PRINCIPIOS PSICOLÓGICOS DEL ANÁLISIS INFANTIL (1926)

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Melanie Klein

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            En el siguiente artículo me propongo examinar en detalle ciertas diferencias entre la vida mental de los niños pequeños y la de los adultos. Estas diferencias requieren que usemos una técnica adapta­da a la mente del niño pequeño, y trataré de demostrar que hay una cierta técnica de juego analítica, que cumple con este requisito. Esta técnica está planeada de acuerdo con ciertos puntos de vista que exa­minaré con algún detalle en este artículo.

            Como sabemos, los niños forman relaciones con el mundo exter­no dirigiendo hacia los objetos de los que se obtiene placer la libido originalmente apegada exclusivamente al propio yo del niño. La relación del niño con estos objetos, sean vivientes o inanimados, es en primer lugar narcisista. Sin embargo, es de este modo como los niños llegan a tener relaciones con la realidad. Quisiera ahora ilustrar con un ejemplo la relación de los niños pequeños con la realidad.

            Trude, una niña de tres años y tres meses, se fue de viaje con la madre luego de una única sesión de análisis. Seis meses después reini­cié el análisis. Fue sólo después de tiempo considerable que habló de algo que había pasado en ese intervalo, y la ocasión en que lo hizo fue durante el relato de un sueño. Soñó que estaba nuevamente en Italia con su madre, en un restaurante familiar. La camarera no le daba jarabe de frutilla, porque no quedaba más. La interpretación de este sueño mostró, entre otras cosas, que la niña sufría aún de la privación del pecho materno impuesta por el destete; además, reveló su envidia a su hermanita. Por lo general, Trude me contaba toda clase de cosas aparentemente irrelevantes, y también mencionaba re­petidamente detalles de su primera sesión analítica, seis meses atrás, pero era sólo la conexión con las frustraciones que había experimentado lo que le hacía pensar en sus viajes, que por otra parte no tenían interés para ella.

            En una edad muy temprana los niños empiezan a conocer la reali­dad a través de las privaciones que ésta les impone. Se defienden a si mismos contra la realidad repudiándola. Sin embargo lo fundamen­tal y el criterio de toda capacidad ulterior de adaptación a la reali­dad, es el grado en que son capaces de tolerar las privaciones que re­sultan de las situaciones mismas. De ahí que incluso en niños pe­queños, un repudio exagerado de la realidad (a menudo encubierto bajo una aparente "adaptabilidad" y "docilidad") es una indicación de neurosis y difiere de la huida de la realidad del adulto neurótico sólo en las formas en que se manifiesta. Por consiguiente, incluso en el análisis de niños pequeños, uno de los resultados finales a obtener es la adaptación exitosa a la realidad. Una forma en que esto se ma­nifiesta en los niños es la modificación de las dificultades que presen­tan en su educación. En otras palabras, estos niños se han hecho ca­paces de tolerar frustraciones reales.

            Podemos observar que los niños muestran a menudo, ya al prin­cipio de su segundo año, una marcada preferencia por el progenitor del sexo opuesto y otros indicios de tendencias edípicas incipientes.

            Cuándo empiezan los conflictos subsiguientes, es decir, en qué punto el niño llega a estar realmente dominado por el complejo de Edipo, es menos claro, ya que deducimos su existencia sólo de ciertos cambios que advertimos en el niño.

            El análisis de un niño de dos años y nueve meses, otro de tres años y tres meses, y varios de alrededor de cuatro años, me ha lleva­do a la conclusión de que en ellos el complejo de Edipo ejerció una profunda influencia ya en su segundo año de vida[1]. Ilustraré esto con el desarrollo de una pequeña paciente. Esta mostró preferencia por su madre hasta el comienzo de su segundo año; después mostró una llamativa preferencia por el padre. Por ejemplo, a los quince meses repetidamente pedía quedarse sola con él en la habitación, sentarse en sus rodillas, mirar libros junto con él. Pero a los dieciocho meses, su actitud cambió nuevamente, y prefirió otra vez a la madre. Simultáneamente empezó a sufrir terrores nocturnos y miedo a los animales.

            Desarrolló una excesiva fijación a la madre y una muy profunda identificación con el padre. Al comienzo de su tercer año manifestó creciente ambivalencia, y era tan difícil criarla que cuando tenia dos años y nueve meses fue traída al tratamiento analítico. En esta época había mostrado por algunos meses una considerable inhibición en el juego, incapacidad para tolerar frustraciones, excesiva sensibilidad al dolor y marcado malhumor. Las siguientes experiencias han contribuido a este desarrollo. Hasta la edad de casi dos años Rita durmió en la habitación de sus padres, y los efectos de la escena pri­maria se mostraron claramente en su análisis. Sin embargo, la ocasión de la irrupción de su neurosis fue el nacimiento de su hermanito. Poco después de esto se manifestaron dificultades aun mayores que aumentaron rápidamente. No puede haber dudas de que hay una estrecha conexión entre la neurosis y efectos tan profundos del complejo de Edipo experimentados en edad tan temprana. No puedo determinar si es a niños neuróticos a quienes la actuación temprana del complejo de Edipo afecta tan intensamente, o silos niños se vuel­ven neuróticos cuando este complejo se instala demasiado pronto. Es, sin embargo, seguro que experiencias como las que he mencionado aquí hacen el conflicto más grave, y que por consiguiente o incre­mentan la neurosis o provocan su irrupción.

            Seleccionaré ahora de este caso los rasgos que los análisis de niños de diferentes edades me han enseñado que son típicos. Se los ve más directamente en el análisis de niños pequeños. En varios casos en los que analicé ataques de angustia en niños muy pequeños, estos ataques resultaron ser la repetición de un terror nocturno que había ocurrido en la segunda mitad del segundo año y al comienzo de su tercer año. Este temor era a la vez un efecto de una elaboración neurótica del complejo de Edipo. Hay muchas elaboraciones de este tipo, que nos llevan a establecer conclusiones firmes sobre los efectos del complejo de Edipo[2].

 

            Entre estas elaboraciones, en las que era muy clara la vinculación con la situación edípica, debe recalcarse la forma en que los niños frecuentemente se caen y se lastiman, su hipersensibilidad, su incapa­cidad de tolerar frustraciones, sus inhibiciones de juego, su actitud ambivalente hacia ocasiones festivas y regalos, y finalmente diversas dificultades en la crianza que a menudo hacen su aparición a una edad sorprendentemente temprana. Pero encuentro que la causa de estos fenómenos muy comunes es un sentimiento de culpa particular­mente fuerte, cuyo desarrollo examinaré ahora con detalle.

            Mostraré con un ejemplo cuán intensamente el sentimiento de culpa opera incluso en el terror nocturno. Trude, a la edad de cuatro años y tres meses, jugaba constantemente durante la sesión a que era de noche. Ambas teníamos que irnos a dormir. Después salía del rin­cón al que llamaba su habitación, venia sigilosamente hacia mí y me hacía toda clase de amenazas, me iba a apuñalar la garganta, arro­jarme al patio, quemarme o entregarme a la policía. Trataba de atar mis manos y pies, levantaba la cobertura del sofá y decía que estaba haciendo "po-caca-cucú"[3].

            Resultó que estaba mirando en el "popo" de la madre para ver si había cacas, que para ella representaban el niño. Otra vez quiso pe­garme en el estómago y declaró que estaba sacando las "a-a" (heces), y dejándome pobre. Después sacó los almohadones, a los que repetidamente llamaba "niños" y se escondió con ellos en el rin­cón del sofá, en el que se agachó con intensos signos de miedo, se cubrió, se succionó el pulgar y se orinó. Esta situación seguía siempre a sus ataques hacia mí. Su actitud era, sin embargo, similar a la que, cuando aún no tenía dos años, había adoptado en la cama cuando empezó a sufrir de intensos terrores nocturnos. También en esta época solía correr repetidamente a la habitación de sus padres durante la noche sin poder decirles qué era lo que quería. Cuando nació su hermano tenía dos años, y el análisis logró revelar qué había en su mente en esa época y también cuáles eran las causas de su an­gustia y del orinar y ensuciar la cama. El análisis logró también abo­lir estos síntomas. En esa época ya había deseado robar a su madre, que estaba embarazada, los hijos, matarla y tomar su lugar en el coito con el padre. Estas tendencias al odio y la agresión eran la causa de su fijación a la madre (que, a la edad de dos años, se estaba volviendo particularmente intensa), y también de sus sentimientos de angustia y culpa. En el período en que estos fenómenos eran tan pro­minentes en el análisis de Trude, se las arreglaba para lastimarse casi siempre justo antes de la sesión. Descubrí que los objetos con los que se lastimaba (mesas, armarios, estufas, etc.) significaban para ella (de acuerdo con la primitiva identificación infantil) a la madre, o a veces al padre, que la castigaba. En general he descubierto, especialmente en niños muy pequeños, que "estar constantemente en guerra" y caer y lastimarse está estrechamente conectado con el complejo de castración y el sentimiento de culpa.

            Los juegos de los niños nos permiten formular ciertas conclu­siones especiales sobre el temprano sentimiento de culpa. Ya en su segundo año, los que estaban en contacto con Rita se sorprendían de su remordimiento por cualquier travesura, por pequeña que fuera, y de su hipersensibilidad a cualquier tipo de reproche. Por ejemplo, estallaba en lágrimas cuando su padre, jugando, amenazaba a un oso de un libro de láminas. Aquí, lo que determinó su identi­ficación con el oso fue su miedo al reproche del padre real. También su inhibición de juego procedía de su sentimiento de culpa. Cuando tenía dos años y tres meses declaraba repetidamente, cuando jugaba con su muñeca (juego del que no disfrutaba mucho), que ella no era la muñeca-bebé de su madre. El análisis reveló que ella no se animab­a jugar a ser la madre porque la muñeca-bebé representaba para ella entre otras cosas, a su hermanito, que habla deseado arrebatar a su madre, incluso durante el embarazo. Pero aquí la prohibición del deseo infantil ya no provenía de la madre real, sino de la madre introyectada, cuyo rol representó ante mí en diversas formas, y quien ejercía una influencia más severa y cruel sobre ella que lo que su madre real hubiera hecho nunca. Un síntoma obsesivo que Rita desarrolló a los dos años fue un ritual nocturno que implicaba mucha pérdida de tiempo.

            Su punto principal era que insistía en ser fuertemente arropada con la sábana por miedo a que "un ratón o una butty (mariposa) podrían venir a través de la ventana y arrancar con los dientes su butty (genital)"[4]. Sus juegos revelaron otros determinantes: la mu­ñeca tenía que ser siempre arropada igual que Rita misma, y en una oportunidad puso un elefante junto a la cama de la muñeca. Se supo­nía que este elefante iba a impedir que la muñeca se levantara; si no, entraría furtivamente a la habitación de sus padres y les haría daño o les quitaría algo. El elefante (imago paterna) tenía que tomar la parte del que ponía obstáculos. Este papel lo había representado el padre introyectado dentro de ella desde la época en que, entre los quince meses y los dos años, había querido usurpar el lugar de la madre con el padre, robar a la madre el niño con que estaba embarazada, y da­ñar y castrar a sus padres. Las reacciones de ira y angustia que seguían al castigo a la "niña" durante esos juegos mostraron, además, que Rita estaba representando internamente ambos papeles: el de las autoridades que juzgan y el del niño que es castigado.

            Un mecanismo fundamental y universal en el juego de represen­tar un papel sirve para separar estas identificaciones operantes en el niño, que tienden a formar un todo único. Por la división de roles el niño logra expulsar al padre y a la madre que en la elaboración del complejo de Edipo ha absorbido dentro de sí, y que ahora lo atormentan internamente con su severidad. El resultado de esta expul­sión es una sensación de alivio, que contribuye en gran medida al placer extraído del juego. Aunque este juego de representar parece a menudo muy simple y ser expresión sólo de identificaciones prima­rias, ésta es sólo la apariencia superficial. Es de gran importancia en el análisis de niños penetrar detrás de esta apariencia. Sin embargo, puede tener un pleno efecto terapéutico sólo si la investigación revela todas las identificaciones y elementos subyacentes y, ante todo, si he­mos encontrado el camino hacia el sentimiento de culpa que está aquí en acción.

 

            En los casos que he analizado, el efecto inhibitorio de los sentimientos de culpa fue evidente a una edad muy temprana. Lo que en­contramos aquí corresponde a lo que conocemos como el superyó en adultos. El hecho de que supongamos que el complejo de Edipo al­canza su punto culminante hacia el cuarto año de vida y que reconoz­camos el desarrollo del superyó como el resultado final del complejo, me parece que no contradice de ningún modo estas observaciones. Esos fenómenos definidos, típicos, cuya existencia podemos recono­cer en la forma más claramente desarrollada cuando el complejo de Edipo ha alcanzado su punto culminante y que precede a su declina­ción, son solamente la terminación de un desarrollo que dura años. El análisis de niños muy pequeños muestra que éstos, en cuanto sur­ge el complejo de Edipo, empiezan a elaborarlo y de ahí a desarrollar el superyó.

            Los efectos de este superyó infantil sobre el niño son análogos a los del superyó del adulto, pero pesan mucho más sobre el débil yo infantil. Como nos enseña el análisis de los niños, fortificamos este yo cuando el procedimiento analítico frena las exigencias excesivas del superyó. No puede haber dudas de que el yo de niños pequeños difiere del de los niños mayores o del de los adultos. Pero, cuando hemos liberado el yo del niño pequeño de la neurosis, resulta perfec­tamente adaptado a las exigencias de la realidad que encuentra exigencias todavía menos graves que las que se hacen a los adultos[5].

            Así como la mente de los niños pequeños difiere de la de los niños mayores, así también su reacción al psicoanálisis es en la temprana infancia diferente de la reacción posterior. Nos sorprendemos a me­nudo de la facilidad con que en ciertas ocasiones son aceptadas nuestras interpretaciones: incluso a veces los niños expresan conside­rable placer ante ellas. La razón por la cual este proceso es diferente del que encontramos en análisis de adultos es que en ciertos estratos de la mente infantil hay una comunicación mucho más fácil entre la conciencia y el inconsciente, y por consiguiente es mucho más fácil volver sobre los pasos del uno al otro. Esto explica el rápido efecto de nuestra interpretación, que por supuesto nunca es formulada ex­cepto sobre la base de material adecuado. Sin embargo, los niños a menudo producen este material con sorprendente rapidez y mucha variedad. El efecto, además, es a menudo sorprendente, incluso cuando el niño no ha parecido recibir de ningún modo la interpretación. Se reasume el juego interrumpido a causa de la instauración de las resistencias; se lo transforma y amplia, y se expresan estratos más profundos de la mente, se restablece el contacto entre el niño y el analista; el placer en el juego, que sigue visiblemente a la formulación de una interpretación, se debe también al hecho de que el gasto requerido por la represión no se necesita ya luego de la interpretación. Pero pronto encontramos otra vez resistencias durante algún tiempo, y aquí el asunto ya no es tan fácil como he descrito. En reali­dad, en esos momentos tenemos que luchar contra grandes dificulta­des. Esto sucede especialmente cuando encontramos un sentimiento de culpa.

            En su juego los niños representan simbólicamente fantasías, de­seos y experiencias. Emplean aquí el mismo lenguaje, el mismo mo­do de expresión arcaico, filogenéticamente adquirido con el que estamos familiarizados gracias a los sueños. Sólo podemos compren­derlo plenamente si lo enfocamos con el método que Freud ha de­sarrollado para descifrar los sueños. El simbolismo es sólo una parte de él; si queremos comprender correctamente el juego del niño en co­nexión con todo su comportamiento durante la sesión, debemos tener en cuenta no sólo el simbolismo que a menudo aparece tan clara­mente en sus juegos, sino también todos los medios de representa­ción y los mecanismos empleados en el trabajo del sueño, y tenemos que tener en cuenta la necesidad de examinar el nexo total de los fe­nómenos[6].

            Si empleamos esta técnica pronto encontramos que los niños pro­ducen no menos asociaciones con los rasgos distintos de sus juegos, que lo que hacen los adultos con los elementos de sus sueños. Los de­talles de su juego señalan el camino para un observador atento; y entretanto, el niño cuenta toda clase de cosas que deben valorarse plenamente como asociaciones.

            Además de este modo arcaico de representación, los niños emplean otro mecanismo primitivo, es decir, sustituyen con acciones (que fueron los precursores originales de los pensamientos) a las palabras: en los niños, actuar representa una parte prominente.

En "De la historia de una neurosis infantil"[7], Freud dice: "Un análisis hecho en un niño neurótico debe, por supuesto, parecer más confiable, pero no puede ser muy rico el material, deben prestarse al niño demasiadas palabras y pensamientos, e incluso así los estratos más profundos pueden resultar impenetrables a la conciencia."

 

            Si enfocamos el análisis infantil con la técnica adecuada al de los adultos seguramente no lograremos penetrar en los niveles más pro­fundos de la vida mental del niño. Pero son precisamente esos niveles los importantes para el éxito y valor de un análisis. Sin embargo, si tomarnos en cuenta las diferencias psicológicas entre niños y adultos y recordamos el hecho de que en los niños encontramos el incons­ciente actuando aún junto al consciente, las tendencias más primiti­vas junto a los desarrollos más complicados que conocemos, como el superyó, es decir, si comprendemos correctamente la forma de expresión del niño, desaparecen todos estos puntos dudosos y facto­res desfavorables, ya que encontramos que con respecto a la profun­didad y amplitud del análisis, podemos esperar tanto de los niños co­mo de los adultos. Y más aún, en el análisis de los niños podemos retroceder a experiencias y fijaciones que en el análisis de adultos solo podemos reconstruir, mientras que en los niños se las representa directamente[8]. Tomemos por ejemplo el caso de Ruth que, de bebé, había sufrido hambre durante un tiempo porque la madre tenía poca leche para darle. A los cuatro años y tres meses, al jugar con el lava­torio, llamó al tapón de agua, tapón de leche. Declaró que la leche iba a parar a las bocas (los agujeros de la cañería) pero que sólo corría muy poco. Este deseo oral insatisfecho apareció en innumerables juegos y dramatizaciones y se manifestó en toda su actitud. Por ejemplo, aseveraba que era pobre, que sólo tenía un abrigo, y que tenía muy poco que comer; ninguna de estas afirmaciones tenía el más mínimo acuerdo con la realidad.

Otra pequeña paciente (que sufría de neurosis obsesiva) era Erna, de seis años, cuya neurosis se basaba en impresiones recibidas duran­te el período de aprendizaje de hábitos higiénicos[9]. Dramatizaba para mí estas impresiones con el máximo detalle. Una vez puso un mu­ñequito sobre una piedra, jugó a que estaba defecando y colocó otros muñecos alrededor, que se suponía que lo estaban admirando. Después de esta dramatización Erna trajo el mismo material, en un juego de representación. Quería que yo fuera un bebé de largas ropas que se ensuciaba, mientras ella era la madre. El bebé era un niño mi­mado y objeto de admiración. Esto fue seguido por una reacción de ira en Erna, y ella representó el papel de una maestra cruel que golpe­aba al niño. En esta forma Erna representó ante mi uno de los prime­ros traumas en su experiencia: el fuerte golpe que recibió su narcisis­mo cuando imaginaba que las medidas utilizadas para enseñarle hábitos de limpieza significaban la pérdida del excesivo afecto que se le dio en su infancia.

            En general, en el análisis de niños no podemos sobreestimar la importancia de la fantasía y de la traducción a la acción por efecto de la compulsión a la repetición. Naturalmente, los niños pequeños usan mucho más el recurso de la acción, pero incluso los mayores re­curren constantemente a este mecanismo primitivo, especialmente cuando el análisis ha anulado algunas de sus represiones. Es indispensable para llevar a cabo el análisis, que los niños obtengan el place­r que está ligado a ese mecanismo, pero el placer debe seguir siendo siempre sólo un medio para un fin. Es justamente aquí donde vemos la predominancia del principio del placer sobre el principio de reali­dad. No podemos apelar al sentido de realidad en pacientes pequeños como podemos en los mayores.

            Así como los medios de expresión de los niños difieren de los de los adultos, así también la situación analítica en el análisis de niños parece ser enteramente diferente. Sin embargo, es en ambos casos esencialmente la misma. Interpretaciones adecuadas, resolución gra­dual de las resistencias, y persistente descubrimiento por la transfe­rencia de situaciones anteriores: esto constituye en los niños tanto como en los adultos la situación analítica correcta.

 

            He dicho ya que en el análisis de niños pequeños he visto una y otra vez cuán rápidamente surten efecto las interpretaciones. Es un hecho llamativo que, aunque haya numerosas indicaciones inequívocas de este efecto (el desarrollo del juego, la consolidación de la transferencia, la disminución de la angustia, etc.), sin embargo, du­rante bastante tiempo el niño no elabora conscientemente las interpretaciones. Pero he podido probar que esta elaboración se es­tablece realmente después. Por ejemplo, los niños empiezan a distin­guir entre la madre "imaginada" y la madre real, y entre el muñequito de madera y su hermano como bebé vivo. Entonces insisten fir­memente en que querían hacer tal o cual daño sólo al bebé de ju­guete; dicen que por supuesto aman al bebé real. Sólo cuando han si­do superadas resistencias muy poderosas y de larga data los niños se dan cuenta de que sus actos agresivos estaban dirigidos hacia los ob­jetos reales. Entonces, cuando se admite esto, el resultado, incluso en niños muy pequeños es generalmente un paso notable hacia la adaptación a la realidad. Mi impresión es que al principio la interpre­tación sólo es inconscientemente asimilada. Es sólo después cuando la relación de ésta con la realidad penetra gradualmente en la comprensión del niño. El proceso de esclarecimiento es análogo. Du­rante largo tiempo el análisis sólo revela el material de teorías se­xuales y fantasías del nacimiento, e interpreta este material sin nin­guna "explicación". Así, el esclarecimiento tiene lugar poco apoco con la remoción de resistencias inconscientes que actuaban contra él.

            De ahí que lo primero que sucede como resultado del psicoanáli­sis es que mejoran las relaciones emocionales con los padres; la com­prensión consciente sólo surge cuando esto ha tenido lugar. Esta comprensión es admitida ante el mandato del superyó, cuyas exigencias son modificadas por el análisis de modo que puede ser tolerado y complacido por un yo menos oprimido y por consiguiente más fuer­te. De este modo, el niño no es súbitamente confrontado con la si­tuación de admitir un nuevo conocimiento de su relación con los padres, o en general, de ser obligado a absorber un conocimiento que lo abruma. Siempre ha sido mi experiencia que el efecto de tal cono­cimiento gradualmente elaborado, es en realidad aliviar al niño, es­tablecer una relación fundamentalmente más favorable hacia sus padres e incrementar así su capacidad de adaptación social.

            Cuando esto ha tenido lugar los niños son también bastante capa­ces de reemplazar en cierta medida la represión por un rechazo razo­nado. Vemos esto en que en un estado posterior del análisis, los niños han avanzado tanto desde los diversos anhelos sádico-anales o canibalistas (que en un estadio anterior eran aún tan poderosos), que ahora pueden adoptar a veces una actitud de crítica humorística ha­cia ellos. Cuando esto sucede oigo incluso a niños muy pequeños ha­cer chistes sobre que, por ejemplo, hace un tiempo ellos realmente querían comerse a su mamita o cortarla en pedazos. Cuando tienen lugar estos cambios, no sólo está disminuyendo inevitablemente el sentimiento de culpa, sino que al mismo tiempo los niños son capaces de sublimar los deseos que previamente estaban totalmente repri­midos. Esto se manifiesta en la práctica en la desaparición de inhibiciones de juego y en la iniciación de numerosos intereses y activida­des.

            Para resumir lo que he dicho: las especiales características primi­tivas de los niños requieren una técnica especial adaptada a ellos, consistente en el análisis de sus juegos. Por medio de esta técnica po­demos alcanzar las experiencias y fijaciones reprimidas más profun­das y esto nos permite influir fundamentalmente en el desarrollo de los niños.

            Se trata sólo de una diferencia de técnica, no de los principios del tratamiento. Los criterios del método psicoanalítico propuestos por Freud, es decir: que usemos como punto de partida la transferencia y la resistencia, que debemos tomar en cuenta los impulsos infantiles, la represión y sus efectos, la amnesia y la compulsión a la repetición y además, que debemos descubrir la escena primaria, como lo exige en "De la historia de una neurosis infantil'', todos estos criterios se mantienen íntegramente en la técnica del juego. El método del juego conserva todos los principios del psicoanálisis y lleva a los mismos resultados que la técnica clásica. Sólo que en los recursos técnicos que utiliza está adaptado a la mente de los niños.

 

NOTAS

[1] Con esta conclusión está estrechamente conectada una segunda, que sólo puedo indicar aquí.

En una serie de análisis de niños descubrí que la elección de la niñita del padre co­mo objeto de amor seguía al destete. Esta privación, que es seguida del aprendizaje de hábitos higiénicos (proceso que se presenta al niño como un nuevo y penoso retiro de amor), afloja el vinculo con la madre y hace que empiece a funcionar la atracción he­terosexual, reforzada por las caricias del padre, que son ahora interpretadas como se­ducción. Como objeto de amor, también el padre sirve en primera instancia al propósi­to de gratificación oral. En el articulo que leí en el Congreso de Salzburgo en abril de 1924, di ejemplos para mostrar que los niños conciben y desean el coito al principio como acto oral.

Creo que el efecto de estas privaciones en el desarrollo del complejo de Edipo en los varones es a la vez inhibitorio y propulsor. El efecto inhibitorio de estos traumas se ve en el hecho de que es a ellos a los que el niño retrocede en seguida, cuando trata de escapar de su fijación a la madre; y refuerzan su actitud edípica invertida. La circuns­tancia de que estos traumas, que preparan el camino para el complejo de castración, procedan incluso de la madre es también, como he podido ver, la razón de por qué en ambos sexos es la madre la que en los estratos más profundos del inconsciente es espe­cialmente temida como castrador.

Además, por otra parte, las privaciones orales y anales de amor parecen promover el desarrollo de la situación edípica en los varones, ya que los impulsan a cambiar su posición libidinal y a desear a la madre como objeto de amor genital.

[2] La estrecha conexión de tales elaboraciones con la angustia ya ha sido demostra­da por mí en mi capitulo sobre "Análisis infantil", en el que examiné la relación entre angustia e inhibición.

[3] Popo: trasero - Caca: heces - Cucú: mirar.

[4] El complejo de castración de Rita se manifiesta en una serie de síntomas neuróticos y en el desarrollo de su carácter. También sus juegos mostraban claramente su fuerte identificación con el padre y su temor a fracasar en el rol masculino, angustia que se originaba en el complejo de castración.

[5] Los niños no pueden cambiar las circunstancias de su vida, como a menudo ha­cen los adultos al final de su análisis. Pero un niño ha sido muy ayudado si, como re­sultado del análisis, lo capacitamos para sentirse más cómodo en las circunstancias existentes, y de este modo a desarrollarse mejor. Además, hacer desaparecer las neurosis en los niños disminuye a menudo las dificultades de su milieu. Por ejemplo, repetidamente he comprobado que las reacciones de la madre eran mucho menos neuróticas cuando tenían lugar cambios favorables en sus hijos después del análisis.

[6] Mis análisis revelan una y otra vez cuán distintos significados pueden tener las cosas, por ejemplo muñecos, en el juego. A veces representan el pene, aveces el hijo robado a la madre, aveces al paciente mismo, etc. Es sólo examinando los mínimos detalles del juego, y su interpretación, que pueden hacérsenos claras las conexiones y eficaz la interpretación. El material que los niños producen durante la sesión, a media que pasan de juego con juguetes a dramatizar en su propia persona ya jugar con agua, cortar papel, o dibujar. el modo en que hacen esto, la razón por la que cambian de un juego a otro, los medios que eligen para sus representaciones, toda esta miscelánea de factores, que tan menudo parece confusa y sin sentido, es vista como coherente y ple­na de significado, y se nos revelan las fuentes y pensamientos subyacentes, si los in­terpretamos exactamente como los sueños. Además, los niños a menudo representan en su juego lo mismo que ha aparecido en algún sueño que narraron antes, y con fre­cuencia producen asociaciones por medio del juego que le sigue, y que es su forma más importante de expresarse.

[7] O.C., 17

[8] En el Octavo Congreso Psicoanalítico Internacional, celebrado en Salzburgo en 1924, mostré que un mecanismo fundamental en el juego de los niños y en toda sublimación subsiguiente es la descarga de fantasías masturbatorias. Esto subyace a toda actividad lúdica y sirve como estímulo constante del juego (compulsión a la repeti­ción). Las inhibiciones de juego y aprendizaje se originan en la represión exagerada de estas fantasías, y con ellas de toda fantasía. Experiencias sexuales están asociadas con fantasías masturbatorias y, con éstas, logran expresión y abreacción en el juego. Entre las experiencias dramatizadas, juegan un papel prominente las representaciones de la escena primaria, que regularmente aparecen en primer plano en el análisis de niños pequeños. Es sólo luego de considerable análisis, habiéndose revelado parcialmente la escena primaria y el desarrollo genital, que llegamos a representaciones de experiencias y fantasías pregenitales.

[9]Este aprendizaje, que Erna había sentido como el mas cruel acto de coerción, fue realizado en realidad sin ninguna estrictez y tan fácilmente que al año se mantenía perfectamente limpia. Un fuerte incentivo fue su ambición, que se desarrolló inusita­damente temprano, la que, empero, la hizo sentir todas las medidas utilizadas para entrenarla como un ultraje, desde el principio. Esta ambición temprana fue la condi­ción primaria de su susceptibilidad a los reproches y del precoz y marcado desarrollo de su sentimiento de culpa. Pero es frecuente ver estos sentimientos de culpa jugar ya un gran papel en el aprendizaje del control esfinteriano, y podemos reconocer en ellos los primeros principios del superyó. 

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