsesivo, porque consistía casi enteramente en lavarlos y cambiarles continuamente la ropa de un modo compulsivo. Tan pronto como introducía un elemento imaginativo en estas actividades, es decir, tan pronto como comenzaba a jugar en el verdadero sentido de la palabra, tenía una crisis de ansiedad inmediata y detenía el juego. El análisis demostró que su actitud maternal y femenina estaba pobremente desarrollada y que en sus juegos con la muñeca apenas jugaba la parte de la madre. Su relación con ésta era principalmente de identificación. En esta identificación su intenso miedo de estar sucia o destruida en su interior o de ser mala, la impulsaba a continuar limpiando su muñeca y cambiar sus ropas. Sólo después que su complejo de castración fue analizado en parte, se vio que el juego obsesivo con su muñeca en el comienzo mismo del análisis, había expresado ya su más profunda ansiedad, es decir, el miedo de que su madre le robara los niños de su interior.

En la época en que su complejo de castración estuvo en el primer plano, Rita hizo que su osito de juguete representara el pene que había robado a su padre, con la ayuda del cual quería suplantarlo en la posesión del amor de la madre. En esta parte de su análisis tenía ansiedad de conexión con fantasías masculinas de esta naturaleza. Sólo cuando se analizó su ansiedad más profunda, perteneciente a la actitud maternal y femenina, fue que su actitud cambió realmente y que ella demostró una genuina actitud maternal hacia su oso y muñeca. Mientras besaba y abrazaba a su oso y lo llamaba con nombres cariñosos dijo una vez: "Ahora no soy desgraciada. Ya no soy más desgraciada porque tengo, después de todo, un niñito tan querido". Se hizo evidente que ahora había logrado el estadío en el que las tendencias genitales, los impulsos heterosexuales y la actitud maternal son prominentes, por muchos indicios, entre otros, por su cambiada actitud hacia sus objetos. Su aversión a su padre, que anteriormente había sido tan acentuada, dio lugar a una actitud afectuosa.

La razón por la cual podemos predecir a través del carácter y desarrollo de las fantasías de juego en los niños lo que será su vida sexual en los años posteriores, es que todos sus juegos y sublimaciones están basados en fantasías de masturbación. Si, como creo, sus juegos son un medio de expresar sus fantasías de masturbación y encontrar una salida para las mismas, se comprende que el carácter de sus fantasías de juego indique el carácter de su vida sexual adulta y también que el análisis del niño pueda no sólo traer mayor estabilidad y capacidad para la sublimación en la niñez, sino también asegurar un bienestar mental y perspectivas de felicidad en la madurez.

 

7. LA VIDA SEXUAL INFANTIL

Una de las conquistas importantes del psicoanálisis es el descubrimiento de que los niños poseen una vida sexual que encuentra expresión tanto en las actividades sexuales directas corno en las fantasías sexuales.

Sabemos que generalmente la masturbación tiene lugar en el período de lactancia y que se prolonga comúnmente en mayor o menor medida hasta el período de latencia (No necesito decir que no esperamos encontrar niños, incluso los más pequeños, masturbándose abiertamente.) En el período anterior a la pubertad y particularmente durante la pubertad misma, la masturbación vuelve a ser muy frecuente. El período en el cual las actividades sexuales del niño son menos pronunciadas es en el período de latencia. Esto es debido a que la declinación del complejo de Edipo va acompañada por una disminución en la fuerza de las tendencias instintivas. Por otra parte, existe todavía el inexplicable hecho de que es en este mismo período que la lucha del niño contra la masturbación está en su apogeo. En su libro Inhibición, síntoma y angustia, 1926, Freud dice que durante el período de latencia las energías del niño parecen estar ocupadas principalmente en la tarea de resistir a la tentación de masturbarse. Su afirmación parece apoyar la idea de que incluso durante el período de latencia la presión del "ello" no ha disminuido hasta el grado que se supone comúnmente o bien que la fuerza ejercida por el sentimiento de culpa del niño contra las tendencias del "ello" ha aumentado.

En mi opinión, el excesivo sentimiento de culpa que surge en el niño por su actividad masturbatoria está realmente dirigido hacia las tendencias destructivas que existen en las fantasías que acompañan a la masturbación. Es este sentimiento de culpa el que incita a los niños a interrumpir la masturbación totalmente y es el que, si logra su propósito, a menudo conduce a los niños a una fobia a tocar. Un temor de esta clase es una indicación tan importante de un trastorno del desarrollo, como la masturbación obsesiva, y se hace evidente en los análisis de adultos, en los cuales vemos cómo el temor exagerado del paciente a la masturbación conduce a menudo a serias perturbaciones de su vida sexual. No se observan trastornos de este tipo en el niño, pues sólo emergen en la vida posterior como impotencia o frigidez de acuerdo con el sexo del individuo; pero su existencia puede deducirse de la presencia de otras dificultades que son concomitantes invariablemente con un desarrollo sexual deficiente.

Los análisis de las fobias a tocar muestran que una supresión demasiado completa de la masturbación no sólo conduce a la aparición de toda clase de síntomas, tales como tics, sino que causando una excesiva represión de las fantasías de masturbación, coloca un grave obstáculo en el paso por el período de latencia en lo que se refiere a la capacidad de sublimación, función que es de enorme importancia desde el punto de vista cultural. Porque las fantasías de masturbación no son solamente la base de todas las actividades de juego del niño sino que constituyen también un componente de sus posteriores sublimaciones. Cuando estas fantasías reprimidas son liberadas por el análisis, se puede ver a los niños pequeños empezar a jugar y a los mayores a aprender y a desarrollar sublimaciones e intereses de todas clases. Mientras que al mismo tiempo, si ha sufrido de una fobia a tocar se empezará a masturbar nuevamente. Recíprocamente, en casos de masturbación obsesiva la cura de esta compulsión irá acompañada, entre otras cosas, de una mayor capacidad de sublimación. En este caso, sin embargo, como ha sido demostrado en detalle en otra parte, el niño continuará masturbándose, aunque en un grado más moderado y no obsesivamente. Así, en lo que se refiere a la capacidad de sublimación y la actividad masturbatoria, el análisis de la masturbación compulsiva y el de las fobias a tocar conducen al mismo resultado. Parece ser, pues, que la declinación del complejo de Edipo se produce normalmente en un período en el cual los deseos sexuales del niño disminuyen, aunque de ningún modo se pierden completamente, y que una cantidad moderada de masturbación no obsesiva es un hecho normal en todas las etapas de la vida.

Los factores subyacentes a la masturbación compulsiva influyen en otra forma de actividad sexual infantil. Como he dicho varias veces, según mi experiencia es común que los niños pequeños tengan relaciones sexuales con otros. Además, los análisis de niños en el período de latencia y pubertad han mostrado que actividades mutuas de esta clase se han prolongado dentro y más allá del período de latencia o han sido esporádicamente reanudadas durante este tiempo. Se encontró que los mismos factores operaban básicamente en todos los casos. Los dos ejemplos siguientes en los que pude analizar a la pareja, ilustrarán una situación de esta clase.

El primer caso se refiere a dos hermanos, Franz y Gunther, de cinco y seis años respectivamente. Habían sido educados en circunstancias familiares pobres pero no desfavorables. Sus padres se llevaban bien; y a pesar de que la madre tenía que hacer ella sola todo el trabajo de la casa, tomaba un interés activo e inteligente en sus hijos. Envió a Gunther para que fuera analizado debido a su carácter extraordinariamente inhibido y tímido y a su carencia evidente de contacto con la realidad. Era un niño callado y extremadamente receloso, aparentemente privado de verdaderos sentimientos afectivos. Franz, por otra parte, era agresivo, sobreexcitable y difícil de manejar. Los hermanos se llevaban muy mal y parecía que Gunther cedía ante su hermano menor.

Mediante el análisis pudimos remontarnos a sus relaciones sexuales desde las edades de 3 años y medio y 2 y medio respectivamente. Pero es muy posible que hubieran empezado más temprano. Resultó que mientras ninguno de ellos tenía un sentimiento de culpa consciente por estos actos (aunque los escondían cuidadosamente), ambos sufrían de un fuerte sentimiento de culpa inconsciente. Para el hermano mayor que había seducido al menor y a veces lo había forzado a realizar actos -que comprendían fellatio, masturbación mutua y tocar el ano con los dedos-, éstos equivalían a castrar a su hermano. Fellatio significaba arrancar de un mordisco su pene y destruir completamente su cuerpo cortándolo y reduciéndolo a pedazos, envenenándolo o quemándolo y así sucesivamente. El análisis de las fantasías que acompañaban a estos actos demostró, que no solamente representaban ataques destructivos sobre su hermano, sino que representaban al padre y a la madre de Gunther juntos en la relación sexual. Así, pues, su modo de comportarse era en cierto sentido la realización, aunque de un modo mitigado, de sus fantasías sádicas de masturbación contra sus padres. Además, haciendo estas cosas a veces por la fuerza, a su hermano menor, trató de asegurarse él mismo de que saldría vencedor en su peligrosa lucha con el padre y también con su madre. El miedo abrumador a sus padres incrementaba sus impulsos a destruirlos; y en consecuencia, se agregaban a este miedo los ataques imaginarios a sus padres. Además, su miedo a que el hermano pudiera traicionarlo, intensificaba su odio a él y su deseo de matarlo por medio de sus prácticas con él. De acuerdo con esto, la vida sexual del niño, en la que se evidenciaba un enorme sadismo, carecía casi por completo de elementos positivos.

 

En su mente, los varios procedimientos sexuales que emprendía, no eran sino una serie de torturas crueles y sutiles con la finalidad de llevar a su objeto a la muerte. Sus relaciones con su hermano hicieron surgir continuamente ansiedad en este sentido y fueron acrecentando dificultades que lo condujeron a un desarrollo psicosexual completamente anormal.

En cuanto al hermano menor, Franz, su inconsciente había sondeado el significado inconsciente de estas prácticas, y por esto, su terror a ser castrado y matado por su hermano mayor se había exaltado exageradamente. Sin embargo, nunca se había quejado a nadie ni había dejado traslucir sus relaciones. Reaccionaba a estas actividades que lo aterraban, con una grave fijación masoquista y con sentimientos de culpa, aunque era él quien había sido seducido. Las siguientes son algunas de las razones de esta actitud:

En sus fantasías sádicas Franz se identificaba él mismo con su hermano que lo había forzado y obtenía así gratificación a sus tendencias sádicas, siendo estas tendencias, como sabemos, una de las fuentes del masoquismo. Pero en esta identificación con el objeto de su miedo, trataba también de dominar su ansiedad. En su imaginación él era entonces el asaltante, y el enemigo al que sojuzgaba era su "ello" y también el pene de su hermano, internalizado dentro de si, y que representaba el pene de su padre -su peligroso superyó- y que veía como un perseguidor. Este perseguidor interno sería destruido por los ataques que fueron hechos en su propio cuerpo.

Pero dado que el niño no podía mantener esta alianza con un cruel superyó contra su "ello" y sus objetos internalizados, porque constituían una amenaza demasiado grande para su yo, su odio era continuamente desviado hacia los objetos externos -que representaban su yo débil y odiado. Así, por ejemplo, era brutal a veces con niños más pequeños o más débiles que él. Estos desplazamientos también se veían en el odio y rabia que me mostraba a veces durante su hora analítica. Acostumbraba, por ejemplo, amenazarme con una cuchara de madera tratando de ponerla dentro de mi boca y llamándome pequeña, estúpida y débil. La cuchara simbolizaba el pene de su hermano metido por la fuerza dentro de su propia boca. Se había identificado con su hermano y de este modo el odio a su hermano se volvía contra sí mismo. Y había pasado su rabia a sí mismo por ser débil y pequeño, a otros chicos menos fuertes que él e incidentalmente a mí en la situación de transferencia. Alternativamente, con el empleo de este mecanismo, acostumbraba en su imaginación a invertir sus relaciones con su hermano mayor, de modo que consideraba los ataques de Gunther contra él como algo que él, Franz, hacía a Gunther. Pero desde que para él su hermano también tenía el significado de sus padres en sus fantasías sádicas, se había puesto en la situación de cómplice de su hermano en un ataque conjunto contra los mismos, y en consecuencia compartía el sentimiento de culpa inconsciente de Gunther y el temor a ser descubierto por ellos. Así, pues, tenía como su hermano, un fuerte motivo inconsciente para mantener secreta toda la relación.

Un número de observaciones de esta clase me han conducido a la conclusión de que es la presión excesiva ejercida por el superyó la que, no sólo causa una supresión completa de las actividades sexuales, como hemos visto, sino la que hace surgir realmente la compulsión a permitirse dichas actividades -es decir, que la ansiedad y sentimiento de culpa refuerzan las fijaciones libidinales y exaltan los deseos libidinales-.

Hasta donde he podido ver, un sentimiento de culpa excesivo y también una gran ansiedad actúan en el sentido de impedir que las necesidades instintivas del niño disminuyan cuando comienza el período de latencia.

No debemos olvidar que en ese período aun una actividad sexual muy disminuida trae reacciones de culpa excesivas. La estructura y magnitud de la neurosis del niño determinarán cuál será el resultado de la lucha en el período de latencia. La fobia a tocar por una parte y la masturbación compulsiva por otra son los dos extremos de una serie complementaria que presenta un número casi infinito de gradaciones y variaciones posibles.

En el caso de Gunther y Franz se hizo claro que la compulsión a tener relaciones sexuales entre ellos estaba determinada por un factor que parecería tener un significado general en la compulsión de repetición. Cuando la ansiedad se refiere a un objeto irreal dirigido contra el interior de su cuerpo, el individuo está impelido a transformar este peligro en uno real y externo. (En este ejemplo, el miedo de Franz al pene internalizado de su hermano como un perseguidor y su temor a sus padres "malos" internalizados lo impulsaba a dejar que su hermano lo asaltara.) Franz producía continuamente situaciones de peligro externo de un modo compulsivo, desde que la ansiedad surgida, por grande que fuera, no lo era tanto como la ansiedad que sentía por el interior de su cuerpo, y podía así, en cierto modo, tolerarla mejor.

Finalmente, hubiera sido imposible impedir las relaciones sexuales de los hermanos utilizando medidas externas, puesto que su casa no era lo suficientemente grande como para que cada uno de ellos tuviera un dormitorio, y aunque esta medida hubiera sido practicable, habría fracasado, pienso, especialmente en un caso como éste en que por ambas partes la compulsión era tan fuerte. Dejados solos, aunque fuera por unos pocos minutos en el día, a menudo encontraban tiempo para comenzar toqueteos sexuales que tenían para su inconsciente el mismo significado que una realización completa de sus varios actos imaginados sádicamente. Fue sólo después de un largo análisis de ambos niños, durante el cual no traté nunca de influirlos para que abandonaran sus prácticas, sino que me limité a esclarecer la causa determinante de las relaciones sexuales entre ellos de un modo puramente analítico, que sus actividades sexuales comenzaron a cambiar gradualmente. Al principio se hicieron de un carácter menos compulsivo y finalmente cesaron del todo -no porque los dos se hubieran vuelto indiferentes a ellas, sino porque cuando su sentimiento de culpa fue menos agudo y más susceptible de modificación se transformó en el mismo factor que los impulsó a abandonar sus prácticas. Es decir que, mientras que una ansiedad exagerada y sentimiento de culpa originados en estadíos tempranos de desarrollo fueron los responsables de su compulsión, reforzando sus fijaciones, la disminución del sentimiento de culpa, operando en otro sentido, los capacitó para abandonar estas relaciones. Junto con la alteración gradual y cesación de sus prácticas sexuales, su actitud personal entre ellos sufrió un cambio considerable. Habiendo sido visiblemente anormal y hostil, comenzó a ser bastante normal, amistosa y benevolente.

 

Pasando al segundo caso, encontramos que actuaban causas muy arraigadas, similares a las que acabo de describir, aunque, es claro, diferentes en ciertos detalles. Un breve relato será suficiente. Ilse, de 12 años, y Gert, de 13 y medio, acostumbraban a permitirse, de tiempo en tiempo, actos similares al coito, actos que acontecían de repente, y a menudo después de largos intervalos. La niña no mostraba sentimientos de culpa consciente por ello, pero el varón, que era bastante más normal, sí. Su análisis mostró que ambos habían tenido relaciones sexuales entre sí desde la temprana infancia y las habían interrumpido sólo temporariamente al comienzo del período de latencia. Ambos sufrían de un abrumador sentimiento de culpa que les obligaba a repetir estos actos de tiempo en tiempo de un modo compulsivo. Estos actos se habían hecho sin embargo no sólo más raros en cuanto a su incidencia, sino más limitados en cuanto a su alcance, durante ese período, Los niños abandonaron la fellatio y el cunnilingus y por algún tiempo no fueron más allá de tocarse y hacer una inspección mutua de sus genitales. Durante la prepubertad, sin embargo, comenzaron a tener otra vez contactos similares al coito. Fue el hermano quien inició esos actos, y tenían carácter compulsivo. Acostumbraban a realizarlos por un impulso súbito y nunca pensaban en ello antes o después. El acostumbraba a "olvidar" completamente el hecho durante los intervalos. Tenía una amnesia parcial similar para un número de situaciones conectadas con estas relaciones sexuales, especialmente en lo que se refería a su temprana infancia. En cuanto a su hermana, si bien fue a menudo la parte activa en la primera infancia, más tarde sólo jugaba un papel pasivo.

A medida que las causas más profundas comenzaron a surgir durante el análisis, la conducta compulsiva del hermano y la hermana se disipó gradualmente, hasta que al final las relaciones sexuales cesaron completamente, como en el caso de Franz y Gunther. Y, del mismo modo, sus relaciones personales que antes habían sido muy malas, mejoraron considerablemente.

En el análisis de estos dos casos y de otros similares he encontrado que, paso a paso con el alejamiento del carácter compulsivo de lo actos, se va produciendo un número de cambios importantes e interconectados. La disminución del sentimiento de culpa del niño se acompaña de una disminución de su sadismo y de una emergencia más fuerte de su fase genital; y estos cambios se evidencian en cambios correspondientes en sus fantasías de masturbación y si es todavía muy pequeño, en las fantasías que introduce en su juego.

En análisis de púberes, encontramos una nueva y especial alteración en sus fantasías de masturbación. Gert por ejemplo no tenía al principio fantasías conscientes de masturbación pero en el curso de su tratamiento comenzó a tener una sobre una niña desnuda de la que sólo se veía el cuerpo sin cabeza. Más adelante la cabeza comenzó a aparecer más y más clara, hasta que pudo reconocer a su hermana. Cuando sucedió esto, sin embargo su compulsión ya había desaparecido y sus relaciones sexuales con la hermana habían cesado Esto muestra la conexión entre la represión excesiva de sus deseos y fantasías frente a su hermana y su impulso obsesivo a tener relaciones sexuales con ella. Más tarde sus fantasías sufrieron un nuevo cambio y relató otras en las que imaginaba niñas desconocidas. Finalmente tuvo fantasías sobre una amiga de su hermana. Esta alteración gradual iba registrando el proceso de cómo se desligaba libidinalmente de su hermana, proceso que no hubiera podido realizarse hasta que su fijación compulsiva en la hermana, mantenida por el excesivo sentimiento de culpa, hubiera desaparecido en el curso del análisis.

En general, en cuanto a la existencia de relaciones sexuales entre niños, especialmente entre hermanos y hermanas puedo decir sobre la base de mis observaciones, que son la regla en la temprana infancia, pero que se prolongan en el período de latencia y pubertad sólo en los casos en que el sentimiento de culpa del niño es excesivo y no ha sido modificado con éxito. Hasta donde he podido juzgar el efecto del sentimiento de culpa durante el período de latencia es permitir que el niño continúe masturbándose aunque en menor grado que antes, pero al mismo tiempo lo hace abandonar sus actividades sexuales con otros niños, sean o no sus propios hermanos y hermanas, siendo como es una realización demasiado real de sus deseos incestuosos y sádicos. Durante la pubertad, el alejamiento de estas relaciones continúa en concordancia con los fines de este período que involucran el retiro de la libido de los objetos incestuosos. Pero en un estadío posterior de la pubertad el individuo entrará, bajo circunstancias normales, en relaciones sexuales con nuevos objetos, relaciones basadas en el alejamiento progresivo de la libido de los antiguos objetos y mantenidas por diferentes corrientes de afectos contraincestuosos.

Podemos ahora considerar hasta dónde relaciones de esta clase pueden evitarse. Parece muy dudoso que fuera posible hacerlo sin dañar en otro sentido, desde que, por ejemplo, los niños deberían estar mantenidos bajo una vigilancia muy regular y seriamente coartados en su libertad. En todo caso, aunque fueran estrictamente vigilados, también dudo de que pudieran evitarse del todo. Además, aunque tempranas experiencias de esta clase pueden en algunos casos hacer daño, en otros su efecto sobre el desarrollo general del niño puede ser favorable. Porque además de gratificar la libido del niño y su deseo de conocimiento sexual, relaciones de esta clase sirven de importante función para disminuir un sentimiento de culpa excesivo, por esta razón: las fantasías que el niño introduce en estas relaciones se basan, como sabemos, sobre fantasías sádicas de masturbación, alrededor de las cuales están centrados sus más intensos sentimientos de culpa; por lo tanto, el conocimiento de que las fantasías prohibidas contra los padres son compartidas con otra persona, le dan el sentimiento de tener un cómplice y disminuyen así grandemente el peso de su ansiedad Por otra parte, una relación de esta clase provoca la ansiedad y sentimiento de culpa por si misma. Si este efecto será últimamente bueno o malo -si protegerá al niño de su ansiedad o la aumentará-, parece depender de la cantidad de sadismo presente en él y más especialmente de la actitud de su pareja. Por mi conocimiento de numerosos casos diría que donde predominan los factores positivos y libidinales, tal relación tiene una influencia favorable sobre la relación de objeto del niño y su capacidad de amor; pero cuando, como en el caso de Gunther y Franz, dominan impulsos destructivos y actos de coerción, pueden dañar gravemente el desarrollo total del niño.

Tratándose de las actividades sexuales del niño, el conocimiento psicoanalítico, aunque nos muestra el significado total de ciertos factores de desarrollo, no nos capacita para sugerir ninguna medida realmente profiláctica. Citaré un pasaje de Freud:

"Este estado de cosas tiene un cierto interés para los que recurren a la pedagogía para prevenir las neurosis mediante una temprana intervención en el desarrollo sexual del niño. Siempre que la atención se dirige especialmente a las experiencias sexuales infantiles, uno creería que, en el sentido de la profilaxis de futuras neurosis, todo estaría hecho si nos aseguráramos que su desarrollo sea retardado y que el niño esté a salvo de esta clase de experiencia. Pero sabemos que las condiciones causantes de una neurosis son más complicadas y que no pueden ser influidas de un modo general atendiendo a un solo factor. Una rigurosa vigilancia ejercida sobre el niño pierde valor, porque no puede influir frente al factor constitucional; más aun, es más difícil de realizar que lo que imaginan los especialistas en educación, e involucra dos nuevos riesgos que no deben ser descuidados. Puede realizar demasiado y favorecer un grado exagerado de represión sexual, perjudicial en sus efectos y que introduce al niño en la vida sin el poder suficiente para resistir las urgentes demandas de la sexualidad que deben esperarse en la pubertad. Por lo tanto se hace muy dudoso el hecho de si puede traer ventajas como profilaxis en la infancia y si más bien un cambio de actitud frente a la vida no constituiría un mejor punto de partida para lograr prevenir la neurosis".

 

Parte II

SITUACIONES TEMPRANAS DE ANSIEDAD Y SU EFECTO SOBRE EL DESARROLLO DEL NIÑO

8. PRIMEROS ESTADÍOS DEL CONFLICTO DE EDIPO Y DE LA FORMACION DEL SUPERYÓ

En los capítulos siguientes intentaré agregar algo a nuestro conocimiento del origen y estructura del superyó. Las conclusiones teóricas que voy a exponer han sido obtenidas mediante un conocimiento directo de los primeros procesos del desarrollo mental, puesto que están basadas en análisis reales de niños de corta edad. Estos análisis han demostrado que las frustraciones orales que los niños padecen liberan sus impulsos edípicos y que el superyó comienza a formarse simultáneamente. Los impulsos genitales quedan ocultos al principio, puesto que generalmente no se afirman contra los impulsos pregenitales hasta el tercer año de vida. En este período comienzan a emerger claramente y el niño entra en una fase en la cual su temprana vida sexual alcanza su punto máximo y su conflicto de Edipo logra un desarrollo completo.

En las páginas siguientes describiré los procesos de desarrollo que preceden a esta primera expansión de la sexualidad y trataré de demostrar que los estadíos tempranos del conflicto de Edipo y de la formación del superyó, se extienden aproximadamente desde la mitad del primer año hasta el tercero de la vida del niño.

Normalmente, el placer del niño de chupar es seguido por el placer de morder. La falta de gratificación en el estadío oral de succión aumenta su necesidad de gratificación en el estadío oral de morder La opinión de Abraham de que la incapacidad del niño para obtener suficiente placer en el período de succión depende de las circunstancias en las cuales es alimentado, ha sido plenamente confirmada por 1a observación analítica general. También sabemos que las enfermedades y deficiencias del desarrollo en los niños se deben en parte a la misma causa. Sin embargo, las condiciones desfavorables de nutrición que podemos considerar como frustraciones externas, no son, según parece, la única razón por la cual el niño obtiene muy poco placer en el período de succión. Esto se puede ver porque algunos niños son incapaces de gozar chupando -son "malos comensales" (bad-feeders)- aunque reciban suficiente alimento. Creo que la inhabilidad de gozar chupando es la consecuencia de una frustración interna y se deriva, según mi experiencia, de un incremento anormal del sadismo oral. Parecería que la polaridad entre los instintos de vida y los instintos de muerte se manifiestan ya en estos fenómenos de la primera infancia, porque podemos considerar la fuerza de fijación del niño al estadío oral de succión, como una expresión de la fuerza de su libido, y análogamente, la temprana y pujante emergencia de su sadismo oral, como una señal de la preponderancia de sus componentes instintivo-destructivos.

Tal como Abraham y Ophuijsen han señalado, el fortalecimiento de las fuentes constitucionales de las zonas que están comprendidas en el morder, tales como los músculos de la mandíbula, es un factor fundamental en la fijación del niño en un estadío oral sádico. Las deficiencias más graves de desarrollo y las enfermedades psíquicas se producen cuando las frustraciones externas -es decir, condiciones desfavorables de alimentación- coinciden con un sadismo oral constitucionalmente fortalecido y que le impide gozar durante la succión. Por otra parte, un sadismo oral que no aparece ni muy temprano ni muy violentamente (y esto significa que el período de succión ha seguido un curso satisfactorio) parece ser una condición necesaria para el desarrollo normal del niño.

En este caso los factores temporales asumirán una nueva importancia, juntamente con los cuantitativos. Si se exaltan las tendencias oral sádicas del niño muy tempranamente y con violencia, sus relaciones con los objetos y la formación de su carácter serán demasiado dominadas por el sadismo y la ambivalencia, y el yo se desarrollará adelantándose sobre su libido, siendo esto, como sabemos, un factor en la producción de las neurosis obsesivas, porque la ansiedad que proviene de un aumento tan brusco de su sadismo oral ejercerá una gran presión sobre su yo todavía inmaduro.

En lo que concierne al origen de la ansiedad, Freud ha ampliado su concepción originaria y ahora sólo da una aplicación muy limitada a la hipótesis de que la ansiedad proviene de una conversión directa de la libido. Demuestra que cuando el lactante está hambriento, siente la ansiedad como el resultado de un aumento de tensión causado por su necesidad, pero esta temprana situación de ansiedad tiene un prototipo anterior. Dice: "La situación de estar insatisfecho, en la cual la cantidad de excitación alcanza un grado doloroso..., debe de ser análoga para el lactante a su experiencia de nacimiento y, por lo tanto, una repetición de esta situación de peligro. Ambas situaciones tienen de común el trastorno económico ocasionado por la acumulación de estímulos que requieren ser descargados. Este factor es, por consiguiente, el verdadero centro del "peligro" y en ambos casos se origina, como reacción, la angustia". Por otra parte, tiene dificultad en conciliar el hecho de que "la angustia que pertenece a las fobias es una angustia del yo, es decir, proviene del yo y no emana de la represión, sino que ella misma es causa de la represión", con su primera hipótesis de que en ciertos casos la ansiedad proviene de una acumulación de la libido. La suposición de que "en ciertas situaciones, tales como trastornos durante el coito, excitación interrumpida o abstinencia, el yo presiente el peligro y reacciona ante ellas con angustia" no ofrece a su entender una solución satisfactoria del problema; y en otro pasaje, durante la discusión de otros puntos, vuelve a considerar la emergencia de la ansiedad, atribuyendo una vez más el problema a una "situación de peligro en la cual, como en la del nacimiento... el yo se encuentra impotente ante las demandas instintivas en aumento. Es decir, aquella situación que es la condición primera y originaria para la aparición de ansiedad".

Define como núcleo de la situación de peligro "la admisión de nuestra impotencia contra dicha situación, una impotencia física si el peligro pertenece a la realidad y una impotencia psíquica si proviene de los instintos''.

 

La prueba más clara de la conversión de la libido insatisfecha en angustia es, según pienso, la reacción del lactante a las tensiones causadas por sus necesidades físicas. Tal reacción, sin embargo, es no sólo de ansiedad, sino también de rabia. Es difícil decir en qué momento ocurre esta fusión de los instintos destructivos con los libidinales. Hay suficiente evidencia para creer que ha existido siempre y que la tensión causada por la necesidad sirve solamente para reforzar los instintos sádicos del niño. Sabemos, no obstante, que el instinto destructivo es dirigido contra el propio organismo y por consiguiente debe ser considerado por el yo como un peligro. En mi opinión, es éste el peligro que el individuo experimenta como ansiedad.

Así, la ansiedad surge de la agresión. Pero desde que sabemos que la frustración libidinal aumenta los instintos sádicos, la libido insatisfecha indirectamente liberaría o aumentaría la ansiedad.

Sobre dicha teoría, la sugestión de Freud, de que el yo advierte un peligro en la abstinencia, sería después de todo una solución al problema. Mi única objeción es que son los instintos destructivos los que desencadenan este peligro que él denomina "impotencia psíquica frente al peligro instintivo".

Freud dice que la libido narcisística del organismo desvía el instinto de muerte hacía el exterior para impedir que destruya el organismo, y que este proceso está en lo más profundo de las relaciones individuales hacia sus objetos y en la base del mecanismo de proyección. Continúa diciendo: "Otra porción (del instinto de muerte) no está incluida en este desplazamiento al exterior; permanece dentro del organismo y queda 'ligada' allí libidinalmente con la ayuda de la excitación sexual antes mencionada. Esta porción debe ser reconocida como el masoquismo erógeno originario". Me parece que el yo tiene aun otro medio de dominar los impulsos destructivos, todavía adheridos al organismo. Puede movilizar parte de ellos como una defensa contra la otra parte. De este modo el ello sufrirá una división que, según creo, es el primer paso para la formación de las inhibiciones instintivas y del superyó, lo cual puede ser similar a la represión primaria. Podemos suponer que una división de este tipo se hace posible por el hecho de que tan pronto como empieza el proceso de incorporación del objeto, el objeto incorporado se convierte en el arma de defensa contra los impulsos destructivos que están en el interior del organismo.

La ansiedad provocada en el niño por sus impulsos destructivos opera, según creo, de dos maneras: 1) en primer lugar lo hace temer ser exterminado por esos mismos impulsos, es decir, lo relaciona con un peligro instintivo interno, y 2) focaliza estos temores sobre su objeto externo, contra el cual se dirigen sus sentimientos sádicos, como origen del peligro. Este temor de un objeto parece tener su base más primitiva en la realidad externa, en el conocimiento progresivo que el niño tiene de la madre como de alguien que o bien da o bien retiene la gratificación y, del mismo modo, en un conocimiento creciente del poder de sus objetos en relación con la satisfacción de sus necesidades. (Conocimiento basado en el desarrollo de su yo y en su concomitante poder de probar las cosas por la realidad.) En conexión con esto parecería que él desplaza la carga completa de su inalterable temor de peligros instintivos sobre su objeto, intercambiando así peligros internos por externos. Su yo inmaduro busca entonces protegerse de estos peligros externos mediante la destrucción de su objeto.

Debemos ahora considerar de qué modo una desviación del instinto de muerte hacia el exterior influye en las relaciones del niño con sus objetos y conduce a la completa expansión de su sadismo. Su creciente sadismo oral alcanza su apogeo durante y después del destete y conduce a la completa activación y desarrollo de las tendencias sádicas procedentes de todas las fuentes. Tiene ciertas fantasías oral sádicas de un carácter completamente definido, que parecen formar un eslabón entre los estadíos orales de succión y de morder, en el cual él se apodera del contenido del pecho de su madre por el acto de chupar y vaciar. Este deseo de chupar y vaciar, dirigido primeramente hacia el pecho materno, pronto se extiende al interior de su cuerpo. En mi articulo "Estadíos tempranos del complejo edípico", 1928, he descripto este temprano estadío de desarrollo que es gobernado por las tendencias agresivas del niño contra el cuerpo de su madre y en el cual el deseo predominante es robar al cuerpo sus contenidos y destruirlo.

Hasta donde hemos podido investigar, la tendencia sádica más íntimamente aliada al sadismo oral es el sadismo uretral. La observación ha demostrado que las fantasías de los niños de destrucción por inundación, ahogamiento, mojaduras, quemaduras y envenenamiento, mediante enormes cantidades de orina, son una reacción sádica contra el hecho de haber sido privados de liquido por su madre y están dirigidos fundamentalmente contra su pecho. Quisiera en relación con esto hacer notar la gran importancia, hasta aquí poco reconocida, del sadismo uretral en el desarrollo del niño Las fantasías, familiares para los analistas, de inundación y destrucción de cosas mediante grandes cantidades de orina, y la más generalmente conocida relación entre jugar con fuego y mojar la cama, son simplemente los signos más visibles y menos reprimidos de los impulsos que están ligados a la función de orinar. Al analizar adultos y niños he encontrado constantemente fantasías en las cuales la orina es imaginada como un liquido disolvente y corrosivo y como un veneno insidioso y secreto. Estas fantasías sádicas uretrales tienen no poca parte en el hecho de dar al pene la significación inconsciente de un instrumento de crueldad y en ocasionar trastornos de potencia sexual en el hombre. En muchos casos he encontrado que el hecho de orinarse en la cama era causado por fantasías de este tipo.

 

Todos los otros vehículos de ataques sádicos que emplea el niño, tales como el sadismo anal y muscular, son en primer lugar utilizados contra el pecho frustrador de la madre, pero pronto son dirigidos hacia el interior de su cuerpo (de la madre), que así se transforma en el blanco de sus ataques sádicos provenientes de todas las fuentes y alcanzando su intensidad máxima. En los análisis tempranos estos deseos destructivos de los niños pequeños alternan constantemente entre deseos sádicos anales, deseos de devorar el cuerpo de su madre y deseos de mojarlo; pero su primitivo propósito de comer y destruir su pecho es siempre discernible en ellos.

La faz de la vida en la cual los ataques sádicos imaginarios del niño contra el interior del cuerpo de su madre son predominantes y en la cual este sadismo alcanza una fuerza máxima en cada una de las fuentes de donde surge, comienza por el período oral sádico de desarrollo y llega a su fin con la declinación del período anal sádico primario.

Abraham muestra en su obra que el placer que el niño obtiene mordiendo se debe, no sólo a la gratificación libidinal de sus zonas erógenas, sino que está en conexión con acentuados deseos destructivos cuyo propósito es dañarla y aniquilarla. Y es así, tanto más en la fase de máximo sadismo. La idea de que el niño de 6 a 12 meses trate de destruir a la madre por cada uno de los métodos a disposición de sus tendencias sádicas -con los dientes, uñas y excrementos, y con el total de su cuerpo, transformado en su imaginación en toda clase de armas peligrosas-, presenta a nuestro entendimiento un cuadro horripilante, por no decir increíble. Y a uno mismo se le hace difícil, según he visto por mi propia experiencia, llegar a reconocer que una idea tan aborrecible es exacta; pero la abundancia, fuerza y multiplicidad de las crueldades imaginarias que acompañan a estos deseos, se hacen tan evidentes durante los análisis tempranos, se ven con tal claridad y fuerza, que no dejan lugar a dudas.

Nosotros estamos ya familiarizados con aquellas fantasías sádicas del niño que culminan en el canibalismo y esto nos hace más fácil aceptar el hecho posterior de que estos métodos de ataques sádicos aumentan, en la medida en que las fantasías sádicas ganan plenitud y vigor. Este elemento de intensificación del impulso me parece ser la llave del asunto.

Si lo que intensifica el sadismo es la frustración libidinal, podemos entender perfectamente que los deseos de destrucción, que están ligados con los libidinales y que no pueden ser gratificados -sobre todo los deseos oral sádicos-, conduzcan a una intensificación posterior del sadismo y a una activación de todos sus métodos.

En los análisis tempranos he encontrado además que la frustración oral origina en el niño un conocimiento inconsciente de que sus padres disfrutan de placeres sexuales mutuos y una creencia, al principio, de que son de tipo oral. Bajo la presión de su propia frustración reaccionan a esta fantasía con envidia hacia sus padres y eso a su vez da lugar a odio hacia ellos. Sus deseos de vaciar y chupar, los conducen ahora a querer chupar y devorar todos los líquidos y otras sustancias que contienen sus padres (o mejor dicho, los órganos de éstos), incluyendo lo que han recibido el uno del otro durante la copulación.

Freud mostró que las teorías sexuales de los niños son una herencia filogenética, y de lo que ha sido dicho anteriormente resulta que ya en el primer período de desarrollo emerge un conocimiento inconsciente de este tipo sobre intercambio sexual entre los padres, conjuntamente con fantasías concernientes al mismo. La envidia oral es una de las fuerzas impulsoras que hace que los niños de ambos sexos deseen abrirse paso hacia el cuerpo de su madre, dando así origen al instinto epistemofílico aliado a este deseo. Los impulsos destructivos pronto dejan de estar dirigidos sólo contra la madre y comienzan a extenderse al padre. Porque ellos piensan que la madre incorpora el pene del padre durante la copulación oral, guardándolo dentro de si (imaginan así al padre provisto de gran cantidad de penes), de modo que los ataques a su cuerpo se dirigen también al pene dentro de ella.

Pienso que la razón por la cual en las capas más profundas de su mente el varón teme tanto a su madre como castradora y abriga la idea, íntimamente asociada con este temor, de la "mujer con pene", es que la teme como persona cuyo cuerpo contiene el pene del padre; así, finalmente, lo que teme es el pene de su padre incorporado a la madre.

El desplazamiento de los sentimientos de odio y ansiedad desde el pene del padre al cuerpo de la madre que lo alberga, me parece muy importante en la etiología de los trastornos mentales y es un factor subyacente en las perturbaciones del desarrollo sexual masculino y en la adopción de una actitud homosexual en el hombre, y pienso que el temor al imaginario pene de la madre es una etapa intermedia en este proceso de desplazamiento. Porque de este modo modifica el mayor temor del pene de su padre en el interior de la madre, temor que es completamente abrumador, porque en este primer estadío de desarrollo el principio de "pars pro toto" subsiste y el pene representa para él el padre en persona.

Así, el pene en el interior de la madre representa una combinación de padre y madre en una sola persona, y esta combinación es considerada particularmente amenazadora y terrorífica. Tal como ha sido señalado anteriormente, en este período de fuerza máxima, el sadismo del niño está centrado alrededor del coito de sus padres. Los deseos de muerte que siente contra ellos durante la escena primaria, o durante sus fantasías primarias, están asociados a fantasías sádicas, que son extraordinariamente ricas en contenido y que llevan implícita la destrucción sadística de sus padres, tanto por separado como en conjunto.

El niño tiene también fantasías en las cuales sus padres se destruyen mutuamente mediante sus genitales y excrementos, imaginados por él como armas peligrosas. Estas fantasías tienen efectos importantes y son muy numerosas, conteniendo ideas como aquella del pene incorporado a la madre, que se convierte en animal peligroso o en armas con sustancias explosivas, o la de que su vagina se transforma también en un animal peligroso o algún instrumento de muerte, por ejemplo, una ratonera envenenada. Puesto que estas fantasías son deseadas, y sus teorías sexuales se alimentan principalmente de deseos sádicos, el niño tiene un sentimiento de culpa por los daños que en su imaginación los padres se causan uno al otro.

 

Además del aumento cuantitativo que experimenta el sadismo del niño en cada punto de origen, se producen cambios cualitativos que lo aumentan todavía más. Al finalizar la fase sádica, los ataques imaginarios del niño sobre sus objetos, que son de naturaleza violenta y realizados por todos los medios a disposición de su sadismo, se extienden, incluyendo métodos más secretos y sutiles que los hacen aun más peligrosos. En la primera parte de esta fase, donde reina una franca violencia, los excrementos son considerados como instrumentos de ataque directo, pero más tarde adquieren un significado de sustancias explosivas o venenosas. Todos estos elementos juntos originan fantasías sádicas en cantidad, variedad y riqueza casi ilimitadas. Además, estos impulsos sádicos contra el padre y la madre en copulación, hacen que el niño espere castigo de ambos padres. En este estadío, no obstante, su ansiedad sirve para intensificar su sadismo y para aumentar su impulso a destruir los objetos peligrosos, así que se vale de una cantidad mayor de deseos sádicos y destructivos para atacar a sus padres conjugados y correspondientemente se asusta más de ellos como entidad hostil.

Según mis puntos de vista, el conflicto de Edipo aparece en el niño tan pronto como empieza a tener sentimientos de odio contra el pene del padre y al querer cumplir una unión genital con su madre y destruir el pene del padre que él imagina se encuentra en el interior de ella. Considero que estos primeros impulsos genitales y fantasías, a pesar de que aparecen durante la fase dominada por el sadismo, constituyen, en los niños de ambos sexos, los períodos más tempranos del conflicto de Edipo, porque satisfacen el criterio aceptado para el mismo.

Aunque los impulsos pregenitales del niño son todavía predominantes, ya ha comenzado a sentir, junto con los deseos orales, uretrales y anales, deseos genitales hacía el progenitor del sexo opuesto, y celos y odio por el progenitor del mismo sexo, y siente un conflicto entre su amor y su odio hacía este último. Podemos llegar a decir que el conflicto de Edipo debe su agudeza típica a esta temprana situación.

La niña pequeña, por ejemplo, mientras se aleja de la madre con sentimientos de odio y desengaño y dirige sus deseos orales y genitales hacía el padre, aún está ligada a la primera por el poderoso vinculo de sus fijaciones orales y por su desamparo en general; y el niño pequeño es atraído hacia su padre por un efecto oral positivo y desligado de él por los sentimientos de odio que nacieron en la primera situación de Edipo. Pero el conflicto no se hace visible claramente en este período de desarrollo del niño sino más tarde. Esto, creo, es en parte debido a que el niño pequeño tiene menos modos de expresar sus sentimientos y a que su relación con los objetos es aún confusa y vaga. Una parte de sus reacciones frente a los objetos se dirige a los objetos de su fantasía y a menudo dirige la mayor parte de su ansiedad y odio hacía estos últimos -en especial ésta es su actitud frente a los objetos internalizados-, así que su actitud frente a los padres sólo refleja una parte de las dificultades que experimenta en su actitud frente al objeto. Pero estas dificultades encuentran su expresión de muchos otros modos. Ha sido invariablemente mi experiencia, por ejemplo, que los terrores nocturnos y fobias de los niños pequeños se deben a la existencia del conflicto de Edipo.

No creo que se pueda hacer una distinción bien definida entre los tempranos estadíos del conflicto de Edipo y los últimos. Puesto que, hasta donde llegan mis observaciones, los impulsos genitales aparecen al mismo tiempo que los pregenitales y los influyen y modifican, y puesto que como resultado de esta asociación temprana ellos mismos muestran huellas de ciertos impulsos pregenitales, a veces aun en los últimos estadíos de desarrollo, la llegada al estadío genital parece ser sólo un reforzamiento de los impulsos genitales.

El que los impulsos genitales y pregenitales se mezclen así, se ve por el hecho bien conocido de que cuando los niños son testigos de la escena primaria o la fantasean -ambos de carácter genital- experimentan impulsos pregenitales muy fuertes, tales como orinarse en la cama y defecar, acompañados por fantasías sádicas dirigidas contra sus padres en copulación.

De acuerdo con mis observaciones, las fantasías de masturbación en los niños tienen por núcleo las primeras fantasías sádicas centradas en sus padres en copulación. Son estos impulsos destructivos, fusionados con los libidinales, los que obligan al superyó a utilizar defensas contra las fantasías de masturbación e, incidentalmente, contra la masturbación misma. El sentimiento de culpa del niño acerca de su temprana masturbación genital se debe, pues, a sus fantasías sádicas dirigidas contra los padres. Y desde que, además, estas fantasías de masturbación contienen la esencia de su conflicto de Edipo y pueden por lo tanto ser consideradas como el punto focal de su vida sexual, el sentimiento de culpa que tienen, debido a sus impulsos libidinales, es realmente una reacción a los impulsos destructivos enlazados con ellos. Si esto es así, no solamente no serían las tendencias incestuosas las que darían lugar primero al sentimiento de culpa, sino que el temor del incesto mismo se derivaría de impulsos destructivos que han entrado en relación permanente con los más tempranos deseos incestuosos del niño.

Si es exacto suponer que las tendencias edípicas en el niño aparecen en la fase de mayor sadismo, ello nos lleva a aceptar la tesis de que son principalmente impulsos de odio los que ocasionan el conflicto de Edipo y la formación del superyó y los que gobiernan los más tempranos y decisivos estadíos de ambos. Esta tesis, aunque a primera vista parece contradictoria a la teoría psicoanalítica aceptada, coincide, no obstante, con nuestro conocimiento del hecho de que la libido se desarrolla hasta el período genital partiendo del pregenital.

Freud ha señalado repetidas veces que en el desarrollo del individuo el odio precede al amor. En Los instintos y sus destinos dice: "La relación de odio hacia los objetos es anterior a la de amor. Este hecho es debido al repudio originario del mundo externo por el yo narcisista, mundo de donde fluye la corriente de estímulos", (Obras completas, tomo IX, edición castellana) y además que: "el yo odia, aborrece y persigue con intención de destruir todos los objetos que son para él una fuente de displacer, sin tener en cuenta si significan para él una frustración de la satisfacción sexual o una gratificación de las necesidades de autoconservación".

 

Desde el punto de vista ortodoxo, la formación del superyó comienza en la fase fálica. En "El final del complejo de Edipo" (1924) Freud sostiene que el complejo de Edipo es sucedido por el establecimiento del superyó; aquél se destruye y el superyó toma su lugar. De nuevo en Inhibición, síntoma y angustia leemos: "La ansiedad en la fobia de animales es así una reacción eficaz del yo ante el peligro, peligro que es la amenaza de ser castrado. No existe diferencia entre esta ansiedad y la ansiedad real que siente el yo normalmente en situaciones de peligro, excepto en que su contenido permanece inconsciente y sólo es percibido bajo una forma distorsionada. De acuerdo con esta tesis, la ansiedad que afecta a los niños hasta el principio de la latencia, se atribuiría solamente a un temor de castración en el caso del varón y temor a una pérdida de amor en el caso de la niña, y el superyó no empezará a formarse hasta que hayan sido dejados atrás los estadíos pregenitales y seria el resultado de una regresión al estadío oral". En El yo y el ello, (Obras Completas, tomo 19), Freud dice: "Al principio, en la fase oral primaria de la existencia del individuo, la catexis de objeto y la identificación son difíciles de distinguir una de otra, y el superyó es, en realidad, el precipitado de la primera catexis de objeto del ello y el heredero del complejo de Edipo después de la disolución de este último". Mis propias observaciones me han conducido a la creencia de que la formación del superyó es un proceso más simple y más directo. El conflicto de Edipo y el superyó aparecen, creo, bajo la supremacía de los impulsos pregenitales, y los objetos que han sido introyectados en la fase oral sádica -las primeras catexis de objetos e identificaciones- forman los comienzos del temprano superyó. Además, lo que origina la formación del superyó y gobierna sus tempranos estadíos, son los impulsos destructivos y la ansiedad que ellos despiertan. Al considerar así los impulsos del individuo como el factor fundamental en la formación de su superyó, nosotros no negamos la importancia de los objetos mismos para ese proceso, pero lo vemos bajo una luz distinta. Las identificaciones tempranas del niño reflejan sus objetos de un modo irreal y desfigurado. Según sabemos por Abraham, en un estadío temprano del desarrollo, tanto los objetos reales como los introyectados están principalmente representados por sus órganos. También sabemos que el pene del padre es un objeto de ansiedad por excelencia y es comparado en el inconsciente con armas peligrosas de varias clases y animales aterradores, los cuales envenenan y; devoran, representando la vagina una entrada peligrosa. Los análisis tempranos demuestran que estas equivalencias son un mecanismo universal de importancia fundamental en la estructura del superyó. Hasta donde puedo juzgar, el núcleo del superyó se encuentra en la incorporación parcial que tiene lugar durante la fase canibalística del desarrollo, y las primeras imagos del niño toman la marca de estos impulsos pregenitales.

Que el yo considere el objeto internalizado como un enemigo cruel del ello, surge lógicamente del hecho de que el instinto destructivo que el yo ha desviado hacia el mundo externo, ha sido dirigido contra aquel objeto, del cual, por consiguiente, nada, sino hostilidad contra el ello, puede esperarse. Pero hasta donde llega mi experiencia, también está presente un factor filogenético en el origen de toda ansiedad temprana e intensa que el niño siente frente a los objetos internalizados. El padre, en la horda primitiva, era el poder externo que obligaba a una inhibición de los instintos. En el transcurso de la historia del hombre, el temor al padre, adquirido cuando empieza a internalizar sus objetos, servirá en parte como una defensa contra la ansiedad, a la que dio lugar el instinto destructivo.

En lo que se refiere a la formación del superyó, Freud parece seguir dos líneas de pensamiento, que son, en cierto modo, complementarias. Según una de ellas, la severidad del superyó se deriva de la severidad del padre real, cuyas prohibiciones y órdenes repite. De acuerdo con la otra, como ha indicado en uno o dos pasajes de su obra, su severidad es el resultado de los impulsos destructivos del sujeto.

El psicoanálisis no ha seguido la segunda línea de pensamiento.

Tal como muestra su literatura, ha adoptado la teoría de que el superyó se deriva de la autoridad de los padres y en ella ha fundado todas las investigaciones sobre el individuo. No obstante, Freud, en parte, ha confirmado recientemente mis puntos de vista, subrayando la importancia de los impulsos del individuo mismo como un factor en el origen del superyó y en el hecho de que su superyó no es idéntico a sus objetos reales.

Querría dar el nombre de estadíos "tempranos de formación del superyó" a las identificaciones primeras hechas por el niño, del mismo modo que he empleado la denominación de "tempranos estadíos del conflicto de Edipo". En los tempranos estadíos del desarrollo del niño, la precipitación de la catexis de objeto ejerce una influencia de un tipo que las caracteriza como un superyó, aunque difieran en calidad y en modo de actuar de las identificaciones que pertenecen a los últimos estadíos. Y aunque este superyó sea muy cruel, formado bajo la supremacía del sadismo, siempre toma la defensa del yo contra el instinto destructivo y es ya en estos primeros estadíos la fuerza de la cual proceden las inhibiciones instintivas.

En su artículo, "Die Identifizierung" (1926), Fenichel ha aplicado cierto criterio que diferencia los "precursores del superyó", como él llama a las tempranas identificaciones de acuerdo con la sugestión hecha por Reich, del superyó propiamente dicho. Estos precursores existen, según cree, en un estado disperso e independientemente uno de otro y carecen de la unidad, severidad, oposición al yo, cualidad de ser inconsciente y del gran poder que caracteriza al superyó real como heredero del complejo de Edipo. Según mi opinión, tal diferenciación es incorrecta en diferentes sentidos. Hasta donde me ha sido posible observar es precisamente este superyó primario el que es especialmente severo, y, normalmente, en ningún período de la vida es tan fuerte la oposición entre el yo y el superyó como en la temprana infancia. Es más, este último hecho explica por qué, en los primeros estadíos de la vida, la tensión entre los dos es principalmente sentida como ansiedad. Además he encontrado que las órdenes y prohibiciones del superyó no son menos inconscientes en los niños pequeños que en los adultos y que no son de ningún modo idénticas a las órdenes que provienen de los objetos reales. Creo que Fenichel tiene razón al decir que el superyó del niño no está ya íntimamente organizado como en los adultos. Pero esta diferencia, aparte de que no es una verdad universal, puesto que muchos niños pequeños muestran un superyó bien organizado y muchos adultos un superyó disperso, me parece que está de acuerdo simplemente con el grado menor de cohesión mental que posee el niño pequeño si lo comparamos con el adulto. Sabemos que los niños pequeños tienen un yo no tan altamente organizado como el de los niños en período de latencia. Sin embargo, no decimos que el niño no tiene yo, sino que tiene precursores del yo.

 

Ya se ha dicho que en la fase del sadismo máximo un aumento de las tendencias sádicas conduce a un aumento de ansiedad. Las amenazas expresadas por el temprano superyó contra el ello contienen en detalle la totalidad de las fantasías sádicas que fueron dirigidas hacia el objeto, así que ahora cada una de ellas se vuelve contra el yo.

Así, la presión ejercida por la ansiedad en su primer período corresponderá en grado a la suma total del sadismo originariamente presente, y en cualidad a la variedad y riqueza de las fantasías sádicas que la acompañan La gradual superación del sadismo y la ansiedad es un resultado del desarrollo de la libido, Pero el mismo exceso de esta ansiedad también impulsa al individuo a vencerla. La ansiedad ayuda a cada una de las zonas erógenas a crecer en fuerza y a ganar dominio una después de otra. Así, la supremacía de los impulsos sádicos orales y uretrales es seguida por la supremacía del impulso anal-sádico, y aunque los mecanismos pertenecientes al primer período anal-sádico, por poderoso que este sea, están ya actuando en favor de las defensas que han sido dirigidas contra la ansiedad surgida de los tempranos estadíos sádicos, se infiere que aquella misma ansiedad, que es preeminentemente un agente inhibidor en el desarrollo del individuo, es también un factor de fundamental importancia como promotor del crecimiento del yo y de la vida sexual.

En este período del desarrollo del individuo, sus métodos de defensa son proporcionales a la presión de la ansiedad en él y son extremadamente violentos. Sabemos que en el temprano estadío anal-sádico lo que expulsa es su objeto que percibe como algo hostil a él y que equipara con excrementos. Desde mi punto de vista, lo que también expulsa es su terrorífico superyó que ha introyectado en el período oral sádico de su desarrollo. El acto de expulsión es, así, un medio de defensa empleado por su yo aterrorizado contra su superyó; expele sus objetos internalizados y los proyecta al mundo externo.

Los mecanismos de proyección y expulsión están íntimamente ligados en el individuo al proceso de formación del superyó. Así como su yo trata de defenderse a sí mismo de su superyó, expulsándolo violentamente y destruyéndolo, de este modo, por las amenazas de su superyó, trata de desembarazarse de su ello sádico, esto es, de sus tendencias destructivas por el mismo método de expulsión por la fuerza. En Inhibición, síntoma y angustia Freud dice que considera el concepto de defensa como bien adecuado para una "designación general de todos los métodos empleados por el yo en aquellos conflictos que pueden llevar a una neurosis; en tanto que el concepto de represión debe ser reservado para ese particular método de defensa que nuestra investigación nos ha llevado a comprender primero". Además establece explícitamente la posibilidad de "que la represión sea un proceso que está en una relación especial con la organización genital de la libido y que el yo se vuelve hacia otros métodos de defensa cuando tiene que protegerse contra la libido en otros estadíos de su organización". Mi punto de vista está también sostenido por Abraham en un pasaje en el que dice que: "La tendencia a proteger el objeto y a preservarlo, ha resultado de una tendencia destructiva más primitiva, por medio de un proceso de represión".

En cuanto a la línea de división entre los dos períodos anal-sádicos, el mismo autor dice: "Considerando esta línea divisoria extremadamente importante, nos encontramos de acuerdo con el punto de vista médico general". Porque la división que nosotros, psicoanalistas, hemos hecho apoyados en la fuerza de los datos empíricos, coincide, en efecto, con la clasificación en neurosis y psicosis hecha por la medicina clínica. Pero los analistas, es claro, no intentarían hacer una separación rígida entre las afecciones psicóticas y neuróticas. Por el contrario, saben bien que la libido de cualquier individuo puede regresar más allá de esta línea divisoria entre las dos fases anal-sádicas, dada una causa adecuada de enfermedad y dados ciertos puntos de fijación en su desarrollo libidinal que faciliten una regresión de esta naturaleza.

Como sabemos, no es la estructura de la mente del hombre normal en sí la que diferencia a éste del neurótico, sino los factores cuantitativos que están en acción. Las citas dadas de Abraham significan que la diferencia entre el psicótico y el neurótico es también una diferencia de grado. Mi propio trabajo psicoanalítico con niños, no sólo confirma la opinión de que los puntos de fijación para las psicosis yacen en un estadío de desarrollo que precede al segundo nivel anal, sino que también me ha convencido de que los niños normales y neuróticos también tienen allí puntos de fijación, aunque en menor grado.

Sabemos que en el psicótico existe una cantidad de ansiedad mucho mayor que en el neurótico; sin embargo, la teoría aceptada de la formación del superyó no explica el hecho de que tan abrumadora ansiedad aparezca en estos tempranos estadíos del desarrollo en que, según Freud y Abraham, están situadas las fijaciones para las psicosis. Las últimas teorías de Freud, que expresa en Inhibición, síntoma y angustia, excluyen la posibilidad de que esta inmensa cantidad de ansiedad pueda surgir de una conversión de libido no satisfecha en angustia.

Tampoco podemos presumir que el temor de un niño a ser devorado, cortado y muerto por sus padres sea un temor real. Pero si suponemos que esta excesiva ansiedad puede ser sólo el efecto de procesos intrapsíquicos, no estaríamos lejos de las teorías expuestas en estas páginas, de que la ansiedad temprana procede de una presión del superyó. La presión que en la primera etapa de desarrollo de un niño ejerce el superyó sobre sus tendencias destructivas, no sólo responde en grado y clase a sus fantasías sádicas, sino que despierta situaciones de ansiedad que reflejan los varios períodos que ha recorrido su fase sádica. Estas situaciones de ansiedad hacen surgir especiales mecanismos de defensa por parte de su yo y determinan el carácter específico que asumirá su perturbación psicótica (además de ser decisivo para su desarrollo en general).

 

Antes de intentar el estudio de las relaciones entre las tempranas situaciones de ansiedad y el carácter específico de las afecciones psicóticas, sin embargo, dirigiremos primero nuestra atención al modo en que la formación del superyó y el desarrollo de las relaciones de objeto se influyen mutuamente. Si es cierto que el superyó se forma en tal etapa temprana del desarrollo del yo, cuando está aún tan alejado de la realidad, debemos ver el crecimiento de las relaciones de objeto bajo una nueva luz. El hecho de que el individuo crea un cuadro deformado de sus objetos, en virtud de sus propios impulsos sádicos, no sólo acuerda un carácter distinto a la influencia ejercida por esos objetos y su relación con ellos en la formación del superyó, sino que, recíprocamente, aumenta la importancia de la formación del superyó en cuanto a sus relaciones de objeto. Cuando, como niño pequeño, comienza a introyectar sus objetos y éstos, no debemos olvidarlo, son sólo muy vagamente conocidos por él y principalmente por medio de sus órganos separados, su temor a esos objetos introyectados pone en movimiento los mecanismos de expulsión y proyección, tal como ya hemos visto; sigue luego una acción recíproca entre proyección e introyección que parece ser de fundamental importancia no sólo para la formación de su superyó, sino también para el desarrollo de sus relaciones de objeto con las personas y su adaptación a la realidad. El apremio continuo y sin tregua que lo domina, de proyectar sus identificaciones aterradoras sobre sus objetos, parecería dar por resultado un aumentado impulso a repetir los procesos de introyección una y otra vez, y es asimismo un factor decisivo en la evolución de su relación con los objetos.

La interacción entre la relación de objeto y el superyó también se muestra por el hecho de que en cada etapa del desarrollo los métodos usados por el yo en su trato con los objetos corresponden exactamente a aquellos usados por el superyó hacia el yo y por el yo hacia el superyó y el ello. En la fase sádica el individuo se protege del temor de sus objetos violentos, ya sea introyectados o externos, redoblando sus propios ataques destructivos sobre ellos, en su imaginación. Liberándose así de su objeto, busca, en parte, silenciar las intolerables amenazas de su superyó. Pero una reacción de este tipo presupone que el mecanismo de proyección ha empezado ya a trabajar en dos sentidos: uno en el cual el yo coloca el objeto en el lugar del superyó del cual quiere liberarse y el segundo por el cual hace que el objeto esté en el lugar del ello, del cual también desea librarse. En esta forma, la cantidad de odio que era primero dirigida contra los objetos se aumenta por el monto adherido al ello y al superyó. Así parecería que en las personas en las cuales las situaciones de temprana ansiedad son demasiado poderosas y que han retenido los mecanismos de defensa que pertenecen a esa edad temprana, el temor al superyó, si por razones externas o intrapsíquicas sobrepasara ciertos limites, las obligaría a destruir sus objetos y formaría la base para el desarrollo de un tipo de conducta criminal.

Pienso que estas situaciones de ansiedad temprana y demasiado fuerte son también de fundamental importancia en la etiología de la esquizofrenia. Pero aquí puedo sostener este punto de vista presentando sólo dos o tres ideas. Como ya ha sido señalado, la proyección de su terrorífico superyó sobre sus objetos aumenta en el individuo su odio a esos objetos y así también su temor a ellos, resultando que si la ansiedad y agresión son excesivas, su mundo externo se transforma en un lugar terrorífico y sus objetos en enemigos, y se siente amenazado de persecución, tanto por parte del mundo externo como de sus enemigos introyectados. Si su ansiedad es excesiva o si su yo no puede tolerarla, tratará de eludir el miedo de los enemigos externos poniendo fuera de acción sus mecanismos de proyección; éstos, a su vez, evitarán que se produzca una introyección posterior de objetos, lo que pondrá fin al desarrollo de su relación con la realidad y le dejará expuesto más que nunca al miedo de sus objetos ya introyectados. Estaría aterrado de ser atacado y dañado de diversos modos por un enemigo interno del que no podrá escapar. Un temor de esta clase es quizá una de las fuentes más profundas de la hipocondría, y un sobrante de él, no susceptible de ser modificado o desplazado, es obvio que exigiría métodos de defensa particularmente violentos. Una perturbación como ésta del mecanismo de proyección, parece además ser paralela a una negación de la realidad intrapsíquica. La persona así afectada niega, y dentro de ciertos límites elimina, no solo la "fuente" de su ansiedad, sino también sus "afectos". Un gran número de fenómenos pertenecientes al síndrome esquizofrénico puede ser explicado como un intento de defenderse, dominar o luchar contra un enemigo interno. La catatonía, por ejemplo, puede ser considerada como un intento de paralizar los objetos introyectados y mantenerlos inmóviles, haciéndolos inocuos.

Los primeros períodos de la fase anal-sádica se caracterizan por una gran violencia de los ataques dirigidos contra el objeto. En un período posterior de esta fase, coincidiendo con el primer estadío anal, en el cual los impulsos anal-sádicos toman la delantera, predominan métodos de ataque más secretos, tales como el uso de materias explosivas y envenenadas. Los excrementos representan entonces venenos y en sus fantasías el niño utiliza las heces como instrumento de persecución contra sus objetos y secretamente los introduce de un modo mágico en el ano o en otros orificios del cuerpo de estos objetos y los deja allí. En consecuencia, comienza a asustarse de sus propios excrementos como sustancias peligrosas y dañinas para su cuerpo y de los excrementos incorporados de sus objetos, de los que espera un ataque similar por este medio peligroso. Así, sus fantasías conducen al temor de tener una multitud de perseguidores dentro de su cuerpo o de ser envenenado, y ésta es la base de los temores hipocondríacos. Ellos también sirven para aumentar el temor surgido de la equiparación de los objetos introyectados con las heces, porque aquellos objetos introyectados se hacen aun más peligrosos por ser semejantes a envenenados y destructivos escíbalos. Como consecuencia de sus impulsos uretral-sádicos, el niño también considera la orina como algo peligroso, como algo que quema, corta y envenena, preparando al inconsciente para considerar el pene como un órgano sádico y temer al peligroso pene del padre dentro de si (como perseguidor).

 

En el período en que realiza ataques por medio de excrementos envenenados, el temor del niño a los ataques subterráneos contra sí por parte de sus objetos externos e introyectados se hace múltiple, de acuerdo con la mayor variedad y sutileza de sus propios procedimientos sádicos, y ellos apremian la actividad de los mecanismos de proyección hasta su limite extremo. Su ansiedad se despliega y es distribuida sobre muchos objetos y fuentes de peligro en el mundo externo, y así espera ahora ser atacado por un gran número de perseguidores. El secreto y la astucia que atribuye a estos ataques lo conduce a observar el mundo con ojo sigiloso y suspicaz, y así fortalece sus relaciones con la realidad por un lado, aunque esta relación pueda ser falsa; mientras que su temor del objeto introyectado -a pesar de los mecanismos de proyección- es un constante incentivo para mantener en acción dichos mecanismos.

Pienso que el punto de fijación de la paranoia es este período de la fase de máximo sadismo, en el cual los ataques del niño sobre el interior del cuerpo de la madre y contra el pene que él imagina allí se realizan por medio de excrementos envenenados y peligrosos y los delirios de referencia y persecución arrancan de las situaciones de ansiedad que acompañan a estos ataques.

De acuerdo con mi punto de vista, el temor del niño a los objetos introyectados lo incita a desplazar este miedo al mundo externo. Al hacerlo, sus órganos, objetos, heces, y toda clase de cosas, así como sus objetos internalizados, son equiparados con los externos; también distribuye su temor de estos objetos externos sobre un gran número de objetos equiparándolos unos con otros.

Una relación de esta índole con muchos objetos, basada, como está, en parte en la ansiedad, y realizada por medio de equiparaciones, puede llamarse un mecanismo fóbico de ansiedad, y pienso que es un mayor progreso por parte del individuo en el establecimiento de sus relaciones con los objetos y en su adaptación a la realidad, porque su primera relación de objeto sólo incluía una cosa: el pecho de su madre como representante de su madre. En la fantasía del niño pequeño, estos múltiples objetos se sitúan en el interior del cuerpo de la madre y este lugar es también objetivo de sus tendencias destructivas y libidinales y también del despertar de su deseo de saber. Como sus tendencias sádicas aumentan y en su fantasía se apodera del interior del cuerpo de su madre, esta parte de ella se hace representante de su persona total como objeto, y al mismo tiempo simboliza el mundo externo y la realidad. En realidad, por medio de su pecho, originariamente la madre representa para él el mundo externo. Pero ahora, el interior de su cuerpo representa con mas amplio sentido objetos y mundo externo, ya que, por una más amplia distribución de su ansiedad, contiene objetos más diversos Así, las fantasías sádicas del niño sobre el interior del cuerpo de su madre le dan una fundamental relación con el mundo externo y con la realidad. Pero la agresión y la ansiedad que siente como consecuencia de ella, aunque es una de las bases de sus relaciones de objeto, no es la única. Su libido también actúa al mismo tiempo y su influencia se hace sentir. La relación libidinal con los objetos y la influencia ejercida por la realidad neutralizan su temor a los enemigos internos y externos. Su creencia en la existencia de figuras bondadosas y útiles -creencia que se basa en la eficacia de su libido-, permite así que sus objetos reales emerjan cada vez con más fuerza y que sus imagos fantásticas retrocedan a último término.

En este sentido, la interacción entre formación del superyó y relación de objeto, que se basa en una interacción de proyecciones e introyecciones, influye profundamente en su desarrollo. En los primeros estadíos la proyección de sus imagos aterradoras al mundo externo transforma este mundo en un lugar de peligro y a sus objetos en enemigos; mientras la introyección simultánea de objetos reales, de hecho bien dispuestos para con él, trabaja en dirección contraria y disminuye la fuerza de su temor a las imagos aterradoras. Bajo esta luz, la formación del superyó, relación de objeto y adaptación a la realidad, son el resultado de una interacción entre la proyección de los impulsos sádicos del individuo y la introyección de sus objetos.

 

9. LAS RELACIONES ENTRE LA NEUROSIS OBSESIVA Y LOS ESTADÍOS TEMPRANOS DEL SUPERYÓ

He considerado en el capítulo anterior el contenido y los efectos de las situaciones tempranas de ansiedad en el individuo. Examinaremos ahora en qué sentido su libido y sus relaciones de objetos reales producen una modificación de estas situaciones de ansiedad.

Como resultado de la frustración oral sufrida por el niño, éste busca nuevas fuentes de gratificación. La niña pequeña se aparta de la madre y toma el pene del padre como objeto de gratificación. Al principio esta gratificación es de naturaleza oral, pero las tendencias genitales ya están en actividad. El niño pequeño también despliega una actitud positiva frente al pene del padre desde su posición oral de succión en virtud de la asimilación del pecho al pene. Una fijación oral de succión al pene del padre es un factor primario en el establecimiento de la verdadera homosexualidad. Pero generalmente sus sentimientos de odio y ansiedad frente al padre, surgidos del despertar de sus tendencias edípicas, luchan contra esta fijación. Si su desarrollo avanza con éxito, su actitud positiva frente al pene del padre se convierte en la base de una buena relación con las personas de su propio sexo y le permite al mismo tiempo lograr una completa posición heterosexual. Mientras que, sin embargo, en el niño, una relación oral de succión del pene del padre puede, bajo ciertas circunstancias, conducirlo a la homosexualidad, en la niña es normalmente el precursor de impulsos heterosexuales y del conflicto edípico. Un tal paso por parte de la niña hacia el padre y en el varón una segunda orientación hacia la madre como objeto de amor genital, establece un nuevo propósito de gratificación libidinal en el niño en el que los genitales comienzan a hacer sentir su influencia.

En esta temprana fase del desarrollo que yo he denominado la fase de culminación del sadismo, he encontrado que todos los estadíos pregenitales y genitales se cargan en rápida sucesión. Lo que sucede entonces es que la libido entra a luchar con los impulsos destructivos y gradualmente consolida sus posiciones. Junto con la polaridad del instinto de vida y el instinto de muerte podemos, creo, situar su interacción como un factor fundamental en los procesos dinámicos de la mente. Hay un vínculo indisoluble entre la libido y las tendencias destructivas, que pone en gran parte a las primeras en poder de las últimas. Pero el círculo vicioso dominado por el instinto de muerte en el que la agresión origina ansiedad y la ansiedad esfuerza la agresión, puede romperse por las fuerzas libidinales cuando éstas han ganado fuerza. Como sabemos, en los primeros estadíos del desarrollo el instinto de vida se esfuerza al máximo para mantenerse contra el instinto de muerte. Pero esta misma necesidad estimula el desarrollo de la vida sexual del individuo.

Desde que los impulsos genitales del niño permanecen escondidos por largo tiempo, no podemos discernir claramente las fluctuaciones e interrelaciones de las varias fases de desarrollo que resultan del conflicto entre los impulsos destructivos y libidinales. La emergencia de los estadíos de organización, que ya conocemos, armonizan no sólo con las posiciones que ha ganado y establecido la libido en su lucha contra el instinto destructivo, sino, desde que estos dos componentes están siempre unidos tanto como opuestos, con un creciente acuerdo entre ellos.

Es verdad que en apariencia el niño pequeño muestra relativamente poco de ese tremendo sadismo que se revela en el análisis de sus más profundas capas mentales. Pero mi argumento de que en estos estadíos tempranos del desarrollo el niño atraviesa por una época en que las tendencias sádicas alcanzan su fuerza máxima en cada una de sus fuentes, es, después de todo, sólo la ampliación de la teoría aceptada y bien establecida de que el niño pasa desde un estadío de sadismo oral (canibalismo) a uno de sadismo anal. Debemos también recordar que estas tendencias canibalísticas no se expresan en proporción con su importancia psicológica ya que, normalmente, sólo encontramos indicios comparativamente débiles de los impulsos del niño pequeño a destruir su objeto. Lo que nosotros vemos son sólo derivados de sus fantasías en relación con esto. Que el niño exprese sus impulsos sádicos intensos frente a los objetos externos de este modo amortiguado, se hace más inteligible si comprendemos que las fantasías extravagantes que surgen en cada estadío temprano de su desarrollo nunca se hacen conscientes. Debe recordarse, además, que el estadío del desarrollo del yo en el que surgen dichas fantasías es muy temprano y que las relaciones del niño con la realidad están todavía muy influidas por su vida imaginativa. Otra razón puede ser la inferioridad de tamaño y fuerza del niño con respecto al adulto y su dependencia determinada biológicamente; porque vemos cómo se evidencian más fuertemente sus impulsos destructivos contra las cosas inanimadas, animales pequeños, etc. Y finalmente, podría ser que aun en estos estadíos tempranos de su vida, impulsos genitales, aunque todavía no visibles, ejercieran ya su influencia restrictiva contra los sádicos ayudando a disminuir la fuerza que de otro modo se expresaría contra los objetos externos. Hasta donde he podido ver, existen en el niño pequeño junto con sus relaciones de objetos reales, pero en un plano diferente, relaciones que se basan en sus relaciones con imagos no reales, imagos de figuras tanto excesivamente buenas como malas. Ordinariamente estas dos clases de relación de objeto se entremezclan y colorean unas a otras de modo siempre creciente. (Este es el proceso que he descrito como interacción entre la formación del superyó y las relaciones de objeto.) Pero en la mente del niño, por pequeño que éste sea, los objetos reales y los imaginarios están todavía muy separados; y esto explica que no muestren tanto sadismo y ansiedad frente a los objetos reales como podría esperarse del carácter de sus fantasías.

 

Como sabemos, y como Abraham lo ha puntualizado especialmente, la naturaleza de las relaciones de objeto del niño y de sus rasgos de carácter están fuertemente determinadas por sus fijaciones predominantes, ya sea que éstas se sitúen en el estadío oral de succión o en el oral-sádico. En mi opinión este factor es también decisivo en la formación del superyó. La introyección de una buena madre conduce al establecimiento de una imago paterna bondadosa debido a la ecuación del pene con el pecho.

En la construcción del superyó también la fijación en el estadío oral de succión contrarrestará las identificaciones terroríficas que se han hecho bajo la supremacía de los impulsos oral-sádicos. A medida que disminuyen las tendencias sádicas del niño, las amenazas hechas por el superyó se reducen algo en violencia y las reacciones del yo también sufren un cambio. Hasta ahora el excesivo miedo al superyó y a sus objetos que ha dominado los tempranos estadíos de su vida, acarreó proporcionalmente reacciones violentas de su yo. Parecería que el yo trata de defenderse al principio contra el superyó escotomizándolo -usando el término de Laforgue- y expulsándolo. Tan pronto como el yo intenta engañar al superyó y reducir la oposición de este último a los impulsos del ello es que -creo- comienzan las reacciones en el sentido de que el yo reconoce el poder del superyó. Cuando comienzan los estadíos anales siguientes, el yo reconoce ese poder cada vez más claramente, y esto lo lleva a realizar intentos progresivos para llegar a un acuerdo con él. Este reconocimiento trae como consecuencia un reconocimiento de la necesidad de obedecer a las exigencias del superyó.

La conducta del yo con el ello, que en un estadío anterior ha sido en parte de expulsión, se transforma, en el estadío anal siguiente, en supresión, o más bien, en represión en el verdadero sentido de la palabra. Al mismo tiempo la cantidad de odio que siente frente al objeto disminuye desde que mucho del odio se derivaba de su antigua adhesión al superyó y al ello. El aumento de los componentes libidinales y la concomitante disminución de los destructivos también sirve para moderar las tendencias sádicas primarias que estaban dirigidas hacía el objeto. Cuando sucede esto el yo parece hacerse más consciente de su miedo de sufrir retaliación por parte del objeto. Así reconoce el poder del objeto además de someterse y aceptar las prohibiciones de un superyó severo. Su aceptación de la realidad externa depende así de la aceptación de la realidad intrapsíquica y más cuanto que su esfuerzo es hacer converger el superyó y el objeto. Una convergencia de esta clase es un paso mas en el sentido de modificar la ansiedad, y, ayudada por mecanismos de proyección y desplazamiento, acompaña al desarrollo de las relaciones del individuo con la realidad. El principal método que adopta el yo para vencer la ansiedad -en este punto- es tratar de satisfacer tanto los objetos externos como los internalizados. Esto lo induce a garantizar la seguridad de sus objetos, reacción que Abraham ha localizado en el estadío anal secundario. Este cambio de método en su conducta frente al objeto puede presentarse de dos maneras: el individuo puede alejarse de él, a causa de su miedo de él como fuente de peligro y también para protegerlo de sus propios impulsos sádicos, o puede dirigirse hacia él con sentimientos más positivos. Una relación de objeto de esta clase es provocada por una disociación de la imago materna en buena y mala. La ambivalencia del individuo frente al objeto no sólo representa un paso más en el desarrollo de sus relaciones de objeto, sino que es un mecanismo de fundamental importancia para vencer el miedo a su superyó, distribuyéndolo, después de haberlo dirigido al exterior, sobre un número de objetos, de modo que algunos de ellos representan el objeto que él atacó y que por lo tanto le amenaza con peligro y otros, especialmente su madre, significan la persona bondadosa y protectora.

A medida que el individuo avanza hacia su estadío genital y sus imagos introyectadas se hacen más amistosas, su superyó cambia en su modo de comportarse y el proceso de vencer la ansiedad se hace crecientemente exitoso. Cuando las hasta aquí abrumadoras amenazas del superyó se amortiguan en retos y reproches, el yo puede encontrar apoyo contra ellas en sus relaciones positivas. Puede ahora emplear mecanismos restitutivos y formaciones reactivas de lástima frente a sus objetos para aplacar su superyó; y el amor y reconocimiento que recibe de estos objetos y del mundo externo son considerados al mismo tiempo como una garantía y una medida de aprobación del superyó. Es aquí, también, cuando resulta importante el mecanismo de distribuir las imagos. Porque mientras el yo se aleja de los objetos peligrosos, trata de compensar al objeto bueno por las injurias imaginarias que él ha hecho.

El proceso de sublimación puede establecerse ahora, porque las tendencias restitutivas del individuo frente a sus objetos son una fuerza motivacional fundamental en todas sus sublimaciones, aun en las muy tempranas, tales como la muy primitiva manifestación del impulso a jugar. Una precondición para el desarrollo de las tendencias restitutivas y de sublimaciones es que la presión ejercida por el superyó debe ser mitigada y sentida por el yo como sentimiento de culpa. Los cambios cualitativos que comienza a sufrir el superyó como resultado de la fuerza creciente de los impulsos genitales del individuo y de las relaciones de objeto, motivan que se conduzca de un modo diferente con el yo, de modo que surgen en él verdaderos sentimientos de culpa. Pero si estos sentimientos se hacen demasiado abrumadores afectarán otra vez al yo, principalmente como ansiedad. Si esto es así, no sería una deficiencia en el superyó sino una diferencia cualitativa del mismo lo que hace surgir la falta de sentimientos sociales en ciertos individuos, especialmente en criminales, y en las llamadas personas "asociales".

 

Desde mi punto de vista, en el estadío anal primario el niño hace una defensa contra las imagos terroríficas que ha introyectado en la fase oral-sádica. Proyectando su superyó comienza a tratar de vencer su ansiedad. Pero este intento no es todavía exitoso porque la ansiedad que debe ser vencida es todavía demasiado fuerte y porque el método de proyección violenta hace surgir continuamente nueva ansiedad. La ansiedad que no puede ser aliviada en este sentido impulsa al niño a cargar los niveles siguientes de su libido -el estadío anal secundario- y actúa así como agente promotor de su desarrollo.

Sabemos que el superyó y el objeto del individuo adulto tampoco coinciden y, como he tratado de demostrar, tampoco sucede esto en ningún momento de la niñez. Creo que los esfuerzos que hace el yo a consecuencia de esta discrepancia para hacer sus objetos reales intercambiables con las imagos de ellos constituye un factor fundamental en su desarrollo. Cuanto menor es la discrepancia -es decir cuando las imagos se aproximan más a sus objetos reales mientras el estadío genital toma la delantera y las imagos aterradoras imaginarias que han asumido el control en los primeros estadíos de su vida retroceden hacía el telón de fondo- más estable es su equilibrio, y más éxito tiene en modificar sus primeras situaciones de ansiedad. A medida que sus impulsos genitales ganan en fuerza gradualmente, la represión del ello por el yo pierde también mucha de su violencia, de modo que hay mucho menos fricción entre los dos. Así, la relación de objeto más positiva que va junto con el advenimiento del estadío genital, puede ser también considerada como signo de una relación satisfactoria entre el superyó y el yo y entre El yo y el ello.

Ya sabemos que los puntos de fijación para las psicosis han de hallarse en los primeros estadíos del desarrollo y que el limite entre el estadío anal primario y el secundario forma la línea de demarcación entre las psicosis y las neurosis. Me inclino a dar un paso más y considerar aquellos puntos de fijación como puntos de partida, no solamente de enfermedades subsecuentes si no de trastornos que el niño sufre durante los primeros estadíos de su vida. En el último capítulo hemos visto que las situaciones de ansiedad excesiva que surgen en la fase de sadismo máximo son un factor etiológico fundamental en las perturbaciones psicóticas. Pero he encontrado que en las fases más tempranas del desarrollo, los niños normales también pasan por situaciones de ansiedad que son de carácter psicótico. Si aquellas situaciones tempranas son activadas en un grado elevado, ya sea por razones internas o externas, el niño exhibiría rasgos psicóticos. Y si está demasiado presionado por sus imagos que hacen surgir miedo, y no puede contrarrestarlas suficientemente con la ayuda de las imagos bondadosas y de sus objetos reales, está expuesto a perturbaciones que son similares a las psicosis del adulto y que se prolongan a menudo en una psicosis en la vida futura, o si no forman la base de enfermedades graves u otras dificultades del desarrollo. Pero desde que en la infancia las situaciones de ansiedad de esta naturaleza entran en acción invariablemente en una época u otra y alcanza cierta intensidad, todo niño manifestará en una u otra época síntomas psicóticos.

Por ejemplo, el cambio entre la alegría excesiva y la tristeza extrema, que es una característica de las perturbaciones melancólicas, se encuentra siempre en los niños. La verdadera extensión y profundidad de la infelicidad que sienten los niños no es tenida en cuenta para nada justamente porque es un suceso tan frecuente y sufre cambios tan rápidos. Pero la observación analítica me ha enseñado que su infelicidad y depresión, aunque no tan agudas como la depresión melancólica del adulto, tiene las mismas causas y puede ser acompañada de ideas de suicidio. He descubierto que los accidentes de mayor o menor importancia que sufren los niños y las heridas que se infieren, son tentativas de suicidio realizadas con medios todavía insuficientes. Entonces, también ellos exhiben en algún grado esa exclusión de la realidad que tomamos como criterio de psicosis en el adulto, aunque en su caso los consideramos en cierto modo normal.

Los rasgos paranoides son menos fáciles de observar en ellos por estar asociados con esa astucia y disimulo típico de esta perturbación, pero sabemos que los niños pequeños se sienten rodeados y perseguidos por figuras fantásticas. Analizando niños muy pequeños he encontrado que cuando estaban solos, especialmente de noche, el sentimiento que experimentaban de estar rodeados de toda clase de perseguidores, tales como hechiceros, brujas, demonios, formas fantásticas y animales y su ansiedad con respecto a ello tenía un carácter paranoide.

Las neurosis infantiles presentan un cuadro hecho de varios rasgos psicóticos y neuróticos y mecanismos que encontramos aislados en una forma más o menos pura en los adultos. A veces los rasgos de esta perturbación, a veces de otra están más fuertemente acentuados, pero en muchos casos la escena está completamente oscurecida por e hecho de que están activas al mismo tiempo varias afecciones, junto con las defensas empleadas contra ellas.

 

En su libro Inhibición, síntoma y angustia Freud dice que "las primeras fobias de los niños no han encontrado ninguna explicación hasta ahora" y que "su relación con las neurosis más obvias y tardías de la infancia de ningún modo son evidentes". Creo que aquellas primeras fobias contienen la ansiedad que surge en los primeros estadíos de la formación del superyó. Las tempranas situaciones de ansiedad del niño aparecen alrededor de la mitad de su primer año de vida y son inducidas por un incremento del sadismo. Consisten en miedos de objetos violentos tanto externos como introyectados (que los devoren, corten, castren); y tales miedos no pueden ser modificados en un grado adecuado en este estadío tan temprano.

Las dificultades que a menudo tienen los niños pequeños durante las comidas están también íntimamente relacionadas, según mi experiencia, con sus situaciones de ansiedad tempranas y tienen invariablemente orígenes paranoides. En la fase canibalística, los niños equiparan cada clase de comida con sus objetos, como los representan sus órganos, de modo que toma más el significado del pene del padre o del pecho de la madre y son amados, odiados o temidos como ellos. Las comidas liquidas son equiparadas con la leche, heces, orina y semen, y las sólidas, a las heces y otras sustancias del cuerpo. Así, la comida puede hacer surgir todos aquellos miedos de ser envenenado y destruido por dentro, que los niños sienten en relación a sus objetos internalizados y sus excrementos, si sus primeras situaciones de ansiedad operan con violencia.

Las fobias a los animales son en los niños una expresión de ansiedad temprana de esta clase. Están basadas en esa expulsión del superyó terrorífico que es característico del primer estadío anal y representan así un proceso compuesto por varios movimientos mediante el cual el niño modifica su miedo a su superyó y ello terroríficos. El primer movimiento es arrojar aquellas dos instituciones al mundo externo y asimilar el superyó al objeto real. El segundo movimiento no es familiar; es el desplazamiento a un animal del miedo que siente al padre real. Pero antes de éste hay a menudo un paso intermedio que consiste en elegir como objeto de ansiedad en el mundo externo a un animal menos feroz en lugar de las bestias salvajes y feroces que en los primeros estadíos del desarrollo del yo tomaban el lugar del superyó y del ello. El hecho de que el animal-ansiedad no sólo atrae hacia si el miedo del niño a su padre sino también su admiración por él es una señal de que el proceso de formación de un ideal ya tiene lugar. Las fobias de animales son va una modificación de grandes consecuencias del miedo del superyó; y vemos aquí qué íntima relación existe entre el superyó, la relación del objeto y las fobias de animales.

En Inhibición, síntoma y angustia, Freud dice: "Creí en una época que una fobia tenía el carácter de una proyección en el sentido de que un peligro instintivo interno estaba reemplazado por un peligro percibido como viniendo de afuera. Esto trae con ello la ventaja de que el sujeto puede protegerse por sí mismo del peligro externo escapando de él o evitando la percepción del mismo, mientras que ninguna huida puede servir de ayuda contra un peligro interno, pero este punto de vista, aunque no es incorrecto, es demasiado superficial. Un impulso instintivo no es después de todo un peligro en sí mismo sino solamente en cuanto implica un peligro externo, es decir, el peligro de castración. Por último, una fobia es simplemente una cuestión de sustituir un peligro externo por otro". Pero me aventuro a pensar que lo que yace en la raíz de una fobia es, sin embargo, un peligro interno, es el miedo de la persona a su propio instinto destructivo y a sus padres introyectados. En el mismo párrafo, al describir las ventajas de las formaciones sustitutivas, Freud nos dice que: "El miedo que pertenece a una fobia está, después de todo, condicionado. Sólo se siente cuando el objeto temido es percibido y en verdad porque es sólo entonces cuando surge la situación de peligro. No hay necesidad de temer el ser castrado por un padre que no está allí. Pero un padre es algo que no puede ser eliminado, aparece cuando él quiere. Pero si el niño lo reemplaza por un animal, sólo tiene que evitar la vista, es decir, la presencia de ese animal, para librarse del peligro y de la ansiedad". Tal ventaja sería aun mayor si por medio de una fobia de animal el yo pudiera no sólo realizar un desplazamiento de un objeto externo a otro sino también una proyección a un objeto externo de un objeto más temido del cual -porque es internalizado- no hay posible escapatoria. Considerada bajo esta luz, una fobia de animal seria mucho más que una simple deformación de la idea de ser castrado por el padre, en la de ser mordido por un caballo o comido por un lobo. Por debajo de esto estaría no solamente el miedo a ser castrado sino todavía un miedo anterior a ser devorado por el superyó, de modo que la fobia sería en realidad una modificación de la ansiedad perteneciente a los estadíos más tempranos.

Como ilustración de lo que sostengo, tomemos dos casos bien conocidos de fobias de animales; el de Juanito y el del "Hombre de los Lobos". Freud ha puntualizado que, a pesar de ciertas similitudes, estas dos fobias difieren entre ellas en muchos aspectos. En cuanto a las diferencias, la fobia de Juanito contenía muchos rasgos de sentimientos positivos. Su animal-ansiedad no era aterrador en sí y además sentía una cierta cordialidad hacia él, según se demostró por sus juegos a los caballos con su padre, poco antes de que apareciera su fobia. Su relación con sus padres y su ambiente era en conjunto muy buena y su desarrollo general mostraba que había pasado con éxito el estadío anal-sádico y que había alcanzado el estadío genital. Su zoofobia exhibirá solamente unas pocas huellas de ese tipo de ansiedad que pertenece a los estadíos más tempranos en el cual el superyó es equiparado con un animal terrorífico y salvaje y en las que el miedo del niño a su objeto es correspondientemente intenso. Así, parecía haber vencido y modificado esa temprana ansiedad bastante bien. Freud dice de él "Juanito parece haber sido un niño normal, con el llamado completo de Edipo positivo", de modo que su neurosis infantil puede ser considerada como leve y aun normal. Su ansiedad, según sabemos, fue prontamente disipada por un corto análisis.

 

La neurosis infantil del llamado "Hombre de los Lobos" (en un niño de 4 años), presenta un cuadro diferente. El desarrollo de este niño no puede ser descrito como normal. Para citar de nuevo a Freud: "Una temprana seducción había distorsionado su relación con el objeto femenino. Su posición pasivo-femenina estaba acentuada fuertemente y el análisis de su sueño del lobo muestra poca agresión intencional contra su padre, mientras evidencia claramente que lo que estaba reprimido era una actitud pasiva y tierna frente a él. Los factores mencionados primeramente pueden haber jugado una parte pero no son observables". El análisis del niño demostró que su idea de ser devorado por su padre era la expresión regresiva de un deseo pasivo y tierno hacia su padre con el objeto de ser amado por él de un modo erótico y genital. Considerado a la luz de nuestra discusión previa, la idea es vista no sólo como expresión de ansias pasivas y tiernas que han sido degradadas por la regresión sino por encima de esto como una reliquia de un estadío de desarrollo muy temprano Si nosotros consideramos el miedo del niño a ser devorado por un lobo no sólo como sustituto por distorsión de la idea de ser castrado por su padre, sino, según yo sugeriría, como una ansiedad primaria que ha persistido en forma inalterable junto con sus versiones posteriores y modificadas del mismo, se deducirá que ha habido un miedo al padre, activo en él, que debe haber ayudado enormemente a formar el curso de su desarrollo anormal. En la fase de sadismo máximo, iniciada por tendencias sádico-orales, el deseo del niño de introyectar el pene del padre, junto con sus impulsos hostiles sádico-orales intensos, da lugar a miedos a una bestia peligrosa y devoradora que él equipara con el pene de su padre. Lo que él pueda lograr en cuanto a vencer y modificar este miedo a su padre dependerá en parte de la magnitud de sus tendencias destructivas. El hombre de los lobos no venció esta ansiedad temprana. Su miedo al lobo, que representaba el miedo al padre, demostraba que había conservado la imagen de su padre como lobo devorador en los años siguientes. Porque, como sabemos, redescubrió este lobo en sus imagos paternas posteriores y su desarrollo total estuvo gobernado por ese miedo abrumador.

En mi opinión, este miedo enorme a su padre fue un factor básico en la producción de su complejo de Edipo invertido. Analizando varios niños muy neuróticos entre 4 y 5 años -niños que mostraron rasgos paranoides y en quienes el complejo de Edipo invertido era predominante- me convencí de que este curso de desarrollo estaba muy determinado por un miedo excesivo al padre todavía activo en las capas mentales más profundas y que se había generado por impulsos primarios de agresión -contra él- extremadamente fuertes. Contra un padre peligroso y devorador de esta índole, ellos no podían empeñarse en la lucha que seria naturalmente el resultado de una actitud edípica directa, y así tenían que abandonar su posición heterosexual. Creo que la actitud pasiva del "Hombre de los Lobos" frente al padre, estaba fundada en situaciones de ansiedad de este orden, y que la seducción de él por su hermana sirvió simplemente para reforzarlo y confirmarlo en la actitud a la que lo condujo el miedo a su padre.

Freud relata que "después del sueño decisivo se había tornado muy díscolo y había tratado de molestar a todos y se comportó de modo sádico" y que poco después desarrolló una neurosis obsesiva típica que resultó ser muy grave al analizarla. Estos hechos parecen confirmar mi punto de vista de que aun en la época de su fobia al lobo estaba empeñado en defenderse de sus tendencias agresivas. Que en la fobia de Juanito su defensa contra los impulsos agresivos fuera tan claramente visible mientras que en la del "Hombre de los Lobos" tuviera que estar tan profundamente escondida, me parece explicarse por el hecho de que, en el último, la ansiedad, mucho mayor -o el sadismo primario-, había sido tratado de un modo más anormal. Y el hecho de que la neurosis de Juanito no mostrara rasgos obsesivos mientras que el "Hombre de los Lobos" desarrolló una neurosis obsesiva concuerda con mi opinión de que cuando los rasgos obsesivos aparecen demasiado temprano y con excesiva fuerza en una neurosis infantil, debemos inferir que sus perturbaciones son muy serias y están en acción. En los análisis de niños en los que se basan mis presentes conclusiones, pude hacer remontar su desarrollo anormal a un sadismo exageradamente fuerte, o más bien a un sadismo que no había sido modificado con éxito y que había conducido a una excesiva ansiedad en un estadío muy temprano de la vida. El resultado de esto había sido una exclusión muy grande de la realidad y la producción de rasgos paranoides y obsesivos serios. El reforzamiento de los impulsos libidinales y los componentes homosexuales que se presentaron en estos niños sirvieron para defender y modificar el miedo a su padre que había surgido en ellos tan tempranamente. Este modo de tratar la ansiedad creo que es un factor etiológico fundamental en la génesis de la homosexualidad de los paranoicos. Y el hecho de que "El Hombre de los Lobos" desarrollara una paranoia posteriormente, tiende a confirmar este punto de vista.

En El yo y el ello, al hablar sobre las relaciones de amor del paranoico, Freud parece sostener mi idea. Dice: "Hay todavía otro mecanismo posible que hemos llegado a conocer por medio de la investigación psicoanalítica de los procesos que incumben a los cambios en la paranoia. Una actitud ambivalente está presente desde el comienzo; y la transformación se efectúa por medio de un cambio reactivo de catexis por medio de la cual la energía es alejada de los impulsos eróticos y utilizada para suplementar la energía hostil". En la fobia del "Hombre de los Lobos", la ansiedad no modificada perteneciente a los estadíos más tempranos pudo ser observada claramente. Al mismo tiempo, sus relaciones de objeto tuvieron mucho menos éxito que las de Juanito; su estadío genital se estableció débilmente y la influencia de los impulsos anal-sádicos fueron demasiado fuertes; esto se hizo evidente por la neurosis obsesiva grave que tan pronto hizo su aparición. Parecería que Juanito había podido modificar mejor su superyó amenazador y terrible en una imago menos peligrosa y vencer su sadismo y ansiedad. Su mayor éxito en este punto ha encontrado también expresión en su relación de objeto más positiva hacia sus padres y en el hecho de que en él la actitud heterosexual y activa era la predominante y en que había alcanzado satisfactoriamente el estadío genital de desarrollo. Sinteticemos brevemente lo que se ha dicho sobre la evolución de las fobias. En el lactante, las primeras situaciones de ansiedad encuentran expresión en ciertas fobias. En el primer estadío anal en sus fobias de animales están involucrados todavía objetos de naturaleza intensamente terrorífica. En el estadío anal secundario y, aun más, en el genital, estos objetos de ansiedad están muy modificados.

El proceso de modificación de una fobia está ligado, creo, con aquellos mecanismos sobre los que se basan las neurosis obsesivas y que comienzan a activarse en el estadío anal secundario. Me parece que la neurosis obsesiva es una tentativa de curar las condiciones psicóticas subyacentes, y que en las neurosis infantiles tanto los mecanismos obsesivos como los mecanismos pertenecientes a un estadío previo de desarrollo ya están en acción.

 

A primera vista parecería que esta idea de que ciertos elementos de neurosis obsesiva juegan un papel importante en el cuadro clínico presentado en las neurosis infantiles está en desacuerdo con lo que Freud ha dicho concerniente al punto de partida de las neurosis obsesivas. Pero, sin embargo, creo que el desacuerdo puede explicarse por lo menos en un punto importante. Es verdad que, de acuerdo con mis hallazgos, los comienzos de la neurosis obsesiva yacen en el primer período de la infancia; pero los rasgos obsesivos aislados que emergen en ese período no están organizados en el conjunto que nosotros consideramos como una neurosis obsesiva hasta el segundo período de la infancia, es decir, hasta el comienzo del periodo de latencia. La teoría aceptada es que las fijaciones en el estadío anal-sádico no entran a actuar como factores en la neurosis obsesiva hasta más tarde, como resultado de una regresión hacía ellas. Mi opinión es que el verdadero punto de partida de la neurosis obsesiva -el punto en el cual el niño desarrolla síntomas obsesivos y mecanismos obsesivos- está situado en aquel período de la vida que está gobernado por el estadío anal secundario. El hecho de que esta enfermedad obsesiva temprana presente un cuadro algo distinto al de las neurosis obsesivas totalmente desarrolladas es comprensible si recordamos que no es sino hasta más tarde, en el período de latencia, que el yo más maduro, con una relación con la realidad ya modificada, comienza a trabajar para elaborar y sintetizar aquellos rasgos obsesivos que han estado activos desde la primera infancia. Otra razón por la cual los rasgos obsesivos de los niños pequeños no son a menudo fácilmente discernibles es la de que no están en evidencia tan claramente en el cuadro general presentado por una neurosis infantil en comparación con la del adulto, debido a la intromisión de otras perturbaciones más tempranas que todavía no han sido vencidas y a los diversos mecanismos de defensa que todavía se emplean contra esas perturbaciones.

Sin embargo, como he tratado de demostrar, niños aun muy pequeños muestran con frecuencia síntomas de tipo obsesivo muy evidente, y existen neurosis infantiles en las que una neurosis obsesiva verdadera domina ya el cuadro. Cuando esto sucede, significa que las primeras situaciones de ansiedad son demasiado poderosas y que no han sido suficientemente modificadas y que la neurosis obsesiva es muy grave.

Al distinguir entre la emergencia primera de rasgos obsesivos aislados y la neurosis obsesiva verdadera, espero haber logrado presentar mi punto de vista, expuesto aquí, concerniente a la génesis de la neurosis obsesiva, de acuerdo con la teoría ya aceptada. En Inhibición, síntoma y angustia, Freud señala: "El punto de partida de la neurosis obsesiva es la defensa necesaria contra las exigencias libidinales que surgen del complejo de Edipo" y que "la organización genital de la libido es débil y poco resistente. Cuando el yo comienza su lucha defensiva, su primer efecto es retrotraer la organización (del estadío fálico) en parte o totalmente hacia el estadío sádico anal secundario. Esta regresión es decisiva para todo lo que sigue". Si consideramos como una regresión esa fluctuación entre las diversas posiciones libidinales que es, en mi opinión, una característica de los primeros estadíos de desarrollo y en la cual la posición genital ya cargada está siendo abandonada continuamente por un tiempo, hasta que ha sido adecuadamente reforzada y establecida; y si mi idea de que la situación edípica comienza muy temprano es correcta, entonces, el punto de vista aquí sostenido sobre el punto de partida de las neurosis obsesivas, no sólo no estaría en contradicción con la opinión de Freud arriba citada, sino que confirmaría otra sugerencia suya que ya expresó como hipótesis. Dice así: "Tal vez la regresión es el resultado no de un factor constitucional, sino de uno temporal y se hace posible no debido a que la organización genital de la libido ha sido débil, sino porque la lucha del yo ha comenzado demasiado pronto, mientras la fase sádica está todavía en su fase dominante". Discutiendo contra esta idea, continúa: "Aunque yo no confío en poder hacer un pronunciamiento definitivo sobre este punto, tampoco puedo decir que la observación analítica no favorece tal suposición. Tiende a demostrar que el individuo no penetra en la neurosis obsesiva hasta después de haber alcanzado el estadío fálico. Además, la edad en la cual irrumpe la neurosis es más avanzada que en la histeria, teniendo lugar en el segundo periodo de la infancia después que ha comenzado el período de latencia". Estas objeciones serían en parte destruidas si adoptáramos el punto de vista, expuesto aquí, de que la neurosis obsesiva tiene su punto de partida en el primer período de la infancia, pero no comienza en su forma completa hasta el comienzo del período de latencia.

El punto de vista de que los mecanismos obsesivos comienzan a entrar en acción muy temprano en la infancia, hacia el final del segundo año, es parte de mi tesis general de que el superyó se forma en los estadíos más tempranos de la vida del niño, siendo sentido primero por el yo como ansiedad, y luego, a medida que el estadío anal-sádico primario termina, y también gradualmente como sentimiento de culpa. Esta teoría una vez más difiere de la teoría ortodoxa. En la primera parte de este libro he expuesto datos empíricos sobre los que se basa ésta; ahora quisiera aducir una razón teórica en su apoyo. Volviendo una vez más a Freud: "El motor de todas las formaciones de síntomas secundarios -dice- es aquí (en las neurosis obsesivas) claramente el miedo sentido por el yo frente al superyó". Mi opinión de que la neurosis obsesiva es un medio de modificar las situaciones primeras de ansiedad y que el severo superyó que figura en ella no es otro que el superyó terrorífico y no alterado, correspondiente a los primeros estadíos de desarrollo del niño, nos acerca mas a una solución del problema del porqué el superyó sería en realidad tan severo en esta neurosis.

He descubierto que los sentimientos de culpa del niño que están ligados a sus tendencias anal-uretral-sádicas se derivan de los ataques imaginarios que realiza sobre el cuerpo de su madre durante la fase de sadismo máximo. En los análisis tempranos vemos el miedo del niño a una madre mala que le exige que devuelva las heces y los niños que le ha robado. De este modo, la madre real (o la niñera), que le exige limpieza, se torna enseguida en una persona terrible para él, una persona que no sólo insiste en que renuncie a sus heces, sino que, según se lo dice su imaginación aterrada, intenta arrebatárselas de su cuerpo por la fuerza. Otra fuente aun más abrumadora de miedo surge de sus imagos introyectadas, de las que, en virtud de sus propias fantasías destructivas dirigidas contra los objetos externos, anticipa ataques de una naturaleza similarmente salvaje dentro de él mismo.

En esta fase, como consecuencia de la ecuación del excremento con sustancias peligrosas que envenenan y queman y con armas de ofensa de toda clase, el niño se aterra de sus propios excrementos como de algo que destruirá su cuerpo. Esta equivalencia sádica del excremento con las sustancias destructivas, junto con sus fantasías de ataque realizadas con su ayuda, conducen aun más al niño a temer que los ataques por medios similares puedan ser hechos contra su cuerpo, tanto por los objetos internos como externos, y lo lleva a sentir terror a los excrementos y a la suciedad en general.

Estas fuentes de ansiedad, tanto más abrumadoras por ser tan numerosas, constituyen, según mi experiencia, las causas más profundas de sentimientos de ansiedad y culpa del niño en conexión con sus hábitos de limpieza.

 

Las formaciones reactivas de asco, orden y limpieza surgen en el niño, por lo tanto, de la ansiedad, emanada de varias fuentes, que se origina en sus situaciones de peligro más tempranas. Sus sentimientos reactivos de piedad se presentan en primer plano especialmente en el comienzo del segundo estadío anal, cuando se han desarrollado sus relaciones con sus objetos. Sin embargo, en este estadío, como ya hemos visto, la aprobación de sus objetos es también una garantía de seguridad y salvaguardia contra la destrucción desde afuera y desde adentro, y su restauración es una condición necesaria de la integridad de su propio cuerpo. La ansiedad perteneciente a las primeras situaciones de peligro está, creo, íntimamente asociada con los comienzos de las obsesiones y de las neurosis obsesivas. Se relaciona con múltiples daños y actos de destrucción realizados dentro del cuerpo, y por lo tanto es dentro del cuerpo que tiene que hacerse la restauración. Pero el niño no puede saber con certeza nada sobre el interior del cuerpo, ya sea del suyo o de sus objetos. No puede asegurar hasta dónde es bien fundado su miedo a daños internos y ataques y hasta dónde los ha llevado a cabo por medio de sus actos obsesivos. El resultante estado de incertidumbre en que se encuentra, se alía e incrementa su intensa ansiedad, dando lugar a un deseo obsesivo de conocimiento. Trata de vencer su ansiedad, cuya naturaleza imaginaria desafía un examen critico, poniendo un énfasis exagerado sobre la realidad, siendo demasiado preciso, etcétera.

Así vemos que la duda que resulta de esta incertidumbre juega un papel no sólo creando un carácter obsesivo, sino también haciendo surgir inclinaciones hacia la exactitud, el orden y la observación de ciertas reglas y rituales, etcétera.

Otro elemento que acompaña a la ansiedad que deriva de las primeras situaciones de ansiedad y que ejerce una fuerza importante sobre el carácter de las obsesiones es su intensidad y multiplicidad -(multiplicidad debida a las muchas fuentes de donde surge)-, que producen una impulsión correspondientemente fuerte para poner en acción los mecanismos defensivos. El niño se siente impulsado a limpiar y componer de modo obsesivo todo lo que ha ensuciado, roto o echado a perder de algún modo. Tiene que embellecer y restaurar los objetos dañados de todos modos, de acuerdo con la variedad de sus fantasías sádicas y los detalles contenidos en ellas.

La coerción que el neurótico obsesivo a menudo dirige a otras personas también es, diría, un resultado de una múltiple proyección. En primer lugar está tratando de expeler la intolerable compulsión bajo la cual está sufriendo, tratando su objeto como si fuera su ello o su superyó y de desplazar sobre el mismo la coerción que éstos ejercen sobre él. Al hacer esto y atormentar y subyugar su objeto, está incidentalmente satisfaciendo su sadismo primario. En segundo lugar está arrojando hacia afuera, sobre sus objetos externos, lo que es en último término un miedo de ser destruido o atacado por sus objetos introyectados. Este miedo ha hecho surgir en él una compulsión a controlar y dominar sus imagos, y desde que nunca puede en realidad hacerlo, trata, en cambio, de tiranizar los objetos externos.

Si es exacto mi punto de vista de que la magnitud e intensidad de las actividades obsesivas y severidad de la neurosis son equivalentes a la extensión y carácter de la ansiedad que surge de las más tempranas situaciones de peligro, estaremos en mejor posición para comprender la íntima conexión que sabemos que existe entre la paranoia y las formas más graves de neurosis obsesivas. Según Abraham, en la paranoia la libido regresa al primero de los dos estadíos anal-sádicos. Teniendo en cuenta mi experiencia, me inclino a ir más adelante y decir que en el primer estadío anal-sádico el individuo, si sus primeras situaciones de ansiedad son fuertemente operativas, pasa realmente por estados de paranoia rudimentarios que normalmente vence en el estadío siguiente (anal-sádico secundario), y que la gravedad de su enfermedad obsesiva depende de la gravedad de los trastornos paranoides que le han precedido. Si sus mecanismos obsesivos no pueden vencer adecuadamente aquellas perturbaciones, sus rasgos paranoides subyacentes aparecerán en la superficie o hasta podrá sucumbir a una paranoia.

Sabemos que la supresión de los actos obsesivos hace surgir ansiedad, y que por lo tanto esos actos sirven para dominarla. Si suponemos que la ansiedad así vencida pertenece a situaciones primeras de ansiedad y culmina en el miedo del niño a que su propio cuerpo y el de su objeto sea destruido de muchas maneras, podremos comprender mejor el significado más profundo de muchos actos obsesivos. La acumulación compulsiva de cosas y el deshacerse de ellas se hace más comprensible tan pronto como podemos reconocer con más claridad la naturaleza de la ansiedad y los sentimientos de culpa que subyacen en el intercambio de objetos en el nivel anal. En el análisis de juego, el tomar dar compulsivo encuentra expresiones muy diversas. Tiene lugar junto con la ansiedad y culpa como una reacción a las representaciones de actos de robo y destrucción. Por ejemplo, los niños transferirán el todo o parte de los contenidos de una caja a otra y las arreglarán allí con cuidado, conservándolas, con todo un despliegue de ansiedad y -si son bastante grandes- contándolas una y otra vez una por una. Las cantidades y contenidos son muy variados e incluyen: fósforos quemados, cuyas cenizas el niño se ocupa a menudo de sacar, moldes de papel, lápices, ladrillos para construcción, trozos de piolín, etcétera. Ellos representan todas las cosas que el niño ha tomado del cuerpo de su madre: el pene de su padre, niños, pedazos de materias fecales, orina, leche, etc. El niño puede comportarse de la misma manera con anotadores, rompiendo las hojas y conservándolas cuidadosamente en algún otro lugar. Como consecuencia de la ansiedad que surge, poner de nuevo lo que simbólicamente ha tomado del cuerpo de su madre, a menudo no satisface su compulsión de dar o, más bien, de restaurar. Se ve constantemente impulsado de diversos modos para devolver más de lo que ha tomado, y, sin embargo, al hacerlo sus tendencias sádicas primarias irrumpen de continuo en sus tendencias reactivas.

 

Por ejemplo, mi pequeño paciente John, de 5 años, un niño muy neurótico, desarrolló en este estadío de su análisis una manía de contar, síntoma que no había sido notado porque es algo que sucede muy a menudo en esta edad. En su análisis, acostumbraba marcar con cuidado la posición de los muñequitos y otros juguetes sobre una hoja de papel, sobre la que los había colocado antes de traspasarlos a otra hoja, pero no sólo quería saber exactamente dónde habían estado antes para poder volverlos a colocar en su lugar idéntico, sino que también deseaba contarlos muchas veces, para estar seguro del número de cosas (por ejemplo, pedazos de heces, pene de su padre y niños) que había tomado (del cuerpo de su madre) y que tenía que devolver. Mientras hacia esto me llamaba estúpida y mala, y decía "uno no puede tomar 13 de 10 ó 7 de 2". Este miedo de tener que devolver más de lo que poseía es típico en los niños y puede explicarse en parte por la diferencia de tamaño entre ellos y las personas adultas y en parte por lo inmenso de su sentimiento de culpa. Sienten que no pueden devolver de su cuerpecito todo lo que han tomado del cuerpo de la madre, que es tan grande en comparación; y el peso de su culpa que los reprocha sin cesar de robar y destruir a su madre o padre, fortalece su creencia de no poder nunca devolver bastante. El sentimiento de "no saber" que tienen a una edad muy temprana, aumenta su ansiedad. Este es un tema que me gustaría volver a tratar más adelante.

Muy a menudo los niños interrumpen sus representaciones de "devolver" por tener que ir al baño a defecar. Otro pequeño paciente mío, también de 5 años, acostumbraba ir al baño cuatro o cinco veces durante su hora en este estadío del análisis. Cuando volvía, contaba obsesivamente, hasta llegar a números altos, para convencerse de que poseía lo bastante para devolver lo que había robado. Vista así su tendencia acumulativa de posesión anal-sádica, que parecería surgir simplemente del placer de juntar para sí, presenta otro aspecto. Los análisis de adultos me han demostrado también que el deseo de tener una suma de dinero contante para cualquier contingencia, es un deseo de estar armado contra un ataque por parte de la madre a la que ellos han robado, una madre que con relativa frecuencia hacía mucho que había muerto. De esta manera podrían devolverle lo que le habían robado. El miedo de ser despojado de los contenidos de su cuerpo los impulsa a acumular continuamente más dinero para tener reservas. Por ejemplo, después que John y yo estuvimos de acuerdo con que su miedo de no poder devolver a su madre todas las materias fecales y niños que le había robado lo obligaba a seguir cortando o robando cosas, me dio otras razones por las que no podía restaurar todo lo que había tomado. Dijo que sus materias fecales se habían fundido mientras tanto; que después de todo, aunque pasara todo el tiempo haciendo y aun si tuviera que seguir y seguir haciendo más, nunca podría hacer lo suficiente. Y además él no sabía si serían "bastante buenas". Por "bastante buenas" quería decir, en primer lugar, igual en valor a lo que él había robado del cuerpo de su madre (de ahí su cuidado en elegir las formas y colores en estas escenas de restitución). Pero, en un sentido más profundo, significaba algo inofensivo, libre de veneno. Por otra parte, su frecuente constipación era debida a su necesidad de acumular sus heces y guardarlas dentro para no estar vacío. Estas diversas tendencias en conflicto, de las que sólo he mencionado unas cuantas, hacían surgir en él una grave ansiedad. Cuando aumentaba su miedo por no poder producir la correcta cantidad de heces o no ser capaz de reparar lo que había dañado, sus tendencias destructivas primarias irrumpían una vez más con toda su fuerza y entonces desgarraba, quemaba las cosas que había hecho cuando sus tendencias reactivas habían alcanzado el punto culminante -la caja que había pegado y llenado y que representaba a su madre, o el trozo de papel sobre el que había dibujado el plano de una ciudad- y su sed de destrucción se volvía insaciable. Su comportamiento, al mismo tiempo, presentó en todo su desarrollo el significado sádico primitivo de orinar y defecar. El desgarrar, cortar y quemar papel, mojar cosas con agua, ensuciarías con cenizas y garabatear con lápices, todas estas acciones tenían los mismos propósitos destructivos. El mojar y el embadurnar significaban fundir, ahogar o envenenar. El papel mojado apretado en bolillas, por ejemplo, representaba especialmente proyectiles venenosos, a causa de que eran una mezcla de orina y materia fecales. Los diversos detalles de sus representaciones demostraban que el significado sádico ligado al orinar y defecar era la causa más profunda de su sentimiento de culpa y la base de ese impulso de restituir que encontraba expresión en sus mecanismos obsesivos.

El hecho de que un aumento de ansiedad lleve por regresión a mecanismos de defensa de los primeros estadíos, demuestra qué fatal es la influencia ejercida por el superyó abrumador y poderoso que acompaña este temprano período de desarrollo. La presión ejercida por este primer superyó aumenta las fijaciones sádicas del niño, con el resultado de que tiene que estar repitiendo constantemente sus actos destructivos originarios de un modo compulsivo. Su miedo de no poder colocar las cosas de nuevo correctamente hace surgir su miedo más profundo de hallarse expuesto a la venganza de los objetos a los que en su imaginación él ha matado, y que continúan volviendo, y pone en movimiento los mecanismos de defensa que acompañan a los primeros estadíos, porque la persona que no puede ser satisfecha y aplacada debe ser eliminada. El yo débil del niño no puede estar en buenas relaciones con un superyó amenazador y salvaje, y no es sino hasta que se ha alcanzado un estadío algo más avanzado que su ansiedad también es sentida como sentimiento de. culpa y pone en movimiento los mecanismos obsesivos. Uno se asombra al descubrir que en este período del análisis, el niño, al obedecer a sus fantasías sádicas, no sólo está actuando bajo una intensa presión de ansiedad, sino que el dominio de la ansiedad se ha transformado en su mayor placer.

 

En cuanto la ansiedad del niño aumenta, su deseo de posesión se ensombrece por su necesidad de poseer los medios necesarios para hacer frente a las amenazas de su superyó y sus objetos y se vuelve un deseo de poder devolver. Pero este deseo no puede ser satisfecho si su ansiedad y su conflicto son demasiado grandes, y así vemos que el niño muy neurótico trabaja bajo una compulsión constante de tomar, con la finalidad de poder dar. (Puede advertirse que este factor psicológico participa en todas las perturbaciones funcionales de los intestinos y, también, en muchos malestares corporales.) Recíprocamente, a medida que disminuye la violencia de su ansiedad, sus tendencias reactivas pierden también su carácter de violencia y compulsión y se hacen más estables en su aplicación, haciendo sentir su efecto de modo más moderado y continuo y con menos posibilidad de interrupción por parte de las tendencias destructivas. Y ahora la idea del niño de que la restauración de su propia persona depende de la restauración de sus objetos se hace más y más fuerte. Sus tendencias destructivas, por cierto, no se han vuelto ineficaces, pero han perdido su carácter de violencia y se han hecho más adaptables a las exigencias del superyó. Y aunque entran dentro de las formaciones reactivas -en el segundo de los dos estadíos sucesivos de que se compone el acto obsesivo-, admiten más fácilmente la guía del superyó y del yo y están en libertad para perseguir propósitos sancionados por aquellas instituciones.

Como sabemos, existe una íntima conexión entre los actos obsesivos y la "omnipotencia de pensamiento". Freud ha puntualizado que las acciones primitivas obsesivas de los salvajes son esencialmente de carácter mágico. Dice: "Si no son mágicas, son por lo menos contramágicas, y tienen el propósito de defender la expectativa del mal con el cual la neurosis suele empezar", y además "las fórmulas de defensa de las neurosis obsesivas tienen su contraparte también en los encantamientos mágicos. Al describir la evolución de las acciones obsesivas, podemos advertir cómo ellas comienzan como magia, contra los malos deseos tan alejadas como es posible de todo lo que sea sexual, para terminar como un sustituto de actividades sexuales prohibidas que imitan con la mayor fidelidad posible". De este modo vemos que los actos obsesivos son una contramagia, un amparo contra los malos deseos (deseos de muerte) y, al mismo tiempo, contra los actos sexuales.

Esperamos encontrar que estos elementos que se han unido en una acción defensiva, estén también presentes en aquellas fantasías y hechos que han hecho surgir un sentimiento de culpa y poner en movimiento esa acción defensiva. Una mezcla de esta clase de magia, malos deseos y actividades sexuales se encontrará después en una situación que ha sido descripta en detalle en el último capítulo, las actividades masturbatorias de niños pequeños. Allí puntualicé que las fantasías de masturbación que acompañan el comienzo del conflicto de Edipo están, como el conflicto de Edipo mismo, completamente dominadas por los instintos sádicos, que se centran alrededor de la copulación entre los padres y que implican ataques sádicos contra ellos, y se hacen de este modo una de las fuentes más profundas del sentimiento de culpa del niño. Y llegué a la conclusión de que este sentimiento de culpa que surge de impulsos destructivos dirigidos contra sus padres es el que hace de la masturbación, y el comportamiento sexual en general, algo malo y prohibido para el niño, de modo que su culpa está realmente ligada a sus instintos destructivos y no a los libidinales e incestuosos. La fase en la cual, de acuerdo con mi punto de vista, comienza el conflicto de Edipo y las fantasías de masturbación sádicas que lo acompañan, es la fase del narcisismo, fase en la cual el sujeto tiene, para citar a Freud, "una gran estimación de sus propios actos psíquicos, lo que desde nuestro punto de vista es una sobreestimación de los mismos". Esta fase se caracteriza por un sentimiento de omnipotencia por parte del niño por las funciones de su intestino y vejiga y por la resultante creencia en la omnipotencia de sus pensamientos. Como resultado de esto, se siente culpable a causa de los múltiples asaltos sobre sus padres que realiza en su imaginación. Este exceso de culpa que resulta de la creencia en la omnipotencia de sus excrementos y pensamientos es, creo, uno de los factores que hacen que los neuróticos y los primitivos retengan o regresen a sus sentimientos de omnipotencia originarios. Cuando su sentimiento de culpa pone en movimiento acciones obsesivas como defensa, emplean este sentimiento con el propósito de hacer restituciones. Pero entonces tienen que sostenerlo de manera compulsiva y exagerada porque es esencial que los actos de reparación que realizan estén basados en la omnipotencia, así como lo estaban sus actos primitivos de destrucción.

 

Freud ha dicho que "es difícil decidir si estos primeros actos obsesivos o de defensa siguen el principio de la similitud o contraste, porque dentro del campo de acción de la neurosis están por lo general deformados por su desplazamiento a alguna acción pueril que es en sí misma completamente insignificante". Los análisis tempranos dan una prueba completa del hecho de que los mecanismos restitutivos se basan, últimamente, en este principio de similitud (o contraste), en todos los puntos, tanto en grado como en naturaleza. Si un niño ha retenido sentimientos de omnipotencia primarios muy fuertes en asociación con fantasías sádicas, se sigue que tendrá que tener una creencia muy fuerte en la omnipotencia creativa que lo debe ayudar para hacer restituciones. El análisis de niños y adultos muestra muy claramente qué parte importante juega este factor en promover o inhibir tal comportamiento constructivo y reactivo. El sentimiento de omnipotencia del sujeto con respecto a su capacidad para hacer restitución no es de modo alguno igual a su sentimiento de omnipotencia con respecto a su capacidad de destruir; porque debemos recordar que estas formaciones reactivas comienzan en un estadío de desarrollo del yo y de relación de objeto en el cual su conocimiento de la realidad se encuentra en un estado mucho más avanzado. Así, si bien un sentimiento de omnipotencia exagerado es una condición necesaria para hacer restitución, su creencia en la posibilidad de hacerlo así estará en desventaja desde el comienzo.

En algunos análisis he encontrado que el efecto inhibidor que resulta de esta disparidad entre los poderes destructivos y los restitutivos estaba reforzada por otro factor. Si el sadismo primario del paciente y su sentimiento de omnipotencia habían sido excesivamente fuertes, sus tendencias reactivas eran correspondientemente más poderosas y sus fantasías de restitución estaban basadas en fantasías megalomaníacas de gran magnitud. En su imaginación infantil la destrucción que él ha operado era algo único y gigantesco, y, por lo tanto, la restitución que tenía que hacer debía también ser única y gigantesca. Esto, en si, sería un impedimento suficiente para la realización o logro de sus tendencias constructivas (aunque debe mencionarse que dos de mis pacientes poseían sin duda dotes artísticas y creadoras poco comunes). Pero junto con estas fantasías megalomaníacas tienen grandes dudas de si poseen la omnipotencia necesaria para hacer restitución en esta escala. Como consecuencia tratan de negar también su omnipotencia en sus actos de destrucción, pero toda indicación de que están usando su omnipotencia en un sentido positivo sería prueba de haberla usado en un sentido negativo, y por lo tanto, tiene que ser evitada hasta que se pueda presentar una prueba absoluta de que su omnipotencia constructiva contrabalancea completamente la opuesta.

En los dos casos de adultos que recuerdo, la actitud de "todo o nada" que resultaba de estas tendencias en conflicto, los condujo a graves inhibiciones en su capacidad para el trabajo, mientras que en uno o dos pacientes niños contribuyó para inhibir gravemente la formación de sublimaciones.

Este mecanismo no parece ser típico de las neurosis obsesivas. Los pacientes en los que he observado esto presentaban un cuadro clínico de tipo mixto, no uno puramente obsesivo. En virtud del mecanismo de "desplazamiento a lo insignificante", que juega una parte tan grande en esta neurosis, el paciente obsesivo puede buscar en logros sin importancia una prueba de su omnipotencia constructiva y de su éxito en hacer restitución completa. Las dudas que puede tener sobre este punto son, en este caso, un incentivo importante para repetir sus acciones de un modo obsesivo.

Es bien sabido el vinculo íntimo que existe entre los instintos de conocer y los sádicos. Freud escribe: "el deseo de conocimiento en particular, ofrece a menudo la impresión de que en realidad puede tomar el lugar del sadismo en el mecanismo de la neurosis obsesiva". Por lo que he podido observar, la conexión entre ambos se forma en un estadío muy temprano del desarrollo del yo, durante la fase de máximo sadismo. En esta época los instintos de conocer del niño están activados por su incipiente conflicto edípico, que comienza utilizando sus tendencias oral-sádicas. Parece que su primer objeto es el interior del cuerpo de su madre, que el niño considera antes que nada como un objeto de gratificación oral y después como la escena donde tiene lugar el coito entre sus padres y el lugar donde están situados los niños y el pene del padre. Al mismo tiempo que quiere forzar su camino dentro del cuerpo de su madre para tomar posesión de sus contenidos y destruirlos, quiere saber lo que allí pasa y cómo son las cosas. De este modo su deseo de saber lo que hay en el interior de su cuerpo se asimila de muchos modos con su deseo de forzar un camino hacia su interior, y uno de los deseos refuerza y toma el lugar del otro. Así, los comienzos del deseo de saber se ligan con las tendencias sádicas en su fuerza máxima, y es más fácil comprender por qué este vínculo debe ser tan intimo y por qué el instinto de conocer debe hacer surgir sentimientos de culpa en el individuo.

 

Vemos al niño pequeño oprimido por una multitud de preguntas y problemas para los que su intelecto no está todavía capacitado. El reproche típico que el niño hace contra su madre es, principalmente, el de que ella no contesta estas preguntas, y del mismo modo que no ha satisfecho sus deseos orales tampoco satisface su deseo de saber. Este reproche tiene una parte importante tanto en el desarrollo del carácter del niño como en el de sus instintos de conocer. Hasta dónde se retrotrae esta acusación puede verse en otro reproche, íntimamente asociado al primero, que el niño hace habitualmente a su madre, el de que no pudo entender lo que los mayores estaban diciendo o las palabras que usaban; esta segunda queja debe referirse a una época anterior a su lenguaje. Además, el niño liga una extraordinaria cantidad de afecto a estos dos reproches, ya sea que aparezcan aislados o combinados; y en estos momentos hablará en su análisis de tal manera que no sea posible comprenderlo y al mismo tiempo reproducirá las reacciones de rabia que originariamente sintió al ser incapaz de entender las palabras. No puede transformar en palabras las preguntas que quiere formular, y no podrá comprender ninguna respuesta que sea dada en palabras. Pero, en parte al menos, estas preguntas nunca han sido conscientes. La desilusión a la cual está condenado este primer despertar del deseo de saber en los estadíos tempranos del desarrollo del yo es, creo, la fuente más profunda de los serios trastornos de este instinto en general. Hemos visto que en primer lugar son los impulsos sádicos contra el cuerpo de la madre los que activan el instinto de conocer del niño. Pero la ansiedad que pronto sigue como reacción a tales impulsos proporciona otro ímpetu muy importante para el aumento e intensificación de ese instinto. El afán que el niño siente por descubrir lo que hay dentro del cuerpo de su madre y del suyo propio, está reforzado por su miedo a los peligros que él supone que contiene el primero y también por el miedo a los objetos peligrosos introyectados y a los acontecimientos dentro de sí mismo. El conocimiento ahora es un medio de dominar la ansiedad; su deseo de saber se convierte en factor importante tanto del desarrollo de sus instintos de conocer como de su inhibición. La ansiedad desempeña aquí el mismo papel de agente promotor y retardador, lo mismo que en el desarrollo de la libido. Hemos tenido ocasión, en páginas anteriores, de discutir algunos ejemplos de graves perturbaciones del instinto de conocer, y hemos visto cómo el terror del niño de saber algo de la temible destrucción que ha infligido al cuerpo de su madre en su imaginación y los consecuentes contraataques y peligros a que estaba expuesto, era tan tremendo, que establece una perturbación radical de su deseo de saber en general, de modo que su deseo originario intensamente fuerte e insatisfecho de obtener información sobre la forma, tamaño y número de los penes de su padre, excrementos y niños dentro de su madre, se ha transformado en una necesidad de medir, agregar y contar cosas de modo compulsivo.

A medida que se fortifican los impulsos libidinales de los niños y que los destructivos se debilitan, tienen lugar continuamente cambios cualitativos en su superyó, y así se hace sentir más y más por el yo, como una influencia admonitoria. Y, a medida que su ansiedad disminuye, sus mecanismos restitutivos se hacen menos obsesivos y trabajan más regular y eficientemente y con mejores resultados, y emergen más claramente las reacciones que reconocemos como pertenecientes al estadío genital. Ese estadío estaría así caracterizado por el hecho de que los elementos positivos han vencido las interacciones que tienen lugar entre proyección e introyección y entre la formación del superyó y las relaciones de objeto, que en mi opinión dominan todos los estadíos tempranos del desarrollo del niño.

 

10. EL SIGNIFICADO DE LAS SITUACIONES TEMPRANAS DE ANSIEDAD EN EL DESARROLLO DEL YO

Uno de los principales problemas del psicoanálisis es el de la ansiedad y sus modificaciones. Las diversas enfermedades psiconeuróticas del ser humano surgen de la mayor o menor capacidad para dominar la ansiedad. Pero junto a estos métodos de modificar la ansiedad, que pueden considerarse patológicos, hay un número de métodos normales que tienen una enorme importancia en el desarrollo del yo. Son algunos de ellos los que consideraré en las siguientes páginas.

En los comienzos de su desarrollo el yo está sometido a la presión de las tempranas situaciones de ansiedad. Como todavía es débil, está expuesto por una parte a las violentas exigencias del ello y por la otra a las amenazas de un cruel superyó, y tiene que ejercer sus poderes en toda su amplitud para satisfacer a ambos. La descripción que Freud hace del yo: "una pobre criatura sometida a tres amos y consecuentemente amenazada por tres diferentes peligros " es especialmente verdadera tratándose del débil e inmaduro yo del niño pequeño, cuya labor principal es dominar la presión de la ansiedad subyacente.

Aun los niños mas pequeños tratan de vencer en su juego las experiencias desagradables. Freud describió cómo un niño pequeño de un año y medio quiso resarcirse del acontecimiento doloroso de la temprana ausencia de su madre arrojando un carretel de madera que estaba atado a un hilo de modo de hacerlo desaparecer y aparecer una y otra vez. Freud reconoció en esta conducta una función de general importancia en el juego del niño. Por su intermedio el niño transforma las experiencias sufridas pasivamente en activas, y cambia el dolor en placer, dando a estas experiencias primitivamente dolorosas un final feliz.

Los análisis tempranos muestran que en el juego el niño no sólo vence una realidad dolorosa, sino que también domina sus miedos instintivos y los peligros internos proyectándolos al mundo exterior.

El esfuerzo realizado por el yo al desplazar procesos intrapsíquicos al mundo exterior y dejar que sigan su curso allí, está ligado a otra función mental que Freud nos ha hecho conocer al tratar los sueños de neuróticos en relación con los traumas que han sufrido. Dice: "estos sueños son intentos de restaurar, desarrollando angustia, el control de estímulos cuya omisión ha llegado a ser la causa de la neurosis traumática. Ellos nos suministran así una visión de una función del aparato psíquico que, sin estar en contradicción con el principio del placer, es, sin embargo, independiente de él y aparece siendo de un origen más temprano que el propósito de obtener placer y evitar displacer". Me parece que el esfuerzo siempre renovado del niño para dominar la ansiedad en sus juegos también involucra "un control de estímulos por medio del desarrollo de angustia". Un desplazamiento de esta clase de peligros internos e instintivos hacia el mundo externo, capacita al niño no sólo para dominar mejor su miedo a ellos, sino para prepararlo más completamente contra ellos.

El desplazamiento al mundo externo de la ansiedad del niño surgida de causas intrapsíquicas -desplazamiento que va junto con la desviación al exterior de sus instintos destructivos- tiene el efecto agregado de aumentar la importancia de sus objetos, porque es en relación con aquellos objetos, que se movilizarán ahora tanto sus impulsos destructivos como sus tendencias positivas y reactivas. Así, sus objetos se transforman en una fuente de peligro para el niño, y, sin embargo, siempre que sean bondadosos representan también un refugio contra la ansiedad.

Además del alivio que produce permitiendo que los estímulos instintivos internos sean tratados como si fueran estímulos externos, el mecanismo de proyección, al desplazar la ansiedad en relación con los peligros internos al mundo externo, trae ventajas adicionales. Los instintos de saber del niño, que junto a sus impulsos sádicos se han dirigido al interior del cuerpo de la madre, son intensificados por temor a los peligros y actos de destrucción que continúan allí y dentro de él, y que no tiene medio de conocer. Pero cuando los peligros a que está expuesto son reales y externos, es capaz de descubrir algo más acerca de su naturaleza y saber si las medidas adoptadas contra ellos han tenido éxito; y tiene así más posibilidades de vencerlos. Este modo de probar por medio de la realidad, tan necesaria al niño, es un fuerte incentivo para el desarrollo de su deseo de saber, así como para el de otros tipos de actividades. Pienso que podemos decir que todas las actividades que ayudan al niño a defenderse del peligro, que refutan sus miedos y que le permiten restituir el objeto, tienen por propósito dominar la ansiedad en relación tanto a peligros internos como externos, reales o imaginarios, no menos que las primeras manifestaciones de su impulso a jugar.

Como resultado de la interacción de introyección y proyección -proceso que corresponde a la interacción de la formación del superyó y las relaciones de objeto-, el niño encuentra una refutación de sus temores en el mundo externo y al mismo tiempo disminuye su ansiedad por la introyección de los "buenos" objetos reales. Desde que la presencia y amor de sus objetos reales le ayudan también a disminuir el miedo a sus objetos introyectados y sus sentimientos de culpa, su miedo a los peligros internos aumenta su fijación a la madre y aumenta su necesidad de amor y de ayuda. Freud ha explicado que estas expresiones de ansiedad en niños pequeños, que nos son inteligibles, tienen últimamente una sola causa -"la ausencia de la persona amada o deseada"-, y remonta esta ansiedad a estadíos en que el individuo inmaduro dependía enteramente de su madre. Estar solo, sin la persona amada o deseada, experimentar una pérdida de amor o una pérdida de objeto como peligro, tener miedo de estar en la oscuridad solo o con una persona desconocida, son según mi experiencia formas modificadas de las tempranas situaciones de ansiedad, es decir, del temor de los niños pequeños a los peligrosos objetos internalizados o externos. En un estadío más tardío del desarrollo se agrega a este miedo del objeto el miedo por el objeto, y el niño teme entonces que su madre muera como consecuencia de sus ataques imaginarios contra ella y quedar abandonado y desamparado. Freud dice con respecto a esto: "el niño pequeño no puede todavía distinguir entre ausencia temporaria y pérdida permanente. Cuando su madre no aparece él se comporta como si fuera a no volver a verla nunca; y sólo experiencias repetidas le enseñan que las desapariciones de esta índole son seguidas de un retorno seguro".

 

De acuerdo con mis observaciones, la razón por la cual el niño necesita tener siempre a la madre junto a sí, es no sólo para convencerse de que ella no muere, sino de que ella no es una madre "mala" que lo ataca. Requiere la presencia de un objeto real para combatir el miedo a los aterradores objetos introyectados y a su superyó. A medida que avanza su relación con la realidad el niño hace un uso creciente de sus relaciones con los objetos y sus actividades varias y sublimaciones como puntos de apoyo contra el miedo a su superyó y a sus impulsos destructivos. Ya se ha dicho que la ansiedad estimula el desarrollo del yo. Lo que sucede es que en sus esfuerzos por dominar la ansiedad, el yo del niño hace que vengan en su ayuda sus relaciones con los objetos y con la realidad. Estos esfuerzos son, por lo tanto, de fundamental importancia para la adaptación del niño a la realidad y para el desarrollo de su yo.

El superyó del niño pequeño y los objetos no son idénticos; pero está continuamente tratando de hacerlos intercambiables, en parte para disminuir el temor a su superyó, y en parte para estar mejor capacitado para cumplir con los requerimientos de sus objetos reales, los que no coinciden con las exigencias fantásticas de los objetos introyectados. Vemos así que en la cima del conflicto entre el superyó y el ello y de la oposición entre los distintos requerimientos hechos por el superyó, tal como está compuesto por diferentes imagos que se han formado en el curso del desarrollo, el yo del niño pequeño está abrumado por estas diferencias entre los standards de su superyó y los standards de sus objetos reales, con el resultado de que está vacilando constantemente entre sus objetos introyectados y los reales, entre su mundo de fantasía y el de la realidad.

El intento de conseguir un ajuste entre el superyó y el ello no puede ser exitoso en la primera infancia, porque las exigencias del ello y la correspondiente severidad del superyó absorben toda la energía del yo. Cuando al comienzo del período de latencia el desarrollo de la libido y la formación del superyó se han completado, el yo es más fuerte y puede enfrentar la tarea de realizar un ajuste con una base más amplia entre los factores diferentes. El yo fortalecido se une con el superyó en la construcción de un standard común que incluye sobre todo el sometimiento del ello y su adaptación a las exigencias de los objetos reales y del mundo externo. En este período de su desarrollo, el ideal del yo del niño es el chico "bueno", bien educado, que satisface a sus padres y maestros. Esta estabilización, sin embargo, es quebrada en el período anterior a la pubertad y especialmente en la pubertad misma.

El resurgimiento de la libido que tiene lugar en este período aumenta las exigencias del ello, aunque a la par aumenta la presión del superyó. El yo es presionado una vez más y se enfrenta con la necesidad de llegar a un nuevo ajuste, porque el viejo ha fracasado y los impulsos instintivos no pueden ser mantenidos y reprimidos como antes. La ansiedad del niño está aumentada porque sus instintos pueden abrirse camino más fácilmente en la realidad y con consecuencias más serias que en la primera infancia.

El yo, de acuerdo con el superyó, por lo tanto, instala su nuevo standard. Es decir, que el individuo debe liberarse de los objetos de amor originarios. Vemos que a menudo el adolescente está reñido con su medio circundante y busca siempre objetos nuevos. Tal necesidad armoniza una vez más con la realidad, la que impone obligaciones diferentes y más importantes en esa edad; y en el curso posterior de su desarrollo, esta fuga de sus objetos originarios lo conduce a un alejamiento parcial de los objetos personales en general y a la sustitución de principios e ideales.

La estabilización final del individuo no se logra hasta que ha pasado la pubertad. Al terminar este período su yo y superyó pueden trabajar juntos creando standards adultos. En vez de depender del medio circundante, el individuo se adapta a un mundo más amplio y reconoce sus exigencias, pero como algo que corresponde más a sus standards autoimpuestos internos e independientes, que ya no muestran signos evidentes de haberse originado por sus objetos. Un ajuste de esta clase se basa en el reconocimiento de una nueva realidad y se logra con la ayuda de un yo más fuerte. Y una vez más, como en el primer período de expansión de su vida sexual, la presión que surge de la amenazante situación creada por las exageradas exigencias del ello por una parte y del superyó por la otra, contribuyen con mucho al fortalecimiento del yo. Por el contrario, el efecto inhibidor de tal presión se observa en la nueva limitación de su personalidad, por lo general permanente, que lo domina en la terminación de este período. La ampliación de su vida imaginativa, que acompaña, aunque en menor grado que en el primer período de la niñez, esta segunda aparición de su sexualidad es una vez más por lo general severamente restringida al final de la pubertad. Tenemos ahora el adulto "normal".

Otro punto. Hemos visto que en la primera niñez el superyó y el ello no pueden reconciliarse el uno con el otro. En el período de latencia se consigue la estabilidad cuando el yo y el superyó se unen en prosecución de un fin común. En la pubertad se crea una situación similar al primer período y está seguida una vez más por una estabilización mental del individuo. Ya hemos discutido las diferencias existentes entre estas dos clases de estabilización y podemos ver ahora lo que tienen de común. En ambos casos el ajuste se alcanza por el acuerdo entre el yo y el superyó sobre un standard común y el establecimiento de un ideal del yo que tiene en cuenta las demandas de la realidad.

 

En los primeros capítulos de este libro he tratado de mostrar que el desarrollo del superyó cesa junto con el de la libido al comienzo del período de latencia. Querría ahora recalcar como un punto de importancia capital que lo que debemos considerar en los distintos estadíos que siguen a la declinación del complejo de Edipo, no son cambios en el superyó sino un desarrollo del yo que involucra una consolidación del superyó. El proceso general de estabilización que ocurre en el niño durante el período de latencia se efectúa, creo, no por una alteración real del superyó sino por el hecho de que su yo y superyó persiguen el fin común de lograr una adaptación al ambiente y adoptar ideales del yo pertenecientes a ese medio ambiente. Debemos ahora pasar de la discusión del desarrollo del yo a considerar cómo se produce este proceso en relación con el dominio de las situaciones de ansiedad que han sido señaladas como uno de los factores esenciales para que se produzca.

He dicho que la actividad de juego en el niño pequeño, al constituir un puente entre fantasía y realidad, le ayuda a dominar sus temores a los peligros del mundo interno y externo. Tomaremos el juego típico de las niñas pequeñas: "jugar a la madre". El análisis de niñas normales muestra que estos juegos, junto al cumplimiento de deseos, contienen las más profundas ansiedades correspondientes a las situaciones tempranas de ansiedad, y que detrás de este repetido deseo de la niña de tener más hijas -las muñecas-, yace una necesidad de consuelo, y de aliento. La posesión de sus muñecas es una prueba de que su madre no le ha robado los niños, de que su cuerpo no ha sido destruido por ella y de que será capaz de tener niños. Además, criando y vistiendo sus muñecas, con las que se identifica ella misma, tiene pruebas de que su madre la ama, y disminuye su miedo a ser abandonada y quedar sin hogar y sin madre. Este propósito también sirve, en cierto modo, para otros juegos realizados por niños de ambos sexos, como, por ejemplo, juegos de amueblar casas y viajes. Estos juegos surgen del deseo de encontrar un nuevo hogar, es decir, de redescubrir a la madre.

Un juego típico de los niños donde se ven bastante claramente los componentes masculinos es el juego de los carros, caballos y trenes. Simbolizan forjar un camino hacia el cuerpo de la madre. En estos juegos los chicos efectúan, una y otra vez, y con muchísimas variantes, escenas de lucha con el padre dentro de la madre y de copulación con ella. La valentía, habilidad y astucia con la que se defienden a si mismos de sus enemigos en sus juegos de lucha, les asegura que pueden combatir con éxito contra su padre castrador, y disminuye así el temor que le tienen. Por este medio y representándose a sí mismo, repetidas veces, copulando con su madre de varias maneras y mostrando su valentía en ello, el chico trata de demostrarse que posee un pene y potencia sexual, dos cosas cuya pérdida le ha hecho esperar sus profundas situaciones de ansiedad. Y desde que junto con sus tendencias agresivas surgen sus tendencias de restauración hacia la madre en estos juegos, se prueba también a si mismo que su pene no es destructivo, y en este sentido alivia su sentimiento de culpa.

El profundo placer que obtienen del juego los niños no inhibidos en el juego, procede no sólo de la gratificación por el cumplimiento de sus deseos, sino también del dominio de la ansiedad que el juego le ayuda a lograr. Pero en mi opinión no es meramente cuestión de dos funciones diferentes que se realizan juntas, lo que ocurre es que el yo emplea todos los mecanismos de cumplimiento de deseos también con el propósito de dominar la ansiedad. Así, por un complicado proceso en el que se utilizan todas las fuerzas del yo, el juego de los niños efectúa una transformación de la ansiedad en placer. Examinaré después cómo este proceso fundamental afecta la economía de la vida mental y del desarrollo del yo del adulto.

No obstante, en lo que concierne a los niños pequeños, el yo sólo parcialmente puede lograr su fin de dominar la ansiedad por medio del juego. Sus juegos no le ayudan completamente a vencer su miedo a los peligros internos. La ansiedad opera siempre en ellos. Mientras es latente opera como una impulsión a jugar, pero tan pronto como se hace manifiesta pone fin al juego.

Al comenzar el período de latencia el niño domina mejor su ansiedad y muestra al mismo tiempo una mayor capacidad para cumplir los requerimientos de la realidad. Por otra parte, sus juegos pierden contenido imaginativo, y, gradualmente, toma su lugar el trabajo escolar. La preocupación del niño con las letras del alfabeto, números y dibujos, que tiene al principio el carácter de juego, reemplaza ampliamente el juego con juguetes. Su interés por el modo en que se combinan las letras, lograr bien su forma y ordenación y hacerlas de igual tamaño, y su satisfacción cuando logra exactitud en cada uno de estos detalles, todo surge de las mismas causas internas, como su anterior actividad constructiva de hacer casas y jugar con muñecas. Un cuaderno lindo y ordenado tiene el mismo significado simbólico para la niña que la casa y el hogar, es decir, el de un cuerpo saludable e ileso. Las letras y los números representan para ella a los padres, hermanos y hermanas, niños, genitales y excrementos, y son vehículos para sus tendencias agresivas originarias tanto como para las tendencias reactivas. La refutación de sus temores, que antes obtenía por el juego con muñecas y el amoblamiento de casas, lo consigue ahora mediante una actividad escolar exitosa. El análisis de niños en este período muestra que no sólo cada detalle de su trabajo escolar, sino todas las diversas actividades manuales, dibujos, etc., son utilizadas en su imaginación para restaurar sus propios genitales y su cuerpo tanto como el cuerpo de su madre y sus contenidos, el pene del padre, sus hermanos y hermanas, etc. Del mismo modo, cada artículo propio o de la vestimenta de sus muñecas (cuellos, puños, echarpes, pulseras, gorras, medias, cinturón, zapatos) tiene un significado simbólico.

En el curso normal del desarrollo el cuidado que el niño prodiga al "dibujo" de letras o números equivale al que el adulto normal otorga a sus trabajos intelectuales. Pero aun así, su satisfacción en dichos trabajos depende en gran parte de la apreciación que reciben de las personas de su medio circundante; es un medio de lograr la aprobación de los mayores. En el período de latencia vemos por esto que el niño encuentra una refutación de sus situaciones de peligro en gran parte, en el amor y aprobación de sus objetos reales, y que da una importancia exagerada a estos objetos y a su mundo real.

 

En el varón, escribir es la expresión de sus componentes masculinos. Su habilidad para escribir palabras y el golpe de su pluma con el que forma las letras representan la realización activa de un coito y son una prueba de su posesión de un pene y de su potencia sexual. Libros y cuadernos representan los genitales o cuerpo de su madre y hermana. Para un niño de seis años, por ejemplo, la letra L representaba un hombre sobre un caballo (él mismo y su pene) cabalgando a través de una arcada (los genitales de su madre); la I era su pene y él mismo; la E los genitales de la madre y ella misma, y la IE la unión de los dos en el coito. Las fantasías de copulación activa de los varones se evidencian en juegos activos y en los deportes, y vemos expresarse las mismas fantasías tanto en los detalles de esos juegos como en sus lecciones. El deseo del varón de sobrepasar a sus rivales y de obtener seguridad contra el peligro de ser castrado por el padre -conducta que corresponde al modo masculino de proceder con las situaciones de ansiedad y que son de importancia mayor más tarde en la pubertad- aparecen ya cuando está todavía en el período de latencia. En general, el varón depende menos que la niña de la aprobación de su medio aun en este período, y un trabajo realizado sin otro interés que el del trabajo mismo juega una mayor parte en su vida psicológica que en la de las niñas.

He descrito la estabilización que se produce en el período de latencia, fundada sobre una adaptación a la realidad efectuada por el yo de acuerdo con el superyó. El logro de dicho fin depende de la acción combinada de todas las fuerzas ocupadas en sujetar y coartar los instintos del ello. Es aquí que el niño comienza a luchar por romper con el hábito de la masturbación, lucha ésta, que, dice Freud, "reclama gran parte de sus energías" durante el período de latencia, y que está dirigida también contra sus fantasías de masturbación. Y estas fantasías, como hemos visto repetidas veces, no sólo entran en todos los juegos del niño, sino también en sus actividades de aprendizaje y en todas las futuras sublimaciones.

La razón por la cual en el período de latencia el niño se encuentra con una gran necesidad de aprobación de sus objetos es porque necesita disminuir la oposición de su superyó (que en este período tiende a adaptarse a los objetos) a sus fantasías desexualizadas de masturbación. Así, en este período tiene que cumplir los siguientes requerimientos: por una parte, renunciar a la masturbación y reprimir sus fantasías de masturbación, y por otra parte, efectuar con éxito y a satisfacción de los mayores estas mismas fantasías de masturbación en su forma desexualizada de intereses y actividades diarias; porque sólo con la ayuda de sublimaciones satisfactorias podrá procurar la refutación comprensiva de sus situaciones de ansiedad que necesita su yo. Del éxito con que escape de este dilema dependerá la estabilización en el período de latencia. No logra dominio de la ansiedad hasta que obtiene la aprobación de los que ejercen la autoridad; sin embargo, a menos que haya obtenido esa aprobación no puede proceder a realizar la prueba.

Esta breve reseña de este ampliamente ramificado y profundo proceso de desarrollo es necesariamente esquemática. En realidad, los límites entre el niño normal y el neurótico no están claramente delineados durante el período de latencia. El niño neurótico puede ser un buen escolar, y no es siempre el niño normal el que tiene más deseo de aprender, desde que a menudo tiene que refutar sus situaciones de ansiedad en otros sentidos, por ejemplo realizando proezas físicas. En el período de latencia a menudo en la niña normal domina la ansiedad de un modo masculino y el niño puede aun ser descripto como normal aunque elija modos de conducta más pasivos y femeninos con el mismo propósito.

Freud nos ha hecho notar los ceremoniales típicos del período de latencia y que son el resultado de las luchas del niño contra la masturbación. Dice que este período "está además marcado por el surgimiento de barreras éticas y estéticas dentro del yo" y que "las formaciones reactivas de los neuróticos obsesivos son sólo exageraciones de las formaciones normales de carácter". En niños en el período de latencia no es fácil delimitar la línea de demarcación entre reacciones obsesivas y el desarrollo caracterológico que en el niño normal espera su medio ambiente educativo, excepto en los casos extremos.

Se recordará que señalé que el punto de partida de la neurosis obsesiva se sitúa en la temprana infancia. Pero he dicho que en este período sólo se desarrollan rasgos obsesivos aislados. Esto no se organiza en general bajo la forma de neurosis obsesiva sino hasta el período de latencia. Esta sistematización de los rasgos obsesivos, que va junto con una consolidación del superyó y un fortalecimiento del yo, es efectuada por el superyó y el yo sobre la base de la erección de un standard común, que mantenido por ambas instituciones es la llave de su poder sobre ello; y aunque la supresión de los instintos del niño es emprendida a instancias de sus objetos y realizada en gran parte por medio de mecanismos obsesivos, no logrará éxito si todos los factores opuestos al ello no actúan de acuerdo. En este amplio proceso de organización, el yo manifiesta lo que Freud ha llamado "inclinación a realizar síntesis''.

Así, en el período de latencia los requerimientos del yo, superyó y objetos del niño están unidos y encuentran una satisfacción común en la neurosis obsesiva. Una razón por la cual el fuerte rechazo usualmente manifestado por los adultos ante los afectos del niño tiene tanto éxito es que este rechazo responde en esta edad a los propios requerimientos internos. A menudo encontramos en análisis que a los niños se les hace sufrir y se les crea conflictos en su mente porque los que se encargan de ellos se han identificado (ellos mismos) exageradamente con la mala conducta del niño y sus tendencias agresivas. Porque su yo sólo se sentirá capaz de la tarea de reprimir al ello y oponerle impulsos prohibitivos siempre que los mayores lo ayuden en sus esfuerzos. El niño necesita recibir prohibiciones desde fuera, porque éstas prestan ayuda a las prohibiciones desde dentro. Necesita, en otras palabras, tener representantes de su superyó en el mundo externo. Esta dependencia de los objetos para poder dominar la ansiedad es más fuerte en el período de latencia que en ninguna otra fase de su desarrollo. Más aun me parece que un definido requisito previo para una exitosa transición al período de latencia, es que el dominio de la ansiedad en el niño se apoye sobre las relaciones de objeto y su adaptación a la realidad.

 

No obstante, es necesario para la futura estabilidad del niño que este mecanismo de dominar la ansiedad no predomine en exceso. Si los intereses y conquistas del niño y otras gratificaciones están dedicadas demasiado completamente a tratar de ganar el amor y el reconocimiento de sus objetos, esto es, si sus relaciones de objeto son predominantemente medios de dominar la ansiedad y aliviar sus sentimientos de culpa, la salud mental de los años futuros no reposa en suelo firme. Si es menos dependiente de sus objetos y si los intereses y logros por medio de los cuales domina la ansiedad y alivia sus sentimientos de culpa son hechos sin ningún interés ulterior y le proporcionan interés y placer por si mismos, su ansiedad sufrirá una mejor modificación y una más amplia distribución, esto es, quedará disminuida. Cuando la ansiedad ha sido reducida así, aumenta su capacidad para obtener gratificaciones libidinales, y ésta es una precondición para el dominio exitoso de la ansiedad. La ansiedad sólo puede ser dominada cuando el superyó y el ello han llegado a un acuerdo satisfactorio y el yo ha logrado un grado suficiente de fortaleza.

Puesto que la fortaleza mental que el niño normal logra de sus relaciones de objeto es tan grande en el período de latencia, no siempre podemos descubrir a su debido tiempo esos casos frecuentes en los que dependen demasiado de las mismas. Pero en la pubertad podemos hacerlo fácilmente porque el niño ahora no podrá dominar su ansiedad si su principal medio de lograrlo es su dependencia de los objetos. A esto se debe en parte que ciertas enfermedades psicóticas no se manifiesten hasta la terminación de la infancia, durante o después de la pubertad. Pero si hacemos que nuestro criterio de la salud no sólo dependa de la adaptación a los standards de ese período de desarrollo, sino también de la fuerza del yo basada en una disminución de la severidad del superyó y un mayor grado de libertad instintiva, no correremos el riesgo de valorar en demasía el factor de adaptabilidad en el período de latencia como indicio de buen desarrollo y futuro bienestar mental real del niño.

Freud dice que la pubertad "marca un período decisivo en el desarrollo de la neurosis obsesiva'' y que en esa época "los impulsos agresivos de la primera infancia despiertan nuevamente por una parte, y por la otra, una mayor o menor proporción de los impulsos libidinales -en el peor de los casos el total de ellos- son impelidos a tomar el camino predestinado de la regresión y reaparecer como impulsos agresivos y destructivos. Debido al disfraz de los impulsos eróticos y a poderosas formaciones reactivas del yo, la lucha contra la sexualidad se continúa ahora bajo la forma de problema ético".

En el muchacho, la aparición de una nueva imago paterna idealizada y de nuevos principios, junto con el aumento de demandas que el niño hace a sí mismo, le ayudan a alejarse de sus objetos originarios. Esto da por resultado que es más capaz de retomar su originaria posición de afecto al padre y aumentarla y que corre menos riesgo de chocar con él. Esto ocurre al mismo tiempo que una división de la imago paterna. Puede entonces admirar y amar la imago paterna exaltada y dirigir los fuertes sentimientos de odio que en este período de su desarrollo tiene, contra la imago paterna mala, a menudo representada por el padre real o por un sustituto, tal como un maestro. En su relación con la imago admirada él puede satisfacerse, ya que posee un padre poderoso y útil y puede también identificarse con él y fortificar así su creencia en su propia capacidad constructiva y en su potencia sexual, mientras que en su relación agresiva con la imago odiada se prueba a sí mismo que él es capaz de rivalizar con el padre y que no debe temer ser castrado por él.

Es aquí cuando sus actividades y logros entran en acción. Utiliza logros, tanto en el campo físico como mental, que exigen coraje, resistencia, fuerza, iniciativa, para probarse a sí mismo -entre otras cosas- que la castración que tanto temió no se efectuó en él y que no es impotente. Sus hazañas gratifican también sus tendencias reactivas y alivian su sentimiento de culpa. Ellas le muestran que sus capacidades constructivas sobrepasan sus tendencias destructivas y representan la reparación hecha a los objetos. Estas seguridades aumentan la gratificación que obtiene de las mismas. El alivio de la ansiedad y del sentimiento de culpa, que en el período de latencia vino de la exitosa prosecución de sus actividades en la medida en que eran hechas de un modo egosintónico con la aprobación de su mundo externo, deben en la pubertad provenir más ampliamente del valor que tienen para él dichas realizaciones y hazañas en sí mismas.

 

Haremos ahora unas breves consideraciones sobre cómo trata la niña estas situaciones de ansiedad durante la pubertad. En esta edad normalmente mantiene los objetivos del período de latencia y el modo de dominar la ansiedad perteneciente a dicho período con más fuerza que el niño. Muy a menudo también adopta la actitud masculina para dominar la ansiedad. Veremos en el próximo capítulo por qué es más fácil para ella establecer la posición femenina que para el varón la masculina. El establecimiento de standards e ideales que se origina en el varón durante la pubertad juega una parte importante también en su desarrollo, pero toma una forma más subjetiva y personal y la niña hace menos acopio de principios abstractos. Su deseo de agradar a sus objetos se extiende también a sus ocupaciones mentales y juega una parte en sus más altas hazañas intelectuales. Su actitud frente al trabajo, siempre que no estén involucrados predominantemente los componentes masculinos, está en armonía con su actitud frente a su propio cuerpo, y sus actividades en relación con estos dos intereses se dirigen en gran parte al manejo de sus situaciones de ansiedad específica. Un cuerpo hermoso o un trabajo perfecto proporcionan a la niña en crecimiento la misma contraprueba que necesitó cuando era pequeña, a saber, que el interior de su cuerpo no ha sido destruido por la madre y que no han sacado sus niños de dentro de él. Como mujer, su relación con el niño, que a menudo toma el lugar de la relación con el trabajo, es una gran ayuda en su manejo de la ansiedad. Tenerlo, cuidarlo y observar su crecimiento y adelantos le proporciona, exactamente como en el caso de las niñas pequeñas y sus muñecas, pruebas renovadas de que su posesión del niño no está en peligro y sirve para aliviar su sentimiento de culpa. Las situaciones de peligro, grandes o pequeñas, con las que debe enfrentarse en el proceso de educar a sus hijos sirven, si las cosas van bien, para proporcionar una eficaz refutación a su ansiedad. Del mismo modo su relación con la casa, que es el equivalente de su propio cuerpo, tiene una importancia especial en el modo femenino de dominar la ansiedad, y tiene además otra y más directa conexión con sus situaciones tempranas de ansiedad. Como vimos, la rivalidad de la niña pequeña con su madre encuentra expresión, entre otras cosas, en fantasías de echarla y tomar su lugar como ama de casa. Una parte importante de esta situación de ansiedad para los niños de ambos sexos, pero más especialmente para la niña, consiste en el miedo a ser echados de la casa y quedar abandonados y sin hogar. Su satisfacción por su propia casa está siempre basada, en parte, en su valor de refutación a este elemento de su situación de ansiedad. Es indispensable para la normal estabilización de la mujer, que sus niños, trabajo, actividades y cuidado y adorno de su persona y hogar le suministren una refutación completa de sus situaciones de peligro. Su relación con el hombre, además, está ampliamente determinada por su necesidad de tranquilizarse a sí misma a través de la admiración que despierta su cuerpo intacto. Su narcisismo por eso juega una gran parte en el dominio de su ansiedad. Es un resultado del modo femenino de dominar la ansiedad que la mujer dependa mucho más del amor y de la aprobación del hombre -y de los objetos en general- que el hombre de la mujer. Pero el hombre también busca en sus relaciones amorosas una tranquilización de su ansiedad, que contribuye en gran parte a la satisfacción sexual que obtiene de ella.

El proceso normal de dominio de la ansiedad parece estar condicionado por cierto número de factores, en el cual los métodos específicos empleados actúan en conjunción con elementos cuantitativos, tales como cantidad de sadismo y ansiedad presentes, y grado de capacidad poseído por el yo para tolerar la ansiedad. Si estos factores interactuantes logran un cierto optimum, sucede que el individuo es capaz de modificar con bastante éxito aun grandes cantidades de ansiedad, de desarrollar su yo satisfactoriamente y aun más que lo común, y lograr salud mental. Las condiciones bajo las cuales puede dominar la ansiedad son tan específicas como las condiciones bajo las cuales puede amar, y ambas están, hasta donde he podido ver, íntimamente ligadas. En algunos casos, que se ven típicamente en la pubertad, la condición para dominar la ansiedad es que el individuo se encuentre con situaciones especialmente difíciles, tales como las que hacen surgir un miedo intenso; en otros es que evite tanto como pueda, y en circunstancias extremas de un modo fóbico, todas estas circunstancias. Entre estos dos extremos se sitúa lo que podemos considerar como una impulsión normal a obtener placer del vencí-miento de las situaciones de ansiedad que están asociadas con una ansiedad ni excesiva ni demasiado directa (y por lo tanto mejor repartida).

 

En este capítulo he tratado de demostrar que todas las actividades, intereses y sublimaciones del individuo también sirven para dominar su ansiedad y aliviar su culpa, y el motivo que las impulsa es no sólo gratificar sus impulsos agresivos sino restituir los daños realizados contra el objeto y reparar su propio cuerpo y sus genitales. También hemos visto que en estadíos muy tempranos de su desarrollo su sentimiento de omnipotencia se pone al servicio de sus impulsos destructivos. Cuando sus formaciones reactivas comienzan a actuar, este sentido de omnipotencia negativa y destructiva lo obligan a creer en su omnipotencia constructiva, y cuanto más fuerte ha sido su sentimiento de omnipotencia sádica, más fuerte tendrá que ser ahora su sentimiento de omnipotencia positiva para hacerlo capaz de abordar los requerimientos de su superyó con respecto a las reparaciones. Si la reparación requerida necesita un fuerte sentimiento de omnipotencia constructiva -como, por ejemplo, que lleve a cabo una reparación completa frente a los padres, hermanos y hermanas, etc., y por desplazamiento, a otros objetos y aun al mundo entero-, entonces, el que realice grandes cosas en la vida, y el que el desarrollo de su yo y de su vida sexual sea exitoso, o que caiga víctima de severas inhibiciones, dependerá en parte de la fortaleza de su yo y del grado de su adaptación a la realidad, que regula sus requerimientos imaginarios, y en parte de que las tareas que se le han impuesto no sean demasiado estrictas o también de que la discrepancia entre su omnipotencia constructiva y destructiva no exceda un cierto límite.

Recapitulando lo dicho: he tratado de explicar algo del complicado proceso, que compromete todas las energías del individuo, por medio del cual el yo intenta dominar su situación de ansiedad infantil. El éxito en este proceso es de fundamental importancia para el desarrollo del yo y un factor decisivo en la seguridad de su salud mental. En una persona normal es esta múltiple tranquilización contra su ansiedad -seguridad que es constantemente renovada y fluye de muchas fuentes, que deriva de sus actividades e intereses, de sus relaciones sociales y de sus gratificaciones eróticas- la que la hace capaz de dejar atrás sus situaciones de ansiedad originaria y distribuir y debilitar toda la potencia del impacto que tienen sobre él.

Finalmente, debemos examinar la similitud entre la explicación dada en estas páginas sobre el método normal de tratar las situaciones de ansiedad con los puntos de vista de Freud al respecto. En Inhibición, síntoma y angustia, dice: "Durante el curso del desarrollo a la madurez, las condiciones de ansiedad deben haber sido abandonadas y las situaciones de peligro deben haber perdido su importancia". Esta afirmación es calificada por sus observaciones siguientes. Dice: "Además, algunas de estas situaciones de ansiedad logran sobrevivir hasta períodos posteriores modificando sus condiciones de ansiedad de modo que se adapten a las circunstancias de la vida futura". Creo que mi teoría de la modificación de la ansiedad nos ayuda a comprender de qué medios se vale la persona normal para deshacerse de sus situaciones de ansiedad, y modificar las condiciones bajo las cuales siente ansiedad. Mis observaciones analíticas me han llevado a pensar que aunque el individuo normal logre una gran modificación de sus situaciones de ansiedad no llega nunca a abandonarlas totalmente. En realidad, es verdad que esas situaciones de ansiedad no tienen efectos directos sobre él, pero tales efectos volverán a aparecer en ciertas circunstancias. Si a una persona normal se la coloca en una situación de gran esfuerzo interno o externo, o si se enferma o fracasa de algún modo, podemos observar en ella la acción completa y acabada de sus más profundas situaciones de ansiedad. Entonces, puesto que cualquier persona sana puede sucumbir a una enfermedad neurótica, se sigue que nunca puede abandonar completamente sus antiguas situaciones de ansiedad.

Las siguientes observaciones de Freud parecerían confirmar esta opinión. En el pasaje citado dice: "El neurótico difiere del normal en que exagera sus reacciones a estos peligros. Aun el hecho de que uno sea adulto no ofrece completa protección contra la vuelta de la situación traumática originaria; para cada uno debe haber un límite más allá del cual su aparato mental está imposibilitado de dominar las cantidades de excitación que exigen descarga".

 

11. LOS EFECTOS DE LAS SITUACIONES TEMPRANAS DE ANSIEDAD SOBRE EL DESARROLLO SEXUAL DE LA NIÑA

La investigación psicoanalítica ha arrojado mucha menos luz sobre la psicología de la mujer que sobre la del hombre. Desde que el miedo a la castración fue lo primero que se descubrió como motivo subyacente en el desarrollo de neurosis en el hombre, naturalmente los analistas comenzaron por estudiar factores etiológicos de la misma clase en las mujeres. Los resultados así obtenidos fueron válidos hasta tanto la psicología de los dos sexos fue similar, pero no cuando dejó de serlo. Freud ha expresado bien este punto en un pasaje donde dice: "...y además ¿está bien comprobado que la ansiedad de castración sea la única causa de represión o defensa? Cuando pensamos en neurosis de mujeres debemos tener algunas dudas. Es verdad que un complejo de castración se encuentra siempre en ellas, pero casi no podemos hablar de angustia de castración cuando ésta es ya un hecho".

Cuando consideramos qué importante ha sido todo conocimiento sobre la ansiedad de castración tanto para la comprensión de la psicología del hombre como para conseguir una curación de sus neurosis, esperamos que un conocimiento de la ansiedad equivalente en la mujer nos permitirá perfeccionar nuestro tratamiento terapéutico de las neurosis femeninas y nos ayudará a conseguir una idea clara del camino a lo largo del cual avanza su desarrollo sexual.

 

LA SITUACION DE ANSIEDAD DE LA NIÑA

En mi trabajo "Estadíos tempranos del conflicto edípico", 1928, he tratado de esclarecer este problema aún no resuelto y he presentado el punto de vista de que el miedo más profundo de la niña es el de que el interior de su cuerpo sea robado y destruido. Como resultado de la frustración oral que la niña experimenta de su madre, se aleja de ella y toma el pene de su padre como objeto de gratificación. Este nuevo deseo la impulsa a dar pasos adicionales en su evolución. Desarrolla fantasías de que su madre introduce el pene de su padre en su cuerpo y le da a él sus pechos, y estas fantasías forman el núcleo de teorías sexuales tempranas, que producen en ella sentimientos de envidia y de odio al ser frustrada por ambos padres (casualmente, en esta etapa del desarrollo los niños de ambos sexos creen que es el cuerpo de la madre el que contiene todo lo deseable, especialmente el pene del padre). Esta teoría sexual aumenta el odio de la niña hacia su madre, debido a la frustración que ha sufrido de ella, y contribuye a la producción de fantasías sádicas de atacar y destruir el interior de su madre y privarlo de su contenido. Debido a su temor a una retaliación, estas fantasías forman la base de la situación de ansiedad más profunda.

En su trabajo sobre "The Early Development of Female Sexuality", 1927, Ernest Jones da el nombre de "aphanisis" a la destrucción de la capacidad de obtener gratificación libidinal temida por la niña, y considera que este temor constituye una situación de ansiedad temprana y dominante para ella. Me parece que la destrucción de la capacidad de la niña para obtener gratificación libidinal implica una destrucción de los órganos necesarios para este propósito. Y teme que esos órganos sean destruidos durante el curso del ataque que se hará, principalmente por parte de su madre, sobre su cuerpo y contenidos. Sus temores referentes a sus genitales son particularmente intensos, en parte porque sus propios impulsos sádicos contra su madre están poderosamente dirigidos contra los genitales y el placer erótico que la misma obtiene de ellos, y en parte porque su temor a ser incapaz de obtener gratificación sexual sirve a su vez para aumentar el temor de que sus genitales estén dañados.

 

ESTADÍOS TEMPRANOS DEL CONFLICTO DE EDIPO

De acuerdo con mi experiencia, las tendencias edípicas de una niña se inician con sus deseos orales por el pene del padre. Estos deseos están ya acompañados por impulsos genitales. He encontrado que el deseo de robar a su padre el pene del padre e incorporárselo a sí misma es un factor fundamental en el desarrollo de su vida sexual. El resentimiento que su madre ha producido en ella al retirarle el pecho nutricio, es intensificado por el mal adicional que le ha hecho al no otorgarle al pene de su padre como objeto de gratificación, y esta doble injusticia es la causa más profunda del odio que la niña siente hacia su madre como resultado de sus tendencias edípicas.

Estos puntos de vista difieren en algo de las teorías aceptadas en psicoanálisis. Freud ha llegado a la conclusión de que en la niña es el complejo de castración el que inicia el complejo de Edipo, y que lo que la hace alejarse de la madre es la envidia por no haber recibido un pene para ella. La divergencia entre el punto de vista de Freud y el presentado acá, sin embargo, resulta menos importante si reflexionamos que los dos están de acuerdo en dos puntos importantes: en que la niña quiere tener un pene y en que odia a su madre por no habérselo dado. Mas de acuerdo con mi punto de vista, lo que ella principalmente desea no es poseer un pene propio como atributo de masculinidad, sino incorporar el pene de su padre como objeto de gratificación oral. Más aun, creo que este deseo no es un resultado de su complejo de castración sino la expresión más fundamental de sus tendencias edípicas, y por consiguiente ella cae bajo el dominio de sus impulsos edípicos no indirectamente a través de sus tendencias masculinas y su envidia del pene, sino directamente, como resultado de sus dominantes componentes instintivos femeninos.

Cuando la niña elige el pene de su padre como objeto deseado, varios factores concurren para hacer su deseo más intenso. La demanda de sus impulsos orales de succión exaltados por la frustración que ha sufrido de los pechos de la madre crea en ella un cuadro imaginario del pene de su padre como un órgano que, a diferencia del pecho, puede proveerla de una tremenda e infinita gratificación oral. Los impulsos sádicos uretrales añaden su contribución a esta fantasía. Porque los niños de ambos sexos atribuyen mucha más capacidad uretral al pene -donde es más visible- que el órgano femenino de micción. Las fantasías de la niña sobre la capacidad uretral y el poder del pene se unen a sus fantasías orales en virtud de la ecuación que hacen todos los niños pequeños entre todas las sustancias del cuerpo, y en su imaginación, el pene es un objeto que posee poderes mágicos de suministro de gratificaciones orales. Pero desde que la frustración oral que ella ha sufrido de su madre ha estimulado todas las demás zonas erógenas, al hacer surgir sus tendencias genitales y deseos en relación con el pene del padre, este último resulta ser el objeto de sus impulsos orales, uretrales, anales y genitales al mismo tiempo. Otro factor que intensifica sus deseos en esta dirección es su teoría sexual inconsciente de que su madre se ha incorporado el pene del padre, lo que provoca en ella envidia hacia la madre.

Creo que la combinación de todos estos factores, dota al pene del padre de enorme virtud a los ojos de la niña pequeña y lo hace el objeto de su más ardiente admiración y deseo. Si ella mantiene una posición predominantemente femenina, esta actitud frente al pene de su padre la llevará a menudo a asumir una actitud humilde y sumisa hacia el sexo masculino. Pero puede también causar en ella intensos sentimientos de odio por haberle sido negado lo que tan apasionadamente adoraba y deseaba, y si asume una posición masculina, ésta puede hacer surgir en ella todos los signos y síntomas de la envidia del pene.

Pero desde que las fantasías de la niña sobre el poder enorme, gran tamaño y fuerza del pene de su padre surgen de sus propios impulsos orales, uretrales y anal-sádicos, también creerá que posee peligrosos atributos. Este aspecto que fundamenta su temor al pene malo se produce como una reacción a sus impulsos destructivos que, combinados con los libidinales, ha dirigido hacia el pene. Si lo más fuerte en ella es un sadismo oral, considerará al pene de su padre como algo para ser odiado, envidiado y destruido; y las fantasías llenas de odio que ella centraliza alrededor del pene de su padre como algo que da gratificación a su madre serán en algunos casos tan intensas, que producirán un desplazamiento de su más profunda y poderosa ansiedad -su miedo a su madre- hacia el pene del padre como un apéndice odiado de su madre. Si sucede esto, la niña sufrirá graves trastornos en su desarrollo y será conducida a una actitud distorsionada hacia el sexo masculino. También tendrá una relación más o menos defectuosa con sus objetos y será incapaz de superar, al menos completamente, la etapa de amor parcial.

 

En virtud de la omnipotencia de pensamiento, los deseos orales de la niña por el pene de su padre le hacen creer que en realidad lo ha incorporado, y entonces sus sentimientos ambivalentes hacia él se extienden a su pene internalizado. Como sabemos, en la etapa de incorporación parcial el objeto está representado por una parte de él o ella misma y el pene del padre representa toda su persona. Esa es la razón, creo, por la que las imagos más tempranas del padre -el núcleo del superyó paternal- están representadas por su pene. Como he tratado de demostrar, el carácter cruel y aterrador del superyó en los niños de ambos sexos es debido al hecho de que han comenzado a introyectar sus objetos en un período del desarrollo en que su sadismo estaba en su punto máximo. Sus más tempranas imagos asumen el aspecto fantástico que les han impartido sus propios impulsos dominantes pregenitales. Pero esta impulsión a introyectar el pene del padre, que es el objeto edípico, y mantenerlo dentro es mucho más fuerte en la niña que en el niño. Esto se debe a que las tendencias genitales que acompañan sus deseos orales tienen también un carácter receptivo, de modo que bajo circunstancias normales sus tendencias edípicas están mucho más bajo la influencia de los impulsos orales incorporativos que en el varón. Es un asunto de importancia decisiva para la formación del superyó y el desarrollo de la vida sexual, tanto en varones como en niñas, que las fantasías que prevalezcan sean las de un pene "bueno o malo". Pero dado que la niña está más subordinada a su padre introyectado por lo tanto está más a la merced de sus poderes para lo bueno o malo que el niño en relación con su superyó. Su ansiedad y su sentimiento de culpa en relación a su madre sirven para complicar aun más los divididos sentimientos hacia el pene del padre.

Para simplificar nuestra investigación sobre la situación total, seguiremos primero el desarrollo de la actitud de la niña frente al pene del padre y así trataremos de descubrir hasta qué punto sus relaciones con la madre afectan sus relaciones con el padre. En circunstancias favorables la niña cree no sólo en la existencia de un pene introyectado peligroso, sino en uno benéfico y servicial. Como resultado de esta actitud ambivalente, luchará por contrarrestar su miedo a un pene "malo" introyectado por una introyección continua de uno "bueno" en el coito y éste será un incentivo más para que pase por experiencias sexuales en la primera infancia y encuentre más tarde satisfacción en actividades sexuales y será un nuevo aporte a sus deseos libidinales de un pene.

Por otra parte, sus actos sexuales, ya sea bajo la forma de la fellatio, coitus per anum o coito normal, le ayudarán a confirmar si los temores que juegan un papel tan fundamental y dominante en su mente en conexión con la copulación, están bien fundadas o no. La razón por la cual la copulación se ha cargado con tanto peligro en la imaginación de los niños de ambos sexos, es que sus fantasías optativas sádicas han transformado este acto, hecho entre el padre y la madre, en una situación de peligro amenazante. Ya hemos tratado en detalle la naturaleza de estas fantasías sádicas de masturbación y hemos encontrado que caen dentro de dos categorías distintas pero interconectadas. En las de la primera categoría los niños emplean varios medios sádicos para hacer un ataque directo sobre ambos padres, ya sea separados o juntos en el coito; en los de la segunda, que se derivan de un estado algo posterior a la fase de máximo sadismo, su creencia en su omnipotencia sádica sobre sus padres encuentra expresión de un modo más indirecto. Los dota de instrumentos de destrucción mutua, transformando sus dientes, uñas, genitales, excrementos, etc., en peligrosas armas, animales, etc., y los representa, de acuerdo con sus propios deseos, como atormentándose y destruyéndose el uno al otro durante el coito.

Ambas clases de fantasías sádicas hacen surgir ansiedad desde diversas fuentes. Volviendo otra vez a la niña, vemos que en conexión con la primera categoría teme ser contraatacada por uno o ambos padres, pero particularmente por la madre, que es el más odiado de los dos. Espera ser atacada desde su interior o desde el exterior, puesto que ha introyectado sus objetos y al mismo tiempo los ha atacado. Sus temores sobre este punto están en relación íntima con el acto sexual, porque las acciones primarias sádicas estaban en gran parte dirigidas contra sus padres, a quienes ella imaginaba copulando. Pero es más especialmente en fantasías correspondientes a la segunda categoría que la copulación se transforma en un acto en el que hay gran peligro para ella. (De acuerdo con sus deseos sádicos su madre es destruida.) Por otra parte, el acto sexual que sus fantasías sádicas y deseos han transformado en una situación de extremo peligro es también, por esta razón, el método superlativo para dominar la ansiedad, aun más porque la gratificación libidinal que lo acompaña le proporciona el placer más alto que pueda lograrse y así disminuye la ansiedad.

Pienso que estos hechos arrojan nueva luz sobre los motivos que urgen al individuo a realizar actos sexuales y sobre las fuentes psicológicas desde las cuales la gratificación libidinal que obtiene en este acto recibe un agregado. Como sabemos, la gratificación libidinal de todas las zonas erógenas implica también la gratificación de sus componentes destructivos, debido a la fusión de los impulsos libidinales y destructivos que se realizan en estos estadíos del desarrollo gobernados por las tendencias sádicas.

 

Ahora bien, en mi opinión, los impulsos destructivos hacen surgir ansiedad en él muy tempranamente, en los primeros meses de la vida. En consecuencia, sus fantasías sádicas están ligadas a la ansiedad y esta unión entre las dos hace surgir situaciones específicas de ansiedad. Desde que sus impulsos genitales comienzan ya en la fase de máximo sadismo -por lo menos es lo que yo he descubierto- y el coito representa en sus fantasías sádicas un vehículo de destrucción de ambos padres, estas situaciones de ansiedad que han surgido en los primeros estadíos de su desarrollo se conectan también con las actividades genitales. Los efectos de esta conexión son por una parte que la ansiedad intensifica sus necesidades libidinales y, por otra, que la gratificación libidinal de sus distintas zonas erógenas le ayuda a dominar la ansiedad disminuyendo sus tendencias agresivas y con ellas su ansiedad. Además, el placer que obtiene de esta gratificación parece en sí mismo aliviar el temor a ser destruido por sus propios impulsos destructivos y por sus objetos, y también mitiga su temor de aphanisis (Jones), es decir, su temor a perder su capacidad de obtener gratificación sexual.

La gratificación libidinal como expresión de Eros refuerza su creencia en las imagos bondadosas y disminuye los peligros que emanan del instinto de muerte y del superyó.

Cuanto mayor es la ansiedad del individuo y cuanto más neurótico es, las energías de su yo y sus fuerzas instintivas estarán más absorbidas en el esfuerzo de vencer la ansiedad, y tanto más, también, la gratificación libidinal que obtiene será utilizada para este propósito. En la persona normal que está muy alejada de sus primeras situaciones de ansiedad y que las ha modificado con éxito, el efecto de estas situaciones sobre su actividad sexual es, claro, mucho menor, pero creo que nunca estará totalmente ausente. La impulsión que siente de poner a prueba sus situaciones específicas de ansiedad en sus relaciones con su partenaire también fortifica y da color a sus fijaciones libidinales, y el acto sexual siempre le ayuda en parte a dominar la ansiedad. Y las situaciones de ansiedad que predominan en él y las cantidades de ansiedad presentes son determinantes específicos de las condiciones bajo las cuales será capaz de amar.

Si la niña convierte el acto sexual en criterio de sus situaciones de ansiedad y las somete a un juicio de realidad, auxiliada por sentimientos optimistas y de confianza, se verá conducida a tomar como objeto una persona que represente un pene "bueno". En este caso el alivio de la ansiedad que ella obtiene a través de la relación sexual le dará un fuerte placer que aumentará considerablemente la gratificación libidinal pura que experimenta y la conducirá a duraderas relaciones amorosas satisfactorias. Pero si las circunstancias son desfavorables y el miedo a un pene "malo" introyectado predomina, la condición necesaria para su capacidad de amor será que ella realice esta prueba de realidad por medio de un pene "malo", es decir, el compañero amoroso será una persona sádica. El test que hace en este caso tiene por fin informarla de qué clase de daño le infligirá su pareja en la relación sexual. Aun sus anticipados daños en este sentido, sirven para aliviar su ansiedad y son importantes en la economía de su vida mental, porque nada de lo que ella pueda sufrir por un agente externo puede igualar a lo que está sufriendo bajo la presión del miedo constante y abrumador de fantásticos peligros y daños dentro de ella. Su elección de pareja sádica se basa también en la impulsión de incorporar "malos" penes sádicos (porque así es como ella ve al acto sexual) que destruirán los peligrosos objetos dentro de ella. Así, la más profunda raíz del masoquismo femenino parecería ser el temor de la mujer a objetos peligrosos que ella ha internalizado, y en especial el pene del padre; y su masoquismo no seria otra cosa, en última instancia, que sus instintos sádicos vueltos contra aquellos objetos internalizados.

 

Según Freud el sadismo, aunque al principio aparece en relación con un objeto, fue originariamente un instinto destructivo dirigido contra el organismo mismo (sadismo primario), y sólo más tarde fue desviado del yo por la libido narcisística; el masoquismo erógeno es esa porción del instinto destructivo que no ha podido ser arrojada hacia afuera de este modo y que permanece dentro del organismo y se ha ligado libidinalmente a él. Piensa además que en cuanto cualquier parte del instinto destructivo que ha sido dirigido hacia afuera vuelve una vez más hacia sí y es separado de sus objetos, hace surgir el masoquismo secundario o femenino. Hasta donde he podido ver, sin embargo, cuando el instinto destructivo vuelve de este modo, todavía permanece adherido a sus objetos; pero ahora estos objetos son internalizados, y amenazando con destruirlos, amenaza también destruir el yo en el que se hallan situados. En este sentido, en el masoquismo femenino el instinto destructivo está una vez más dirigido contra el organismo mismo. Freud dice en su El problema económico del masoquismo, 1924, "...en el contenido manifiesto de las fantasías masoquistas se expresa un sentimiento de culpa, habiéndose supuesto que el sujeto ha cometido algún crimen (cuya naturaleza permanece incierta), el cual será expiado por sufrimiento, penas y torturas". Y me parece que hay ciertos puntos en común entre la conducta de autocastigo del masoquista y los autorreproches del melancólico, que, como sabemos, están en realidad dirigidos contra el objeto introyectado. Parecería, por lo tanto, que el masoquismo femenino se dirige contra el yo tanto como contra los objetos introyectados. Además, destruyendo sus objetos internalizados el individuo actúa llevado por un fin de autoconservación, y en casos extremos su yo no será capaz de arrojar fuera el instinto de muerte, porque ambos instintos, el de vida y el de muerte, están unidos en un fin común y el primero ha sido sustraído a su propia función de proteger el yo.

Quiero ahora considerar brevemente una o dos formas típicas que puede tomar la vida sexual de la mujer en las que el miedo al pene introyectado es lo más importante. La mujer que junto a fuertes inclinaciones masoquísticas mantiene sentimientos de esperanza, a menudo tiende a ligarse a una pareja sádica, y al mismo tiempo realiza esfuerzos de toda índole -esfuerzos que a menudo ocupan todas las energías de su yo- para transformarlo en una persona amistosa y "buena". Mujeres de esta clase, en las que el miedo al pene "malo" y la creencia en uno "bueno" se balancean, a menudo fluctúan entre la elección de un objeto externo "bueno" o "malo". Frecuentemente el miedo de la mujer al pene internalizado la urge a hacer renovadas experiencias y verificar las situaciones de ansiedad, con el resultado de que estará bajo una compulsión constante de realizar el acto sexual con su objeto o de cambiar este objeto por otro. En otros casos el mismo miedo se vencerá de un modo opuesto y la mujer será frígida. Cuando niña, el odio a la madre le ha hecho ver el pene del padre no como algo largamente deseado y bienhechor sino como algo malo y peligroso o ha hecho que transformase la vagina en un instrumento de muerte y a la madre en una fuente de peligro para el padre en su relación sexual con ella. Su miedo al acto sexual se basa así en los daños que espera recibir del pene y en los daños que ella misma inflige al compañero. El miedo a castrarlo se debe en parte a su identificación con su madre sádica y en parte a sus propios impulsos sádicos.

Como ya hemos visto, si las tendencias sádicas de la niña se dirigen contra los objetos introyectados, adoptará una actitud masoquística. Pero si el miedo al pene internalizado la impulsa a defenderse a sí misma de estas amenazas por medio de la proyección, dirigirá su sadismo hacia el objeto exterior, contra el pene que internaliza cada vez en el acto del coito, y así contra su compañero sexual. En estos casos, el yo ha logrado una vez más arrojar el instinto destructivo fuera de sí y de los objetos internalizados y dirigirlos contra el objeto externo. Si predominan en la niña las tendencias sádicas, considerará el coito como una prueba de realidad de su ansiedad, pero en modo opuesto. Sus fantasías de que la vagina y todo el cuerpo son destructivos para el compañero y de que en la fellatio ella arrancará de un mordisco el pene y lo despedazará, serán ahora su medio de vencer el miedo, al pene que ella ha incorporado y al objeto real. Empleando el sadismo contra el objeto externo, ella emprende en su imaginación una lucha de exterminio contra sus objetos internalizados.

 

OMNIPOTENCIA DE LOS EXCREMENTOS

En conexión con lo que ya hemos dicho, consideraré un factor de importancia fundamental para el desarrollo de la niña. En las fantasías sádicas de niños y niñas los excrementos juegan un gran papel. La creencia del niño en la omnipotencia de las funciones de sus intestinos y vejiga están íntimamente conectados con los mecanismos paranoicos.

Estos mecanismos alcanzan su apogeo en la fase en la cual, en sus fantasías sádicas de masturbación, el niño destruye secretamente a sus padres en copulación por medio de orina, heces y flatos, y se refuerzan y emplean de modo secundario para fines de defensa, a causa de su temor a ser contraatacado.

Hasta donde he podido ver, la vida sexual de la niña y su yo son influidos más fuerte y permanentemente en su desarrollo que la del varón por este sentimiento de omnipotencia de las funciones de los intestinos y la vejiga. En niños de ambos sexos, los ataques que realizan con sus excrementos están dirigidos contra la madre, primero a su pecho y luego al interior de su cuerpo. Desde que los impulsos destructivos de la niña contra el cuerpo de la madre son más poderosos y duraderos que los del niño, producirán métodos de ataque secretos y astutos basados en la magia de los excrementos y otros productos de su cuerpo y en la omnipotencia de sus pensamientos, de acuerdo con la naturaleza secreta y escondida de aquel mundo que es el interior del cuerpo de su madre y de sí misma, mientras que el muchacho concentrará su sentimiento de odio no sólo contra el pene del padre supuesto en el interior de la madre, sino en uno real, y así lo dirigirá en cierto modo contra el mundo externo y contra lo que es palpable y visible. Hace también mayor uso de la omnipotencia sádica de su pene, con el resultado de que tiene también otros medios de dominar la ansiedad, mientras que el modo de dominar la ansiedad en la mujer permanece bajo el dominio de sus relaciones con el mundo interno, con lo que está oculto, y, por lo tanto, con el inconsciente.

Como ya se ha dicho, cuando el sadismo llega a su más alto grado, la niña cree que el acto sexual es un medio de destruir el objeto y que está emprendiendo una guerra a muerte contra los objetos internalizados. Trata a través de la omnipotencia de sus excrementos y sus pensamientos de vencer los objetos terroríficos en el interior de su cuerpo y, originariamente, en el interior de la madre. Si su creencia en el pene "bueno" del padre dentro de ella es bastante fuerte, lo hará vehículo de sus pensamientos de omnipotencia. Si su creencia en el poder mágico de los excrementos y pensamientos predomina, será a través de su poder que gobernará y controlará en su imaginación tanto los objetos internalizados como los reales. No sólo estas diferentes fuentes de poder mágico operan al mismo tiempo y se refuerzan unas a otras, sino que el yo hace uso de ellas y las pone una frente a otra con el fin de dominar la ansiedad.

 

PRIMERAS RELACIONES CON LA MADRE

La actitud de la niña frente al pene introyectado está fuertemente influida por su actitud frente al pecho de la madre. Los primeros objetos que ella introyecta son la madre "buena" y la madre "mala", representadas por el pecho. Su deseo de succionar y devorar el pene deriva directamente de su deseo de hacer lo mismo con el pecho de la madre. Así, la frustración que sufre del pecho prepara el camino para sentimientos que surgen de su posterior frustración en relación con el pene. No sólo la envidia y el odio que siente frente a su madre colorean e intensifican sus fantasías sádicas contra el pene, sino que sus relaciones con el pecho de la madre afectan también su actitud subsecuente con el hombre en otros sentidos. Tan pronto como comienza a asustarse del pene malo introyectado, comienza a volver a la madre, de la que, espera auxilio, tanto como figura real, como introyectada. Si su primera actitud con la madre ha sido gobernada por una posición oral de succión, de modo que contenga fuertes corrientes de sentimientos positivos y optimistas, será capaz de ampararse en cierto modo tras de la imago de su madre "buena" contra la imago de la madre "mala" y contra el pene "malo"; si no, su miedo de la madre introyectada aumentará su miedo al pene introyectado y a los padres aterradores unidos en copulación.

La importancia que la imago materna de la niña tiene para ella como figura de "amparo" y la fuerza de su apego a la madre son muy grandes, puesto que (en su imaginación) la madre posee el pecho nutricio y el pene del padre y los niños, y de este modo tiene el poder de gratificar todas sus necesidades. Porque cuando comienzan las tempranas situaciones de ansiedad de la niña pequeña, su yo utiliza la necesidad de nutrición, en el más profundo sentido de la palabra, para ayudarla a vencer esa ansiedad. Cuanto más miedo tiene a que su cuerpo esté envenenado y expuesto a ataques, mayores serán sus deseos de leche "buena", pene "bueno" y niños, sobre los que cree que su madre tiene un poder ilimitado. Necesita estas cosas buenas para protegerse contra las malas y para establecer una especie de equilibrio dentro de ella. En su imaginación, el cuerpo de la madre es por esto una especie de almacén que contiene la gratificación de todos sus deseos y el alivio de sus miedos. Son estas fantasías las que conducen al pecho de la madre como la primer fuente de gratificación y como la más preñada de consecuencias, las responsables de su enorme adhesión a la madre. Y la frustración que ella sufre de la madre en conexión con esto le hace sentir, bajo la creciente presión de su ansiedad, un renovado resentimiento contra ella, y redobla sus ataques sádicos sobre su cuerpo.

En un estadío algo posterior del desarrollo, sin embargo, en un momento en que sus sentimientos de culpa se hacen sentir continuamente, su deseo de apoderarse de los contenidos "buenos" del cuerpo de la madre, o más bien su convicción de que lo ha hecho y expuesto así a su madre, figurativamente, a los malos contenidos, hace surgir un sentimiento de culpa y de ansiedad muy graves. Habiendo así destruido a su madre, cree haber arruinado el depósito del cual obtiene la satisfacción de todas sus necesidades morales y físicas. Este temor, que es de tan enorme importancia en la vida mental de la niña pequeña, fortifica aun más los vínculos que la ligan a su madre. Esto hace surgir un impulso a restituir y dar a su madre todas las cosas que ha tomado de ella, una impulsión que se expresa en numerosas sublimaciones de naturaleza típicamente femenina.

Pero este impulso se opone a otro, estimulado por el mismo miedo, de apoderarse de todo lo que su madre tiene, con el objeto de salvar su propio cuerpo. En este estadío del desarrollo, pues, la niña está gobernada por la compulsión tanto de tomar como de restituir, y esta compulsión, como ha sido dicho, es importante en la etiología de la neurosis obsesiva en general. Por ejemplo, vemos niñas pequeñas dibujando estrellitas cruces que significan heces o niños, u otras mayores escribiendo letras o números sobre una hoja de papel que representa el cuerpo de la madre o el suyo propio, y cuidando de no dejar espacios vacíos. O sólo querrán apilar ordenadamente pedazos de papel en una caja hasta que esté completamente llena. Muy frecuentemente dibujarán una casa que representa a su madre y pondrán frente a ella un árbol simbolizando el pene del padre y algunas flores representando niños. Niñas más grandes dibujarán, coserán o harán muñecas y trajes de muñecas, o libros, etc., y estas cosas representan el cuerpo reconstituido de la madre (ya sea como uno todo o como una de las partes dañadas individualmente), el pene del padre y niños dentro de ella, o sus padres, hermanos y hermanas en persona.

Mientras están ocupadas en estas actividades o después de haberlas terminado, las niñas a menudo muestran rabia, depresión o disgusto, o a veces reaccionan de un modo destructivo. La ansiedad de esta índole, que es un obstáculo subyacente a todas las tendencias constructivas, surge de diferentes fuentes. La niña, en su imaginación, ha tomado posesión del pene del padre y heces y niños, pero debido al miedo al pene, a las heces y niños, miedo que ha surgido de sus fantasías sádicas, pierde fe en su virtud. Los problemas en su mente son ahora: ¿serán las cosas que ella devuelve a su madre "buenas", y puede ella restituirlas adecuadamente en lo que respecta a la cantidad y calidad y orden en que ellas deben ser arregladas en su interior? (porque eso también es una parte necesaria del acto de la restitución). Por otra parte, si cree que ha devuelto a su madre bien y debidamente los buenos contenidos, se asusta de haber puesto en peligro su propia persona al hacerlo.

 

Estas fuentes de ansiedad hacen surgir además una actitud especial de desconfianza en la niña frente a la madre. Cuando entran a mi cuarto, muchas pacientes niñas miran con desconfianza los papeles y lápices que hay en el cajón reservado para ellas, por si se los han cambiado, o por si son más chicos en tamaño o menores en número que los del día anterior; otras veces desearán estar seguras de que el contenido de su cajoncito no ha sido desarreglado, que todo está en orden y que nada ha sido cambiado ni falta. A veces quieren envolver sus dibujos o moldes de papel o lo que en ese momento simbolice para ellas el pene o niños; los atan cuidadosamente y los depositan en el cajón de muñecos, con signos de profunda desconfianza respecto a mi. En estas ocasiones no se me permite acercarme al paquete o aun al cajón, y debo retirarme o no observar mientras lo hacen. El análisis demuestra que el cajón y los paquetes en su interior representan su propio cuerpo y que tienen miedo no sólo de que la madre las ataque y las despoje, sino de que ponga cosas "malas" dentro de él en cambio de las "buenas".

Además de estas múltiples fuentes de ansiedad, la niña, comparada con el niño, se halla bajo otras desventajas, debido a razones fisiológicas. Su posición femenina no la ayuda contra su ansiedad desde que su posesión del niño, que sería una confirmación completa y un logro de esa posición, es, después de todo, sólo prospectiva. Ni tampoco la estructura de su cuerpo la provee de alguna posibilidad de conocer cuál es el estado real de su interior, mientras que el niño encuentra ayuda en su posición masculina, porque gracias a la posesión del pene puede convencerse por un examen de la realidad de que todo está bien en su interior.

Es esta incapacidad de conocer algo sobre su condición lo que agrava lo que en mi opinión es el miedo más profundo de la niña, esto es, el de que el interior de su cuerpo ha sido lastimado o destruido y que no tiene hijos o sólo los tendrá dañados.

 

EL PAPEL DE LA VAGINA EN LA SEXUALIDAD INFANTIL

Creo que el hecho de que la ansiedad de la niña se relacione con el interior de su cuerpo explica en gran parte la razón por la cual en su primera organización sexual el papel que juega la vagina debe ser oscurecido por la actividad del clítoris. En sus más tempranas fantasías de masturbación, en las que transforma la vagina de su madre en un instrumento de destrucción, demuestra un conocimiento inconsciente sobre la vagina, porque aunque debido al predominio de sus tendencias anales y orales la equipara a la boca y al ano, no obstante la representa en su inconsciente, como lo demuestran claramente muchos detalles de su fantasía, como una cavidad en los genitales que está destinada a recibir el pene del padre.

Pero además de esta noción general inconsciente de la existencia de la vagina, la niña pequeña posee también un conocimiento totalmente consciente de ella. El análisis de un número de niñas pequeñas me ha convencido de que, además de aquellos casos muy especiales mencionados por Helene Deutsch en que la paciente ha sufrido violaciones y desfloración y ha obtenido en consecuencia un conocimiento de esta clase y ha sido llevada a realizar masturbación vaginal, muchas niñas pequeñas tienen conocimiento consciente de que tienen una abertura en sus genitales. En algunos casos han obtenido este conocimiento de investigaciones mutuas realizadas en juegos sexuales con otros niños, ya sean varones como mujeres; en otros la han descubierto solas. Indudablemente tienen una fuerte tendencia a negar o reprimir tal conocimiento, inclinación que surge de la ansiedad que sienten con respecto a este órgano y al interior de su cuerpo. Los análisis de mujeres han demostrado el hecho de que la vagina es una parte del interior de su cuerpo al cual se halla ligada la más profunda ansiedad, y que es el órgano que ellas consideran como preeminentemente peligroso y en peligro en sus fantasías sádicas sobre la copulación entre sus padres. Es de fundamental importancia en la aparición de los trastornos sexuales y en la frigidez y en particular en inhibir su excitabilidad vaginal.

Hay muchas pruebas para demostrar que la vagina no entra en funciones completamente hasta que se ha realizado el acto sexual, y como sabemos, sucede a menudo que la actitud de las mujeres frente a la copulación se altera completamente después que la han experimentado y que su inhibición con respecto a ella -y antes del hecho tal inhibición es tan común que es prácticamente normal- es a menudo reemplazada por un fuerte deseo del acto sexual. Podemos deducir de esto que su inhibición previa fue en parte mantenida por la ansiedad y que el acto sexual ha extirpado esta ansiedad. Yo me inclinaría a atribuir este efecto tranquilizador de la función sexual al hecho de que la gratificación libidinal que recibe de la copulación la confirma en la creencia de que el pene que se ha incorporado durante el acto es un objeto "bueno" y que su vagina no tiene un efecto destructivo sobre él. Su miedo del pene externo e internalizado -un miedo que ha sido tanto mayor por ser inverificable- es anulado por el objeto real. En mi opinión, los miedos de la niña concernientes al interior de su cuerpo contribuyen, junto con los factores biológicos, a impedir la emergencia de una fase vaginal claramente discernible en su temprana infancia. Sin embargo, estoy convencida, por la evidencia de un número de análisis de niñas pequeñas, de que los representantes psicológicos de la vagina ejercen una influencia completa, no menor que los representantes psicológicos de todas las otras fases libidinales, sobre la organización genital infantil de la niña.

Los mismos factores que tienden a ocultar la función psicológica de la vagina en la niña intensifican su fijación en el clítoris. Porque este último es un órgano visible y puede ser sometido a juicio de realidad. He visto que la masturbación clitoridiana está acompañada por variadas fantasías. Su contenido cambia rápidamente de acuerdo con las fluctuaciones violentas que tienen lugar entre una posición y otra en los primeros estadíos del desarrollo de la niña. Son al principio, en su mayor parte, de naturaleza pregenital, pero tan pronto como los deseos de la niña de incorporar el pene de su padre de manera genital y oral se hacen más fuertes, adoptan un carácter vaginal y genital (estando acompañadas ya a menudo por sensaciones vaginales), y así toman su primera dirección femenina.

Desde que la niña comienza a identificarse con su padre, casi enseguida de haberse identificado con su madre, su clítoris toma rápidamente la importancia de un pene en sus fantasías de masturbación. Todas sus fantasías de masturbación clitoridianas correspondientes a este primer estadío están gobernadas por sus tendencias sádicas, y ésta es la razón por la cual sus actividades masturbatorias en general disminuyen o cesan del todo cuando finaliza la fase fálica en un período en que su sentimiento de culpa emerge con más fuerza. La comprensión del hecho de que su clítoris no es un sustituto del pene que ella desea, es sólo, en mi opinión, el último eslabón de una cadena de acontecimientos que rigen su vida futura y que en muchos casos la condenan a la frigidez por el resto de sus días.

 

EL COMPLEJO DE CASTRACIÓN

La identificación con su padre, que la niña exhibe tan claramente en la fase fálica y que tiene todos los signos de la envidia del pene y complejo de castración, es, según mis observaciones, el resultado de un proceso que comprende muchas etapas. Al considerar algunas de las etapas más importantes veremos en qué forma su identificación con su padre se halla afectada por la ansiedad que surge de su posición femenina y cómo la posición masculina que adopta en cada una de sus fases de desarrollo está superimpuesta a una posición masculina que pertenece a una fase anterior.

Cuando la niña abandona el pecho de la madre y se vuelve al pene del padre como objeto de gratificación, se identifica con su madre, pero tan pronto como sufre una frustración también en esta posición rápidamente se identifica con el padre, a quien imagina obteniendo satisfacción del pecho de la madre y de todo su cuerpo, es decir, de aquellas fuentes primarias de gratificación que ella se ha visto forzada a abandonar tan dolorosamente. Sentimientos de odio y envidia hacia la madre así como deseos libidinales hacia ella crean estas primeras identificaciones de la niña con el padre (a quien ella considera como una figura sádica), y en esta identificación la enuresis juega un papel importante.

Los niños de ambos sexos consideran la orina en su aspecto positivo, como equivalente a la leche de su madre, de acuerdo con el inconsciente, que equipara todas las sustancias corporales unas con otras. Mis observaciones demuestran que la enuresis, en su significado más temprano, tanto es un acto positivo de dar como uno sádico, y expresión de una posición femenina tanto en los niños como en las niñas. Parecería que el odio que sienten los niños hacia el cuerpo de su madre por haber frustrado sus deseos hace surgir en ellos, ya sea en la misma época de sus impulsos canibalísticos o poco después, fantasías con las que daña y destruye su pecho con la orina.

Como ya se ha dicho, en la fase sádica la niña cree principalmente en los poderes mágicos de los excrementos, mientras que el niño hace del pene el principal ejecutor de su sadismo. Pero en ella también la creencia en la omnipotencia de sus funciones urinarias la lleva a identificarse -aunque en menor extensión que los muchachos- con su padre sádico, a quien atribuye especiales poderes sádico-uretrales en virtud de su posesión de un pene. De este modo la incontinencia se transforma, después de haber sido la expresión de una posición femenina, en el representante de una masculina para los niños de ambos sexos, y en conexión con la más temprana identificación de la niña con su padre sádico, se transforma en un medio de destrucción de la madre; mientras que al mismo tiempo ella toma posesión del pene del padre en su imaginación, castrándolo.

La identificación que la niña realiza con el padre sobre la base de un pene introyectado es la continuación, según mi experiencia, de la identificación sádica primaria que ha hecho con él por medio de su incontinencia de orina. En sus primeras fantasías de masturbación se ha identificado alternativamente con cada uno de sus padres. Cuando ocupa la posición femenina tiene miedo al pene "malo" del padre, que ha internalizado. Con el fin de vencer este miedo activa el mecanismo defensivo de identificación con el objeto de ansiedad, y así se identifica más fuertemente con él. La posesión imaginaria del pene que le ha robado crea un sentimiento de omnipotencia que aumenta su sentimiento de que maneja una magia destructiva por medio de sus excrementos. En esta posición, su odio y sadismo contra su madre se intensifican y tiene fantasías de destruirla por medio del pene de su padre. Mientras que al mismo tiempo satisface sus sentimientos de venganza hacia el padre que la ha frustrado, encuentra en su sentimiento de omnipotencia y en su poder sobre ambos padres una defensa contra la ansiedad. He encontrado que esta actitud estaba especialmente desarrollada en una o dos pacientes en las que predominaban los rasgos paranoides, pero es también muy poderosa en mujeres cuya homosexualidad está fuertemente coloreada por sentimientos de rivalidad y antagonismo hacia el sexo masculino. Se aplicaría así también a un grupo de mujeres homosexuales descritas por Ernest Jones, a las cuales me he referido en la nota al pie.

En este punto, la posesión de un pene externo ayuda a que la niña se convenza, en primer lugar, de que en realidad tiene poder sádico sobre ambos padres, sin el cual no puede dominar su ansiedad, y en segundo lugar, de que, teniendo este poder sobre sus objetos, puede vencer el pene peligroso y los objetos introyectados dentro de ella; de modo que el tener un pene tiene por último el efecto de proteger su cuerpo de la destrucción.

Mientras que su posición sádica, reforzada como está por su ansiedad, forma así la base de un complejo masculino, su sentimiento de culpa también hace que quiera tener un pene. Quiere un pene para restituir a su madre. Según ha observado Joan Riviere en el articulo que mencionamos (nota 48), el deseo de la niña de compensar a su madre por haberla desprovisto del pene del padre le proporciona importantes adiciones a su complejo de castración y envidia del pene. Cuando la niña está obligada a renunciar a su rivalidad con la madre debido al miedo que siente hacia ella, el deseo de aplacarla y compensaría por lo que le ha hecho la lleva a anhelar intensamente un pene como medio de efectuar una restitución. Según la opinión de Joan Riviere, la intensidad de su sadismo y el grado de su capacidad de dominar la ansiedad son factores que ayudan a determinar si adoptará una posición heterosexual u homosexual.

 

Tenemos que examinar ahora más íntimamente por qué es que, en algunos casos, la niña no puede restituir a su madre, a menos que adopte una posición masculina y esté en posesión de un pene. Los análisis tempranos han demostrado la existencia en el inconsciente de un principio fundamental que gobierna todos los procesos reactivos y sublimatorios por medio del cual los actos restitutivos deben relacionarse en todos los detalles al daño imaginario que ha sido realizado. Todo lo malo que la niña ha hecho en su fantasía robando, dañando, destruyendo, lo debe reparar devolviendo, arreglando y restaurando. Este principio también requiere que los mismos instrumentos que han sido usados para cometer las malas acciones sean usados también para repararlas. El niño debe transformar sus excrementos, pene, etc., que en sus fantasías sádicas son sustancias destructivas y peligrosas, en sustancias curativas y benéficas. Todo lo malo que ha hecho el pene "malo" y la orina "mala" debe ser reparado por el pene "bueno" y la orina "buena".

Supongamos que la niña ha centrado sus fantasías sádicas más especialmente alrededor de la destrucción indirecta de su madre por el pene peligroso de su padre y que se ha identificado muy fuertemente con su padre sádico. Tan pronto como sus tendencias reactivas y sus deseos de realizar restitución adquieren fuerza, se sentirá impulsada a reparar a su madre por medio de un pene benéfico, y así sus tendencias homosexuales serán reforzadas. Un factor importante en conexión con esto es el grado en que ella cree que su padre está incapacitado de realizar restituciones, ya sea porque lo ha castrado o ha hecho que su pene sea muy malo y que por lo tanto tenga que renunciar a toda esperanza de repararlo. Si cree esto muy firmemente tendrá que jugar sola el papel de él, y esto otra vez tenderá a que ella adopte una posición homosexual.

La desilusión, las dudas y el sentimiento de inferioridad que sufre la niña cuando comprende que no tiene pene, y sus temores y sentimiento de culpa que surgen de su posición masculina (en primer lugar hacia su padre por haberlo privado de su pene y de la posesión de la madre, y en segundo lugar hacia la madre por haberle robado el padre) se combinan para derribar esta posición. Además, su queja originaria contra su madre por haberle impedido conseguir el pene del padre como objeto libidinal se refuerza con una nueva, por haberle impedido la posesión de un pene como atributo de masculinidad, y este doble dolor hace que ella se aleje de su madre como objeto de amor genital. Por otra parte, sus sentimientos de odio hacia su padre y su envidia del pene que surgen de su posición masculina, le impiden que ella, una vez más, adopte un papel femenino.

De acuerdo con mi experiencia, la niña, después de haber abandonado la fase fálica pasa todavía por otra faz, la postfálica, en la que elige entre retener la posición femenina o abandonarla. Yo diría que en esa época, al entrar al período de latencia, su posición femenina -que ha alcanzado el nivel genital y es de carácter pasivo y maternal y que involucra el funcionamiento de su vagina o, por lo menos, de sus representantes psicológicos-, ha sido ya establecida en sus fundamentos. Que esto es así se hace todavía más verosímil cuando consideramos con qué frecuencia las niñas pequeñas adoptan una posición maternal y realmente femenina. Una posición de esta naturaleza no es imaginable a menos que la vagina se comporte como un órgano receptivo. Por supuesto, como ya ha sido señalado, tienen lugar alteraciones importantes en las funciones de la vagina, como resultado de los cambios biológicos que sufre la niña en la pubertad y de la experiencia del acto sexual; y son estas alteraciones las que llevan a su estadío final el desarrollo de la niña también desde un punto de vista psicológico y hacen de ella una mujer en el sentido amplio de la palabra.

En ese sentido estoy de acuerdo en muchos puntos con el trabajo de Karen Horney, "The Flight from Womanhood", 1926, en el que llega a la conclusión de que la vagina juega una parte en la vida temprana de la niña, así como el clítoris. Puntualiza allí que seria razonable deducir de la aparición de frigidez en las mujeres, que la zona vaginal es más probable que esté fuertemente cargada con ansiedad y efectos defensivos que el clítoris. Cree que las fantasías y deseos incestuosos de la niña han sido atribuidos por su inconsciente a la vagina y que su frigidez en la vida futura es la manifestación de una medida defensiva tomada contra ellos por su yo, a causa del peligro que involucran para ella. También comparto la opinión de Karen Horney de que la incapacidad de la niña para obtener un cierto conocimiento sobre la configuración de su vagina, a diferencia del muchacho, que puede inspeccionar sus genitales y someterlos a una prueba de realidad, para ver si ha sido o no alcanzado por las temibles consecuencias de la masturbación, tiende a aumentar su ansiedad genital y hace que sea más probable que adopte una posición masculina. Además, Karen Horney distingue entre la envidia del pene secundaria de la niña, que emerge en la fase fálica, y la envidia del pene primaria que se basa sobre catexis pregenitales, tales como la escoptofilia y el erotismo uretral. Cree que la envidia del pene secundaria en la niña se utiliza para reprimir los deseos femeninos, y que cuando su complejo de Edipo es abandonado, invariablemente -aunque no siempre en el mismo grado-, abandona a su padre como objeto sexual y se aleja del papel femenino, regresando, al mismo tiempo, a su envidia del pene primaria.

Los puntos de vista que he expresado hace algunos años, relacionados con el estadío final de la organización genital de la niña concuerdan con los de Ernest Jones, manifestados al mismo tiempo. En su artículo "The Early Development of Female Sexuality", 1927, sugiere que las funciones vaginales estaban originariamente identificadas con la anal y que la diferenciación entre ellas (proceso todavía oscuro) tiene lugar, en parte, en un estadío anterior al que generalmente se supone. Presume la existencia de un estadío boca-ano-vagina, que forma la base de la actitud heterosexual de la niña y representa una identificación con su madre. De acuerdo con esta opinión, también la fase fálica de la niña normal es sólo una forma debilitada de la identificación realizada con mujeres homosexuales, con el padre y su pene, y es así, preeminentemente, de carácter secundario y defensivo.

Helene Deutsch es de distinta opinión. Supone la existencia de una fase postfálica que tiene influencia en el resultado final de la organización genital posterior de la niña. Pero cree que la niña no tiene una fase vaginal en absoluto, y que es excepcional que sepa algo sobre la existencia de su vagina o que sienta algunas sensaciones allí y que, por lo tanto, cuando ha finalizado su desarrollo sexual infantil, no puede adoptar una posición femenina en el sentido genital. Por consecuencia, la libido, aunque mantiene una posición femenina, está obligada a retroceder y a cargar una posición anterior dominada por su complejo de castración (que según Helene Deutsch precede a su complejo de Edipo), y un paso hacía atrás de esta índole sería un factor fundamental en la producción del masoquismo femenino.

 

TENDENCIAS RESTITUTIVAS Y SEXUALIDAD

Ya hemos examinado la parte que desempeñan las tendencias restitutivas de la niña en la consolidación de su posición homosexual. La consolidación de su posición heterosexual depende también de que esa posición convenga a los requerimientos de su superyó.

Como vimos en la primera parte de este capítulo, al individuo normal, el acto sexual, además de su motivación libidinal, lo ayuda a dominar su ansiedad. Sus actividades genitales tienen todavía otro motivo impulsor, que es su deseo de reparar por la copulación el daño que ha hecho por medio de sus fantasías sádicas. Cuando como resultado de una emergencia más fuerte de sus impulsos genitales su yo reacciona frente a su superyó con menos ansiedad y más culpa, encuentra en el acto sexual un medio importante para hacer reparaciones al objeto, debido a su conexión con sus primeras fantasías sádicas. La naturaleza y extensión de sus fantasías restitutivas, que deben corresponder al daño imaginario que ha hecho, no sólo serán un factor importante en sus diversas actividades en la formación de sus sublimaciones, sino que también influirán grandemente en el curso y en el éxito de su desarrollo sexual.

Volviendo a la niña, encontramos que consideraciones, tales como los contenidos y composición de sus fantasías sádicas, la magnitud de sus tendencias reactivas, la estructura y fuerza de su yo, afectarán sus fijaciones libidinales y le ayudarán a decidir si la restitución que hace tendrá un carácter masculino o femenino o si será una mezcla de los dos.

Otra cosa que me parece importante para el éxito final del desarrollo de la niña, es si las fantasías restitutivas que construye sobre sus ideas sádicas específicas pueden imponerse sobre su yo del mismo modo que sobre su vida sexual. Ordinariamente trabajan en ambas direcciones y se refuerzan la una a la otra, y así ayudan a establecer una posición libidinal y una posición del yo que son compatibles la una con la otra. Si, por ejemplo, el sadismo de la niña pequeña ha estado fuertemente centrado en fantasías de dañar el cuerpo de su madre y de robar los niños y el pene del padre dentro de ella, podrá sostener su posición femenina bajo ciertas condiciones cuando sus tendencias reactivas adquieran fuerza. En sus sublimaciones conseguirá su deseo de restaurar a su madre y devolverle su padre y los niños, transformándose en niñera o masajista, o dedicándose al trabajo intelectual si al mismo tiempo tiene una creencia suficiente en la posibilidad de que su propio cuerpo sea restaurado teniendo niños o ejecutando el acto sexual con un pene benéfico, ella también tomará esa posición heterosexual como una ayuda para dominar su ansiedad. Además, sus tendencias heterosexuales favorecen sus tendencias de sublimación que tienen por fin la restitución del cuerpo de la madre, porque le demuestran que la copulación entre los padres no ha hecho daño a la madre o que, de cualquier modo, éste puede ser restaurado, y esta creencia, a su vez, la ayuda a consolidarse en su posición heterosexual.

Lo que ha de ser la posición final de la niña también dependerá, dadas las condiciones subyacentes similares, de si su creencia en su propia omnipotencia constructiva es equiparable a la fuerza de sus tendencias reactivas. Si es así, su yo puede establecerse un objetivo futuro de satisfacerse por sus tendencias restitutivas, esto es, que ambos padres serían restaurados y estarían así una vez más unidos amistosamente. Es ahora su padre el que en sus fantasías hace la restitución a su madre y la gratifica por medio de su pene saludable, mientras que la vagina de su madre, imaginada originariamente como algo peligroso, restaurará y curará el pene del padre que ha dañado. Al considerar así la vagina de su madre como un órgano benéfico y fuente de placer, la niña no sólo puede evocar una vez más la temprana visión de su madre como la "buena" madre que le dio de mamar, sino que puede pensar de si misma, identificándose con ella, como en una persona bondadosa que da, y puede considerar el pene de su compañero de amor como un pene "bueno". Sobre una actitud de esta naturaleza descansa el éxito del desarrollo de su vida sexual y su capacidad para ligarse a su objeto por vínculos sexuales tanto como por afecto y amor.

Como he tratado de mostrar en estas páginas, el éxito final del desarrollo sexual infantil del individuo es el resultado largamente trabajado de un proceso de fluctuación entre varias posiciones y está constituido sobre un gran número de transacciones interconectadas entre su yo y su superyó y entre su yo y su ello. Siendo estas transacciones el resultado de sus tentativas de dominar la ansiedad son, también, en gran parte, un logro de su yo. Aquellas de las transacciones que en la niña afirman su papel femenino y que encuentran su expresión típica en su vida sexual posterior y en su comportamiento general son, para mencionar sólo unas cuantas: que el pene del padre le gratificará a ella y a su madre alternativamente, que un cierto número de niños le serán adjudicados a su madre, y el mismo, o más bien un número menor, a ella; que incorporará el pene del padre, mientras que la madre recibirá todos los niños, etc. Los componentes masculinos también entran en tales transacciones. La niña pequeña imaginará a veces que se apropia del pene de su padre con el objeto de realizar su papel masculino frente a su madre para luego devolvérselo a él otra vez.

En el curso de un análisis se ha hecho claro que cada cambio favorable que tiene lugar en la posición libidinal del paciente surge de una disminución de su ansiedad y sentimiento de culpa e inmediatamente se forman nuevas transacciones. Cuanto más disminuye la ansiedad y culpa que siente la niña y cuanto más se adelanta su estadío genital, más fácilmente podrá permitir que su madre reanude un papel maternal y femenino, y, al mismo tiempo, que ella adopte un papel similar y sublime sus componentes masculinos.

 

FACTORES EXTERNOS

Sabemos que las primeras fantasías de los niños y su vida instintiva y la presión de la realidad sobre ellos, se interaccionan una sobre la otra y que su acción combinada da forma al curso de su desarrollo mental. A mi juicio, la realidad y los objetos reales afectan sus situaciones de ansiedad desde los primeros estadíos de su existencia, en el sentido de que los consideran como pruebas o refutaciones de sus situaciones de ansiedad, que se han desplazado al mundo externo y así les ayudan a guiar el curso de su vida instintiva. Y desde que, debido a la interacción de los mecanismos de proyección e introyección, los factores externos influyen en la formación de su superyó y del crecimiento de sus relaciones de objeto y sus instintos, también ayudarán a determinar cuál será el resultado de su desarrollo sexual.

Si, por ejemplo, la niña pequeña busca en vano el amor y la ternura de su padre, que confirmarían la creencia en el pene "bueno" dentro de ella y serían un contrapeso a su creencia en el pene "malo", se abroquelará más firmemente en su actitud masoquista y el "padre sádico" puede transformarse en una condición de amor para ella; o la conducta de él hacia ella puede aumentar el sentimiento de odio y de ansiedad contra su pene e impulsarla a abandonar su papel femenino o hacerse frígida. En realidad, que el resultado de su desarrollo sea favorable o desfavorable dependerá de la cooperación de un gran número de factores externos.

Por ejemplo, la actitud de su padre hacia ella no es lo único que decidirá acerca de qué tipo de persona se enamorará; no depende sólo de que él la atienda o la descuide demasiado en comparación con su madre y hermanas, sino también de su relación directa con aquellas personas. En qué medida ella podrá mantener su posición femenina y en esa posición desarrollar un deseo de una imago paterna bondadosa, dependerá también mucho de su sentimiento de culpa hacia su madre y, así, de la naturaleza de las relaciones entre su padre y su madre. Además, ciertos acontecimientos, tales como la enfermedad o muerte de uno de sus padres o de un hermano o hermana, pueden ayudar para mantener en ella una posición sexual o la otra, de acuerdo a cómo esto afecte su sentimiento de culpa.

Otra cosa que desempeña un papel muy importante en el desarrollo de la niña es la presencia en su vida temprana de una persona, sin ser su madre o padre, a quien considere como una figura bondadosa que le presta ayuda en el mundo externo contra sus miedos fantásticos. Al dividir a su madre en "buena" y "mala" y a su padre en 'bueno" y "malo", liga el odio que siente por su objeto a la madre o al padre "malos", o se aleja de ellos mientras que dirige sus tendencias restitutivas a su madre y padre "buenos", y en su imaginación repara en ellos el daño que ha hecho a sus imagos paternas en sus fantasías sádicas. Pero si debido a que su ansiedad es demasiado grande o por razones reales, sus objetos edípicos no se han transformado en imagos buenas, otras personas, tales como una niñera bondadosa, un hermano o una hermana, un abuelo o tía o tío, pueden, en ciertas circunstancias, tomar el papel de la madre o padre buenos. De este modo, sus sentimientos positivos, cuyo crecimiento ha sido inhibido debido a su miedo excesivo por sus objetos edípicos, pueden aflorar y ligarse el objeto de amor.

Como he puntualizado más de una vez en estas páginas, la existencia de relaciones sexuales entre niños durante su vida temprana, especialmente entre hermanos y hermanas, es un hecho muy común. Los deseos libidinales de los niños pequeños, intensificados como están por sus frustraciones edípicas, junto con la ansiedad que emana de sus más profundas situaciones de peligro, los impulsan a realizar actividades sexuales desde que, como he tratado de demostrar en el capítulo presente, no sólo gratifican su libido, sino que los capacitan para obtener refutaciones a los diferentes miedos en relación con el acto sexual. He encontrado repetidas veces que si tales objetos sexuales han actuado además como figuras "bondadosas", las primeras relaciones sexuales de esta naturaleza ejercen una influencia favorable sobre las relaciones de la niña con sus objetos y sobre sus futuras relaciones sexuales. Donde un miedo excesivo a ambos padres, junto con ciertos factores externos, hubiera producido una situación edípica perjudicial para su actitud hacia el sexo opuesto y le hubiera impedido el mantenimiento de su posición femenina y de su capacidad para amar, el hecho de que ella haya tenido relaciones sexuales con un hermano o hermano sustituto en su primera infancia, y el que ese hermano, además, le haya demostrado afecto real y haya sido su protector, la ha provisto de una base para una posición heterosexual y ha desarrollado su capacidad de amor. Recuerdo uno o dos casos en tos que la niña ha tenido dos tipos de objetos de amor: uno representaba al padre severo y el otro al hermano bondadoso.

En otros casos desarrollaba una imago que era una combinación de los dos tipos; y aquí también sus relaciones con su hermano habían disminuido su masoquismo.

Al servir como prueba basada en la realidad de la existencia del pene "bueno", las relaciones de la niña con su hermano fortificaron su creencia en el pene introyectado "bueno" y moderaron su miedo a los objetos introyectados "malos". Ellos también la ayudaron a dominar su ansiedad en este sentido, desde que al realizar actos sexuales con otro niño, adquirió el sentimiento de estar ligada a él contra sus padres. Sus relaciones sexuales hicieron a los dos niños cómplices de un crimen, reviviendo en ellos fantasías de masturbación sádica que se dirigían originariamente contra su padre y madre, y causando que las cometiesen juntos.

Al compartir así esa profunda culpa, cada niño se siente aliviado de algo de su peso y está menos asustado, porque cree que tiene un aliado contra sus objetos temibles. Según lo que he visto, la existencia de una complicidad secreta de esta naturaleza, que en mi opinión desempeña una parte esencial en toda relación de amor, aun en personas mayores, es de especial importancia en los vínculos sexuales donde el individuo es paranoide.

La niña también considera su ligadura sexual con otro niño, que representa el objeto bueno, como una refutación, por medio de la realidad, de su miedo a su propia sexualidad y a su objeto como algo destructivo, de modo que un vínculo de esta clase puede impedir que se haga frígida o que sucumba a otro trastorno sexual en la vida posterior.

Sin embargo, aunque, como hemos visto, las experiencias de esta índole pueden tener un efecto favorable sobre la vida sexual de la niña y sus relaciones de objeto, pueden también conducir a serios trastornos en este terreno. Si sus relaciones sexuales con otro niño sirven para confirmar sus miedos más profundos -ya sea porque su pareja es demasiado sádica o porque la realización del acto sexual hace surgir aun más ansiedad y culpa en ella a causa de su propio sadismo excesivo-, su creencia en la maldad de sus objetos introyecta dos y de su propio ello serán más fuertes aun, su superyó será más severo que nunca, y, como resultado, su neurosis y todos los defectos de su desarrollo sexual y caracterológico serán mayores.

 

DESARROLLO EN LA PUBERTAD

Sabemos que las perturbaciones psicológicas que padece el niño durante la pubertad se deben, en gran parte, a la intensificación de los impulsos que acompañan los cambios fisiológicos que se producen en esta edad. En la niña, la aparición de la menstruación refuerza su ansiedad. En su Zur Psychoanalyse der weiblichen Sexualfunktionen, 1926, Helene Deutsch ha estudiado el alcance del significado psicológico de la pubertad para la niña y la prueba que le impone, y ha llegado a la conclusión de que este primer fluir de sangre equivale para su inconsciente a ser castrada y haber perdido la posibilidad de tener un niño, y es así una doble frustración. Helene Deutsch aduce también que la menstruación significa un castigo por haberse permitido la masturbación clitoridiana, y además, regresivamente, revive el punto de vista infantil de que la copulación es siempre un acto sádico que involucra crueldad y pérdida de sangre.

Mis propias experiencias confirman ampliamente el punto de vista de Helene Deutsch, de que las desilusiones y golpes a su narcisismo que recibe la niña cuando comienza a menstruar son muy grandes. Pero yo creo que su efecto patogénico se debe a la circunstancia de que reactivan miedos anteriores. Son sólo unos pocos puntos más, en el total de sus situaciones de ansiedad, los que la menstruación hace emerger. Estos miedos, según hemos visto anteriormente, en el presente capítulo, son escuetamente los siguientes:

1) En virtud de la equiparación de todas las sustancias corporales unas con otras en el inconsciente, identifica la sangre de su menstruación con los excrementos supuestamente peligrosos. Desde que ha aprendido tempranamente a asociar la hemorragia con cortaduras, su miedo de que estos excrementos peligrosos hayan dañado su propio cuerpo le parece haber sido confirmado por la realidad. El flujo menstrual aumenta su terror a que su cuerpo sea atacado. En relación con esto hay varios miedos que operan:

a) Su miedo a ser atacada y destruida por su madre, en parte debido a venganza y en parte para recobrar el pene del padre y los niños de los que ella (la niña) le ha privado.

b) Su miedo a ser atacada y dañada por su padre al copular con ella sádicamente, ya sea porque ha tenido fantasías de masturbación sádica sobre su madre o porque ella quiere retomar el pene que le ha robado. Su fantasía de que le retiren por violencia el pene, dañando sus genitales, es la base, creo, de la idea que tiene más tarde de que su clítoris es una herida o una cicatriz donde antes estuvo su pene.

c) Su miedo de que el interior de su cuerpo sea atacado y destruido por sus objetos introyectados, ya sea directa o indirectamente, como consecuencia de la lucha de uno con el otro dentro de ella. Sus fantasías de que tiene introyectados a sus padres violentos en el acto de ejecutar un coito sádico, y que están poniendo en peligro su propio interior al destruirse uno al otro, es una fuente de angustia aguda. Considera las sanciones corporales que la menstruación hace surgir a menudo en ella, y que su ansiedad aumenta, como un signo de que todos los daños que temió recibir y todos sus miedos hipocondríacos se han hecho realidad.

3) El flujo de sangre proveniente del interior de su cuerpo la convence de que los niños dentro de ella han sido dañados y destruidos. En algunos análisis de mujeres he encontrado que el temor de éstas a no tener niños (es decir, a tenerlos destruidos en su interior) se había intensificado desde el comienzo de la menstruación y no había desaparecido hasta que habían tenido un niño. Pero, en muchos casos, la menstruación, además del miedo de tener niños dañados o anormales, da por resultado que consciente o inconscientemente se rechace el embarazo por completo.

4) La menstruación, al confirmarla en la creencia de que ella no tiene pene y en la idea de que su clítoris es la herida o la cicatriz dejada por su pene castrado, hace que le sea más difícil mantener una posición masculina.

5) Como signo de madurez sexual, la menstruación activa todas aquellas fuentes de ansiedad ya mencionadas en este capítulo, que se relacionan con sus ideas de que la conducta sexual tiene un carácter sádico. El análisis de pacientes femeninos en la edad de la pubertad, muestra que por las razones arriba mencionadas, la niña cree que la posición femenina, así como la masculina, se han hecho insostenibles. La menstruación tiene un efecto mucho mayor, al activar las fuentes de ansiedad y los conflictos en la niña, que el proceso paralelo de desarrollo tiene en el varón. Esto explica en parte la causa de por qué la niña esté sexualmente más inhibida que el varón durante la pubertad.

Los efectos psicológicos de la menstruación son responsables, en parte, del hecho de que a esta edad las dificultades neuróticas de la niña aumenten muchísimo. Aun si es normal, la menstruación resucita sus viejas situaciones de ansiedad, aunque desde que su yo y sus métodos de dominar su ansiedad han sido adecuadamente desarrollados, puede modificarla mejor que en su temprana infancia.

Ordinariamente también obtiene una fuerte satisfacción de la aparición de la menstruación. Siempre que su posición femenina haya sido bien establecida durante la primera expansión de su vida sexual, considerará la menstruación como una prueba de ser sexualmente madura y mujer, y como un signo de que puede tener mayor confianza en la esperanza de recibir gratificación sexual y de tener niños. Si esto es así, considerará la menstruación como un testimonio contra sus varias fuentes de ansiedad.

 

RELACIONES CON SUS NIÑOS

Al describir el primer desarrollo sexual de la mujer, no di muchos detalles sobre sus deseos de tener niños, puesto que quise tratar su actitud infantil frente a sus niños imaginarios al mismo tiempo que trataba su actitud en la vida posterior, durante el embarazo, frente al niño verdadero dentro de ella.

Freud ha dicho que el deseo de la niña de tener un hijo toma el lugar de su deseo de poseer un pene; pero de acuerdo con mis observaciones, lo que toma este lugar es su deseo del pene del padre considerado como objeto libidinal. En algunos casos, la principal ecuación que realiza es entre los niños y las heces. Aquí su relación con el niño parece desarrollarse principalmente sobre líneas narcisísticas. Es más independiente de su actitud frente al hombre y está más íntimamente relacionada con su propio cuerpo y con la omnipotencia de sus excrementos. En otros casos equipara principalmente los niños con un pene. De aquí que su actitud frente al niño descanse más fuertemente sobre sus relaciones con su padre o con el pene de él. Hay una teoría sexual infantil universal de que la madre incorpora un nuevo pene cada vez que copula y que estos penes o parte de ellos se transforman en niños. Como consecuencia de esta teoría, las relaciones de la niña con el pene del padre influyen en sus relaciones primero con sus niños imaginarios y más tarde con sus niños verdaderos. En el libro que ya he citado, Zur Psychoanalyse der weiblichen Sexualfunktionen, Helene Deutsch, al discutir la actitud de la mujer embarazada frente al niño dentro de ella, sostiene el siguiente punto de vista: La mujer considera a su hijo como parte de su yo y como objeto exterior al mismo "con respecto al cual repite todas las relaciones de objeto negativas y positivas que ha tenido hacía su propia madre". En sus fantasías. su padre se ha transformado en su hijo en el acto de la copulación, "que en último grado representa para su inconsciente la incorporación oral de su padre" y "conserva este papel en la preñez imaginaria o real que le sigue". Después de que este proceso de introyección ha tenido lugar, su niño se transforma en la "encarnación del yo ideal que ha desarrollado anteriormente" y también representa "la encarnación de sus propios ideales que no ha podido realizar". La actitud ambivalente que adopta frente a su hijo es debida, en parte, a que toma el lugar de su superyó -a menudo en fuerte oposición con su yo- y reaviva en ella aquellos sentimientos ambivalentes hacia sus padres que surgieron de su situación edípica, pero también es, en parte, debida a que hace una carga regresiva de sus primeras posiciones libidinales. Su identificación de niños con heces, de las cuales tiene una valoración narcisística, se transforma en la base de una valoración similar narcisística de su hijo, y sus formaciones reactivas contra su original sobreestimación de sus excrementos despiertan sentimientos de repugnancia en ella y hace que quiera expeler a su hijo.

Esta opinión requiere, creo, ser ampliada en uno o dos puntos.

La ecuación que hace la mujer en los primeros estadíos de su desarrollo entre el pene del padre y un hijo, la conducen a darle al niño dentro de ella el significado de un superyó paternal, desde que su pene internalizado forma el núcleo de su superyó. Así, su actitud frente a su hijo real o imaginario es no solamente una actitud ambivalente, sino que está cargada por una cierta cantidad de ansiedad que ejerce una influencia decisiva sobre sus relaciones con su hijo. He encontrado que la ecuación que ha hecho entre heces e hijos había afectado ya la relación con su hijo imaginario cuando era muy pequeña. Y la ansiedad que siente a causa de sus fantasías sobre sus excrementos ardientes y venenosos, los que en mi opinión refuerzan sus tendencias de expulsión pertenecientes a un estadío anal primario, es una de las razones por las cuales experimenta más tarde sentimientos de odio y temor hacia el niño verdadero que está en su interior.

Como ya he señalado, el miedo de la niña a su pene introyectado "malo" la induce a fortalecer su introyección de un pene "bueno", desde que esto le ofrece protección y auxilio contra el pene "malo" dentro de ella y contra sus malas imagos y sus excrementos, que considera como sustancias peligrosas. Es este pene cordial y "bueno", concebido a menudo como uno pequeño, el que toma el significado de un niño. Este niño imaginario, que provee a la niña pequeña de protección y ayuda, representa originariamente en su inconsciente los contenidos buenos de su cuerpo. La ayuda que le presta contra su ansiedad es, por supuesto, puramente fantástica, pero entonces los objetos que teme son igualmente fantásticos, porque en este estadío de su desarrollo está principalmente gobernada por una realidad subjetiva e interna.

En mi opinión, la niña normalmente siente un deseo tan intenso de tener niños -deseo que es mayor que ningún otro- debido a que la posesión de niños es un medio de vencer su ansiedad y aliviar su sentimiento de culpa.

Como sabemos, las mujeres desean a menudo más un niño que un compañero sexual. La actitud de la niña pequeña frente al niño es también de gran importancia para la creación de sus sublimaciones. Los ataques imaginarios que realiza contra el interior de su madre por medio de sus excrementos destructivos y venenosos originan do das sobre los contenidos de su propio cuerpo. Debido a la equiparación de heces con niños, sus fantasías sobre heces "malas" en su interior la conducen a la formación de fantasías sobre tener un niño "malo" allí dentro, y esto es equivalente a tener un niño "horrible" y mal formado. Las formaciones reactivas de la niña contra sus fantasías sádicas de las heces peligrosas dan lugar, me parece, a sublimaciones de tipo específicamente femenino. Analizando niñas pequeñas, vemos claramente cuán íntimamente sus ansias de poseer un niño "hermoso" (bueno y sano) y sus esfuerzos infatigables por embellecer sus bebés imaginarios y sus propios cuerpos están relacionados con su miedo de haber producido, en ella misma y en su madre, niños "malos" y "horribles", que ella equipara a excrementos venenosos.

 

Ferenczi ha descrito los cambios que sufren los intereses del niño por las heces en los diversos estadíos de su desarrollo y ha llegado a la conclusión de que sus tendencias coprofílicas están tempranamente sublimadas, sólo en parte, en un placer por las cosas brillantes.

Creo que un elemento en este proceso de sublimación es el miedo del niño por los trozos de excrementos peligrosos y "malos". Desde aquí hay un camino directo sublimatorio que conduce al tema de la "belleza".

La misma fuerte necesidad que sienten las mujeres de tener un cuerpo hermoso, un hogar encantador y belleza en general, se basa en sus deseos de poseer un hermoso interior de su cuerpo, en el cual se alojen los objetos buenos y hermosos y excrementos inofensivos. Otra línea de sublimación, que parte del miedo de la niña a los excrementos peligrosos y malos, conduce a la idea de los productos buenos en el sentido de saludables (aunque incidentalmente bueno y hermoso a menudo significan lo mismo para la niña pequeña). De este modo se refuerzan en ella aquellos sentimientos maternales originarios de dar, que surgen de su posición femenina.

Si la niña pequeña se halla suficientemente animada por sentimientos de naturaleza optimista, creerá no sólo que su pene internalizado es bueno, sino también que los niños dentro de ella son seres útiles. Pero si está llena de miedo a un pene internalizado "malo" y a excrementos peligrosos, la relación con su hijo real en su vida posterior estará a menudo dominada por la ansiedad. Sin embargo, a menudo, cuando sus relaciones con su compañero sexual no la satisfacen, establecerá una relación con su hijo que le proporcionará satisfacción y apoyo moral. En estos casos, en los cuales el acto sexual en sí ha recibido demasiado fuertemente el significado de una situación de ansiedad y su objeto sexual se ha transformado en un objeto de ansiedad para ella, es su niño el que atrae para si la calidad de un pene bueno y provechoso. La mujer que vence la ansiedad precisamente por medio de sus actividades sexuales, puede tener una relación bastante buena con su esposo y mala con su hijo. En este caso ha desplazado en su mayor parte su ansiedad concerniente al enemigo dentro de ella, hacia su hijo; y son los miedos que resultan de esto los que, según he encontrado, están en el fondo de su miedo al embarazo y al parto, miedos que se agregan a sus sufrimientos físicos mientras está embarazada y que pueden hacerla incapaz psicológicamente de concebir un hijo.

Ya hemos visto de qué modo el miedo de la mujer al pene "malo" puede aumentar su sadismo. Mujeres que tienen una actitud fuertemente sádica hacia su esposo, en general consideran a su hijo como un enemigo. Así como consideran el acto sexual como un medio de destruir su objeto, quieren tener un hijo para tenerlo en su poder como si fuera algo hostil a ellas. Pueden entonces emplear el odio que sienten por su temido enemigo interno contra sus objetos externos, esposo o hijos. Por supuesto que hay también mujeres que tienen una actitud sádica frente a su esposo y una amistosa y cordial frente a sus hijos y viceversa, pero en cada uno de estos casos es la actitud de la mujer frente a sus objetos introyectados, especialmente al pene del padre, la que determinará su actitud frente al esposo e hijos.

La actitud de la madre frente a sus hijos está basada, según sabemos, sobre sus primeras relaciones con sus objetos. De acuerdo con que su hijo sea varón o mujer, tendrá frente a él, en mayor o menor grado, aquellas relaciones emocionales que tuvo en su primera infancia con el padre, tíos y hermanos, o con su madre tías y hermanas. Si ha equiparado principalmente la idea de un hijo con la de un pene "bueno", serán los elementos positivos de estas relaciones los que transferirá a su hijo. Condensará un número de imagos amistosas en su persona, representará la "inocencia" de la infancia y será a sus ojos lo que ella quiso ser en su primera infancia. Y uno de los motivos fundamentales de las esperanzas que abriga sobre su feliz y satisfactorio crecimiento es que ella pueda, en sentido retrospectivo, transformar su propia infancia insatisfecha en una época de felicidad.

Existe, creo, un gran número de factores que ayudan a fortificar las relaciones emocionales que tiene la madre hacia su hijo. Al traerlo al mundo ha producido la refutación más fuerte de todos los miedos que surgen de sus fantasías sádicas. El nacimiento de su hijo no sólo significa en su inconsciente que el interior de su propio cuerpo y los niños imaginarios están ilesos o han sido bien hechos, sino que también invalida todas las clases de miedos asociados con la idea de niños. Esto demuestra que los niños dentro de la madre -sus hermanos y hermanas- y el pene del padre (o su padre) que ha atacado allí, y también su madre, están todos ilesos o restaurados otra vez. Tener un bebé representa, así, la restauración de un número de objetos, y aun en algunos casos, la recreación de todo un mundo.

Amamantar a su hijo es también muy importante y crea una ligazón íntima y especial entre ellos. Al dar a su hijo el producto de su propio cuerpo, que es esencial para su nutrición y crecimiento, puede finalmente refutar y poner buen final al círculo vicioso que comenzó en ella siendo niña, con sus ataques sobre el pecho de su madre como primer objeto de sus impulsos destructivos, y que contenían fantasías de destruir su pecho mordiéndolo en pedazos y ensuciándolo, envenenándolo y quemándolo por medio de sus excrementos. Porque en su inconsciente considera que dar a su hijo leche nutritiva y benéfica es prueba de que sus primeras fantasías sádicas no se han realizado, o de que ha tenido éxito en la restauración de sus objetos.

Como ya ha sido señalado, el individuo ama su objeto "bueno" tanto más porque siendo algo al cual él puede dedicar sus tendencias restitutivas le suministra gratificación y disminuye su ansiedad. Ningún objeto posee esta cualidad en un grado tan importante como el niño pequeño. Además, empleando su amor maternal y sus cuidados sobre su hijo, ella no sólo realiza sus primeros deseos, sino que desde que se identifica con él, comparte el placer que le proporciona. En la inversión de las relaciones de la madre y el niño, ella puede experimentar una feliz renovación de sus primeras ligazones hacia su madre y permitir que sus primitivos sentimientos de odio hacia ella retrocedan al fondo y que tomen la delantera sus sentimientos positivos.

Todos estos factores contribuyen para dar a los niños una enorme importancia en la vida emocional de las mujeres, y podemos ver fácilmente por qué es que su equilibrio mental estará tan trastornado si su hijo no resulta sano y especialmente si es anormal. Así como un hijo sano y que prospera es la refutación de gran número de miedos, del mismo modo, uno anormal, enfermizo o simplemente que no la satisface, es una confirmación de ellos, y puede aun llegar a ser considerado como un enemigo y un perseguidor.

 

DESARROLLO DEL YO

Consideraremos ahora brevemente la relación entre la formación del superyó de la niña y el desarrollo de su yo. Freud ha demostrado que algunas de las diferencias que existen entre la formación del superyó de la niña y del varón están asociadas a diferencias sexuales anatómicas. Estas diferencias anatómicas afectan de diversos modos, según mi opinión, tanto el desarrollo del superyó como el del yo. Como consecuencia de la estructura de los genitales femeninos que señalan su función respectiva, las tendencias edípicas de la niña están más extensamente dominadas por sus impulsos orales, y la introyección de su superyó es más amplia que la del niño. Además está la ausencia de pene como órgano activo. El hecho de que no tiene pene, aumenta la mayor dependencia que ya tiene la niña de su superyó como resultado de sus tendencias introyectivas más fuertes.

Ya he dado mi opinión, en las páginas primeras de este libro, de que el sentimiento de omnipotencia primario del niño está ligado a su pene y que es también el representante en su inconsciente de actividades y sublimaciones que proceden de sus componentes masculinos. En la niña, que no posee un pene, el sentimiento de omnipotencia está más profunda y extensivamente asociado con el pene introyectado de su padre que en el caso del muchacho. Esto es tanto más verdad debido a que el cuadro que siendo niña se ha formado del pene dentro de ella, y que determina los standards que establece para sí misma, ha surgido de fantasías extremadamente desfiguradas, y es por lo tanto más exagerado que en el varón, tanto respecto a la "bondad" como a la "maldad".

Esta opinión de que el superyó actúa más frecuentemente en las mujeres que en los hombres, parece estar en desacuerdo con el hecho de que, en comparación con los hombres, las mujeres son a menudo más dependientes de sus objetos, son más fácilmente influidas por el mundo exterior y son más variables en sus standards morales, es decir, aparentemente están menos guiadas por los requerimientos de su superyó.

Pero yo creo que su mayor dependencia de los objetos está íntimamente relacionada con una mayor eficacia de su superyó. Ambas características tienen un origen común en la mayor propensión de la mujer a introyectar su objeto y a colocarlo dentro de ella misma, de modo que erige un superyó más poderoso. Esta propensión está aumentada, además, por su mayor dependencia de su superyó y su mayor miedo al mismo. La ansiedad más profunda de la niña, la de que algún daño desconocido ha sido hecho en su interior por sus objetos internalizados, la impulsa, como ya hemos visto, a estar continuamente probando sus miedos por medio de sus relaciones con los objetos reales. Esto la impele a reforzar sus tendencias introyectivas de modo secundario. Parecería también que los mecanismos de proyección son más fuertes que en el hombre, de acuerdo con su intenso sentimiento de la omnipotencia de su pensamiento y sus excrementos, y éste es otro factor que la induce a tener relaciones más fuertes con el mundo externo y con los objetos de la realidad, en parte con el fin de controlarlos por medios mágicos.

Este hecho de que los procesos de introyección y proyección son más fuertes en la mujer que en el hombre, no sólo afecta el carácter de sus relaciones de objeto, sino que es importante para el desarrollo de su yo. Su necesidad dominante y profunda de abandonarse a una completa confianza y sumisión al pene internalizado "bueno", es una de las cosas que refuerzan la cualidad receptiva de sus sublimaciones e intereses; pero su posición femenina la impele fuertemente a obtener un control secreto de sus objetos internalizados por medio de la omnipotencia de sus excrementos y pensamientos, y esto promueve en ella un agudo poder de observación y una gran visión psicológica junto con un cierto arte e inclinación hacia el engaño e intriga.

Este aspecto del desarrollo de su yo surge especialmente de su relación con su superyó maternal, pero también influye en sus relaciones con su superyó paternal.

En El yo y el ello (1923) Freud dice: "Cuando tales identificaciones llegan a ser muy numerosas, intensas e incompatibles entre sí, se produce fácilmente un resultado patológico. Puede surgir, en efecto, una disociación del yo, excluyéndose las identificaciones unas a otras por medio de resistencias. El secreto de los casos llamados de personalidad múltiple, reside quizá en que cada una de tales identificaciones se concientizan, alternativamente. Pero aun sin llegar a este extremo, surgen entre las diversas identificaciones en las que el yo queda disociado, conflictos que no pueden ser siempre calificados de patológicos".

Un estudio de los primeros estadíos de la formación del superyó y su relación con el desarrollo del yo, confirma ampliamente esta última afirmación, y en lo que hemos podido ver, cualquier investigación futura de la personalidad como un todo, ya sea normal o anormal, tendrá que seguir el camino que Freud ha indicado. Parece que la manera de ampliar nuestro conocimiento del yo es aprender más sobre sus diversas identificaciones y las relaciones que tiene con ellas. Solamente prosiguiendo esta línea de investigación podemos descubrir de qué modo el yo regula las relaciones que existen entre aquellas identificaciones que, como sabemos, difieren de acuerdo con el estadío de desarrollo en el que han sido hechas y de acuerdo con la circunstancia de que ellas se refieran a la madre o al padre, o a la combinación de los dos.

La niña está más obstaculizada en la formación de su superyó con respecto a su madre que lo que el niño lo está con respecto a su padre, desde que es difícil para ella identificarse con su madre sobre la base de un parecido anatómico, debido al hecho de que los órganos internos que se utilizan para las funciones sexuales femeninas y la cuestión de poseer o no hijos, no admiten ninguna investigación o prueba por la realidad. Como ya sabemos, este obstáculo aumenta el poder de su imago materna terrorífica -producto de sus ataques sádicos a la madre-, que pone en peligro el interior de su cuerpo, la censuran por haberla privado de sus hijos, sus heces y el pene del padre y por poseer excrementos "malos" y peligrosos.

 

Los métodos de ataque basados en la omnipotencia de sus excrementos y omnipotencia de pensamientos que emplea la niña contra la madre influyen en el desarrollo de su yo no sólo directamente, sino también indirectamente. Sus formaciones reactivas contra su propia omnipotencia sádica y la transformación de esta última en omnipotencia constructiva, le permiten desarrollar sublimaciones y cualidades de espíritu que son directamente opuestas a aquellos rasgos que acabamos de describir y que están ligados a la omnipotencia primaria de sus excrementos. La inclinan a ser veraz, confiada y a olvidarse de sí misma, a estar lista para dedicarse a los deberes que tiene frente a sí y dispuesta a sufrir mucho por ellos y por sus semejantes. Estas formaciones reactivas y estas sublimaciones tienden una vez más, a hacer de su sentimiento de omnipotencia -basado en sus objetos internalizados buenos- y de su actitud de sumisión frente a su superyó paternal, la fuerza dominante en su actitud femenina.

Además, una parte esencial en el desarrollo de su yo está desempeñado por su deseo de emplear su orina "buena" y heces "buenas" para rectificar los efectos de sus excrementos "malos" y dañinos y proporcionar cosas buenas y hermosas, deseo que es de importancia abrumadora en sus actos de dar a luz un hijo y amamantarlo, porque el niño hermoso y la buena leche que ella produce representan sublimaciones de sus excrementos dañinos y su orina peligrosa. Lo cierto es que este deseo forma una base creadora y fructífera para todas aquellas sublimaciones que surgen de los representantes psicológicos del parto y del amamantamiento.

Lo característico sobre el desarrollo del yo de la mujer es que en el curso del mismo, su superyó se eleva a gran altura y se magnifica mucho y que su yo lo admira y se somete a él. Y debido a que su yo trata de vivir de acuerdo con su superyó glorificado, se halla espoleado para toda clase de esfuerzos, que dan como resultado una expansión y enriquecimiento del mismo. Así, mientras que en el hombre es el yo y, con él, las relaciones de realidad los que en gran parte toman la delantera, de modo que su naturaleza es más objetiva y razonable, en la mujer la fuerza dominante es el inconsciente. En la niña, no menos que en el varón, la calidad de sus logros dependerá de la calidad de su yo, pero reciben el carácter de intuición y subjetividad específicamente femeninos del hecho de que su yo está sometido a un ser interno amado. Representan el nacimiento de un niño espiritual, procreado por su padre, y este padre espiritual es su superyó. Es verdad que aun una línea marcadamente femenina de desarrollo presenta numerosos rasgos que surgen de componentes masculinos, pero parece como si la creencia dominante de la mujer en la omnipotencia del pene incorporado de su padre y en el niño que crece en su interior, la hiciera capaz de logros de una naturaleza específicamente femenina.

Llegados a este punto no podemos dejar de comparar la disposición mental de las mujeres con la de los niños, de quienes sabemos que están en mucho mayor grado bajo el dominio de su superyó y dependen más de los objetos que el adulto. Sabemos todos que la mujer es más semejante al niño que el hombre, y, sin embargo, en algunos aspectos en el desarrollo de su yo, difiere de él tanto como el hombre. La razón de esto es que aunque ella ha introyectado su objeto edípico con mucha más fuerza que él, de modo que su superyó y su ello ocupan una porción mayor en su estructura mental y hay una cierta analogía entre su actitud y la del niño, su yo logra un desarrollo completo en virtud del poderoso superyó dentro de ella, cuyo ejemplo sigue y que también en parte trata de controlar y sobrepasar.

Si la niña se adhiere principalmente a la posesión imaginaria de un pene como atributo masculino, su desarrollo será radicalmente diferente. Al revisar su historia sexual, hemos discutido ya las diversas causas que la obligan a adoptar una posición masculina. En cuanto a sus actividades y sublimaciones -que considera en su inconsciente como confirmación en la realidad de su posesión de un pene o de un sustituto del mismo-, éstas se usan no solamente para competir con el pene de su padre, sino que sirven invariablemente, en modo secundario, como una defensa contra su superyó y para debilitarlo. En niñas de este tipo, el yo adquiere, además, una gran importancia en los empeños y empresas, que son en su mayor parte una expresión de la potencia masculina. En lo que concierne al desarrollo sexual de la niña, sabemos el significado que la existencia de una buena imago materna tiene sobre la formación de una buena imago paterna en ella. Si está en una posición de confianza ante la guía interna de su superyó paterno, en el que cree y al que admira, siempre significa que tiene también buenas imagos maternas, porque es sólo cuando tiene bastante confianza en la madre internalizada "buena" que puede rendirse completamente a su superyó paterno; pero para realizar una entrega de esta naturaleza debe creer también bastante fuertemente en la posesión de cosas buenas dentro de su cuerpo u objetos internalizados amistosos. Sólo si el niño que ha tenido en su imaginación o espera tener de su padre es hermoso y bueno -solamente si el interior de su cuerpo representa un lugar donde reina la belleza y la armonía- puede entregarse sin reserva, tanto sexual como mentalmente, a su superyó paternal y a sus representantes en el mundo externo. El logro de un estado de armonía de esta naturaleza, se basa en la existencia de una buena relación entre su yo y sus identificaciones y entre aquellas identificaciones mismas y especialmente entre la imago materna y paterna.

Las fantasías de la niña en las que trata de destruir a ambos padres por envidia y odio hacia ellos, son la base de su más profundo sentimiento de culpa y forman también la base de sus situaciones de peligro más poderosas. Originan el miedo de albergar objetos hostiles empeñados en combates mortales uno con otro (es decir, en copulación destructiva), o debido a que han descubierto su culpa, se han aliado como enemigos contra su yo. Si su padre y su madre viven felices juntos, la inmensa gratificación que obtiene de este hecho se debe en gran parte, al alivio que las buenas relaciones entre ellos proporcionan al sentimiento de culpa originado en sus fantasías sádicas. Porque en su inconsciente, el buen entendimiento entre ellos es una confirmación en la realidad de su esperanza de poder hacer restitución de todos los modos posibles. Y sí sus mecanismos restitutivos han sido establecidos con éxito, la niña no sólo estará en armonía con su mundo externo sino que -y esto es, creo, la condición necesaria para el logro de tal estado de armonía y de una relación de objeto satisfactoria y adecuado desarrollo sexual- podrá estar en armonía con el mundo interno y con ella. Si sus imagos amenazantes se desvanecen en las profundidades y su imago paterna bondadosa y la imago materna actúan en una amistosa cooperación y le dan garantía de paz y seguridad dentro de su propio cuerpo, puede desarrollar sus componentes masculinos y femeninos bajo los auspicios de sus padres introyectados y habrá asegurado en sí misma una base para el completo desarrollo de una personalidad armoniosa.

 

POSTSCRIPTO

Después que hube escrito este libro apareció un artículo de Freud en el que se refiere al largo período de tiempo durante el cual la niña permanece ligada a la madre e intenta aislar esta ligazón de la actuación del superyó y del sentimiento de culpa. Esto, a mi juicio, no es posible, porque pienso que la ansiedad y sentimiento de culpa que surgen de estos impulsos agresivos van a intensificar esta ligazón libidinal primaria hacia la madre en un estadío muy temprano. Sus múltiples miedos a imagos fantásticas (su superyó) y a la madre real "mala" la fuerzan, mientras es todavía muy pequeña, a encontrar protección en su madre real "buena". Y para hacerlo tiene que sobrecompensar su agresión primaria hacia esta última.

Freud también ha señalado que la niña siente hostilidad hacia su madre y tiene miedo de "ser matada" (comida por ella). En mis análisis de pacientes femeninas en todas las edades, he encontrado que su miedo a ser devorada, cortada en pedazos o destrozada por su madre, surge de la proyección de sus propios impulsos de la misma naturaleza sádica contra ella y que estos miedos están en el fondo de sus más tempranas situaciones de ansiedad. Freud también dice que las mujeres que están fuertemente ligadas a su madre han reaccionado especialmente con rabia y ansiedad a las enemas e irrigaciones anales que ella les ha administrado en su infancia Las expresiones de afectos de esta naturaleza son causadas, de acuerdo con mi experiencia, por su miedo a ataques anales, miedo que representa la proyección de sus fantasías anales sádicas hacia ella. Estoy de acuerdo con el punto de vista de Freud de que la proyección en la mujer de impulsos hostiles contra su madre es el núcleo de la paranoia en la vida futura, pero de acuerdo con mis observaciones, son los ataques imaginarios que ha hecho sobre el interior del cuerpo de la madre por medio de excrementos destructivos que envenenan, queman y explotan, los que dan lugar más particularmente a su miedo a los excrementos como perseguidores y al miedo a su madre como figura terrorífica, siendo esto un resultado de su proyección.

Freud cree que la prolongada ligazón a la madre es exclusiva y tiene lugar antes de que la niña haya penetrado en la situación edípica, pero mi experiencia en análisis de niñas pequeñas me ha convencido de que la extensa y duradera ligazón a la madre nunca es exclusiva y está relacionada con impulsos edípicos. Además, su ansiedad y sentimientos de culpa en relación a su madre también afectan el curso de aquellos impulsos edípicos, porque, en mi opinión, la defensa de la niña contra su actitud femenina surge menos de sus tendencias masculinas que del miedo a su madre. Si la niña pequeña está demasiado asustada de su madre, no podrá ligarse suficientemente al padre y su complejo edípico no surgirá. En aquellos casos en que una fuerte fijación al padre no ha sido establecida hasta el estadío postfálico, he encontrado que la niña, sin embargo, ha tenido impulsos edípicos positivos en una temprana edad, pero que éstos, a menudo, no surgieron a la vista. Estos primeros estadíos de su conflicto edípico presentan todavía un carácter algo fantástico, desde que están en parte centrados alrededor del pene de su padre, pero en parte están ya relacionados con su padre real.

En algunos de mis primeros artículos he sostenido como factores primarios en la separación de la niña de la madre, el rencor que siente contra ella por haberla sometido a la frustración oral (factor que es advertido por Freud en el artículo citado) y la envidia de la gratificación oral mutua que sobre la base de sus primeras teorías sexuales imagina que obtienen los padres de la copulación. Estos factores, auxiliados por la equiparación del pecho y pene, la inclinan a volverse hacia el pene del padre, según mi opinión, hacia la segunda mitad de su primer año, de modo que su ligazón hacia el padre está fundamentalmente afectada por su ligazón hacia la madre. Puedo añadir también que Freud señala que la una está construida sobre la otra y que muchas mujeres repiten su relación con la madre en su relación con los hombres.

 

12. LOS EFECTOS DE LAS SITUACIONES TEMPRANAS DE ANSIEDAD SOBRE EL DESARROLLO SEXUAL DEL VARON

Los análisis tempranos muestran que el desarrollo sexual del niño corre paralelamente al de la niña durante las primeras etapas. Como en el caso de ésta, la frustración oral que el niño experimenta refuerza sus tendencias destructivas contra el pecho de la madre, y la separación del pecho materno y la aparición de impulsos sádicos orales son seguidos por el período llamado, por mí, de sadismo máximo, en el que desea atacar el interior del cuerpo de su madre.

 

LA FASE FEMENINA

En esta fase el niño tiene una fijación oral de succión sobre el pene del padre, tal como la niña. Considero que esta fijación es la base de la verdadera homosexualidad en él. Esta idea estaría de acuerdo con lo que dijo Freud en Un recuerdo de infancia de Leonardo da Vinci, (O. C., 11), donde llega a la conclusión de que la homosexualidad de Leonardo se remonta a una fijación excesiva en la madre -últimamente sobre su pecho- y cree que esa fijación sufre un desplazamiento del pecho al pene como objeto de gratificación. En mi experiencia, todo niño pasa de una fijación oral de succión al pecho de la madre a una fijación oral de succión al pene del padre.

Además, el niño imagina que la madre incorpora el pene del padre o, mejor, un número de ellos en su interior, así que junto con sus relaciones reales hacia el padre y hacia el pene del padre, desarrolla una relación imaginaria hacia el pene del padre guardado en el interior de la madre.

Puesto que sus deseos orales por el pene del padre son uno de los motivos de sus ataques al cuerpo de la madre -porque quiere sacarle por la fuerza el pene que imagina dentro de ella y en consecuencia dañarla- sus ataques representan también, en cierto modo, sus primeras situaciones de rivalidad con ella, y así, pues, constituyen la base de su complejo femenino.

El apoderarse por fuerza del pene del padre y de los excrementos y niños del cuerpo de la madre, lo convierte en el rival de su madre y hace surgir un intenso miedo de retaliación. El hecho de haber destruido el interior del cuerpo de su madre, además de haberlo saqueado, se convierte en un motivo de ansiedad profunda para él. Y cuando su destrucción imaginaria del cuerpo de la madre ha sido más sádica, mayor será su temor a ella como rival.

 

PRIMEROS ESTADÍOS DEL CONFLICTO DE EDIPO

Los impulsos genitales del niño, que, aunque oscurecido al principio por sus impulsos pregenitales y aprovechados por ellos, afectan sin embargo sustancialmente el curso de su fase sádica, le llevan a tomar como objeto sexual el cuerpo de su madre y los genitales, y le hacen desear tener la total posesión de su madre en un sentido oral, anal y genital, y lo llevan a atacar así al pene de su padre dentro de ella con todos los medios sádicos de que dispone. Esta posición oral también hace surgir una gran cantidad de odio contra el pene del padre, a consecuencia de la frustración que ha experimentado en ese sentido. Generalmente, sus impulsos destructivos contra el pene del padre son mucho más intensos que en la niña, puesto que su deseo de la madre como objeto sexual le induce a concentrar su odio más intensamente sobre él. Además, ha sido ya un objeto especial de ansiedad en los primeros estadíos de desarrollo, porque los impulsos agresivos dirigidos hacia el pene originaron un temor proporcionado a la intensidad de la agresión. Este temor refuerza aun más su odio hacia él y su deseo de destruirlo.

Como vimos en el capítulo anterior, la niña retiene el cuerpo de la madre como objeto directo de sus impulsos destructivos por un tiempo mucho mayor y en un grado mucho más intenso que el niño, y sus impulsos positivos hacia el pene del padre -tanto el real como el imaginario, guardado en el interior del cuerpo de la madre- son normalmente mucho más fuertes y duraderos que los del niño. En el niño, solamente durante un cierto período de este estadío temprano, en el que los ataques sobre el cuerpo de la madre dominan el cuadro, es ella el objeto real de su ataque. Muy pronto el pene del padre, supuesto en el interior de la madre, es el que atrae sus tendencias agresivas contra ella en un grado mayor.

 

SITUACIONES TEMPRANAS DE ANSIEDAD

Además de los temores que siente el niño como consecuencia de su rivalidad con la madre, su temor al pene introyectado y peligroso del padre le impide que mantenga una posición femenina. Este último miedo, especialmente junto con la fuerza creciente de sus impulsos genitales, le incita a renunciar a su identificación con la madre y a fortificar su posición heterosexual. Pero si este temor a su madre como rival y su miedo al pene del padre son excesivos, de modo que le es imposible vencer adecuadamente esa fase femenina, esta fase será un impedimento grave para el establecimiento de su posición heterosexual.

Es, además, de suma importancia en el desarrollo total del niño, el hecho de que su vida mental primera haya sido o no gobernada por el temor a su padre y madre combinados en copulación y formando una unidad inseparable y hostil para con él. La ansiedad de este tipo le hace más difícil mantenerse en cualquier posición y trae situaciones de peligro que estoy inclinada a considerar como las causas más profundas de la impotencia sexual en la vida posterior. Estas situaciones especificas de peligro tienen su origen en el temor del niño a ser castrado por el pene del padre y dentro de la madre -o sea, ser castrado por sus progenitores conjugados "malos"- y en su temor, a menudo evidenciado claramente, a que su propio pene sea retenido y encerrado en el interior del cuerpo de su madre.

Más de una vez hemos dicho en estas páginas que las situaciones de ansiedad, resultantes de los ataques sádicos hechos por niños de ambos sexos contra el interior del cuerpo de la madre, pertenecen a dos categorías. En la primera, el cuerpo de la madre se convierte en un lugar lleno de peligros, que originan toda clase de terrores; en la segunda, el propio interior del niño se transforma en un lugar de esa clase, en virtud de la introyección que el niño hace de sus objetos peligrosos, especialmente de sus padres en copulación, y se asusta de los peligros y amenazas dentro de él. Las situaciones de ansiedad correspondientes a estas dos categorías, ejercen una influencia mutua y están presentes tanto en la niña como en el niño. Ya hemos examinado los métodos para vencer esa ansiedad común a ambos. De un modo resumido, son como sigue: el niño compite con sus objetos "malos" interiorizados mediante la omnipotencia de sus excrementos y también recibe protección contra ellos mediante sus objetos "buenos". Al mismo tiempo desplaza hacía el mundo exterior su temor de peligros internos, proyectándolos, y ahí encuentra pruebas para refutar su angustia. Pero, además de esto, cada sexo tiene sus propios métodos, esencialmente diferentes, para, dominar la ansiedad. El varón desarrolla su sentimiento de omnipotencia de los excrementos con menos fuerza que la niña, reemplazándolo, en parte, por la omnipotencia del pene, y en relación con esto, su proyección del temor a los objetos internos es diferente a la de la niña. El mecanismo específico que emplea para vencer su miedo, tanto a peligros internos como externos, simultáneamente con el logro de gratificación sexual, está determinado por el hecho de que su pene, como órgano activo, es utilizado para gobernar su objeto, y esto es factible de ser probado por la realidad. Al tomar posesión del cuerpo de su madre mediante su pene, prueba su superioridad no solamente sobre sus objetos peligrosos externos, sino también sobre los internos.

 

OMNIPOTENCIA SADICA DEL PENE

En el varón, la omnipotencia de los excrementos y de los pensamientos se centra, en parte, en la omnipotencia del pene y, especialmente en el caso de los excrementos, es en parte reemplazada por él. En su imaginación, dota a su pene con poderes destructivos y lo equipara con bestias feroces y devoradoras, con armas mortíferas, etc. Su creencia de que su orina es una sustancia peligrosa y su equiparación de sus heces venenosas y explosivas con su pene, hacen de este último el órgano ejecutivo de sus tendencias sádicas. Además, ciertos hechos fisiológicos le demuestran que su pene puede en realidad cambiar su apariencia, y él toma esto como una prueba de su omnipotencia. De este modo, su pene y su sentimiento de omnipotencia se ligan uno al otro de un modo que es de importancia básica para su actividad y para el dominio de la ansiedad. En análisis de niños nos encontramos a menudo con la idea del pene como "varita mágica", de masturbación como magia, y de erección y eyaculación como enorme fortalecimiento de los poderes sádicos del pene.

El interior del cuerpo de la madre, que sigue al pecho como objeto del niño, toma pronto el significado de un lugar que contiene muchos objetos (al principio representados por el pene y excrementos). Como consecuencia, las fantasías del niño de tomar posesión del cuerpo de su madre al copular con ella, son la base de sus tentativas de conquistar el mundo externo y de dominar la ansiedad en una línea masculina. Tanto en lo que respecta al acto sexual como a las sublimaciones, desplaza sus situaciones de peligro al mundo externo y las vence allí por medio de la omnipotencia de su pene.

En el caso de la niña, su creencia en el pene "bueno" del padre y su temor al "malo" fortifican sus tendencias introyectivas. Así, el examen de la realidad contra los objetos malos, según es realizada por la mujer, se sitúa últimamente dentro de ella misma otra vez. En el muchacho, la creencia en una madre "buena" internalizada y el miedo a los objetos "malos" lo ayudan a desplazar sus pruebas de realidad hacia fuera (es decir, dentro del cuerpo de su madre). Su madre buena internalizada aumenta la atracción libidinal que la madre real tiene para él; aumenta sus deseos y esperanzas de combatir y vencer el pene de su padre dentro de ella por medio de su propio pene. Una victoria de esta naturaleza seria también una prueba de que puede vencer los agresores internalizados en su propio cuerpo.

Esta concentración de la omnipotencia sádica en el pene es de importancia fundamental para la posición masculina del niño. Si tiene una creencia primaria fuerte en la omnipotencia de su pene, esto lo incitará a combatir la omnipotencia del pene de su padre y emprender la lucha contra este órgano temido y admirado. Para que un proceso de concentración de esta naturaleza tenga efecto, parece que su pene debe estar fuertemente cargado por los diversos medios adoptados por su sadismo, y la capacidad de su yo para tolerar la ansiedad y la fuerza de sus impulsos genitales -últimamente sus impulsos libidinales- también será de importancia decisiva. Pero, si cuando los impulsos genitales se colocan en primera línea, el yo hiciera una defensa demasiado rápida y por la fuerza contra los impulsos destructivos, este proceso de focalización del sadismo en la imagen del pene sería interferido.

 

INCENTIVOS PARA LA ACTIVIDAD SEXUAL

El odio del niño al pene del padre y la ansiedad que surge de las fuentes arriba mencionadas lo incitan a tomar posesión de su madre de un modo genital, y aumentan su deseo libidinal de copular con ella· . Además, a medida que vence gradualmente su sadismo hacia ella, considera el pene de su padre dentro de ella, cada vez más, no sólo como una fuente de peligro para su propio pene sino también como una fuente de peligro para el cuerpo de su madre, y siente que tiene que destruir eso dentro de ella por esa razón. Otro factor que actúa como incentivo para realizar coito con ella (y el cual fortifica en la niña su posición homosexual) es su deseo de saber, que ha sido intensificado por su ansiedad En esta conexión, considera su pene que penetra como un órgano de percepción y lo asemeja con el ojo o la oreja o con una combinación de los dos, y quiere por medio de esto descubrir qué clase de destrucción ha sido realizada dentro de su madre por su propio pene y excrementos y por los de su padre, y a qué clase de peligros está expuesto allí su pene.

Así vemos que el impulso del niño para vencer la ansiedad es también un incentivo para obtener gratificación genital, y es un agente promotor en su desarrollo, aun en una época en que se halla todavía bajo la supremacía de su sadismo, y cuando las medidas que emplea son totalmente de naturaleza destructiva. Y, ciertamente, aquellas medidas destructivas se transforman, poniéndose en parte al servicio de tendencias restitutivas, con el propósito de rescatar a su madre del pene "malo" del padre dentro de ella, aunque todavía por medios de fuerza y dañinos.

 

"LA MUJER CON PENE"

La creencia del niño de que el cuerpo de la madre contiene el pene de su padre lo lleva, como ya hemos visto, a la idea de la "mujer con pene". La teoría sexual de que la madre tiene un pene femenino propio es, creo, el resultado de una modificación por desplazamiento de un profundo miedo hacia el cuerpo de ella como lugar lleno de numerosos y peligrosos penes y hacia los dos padres en peligrosa copulación. La "mujer con pene" siempre significa, diría, la mujer con el pene del padre. Normalmente, el miedo del niño a los penes del padre dentro de su madre disminuye a medida que se desarrolla su relación con los objetos y a medida que él avanza en el vencimiento de su propio sadismo. Desde que su miedo al pene "malo" se deriva en gran parte de sus impulsos destructivos hacia el pene del padre y desde que el carácter de sus imagos depende en gran parte de la cantidad y calidad de su propio sadismo, la reducción de este sadismo y, con él, la reducción de la ansiedad, disminuirán la severidad de su superyó y mejorarán así las relaciones de su yo, tanto hacia sus objetos imaginarios internalizados como a sus objetos externos y reales.

 

ESTADÍOS POSTERIORES DEL CONFLICTO DE EDIPO

Si junto con la imago de los padres combinados, las imagos del padre y de la madre separadas especialmente de la madre "buena" operan con suficiente fuerza, las crecientes relaciones de objeto del niño y su adaptación a la realidad darán por resultado que sus fantasías sobre el pene del padre dentro de la madre perderán su poder, y su odio, ya disminuido, estará más fuertemente dirigido hacia su objeto real. Esto tendrá el efecto de separar las imagos de los padres combinadas todavía más completamente, y su madre será ahora preponderantemente el objeto de sus impulsos libidinales, mientras que su odio y ansiedad irán hacia su padre real (o el pene del padre), o, por desplazamiento, hacia algún otro objeto, como en el caso de las fobias de animales. Las imagos separadas de su padre y de su madre se mantendrán más precisas y la importancia de sus objetos reales aumentará y entrará ahora en una fase en la que sus tendencias edípicas y su miedo a ser castrado por su padre real adquirirá importancia.

Sin embargo, he encontrado que las primeras situaciones de ansiedad están todavía latentes en él en mayor o menor grado, a pesar de todas las modificaciones que han sufrido en el curso de su desarrollo; y así también están todos los mecanismos de defensa y los mecanismos pertenecientes a los estadíos posteriores, que surgen de aquellas situaciones de ansiedad. En las capas más profundas de su mente espera siempre ser castrado por el pene "malo" del padre perteneciente a su madre. Pero siempre que sus situaciones de ansiedad temprana no sean demasiado poderosas, y, sobre todo, siempre que su madre represente suficientemente a la madre "buena", el cuerpo de ella será un lugar deseable, aunque un lugar que puede solamente ser conquistado con mayor o menor riesgo para él de acuerdo con la magnitud de las situaciones de ansiedad involucradas. Este elemento de peligro y ansiedad, que en todo hombre normal está ligado a la copulación, es un incentivo para la actividad sexual y aumenta la gratificación libidinal que obtiene en la copulación; pero si esto excede un cierto límite tendrá un efecto perturbador, y aun le impedirá poder realizar el acto sexual. Sus fantasías inconscientes más profundas de copulación involucran vencer y abolir el pene de su padre dentro de la mujer. A esta lucha con su padre dentro de su madre están ligados, creo, aquellos impulsos sádicos presentes normalmente cuando toma posesión de ella de un modo genital. De este modo, mientras su desplazamiento originario del pene de su padre al interior del cuerpo de su madre hace de ella un objeto permanente de ansiedad para él -aunque el grado en que esto se verifica varía enormemente de una persona a otra-, también aumenta la atracción que las mujeres ejercen sobre él muy considerablemente, porque para él es un incentivo vencer su ansiedad con respecto a ellas.

En el curso normal de los hechos, a medida que las tendencias genitales del niño se hacen más fuertes y que vence sus impulsos sádicos, sus fantasías de realizar restituciones comienzan a ocupar un campo más amplio. Como ya se ha visto, las fantasías de esta naturaleza con respecto a su madre ya existen, mientras que su sadismo es todavía ascendente y toma la forma de destrucción del pene "malo" del padre dentro de ella. Su primer y principal objeto es su madre, y cuanto más represente ella el objeto "bueno" para él, más rápidamente estas fantasías restitutivas se ligarán a su imago. Esto se puede observar claramente en el análisis de juegos. Cuando las tendencias reactivas del niño se hacen más fuertes comienza a jugar de un modo constructivo. En juegos de construcciones de casas y pueblos, por ejemplo, simbolizará la restitución del cuerpo de su madre y del suyo de un modo que corresponde en todos los detalles a los actos de destrucción que ha tenido en el primer estadío de su análisis, o que juega todavía alternando con sus juegos constructivos. Comenzará a construir una ciudad juntando las cosas de diferentes modos y colocará un muñequito -que lo representa a él mismo- haciendo las veces de policía que regula el tráfico; este policía estará siempre atento para que los coches y los carros no se choquen, para que las casas no se estropeen o para que los peatones no sean derribados por los automóviles, mientras que en juegos anteriores la ciudad era estropeada por vehículos que chocaban y la gente era atropellada. En un período todavía anterior, tal vez su sadismo se manifestó en una forma más directa y acostumbraba a mojar, quemar y cortar toda clase de cosas que simbolizaban el interior de su madre y sus contenidos, es decir, el pene de su padre e hijos, mientras que al mismo tiempo estos actos destructivos representaban el daño que quería que el pene de su padre hiciera allí también. Como una reacción a estas fantasías sádicas, en las cuales el violento y poderoso pene (el de su padre y el suyo), representado por los coches en movimiento, destruye a su madre y daña a los niños dentro de ella, representados por los muñequitos, tiene ahora fantasías de restauración del cuerpo de ella -la ciudad- en todas las formas en que previamente la había dañado.

 

TENDENCIAS RESTITUTIVAS Y ACTIVIDADES SEXUALES

Se ha dicho repetidas veces en estas páginas que el acto sexual es un medio muy importante para dominar la ansiedad para ambos sexos. En los primeros estadíos del desarrollo del niño, el acto sexual, además de sus fines libidinales, sirve para destruir o dañar el objeto (aunque las tendencias positivas están ya en función detrás de la escena). En los estadíos posteriores sirve para restaurar el cuerpo dañado de la madre y así dominar la ansiedad y la culpa.

Al estudiar las fuentes subyacentes de la actitud homosexual de la niña hemos visto qué importante es para ella la idea de un pene benéfico y de la omnipotencia constructiva en el acto sexual. Lo que se ha dicho allí se aplica igualmente para la actitud heterosexual del hombre. Bajo la supremacía del estadío genital, atribuye a su pene en copulación la función no sólo de proporcionar placer a la mujer, sino la de reparar en ella todo el daño que han hecho su pene y el de su padre. Al analizar niños, nos hallamos con que suponen que el pene realiza toda clase de funciones curativas y de limpieza. Si durante su período de omnipotencia sádica de niño ha usado su pene en su imaginación con fines sádicos -tales como inundar, envenenar o quemar cosas con su orina-, en su período de restitución lo considerará como un extinguidor de fuego, un cepillo de limpiar o una vasija llena de medicamentos curativos. Así como su creencia anterior en las cualidades sádicas de su pene involucraba una creencia en el poder sádico del pene de su padre, así ahora su creencia en su pene "bueno" involucra una creencia en el pene "bueno de su padre", y del mismo modo que antes sus fantasías sádicas transformaron el pene de su padre en un instrumento de destrucción para su madre, así ahora sus fantasías restitutivas y sentimientos de culpa lo van a transformar en un órgano beneficioso y "bueno". Como consecuencia, su miedo al superyó "malo" derivado de su padre disminuye y ahora puede dejar de identificarse con su padre "malo" en sus relaciones con objetos reales (identificación que se basa en parte sobre su identificación con su objeto ansiedad) y puede identificarse con más fuerza con su padre "bueno". Si su yo puede tolerar y modificar una cierta cantidad de sentimiento destructivo contra su padre y si su creencia en el pene "bueno" de su padre es bastante fuerte, puede sostener tanto su rivalidad con su padre (que es esencial para él, en el establecimiento de una posición heterosexual) como su identificación con él. Su creencia en el pene "bueno" de su padre aumenta la atracción sexual que siente por las mujeres, porque en sus fantasías ellas entonces contendrán objetos que no son tan peligrosos y objetos que -a causa de su actitud homosexual en la que el pene "bueno" es un objeto de amor- son realmente deseables Sus impulsos destructivos retendrán como objeto el pene rival de su padre y sus impulsos positivos estarán principalmente dirigidos hacia su madre.

 

SIGNIFICADO DE LA FASE FEMENINA EN LA HETEROSEXUALIDAD

El logro final de una posición heterosexual depende de que la primera fase femenina del desarrollo del niño haya seguido un curso favorable y se haya vencido con éxito. En un artículo anterior he puntualizado que el niño a menudo compensa sus sentimientos de odio, ansiedad, envidia e inferioridad que surgen de su fase femenina reforzando su orgullo en la posesión de un pene y que desplaza este orgullo sobre actividades intelectuales. Este desplazamiento forma la base de una actitud muy perjudicial de rivalidad hostil hacia la mujer, que afecta la formación de su carácter del mismo modo que la envidia del pene las afecta a ellas. La ansiedad excesiva que siente a causa de sus ataques sádicos al cuerpo de su madre se transforma en fuente de perturbaciones muy graves en sus relaciones con el sexo opuesto. Pero si su ansiedad y sentimiento de culpa se hacen menos agudos, serán aquellos mismos sentimientos que hacen surgir los diversos elementos de sus fantasías de restitución, los que lo capacitarán para lograr una comprensión intuitiva de la mujer.

Esta fase femenina temprana tiene todavía otro efecto favorable en las relaciones del niño con la mujer en la vida futura. La diferencia entre las tendencias sexuales del hombre y de la mujer exige, como sabemos, diferentes condiciones psicológicas de gratificación para cada uno, y conduce a cada uno a buscar el logro de requerimientos diferentes y mutuamente incompatibles en sus relaciones del uno para con el otro. Por lo general, la mujer necesita tener el objeto de su amor siempre con ella, dentro de ella; mientras que el hombre, debido a sus tendencias psicosexuales orientadas hacia el mundo exterior y a su método de dominar la ansiedad, está inclinado a cambiar con frecuencia de objeto de amor (aunque su deseo de conservarlo en lo que representa a su madre "buena" va en contra de esta tendencia). Si él, a pesar de estas dificultades, puede sin embargo comprender con simpatía la necesidad psíquica de la mujer, será en gran parte debido a su temprana identificación con su madre, porque en esta fase él introyecta el pene de su padre como objeto de amor y son los deseos y las fantasías que tiene en conexión con éste las que, si su relación con su madre es buena, lo ayudan a comprender la tendencia de la mujer a introyectar y conservar lo que ama. Además, el deseo de tener niños de su padre, que surge de esta fase, lo conduce a considerar a la mujer como a su hijo, y él desempeña el papel de la madre bondadosa frente a ella. De este modo también satisface los deseos de amor de su compañera, que surgen de su fuerte ligazón a la madre. Así, y sólo de este modo, sublimando los componentes instintivos femeninos de él y sobreponiéndose a sus sentimientos de envidia, odio y ansiedad frente a su madre, podrá consolidar su posición heterosexual en el estadío de supremacía genital.

Ya sabemos por qué causa cuando el estadío genital ha sido alcanzado plenamente, sería condición necesaria para la potencia sexual que el niño creyera en la "bondad" de su pene, es decir, en sus capacidades restitutivas por medio del acto sexual. Esta creencia tiene su base concreta en la creencia de que el interior de su cuerpo está en buen estado. En ambos sexos, las situaciones de ansiedad que surgen de supuestos acontecimientos destructivos, ataques y luchas dentro del cuerpo del sujeto, y que se mezclan con situaciones de ansiedad relacionadas con acontecimientos similares dentro del cuerpo de la madre, constituyen las situaciones de peligro más profundas. El temor a la castración, que es sólo una parte -aunque importante- de la ansiedad que siente con respecto a todo el cuerpo, oscurece en el hombre todos los otros miedos y se hace dominante. Pero esto es precisamente debido a que una de las fuentes más profundas a las que se remontan las perturbaciones de su potencia sexual es su ansiedad sobre el interior de su cuerpo. La casa o ciudad que el niño construye varias veces con tanta ansiedad en sus juegos, significa no sólo el cuerpo intacto y renovado de la madre, sino también el suyo propio.

 

REFORZAMIENTO SECUNDARIO DEL ORGULLO DEL PENE

Al describir el desarrollo del niño, he llamado la atención sobre ciertos factores que tienden, según creo, a aumentar aun más la importancia central que el pene posee para él. Pueden resumirse como sigue: 1) La ansiedad que surge de sus primeras situaciones de peligro -sus miedos a ser atacado en todas las partes de su cuerpo y en su interior-, que incluye todos los miedos que acompañan a la posición femenina, está desplazada al pene como órgano externo, donde puede ser dominada con más éxito. El creciente orgullo que el muchacho siente por su pene, y todo lo que éste involucra, puede decirse que es también un método de dominar aquellos miedos y desilusiones que su posición femenina le presenta más particularmente. 2) El hecho de que el pene es un vehículo, primero de la omnipotencia destructiva del niño y después de su omnipotencia creativa, aumenta su importancia como medio de dominar la ansiedad. Contribuyendo así a su sentimiento de omnipotencia, ayudándole en su tarea de examen de la realidad y a promover sus relaciones de objeto -en realidad poniéndose al servicio de esta función importante de dominar la ansiedad- el pene es puesto en relación especialmente íntima con el yo y se transforma en un representante del yo y de lo consciente, mientras que el interior del cuerpo, las imagos, y las heces, es decir lo que es invisible y desconocido, es equiparado al inconsciente. Además, analizando pacientes masculinos, niños y hombres, he encontrado que a medida que disminuían sus miedos a sus malas imagos y heces (el inconsciente), que eran muy importantes dentro de ellos, aumentaba su creencia en su propia potencia sexual, y el desarrollo de su yo ganaba fuerza. Este último efecto es debido en parte al hecho de que el miedo disminuido del niño a su superyó "malo" y al contenido "malo" de su cuerpo le permite identificarse mejor con los objetos introyectados "buenos" y contribuye así a un mayor enriquecimiento de su yo.

Tan pronto como estabiliza con bastante firmeza su confianza en la omnipotencia constructiva de su pene, su creencia en el poder del pene "bueno" de su padre dentro de él formará la base de una creencia secundaria en su omnipotencia, que mantendrá y reforzará la línea de desarrollo establecida ya por él para su propio pene. Y según se ha dicho; el resultado de su creciente relación con sus objetos será que sus imagos fantásticas retrocedan al fondo, mientras que sus sentimientos de odio y miedo a la castración se dirigirán y centrarán alrededor del padre real. Al mismo tiempo sus tendencias restitutivas se dirigen cada vez más a los objetos externos y los métodos de dominar la ansiedad se hacen más reales. Todos estos progresos en su desarrollo van paralelos con la creciente supremacía de su estadío genital y caracterizan los estadíos posteriores de su conflicto edípico.

 

TRASTORNOS DEL DESARROLLO SEXUAL

Ya hemos subrayado la importancia que tiene la fantasía del niño referente a sus padres unidos perpetuamente en copulación como fuente de muy intensas situaciones de ansiedad. Bajo la influencia de tal fantasía el cuerpo de su madre representa, ante todo, una unión de la madre y el padre que es extremadamente peligrosa y que está dirigida contra él. Si la separación de esta imago de los padres combinada no tiene lugar en un grado suficiente en el curso de su desarrollo, el niño estará expuesto a trastornos serios, trastornos en sus relaciones de objeto como en su vida sexual. Un predominio de esta clase de imagos paternas combinadas se remontan, según mi experiencia, a perturbaciones en las primeras relaciones de los niños pequeños con su madre o más bien con su pecho. Aunque estos efectos son muy fundamentales en niños de ambos sexos, ya son diferentes para cada uno de los estadíos primeros de su desarrollo. En las páginas siguientes limitaremos nuestra atención al niño y examinaremos cómo estas fantasías terroríficas ejercen poder y de qué manera influyen en su desarrollo sexual.

En mis análisis de niños y adultos del sexo masculino he encontrado que cuando los fuertes impulsos orales de succión se han combinado con impulsos oral-sádicos intensos, el niño se ha retirado del pecho de su madre con odio y muy tempranamente. Sus primeras e intensas tendencias destructivas contra el pecho le han llevado a introyectar a una madre en gran parte "mala", y su repentino abandono del pecho se ha seguido de una introyección excesivamente fuerte del pene de su padre. Su fase femenina ha estado gobernada por sentimientos de odio y envidia a la madre, y al mismo tiempo, como resultado de sus poderosos impulsos oral-sádicos, ha llegado a sentir un odio agudo y un miedo correspondientemente intenso al pene del padre internalizado. Sus impulsos orales de succión intensamente fuertes han creado fantasías de un proceso nutricio ininterrumpido y duradero, mientras que sus impulsos sádicos le han llevado a la creencia de que la madre, recibiendo nutrición y gratificación sexual al copular con el pene de su padre, ha sufrido mucho dolor y daño, y que su interior está lleno hasta casi estallar con los penes enormes y "malos" del padre, que le están destruyendo en toda forma. En su imaginación, ella se ha transformado no sólo en la "mujer con pene", sino en una especie de receptáculo de los penes de su padre y de sus excrementos peligrosos, a los que equipara con ellos.

De este modo ha desplazado sobre su madre gran cantidad del odio y la ansiedad que estaban ligados al padre y al pene del padre.

Así, un sadismo oral, fuerte y prematuro, por una parte incita al niño a realizar ataques contra sus padres unidos en copulación y a aterrarse de sus imagos en este aspecto, y por otra parte le impide la creación de una imago buena de la madre que le hubiera ayudado contra sus primeras situaciones de ansiedad, hubiera colocado los cimientos de un superyó bueno (bajo la forma de figuras bondadosas) y le hubiera conducido a adoptar una posición heterosexual.

Además están las consecuencias que trae el que la fase femenina esté demasiado fuertemente gobernada por el sadismo. La introyección extraordinariamente fuerte del pene enorme y "malo" del padre que realiza el niño, le hace creer que su cuerpo está expuesto a los mismos peligros desde dentro como lo está el de su madre, y su introyección de sus padres hostiles unidos en copulación junto con su introyección muy débil de una "buena" madre, trabajan en una misma dirección. Al dar lugar a un exceso de ansiedad con respecto a su interior, estos procesos introyectivos pavimentan el camino no solamente para enfermedades graves, sino también para trastornos graves en su desarrollo sexual. Como hemos visto, la posesión de contenidos "buenos" en el cuerpo y, en un nivel genital, la posesión del pene bueno, son una precondición de la potencia sexual. Si los ataques del niño al pecho y cuerpo de su madre han sido excepcionalmente intensos, de modo que en su imaginación ella ha sido destruida por el pene de su padre y por el suyo, éste tendrá tanta más necesidad de un pene "bueno" con el cual restaurarla. Y debería tener especial confianza en su potencia, para disipar sus terrores del cuerpo peligroso y en peligro de su madre, lleno de los penes de su padre. Sin embargo, es precisamente su miedo a la madre y a los contenidos de su propio cuerpo lo que impide que crea en la posesión de un buen pene y en su potencia sexual. El efecto acumulativo de todos estos factores puede ser que constituya la causa que lo puede impulsar a alejarse de las mujeres como objeto de amor, y de acuerdo con sus primeras experiencias, que sufra de trastornos en su potencia, en su posición heterosexual o que se vuelva homosexual.

 

EL CASO DEL SEÑOR A.

Del análisis de un enfermo homosexual de 35 años, A., que padecía de una neurosis obsesiva grave con rasgos paranoicos e hipocondríacos y un fuerte trastorno de su potencia, resultó que los sentimientos de desconfianza y rechazo, que dominaban por lo general sus relaciones con mujeres, provenían, en el fondo, de una sola fantasía. Esta consistía en la idea de que su madre estaba siempre realizando el coito con su padre, cuando él no la veía. Suponía que el interior de su cuerpo estaba repleto con los penes paternos peligrosos. Se pudo observar en la situación transferencial que su odio y temor de la madre, que a menudo también encubrían sus sentimientos de culpa hacia ella, siempre estaban íntimamente ligados a la situación de coito de los padres. Con una mirada furtiva dirigida sobre mí que, cuando él estaba angustiado, siempre le corroboró que yo tenía un aspecto enfermizo, o que no estaba bien arreglada o que algo no andaba bien (es decir, que yo estaba interiormente envenenada y destruida), repetía la mirada escrutadora y angustiada con la cual recibía de niño de mañana a su madre, para averiguar si ella había sido envenenada o destruida por el coito con el padre. Cada mañana esperaba encontrar a su madre muerta. En este estado de ánimo era natural que interpretara cualquier detalle nimio de la salud de su madre o de su conducta, cualquier discusión insignificante entre sus padres y también cualquier cambio de la conducta de su madre frente a él, es decir, todo lo que pasaba a su alrededor, como la afirmación de que la catástrofe, continuamente esperada por él, se había realizado. Sus fantasías masturbatorias, que eran de carácter optativo y en las cuales los padres se destruían mutuamente en el coito, se transformaban en una fuente de múltiples preocupaciones, temores y sentimientos de culpa. Estos sentimientos le llevaban a una continua observación de su ambiente y a un desarrollo obsesivo de su instinto epistemofílico. Su continuo deseo, que absorbía todas las energías de su yo, de observar a sus padres en el coito y enterarse de sus secretos sexuales, fue también reforzado por el afán de impedir cl coito de los padres, para amparar a su madre y evitar los daños que le podría causar el peligroso pene paterno.

En la situación transferencial estas tendencias dirigidas hacia el coito de los padres se manifiestan, entre otras cosas, en el interés que A. evidenciaba por mi fumar. Por ejemplo, cuando notaba que en el cenicero había quedado un resto de cigarrillo de la sesión anterior, o percibía humo en la habitación, hacía cantidad de preguntas: si yo solía fumar mucho o silo hacia antes del desayuno o si mis cigarrillos eran de una marca buena, etc. Estas preguntas y los afectos correspondientes provenían de su temor por su madre. Eran determinados por el deseo de saber si y en qué forma sus padres habían copulado esa noche y qué consecuencias había tenido ello para su madre. Los sentimientos provenientes de la escena primaria, como odio, frustración y celos se exteriorizaban en los afectos con los cuales A. a veces reaccionaba cuando, por ejemplo, encendía un cigarrillo en un momento que le parecía inoportuno. Se enojaba y me reprochaba falta de interés; que el fumar me era todo y la molestia que le podía causar no me importaba, etc. O me aconsejaba dejar totalmente de fumar. A veces esperaba con impaciencia que yo encendiera el cigarrillo y me rogaba hacerlo, por no poder esperar por más tiempo el ruido que hace el fósforo al ser encendido, y además insistía que yo no lo debía hacer inesperadamente y sin avisarle. Se puso de manifiesto que este estado de tensión era una repetición de lo que él había sentido de niño cuando, de noche, esperaba atentamente los ruidos que podrían provenir de las camas de sus padres. Deseaba percibir los primeros indicios del coito (el encender del fósforo) para saber que todo el acto terminaría pronto. Pero a veces existía realmente el deseo de que yo fumara. Provino del temor sentido de niño, cuando imaginaba que sus padres habían muerto y esperaba los ruidos del coito ansiosamente como indicio de que seguían con vida. En una etapa posterior del análisis, cuando su temor a las consecuencias del coito ya había sido atenuada, el deseo de que yo fumara demostraba esta determinación. Reviviendo las tendencias de un estadío posterior de su desarrollo deseaba el coito de los padres, porque éste significaba una reconciliación de ellos, un acto pacífico y curativo. Además, quiso verse libre de la culpa de haber obligado a sus padres a la abstinencia.

El señor A. mismo solía dejar de fumar temporariamente porque esperaba de esta medida una curación de sus trastornos hipocondríacos. Pero nunca persistía durante mucho tiempo en esta actitud, y en parte porque el fumar significaba también una defensa contra sus trastornos hipocondríacos.

Con los cigarrillos, que también significaban el pene "malo" del padre, intentaba destruir los objetos malos internalizados. Pero cuando los cigarrillos simbolizaban al pene "bueno" paterno, servían para la restitución del interior de su cuerpo y de los objetos internalizados.

Los síntomas obsesivos del señor A. tenían una relación íntima con los múltiples contenidos de su angustia. Habían surgido por el conocido mecanismo de desplazamiento de "magia y contramagia". Servían para la afirmación o negación de determinadas preguntas: ¿Sus padres estaban realizando ahora el coito, o iban a ocurrir ciertos acontecimientos peligrosos y en relación con el coito estos daños podrían ser curados, etc.? Pues el fundamento de su neurosis obsesiva era la creencia en una omnipotencia destructiva y constructiva que había surgido en relación con los padres unidos en el coito y había sido continuada y ampliada en relación con todo su ambiente.

 

También la actividad sexual de A. servía para afirmaciones y negaciones. Esta actividad tenía un carácter francamente obsesivo y estaba dominada por graves trastornos. El temor exagerado al pene del padre no había perturbado únicamente la conservación de su posición heterosexual, sino también la afirmación de la posición homosexual.

Como consecuencia de su fuerte identificación con la madre y de la fantasía predominante de haberse incorporado los padres en copulación, A. refería todos los peligros que amenazaban a su madre por la incorporación del pene también al interior de su propio cuerpo. En la situación transferencial los trastornos hipocondríacos de A. se intensificaron a menudo simultáneamente con un aumento de la transferencia negativa. Cuando, sea por razones externas o internas, aumentaban las fantasías de que la madre se hallaba expuesta al coito peligroso con el padre o de que ya se había incorporado el pene peligroso del padre como consecuencia del coito, se intensificaba también el odio de A. contra mí y su temor al interior de mi cuerpo. Todo lo que indicaba el desarrollo de una catástrofe dentro de su madre, significaba por su identificación con ella también un indicio de la destrucción del interior de su propio cuerpo. Y él odiaba tanto a su madre que se unía al padre porque ella no se exponía únicamente a sí misma sino que también lo exponía indirectamente a él, en quien, según su fantasía, copulaban los padres internalizados.

Además, la madre unida al padre significaba siempre para él una enemiga. Por ejemplo, su animadversión contra mi voz y mis palabras, que a veces era muy intensa, no provenía únicamente de una equiparación de mis palabras con excrementos envenenadores y peligrosos, sino también de la fantasía de que el padre o, mejor dicho, su pene estaba dentro de mí y hablando a través de mi. Este pene influía sin duda en mis palabras y actos en forma enemistosa contra él (igualmente como el padre dentro de él le empujaba hacia malas acciones contra su madre). Además temía que el pene paterno pudiera atacarle saliendo de mi boca, mientras yo hablaba. Pues mis palabras y mi voz eran equiparadas al pene paterno.

Si la madre era destruida, ya no existía una madre "buena" y amparadora. Las fantasías de haber mordido y destrozado el pecho materno, de haberlo envenenado por medio de la orina y las heces, le llevaron muy tempranamente a la introyección de una imago materna peligrosa y envenenadora, que impedía el desarrollo de la imago materna "buena". Este proceso también había favorecido el desarrollo de rasgos paranoides, especialmente de ideas de envenenamiento y persecución. Tanto en el mundo exterior (primitivamente el seno materno) como en su propio cuerpo el enfermo no pudo encontrar un apoyo bastante fuerte contra la persecución del pene paterno y los trozos de excrementos. Pero así no solamente se intensificaba su angustia de su madre y su temor a la castración, sino que sufría también su fe en el contenido "bueno" de su propio cuerpo y en la "bondad" de su propio pene. Eso era en gran parte responsable de las graves perturbaciones de su desarrollo sexual. El temor de perjudicar a la mujer con su pene "malo" y de no poder restituirla por medio del coito formaba el fundamento de su trastorno de potencia, junto con su temor al cuerpo materno peligroso.

La debilidad de su fe en una madre "buena" había influido también en forma decisiva en el desencadenamiento de su enfermedad. El señor A. había resistido durante la guerra con bastante facilidad todos los peligros y molestias, luchando durante cierto tiempo en las primeras líneas del frente. Pero su colapso ocurrió algún tiempo más tarde, durante un viaje. Se había enfermado de disentería en un pueblito. Como se vio más tarde en su análisis, los síntomas de esta enfermedad habían reactivado la antigua situación de peligro, que era la base de sus temores hipocondríacos: el temor del pene "malo", internalizado, de los excrementos envenenadores. Pero fue la conducta de la dueña de la pensión, que le atendía en su enfermedad lo que desencadenó la crisis. Esta mujer lo atendía mal y sin ningún cariño y no le daba bastante leche ni otros alimentos. Esta vivencia reactivó el trauma del destete y los efectos de odio y angustia ligados a éste. Además, inconscientemente, A. interpretaba la conducta de la dueña de la pensión como plena afirmación de su angustia, de que ya no existía ninguna madre buena y de que era abandonado sin posibilidad de salvación a la destrucción interna y a los enemigos externos. La fe en la madre "buena", que nunca había sido bastante firme, no podía vencer la actualización simultánea y excesiva de todas las situaciones de angustia. Esta falta de una imago buena materna que ampara y defiende contra la angustia era el factor último y decisivo de su colapso.

Como quise demostrar con el ejemplo de A., el desplazamiento del odio y del temor del pene paterno a la madre, tiene como consecuencia una intensificación exagerada de los temores relacionados con el cuerpo femenino, mientras que las fuentes de la atracción heterosexual sufren una disminución grande. Junto con este desplazamiento de todo lo que causa angustia y es siniestro sobre el interior invisible del cuerpo femenino, se efectúa a menudo otro proceso más, que parece ser una condición de la plena afirmación de la posición homosexual.

 

ADOPCION DE LA HOMOSEXUALIDAD

Este proceso de desplazamiento en el cual todo lo que es terrorífico e inquietante está localizado en el interior del cuerpo de la mujer, se acompaña a menudo de otro proceso que parece ser condición necesaria de la posición homosexual. En la actitud normal el pene del niño representa su yo y su consciente como opuesto a los contenidos de su cuerpo y a su superyó, que representa su inconsciente. En su actitud homosexual, esta significación se extiende, debido a su elección narcisística de objeto, al pene de otro hombre, y este pene ahora lo ve como una contraprueba contra todos sus miedos relativos al pene dentro de él y al interior de su cuerpo. Así, en la homosexualidad, un modo de dominar la ansiedad es que el yo trata de negar, controlar o sacar el mejor partido del inconsciente, destacando fuertemente la realidad y el mundo externo y todo lo que es tangible y perceptible a la conciencia.

En estos casos he encontrado que cuando el niño ha tenido una relación homosexual en la primera infancia tiene una buena oportunidad de moderar los sentimientos de odio y miedo al pene de su padre y de reforzar su creencia en el pene "bueno". Además, sobre esta relación se basarán todos los hechos homosexuales de su vida futura.

Esas relaciones proporcionan una serie de garantías, de las que mencionaré las más comunes: 1) que el pene de su padre, tanto internalizado como real, no es un perseguidor peligroso, ya sea a) para él o b) para su madre; 2) que su propio pene no es destructivo; 3) que sus miedos como niño pequeño a que sus relaciones sexuales con su hermano o hermano sustituto se descubran y que a él se lo eche de la casa, sea castrado o matado no tiene fundamento, desde que sus actos homosexuales no han tenido malas consecuencias; 4) que ha tenido cómplices y aliados secretos, porque en su vida temprana sus relaciones con su hermano o hermano sustituto significaron que los dos estaban aliados para destruir a los padres separadamente o combinados durante la copulación. En su imaginación, su compañero amoroso ejecutará a veces el papel del padre, con el cual emprendió ataques secretos sobre su madre durante y por medio del acto sexual (uno de los padres estará mal dispuesto para con el otro), y a veces el de su hermano, quien, con él mismo, destruyó el pene del padre dentro de la madre y dentro de si mismo.

El sentimiento (basado en haber tenido fantasías sádicas de masturbación en común) de estar aliado con otro en contra de los padres, por medio del acto sexual, sentimiento que es, creo, de general importancia para las relaciones sexuales de los niños pequeños, está íntimamente ligado a mecanismos paranoicos. Cuando tales mecanismos operan muy fuertemente el niño tendrá una fuerte tendencia a encontrar aliados cómplices en su posición libidinal y relaciones de objeto. La posibilidad de lograr que su madre esté de su parte contra su padre -últimamente, de destruir el pene del padre dentro de ella copulando con ella- puede transformarse en una condición necesaria para la adopción de una posición heterosexual, y puede capacitarlo, cuando sea adulto, para mantener esa posición a pesar de tener acentuados rasgos paranoides. Por otra parte, sí su miedo al cuerpo peligroso de su madre es demasiado fuerte y la buena imago de su madre no ha podido desarrollarse, sus fantasías de aliarse con su padre contra su madre y de unirse a su hermano contra ambos padres lo inclinará a establecer una posición homosexual.

El impulso del niño a maldisponer sus objetos unos contra otros y a obtener poder sobre ellos asegurándose aliados secretos, tiene sus raíces, en lo que yo he podido ver, en fantasías de omnipotencia, en las cuales, por medio de los atributos mágicos de excrementos y pensamientos, heces venenosas y flatos son introducidos dentro de sus objetos para dominarlos o destruirlos. De este modo las heces del niño son los instrumentos de sus ataques secretos sobre el interior de sus objetos y son consideradas por él como objetos dañinos o animales que actúan en interés de su yo. Estas fantasías de grandeza y omnipotencia juegan una gran parte en los delirios de persecución y referencia y en ideas delirantes de ser envenenado. Ellas hacen que el paciente tenga miedo de ser atacado por sus objetos en la misma forma secreta en que él los ataca a ellos, y a veces, también, miedo de sus propios excrementos en caso de que ellos se vuelvan contra su yo de un modo hostil y traicionero. Analizando tanto niños como adultos me he enfrentado con un miedo a que sus heces asuman de algún modo una existencia independiente y no estén más bajo su control, y a que hagan daño a sus objetos internos y externos contra la voluntad del yo. En tales casos, las heces fueron comparadas a toda clase de animales pequeños e insectos, tales como ratas, ratones, moscas, chinches, etcétera.

 

Cuando el individuo está más ocupado con la ansiedad paranoide en lo que respecta a las heces y pene como perseguidores, su objeto de amor del mismo sexo representará primero y después de todo, un aliado contra los perseguidores. El deseo libidinal de un "buen" pene será fuertemente sobrecompensado y servirá al propósito de ocultar sus sentimientos de odio y temor frente al pene "malo". Si tal compensación fracasa, su odio y miedo al objeto de amor se manifestará y tendrá por objeto una reversión paranoica de la persona amada en perseguidor.

Estos mecanismos, que son dominantes en casos de un carácter paranoico, entran, aunque en menor grado, dentro de toda actividad homosexual. El acto sexual entre hombres sirve siempre en parte para gratificar impulsos sádicos y para confirmar el sentimiento de omnipotencia destructiva; y detrás de la relación libidinal positiva de un "buen" pene como objeto de amor externo acechan, en mayor o menor grado, de acuerdo con la cantidad de odio presente, no sólo odio al pene del padre, sino también impulsos destructivos contra el compañero sexual y miedo a él por estos impulsos.

En su "Homosexualitát und Oedipuskomplex", 1926, Félix Boehm ha dirigido su atención "a la parte que juega ese aspecto del complejo de Edipo, que consiste en el odio del niño hacia su padre y en su deseo de muerte y deseos de castración activos contra él". Ha demostrado que al realizar los actos homosexuales el hombre muy frecuentemente tiene dos fines: 1) hacer a su compañero impotente para el acto heterosexual, en cuyo caso es meramente una cuestión de mantenerlo alejado de las mujeres y 2) castrarlo, en cuyo caso quiere tener posesión del pene de su compañero así como aumentar su propio poder sexual con las mujeres. En cuanto al primer fin, mis propias observaciones me han conducido a creer que sus deseos de mantener a otros hombres alejados de las mujeres, es decir, de su madre o hermanas, está basado no sólo en celos primarios de su padre, sino en un miedo a los riesgos en que su madre incurre al copular con él. Desde que esos riesgos surgen no sólo del pene de su padre sino también de su propio pene sádico, él está provisto de un fuerte motivo para adoptar la posición homosexual.

En esta posición, según he encontrado en los análisis de niños como en los de hombres, él, en su inconsciencia, ha hecho un convenio con sus padres y hermanos por el cual todos se abstendrán de tener relaciones con su madre (o hermanas) para preservarla a ella de peligros y buscarán compensación de esta abstención entre ellos mismos. En cuanto al segundo fin, estoy en completo acuerdo con la opinión de Boehm. El deseo del niño de castrar a su padre para conseguir su pene y ser potente en la relación sexual con la madre lo impulsa a una posición homosexual.

En algunos casos he visto que había no sólo el deseo de tomar posesión de un pene especialmente potente, sino de acumular una gran cantidad de semen, que de acuerdo con sus fantasías era necesario para dar a su madre gratificación sexual. Además necesita poner penes "buenos" y semen "bueno" dentro de él para hacer bueno también el interior de su cuerpo. Este deseo está fortalecido en el estadío genital por la creencia de que sí su interior está intacto será capaz de dar a su madre semen bueno y también niños, situación que lo lleva a aumentar su potencia en la posición heterosexual. Si por otra parte predominan sus tendencias sádicas -su deseo de tomar posesión del pene del padre y del semen por medio del acto homosexual- tendrá también en parte un fin heterosexual. Porque identificándose él mismo con su padre sádico tendrá más poder para destruir a su madre copulando con ella.

Se ha dicho más de una vez que el instinto de conocer es un impulsor de la realización del acto sexual. Pero cuando el individuo obtiene gratificación de su instinto en conexión con actividades homosexuales, lo emplea en parte para aumentar su eficiencia en la posición heterosexual. El acto homosexual está destinado a realizar los tempranos deseos de su infancia de tener la oportunidad de ver qué sentido el pene de su padre difiere del suyo y averiguar en qué forma se comporta aquél cuando copula con su madre. Necesita saber cómo hacerse más potente y apto en la relación sexual con su madre.

 

EL CASO DEL SEÑOR B.

Trataré de dar algunos fragmentos de un historial para ilustrar la importancia de algunos de los factores analizados más arriba en la adopción de la posición homosexual. B., un hombre de entre 30 y 40 años, vino al tratamiento por graves inhibiciones en el trabajo y depresiones profundas. Su inhibición en el trabajo, de la que sufría desde hacía mucho tiempo, había aumentado a un grado tal por un cierto acontecimiento de su vida, que citaré, que lo obligó a renunciar a un trabajo de investigación que había comenzado y a abandonar su puesto de maestro. Se vio que aunque el desarrollo de su carácter y de su yo había sido exitoso y estaba dotado intelectualmente más de lo común, sufría de profundos trastornos en su salud mental. Sus crisis de depresión se remontaban a su temprana infancia, pero en los últimos años se hicieron tan agudas que lo llevaron a un estado general de depresión y a que se alejara en gran parte de la gente. Tenía miedo -aunque sin causa- de que su aspecto alejara a la gente, y esto hacía aun mayor su disgusto por la sociedad. Sufría también de una grave manía de duda, que cubría el campo de sus intereses intelectuales de un modo cada vez más extendido y que era especialmente dolorosa para él.

Detrás de estos síntomas manifiestos pude deducir la presencia de una profunda hipocondría, de fuertes ideas de persecución y referencia, que por momento tomaban el carácter de delirios, pero que parecían serle curiosamente indiferentes. Por ejemplo, este hombre, durante su estada en una pensión veraniega, tenia la impresión de que una de las huéspedes le provocaba sexualmente y amenazaba su vida. Una indisposición sin importancia le pareció provocada por un pan que esta señora le había comprado. Creía que lo había envenenado. Por eso el señor B. abandonó enseguida esta pensión, pero volvió a ella un año más tarde. Y lo hizo sabiendo que iba a encontrarse otra vez con esta mujer. Se acercaron y establecieron una relación amistosa. Pero a pesar de eso, B. siguió con su antigua sospecha. Se tranquilizó, pensando que ella, como amiga suya, no iba a repetir su intento de envenenamiento. Lo notable era que no le guardaba rencor por el supuesto intento. Esta actitud se basaba en parte en su amplio desplazamiento afectivo y en parte en su actitud comprensiva y tolerante frente a la psiquis de otras personas. Pudo ocultar a todos estas ideas de referencia, persecución y ansiedad hipocondríaca y aun, en cierto sentido, sus graves síntomas obsesivos. Este extraordinario poder de disimulo iba junto con sus características paranoides, que eran muy fuertes. Aunque sentía que era observado y espiado por la gente y desconfiaba mucho de ella, su sutileza psicológica fue tan grande que pudo ocultar sus pensamientos y sentimientos completamente. Pero junto con este esfuerzo calculador de disimulo, en él había una gran frescura y espontaneidad de sentimientos, que surgía de su positiva relación de objeto y se remontaba a su fuerte sentimiento optimista originado en las profundas capas de su mente; estos últimos le ayudaron también a ocultar su enfermedad, pero en los últimos años había perdido casi toda su eficacia.

B. era un verdadero homosexual. Aunque tenía buenas relaciones con la mujer (y con el hombre) como seres humanos, como objetos sexuales los rechazaba tan completamente que no podía comprender cómo podían poseer alguna atracción. Desde el punto de vista físico ellas eran algo raro, misterioso y sobrenatural para él. Las formas de sus cuerpos le repelían, especialmente los pechos y las nalgas y su falta de pene. Su aversión a los pechos y nalgas se basaba en impulsos sádicos muy fuertes. Tenía fantasías de golpear "aquellas partes salientes" hasta que se hiciera "planas" y "reducidas", y quizá de este modo, él decía, podría amar a las mujeres. Estas fantasías estaban determinadas por su idea inconsciente de que la mujer estaba tan llena de penes del padre y excrementos peligrosos equiparados al pene, que éstos le habían deformado el cuerpo produciendo las saliencias del mismo. Así, su odio a las partes salientes estaba realmente dirigido contra los penes internalizados, que volvían a emerger. En su imaginación el interior del cuerpo de la mujer era un espacio enorme donde acechaban toda clase de peligros y muertes, y ella misma era una cosa que contenía penes terroríficos y excrementos peligrosos. Consideraba su tez delicada y todos sus otros atributos femeninos como una envoltura superficial que cubría la destrucción que había sido hecha en su interior, y aunque lo atraían, las temía, tanto más como que eran signos de su naturaleza engañosa y traicionera.

Equiparando el pene aterrador a pedazos de excrementos, mi paciente extendió aun más su desplazamiento del miedo surgido al pene del padre hacia el cuerpo de la madre, y lo aplicó también a los excrementos envenenados, y peligrosos de su padre. En este sentido buscó esconder dentro del cuerpo de su madre todas las cosas que él había odiado y temido. Que este proceso de desplazamiento había fracasado puede inferirse del hecho de que B. volvió a sus ocultos objetos de ansiedad bajo la forma de pechos y nalgas femeninas. Ellos simbolizaban perseguidores que salían del cuerpo de la mujer y lo observaban; y según me contó, con evidente displacer y ansiedad, nunca hubiera osado pegarle o atacarla porque tenía demasiado miedo de tocarla.

 

Al mismo tiempo que había desplazado de este modo hacia el cuerpo de su madre todas estas cosas que lo asustaban, haciendo de ella un objeto de horror, idealizó el pene y el sexo masculino en un grado muy elevado. Para él, el hombre, en quien todo se veía con claridad y que no ocultaba secretos en su interior, era el solo objeto hermoso y natural. De modo similar, había reprimido muy fuertemente todo lo que se relacionaba con el interior de su propio cuerpo y había concentrado su interés en todo lo que estaba en la superficie y era visible, especialmente en el pene. Pero lo fuerte de sus dudas, aun sobre este asunto, se vio en el hecho de que cuando tenía 5 años preguntó a su niñera qué era lo peor: "lo de adelante o lo de atrás" (significando pene o ano), y había quedado muy turbado cuando ésta le dijo: lo de adelante. También recordó que cuando tenía 8 años estaba en lo alto de una escalera, miró hacía abajo y odió las medias negras que llevaba. Sus asociaciones mostraron que la casa de sus padres le había parecido siempre triste, "muerta", y que se hacía a sí mismo responsable de esto en el significado simbólico del cuerpo de su madre y el suyo propio arruinado por sus peligrosos excrementos (las medias negras), que los habían dañado a ambos, a él y a madre. A consecuencia de la represión extensiva de su "interior" su desplazamiento de éste a su "exterior", B. había llegado a odiar temer a este último, no sólo en cuanto a su aspecto personal, aunque esto fue una continua fuente de preocupaciones y cuidados para él, sino también en cuanto a otros temas ligados a éste. Por ejemplo, tenía por ciertas vestimentas, especialmente la ropa interior, el mismo odio que tuvo por sus medias negras, y sentía como si ellas fueran sus enemigos que lo estaban cercenando, hundiéndolo al pegarse tan íntimamente con su cuerpo. Representaban sus objetos internalizados y excrementos que le perseguían desde el interior. En virtud del desplazamiento de su miedo a peligros internos, hacia el mundo externo, sus enemigos dentro de él se habían transformado en enemigos fuera de él.

Volvamos ahora a considerar la estructura del caso. El paciente había sido criado con biberón; el hecho de que estos componentes libidinales no habían sido gratificados por su madre; habían impedido su fijación oral de succión al pecho de la misma. Debido a su frustración, también sus impulsos destructivos contra el pecho había aumentado, transformando esta parte del cuerpo en bestias y monstruos peligrosos en su imaginación (en su inconsciente había asimilado el pecho de las mujeres con arpías). Este proceso había sido auxiliado por su equiparación del pecho con el pene del padre, que pensó había sido puesto en el. interior del cuerpo de la madre y luego había vuelto a surgir. Además había comenzado muy tempranamente a equiparar el biberón con el pene lleno, y, a consecuencia de su frustración del pecho, se dirigió a él con especial avidez, como un objeto de gratificación de sus deseos orales de succión. Su adopción d una actitud homosexual había sido ayudada grandemente por hecho de haber sido seducido muy tempranamente en su vida -aproximadamente en su segundo año- por su hermano, que era dos años mayor que él. Puesto que el acto de fellatio gratificaba sus deseos orales de succión hasta entonces insatisfechos, este hecho lo llevó a una fijación en el pene exageradamente fuerte. Otro factor fue que su padre, que hasta entonces había sido un hombre poco demostrativo, se hizo más afectuoso con la influencia de su hijo menor. El niñito se había propuesto conquistar su amor y lo había conseguido. El análisis mostró que el niño consideró esta victoria como una prueba de que era capaz de transformar el pene "malo" del padre en uno "bueno". Y sus esfuerzos para realizar una transformación de esta clase y disipar así un número de miedos se convirtió en años posteriores en uno de los motivos de tener relaciones con los hombres.

B. tenía dos hermanos. Por Leslie, el que lo había seducido y que era 2 años mayor que él, sentía gran admiración aun desde pequeño, y para él representó el pene "bueno", en parte sin duda a causa de la temprana gratificación de sus deseos orales que había recibido de su hermano mediante el acto sexual. Su mayor ambición fue hacerse digno de su amistad y seguir sus pasos, y, en efecto, eligió la misma profesión. En cuanto a su otro hermano, David, que era cuatro años mayor que él, tuvo una actitud muy diferente. Este hermano era hijo de su padre en un matrimonio anterior, y B. sintió, probablemente con exactitud, que su madre mostraba preferencia por sus propios hijos. No quería a este hermano y había tratado de superarlo cuando pequeño, a despecho de la diferencia de edades. Esto se debía en parte a la actitud masoquística de David, y en gran parte a su gran superioridad mental. Desahogaba contra su hermano, con el que también mantuvo relaciones sexuales en la temprana infancia, sus impulsos sádicos contra el pene "malo", y al mismo tiempo lo consideraba como la madre peligrosa que contenía los penes del padre. Sus hermanos, se verá, fueron los sustitutos de las imagos parentales, y fue contra ellos que activó sus relaciones con estas imagos, porque aunque quería a su madre en la vida real, y mucho más que a su padre, estaba poseído en la fantasía, como sabemos, por imagos del mágico pene "bueno" (su padre) y de una madre terrorífica. Nunca llegó a querer a David, aun siendo adulto, y esto fue en parte, según lo mostró el análisis, debido a que se sentía culpable frente a él.

 

Mientras, un número de factores animaban a B. a que adoptara una actitud homosexual, otros, externos, trabajaban ya tempranamente contra el establecimiento de una posición heterosexual. Su madre fue muy cariñosa con él, pero el niño pronto descubrió que no era muy afectuosa con su padre y que tenía una aversión a los genitales masculinos en general. Tenía, probablemente, razón en su impresión de que ella era frígida y desaprobaba los deseos sexuales del niño, y su amor muy pronunciado al orden y a la limpieza lo corroboraban. Las niñeras que había tenido desde pequeño eran adversas también a todo lo que fuera sexual o instintivo (el lector recordará la contestación de la niñera de que lo de "adelante" era peor que lo de "atrás"). Otra cosa que se opuso al establecimiento de la posición heterosexual, fue que no tuvo compañeritas de juego en su temprana infancia. No hay duda de que su miedo al interior misterioso del cuerpo de la mujer hubiera disminuido grandemente si hubiera tenido una hermana, porque entonces hubiera satisfecho su curiosidad sexual en cuanto a los genitales femeninos más tempranamente. De este modo no lo logró hasta que tuvo 22 años, cuando al observar el cuadro de una mujer desnuda se dio cuenta, conscientemente, de qué modo el cuerpo de la mujer difería del hombre. Se vio en el análisis que las polleras voluminosas y anchas que usaban las mujeres de su tiempo aumentó en forma múltiple su idea del enorme, desconocido y peligroso interior de sus cuerpos. Su "ignorancia" de estos temas -ignorancia que surgió de su ansiedad pero que fue aumentada por los factores externos ya descritos- contribuyó a su rechazo de la mujer como objeto sexual.

En mi descripción del desarrollo del hombre he mostrado que la centralización de su potencia sádica en el pene es un paso importante en el establecimiento de su posición heterosexual, y que para efectuar tal paso su yo tiene que haber adquirido una capacidad suficiente para tolerar su sadismo y ansiedad en los tempranos estadíos de su desarrollo. En B. esta capacidad fue muy poca. Su creencia en la omnipotencia de sus excrementos fue más fuerte que lo usual en los niños. Sus impulsos genitales y sus sentimientos de culpa, por otra parte, habían tomado la delantera muy tempranamente y habían traído consigo buenas relaciones con sus objetos y una adaptación satisfactoria con la realidad. El prematuro fortalecimiento de su yo tuvo como consecuencia la de ejercer una represión violenta de sus impulsos sádicos, especialmente los dirigidos contra la madre, de modo que no tuvieron suficiente contacto con sus objetos reales y permanecieron ligados a las imagos fantásticas, especialmente en lo que concernía a su madre. El resultado de esto fue que junto con la buena relación con los objetos de ambos sexos, había todavía un miedo profundo y dominante por sus imagos fantásticas y malas, y estas dos actitudes frente a sus objetos corrían un curso paralelo, pero separado, sin estorbarse una a la otra en ningún punto.

No sólo no pudo B., por las razones arriba citadas, emplear su pene como órgano de ejecución de su sadismo contra su madre, sino que no pudo realizar sus deseos de restaurarla por medio de su pene "bueno" en el acto sexual. En lo referente al pene de su padre, su sadismo estaba reprimido con mucho menos fuerza. Sin embargo, esto no influyó suficientemente en sus tendencias edípicas directas, porque los factores ya analizados trabajaban muy poderosamente contra el logro de una posición heterosexual. Su odio al pene de su padre no pudo así ser modificado de un modo normal. Esto tuvo que ser en parte sobrecompensado por una creencia en el pene "bueno" y esto formó la base de su posición homosexual.

En el curso de esta fuga de todo aquello que era anal y de todo lo relacionado con el interior del cuerpo, y ayudado por su fuerte fijación oral de succión sobre el pene y por los factores ya descritos, B. desarrolló muy tempranamente en su vida una gran admiración por el pene de los otros muchachos, admiración que en ciertos casos llegaba hasta la adoración. Pero el análisis mostró que a consecuencia de su intensa represión de lo anal, el pene había tomado cualidades anales en alto grado. Veía a su pene como inferior y feo (y sucio por completo), y su admiración por el pene de otros hombres y muchachos estaba sujeta a ciertas condiciones. Un pene que no cumpliera estas condiciones era repulsivo para él, porque entonces tomaba las características del pene peligroso de su padre y de "malos" pedazos de excrementos. A pesar de esta limitación, sin embargo logró una posición homosexual bastante estable. No tenía sentimientos de culpa consciente o de inferioridad por sus actividades homosexuales, porque en ellas sus tendencias restitutivas, que no habían podido aparecer en su posición heterosexual, desarrollaron su capacidad por completo.

La vida erótica de B. estaba dominada por dos tipos de objeto. El primero, al que se había dirigido persistentemente desde sus días escolares, consistía en muchachos y más tarde en hombres que no eran atractivos y que con razón se sentían en segundo plano. Este tipo respondía a su hermano David. B. no sentía placer en las relaciones sexuales con estas personas, porque sus impulsos sádicos jugaban con demasiada fuerza y él se daba cuenta que hacía que los otros sintieran su superioridad y los atormentaba de todos los modos posibles. Al mismo tiempo, sin embargo, era un buen amigo de ellos y ejercía una influencia mental favorable y los ayudaba de distintos modos. El segundo tipo correspondía a su otro hermano, Leslie. Acostumbraba a enamorarse muy profundamente con este tipo de personas y tenía una real adoración por su pene.

 

Ambos tipos servían para gratificar a B. en sus tendencias restitutivas y aliviar su ansiedad. En sus relaciones con el tipo primero, copular significaba restaurar el pene del padre y de su hermano David, que a causa de sus poderosos impulsos sádicos contra ellos creyó haber destruido. Al mismo tiempo se identificaba con este objeto inferior y castrado, de modo que el odio al objeto iba también dirigido contra sí mismo, y su restitución del pene del objeto implicaba una restitución de su propio pene. Pero, en el análisis posterior, las tendencias restitutivas frente al pene servían al propósito de restaurar a su madre; se traslucía que el haber castrado a su padre y a su hermano significaba haber atacado a los niños dentro de su madre y que sentía una culpa profunda frente a ella por esta causa. Restaurando el pene del padre y del hermano, trataba de devolver a su madre un padre ileso, niños ilesos y un interior ileso. La restauración de su propio pene significaba, además, que tenía un pene "bueno" y que podía dar a su madre gratificación sexual.

En la relación de B. con el tipo Leslie, su deseo de realizar restitución era menos evidente, porque en este caso se trataba del pene "perfecto". Este pene "perfecto" que fue el objeto de su admiración intensa, representaba un gran número de contrapruebas mágicas contra sus miedos. Y desde que se identificaba con su objeto de amor, el que éste poseyera un pene "perfecto" era la prueba de que su propio pene también era "perfecto"; y también mostró que el pene de su padre y hermano estaban intactos y fortaleció su creencia en el pene "bueno" en general, y también en la que el cuerpo de su madre estaba intacto. En su relación con el pene admirado, sus impulsos sádicos también encontraron salida, aunque de un modo inconsciente; porque aquí sus actividades homosexuales significaban la castración de su objeto de amor, en parte a causa de sus celos del mismo, y en parte, debido a que quería asir el pene "bueno" para poder de todos modos tomar el lugar del padre con la madre.

Aunque la posición homosexual de B. había sido establecida muy temprana y fuertemente, y aunque conscientemente rechazaba la heterosexual, había mantenido siempre inconscientemente fines heterosexuales frente a los cuales cuando niño había luchado ardientemente en su imaginación y a los que nunca había renunciado. Para su inconsciente, las diversas actividades homosexuales representaban caminos distintos que lo llevaban a un fin heterosexual.

Los standards que su superyó impuso a sus actividades sexuales eran muy altos. Al copular debía reparar cada cosa que había destruido en su madre. Su trabajo de restauración por medio del acto sexual comenzó, por las razones que hemos visto, con la restauración del pene, y allí también terminó. Fue como si una persona hubiera querido hacer una casa particularmente hermosa pero estuviera llena de dudas sobre si había puesto bien o mal los cimientos. Continuaba tratando de que estos cimientos fueran más sólidos, y no era nunca capaz de trabajar en el resto del edificio.

De este modo la creencia de B. en su capacidad para restaurar el pene era la base de su estabilidad mental, y cuando esta creencia fue destruida, se enfermó. Lo que sucedió fue lo siguiente: algunos años antes su querido hermano Leslie había perdido la vida en un viaje de exploración. Aunque su muerte había afectado a B. muy profundamente, no había trastornado su salud mental. Pudo soportar el golpe porque no hizo surgir su sentimiento de culpa o no minó en mayor grado su creencia en su omnipotencia constructiva. Leslie había sido para él el poseedor del mágico pene "bueno" y B. pudo transferir su creencia en él y su amor por él a otra persona como sustituto. Pero ahora su hermano David estaba enfermo. B. se dedicó a él durante su enfermedad y tuvo la esperanza de curarlo por medio de una fuerte y favorable influencia sobre él. Pero sus esperanzas fueron frustradas y David murió. Fue este golpe el que lo desmoralizó y trajo como consecuencia su enfermedad. El análisis demostró que este segundo golpe fue para él mucho más duro que el primero, porque tenia un fuerte sentimiento de culpa hacia su hermano mayor. Por encima de todo, su creencia de que podía restaurar el pene dañado había sido minada. Esto significó que tenía que abandonar la esperanza de todas las cosas que en su inconsciente estaba tratando de restaurar -en última instancia su madre y su propio cuerpo-. La severa inhibición en su trabajo fue otra consecuencia de la pérdida de esta esperanza.

Hemos visto por qué su madre no pudo ser el objeto de sus tendencias restitutivas llevadas a cabo por medio de la copulación, y de allí, el que no fuera un objeto sexual para él. Ella sólo pudo ser un objeto de sus emociones afectivas. Pero aun así su ansiedad y su sentimiento de culpa eran demasiado grandes; y no sólo sus relaciones de objetos estaban expuestas a serios trastornos, sino que sus tendencias de sublimación se vieron muy obstaculizadas. Sucedió que B. que estaba conscientemente muy preocupado por la salud de su madre -aunque como dijo él, no era exactamente inválida sino "delicada"-, era en su inconsciente un esclavo completo de esta preocupación. Lo expresó en la situación de transferencia, temiendo continuamente, antes de que su análisis se interrumpiera para las vacaciones (y, según se vio más tarde, antes de cada fin de semana, y aun entre un día y el otro), que nunca me vería de nuevo porque algún accidente fatal me podía ocurrir durante el intervalo. Esta fantasía, que volvía a él una y otra vez con toda clase de variaciones, era siempre del mismo tema -que a mí me sucedería un accidente, sería atropellada por un auto en una calle de mucho tránsito-. Esta calle en realidad era una calle de su ciudad natal en América y jugaba una gran parte en sus recuerdos infantiles. Cuando acostumbraba a salir con su niñera, siempre había cruzado la calle con el miedo -según lo demostró el análisis- de que nunca vería a su madre de nuevo. Siempre que se encontraba en un estado de profunda depresión, acostumbraba a decir en su análisis que las cosas nunca podrían "enmendarse" y que él nunca podría trabajar más, a menos que ciertas cosas hubieran sucedido, por ejemplo, que todo el tránsito que había pasado por esa calle no hubiera pasado. Para él, como para los niños a cuyos análisis he hecho referencia antes, el movimiento de coches representaba el acto de copulación entre sus padres, que en sus fantasías de masturbación él había transformado en un acto fatal para ambas partes, de modo que él se convirtió en la víctima del miedo a que su madre y (debido a su introyección del pene "malo" y de sus padres combinados) él mismo, serían destruidos por el peligroso pene de su padre incorporado dentro de ella. De aquí su miedo manifiesto a que ambos fueran atropellados por un coche. Contrastando con su ciudad natal, que él veía como un lugar arruinado, oscuro y sin vida a pesar del hecho -o debido al hecho, según demostró su análisis- de que allí había mucho tránsito (es decir, continua copulación entre su padre y su madre), se figuraba una ciudad imaginaria llena de vida, luz y belleza, y a veces encontraba su visión realizada, aunque solo por un corto tiempo, en las ciudades que él visitaba en otros países. Esta ciudad visionaria y lejana representaba a su madre una vez más restaurada y vuelta a despertar a una nueva vida y también a su propio cuerpo restaurado. Pero el exceso de su ansiedad le hizo sentir que una restauración de esta naturaleza no podría realizarse, y esto también fue la causa de su inhibición en el trabajo.

 

Mientras B. todavía pudo trabajar, estuvo ocupado en escribir un libro en el cual había recopilado los resultados de sus investigaciones científicas. Este libro, cuya escritura tuvo que abandonar cuando su inhibición para el trabajo se hizo demasiado fuerte, tenía el mismo significado para él que la hermosa ciudad. Cada trozo separado de información, cada oración aislada, denotaba el pene restaurado de sus padres y los niños ilesos, y el libro en sí representaba a su madre ilesa y a su propio cuerpo restaurado. Se vio en el análisis que fue su miedo al contenido "malo" de su cuerpo el principal impedimento para sus poderes creativos. Uno de sus síntomas hipocondríacos fue un sentimiento de inmenso vacío en su interior. En el plano intelectual tomó la forma de una queja de que las cosas que eran valiosas y hermosas e interesantes para él, habían perdido valor y estaban "gastadas" y que se las habían robado de algún modo. La causa más profunda de esta queja resultó ser su miedo de que al arrojar sus malas imagos y excrementos peligrosos hubiera perdido aquellos contenidos de su cuerpo que eran "buenos y hermosos".

El motivo más poderoso de su trabajo creativo provenía de su posición femenina. En su inconsciente fue impuesta una cierta condición: A menos que su cuerpo estuviera lleno de buenos objetos -en realidad de hermosos niños- no podría crear, es decir, traer niños al mundo. Con el fin de obedecer a esta condición, tenía que desembarazarse de los objetos "malos" en su interior (pero entonces se sentía vacío); o si no, tenía que transformarlos en objetos "buenos" del mismo modo que quería transformar el pene de su padre y de su hermano en penes "buenos". Si hubiera podido hacer esto hubiera tenido la seguridad de que el cuerpo de su madre y los niños de ella y el pene de su padre estaban también todos restaurados; entonces, su padre y su madre hubieran podido vivir juntos cordialmente y tener entre ellos satisfacción sexual completa, y él mismo al identificarse con su padre bueno, podría haber dado a su madre niños y haber consolidado su posición heterosexual.

Cuando mi paciente volvió de nuevo a su libro después de un análisis de 14 meses, su identificación con su madre se colocó en un primer plano muy claramente. Esto se demostró en la situación de transferencia en fantasías de ser mi hija. Recordó que cuando él era un niñito ansiaba ser una niña conscientemente, porque su madre hubiera preferido tener una hija, e inconscientemente porque entonces hubiera podido amar a su madre de un modo sexual. Porque así no hubiera tenido que temer dañarla con su pene, que era odioso para ella y que él mismo sentía peligroso. Pero a pesar de su identificación con su madre y sus características marcadamente femeninas -características que también se presentaron en su libro- no había podido mantener la posición femenina. Esto era un gran impedimento en el camino de sus actividades creadoras, que habían estado siempre inhibidas de algún modo.

A medida que su identificación con su madre y su deseo de ser mujer se hicieron más prominentes en el análisis, su inhibición en el trabajo disminuyó gradualmente. Su deseo de tener niños y, paralelamente, sus capacidades creadoras habían sido obstaculizadas por sus miedos a sus objetos internalizados; porque su miedo a su madre como rival estaba dirigido primero y principalmente hacia su "mala" madre internalizada, quien estaba unida a su padre. Eran aquellos objetos internalizados los causantes también de su intenso miedo de ser observado. Tenía que preservar de ellos todos sus pensamientos, porque cada pensamiento representaba un trocito bueno dentro de él: un niño. Por esta razón transfería sus pensamientos al papel tan rápidamente como le era posible, para protegerlos de los objetos malos que se interponían en su camino al escribir. Tenía que realizar la separación de los objetos malos de los buenos dentro de su cuerpo y también transformar los malos en buenos. Su trabajo al escribir su libro y el proceso total de su producción mental vinculado a esto, estaban equiparados en su inconsciente a la restauración del interior de su cuerpo y a la creación de niños. Estos niños iban a ser de su madre, y él restauraba a su buena madre dentro de él llenándola a ella con hermosos niños restaurados y tratando cuidadosamente de preservar aquellos objetos -creados de nuevo- de los objetos "malos" dentro de él, que eran sus padres combinados en copulación y el pene "malo" de su padre. De este modo hacía a su propio cuerpo también sano y hermoso, porque su "buena", hermosa e intacta madre, a su vez, lo protegía de los "malos" objetos dentro de él. Con esta madre "buena" restaurada B. pudo también identificarse. Los hermosos niños (pensamientos, conocimientos) con los cuales, en su imaginación, poblaba su interior, eran los niños que había concebido en identificación con su madre, así como los niños que había engendrado ella como la "buena" madre, es decir, la madre que le dio a él leche curativa y así lo ayudó a tener el pene potente y curativo. Y no fue hasta que pudo adoptar y sublimar esta posición femenina que sus componentes masculinos se hicieron más eficaces y provechosos en su trabajo.

 

A medida que su creencia en su madre "buena" se hizo más poderosa, su ansiedad paranoide e hipocondríaca y también sus depresiones se hicieron menos intensas, B. pudo en grado creciente realizar su trabajo, al principio presentando todos los signos de ansiedad y compulsión, pero luego haciéndolo con mucha más facilidad y soltura. Junto con esto hubo una ininterrumpida disminución de sus manifestaciones homosexuales. Su adoración por el pene disminuyó y su miedo por el pene "malo", que hasta ahora había sido oscurecido por su admiración por el pene "bueno" y hermoso, se hizo más claro. En esta fase nos encontramos frente a un miedo particular, el de que el pene "malo" internalizado de su padre había tomado posesión del suyo, colocándose dentro de él y controlándolo desde adentro. B. sintió que había perdido el dominio de su propio pene y no podía usarlo en una forma "buena" y productiva. Este miedo había aparecido con mucha fuerza durante su pubertad. En esa época trataba con toda su fuerza de impedir la masturbación. Y como consecuencia tenía poluciones nocturnas. Esto hizo nacer un miedo en él de no poder controlar su pene y de que estaba poseído por el diablo. También pensó que era debido a esto que podía hacer cambiar el tamaño de su pene y volverlo más grande o más chico, y atribuía todos los cambios que éste sufría en relación con su desarrollo a la misma causa.

Este miedo había contribuido enormemente a su aversión por su propio pene y a su sentimiento de que era inferior en el sentido de ser anal, "malo" y destructivo. Surgió en conexión con esto un impedimento importante también para su adopción de una posición heterosexual. Desde que debía suponer que el pene "malo" de su padre estaría siempre presente mientras él realizara el coito con su madre y lo forzaría a cometer malas acciones, se veía obligado a apartarse de las mujeres. Se hizo evidente ahora que el énfasis excesivo que había puesto sobre su pene como representante de lo consciente y de lo que era visible y su múltiple represión y negación de la existencia del interior de su cuerpo había fracasado también en este punto. Tan pronto como este conjunto de miedos fueron analizados, la capacidad de trabajo de B. aumentó aun más y su posición heterosexual se vio fortificada.

En este punto de su análisis mi paciente tuvo que dejar de venir por algún tiempo porque se vio obligado a volver a América para arreglar sus asuntos, pero tenía la intención de volver para prolongar el tratamiento. Hasta este punto su análisis había ocupado 380 horas y había durado unos 2 años. Los resultados hasta ese momento fueron de que sus profundas depresiones y su inhibición en el trabajo habían sido casi completamente curadas y sus síntomas obsesivos y su ansiedad, tanto del tipo paranoide como hipocondríaco, habían disminuido considerablemente. Estos resultados justifican que creamos que un período de tratamiento posterior le hubiera permitido establecer completamente una posición heterosexual. Pero para realizar esto se hace claro, por el análisis ya efectuado, que su miedo a la imago no real de su madre tendría que ser aun más disminuida, de modo que sus objetos reales e imaginarios, tan ampliamente separados en su mente, pudieran unirse aun más, y su creciente creencia en su buena" madre restaurada y en su posesión de un "buen" pene, que hasta ahora en su mayor parte ha sido dirigido hacia su madre internalizada, y ayudado a curar su inhibición en el trabajo, pudieran tener un efecto completo sobre sus relaciones con las mujeres como objeto sexual. Además su miedo al pene "malo" de su padre tendría que ser aun más disminuido para fortificar su identificación con su padre "bueno".

En el caso que analizamos se verá que los factores sobre cuya fuerte actuación depende el cambio completo del paciente de la homosexualidad a la heterosexualidad, son los mismos factores que aquellos cuya presencia ha sido mencionada en la primera parte de este capítulo como condición necesaria para el firme establecimiento de una posición heterosexual. Al reconstruir o investigar el desarrollo del hombre normal, señalé que la base del mismo era la supremacía de la buena imago de la madre, que ayuda al niño a vencer su sadismo y que actúa contra todas sus diversas ansiedades. Como en el caso de sus miedos, en éste, el deseo del niño de restaurar el cuerpo de la madre y el suyo propio actúan entre sí, siendo la realización del uno esencial para la realización del otro. En el estadío genital son una precondición para el logro de su potencia sexual. Una creencia adecuada en los "buenos" contenidos de su cuerpo, que se oponen y neutralizan a los "malos" contenidos y los excrementos, parece ser necesaria para que su pene, como representante de su cuerpo en un todo, produzca un semen "bueno" y benéfico. Esta creencia, que coincide con la creencia en su capacidad para amar, depende de que tenga una creencia suficiente en sus imagos "buenas", especialmente en su madre "buena" y en el cuerpo intacto y benéfico de ella.

Cuando ha logrado el nivel genital completo, el hombre vuelve durante la copulación a su fuente originaria de gratificación, a su madre bondadosa, que ahora le proporciona a él también placer genital, y, en parte como un regalo de agradecimiento, en parte como una reparación por todos los ataques que él ha efectuado sobre ella desde la época en que dañó sus pechos, le da a ella su semen "benéfico", la dotará de niños, restaurará su cuerpo y también le proporcionará gratificación oral.

La ansiedad y sentimiento de culpa, que están todavía presentes en él, han aumentado y se han profundizado y han dado forma a sus impulsos libidinales primarios que tenía ya cuando era un niño de pecho, proporcionando a su actitud hacia su objeto toda esa riqueza y amplitud del sentimiento que llamamos amor.

 

APENDICE

ALCANCES Y LIMITES DEL ANALISIS DEL NIÑO

En lo que respecta al adulto, la función del psicoanálisis es clara. Es corregir la dirección infructuosa que ha tomado su desarrollo psicológico. Para lograr esto se debe llegar a armonizar su ello con los requerimientos de su superyó. M efectuar un ajuste de esta naturaleza se pondrá también a su yo, ahora fortalecido, en posición de satisfacer también los requerimientos de la realidad.

Pero en cuanto a los niños, ¿cómo afecta el análisis una vida que está aún en proceso de desarrollo? En primer lugar, el análisis resuelve las fijaciones sádicas del niño disminuyendo así la severidad de su superyó, disminuyendo al mismo tiempo su ansiedad y la presión de sus deseos instintivos; y, a medida que tanto su vida sexual como su superyó logran un estadío más elevado de desarrollo, su yo se expande y puede reconciliar los requerimientos de su superyó con los de la realidad, de modo que sus nuevas sublimaciones están más sólidamente fundadas y las antiguas pierden su carácter espasmódico y obsesivo.

En la pubertad la separación del niño de sus objetos, que debe realizarse junto con el aumento de sus standards internos, puede sólo efectuarse si su ansiedad y sentimiento de culpa no sobrepasan ciertos límites. De otra manera su conducta tendrá el carácter de huida más que de verdadera separación, o no podrá alejarse y permanecerá fijado siempre a sus objetos originarios.

Para que el desarrollo del niño sea satisfactorio, la severidad de su superyó debe ser mitigada. Por mucho que se diferencien los standards propios de cada edad, el logro de ellos dependerá, en cada caso, de la misma condición fundamental, es decir, de un ajuste entre el superyó y el ello y el consecuente establecimiento de un yo adecuadamente fuerte. El análisis, al ayudar a efectuar un ajuste de esta naturaleza, acompaña y auxilia la línea natural de crecimiento del niño en todos los estadíos de su desarrollo. Al mismo tiempo regula sus actividades sexuales. Disminuyendo su ansiedad y sentimientos de culpa, limita aquellas actividades en cuanto son compulsivas, y las reactiva cuando han dado lugar a un miedo o fobia a tocar. Al afectar así en conjunto los factores que forman la base de un desarrollo inadecuado, el análisis también permite al niño desarrollar libremente los comienzos de su vida sexual y de su personalidad futura.

En estas páginas he tratado de demostrar que cuanto más profundamente penetra el análisis en los estratos subyacentes de la mente, más aliviada estará la presión del superyó. Pero debemos preguntarnos si no es posible que un procedimiento analítico en profundidad de esta naturaleza pueda disminuir en gran parte la función del superyó o aun abolirla del todo. Hemos visto que la libido, el superyó y la relación de objeto actúan juntos en su desarrollo, y que los impulsos libidinales y destructivos, además de estar fundidos unos con otros, ejercen una acción reciproca el uno hacia el otro; y también hemos visto que cuando surge la ansiedad como resultado del sadismo las exigencias de aquellos dos grupos de impulsos aumentan. Así, la ansiedad que surge de las primeras situaciones de peligro no sólo ejerce una gran influencia sobre los puntos de fijación libidinal y las experiencias sexuales del niño, sino que está realmente ligada a ellas y se convierte en un elemento de aquellas fijaciones libidinales.

La experiencia psicoanalítica ha demostrado que aun un tratamiento completo sólo disminuye la fuerza de los puntos de fijación pregenitales del niño y su sadismo, pero nunca los suprime del todo. sólo una parte de su libido pregenital puede ser convertida en libido genital. Este hecho también es verdadero, en mi opinión, en lo que respecta al superyó. La ansiedad que el niño tiene como resultado de sus impulsos destructivos, y que responde tanto en cantidad como en calidad a sus fantasías sádicas, se une a su miedo a objetos internalizados peligrosos y lo lleva a situaciones de ansiedad definidas; estas situaciones de ansiedad están ligadas a sus impulsos pregenitales, y como he tratado de demostrar, nunca puede deshacerse de ellas totalmente. El análisis sólo puede debilitar su poder en la medida en que reduce la ansiedad y el sadismo del niño. De aquí se sigue que el superyó que pertenece a los primeros estadíos del niño nunca puede abandonar sus funciones completamente. Todo lo que el análisis puede hacer es relajar las fijaciones pregenitales y disminuir la ansiedad y auxiliar así al superyó a avanzar desde un estadío pregenital a uno genital. Cada avance hecho en la reducción de la severidad del superyó significa que los impulsos libidinales han ganado poder en relación con los destructivos y que la libido ha llegado al estadío genital en una medida mejor. Quisiera,. por un momento, considerar los factores que producen las enfermedades psiconeuróticas. No discutiré aquellos casos, muy numerosos, en los cuales la enfermedad se remonta a la primera infancia del individuo, cambiando a veces sus características en el curso de su vida y a veces conservando su carácter originario, sino que me limitaré a aquellos casos en los cuales el comienzo de la enfermedad data, aparentemente, de un momento particular de su vida.

El análisis demuestra que la enfermedad estaba ya allí en forma latente pero que, como resultado de ciertos acontecimientos entró en un periodo agudo que la convirtió en una enfermedad desde el punto de vista práctico. Uno de los modos en los cuales esto puede suceder es que el individuo pueda enfrentarse en su vida con acontecimientos que confirmen sus situaciones de ansiedad temprana, predominantes en tal forma, que la cantidad de ansiedad presente en él aumente en un grado tal que su yo no puede tolerar y se haga manifiesta en forma de enfermedad. También puede ocurrir que acontecimientos externos de naturaleza desfavorable adquieran un significado patológico para él, produciéndole perturbaciones en el proceso del dominio de la ansiedad, con el resultado de que su yo es expuesto sin ayuda a la presión excesiva de ansiedad. De este modo, haciendo vacilar su creencia en sus imagos bondadosas y en sus propias capacidades constructivas, obstaculizando así sus medios para dominar la ansiedad, hace que alguna desilusión, aunque pequeña en sí misma, pueda provocar en él la enfermedad, del mismo modo que un acontecimiento real que confirme sus primeros miedos y aumente su ansiedad. Estos dos factores van paralelos en cierto sentido y cualquier acontecimiento que actúe de este modo es capaz de provocar una enfermedad mental.

 

Vemos entonces que las primeras situaciones de ansiedad del niño son la base de todas las afecciones psiconeuróticas. Y desde que, como sabemos, el análisis no puede nunca detener del todo la operación de aquellas situaciones, ya sea en el tratamiento de adultos como en el de niños, no puede nunca efectuar una cura completa ni excluir enteramente la posibilidad de que el individuo sucumba a una enfermedad mental en alguna época futura. Pero lo que puede hacer es lograr una cura relativa y disminuir así, en gran parte, las posibilidades de una enfermedad futura. Y esto es de gran importancia práctica. Cuanto más pueda hacer el análisis en el sentido de disminuir la fuerza de las situaciones de ansiedad tempranas en el niño y de fortificar su yo y los métodos empleados por su yo en el dominio de la ansiedad, más éxito tendrá como medida profiláctica.

Otra limitación a la cual está sujeta el psicoanálisis surge de las variaciones individuales que existen aun en los niños muy pequeños en cuanto al ajuste mental del individuo.

La extensión de esta capacidad para resolver la ansiedad dependerá mucho de la cantidad de ansiedad presente, de las situaciones de ansiedad que predominen y de cuáles sean los principales mecanismos defensivos que el yo haya desarrollado en los primeros estadíos de su evolución. En otras palabras, dependerá de lo que fue la estructura de su perturbación mental en la infancia.

En casos bastante graves he encontrado que es necesario realizar el análisis por un largo tiempo -para niños entre 5 y 13 años, entre 18 y 36 meses de trabajo, y para adultos aun más- antes de que la ansiedad haya sido modificada suficientemente tanto en calidad como en cantidad para que me sienta justificada para dar fin al tratamiento. Por otra parte, la desventaja de un tratamiento de tal longitud se halla compensada por los resultados permanentes y satisfactorios que puede lograr un análisis profundo. En muchos casos es suficiente un tiempo menor, no más de 8 a 10 meses de trabajo, para obtener resultados completamente satisfactorios.

Varias veces hemos llamado la atención sobre las posibilidades ofrecidas por el análisis de niños. El análisis puede hacer por los niños, ya sean normales o neuróticos, todo lo que puede hacer por los adultos y mucho más. Puede librar al niño de mucho dolor continuo y de experiencias penosas por las que atraviesa el adulto antes de ser analizado, y sus perspectivas terapéuticas son mucho mayores. La experiencia de los últimos años nos ha proporcionado, tanto a mi como a otros analistas de niños, buenos fundamentos para creer que la psicosis y los rasgos psicóticos, las malformaciones de carácter, la conducta asocial, neurosis obsesivas graves e inhibiciones de desarrollo pueden ser curadas mientras el individuo es todavía joven. Cuando ya es adulto, estas condiciones, como sabemos, son inaccesibles o sólo accesibles en parte al tratamiento psicoanalítico. El curso que tomará una enfermedad en los años futuros a menudo no puede predecirse en la infancia. Es imposible saber con certeza si se transformará en una psicosis, en una conducta criminal, en una malformación del carácter, o en una inhibición grave. Pero un análisis exitoso de niños anormales evitará todas estas posibilidades. Si todo niño que presente perturbaciones graves fuera analizado a su debido tiempo, un gran número de aquellas personas que más tarde terminan en prisiones, en sanatorios de enfermedades mentales o que llegan a desmoralizarse totalmente podrían salvarse de tal destino y desarrollar una vida normal. Si el análisis de niños puede realizar un trabajo de esta naturaleza, y hay evidencias para suponerlo, seria el medio no sólo de ayudar al individuo, sino también de realizar un servicio incalculable a la sociedad. 

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