MÉTODO DE INTELECCIÓN ESTRATÉGICA - Relación Creencia, Cultura y Sociedad

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Luis  Heinecke  Scott

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2005

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G.3. Determinación de tendencias.

Continuando la aplicación rigurosa del método de intelección establecido, procede inferir las tendencias culturales que derivan de la evolución del proceso metafísico en Occidente y que, de manera trascendental, inciden en la información y configuración de su actual realidad social. La sistematización de los contenidos, significados, valores y sentidos devenidos y constituidos en tendencia, por sí mismos fundamentan y explican racionalmente el estado y condiciones de existencia en las sociedades occidentales.

En virtud de la aplicación de este método, posible es identificar con precisión las categorías metafísicas que constituyen los procesos ideológicos que definen la naturaleza y carácter de la actual cultura occidental y que, por extensión, explican la razón de las prácticas que de modo conciente o inconsciente se sostienen a nivel individual y colectivo.

Las tendencias son establecidas teniendo como factores de control, determinados contenidos metafísicos que, constituyendo hitos claves del proceso metafísico, establecen los ejes del devenir. En el período de la modernidad, los contenidos metafísicos ejes del proceso histórico – cultural occidental están constituidos por las premisas y consecuencias de la razón absoluta en el hombre (racionalismo), de la muerte de Dios (voluntarismo) y de la muerte del hombre (estructuralismo - deconstruccionismo).

Por tanto, las tendencias o inclinaciones que ejemplarmente es posible derivar en lo principal de la aplicación del método de intelección histórico – cultural propuesto son, entre otras,  las que a continuación se indican:

 

Tendencia: Teocentrismo - Antropocentrismo. La evolución general del proceso consignado implica el tránsito desde un sistema teocéntrico, sea éste establecido en razón de muchos dioses  primero (politeísmo) o de un dios  después (monoteísmo), hacia un sistema antropocéntrico.

La figura de los dioses o el dios dejan de ser el centro, principio y fuente de la vida humana, cesando en su función de fuerzas rectoras que determinan la existencia, el orden, la razón y el sentido de los seres humanos. Aunque el politeísmo y monoteísmo subsistirán como principios y continúan proyectándose en el tiempo, gradual, progresiva y consistentemente éstos son  desplazados y sustituidos por el antropocentrismo o principio de centralidad radical del ser humano en tanto fin absoluto de la naturaleza, como factor determinante de la realidad.

Mediando la validación y legitimación, primero de la autonomía y, posteriormente, de la soberanía del ser humano, el imperio del antropocentrismo como nuevo principio constituyente de la realidad, implica la degradación sistemática del orden sobrenatural y el exclusivo reconocimiento de una dimensión temporal, sólo regida por principios naturales y dispuesta sólo al libre arbitrio del ser humano. Es decir, se pasa de la determinación de la vida por múltiples dioses o un Dios, a la determinación de ésta por el hombre. Gustav Le Bon advierte: “Los dioses jugaron un papel tan preponderante en la historia que jamás ningún pueblo pudo cambiarlos sin ver completamente transformada su existencia”.

 

Tendencia: Orgánico - Inorgánico. Conforme a la norma histórica, la mutación metafísica en el seno del sistema antropocéntrico proyecta el desarrollo de categorías que superan al hombre como factor determinante de la realidad. No será ya el hombre mismo quien detente la capacidad de imperio, sino que éste se subordina y es determinado por fuerzas superiores no sobrenaturales. En este período, toda forma de existencia, y por ende el mismo ser humano, primero será constituida y regida por fuerzas orgánicas como la naturaleza y la materia, para luego ser establecida y determinada por fuerzas inorgánicas como la estructura, con todas las graves consecuencias para el principio de la libertad humana. Al efecto, se consolida la idea de una autocreación (no humana) que aniquila el concepto de ser trascendente. La vida pasa de un orden de determinación por una razón superior con finalidad última a un estado de determinación por una razón superior de indeterminación carente de finalidad última.

 

Tendencia: Dualismo – No Dualismo. Como consecuencia del tránsito de lo sobrenatural a lo natural, el supuesto necesario del dualismo y la creación es gradual y progresivamente desplazado por el supuesto necesario del no dualismo y la emanación. El carácter dominante que asume la idea del no dualismo implica la socialización de su correspondiente sistema lógico, orden intelectual, normas de vida y pautas de conducta, modificándose a escala de masas el modo de concebir el origen y el orden de realidad. Por ende, implicando una mutación esencial del criterio dominante constitutivo de Occidente, ya no se distinguirá sujeto y objeto pues se entiende que estas categorías no son sino formas de una misma emanación. Por consiguiente, la autoconciencia no es sino expresión de que el hombre se asume como manifestación del cosmos mismo. Este es el fundamento de la proclamación del cambio histórico del paradigma humano.

Sin embargo, este proceso se lleva a cabo por un proceso de manipulación terminológica que induce a una confusión conceptual. Esto pues lo “no dual” o monismo también está compuesto por un dualismo, sólo que en este caso es interno. El no dualismo o monismo requiere una constitución interna constituida por polos internos en permanente contradicción pues ésta es la fuente de su misma existencia y movimiento. De hecho, si cesa la contradicción de sus polos internos, cesa el movimiento y, si éste termina, cesa la vida y la historia. Así, es el supuesto necesario que sostiene la idea del dualismo externo en el cual  la realidad es constituida por un infinito - absoluto que crea lo finito (dos naturalezas distintas) aquello que tiende a ser desplazado y sustituido por el supuesto necesario que en rigor sólo es un dualismo interno (igual naturaleza de los polos), el cual es impropiamente denominado monismo pues, a lo menos, debiera ser llamado mono – dualismo.

Esta problemática tiene una implicancia radical para la vida humana ya que incide de manera esencial en la forma de entender la significación del bien y el mal, de la verdad y el error. Esto por cuanto, en la primera creencia, se entiende que bien y verdad poseen una naturaleza distinta y, en la segunda, se entiende que sólo difieren en tanto circunstancias de una misma naturaleza, donde todo no es sino lo uno y lo otro a la vez de modo necesario.

El paso del dualismo al llamado “no dualismo” y de lo orgánico a lo inorgánico, de suyo implica una modificación esencial del criterio de verdad, un tránsito de la verdad a la “no verdad”, lo que en rigor no es sino el paso a la afirmación de otra verdad. El proceso indica que sólo se está transitando del dominio de la verdad de la creación al dominio la verdad de la emanación, implicando de suyo un nuevo imperio, además de una eventual involución humana.

La consecuencia es concreta y trascendente aún para un niño en edad escolar. Si en el dualismo la verdad corresponde a la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente (Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española), en el “no dualismo” la verdad no es sino conformidad de las cosas consigo mismas (Diccionario Larousse).

Es en este contexto de “retirada de la civilización occidental” que se insertan las ideas de “fin de la filosofía”, “fin de la historia”, “fin de Occidente y “último hombre”, induciendo a la validación de la postmodernidad cual era caracterizada precisamente como“postmetafísica”, “postfilosófica”,  “posthistórica”, postindustrial”, “postcolonial”, “postmoral”, “postpolítica”, “postreligiosa”, postcristiana” y “postoccidental”.  Incluso se concibe la condición de lo “posthumano” o “transhumano”. Discursivamente se expresa que este proceso constituye un tránsito de la “racionalidad” a la “irracionalidad” y, de allí, a un estado de propia arracionalidad”, que no importa carencia de razonabilidad sino aplicación de una racionalidad no humana, vale decir, la racionalidad propia de la lógica derivada del devenir de las estructuras que constituyen la realidad, lo cual implica establecer las premisas de un nuevo sistema social y político.

Se debe tener claro que la calidad de “postmoderno” (igual que el calificativo de irracional o arracional) es indicativo de un estado posterior y distinto a la vigencia de un determinado dominio histórico. Sin embargo, tal denominación constituye un uso estratégico intencional para no identificar un contenido y significado propio que permita ser conocido y entendido cabalmente, instancia que permitiría aceptarlo o rechazarlo concientemente. Esta indeterminación importa una estratagema para encubrir la consolidación por la praxis de un contenido determinado. No es concebible un simple “post” carente de contenido y significado determinado; jamás se produce un vacío ideológico real y concreto. Debe pues advertirse que los criterios de “irracionalidad” y “arracionalidad” no son sino eufemismos lingüísticos que encubren una determinada racionalidad, distinta a la racionalidad histórica dominante y cuyo desplazamiento y sustitución se procura. En definitiva, la postmodernidad postula la configuración de una “neohumanidad” (hombre nuevo y superior) o “extrahumanidad” que deconstruye y supera a la “humanidad” (hombre antiguo e inferior), inaugurando una nueva era.

El mismo ácrata - deconstruccionista Sylvère Lotringer, que como profesor de literatura y filosofía en la Universidad de Columbia introdujo a Gilles Deleuze, Michel Foucault, Paul Virilo y Antonio Negri en Estados Unidos, reflexiona significativamente: “Hemos sido testigos de numerosas modificaciones de la sociedad, pero nunca habíamos visto mutaciones de la propia humanidad”.

El término “postmoderno” es empleado por primera vez por el artista británico John Watkins Chapman en 1870. Luego aparece durante 1917 en el libro de Rudolf Pannwitz, “La crisis de la cultura europea”, donde expone acerca del nihilismo y colapso de valores en la Europa de la Primera Guerra Mundial. Siguiendo a Nietzsche, Pannwitz habla del nuevo “hombre postmoderno”, nacionalista, militarista y elitista. Después de la segunda guerra mundial, D. C. Somervell, en un sumario de “A Study of History” de Arnold Toynbee, habla de un rompimiento “postmoderno” con la modernidad. Toynbee adopta el término en posteriores volúmenes de esa misma obra, cuando se refiere a cuatro eras distintas en la historia de Occidente: La Edad Oscura (675 - 1075), la Edad Media (1075 - 1475), la Edad Moderna (1475 - 1875) y la Edad Post - Moderna (desde 1875). Caracterizan la Edad Moderna la estabilidad social, el racionalismo, el progreso y la clase media burguesa. Características de la Edad Post - Moderna son en cambio la ruptura con la moderna, las guerras, la turbulencia social, la revolución, la anarquía, el relativismo y, en general, el colapso del racionalismo y del éthos de la Ilustración. Para Toynbee, post moderno es un concepto negativo: regresión deplorable, pérdida de valores tradicionales, de certezas y estabilidades.

En 1957, Peter Drucker, en su obra “Landmarks of Tomorrow: A report on the New Post-Modern World”, llama “sociedad postmoderna” a lo que hoy se llama “sociedad postindustrial”. Con el optimismo propio de los teóricos de la sociedad postindustrial, Drucker creía entonces que el “mundo postmoderno” vería la eliminación de la pobreza y la ignorancia, el final de la ideología y de la nación - Estado, y una modernización universal. En los años sesenta y setenta, reciben el calificativo de “postmoderno” nuevas formas de arte anti o postmodernas como el arte “pop”, que borran la distinción entre arte de élite y arte popular, entre crítico y aficionado, entre artista y público, y aparecen las formas culturales de masas. Se declara la muerte de la vanguardia y de la novela, de los valores tradicionales, del victorianismo, del racionalismo, del humanismo. Es la época de la “nueva sensibilidad” (Irving Howe), lamentada por el mismo Howe, celebrada en cambio por Susan Sontag. Es en este contexto que la ideología del deconstruccionismo será asociada con el discurso de la post – modernidad.

 

Tendencia: Trascendencia – Intrascendencia. Como consecuencia del tránsito de la creación a la emanación y, por tanto, de lo sobrenatural a lo natural, con fuerza equivalente decae la razón metafísica y se impone la validación única de la razón temporal y material. Así, del todo metafísico – físico se pasa al holismo de lo material. Esta circunstancia implica el tránsito de la unidad de lo absoluto y lo relativo en el orden temporal afirmada por el orden de la creación, al absoluto de lo relativo propio del orden de la emanación. Por extensión, al legitimarse el orden de la emanación, se produce un inexorable tránsito del principio de trascendencia al de mera inmanencia.

El proceso de trascendencia consiste en que las cosas se extienden más allá de sí, de modo que los efectos de unas cosas se comunican a otras y producen consecuencias comunes. En este sentido, las cosas significan y no se limitan a ser pasivamente. Por su parte, el proceso de mera inmanencia consiste en que las cosas permanecen sólo en sí, limitándose a ser y no comunicando intencionalmente nada de sí más allá de una razón de necesidad instrumental. Al no comunicarse necesariamente a otras, sólo por efecto material se producen consecuencias respecto de otros, lo cual resulta ser indiferente para el agente causante. En este sentido, las cosas no significan y se limitan a ser pasivamente.

Intentando exponer la cuestión en términos ejemplares, con la primacía de lo intrascendente, ¿Cuántas personas saben que cuando hoy escriben las letras A y B, en realidad la puntiaguda alfa es el símbolo triangular de la unidad divina, o que la cerrada y circular beta es la palabra profana de casa y el símbolo metafísico del universo?.

Tendencia: Secularización – Desacralización. El proceso de secularización consiste en hacer secular o de mera significación temporal e inmanente lo que antes tenía un contenido, significado y sentido trascendente esencial. Esto implica que las cosas ya no se extienden más allá de su sentido temporal inmediato. Estas simplemente se reducen a sí mismas y se comportan sin relación intencional con la totalidad de la realidad.

El proceso de desacralización consiste en conferirle a las cosas un mero sentido natural y temporal, implicando un abandono de su fundamento y sentido sobrenatural e intemporal original.

Tendencia: Optimismo – Pesimismo. El proceso del optimismo consiste en atribuir al universo la mayor perfección posible y concebir al mundo y la vida como buenos, propendiendo consecuentemente a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable.

El proceso del pesimismo consiste en atribuir al universo la mayor imperfección posible y concebir al mundo como malo y la vida como carente de sentido, propendiendo consecuentemente a ver y juzgar las cosas en su aspecto más desfavorable.

Se pasa de un optimismo trascendente (cristianismo) a un optimismo inmanente (racional – positivismo), derivando éste a un pesimismo inmanente, el cual, a su vez, termina por devenir en un pesimismo trascendente.

Tendencia: Escepticismo – Incredulidad. El proceso del escepticismo consiste en asumir que la verdad no existe o que el hombre es incapaz de conocerla y que, en caso de que exista, nada puede ser conocido con certeza.

El proceso de incredulidad consiste en la dificultad o incluso repugnancia en creer una cosa.

 

Tendencia: Relativismo – Indiferentismo. El proceso de relativización consiste en negar la posibilidad de que los conocimientos, valores o normas posean validez absoluta y universal, de modo que hasta el mismo juicio lógico puede ser, a la vez, simultáneamente verdadero para uno y falso para otro.

El proceso del indiferentismo consiste en la no inclinación, sea de adhesión o rechazo, respecto de algo determinado, importando la vigencia de un estado de ánimo que hace ver indistintamente o con indiferencia absoluta los sucesos de la realidad.

Tendencia: Incertidumbre – Inseguridad. El proceso de incertidumbre corresponde a la falta de certidumbre o certeza, es decir, de conocimiento claro y seguro, que causa duda o una suspensión del juicio ante resoluciones o juicios contradictorios y provoca vacilación respecto de la creencia preexistente e indeterminación del estado de ánimo.

El proceso de inseguridad consiste en un estado de falta de seguridad que causa sensación de indefensión ante una eventualidad de peligro, daño o riesgo, implicando una  pérdida en la firmeza constante de la propia creencia.

Tendencia: Decaimiento – Anomia. El proceso del decaimiento consiste en el abatimiento y desaliento que en las personas y sociedades supone la pérdida de las condiciones y propiedades que constituían su fuerza, bondad, importancia o valor vitales, lo cual implica un decaimiento del ánimo que conducente a una falta de vigor y a un estado de postración síquica, física y moral, que se manifiesta en un anquilosamiento o detención en su progreso, y un alejamiento de los rumbos originales, cuando estas circunstancias no se constituyan en causa de colapso.

El proceso de la anomia consiste en la desregulación y desintegración de una sociedad en sus componentes individuales como resultado de la erosión, ruptura y consecuente ausencia de principios, valores, convenciones, percepciones y objetivos comunes, implicando, entre otras consecuencias, la pérdida de identidad e integridad del campo ideológico y moral del cuerpo social.

 

Tendencia: Verdad, Bien y Valor Absoluto – Verdad, Bien y Valor Indeseado. El proceso consignado importa el tránsito de un principio de “verdad absoluta” a un principio de “verdad relativa” para luego alcanzar un principio de “verdad imposible” y, final y actualmente, establecer un principio de “verdad indeseada”. En términos correspondientes, el proceso consignado implica el tránsito de un principio de “bien absoluto”  a un principio de “bien relativo” para luego alcanzar un principio de “bien imposible” y, actualmente, establecer un principio de “bien indeseado”. Así entonces, del reconocimiento de la existencia de valores absolutos se pasa a la aceptación de los valores como instancias relativas, derivando a partir de allí a concebir los valores como categorías imposibles y, más tarde, cuales simples instancias innecesarias y de suyo indeseadas.

 

G.4. Determinación de implicancias

Continuando la aplicación rigurosa del presente método de intelección, es procedente determinar las implicancias que de modo necesario derivan de la conjunción de lo esencial de cada uno de los sistemas de pensamiento agregados al sistema cultural de Occidente, y que constituyen las tendencias de su proceso metafísico. Se entiende que las tendencias informan y configuran el sistema cultural y social de Occidente, advirtiéndose que las implicancias de éstas no hacen sino caracterizar, con exactitud y precisión, la compleja sociedad occidental contemporánea. Teniendo en vista  una estricta consideración del contenido, significado, valores y sentido de las tendencias derivadas del proceso histórico – cultural occidental, es posible inferir las implicancias principales que a continuación se indican.

Divinidad. El tránsito del politeísmo al monoteísmo y luego al antropocentrismo, conduce a la consolidación y proyección de la idea de la “muerte de Dios” (F. Nietzsche), vale decir, de los dioses o un Dios.  No se trata de un simple quiebre de la religión católica o cristiana en particular, sino de la extinción de la noción de los dioses o el Dios mismo, esto es, de aquel principio primero que es fuente de la creación y fundamento del bien y la verdad que confiere sentido a la vida humana.

Del antropocentrismo, es decir, de la sistematización de la creencia consistente en que el hombre es poseedor de una razón absoluta, que lo puede todo y no necesita nada ni a nadie, que es autosuficiente y se basta completamente a sí mismo, se derivan consecuencias vitales. Primero, Dios es relegado a primer principio que, si bien genera la realidad, de hecho carece de intervención en el mundo creado, ya que éste se desarrolla conforme a sus propias leyes naturales. Después, por extensión sobreviene la figura de negación total de su existencia, por cuanto ésta es inútil o innecesaria ya que la materia natural y única se gesta, reproduce y regula a sí misma. Más tarde surgirá el criterio de que la estructura es lo que constituye hasta la materia misma, terminando por aniquilar toda razón de un primer acto puro constituyente de la realidad.

Espiritualidad. La afirmación de la “muerte de Dios” implica la ausencia de espiritualidad en la vida humana. De hecho, supone negar la naturaleza espiritual como principio generador de la vida, negar la existencia de la esencia como principio constitutivo de los entes y la existencia del alma racional humana. Por extensión, implica el término de la dimensión metafísica y sobrenatural de los seres, impidiendo con ello la posibilidad de que Dios confiera el don sobrenatural y gracia que otorga a las criaturas. Asimismo, implica el término del concepto de hombre como unidad sustancial de cuerpo y espíritu, razón por la que éste es reducido a una dimensión material que no trasciende. Del mismo modo, implica la desaparición de la creencia en la trascendencia humana, en la existencia de un más allá y la eternidad, cuestión esencial en el curso de la historia de la humanidad. Al dar término al principio de trascendencia del alma, de suyo implica también afectar el sentido de la esperanza o estado del ánimo en el cual se presenta como posible lo que se desea. En tanto no referido a una razón superior y trascendente, la operación humana se refiere sólo a una realización inorgánica, corpuscular, inmediata, fugaz y efímera, carente de sentido trascendente, criterio que se extiende al modo de comprender las relaciones humanas.

Sentido. Al afirmar la tesis de la “muerte de Dios”, la inexistencia de una causa u origen primero de toda la realidad y una consecuente inexistencia de una dimensión de vida espiritual, de suyo implica la ausencia de sentido de finalidad, lo cual modifica el sentido cristiano de la vida humana y de las cosas mismas. Tales ausencias modifican el sentido de la vida, de la muerte, la alegría, la satisfacción, la pena y el dolor. Por tanto, ante la ausencia de un orden superior de tal naturaleza, el sentido de la realidad se reduce y limita a un sistema igualitario e indiferente, sometido a la razón de lo meramente temporal y material, que de suyo implica una falta de sentido superior y trascendente de la realidad.

En la actualidad se argumenta la “falta de sentido” como característica de nuestro tiempo. Sin embargo, en rigor, esta situación no corresponde a una carencia de sentido, sino a un desplazamiento y sustitución del sentido absoluto de las cosas. No es que un creciente número de personas advierta que su vida carece de un marco referencial, que otorgue una razón de ser a la existencia humana en el mundo. Este efectivamente existe, solo que distinto de la razón histórica preexistente. Si la realidad presente carece de un sentido trascendente y queda reducida a las cosas en sí mismas o sus estructuras, es porque hoy prima un contenido, significado y sentido de mera inmanencia de la realidad. Se ha producido un cambio en el sentido del sentido.

Desazón. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de desazón o sensación de insipidez o falta de sabor y gusto que la vida debiera tener. Esta ausencia de sazón forja un estado de escozor, disgusto y pesadumbre que indispone a moverse por objetos y fines por falta de razón para hacerlo.

Desesperanza. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de desesperanza o de pérdida total de la esperanza, lo cual implica conciencia de la imposibilidad de lo deseado y esperado. Implicando una carencia, corresponde  a una certeza de imposibilidad segura y permanente, que se hace inaguantable. Por tanto, la desesperanza determina una ausencia de sentido de la existencia, de carencia de objeto y fin en el humano existir. 

Desesperación. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de desesperación o sentido de pérdida total de esperanza, visualizándose como imposible lo deseado, lo cual causa impaciencia y alteración del ánimo que mueve a actos extremos. Implica además la sensación de no ser esperado o deseado (des – esperado), vale decir, de ser rechazado, pudiendo llegar a un estado de desolación o sentimiento de destrucción o de estar arrasado, que causa angustia extrema y grave alteración del ánimo. La desesperación conduce a un estado de ausencia de sentido de la existencia, de carencia de objeto y fin en el humano existir.

Desilusión.  De las tendencias establecidas se infiere un estado social de desilusión. El quebrantamiento de las certezas fundamentales provoca una desilusión que se proyecta en la dilución y final pérdida de la esperanza que se tenía y que mucho se apreciaba, haciéndose imposible lo que se deseaba, situación que gesta un pesar o dolor interior que molesta o fatiga el ánimo. La desilusión implica asimismo una decepción del modo previo de concebir las cosas, imputándole falsedad o insuficiencia insalvable, razón por la que es descartado, moviendo este sentimiento a actuar con poca o ninguna estimación por el pasado.

Aún más, la desilusión provoca un desencanto con las causas y razones metafísicas y el sistema institucional que las representan. Esta desilusión intelectual acarrea un profundo sentimiento de pesar causado por la apariencia del engaño o fraude producido y que, supuestamente, sólo importa una manipulación espuria o bastarda. En razón de que el proceso de desplazamiento y sustitución de principios metafísicos válidos se verifica en términos de descalificación esencial de las creencias preexistentes y su sistema institucional, al no mediar una adecuada reflexión social cerca de este fenómeno, las personas simplemente experimentan dicho proceso con un sentimiento de engaño institucional producido al sólo objeto de establecer y mantener una posición grupal utilitaria de poder y privilegios, instancia que se resiente y resiste profundamente.

Desamparo. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de desamparo o abandono radical. Derivado de los estados de des-esperanza, des-esperación y des-ilusión, se produce una definitiva sensación de desamparo que implica un estar sin protección y cuidado, implicando conciencia de un estado de soledad y separación. Corresponde a un sentimiento de aislamiento íntimo, profundo y doloroso que se experimenta como proceso de des-concierto o descomposición de las partes respecto de un todo. Es una percepción de imposibilidad de algo favorable y de incapacidad de gobernar la vida, que confunde, humilla, abate y causa sofoco y angustia. Causa un estado de agobio y cansancio que quiebra el ánimo, implicando una intención de término de tal estado o de abandono de una vida, que se pierde sin entender el por qué de ésta, siendo inútil el retenerla.

Confusión. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de confusión metafísica severa y permanente. Esta condición implica oscuridad en las ideas en términos de faltarles orden, concierto y claridad, causando una mezcla confusa de categorías que antes estaban ordenadas conforme a un principio determinado y dominante. Ese estado de confusión genera perplejidad o duda que, al sostenerse en el tiempo, se convierte en fuente de indiferencia o causa un desasosiego que turba y abate el ánimo de las personas.

Soledad. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de soledad significativa e implacable. Se trata de un estado de carencia voluntaria e involuntaria de compañía, que implica pesar o dolor interior por un conciente o inconsciente sentimiento de pérdida profunda y trascendental. En tanto el vivir en estado de soledad permanente importa negar la natural sociabilidad humana, el concepto de mundo pierde significado, se “desrealiza la realidad” y el ser humano vivencia un estado de alienación o extravío. En tal condición, la vida puede llegar a ser concebida como una soledumbre o paraje solitario y estéril.

Angustia. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de angustia o sensación de aflicción, esto es, de congoja, tristeza y angustia moral que se expresa orgánicamente. Se trata de un estado que, al afligir sostenidamente, desespera, desconcierta, desgasta y agota al ser humano. La angustia crea un sentimiento de inseguridad.

Ansiedad. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de ansiedad o estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo, que no permite sosiego, aflige, hace irritable y causa fatiga en las personas.

Asfixia. De las tendencias establecidas se infiere un estado social marcado por una sensación de asfixia que importa una incapacidad de respirar o tener vida normal. Constituye un fenómeno de suspensión del oxígeno que hace percibir a la realidad como una fuerza que constante e implacablemente ahoga, oprime, acongoja y fatiga al individuo.

Depresión. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de depresión o tristeza profunda que produce una inhibición en las funciones síquicas y  un decaimiento del ánimo que se manifiesta orgánicamente. La depresión supone la pérdida de fuerza interior vital que merma la posibilidad de reacción positiva ante los estímulos de la vida, y hace vivir triste, afligido o apesadumbrado, implicando un estado de angustia moral. La depresión del ánimo, experimentada como idea y sensación de presión, aplastamiento y apartamiento, induce a la desolación.

Melancolía. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de melancolía. Siendo su origen etimológico griego el de “negra bilis”, la melancolía corresponde a una tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre el que la padece, gusto ni diversión en ninguna cosa. El estado de melancolía implica un ánimo triste, afligido y apesadumbrado que desalienta o desanima y que se hace difícil de soportar, por cuanto se produce abulia o disminución de la energía que paraliza la voluntad, asfixiando el alma, ahogando las ansias de elevación, y embotando los sentidos, al punto de faltar las ganas de vivir.

Miedo. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de miedo o perturbación angustiosa del ánimo, a causa de un riesgo o mal que amenaza realmente o que es imaginado. Implica un recelo o desconfianza constante respecto de las cosas, cuando no una parálisis, disminución o privación progresiva del movimiento de quienes constituyen la vida social. En tanto es significativo, el miedo se convierte en norma de la vida.

Vacío. De las tendencias establecidas se infiere un estado social con sensación de vacío profundo, el cual implica la falta de contenido en personas y cosas, razón por la que, en definitiva,  todo es vano, malogrado, carente de sentido y sin la posibilidad de fructificar. Tal impresión de inutilidad de las cosas, opera cual instancia que paraliza al ser humano, esto es, que le impide o inhibe toda acción y movimiento eficaz. En rigor, no hay falta de contenido real o vacío efectivo, sino que se produce una asunción social de la creencia en un relativismo extremo que termina haciendo absurda la existencia, donde todo es igual y da lo mismo, circunstancia en que la vida misma es expresión de un sin sentido que se experimenta como vacío.

Aburrimiento. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de aburrimiento o de molestia y enfado constante que perturba, inquieta y cansa el ánimo en razón de disgustos, desazón, poca estimación o escasa o dudosa utilidad de personas o cosas, y que conduce a aborrecerlas y abandonarlas, cuando no incluso a causarle daño material o moral. El aburrimiento se manifiesta en una sensación de insuficiencia e insatisfacción permanente que mueve a realizaciones desesperadas, urgentes y totales, las que, sin mayor reflexión, son sucesivamente descartadas. El aburrimiento implica un grado de pérdida del sentido de realidad.

Hastío. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de hastío o de disgusto y repugnancia por la realidad a causa de una contrariedad que limita o impide la realización plena de la propia voluntad. Esta instancia se expresa como horror a la existencia, como fastidio del ser y cual aspiración a no-ser. La condición de hastío significa imputar carencia de contenido, significado, valor y sentido a toda realidad, entendiéndola como indiferente, vacía y siempre igual a sí misma, razón por la que ésta se vuelve extraña y se desvanece en el absurdo. De esta forma, por la resistencia y aversión a la realidad implícita en el hastío, éste implica una actitud quejumbrosa permanente, que incluso se manifiesta en la incapacidad de disfrutar hasta el mismo ocio, fuente del desarrollo espiritual. Con el hastío se produce un estado de debilitamiento radical de toda relación entre el sujeto y el objeto, pues éste es concebido como insustancial y no significativo, generándose desinterés, incapacidad e imposibilidad por restablecer una relación plena de sentido. El hastío se presenta  como enajenación del sujeto, condición matriz de su estado de incomunicación y soledad. Al cosificarse a sí mismo, el sujeto en estado de hastío, instintivamente crea un anhelo de ruptura que implica una búsqueda de identidad significativa a través de una desesperada autoafirmación.

Aislamiento. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de aislamiento, el cual implica la separación e incomunicación de las partes de un todo y que en ellas provoca sensación de soledad y desamparo o abandono. En el marco de la sociedad de masas, el aislamiento genera relaciones humanas insustanciales y sólo utilitarias, sin contenido, significado, valor ni sentido trascendente. De hecho, el aislamiento incrementa el anonimato, donde la relación humana de suyo se reduce al trato formal con extraños o con personas que en realidad sólo se conoce superficialmente.

Inabarcabilidad. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de inabarcabilidad o sensación de que la realidad no es abarcable ni manejable pues ésta con supera creces y abruma al individuo. La sensación de inabarcabilidad de la realidad implica que ésta excede y vence las capacidades o posibilidades  humanas y agobia con su peso, causando con ello grandes molestias y tribulaciones que implican perturbación, aflicción y enfado, lo que se convierte en grave impedimento para la libre e íntegra acción humana.

Individualismo. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de individualismo radical que implica un aislamiento y egoísmo de cada cual en los afectos e intereses, al considerarse al individuo como fundamento y fin único de todas las relaciones morales y políticas.

Al ser absolutizado al individuo, se entroniza el egoísmo o condición personal viciosa que implica un inmoderado y excesivo amor que la persona tiene a sí misma y que le hace atender desmedidamente a su propio interés, sin preocuparse u ocuparse del de los demás. Al extenderse tal creencia, se procede a cultivar socialmente el egocentrismo o exagerada exaltación de la propia personalidad, hasta considerarla centro de la atención y actividad generales. Con el individualismo y el egoísmo, el ser humano se resta a sí mismo y a los demás al aislarse y manifestarse indiferente con la suerte de éstos. El individualismo y egoísmo operativizan la idea del yo o nadie; la realización del yo en sus oportunidades es impostergable y no se renunciará a ello por nada ni nadie. El yo sólo se realiza absolutamente en el aquí y ahora y no considera las consecuencias de su acto más allá de sí mismo, razón por lo que da lo mismo si se hace el bien o el mal, en tanto se satisfaga inmediata y completamente el yo.

Insensibilidad. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de insensibilidad generalizada, donde la conducta denota alejamiento de la realidad con ausencia de la capacidad de percibir, sentir y reaccionar ante las cosas o circunstancias que causan dolor, pena o detrimento en las demás personas. Implica una incapacidad de generar respuestas adecuadas a los estímulos internos o externos.

Impenetrabilidad. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de impenetrabilidad de las personas, en tanto intencionalmente se estorba, dificulta o impide toda penetración o acceso a la interioridad del sujeto (alma humana), para que éste no sea conmovido ni nada se apodere de él. Se trata de cerrar toda vía y posibilidad de conocimiento de la interioridad humana, dejándola incomunicada del espacio exterior, dejándola en lo oculto y oscuro, haciendo prácticamente imposible su comprensión. La impenetrabilidad procura preservar la interioridad del ser para sí, expresada en la norma del silencio respecto del exterior. En su extremo, la impenetrabilidad manifiesta una indiferencia y desapego absoluto que se expresa en la frialdad con se asumen las relaciones humanas, cuando no significa flojedad, descuido en el obrar o impotencia para la generación. El rostro frío, indiferente e impenetrable es expresión de la cosificación del ser.

Apatía. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de apatía o impasibilidad del ánimo, marcada por una actitud de aparente y formal abandono de sí mismo e intencional actitud de dejadez e indolencia. La apatía implica actuar como si los sujetos no se afectan o conmueven con nada, de modo que ésta se manifiesta en actitudes de indiferencia y desapego fundado en la presunta ausencia de significación de razón y sentido en las personas, preceptos o instituciones. Implica actuar con intencional flojedad o falta de vigor o energía, sumado a una deliberada acción descuidada y negligente. La apatía significa una denegación para experimentar el dolor y se representa como una pretensión no declarada ni reconocida de evitar o huir de la vida real.

Ausencia. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de ausencias que suponen estados de separación y lejanía que implican no estar presente las personas en el lugar y función en que era de esperar. Implica forzar una condición de privación, despojo o desposesión a otros de lo que les corresponde y a lo que se está obligado, significando restarles el bien y normatividad que necesitan.

Cinismo. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de cinismo pues se declara obediencia sólo a la naturaleza y desprecio, indiferencia y abandono de todo lo que tiene su origen en las convenciones humanas, incluso las más primigenias formas de decencia y urbanidad, en circunstancia que se vive en sociedad y se disfruta de todos sus beneficios. La conciencia y la conducta desde el cinismo implica insensibilidad e indiferencia plasmada en una conducta mordaz, impúdica, desvergonzada, desaseada u obscena, no trepidando incluso en la desvergüenza de defender o practicar doctrinas vituperables o que  causan afrenta o deshonra.

Arrogancia. De las tendencias establecidas se infiere un estado social arrogante en tanto las personas se comportan de modo altanero y soberbio. Implica que éstas tienden a atribuirse las cosas y apoderarse de la realidad, tratando de cosas superiores a su comprensión o inteligencia. Aún más, éstas tienden con apetito desordenado de ser preferida a otros, desvaneciéndose en contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás, mostrando exceso en la magnificencia y evidenciando cólera e ira a través de acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas.

Impiedad. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de acción impiadosa, donde los sujetos actúan despiadadamente o con fiereza de ánimo, es decir, de modo cruel, impío o falto de piedad y humanidad. Implica que los individuos son incapaces de actos de abnegación o sacrificio de sus afectos o intereses en servicio de un bien superior, y de compasión o de ternura y lástima por una desgracia o mal que  afecta  a otros.

Insatisfacción.  De las tendencias establecidas se infiere un estado social de insatisfacción sustantiva, implicando que no se sacian los apetitos y pasiones, sintiéndose constantemente contrariado y a disgusto, enfadado y apesadumbrado, no aquietándose ni sosegándose su ánimo.

Frustración. De las tendencias establecidas se infiere la existencia de un estado social de frustración dado el fracaso continuo o resultado adverso constante de intentos malogrados que dejan sin efecto un propósito, situación que destroza pretensiones legítimas y priva de la realización personal interior y exterior. La constante incapacidad de alcanzar logros anhelados y su no realización plena e inmediata, satura y aplaca al sujeto, situación que, al ser percibida como agresión al ser, bien puede generar respuestas de violencia radical.

Evasión. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de evasión o acción sistemática destinada a eludir  toda dificultad o realidad percibida como fuente de molestia, daño o peligro inminente y previsto. Implica buscar medios para evitar la realidad, precaviendo y apartando realidades de implicancia negativa.

Olvido. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de olvido que implica cultivar la cesación de la conciencia y memoria que se tiene, para rehuir todo proceso reflexivo con significación real y así apartarse rápidamente de la contingencia que, de ser experimentada concientemente, resultaría insoportable.

Aniquilación. De las tendencias establecidas se infiere un estado social de aniquilación o  intención de terminar con la realidad dolorosa e insoportable mediante la eliminación de la racionalidad que la capta, o sea, destruyendo o arruinando enteramente las cosas y la realidad misma, intentando reducirla a la nada. Implica el reconocimiento de la existencia de un estado de impotencia o carencia de potencia que corresponde a la incapacidad de virtud generativa de bien.

Suicidio. De las tendencias establecidas se infiere un estado social suicida o con intención de terminar con la propia vida humana, ante el cansancio o falta de fuerzas que produce la imposibilidad de adaptarse o superar la realidad dolorosa e insoportable. El suicidio corresponde a la acción y efecto de suicidarse o buscar “su – icidio”, es decir, de matarse a sí mismo (voz formada a semejanza de homicidio, del latín, sui, de sí mismo, y caedere, matar) de modo inmediato o de manera gradual y progresiva. El suicidio surge como aniquilamiento del ser en una búsqueda de plenitud no lograda, castigo a la realidad y respuesta a la pérdida e incapacidad de lo significativo que confiere contenido, significación, valor y sentido a la vida.

Conflicto. De las tendencias establecidas se infiere un estado social conflictual. La crisis es una fase de rupturas a lo largo de una tendencia que importa un proceso de adaptación a nuevas condiciones objetivas. En este sentido, la crisis es un estadio normal y permanente en la vida del hombre pues éste siempre está sufriendo rupturas con las tendencias que tiene y está forzado a adaptarse so pena de que el organismo colapse y muera. Aunque la crisis puede darse con baja, media o alta intensidad, extensión y duración, en realidad ésta deviene en conflicto sólo cuando rompe el rango relativo de la crisis y surge un factor de naturaleza subjetiva denominada ánimo hostil. En este sentido, la conflictualidad corresponde a la manifestación persistente de una hostilidad fundamental que encuentra su causa en una carencia de conformidad y concierto dada por la incapacidad de determinar y alcanzar una propia certeza que importa la realización del ánimo en la posesión de un bien.

 

G.5. Determinación de impactos

Conforme a la aplicación rigurosa del método de intelección establecido, procede determinar el impacto concreto que cada implicancia tiene en un cuerpo social determinado. Mediante una operación de contrastación empírica se ha de establecer el grado de reproducción social de cada una de las implicancias derivadas de las tendencias para, con el antecedente de su grado de sistematización y difusión en intensidad, extensión y profundidad, determinar cuáles son las categorías metafísicas específicas, es decir, qué contenidos, significados, sentidos y valores, son los que efectivamente están constituyendo y orientando a una sociedad en tiempo y espacio determinado. Es este exacto y preciso conocimiento aquello que permite un entendimiento y explicación cabal del estado y situación real y efectivo de un determinado sistema social.

El impacto puede ser establecido, sea de modo directo en razón de la constatación de la evidencia de la reproducción social de su categoría, sea de modo indirecto, a través de la constatación de conductas destinadas a encubrirlo o disimularlo. Es la determinación de los impactos lo que permite planificar intervenciones estratégicas, constructivas o destructivas, en los cuerpos sociales.

Evidenciando en términos ejemplares el grado de impacto efectivo de un determinado contenido metafísico, cabe consignar que una joven universitaria chilena escribe en junio del año 2005: “La vida es tan sólo una palabra denominada bella o simplemente feliz, pero es todo lo contrario. Uno no eligió existir y es por eso que yo no quiero vivirla. No tengo un objetivo porque no me siento apta para seguir con vida. Ya no quiero tener este vacío. Como un fin será esperar mi descanso eterno”.

Como se evidencia, el argumento que honestamente desarrolla esta joven, de modo explícito corresponde a una sistematización rigurosa de la doctrina del existencialismo radical. Esto, en circunstancias que ella declara no haber accedido nunca a tales textos doctrinarios (Emile Cioran, por ejemplo). Esta situación se explica en tanto que, si bien ella no accedió personal y directamente a las fuentes de dicha concepción, su generación sí está expuesta a la difusión permanente de esa línea discursiva, razón por la que ella creció en un contexto cultural ideológicamente predeterminado. Así entonces, al carecer del conocimiento necesario, del discernimiento suficiente y de apoyos institucionales efectivos, fueron las categorías predominantes del contexto cultural las que  intervinieron como factores principales en la conformación de su personal modo de pensar, sentir y actuar.

Al efecto, la estructura discursiva que desarrolla esta joven, es la reproducción de un patrón ideológico predeterminado. Su actitud ante la vida no es sino la consecuencia necesaria de las categorías metafísicas que actualmente predominan en el ámbito cultural. Son éstas las que informan su mente y mediatizan su experiencia valorativa de la realidad, sin que en ello intervenga un verdadero proceso de decisión libre, al cual tiene derecho y está obligada. Tal como lo indica el método de intelección propuesto, la naturaleza del devenir histórico – cultural confiere carácter al contexto histórico - cultural, instancia que define las categorías ideológicas que fijan el sentido profundo de las acciones humanas dadas en tiempo y espacio determinado.

 

G.6. Determinación de proyección

Cerrando la aplicación rigurosa del método de intelección establecido, procede proyectar el curso del devenir desde el presente hacia el siguiente contexto histórico – cultural, considerando que las tendencias e implicancias vigentes no cesan sus manifestaciones sino que continúan su proceso de maduración y que, además, entran en interacción con las categorías metafísicas emergentes, es decir, aquellas que dominarán culturalmente el subsiguiente período histórico.

La proyección de las tendencias, implicancias e impactos consiste en visualizar la trascendencia que en el tiempo y en múltiples espacios tienen los contenidos, significados, valores y sentidos metafísicos desarrollados en el proceso del devenir. En cuanto tales, éstos se convierten en factores constituyentes del ambiente cultural futuro, aquel que ha de estructurar la realidad social por venir. Esta es una operación vital para la determinación del sentido profundo de la acción presente y, por tanto, esencial para la comprensión estratégica de la realidad próxima y para previsión del futuro.

Consideración general. El método de intelección histórico – cultural tiende a establecer un juicio de realidad, independientemente del juicio de valor que respecto de esa realidad se forme y formule cada sujeto observador de ésta. Efectivamente, el método propuesto sólo procura servir como instrumento hábil, exacto y preciso para determinar el fundamento principal que objetivamente informa y configura la realidad social concreta ya que sólo así es posible emitir juicio a su respecto, sea éste favorable o negativo. De hecho, el mismo devenir histórico - cultural aquí consignado es considerado positivamente por algunos al ver en él un proceso de emancipación del hombre y, otros, lo estiman negativo al apreciarlo como camino conducente a la desintegración del ser.

Como lo acreditan las implicancias sociales que derivan de las tendencias metafísicas, el método postulado permite un conocimiento, entendimiento y explicación cabal de la realidad, quedando su juicio de valor reservado a la razón y libertad de quien aprecia el proceso del devenir.

 

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