FORMACIÓN DEL HOMBRE A PARTIR DE LOS ASPECTOS PSICOCOGNITIVOS

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RAQUEL BRIONES TORRES

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CONTENIDO

Introducción

Objetivos

Contradicciones

¿Qué es el método Montessori?

El hombre desconocido

El estudio del hombre

Nuestro presente social

El  cometido de la nueva educación

La Revelación del Orden Natural en los Niños y sus obstáculos

            Revelaciones y obstáculos

            Revelaciones anteriores

            La forma mental de la infancia

            El Mneme

            La disciplina

            Orden y bondad

            Salud y desviaciones

            La base del crecimiento

            Educación dilatoria

Prejuicios sobre el niño en la ciencia y la educación

            La conquista de la cultura

            La cuestión social del niño

            El Ombius

Las nebulosas

            El hombre y los animales

            La función del niño

            El embrión  espiritual

            La mente absorbente

            La adaptación

            El contacto con el mundo

Conclusiones contenidas en la obra

Analfatismo mundial

Conclusiones personales

Bibliografía

Cuestionario

 

Introducción

El presente trabajo es un acercamiento a la filosofía de Maria Montessori y a sus sorprendentes investigaciones en el campo  la psicología y  la pedagogía, se aboca a una  línea que se considera fundamental, la psicocognitiva,  refiriéndose  a la capacidad que tiene el niño de aprender, contenida en una de sus principales obras: “La Formación del Hombre”.

 

María Montessori   nació  en Chiaravalle en 1870,  médica italiana y en la práctica educadora;  su larga vida fue muy productiva, ello le permitió crear  toda una filosofía con la mirada fija en el niño, ese hombre desconocido; a partir de minuciosos  estudios e investigaciones creó el método Montessori para la educación preescolar, presentado en Roma en 1907.

Entre sus escritos destacan El método Montessori (1912),  Desarrollo del método Montessori (1917) y La Formación del Hombre.

 

Es en esta última obra en donde enfoca su  atención a la manera en que los niños  aprenden, fueron ellos mismos quienes le revelaron  su capacidad cognitiva,  esto es realmente extraordinario ya que  los exponentes e investigadores,  de esa época y tiempo atrás, habían demostrado poco o nulo interés en los alcances del niño para aprender, Montessori  inició sus exhaustivas observaciones  y trabajos  con niños con retraso mental a los que proporcionó, además de libertad  e interacción con su medio ambiente, respeto,  con lo que potenció su  capacidad cognoscitiva  innata, sus resultados fueron sorprendentes;  posteriormente tuvo la oportunidad de dedicar su atención y esfuerzo a niños normales de todos los extractos sociales  y pudo comprobar la efectividad del sistema, el que siguió  perfeccionando hasta su muerte en 1952.

Se ha dividido el contenido de este documento en los siguientes apartados: objetivos, resumen de la obra “La Formación del Hombre”, conclusiones, bibliografía y cuestionario

El apartado de objetivos describe de manera breve  el propósito del presente documento, tanto de manera general como particular, es espera de lograrlos ya que son básicos para que las personas interesadas tengan un punto de vista más a las valiosas aportaciones de Montessori.

Dentro del resumen se  rescatan  los logros y obstáculos que tuvo la Dra. Montessori  en la creación, difusión  e implantación de su filosofía en todo el mundo,  entre los que se encontraban  las críticas de connotados psicólogos, lo que  no la desanimó  ya que estaba convencida que sus hallazgos no eran una ilusión. Se  rescatan términos que es necesario conocer la  acepción que les  otorgó su autora   ya que, considero, se convierten en categorías de análisis de la esencia de su  obra: concepción de  hombre,  el  mneme,  evolución del hombre  y función del niño,  el embrión espiritual  y la mente absorbente.

En el  espacio correspondiente a las conclusiones se detallan, en forma concreta las interpretaciones personales sobre la obra en general, y del libro “La Formación del Hombre” de manera particular y se ofrecen lo que se consideran los  principios  del  sistema filosófico Montessori.

En el apartado bibliografía  se menciona la referencia  de la obra  “La Formación del Hombre”, así como también  de los libros que se tomaron en cuenta de la misma autora, y de otros especialistas que escriben al respecto.

En lo correspondiente al Cuestionario se  describen preguntas y respuestas  elaboradas  del libro “La Formación del Hombre”, las que guiaron el análisis de la obra y han servido para orientar la reflexión en el tema.

 

Objetivos

General

A partir  del análisis y síntesis de la obra “Formación del Hombre”,   dar a conocer  algunos aspectos del  pensamiento de esta autora, lo que permitirá   precisar el enfoque cognoscitivo, y ofrecer  un punto de vista personal  a la valiosa aportación que Montessori  hace a la   educación.

 

Específicos

1.      Presentar  un resumen del libro  mencionado,  que de manera más concreta,  permita a personas interesadas en el tema,  acercarse  al pensamiento Montessori

2.      Rescatar el aspecto psicocognitivo de la obra de Montessori  contenido en el libro “La Formación del Hombre”

3.      Ofrecer conclusiones personales de manera precisa y clara.

 

Contradicciones

¡Han pasado ya muchos años desde que iniciamos nuestro trabajo! En 1907 se inauguró la primera Casa de los Niños y, casi inmediatamente después, se difundieron por todo el mundo tanta la idea como la nueva obra para la educación del niño. Han pasado, pues, más de cuarenta años, y en ese tiempo han ocurrido las dos grandes guerras, la europea y la mundial, sin que se haya extinguido aquel movimiento educativo que ha echado buenas raíces en tantos países.

Y ahora, más convencidos que nunca de la importancia de la educación del niño, deseamos dar un nuevo impulso a nuestra obra para sacar de ella una ayuda efectiva en orden a la reconstrucción de esta humanidad dolorida, que parece aplastada por los cataclismos humanos más espantosos de la historia.

Me da la sensación de dirigirme a una familia vigorosa que debe proseguir su camino, y que, aunque es joven y fuerte, tiene mucha necesidad de fe y de esperanza.

Querría exponer aquí una guía que sirviera de orientación para nuestra tarea. ¿Por qué, respecto de lo que se llama “Escuelas Montessori” y “Método Montessori”, han surgido tantas dificultades, tantas contradicciones, tantas incertidumbres? Y sin embargo las escuelas van adelante en medio de guerras y cataclismos, y se extienden cada vez más por todo el mundo. Las encontramos incluso en las islas Hawai, en Honolulu en medio del océano. Las hallamos entre los nativos de Nigeria, en Ceilán, en China; es decir, en medio de todas las razas y en todas las naciones del mundo.

   ¿Creéis acaso que existen escuelas perfectas entre los nativos de África, de la india o de China, y aun en las naciones más civilizadas? Si escucháis a los “expertos” os dirán que no existe una escuela verdaderamente buena. Y al mismo tiempo todos están de acuerdo en que el Montessori es el método educativo moderno más difundido en la actualidad. ¿Por qué, pues, se difunde si no existen modelos perfectos? ¡Cuantas naciones han modificado las leyes para no obstaculizar la difusión del Método Montessori! ¿Por qué?, ¿con qué fundamento? ¿cómo se han difundido, si no cuenta con revistas, ni con iniciativas publicitarias o sociedades organizadas, enteramente de acuerdo entre sí y coordinadas orgánicamente?

Se dirá que es un fermento Transf.ormador, o una semilla que se difunde con el viento.

Es además un método que parece egoísta, que quiere caminar solo, sin mezclarse con ninguno; y sin embargo ¡ningún otro método aprovecha tanto la ocasión para proclamar la unión y la paz en el mundo!

Otra cosa extraña es que este método, ideado para los Kindergärten, se han infiltrado en las escuelas elementales e incluso en las secundarias y en las universidades.

En Holanda existen cinco Liceos Montessori, que han dado unos resultados tan satisfactorios que han llevado al Gobierno holandés no sólo a prestarles ayuda económica, sino incluso a hacerlos independientes, como los otros Liceos reconocidos. Yo he visto en París un Liceo privado montessoriano que forma unos alumnos más seguros de sí mismos, más independientes de carácter, y nada miedosos ante los exámenes como los alumnos que provienen de los otros Liceos franceses. En la India incluso se ha llegado a la conclusión de que son necesarias las Universidades Montessori.

Pero el método ha ido también por el camino opuesto, y ha sido aplicado a niños menores de tres años. En Ceilán se admiten en nuestras escuelas niños de dos años de edad; e incluso la gente pide que sean admitidos también los niños de año y medio. En Inglaterra hay muchas nurseries que emplean nuestro método: nurseries montessorianas se han fundado también en Nueva York.

¿Qué es, pues, este método que partiendo de los recién nacidos tiende a alcanzar a los doctores universitarios?

No ocurre lo mismo con los otros métodos. El método Froebel se aplica exclusivamente a los niños de edad infraescolar; el método Pestalozzi se aplica sólo en las escuelas elementales; los métodos de Herbart están pensados especialmente para la escuela secundaria. Y entre los métodos más modernos, tenemos el método Decroly, destinado a las escuelas elementales, el Dalton Plan, a las escuelas secundarias principalmente, etc. Los métodos clásicos han quedado modificados, es verdad; pero los que sirvan para educar a un grupo determinado, no podrán servir para los otros. Ningún profesor de escuela secundaria se preocupa del modo como se educa en las guarderías, y mucho menos en las nurseries. Un grado es enteramente distinto del otro; y los métodos que hoy se están multiplicando, se aplican a una u otra de éstas bien definidas.

Quien dijera que existen liceos con el método Froebel, diría algo que no tiene sentido. Y quien dijera que pretende extender a las Universidades los métodos de las nurseries, diría una majadería.

Y sin embargo, ¿por qué se habla con toda seriedad de extender el Método Montessori a todos los grados de la educación? ¿Qué significa todo esto? ¿Qué piensan que es el “Método Montessori”?

Continuamente se establecen paralelos y aproximaciones. Por ejemplo, se comparan las nurseries inglesas con las escuelas Montessori; se parangonan los juguetes y el modo de tratar a los niños en las dos instituciones, con la intención de compaginarlas y hacer de las dos una sola cosa. En América se han establecido muchos paralelos para unificar los parvularios froebelianos y las Casas de los Niños. Comparando nuestro material con las prendas froebelianas, se ha llegado a la conclusión de que los dos métodos son buenos y que sería conveniente emplearlos conjuntamente. Existen algunos aspectos de discordancia, por ejemplo respecto de los cuentos de hadas, sobre los juegos con la arena, empleo del material y otros particulares, en cuya defensa surgen todavía muchas discusiones. Incluso en las escuelas elementales se sigue discutiendo sobre los métodos para enseñar a leer y escribir, o para enseñar la aritmética, y se habla especialmente de nuestra insistencia por enseñar la geometría y otras cosas demasiado pronto, durante este período de la instrucción. Respecto de las escuelas secundarias, las opiniones son diversas. Unos piensan que nosotros no tenemos bastante en cuenta el deporte y otros trabajos que dan una impronta más moderna a la enseñanza, como la mecánica y los trabajos manuales. Y todo esto se pone tanto más de relieve cuanto que los programas de las escuelas montessorianas deben ser los mismos necesariamente que los de las demás escuelas secundarias, pues de otra forma sus alumnos no serían admitidos en la Universidad. 

 

¿Qué es el Método Montessori?

Se querría saber en pocas y claras palabras lo que es este Método Montessori.

Si se aboliera no solamente el nombre, sino también el concepto común de “método” para sustituirlo por otra designación; si hablásemos de “una ayuda hasta que la personalidad humana pueda conquistar su independencia, de un medio para liberarla de la opresión de los prejuicios antiguos sobre la educación”, entonces todo estaría claro. Es, pues, la personalidad humana lo que hay que considerar, y no un método de educación: es la defensa del niño, el reconocimiento científico de su naturaleza, la proclamación social de sus derechos lo que debe suplantar a los modos fragmentarios de concebir la educación.

Y puesto que la “personalidad humana” pertenece a todo ser humano, y son hombres los europeos, los indios y los chinos, si se descubre una condición de vida que ayude a la personalidad humana, esto interesará y afectará por su propia fuerza a todas las regiones habitadas por hombres.

Pero ¿qué es la personalidad humana? ¿Dónde comienza? ¿Cuándo empieza el hombre a ser hombre? Es difícil precisarlo. En el Antiguo Testamento el hombre fue creado adulto; en el Nuevo se nos presenta como niño. La personalidad humana es ciertamente una sola, que pasa por diversos estadios de desarrollo. Pero, cualquier hombre que se considere y en cualquier edad, niños de las escuelas elementales, adolescentes, jóvenes y hombres adultos en general, todos empezaron por ser niños; y pasan luego de niños a adultos sin que se rompa la unidad de su persona. Si la personalidad es una en diversos estadios de desarrollo, se debe concebir también un principio educador que afecte a todas las edades.

De hecho nosotros, hoy, en nuestros cursos más recientes, hemos llamado al niño: hombre.

 

El hombre desconocido

El hombre que llega al mundo bajo la forma de niño se desarrolla rápidamente por un verdadero milagro de creación. El recién nacido no tiene todavía ni el lenguaje ni los otros caracteres relativos a las costumbres de la estirpe: no tiene inteligencia, ni memoria, ni voluntad, ni menos el poder de moverse y tenerse en pie; y sin embargo este recién nacido lleva a cabo una auténtica creación psíquica: a la edad de dos años habla, camina, reconoce las cosas: y, pasados los cinco años, alcanza el desarrollo psíquico suficiente para ser admitido a estudiar en las escuelas.

Existe hoy un gran interés científico por conocer la psicología infantil en los primeros años de edad. Durante miles y miles de años la humanidad había pasado junto al niño, quedándose enteramente insensible ante esta especie de milagro de la naturaleza, que es el formarse de una inteligencia, de una personalidad humana. ¿Cómo se forma? ¿A través de qué procesos y con que leyes?

Porque si todo el universo se rige por leyes fijas, es imposible que la mente humana se forme al azar, es decir sin leyes.

Todo se desarrolla a través de procesos evolutivos complejos; incluso el hombre, que a los cinco años se ha convertido en un ser inteligente, debe haber tenido también su evolución constructiva. Pero este campo está se puede decir, todavía inexplorado. Hay un vacío en los conocimientos científicos de nuestro tiempo, un campo no explorado, una incógnita; en el proceso de formación de la personalidad.

El que haya persistido tal ignorancia, dentro del grado de civilización que hemos alcanzado, debe tener unas raíces misteriosas. Hay algo que ha debido quedar sepultado en el inconsciente, y encima de él se ha formado una costra de prejuicios difícil de romper. Para iniciar una exploración científica del inmenso campo oscuro, que es el espíritu humano, hay que sobrepasar obstáculos poderosos. Solamente sabemos que existe en la psique humana un enigma que todavía no ha despertado nuestro interés, como solamente sabíamos hasta hace poco tiempo que en el Polo Sur de la Tierra existía una inmensa extensión de hielos. Pero hoy se ha realizado la exploración antártica y se ha descubierto un continente sepultado, lleno de maravillas y de riquezas, con lagos calientes y seres vivos enormes; pero para llegar allá se ha tenido que vencer el obstáculo del espesor de los hielos que lo recubren y el frío de un clima diferente del nuestro. Lo mismo se puede decir de la exploración de ese polo de la vida, que es el niño.

El hombre en edades más avanzadas (niño, adolescente, joven, adulto) llega a nosotros desde lo desconocido; y juzgamos sus diversos aspectos tal como se nos presentan. Nuestros esfuerzos para orientar al hombre en estas varias edades, son, pues, empíricos, superficiales. Juzgamos, como agricultores desmañados, las apariencias, los efectos, sin preocuparnos de las causas que los producen. Con razón Froebel llama "jardines de la infancia" a las escuelas de los niños de cuatro o cinco años de edad; y nosotros podremos llamar con el mismo nombre a todas las escuelas, especialmente a las mejores, a aquellas en las que con sinceridad se busca el bien y la felicidad de los niños; las podremos llamar a todas ellas "jardines" para distinguirlas de las otras donde reina una tiranía cruel. Porque en ésas, en las más modernas y mejores, se comportan los maestros como los buenos jardineros y los buenos agricultores respecto de sus plantas.

Pero tras el buen agricultor, está en científico. El científico escudriña los secretos de la naturaleza y conquista, descubriéndolos, los conocimientos profundos que le pueden llevar no sólo a juzgarlos, sino incluso a transformarlos. El moderno agricultor, que multiplica la variedad de flores y de frutos, que mejora la floresta, que cambia, por así decir, la faz de la tierra, ha recogido sus principios técnicos de la ciencia y no de la rutina. Sí esas flores maravillosas de fantástica belleza, esos claveles de tantos colores, esas soberbias orquídeas, esas rosas gigantescas, perfumadas y sin espinas, y tantos y tantos frutos y maravillas que han cambiado la faz de la tierra, son el producto del hombre que ha estudiado las plantas científicamente. La ciencia fue la que orientó hacia unas técnicas nuevas; fue el hombre científico quien dio el impulso para construir una verdadera super-naturaleza fantásticamente más rica y hermosa que la que hoy llamamos naturaleza salvaje.

 

El estudio del Hombre

Si la ciencia empezara a estudiar a los hombres, llegaría no sólo a dar nuevas técnicas para la educación de los niños y jóvenes, sino que también nos llevaría a una comprensión profunda de muchos hechos humanos y sociales, que todavía están envueltos en una pavorosa oscuridad.

   La base de la reforma educativa y social, necesaria en nuestros días, se debe levantar sobre el estudio científico del hombre desconocido.

Pero, como decía, hay un grande obstáculo para el estudio científico del hombre. Son los prejuicios acumulados durante miles de años, consolidados como glaciares majestuosos y casi inaccesibles. Por eso se impone una exploración valiente; una lucha contra los elementos adversos, para la cual no son suficientes las armas ordinarias de la ciencia, es decir la observación y el experimento.

Este estudio del hombre espiritual, de la psicología, es un movimiento intelectual que se está difundiendo desde los primeros años de este siglo. El descubrimiento del inconsciente ha sido un descubrimiento fecundo. Se inició en hombres adultos enfermos mentales, pero luego se extendió también a hombres considerados normales. Más recientemente la psicología infantil ha empezado a interesar a los científicos.

La conclusión a que han llegado esos estudios ha sido que casi todos los hombres que viven hoy tienen alguna tara, mientras las estadísticas resaltan de modo indiscutible la cantidad siempre creciente de locos y criminales y aumenta el numero de niños difíciles y se agrava el fenómeno de la delincuencia de los menores, que hace pensar en los daños que de todo esto se deriva para la humanidad. Las condiciones sociales producidas por nuestra civilización obstaculizan evidentemente el desarrollo normal del hombre. Todavía no ha creado ella para el espíritu unas defensas análogas a las de la higiene física. Mientras hoy se dominan y se utilizan las riquezas de la tierra y sus energías, no se ha considerado aún la suprema energía que es el entendimiento del hombre; mientras se han explorado los oscuros abismos de las fuerzas naturales, no han sido iluminados aún los abismos del subconsciente del hombre. El hombre psíquico, abandonado a las circunstancias externas, se está convirtiendo en un destructor de sus propias construcciones.

Se puede, pues, idear un movimiento universal de reconstrucción con un objetivo único: ayudar al hombre a conservar su equilibrio, su normalidad psíquica, su orientación en las presentes circunstancias del mundo exterior. Este movimiento no se limita a ninguna nación ni a ninguna ideología política, puesto que quiere simplemente valorar al hombre, que es lo que esencialmente interesa, por encima de todas las políticas y las diferencias nacionales.

Es evidente que para un movimiento nuevo de este género no son ya suficientes las concepciones de las antiguas escuelas, en las que se sigue enseñando del mismo modo que en tiempos enteramente distintos de los nuestros.

La educación es un hecho social y humano, un hecho de interés universal. Debe fundamentarse en la psicología, para defender la individualidad, y luego debe orientarla hacia la comprensión de la civilización, para que la personalidad, protegida de los desórdenes que la circundan, haga al hombre consciente de su postura real en la historia. Evidentemente no es un “syllabus” o un programa arbitrario lo que informa la cultura actual: pero se necesita un “syllabus” que permita captar las condiciones del hombre en la sociedad presente: con una visión cósmica de la historia y de la evolución de la vida humana, ¿de qué serviría hoy la cultura, si no ayudara a los hombres a conocer el ambiente al que deben adaptarse?

Finalmente, los problemas de la educación se deben resolver teniendo en cuenta las leyes del orden cósmico, que abarcan desde la ley eterna de la construcción psíquica de la vida humana, a las leyes mudables que conducen a la sociedad por los caminos de su evolución sobre la tierra.

El respeto a las leyes cósmicas es un respeto fundamental. Sólo desde ellas se puede juzgar y modificar las numerosas leyes humanas que afectan al momento transitorio de las construcciones sociales externas.

 

Nuestro presente social

Es ya una frase común decir que existe un desequilibrio entre el milagroso progreso del ambiente y el atraso en el desarrollo del hombre; que el hombre recibe un gran choque al adaptarse al ambiente, y que en este choque sufre y se degrada. Se podría decir que las fuerzas del progreso exterior son semejantes a las fuerzas de un pueblo poderoso que invade y subyuga a un pueblo débil y, como sucedía en las guerras de los bárbaros, el subyugado queda convertido en esclavo.

Hoy la humanidad está vencida y esclavizada por su propio ambiente, porque frente a él se ha quedado débil.

La esclavitud va creciendo rápidamente y adquiere unas formas que no se conocieron nunca en el pasado de las luchas entre pueblos poderosos y vencedores y pueblos débiles y vencidos. Nunca la impotencia humana alcanzó el grado extremo que tiene hoy.

Es necesario que el hombre aúne todos sus valores vitales, sus energías; que los desarrolle y se prepare para su liberación. No es ya tiempo de luchar unos contra otros, de buscar el desarrollarse mutuamente; hay que contemplar al hombre sólo con la mira, de despojarlo de los lazos inútiles que se está fabricando y que lo arrastran hacia el abismo de la locura. La fuerza enemiga está en la impotencia del hombre respecto de sus mismos productos, está en frenar el desarrollo de la humanidad. Bastaría, para vencerla, que el hombre reaccionase y se comportase con una preparación diversa frente al ambiente, que por sí mismo es productor de riquezas y de felicidad.

Se trata de una revolución universal, que solamente exige que el hombre ensalce sus propios valores, y se convierta en el dominador, en vez de ser la víctima del ambiente que él mismo ha creado.

 

El cometido de la nueva educación

Puede parecer que nos hemos alejado de la primera cuestión, que era la educación. Pero esta divagación nos abre los nuevos caminos que ahora necesitamos recorrer.

Así como se ayuda a un enfermo en el hospital para que recupere la salud y pueda continuar viviendo, así hoy hay que ayudar a la humanidad a salvarse. Nosotros tenemos que ser los enfermeros en este hospital, inmenso como el mundo.

Es necesario caer en la cuenta de que el problema no se limita a las escuelas, tal como son concebidas hoy y no afecta a métodos de educación, más o menos prácticos, más o menos filosóficos.

O la educación contribuye a un movimiento de liberación universal, indicando el modo de defender y elevar a la humanidad, o se convierte en uno de esos órganos que han quedado atrofiados al no ser usados durante la evolución del organismo.

Existe en nuestros días, como decíamos, un movimiento científico del todo nuevo, que se presenta con resultados aún inconexos, pero que tiende ciertamente a unificarse en el futuro.

Sin embargo este movimiento no se da propiamente dentro del campo de la educación, sino en el de la psicología. Y, dentro de la psicología, no ha surgido por una preocupación pedagógica (conocer al hombre para educarlo), sino más bien por una preocupación por salir al encuentro de los sufrimientos y de las anomalías de los hombres, especialmente de los adultos. La nueva psicología ha nacido dentro del campo de la medicina, y no en el de la educación. Ésta psicología de la humanidad enferma se extiende también a los niños, que se presentan inquietos, desdichados, con sus energías vitales reprimidas y desviadas de la normalidad.

Quien trabaje en esta reconstrucción debe ir impulsado por una idea grande, más grande que aquellos ideales políticos que han promovido mejoras sociales porque tenían a la vista la vida material de algún grupo de hombres oprimidos en la injusticia y la miseria.

Aquí el ideal es universal: es la liberación de toda la humanidad. Y se necesita mucha labor paciente en este camino de liberación y valoración del hombre.

¡Mirad cuántos, en el campo de las otras ciencias, trabajan encerrados en sus laboratorios, observando al microscopio las células y descubriendo las maravillas de la vida; cuántos ensayan en los gabinetes de química las reacciones, descubriendo los secretos de la materia; cuántos trabajan para aislar las energías cósmicas con el fin de dominarlas y poder utilizarlas! Ahora bien, estos incontables trabajadores pacientes y sinceros son los que han hecho avanzar la civilización.

Algo semejante, como ya hemos dicho, hay que hacer también con el hombre. Pero el ideal, el fin que hay que proponerse debe ser común a todos. Deberá poder realizar aquel dicho que, a propósito del hombre, se encuentra en los libros religiosos: “Specie tua et pulchritudine tua intende, prospere procede et regna”, y que podíamos parafrasear así: “Compréndete a ti mismo, tu hermosura; avanza prósperamente en tu ambiente, rico y lleno de milagros; y reina sobre él”.

Pero se dirá: “Sí, esto es hermoso, fascinante, pero ¿no veis como entretanto, en derredor, crecen los niños, y los jóvenes se hacen hombres? No se puede esperar a una elaboración científica, porque mientras tanto la humanidad será destruida”.

Yo respondo: “No es necesario esperar a que el trabajo de investigación se haya completado. Basta con comprender la idea y proceder según sus indicaciones”.

De todas formas, una cosa es ya clara: la pedagogía no debe estar dirigida, como en el pasado, por las ideas que se habían fabricado algunos filósofos y algunos filántropos, es decir algunos que estaban impulsados por su piedad, por su simpatía, por su caridad. La pedagogía debe resurgir bajo la guía de la psicología aplicada a la educación, a la que conviene darle pronto un nombre diverso: Psicopedagogía.

En este campo se obtendrán muchos descubrimientos. Es indudable que, si el hombre ahora está desconocido y reprimido, su liberación vital ofrecerá revelaciones asombrosas. Y la educación deberá proceder en función de estas revelaciones; del mismo modo que la medicina común se basa en la “vis medicatrix naturae”, en las fuerzas curativas que ya están en la naturaleza, y la higiene se basa en los conocimientos de la fisiología, es decir en las funciones naturales del cuerpo.

Ayudar a la vida: es el primer principio fundamental. Ahora bien, ¿quién puede revelarnos las vías naturales por las que marcha el crecimiento psíquico del individuo humano, sino el mismo niño en condiciones de manifestarse? Así pues, nuestro primer maestro será el mismo niño, o mejor, el impulso vital con las leyes cósmicas que le conducen inconscientemente no lo que nosotros llamamos “la voluntad del niño”, sino el misterioso querer que dirige su formación.

Yo puedo afirmar que las revelaciones del niño no son difíciles de obtener. La verdadera dificultad reside en los prejuicios antiguos del adulto hacia el niño, en la ciega incomprensión y en los velos que una forma de educa­ción, arbitraria y basada sólo sobre el raciocinio humano, o mejor sobre el egoísmo inconsciente del hombre y su  soberbia de dominador, ha venido tejiendo para ocultar los valores de la sabia naturaleza.

Nuestra contribución, aunque pequeña, incompleta todavía, y considerada insignificante en el campo científico de la psicología, servirá sin embargo para ilustrar este enorme obstáculo de los prejuicios, que pueden borrar y destruir las aportaciones de nuestra experiencia aislada.

Si lográramos sólo probar la existencia de estos prejuicios, habríamos aportado ya un beneficio de importancia general.

 

LA REVELACIÓN DEL ORDEN NATURAL EN LOS NIÑOS Y SUS OBSTÁCULOS

Revelaciones y obstáculos

Recordemos cómo empezó nuestro estudio. Hace unos cuarenta años en un grupo de niños de cuatro años se manifestó un fenómeno inesperado que maravilló a todos. ­Este fenómeno fue llamado “la explosión de la escritura”.

Algunos niños comenzaron espontáneamente a escribir; esto se propagó rápidamente a un gran número de ellos. Fue una verdadera explosión de actividad y a la vez de entusiasmo. Aquellos pequeños llevaban, como en una especie de procesión triunfal, el alfabeto, dando gritos de alegría. Eran infatigables escribiendo: cubrían los suelos, las paredes con su escritura irrefrenable. Sus progresos fueron fantásticos, milagrosos. E inmediatamente después ellos, por si solos, aprendieron a leer diversas escri­turas, cursiva e impresa, en letras minúsculas y mayúscu­las, e incluso escrituras especiales, artísticas y góticas.

Examinemos un momento esta primera revelación. Era  evidentemente una revelación de orden psicológico y bastante poderosa como para reclamar entonces la aten­ción del mundo. Era una especie de milagro.

Y sin embargo, ¿cuál fue la reacción, especialmente de los científicos de la época?

La escritura milagrosa no se atribuyó a un hecho psíquico, sino a un “método de educación”.

Escritura y naturaleza no se podían juntar. La escri­tura es, en general, la consecuencia de una paciente e ingrata preparación en las escuelas, es un recuerdo de esfuerzos áridos y de fatigas soportadas, de castigos im­puestos, de tormentos, para todo el que no sea un anal­fabeto. Y tenía que ser un método verdaderamente mara­villoso aquel que había conseguido unos resultados tan brillantes, en una edad precoz. Se suscitó la curiosidad en torno a este método educativo que ofrecía la prueba de haber encontrado finalmente un medio para vencer rápidamente el analfabetismo, que más o menos seguía estando en los pueblos, aun en los más civilizados.

Cuando vinieron algunos profesores de las Universi­dades de los Estados Unidos de América para estudiar personalmente este método, yo no contaba con otro ma­terial que mostrarles que las letras del alfabeto separadas una de otra, letras que tenían la forma de objetos manejables, movibles, de una dimensión más bien grande.

Algunos de estos profesores se molestaron, y creye­ron que yo me reía de ellos, sin respeto a su dignidad. En las altas esferas se empezó a decir que todo aquello no era nada serio, que hablar de milagros era una mixtificación. Al ver después que, en vez de los libros ordinarios, yo empleaba “objetos”, que podían ser comprados o vendidos, se tuvo miedo de caer en una comercialización. Una especie de amor propio alejó de la atención de los grandes esta manifestación, que sin embargo estaba unida a una incógnita del orden psicológico. Y así surgió un obstáculo, una barrera insuperable entre aquella experiencia iluminadora y las personas que pertenecían a las altas esferas de la cultura, aquellas que por su cultura superior habrían podido descifrarla y utilizarla.

Expongamos otros tipos de prejuicio.

Los niños pequeños que escribían incansablemente eran una realidad que centenares y millares de personas podían constatar Muchas personas tuvieron que conven­cerse de que las letras del alfabeto estaban allí, aisladas, sin más, y que ningún maestro se esforzaba por enseñar a escribir: los niños hacían estos progresos por sí solos. A alguno le pasó por el pensamiento que todo el secreto estaba en haber ideado convertir las letras del alfabeto en objetos aislados y movibles. ¡Que descubrimiento tan simple y genial! ¿Por qué -decían muchos con amargura-, por qué no lo he ideado yo? Pero, dijo alguien, en realidad no se trata de un descubrimiento. Ya en la antigüedad Quintiliano había usado un alfabeto móvil de este tipo. Y así, en el caso de que yo hubiera pretendido presentarme como una genial inventora, habría sido desenmascarada.

Es curioso, sin embargo, constatar esa inercia mental tan difundida que se quedaba sólo en lo externo, sin te­ner la posibilidad, por así decir, de ir adelante y pensar en cambio en algún nuevo hecho psicológico que tuviera referencia con el niño: era una verdadera barrera mental común a todos, cultos e incultos.

Y hubiera sido tan simple pensar: si la historia recuer­da todavía el alfabeto móvil de Quintiliano, debería tam­bién recordar las reacciones que provocó. ¿Se produjeron procesiones de gente entusiasmada loca de alegría, que recorrieron las calles de Roma llevando estandartes con las letras del alfabeto? ¿Aprendió el pueblo, ante aquel contacto mágico, por sí solo y se llenaron las vías de Roma y las paredes de las casas de palabras escritas? ¿Apren­dieron todos a leer por sí solos, no solamente las letras romanas, sino también las griegas?...

Sin duda que la historia habría registrado estos he­chos imponentes. En cambio no recuerda solamente las letras que tienen un influjo mágico; la magia no esta en las letras sino que reside en la psicología del niño. Pero entonces nadie llegó a admitirlo. Aquel prejuicio de “no creer en lo extraordinario”, la vergüenza de aparecer crédulo para quien quiere mantener su dignidad y superio­ridad cultural, es corriente; y es uno de los obstáculos que ocultan lo “nuevo” e inutilizan un descubrimiento.

Un descubrimiento, para ser tal, tiene que contener alguna cosa nueva. Y la cosa nueva es una puerta abierta para quien tiene la valentía de atravesarla: una puerta por la que se tiene acceso a campos todavía no explorados; por tanto una puerta fantástica, maravillosa, que de­bería herir la imaginación. Y son verdaderamente, los hombres de cultura superior los que deberían convertirse lógicamente en exploradores de estos campos. Pero, una barrera mental emocional, está allí, para las gentes serias que han perdido ya el gusto de las “fairy tales” de la naturaleza; es raro hallar una excepción de esta regla. Ya el conocido banquete del Evangelio expresa este hecho eterno, de manera simbólica: se requiere un cierto grado de “sencillez”, de “pobreza” para entrar en los nuevos reinos.

La señora Bühler llegó a la conclusión de que las facultades mentales de los niños, antes de los cinco años, son absolutamente negati­vas para toda forma de cultura. Y así se echó, en nombre de la ciencia, una especie de losa sepulcral sobre nuestros experimentos.

Se atribuyeron únicamente a un “método de educación”, por lo demás inseguro y discutible. A partir de entonces las críticas se sucedieron vertiginosamente; se dijo en primer lugar que no había que “sacrificar la vida mental de los niños pequeños, para obtener resultados inútiles”, porque un poco más tarde, después de los seis años de edad, todos pueden aprender a leer y escribir, y ya se sabe con cuanto esfuerzo y sacrificio. ¡Es necesario evitar en la primera infancia todo trabajo duro de estudio! ¡Claparéde, gran autoridad en la pedagogía, describió por cuenta de la New Education FelIowship los males que se producen en los escolares por efecto del estudio en las escuelas! “Es verdad”, dice poco más o menos Claparéde, “que en nuestra civilización es necesario estudiar, pero si el estudiar produce en los niños un mal, hay que dañar­los lo menos posible!» De esta forma las nuevas escuelas buscaran el modo de eliminar, y obtener que poco a poco fueran eliminados, de los programas muchos estudios no necesarios, como la geometría, la gramática, gran parte de las matemáticas, etc. sustituyéndolos por juegos y vida al aire libre.

Y el mundo oficial de la educación, también él, se apar­tó de nuestro trabajo. Las maestras que aprendieron con nosotros fueron al principio en gran parte personas dedicadas a la educación en los parvularios froebelianos; unieron los juegos de Froebel con nuestro material científico de desarrollo mental y llegaron a la conclusión de que los dos hay cosas buenas, a condición sin embargo de que no se introduzca el alfabeto, la escritura o las matemáticas en las escuelas de los niños de tierna edad.

Luego fueron las maestras de las clases elementales las que intentaron el experimento con el alfabeto, pero no lograron provocar ningún entusiasmo, ninguna “ex­plosión”. Solamente las escuelas comunales no tuvieron, en cuenta un método más libre de estudiar y de dar ocu­paciones individuales y objetivas.

El “milagro” fue oficialmente olvidado. No llegó a interesar a la psicología moderna. Me quedó a mí el tra­bajo de indagar los secretos de la psicología infantil ma­nifestados en este experimento, porque nadie mejor que yo podía “aislar” aquellos hechos reales de los influjos educativos que podían haberlos provocado. Era evidente para mí que “alguna energía”, especial en los niños de esa edad, se había manifestado y por tanto existía.

Incluso si la experiencia se hubiera limitado solamente al primer grupo de niños, el hecho representaba un des­cubrimiento de poderes, que antes estaban ocultos en la psique infantil.

¿No pareció por ventura un milagro, o mejor algo extraño, lo ocurrido a Galvani, que vio moverse las ra­nas muertas y descuartizadas, atadas a la barandilla de hierro de su ventana? Si él hubiera pensado que se trata­ba de un “milagro de resurrección” o de una ilusión óptica, se habría desvanecido la insistente pregunta de su inteligencia investigadora: si las ranas muertas se mueven, es porque debe haber una “energía” que las hace moverse; y así descubrió la electricidad.

El desarrollo de la electricidad y sus aplicaciones han ido muy lejos desde aquel primer fenómeno manifesta­tivo.

Pero si alguien hubiera querido repetir el experimento literalmente para probarla y no hubiera obtenido el “milagro”, habría creído que ya tenía las pruebas de una ilusión indigna de entrar en el campo de la ciencia.

 

Revelaciones anteriores

No fueron nuestros niños los primeros en manifestar energías psíquicas que generalmente están ocultas; pero sí fueron los más pequeños. Manifestaciones precedentes se habían obtenido en niños de edad mucha mas avan­zada, es decir de siete años en adelante. La historia de la pedagogía cuenta en realidad los “milagros” de la escuela de Pestalozzi, en Stans. De pronto sus niños entraron como en una atmósfera nueva de progreso imprevisto. Los niños hacían cosas superiores a su edad; algunos demostraron en matemáticas progresos tales que los pa­dres retiraron de la escuela pestalozziana a sus hijos por miedo a que se fatigaran mentalmente. Pestalozzi, al describir el trabajo espontáneo, infatigable, seguido de prodigiosos progresos, hace una elocuente confesión, des­de el momento que él era “extraño” a aquellos fenóme­nos maravillosos: ”Yo era solamente un espectador asom­brado”.

Luego la llama se extinguió, y con la benevolencia y los cuidados cariñosos de Pestalozzi, todo volvió a la nor­malidad. Ahora bien, es interesante saber que pensaron sus admiradores, y especialmente los suizos que están tan orgullosos de él. Todos ellos juzgaron el fenómeno de Stans como un periodo de locura de su héroe, y se alegraron de que supiera volver a un “trabajo serio”.

¡Y cuántos hechos semejantes se habrán repetido du­rante la vida de los niños, que no se  conocen porque no tuvieron cerca a nadie que pudiera inmortalizarlos en la historia de la pedagogía!

 

La forma mental de la infancia

Hay, pues, una energía interior que tiende a manifestarse por sí misma; pero permanece sepultada bajo las barreras del prejuicio universal. Hay una forma mental de la Infancia que no ha sido reconocida nunca.

Era, en realidad, una “forma mental”, y no sólo el fenómeno explosivo de la escritura, lo que se reveló en mis niños de la primera escuela de S. Lorenzo.

Ocurría que, al dictarles yo palabras muy largas e incluso en lengua extranjera, ellos las reproducían fonéticamente con el alfabeto móvil, habiéndolas oído pronun­ciar sólo una vez. Todos cuantos han leído mis libros conocen estos fenómenos. Dictábamos par ejemplo pala­bras como “Darmstadt”, “Sangiaccato di Novi Bazar”, “precipitevolissimevolmente”, etc.

¿Qué era lo que fijaba en las mentes de los niños aquellas palabras complicadas, de modo que ellos parecían retenerlas en la mente con seguridad, como si hubieran sido esculpidas allí? Y lo más maravilloso era su calma y sencillez, como si no hicieran ningún esfuerzo. Ellos, hay que tenerlo en cuenta, no escribían, pero debían buscar cada letra en las diversas casillas del alfabeto. La búsqueda, nada fácil, del lugar de la letra y el apoderarse de aquel objeto, para ponerlo a continuación de las otras letras ya colocadas y completar las palabras, habría distraído la atención de cualquiera de nosotros.

Este hecho dejó maravillados especialmente a los téc­nicos de la educación básica, porque es sabido lo difícil que es el dictado en las escuelas elementales, y es sabido cuántas veces una buena maestra tiene que repetir la palabra mientras el niño la escribe, incluso cuando el niño tiene ocho o más años de edad La causa está en que, mientras escribe, el niño olvida; por eso al principio el dictado es sólo de palabras cortas y conocidas.

Recordamos la famosa anécdota del inspector Di Donato. Llegó a visitar la escuela con aspecto severo, como un hombre bien precavido contra las posibles mixtificaciones. No quiso dictar palabras largas y difíciles, bajo las cuales podía esconderse algún truco. Dictó sencilla­mente su nombre, Di Donato, a un niño de cuatro años. Éste evidentemente no captó bien la pronunciación: entendió “Ditonato” y comenzó poniendo como tercera letra una “t”. EI inspector, fiel a sus métodos educativos, corrigió rápido repitiendo más claramente el nombre: Di Donato. El niño no se inmutó; para él evidentemente no se trataba de una corrección o de un error, sino sólo de no haber oído bien. Tomó la “t” y en vez de devolverla a la casilla del alfabeto, la dejó a un lado sobre la mesita. Compuso con tranquilidad el nombre y cuando llegó al final utilizó la “t” que había dejado a un lado. Por tanto el nombre estaba impreso por entero en su mente; la inte­rrupción no había ocasionado ninguna dificultad. Él sabia desde el principio que era necesaria una “t”, para completar el nombre. Fue esto lo que impresionó vivamente al inspector. ”El error ha sido la prueba más elocuente de la verdad. Confieso que no creía en este hecho sorpren­dente; pero ahora quedo convencido. Debo decir: “¡Increí­ble, pero es verdad!” Luego, sin preocuparse por elogiar al niño, como se había preocupado por corregirle, se di­rigió a mí: “¡La felicito! Es verdaderamente un método digno de tenerse en cuenta. Hay que aplicarlo en las escuelas”. Desde luego, para un técnico de la educación sólo podía existir un “método mejor o peor”. El hecho psicológico permanecería fuera. La barrera del prejuicio de un educador hacia imposible la comprensión del fenómeno. Cuando se marchaba, iba pensando y diciendo: “Con los métodos ordinarios, ni siquiera un niño de nueve años habría podido hacer esto”. El cumplido iba por mí.

­Y sin embargo se trataba de un hecho de memoria. La idea de que pudiera existir una forma de memoria, diversa de la de los niños menores, era algo inconcebible. ¡El niño pequeño tiene que tener una memoria más débil que la del niño mayor, que tenga cinco años más!.

Pero ¿qué es lo que había en aquella memoria del niño pequeño? Evidentemente en su mente se esculpía la pal­abra con todos los detalles de los sonidos que la componían y por su orden. La palabra se esculpía, permanecía toda entera en la mente, nada podía borrarla. Esa memoria tenía una cualidad diversa; introducía en la mente una especie de visión, y el niño copiaba con seguridad la visión clara y fija.

 

El Mneme

¿Puede existir una memoria diferente de la de nuestra mente consciente y desarrollada?

Cuando hoy los psicólogos modernos consideran otra forma de memoria en el inconsciente, que puede fijarse incluso a través de las generaciones, reproduciendo mi­nuciosamente los caracteres de la especie, le han querido dar un nombre distinto: Mneme. El mneme, en sus infi­nitos grados, se abisma en los mismos hechos de la vida y de la eternidad. Después de esta constatación, se podría reconocer en la mente del niño de cuatro años una fase de desarrollo psíquico en el que el mneme se encuentra precisamente en el umbral de la memoria consciente, hasta llegar a confundirse con ella, manifestándose sin embargo como el ultimo carácter de un fenómeno que tiene profundas raíces.

Este último rasgo del mneme procedía de muy lejos, y estaba unido a las fuerzas creadoras del lenguaje. El lenguaje materno se había ya formado en el inconsciente y con procedimientos diversos de los de la mente consciente. Ese es el lenguaje que se fija en la personalidad, como un carácter de la raza, y es diferente de los lengua­jes extranjeros que se pueden conseguir con la ayuda de la memoria consciente: lenguajes siempre imperfectas, que sólo se mantienen a base de un ejercicio continuo.

Está claro que las letras movibles representaban un objeto relativo a las sonidos fijados en la mente del niño y sacaban afuera, al mundo exterior, el lenguaje de ma­nera sensible. El interés demostrado por la escritura provenía de dentro; estaba todavía vibrando una sensibilidad creadora, como aquella destinada por la naturaleza a fijar el lenguaje hablado en el hombre; y era esta sensibilidad la que suscitaba el entusiasmo por el alfabeto.

EI alfabeto italiano contiene solamente veintiún sonidos, y todas las palabras, infinitas hasta el punto de no poder ser contenidas en un voluminoso diccionario, se pueden componer con esas veintiuna letras. Era suficiente para representar el patrimonio de palabras que el niño había acumulado durante su desarrollo; era suficiente para producir, como de repente, una explosión hacia el exterior de todo el lenguaje acumulado; y el niño vivía con alegría su milagro.

 

La disciplina

Examinemos otro tipo de prejuicios, que ofrecieron un gran obstáculo a la comprensión de nuestro trabajo.

Recordemos las lecciones sobre la disciplina, es decir, el fenómeno estupendo ofrecido por aquellos niños pequeños, que, dejados en libertad para elegir sus ocu­paciones, para realizar sin molestarse sus propios ejer­cicios, se quedaban ordenados y silenciosos. Ellos eran capaces de quedarse así todo el tiempo, incluso cuando la maestra estaba ausente, la conducta colectiva de armonía social, y la calidad de su carácter, sin envidia, sin competencia, pero que les llevaba en cam­bio a ayudarse mutuamente, provocaba admiración. Ellos amaban, y lo buscaban como un verdadero placer. La obediencia se desarrollaba en grados sucesivos de perfección, llegando incluso a una “obediencia reali­zada con alegría”, yo diría que con ansia de obedecer; semejante en mucho a la de los perros, cuando su dueño tira lejos un objeto para que lo vayan a buscar.

La lección de la maestra no contribuía en nada a conseguir este extraño fenómeno. No era, pues, directo de la educación: y porque no había ni ensayos, ni exhibiciones, ni premios, ni castigos, todo ocurría espontáneamente. Sin embargo este hecho inusitado tenía que tener alguna respuesta, estar producido por algún influjo. A quien me pedía explicación, yo solamente le podía responder: “Es la libertad”, como para la explosión de la escritura había respondido: “Es el alfabeto móvil”. Recuerdo que un maestro del barrio, sin tener demasiado en cuenta el hecho de la espontaneidad, me dijo: “Usted ha resuelto un gran problema: ha sabido juntar disciplina y libertad. Éste no es un problema que afecte al gobierno de las escuelas, es un problema que afecta al gobierno de las naciones”.

Evidentemente, también en este caso se sobreentendía que yo había tenido el poder de conseguir tales resul­tados. Yo habia resuelto un problema En la mentalidad de la gente era, pues imposible concebir esta otra idea: “de la naturaleza de los niños puede provenir la solución de un problema que es insoluble para nosotros; de ellos procede la fusión de cosas que para nosotros están encon­tradas”.

Hubiera sido justo decir: “¡Estudiemos, pues, estos fenómenos, trabajemos juntos para penetrar en los se­cretos de la psique humana!”.  Pero que del interior del alma infantil se pudiera sacar algo nuevo útil para todos nosotros, alguna luz sobre los hechos ocultos de la con­ducta humana, esto no era comprensible.

Es interesante recordar las opiniones y las ideas que surgieron por todas partes, por parte de los filósofos, de los pedagogos y de personas sencillas. Algunas de éstas últimas me tomaron sencillamente por una inconsciente: “Usted no sabe lo que ha hecho: no se ha dado cuenta de que ha realizado una grande obra”. Otros decían como si estas cosas constituyeran un cuento fantástico o un sueño que yo hubiera fabricado: “¿Cómo puede ser tan optimista respecto de la naturaleza humana?” Pero la oposición principal, que no ha cesado todavía, vino de parte de los filósofos y de los religiosos, quienes atribuyeron los hechos, que habían constatado tantos centenares de personas, a opiniones mías. Para algunos yo era una seguidora de Rousseau, me había ali­neado con su pensamiento, creyendo que “todo es bueno en el hombre, pero todo se estropea al contacto con la sociedad”, y que había construido, en las escuelas una especie de novela, como Rousseau la había construido sobre un libro.

Incluso discutiendo conmigo no se lograba conseguir ninguna clara explicación o convicción: una persona conocida escribió en un diario muy serio: “¡Montessori es una pobre filosofa!”.

Para los religiosos yo iba casi contra la fe y muchos se me acercaron para explicarme el “pecado original”. ¡Podéis imaginaros lo que deberían pensar los calvinistas, o en general, los protestantes convencidos de la maldad innata del hombre!

Además de los principios de la filosofía relativos a la naturaleza del alma humana, yo ofendía también los principios de la técnica en la educación escolástica. Se ha­blaba de mi enseñanza como de un método apriorístico, que “abolía” los premios y castigos, proponiendo conseguir la disciplina sin estas ayudas prácticas. Lo juzgaron como un “absurdo” pedagógico e incluso en contradicción con las experiencias practicas universales; más aún, como un sacrilegio, pues está dicho que Dios premia a los buenos y castiga a los malos, y esto es el principal sostén de la moralidad.

Un grupo de maestros ingleses presentaron una protesta pública, declarando que si se abolían los castigos, ellos dimitirían de su cargo, porque no podían educar sin castigos.

¡Los castigos! No había caído en la cuenta de que fueran una institución indispensable, dominante sobre la vida de toda la humanidad infantil, Todos los hombres han crecido bajo esta humillación.

Sin embargo no hay duda de que el castigo violento estaba muy en boga: bofetadas, insultos, palos, encierros, sustos terribles imaginarios. La lista que llegó a la liga de las Naciones, en nuestro siglo era aun la continuación del dicho sapiencial de Salomón: “Quien no emplea el palo con su hijo, es un mal padre, porque condena al hijo al infierno”.

Yo pude comprar en Londres unos látigos, que se ven­dían en manojitos y que eran empleados todavía por los maestros, aunque su uso venía del pasado.

La necesidad de estos “medios indispensables” para la educación demuestra que la vida de los niños no fue ni es democrática, ni la dignidad humana es respetada. Desde la antigüedad se ha incrustado una barrera más aún en el corazón que en la mente del adulto: las fuerzas interiores del niño no han sido nunca vistas ni del lado intelectual ni del moral.

En mis experiencias, la revelación de estas desconocidas fuerzas interiores había eliminado los castigos. Pero todo esto, al aparecer de repente, en una súbita revela­ción, resultaba incomprensible y provocaba el escándalo.

Resultaba imposible aceptar sencillamente unos hechos evidentes. Tenían que ser obra de alguna persona que los había producido o los había imaginado.

Por eso hablamos de un punto ciego en el corazón del hombre que, sin embargo sabe comprender tantas cosas, análogo al punto ciego que está en el fondo de la retina, que es el órgano que ve todas las demás cosas. La visión moral del niño caía “en el punto ciego” del corazón: caía sobre una barrera de hielos.

Y hablamos de una “página blanca” en la historia de la humanidad, es decir una página que no ha sido es­crita: la que se refiere al niño.

En los colosales e innumerables volúmenes de la historia de los hombres, no aparece nunca el niño, nunca se tiene en cuenta al niño en la política, en las realizaciones sociales, en la guerra, o en la reconstrucción.  El adulto habla como si solamente existiera el adulto. El niño forma parte de la vida privada, y es un objeto que exige deberes y sacrificios a los adultos y merece castigos cuando molesta. Al soñar con un Paraíso Terrenal en el mun­do futuro, con una nueva sociedad mejor, el adulto ve sólo a Adán y Eva y la serpiente: en el Paraíso Terrenal no está el niño.

Que de él nos pueda venir una ayuda, una luz, una enseñanza, una nueva visión, la solución de problemas enmarañados, esto no ha penetrado todavía en la mentalidad social. Ni siquiera los psicólogos ven en el niño la puerta abierta para penetrar en el subconsciente, que ellos andan intentando descubrir y descifrar sólo a través de las enfermedades del hombre adulto.

 

Orden y bondad

Ahora bien, para volver a las barreras morales había que ver sencillamente el hecho de la disciplina espontánea y de la conducta social de los niños, tan maravillosamente delicada, segura y perfecta.

Cuando contemplamos las estrellas que lucen en el firmamento, tan fieles a su trayectoria tan misteriosamente sostenidas allá arriba, no pensamos: “¡Oh, qué buenas son las estrellas!”, sino que decimos solamente: “Las estrellas obedecen a las leyes que rigen el universo”; y decimos también: “¡Qué maravilloso es el orden de la creación!”

En la conducta de nuestros niños se evidenciaba un tipo de orden de la naturaleza.

El orden no quiere decir necesariamente bondad. No demuestra que el hombre “nazca bueno” ni que “nazca malo”. Demuestra solamente que la naturaleza, en sus procedimientos por construir el hombre pasa a través de un orden establecido.

El orden no es la bondad, pero quizás es el camino indispensable para llegar a ella.

También en una organización social exterior, debe existir un orden como fundamento. Las leyes sociales so­bre el comportamiento de los ciudadanos, la policía que controla su cumplimiento, son necesidades para lograr una convivencia social; y sin embargo los gobiernos pue­den ser malos, injustos y crueles. Incluso la guerra, que es el hecho menos bueno y el más inhumano, se basa en la disciplina y en la obediencia de los soldados. La bondad de un gobierno y su disciplina son cosas diversas. Tampoco en las escuelas, sin lograr la disciplina de los alumnos, podría progresar la enseñanza; pero sin embargo se pueden dar formas de educación buenas y malas.

En nuestro caso, entre estos niños el orden provenía de directrices misteriosas, ocultas, internas, que se podían manifestar solamente a través de la libertad que permitía seguirlas. Para permitir tal libertad era necesario que na­die interviniera obstaculizando la actividad espontánea de los niños. en un ambiente preparado para satisfacer sus necesidades de desarrollo.

Antes de llegar a ser “buenos”, es necesario entrar “en el orden de las leyes de la naturaleza”. Luego, desde este plano, ya es posible elevarse y subir a una “supernaturaleza”, donde se necesita la cooperación de la ciencia.

­En cuanto al mal, a la “maldad”, es necesario distin­guir el “desorden” de la caída a planos morales inferiores. Ser “desordenado”, respecto de las leyes naturales que dirigen el desarrollo normal de los niños, no quiere decir necesariamente ser “malo”. De hecho los ingleses emplean términos diversos para expresar la maldad de los niños y la de los adultos: a la primera la llaman naughtiness y a la segunda evil o badness.

Ahora podemos afirmar con seguridad: la naughtiness infantil es un “desorden” respecto de las leyes naturales de la vida psíquica que se está construyendo; no es mal­dad, pero compromete la normalidad futura en el funcionamiento psíquico del individuo.

 

Salud y desviaciones

Sí en lugar de “normalidad” decimos “salud”, es decir, salud psíquica en los niños durante el crecimiento, enton­ces la cosa comienza a ser algo más clara, porque nos hace pensar en el hecho análogo de las funciones del cuerpo. Decimos que un cuerpo está sano, cuando todos los órga­nos funcionan normalmente; y esto es común a todos los hombres, tanto a los robustos como a aquellos delicados o de diverso temperamento físico. Pero si un órgano funciona bien, se producen las “enfermedades funciona­les", que no son lesiones, es decir enfermedades orgánicas, sino solamente funciones anormales. Estas enfermedades funcionales se pueden corregir con tratamientos higiénicos, ejercicios y cosas semejantes. Traslademos el cuadro al campo psíquico. Hay funciones que pueden ser alteradas; no dependen de hecho de los caracteres de la raza o de una forma individual, de un ego predestinado a grandes o desgraciadas cosas en la vida. Tanto el genio como el más ordinario de los individuos, debe tener deter­minadas funciones establecidas “normalmente”, debe estar psíquicamente sano.

Ahora bien, los niños comúnmente conocidos (inestables, perezosos desordenados, violentos, rebeldes, desobedientes, etc.) son “enfermos funcionalmente” y pueden curarse siguiendo un tratamiento higiénico de vida  psíquica: es decir, se pueden “normalizar”. Se convierten ent­onces en esos niños disciplinados que se manifestaron al principio provocando tan gran sorpresa. En esta norma­lización los niños no se convierten en “obedientes a un maestro que les instruye y les corrige”, sino que encuentran la guía de las leyes de la naturaleza,  es decir vuelven a funcionar normalmente y de esta forma pueden revelar exteriormente aquella especie de fisiología que, como ocurre en el cuerpo, tiene lugar dentro, en el complicado laberinto de los órganos del alma­.

Eso que se llama “Método Montessori” gira en torno a este punto esencial.

Podemos decirlo con toda seguridad, después de cua­renta años de experiencia, después de repetidas pruebas entre todas las razas, en todos los países del mundo: la disciplina espontánea fue la base primero de todos los re­sultados maravillosos, como la explosión de la escritura y tantos otros progresos que se manifestaron a continuación. Es necesario lograr primera el “funcionamiento norma”, el estado de “salud”, y el estabilizar este estado de salud que hemos llamado “normalización”.

Es necesario que el niño antes se “normalice” y luego progresará. Tampoco un hombre enfermo puede producir según todas sus posibilidades naturales que hay en él; antes, es necesario que se cure.

Lo que están buscando conseguir los psicoanalistas es precisamente “normalizar” a los adultos que tienen tantas dificultades para actuar y lograr conseguir sus propó­sitos sociales. En las clínicas para niños difíciles, lo que se intenta es que sus funciones entren en un estado de normalidad.

Ahora bien, supongamos que un método de educación reconoce que es necesario “normalizar” desde el principio y luego ir manteniendo continuamente en la vida este estado de normalidad. Tal método tendrá como funda­mento propio una especie de “higiene psíquica”, que ayu­dará a los hombres a crecer con buena salud mental.

Esto no reza en las teorías filosóficas sobre la naturaleza buena o mala de los hombres, ni mucho menos la eleva­da y abstracta idea de lo que sea el “hombre normal”; pero es un dato practico, que se puede universalizar.

 

La base del crecimiento

La realidad está muy clara. El impulso subconsciente en la edad del crecimiento, de la formación del individuo, impulsa a realizar el crecimiento. Esto es lo único que les puede dar la máxima felicidad a los niños e impulsar­los al máximo esfuerzo por conseguirla. Se puede decir que la edad infantil es una edad de “vida interior”,  que lleva al crecimiento, al perfeccionamiento; y el mundo exterior tiene valor solo en cuanto ofrece los medios necesarios para conseguir el fin de la naturaleza. Por eso el niño no desea otras cosas que las que se adaptan a sus necesidades y las emplea sólo en cuanto le son útiles para su fin.

Como el niño no tiene envidia del muchacho mayor que él, así no desea tampoco las cosas que de momento le serian inútiles.

De aquí proviene esa actitud pacífica y gozosa del niño que, en un ambiente favorable, elige sus objetos y sus ocupaciones.

El niño mayor no puede inspirar competencia al más pequeño, sino, mas bien, admiración, devoción. Ve en él la imagen de su propio triunfo, que tiene como seguro, porque el niño crecerá si no muere. El muchacho mayor no provoca envidia por el hecho de ser mayor.

Por eso no se manifiestan esos sentimientos que se podrían llamar “malos”. La naughtiness de los niños pequeños es una manifestación de defensa o de inconsciente desesperación, por no poder “funcionar” en ese tiempo del que depende todo el futuro y hacia el que va progresando cada hora. O bien la naughtiness es una agitación que proviene de hambre mental, substraída a los estímulos del ambiente, o de degradaciones, ante la imposibilidad de actuar. Entonces el “objetivo inconsciente”, que se aleja de sus realizaciones, crea una especie de infierno en la vida del niño. Es la separación de la fuente conductora, de las energías creadoras.

Sólo más tarde, cuando el tiempo útil para “formar el primer boceto del hombre” haya terminado y el niño, que ha tenido más o menos éxito al realizar los diseños de su vida, empieza a tener intereses sobre las cosas exteriores, entonces sí, puede surgir la envidia por el éxito de los demás. La realidad es entonces diversa, y se puede dar un juicio de “bondad” o de “maldad”, es decir de defectos de orden moral respecto de la sociedad, que pueden justificar la corrección educativa.

 

Educación dilatoria

También en este punto el concepto que se tiene de corregir, queriendo suprimir directamente los defectos, está equivocado. Se corrige solamente “difiriendo”, dando tiempo, dando medios, para la expansión de la personalidad: suscitando intereses más elevados que lo que hace otro individuo que se está empobreciendo a nuestro lado. Solamente los pobres riñen por un trozo de pan. Los ricos se ven atraídos por las posibilidades que les ofrece el mundo. La envidia y la competencia son la señal de “estrecho desarrollo mental”, de visión limitada.

Lo mismo se puede decir de una educación que “engrandece” y va más allá de los intereses inmediatos que son limitados, cerrados. La limitación del terreno por conquistar es lo que provoca la envidia y la lucha; pero un espacio amplio provoca otros sentimientos, unos sen­timientos que apasionan y que, por eso, son los que ver­daderamente llevan a los hombres hacia el progreso.

Por tanto, una educación de “anchura” es la platafor­ma sobre la que pueden diluirse algunos defectos mora­les. “Engrandecer el mundo” en el que languidece hoy el niño debe ser el primer paso de la educación. “Librarlo de cadenas que le impiden avanzar” es la técnica fundamental. “Multiplicar a su vez los motivos de interés que satisfagan tendencias más profundas sepultadas en el ánimo. Invitar a conquistar lo ilimitado, pero también a reprimir los deseos de poseer lo que ya poseen los vecinos”. Sobre este plano abierto a las posibilidades es donde se puede y se debe enseñar el respeto a las leyes exteriores, establecidas por esta otra poderosa natural­eza que es la sociedad de los hombres.

Finalmente la cuestión moral, y por tanto de bondad, se puede discutir sólo cuando la forma del “niño pequeño” está superada. Entonces es posible aducir los problemas de la filosofía. Pero  esos se refieren sobre todo a la grandeza trascendente: “a la consecución de Dios”, a la elevada idea del mundo y del destino individual. De hecho aquellos que quieren luchar contra el “pecado original” lo hacen orientando a los hombres hacia la gran­deza de la redención.

 

PREJUICIOS SOBRE EL NIÑO EN LA CIENCIA Y EN LA EDUCACIÓN

La conquista de la cultura

 En nuestras escuelas, donde ha ido progresando esta experiencia educativa, se han manifestado prácticamente las tendencias naturales a “extender”  la cultura, y a “agrandar los conocimientos”. Parece ser éste el camino natural. Aquí los problemas de la enseñanza se alteran enteramente: parece que el problema práctico del maes­tro ya no es el de comunicar unos conocimientos según unos limites establecidos, sino más bien el de “moderar” y “dirigir”, como hace el domador de caballos inquietos y jóvenes. Se necesitan guías para moderar y conducir, no varas para hacer correr.

El “modo” de comunicar la cultura se presenta tam­bién diferente. La técnica de la enseñanza en las escuelas comunes estaba formada por una lenta y sucesiva progresión entre supuestas dificultades clasificadas previa­mente. En cambio, los niños, dejados libres en su am­biente, han demostrado unas técnicas originales, que no habríamos podido sospechar.

El niño aprende verdaderamente sólo cuando puede ejercitar sus propias energías según los procedimientos mentales de la naturaleza, que actúan alguna vez de modo muy diverso a como comúnmente suponemos. Y por eso fallan o quedan ocultos con los procedimientos usuales en las escuelas comunes. El alumno puede dar unos resultados sorprendentes solamente si el maestro aplica la técnica científica de una “intervención indirecta” para ayudar al desarrollo natural del niño.

Los progresas precoces y extensos de la cultura, que nos han revelado nuestros niños y que provocaron tanta admiración y tanta oposición por malentendidos e incom­prensiones, parten siempre de un principio que se refiere a la psicología del niño, y es que el niño aprende por propia iniciativa asumiendo la cultura del “ambiente” y no del maestro; no solo, sino (como ya puede demostrarse claramente) actuando también en él los poderes del subconsciente que queda libre para absorber y para expresarse, según los procedimientos naturales de la mente absorbente.

Se dirá que también el maestro forma parte del am­biente, y, de hecho, él interviene ayudando a los procedimientos naturales. Pero la realidad es que el niño no puede aprender de esta forma, como se cree sólo por obra de un maestro que le explique las cosas, aunque sea el más excelente y el más perfecto de todos los maestros. El niño, también al aprender, sigue las leyes interiores de formación mental y se da un intercambio directo entre el ambiente y el niño, mientras el maestro, con sus ofertas de intereses y sus iniciativas constituye ante todo un “trait-d´union”.

Se ha ido haciendo cada vez más luz en este hecho del aprender, desde que se han intensificando las experiencias y se han determinado con el propósito de conocer ínti­mamente estos fenómenos. Se ha podido constatar en muchos niños situados en condiciones adecuadas, una pasión por las matemáticas, por los números altos, por las grandes operaciones aritméticas e incluso por cálcu­los de nivel muy superior, como el estudio de las poten­cias de los números o la extracción de la raíz cuadrada y cúbica; y de modo especial por los problemas de geometría.

Hay que añadir a todo esto el interés por las cosas de la naturaleza, la prodigiosa memoria para los nombres y, hecho extraño, el placer por aprender clasificaciones complicadas de plantas y animales:  clasificaciones que, al ser no sólo quizás inciertas sino también agobiantes para la memoria, la ciencia oficial ha creído deber suyo abolirlas al menos de la enseñanza en las escuelas, por considerarlo un esfuerzo inútil.

­Este interés por las “clasificaciones” se ha revelado mediante un material móvil, hecho con símbolos; pero era evidente el placer de crear un orden mental entre las imágenes, colocando cada una en su debido puesto. No era, ciertamente, un ejercicio de memoria, sino de cons­trucción, como el que haría un niño pequeño con la arena mojada. Muchas ideas y nombres que habrían volado lejos, son aprehendidas en el conjunto de una fascinante construcción; es como el material matemático que se or­dena y se construye según el sistema decimal, agrupando las unidades en jerarquías sucesivas tan claras que la aritmética se convierte en una consecuencia del orden de las unidades. Lo misma sucede con los hechos históricos, centrados en unas fechas y en la geografía, que forman en la mente un sistema de hechos culturales en el tiempo y en el espacio.

También la naturaleza creadora procede de este modo. En la formación del lenguaje (lengua materna) en el niño, el lenguaje es primitivamente construido sobre los sonid­os de las palabras y sobre la gramática, es decir sobre el orden en el que las palabras deben estar para expresar el pensamiento. Esta es la primera construcción fundamental, que se completa poco después de los dos años de edad con una cantidad relativamente escasa de palabras. Después, el lenguaje se enriquece espontáneamente con nuevas palabras, que encuentran ya el orden establecido que las acoge a todas.

El procedimiento adoptado en nuestras experiencias con niños de hasta nueve años de edad puede extenderse a edades más avanzadas: y se puede afirmar que, en todos los grados de la escuela de la cultura, en los muchachos en vía de desarrollo, es necesario no obstaculizar la actividad individual, que de esa forma obedece a un “procedimiento natural de desarrollo psíquico”. Es ver­dad que, conforme la cultura se eleva, el maestro o el profesor va adquiriendo un papel cada vez más impor­tante; pero este consiste principalmente en “estimular el interés” más que en la enseñanza, como  se entiende comúnmente; porque los niños, cuando se interesan por una cuestión, tienden a permanecer por largo tiempo estudiándola y probándola hasta que alcanzan una especie de “madurez” a través de sus propias experiencias. Después de esto, la conquista no sólo está garantizada, sino que tiende a extenderse más ampliamente. Entonces el pobre profesor se ve obligado a pasar los límites que se había propuesto para su enseñanza. Su dificultad no está entonces en lograr “hacer aprender”, sino en saber res­ponder a las exigencias inesperadas de sus alumnos y tener que enseñarles al instante cosas que no se había propuesto. Es decir que la instrucción tiende a exten­derse por fuerza propia. Muchas  veces después de un largo descanso, una suspensión del trabajo o bien un período de vacaciones, los alumnos no sólo conservan la memoria de las cosas aprendidas, sino que frecuentemen­te han enriquecido su cultura como por arte de magia. ­Después de las vacaciones saben más que antes: se despierta, pues el poder de absorber el ambiente.

El procedimiento de la actividad espontánea consiste tal vez en un trabajo intensificado y complicado voluntariamente, que absorbe todas las energías mentales du­rante horas enteras o incluso durante varios días consecutivos.

Recuerdo a un niño que quiso dibujar un río, el Rin, teniendo en cuenta todos los afluentes, y para eso tuvo que buscar durante largo tiempo en tratados de geografía, enteramente extraños a los libros escolares; para su dibujo escogió uno de los papeles milimetrados que usan los ingenieros para sus dibujos; y, empleando compases y otros instrumentos, logró con mucha paciencia su in­tento. Ciertamente nadie había pretendido nunca que hiciera tal trabajo.

­Una vez un niño consiguió el poder de realizar opera­ciones bastante complicadas sobre fracciones, sin escribirlas: es decir, manteniendo en su plano mental la imagen de  los números y de las operaciones sucesivas. Mientras el niño realizaba en su mente las operaciones, sin escribir ni hablar, el profesor las realizaba escribiéndolas, no siendo capaz de hacerlas de otro modo. Al final del cálculo el niño dijo el resultado. El profesor (que era un jefe de las escuelas inglesas, que había venido a visitar nues­tras escuelas de niños de Holanda) indicó que el produc­to dado por el niño no era exacto. El niño, en vez de tur­barse, se puso pensativo y dijo: “Si, he visto donde he cometido la falta”; y poco después dio el resultado exacto. Esta corrección mental en un cálculo bastante compli­cado hecho anteriormente, provocó más admiración que la ejecución misma. La mente del niño tenia evidentemente cualidades particulares para retener en ella todos esos procedimientos.

Otra vez, un niño que había aprendido la extracción de la raíz cuadrada con el procedimiento indicado en nuestro material, se interesó mucho por extraer raíces por sí solo, pero con un procedimiento diverso, inventado por él, que sin embargo no supo explicar.

No acabaría nunca de aducir ejemplos. Uno de los más extraordinarios fue el trabajo paciente de un niño que hizo el análisis gramatical escrito de un pequeño libro completo, sin cambiar de ocupación durante varios días hasta que lo terminó.

Estas manifestaciones psíquicas revelan una especie de mecanismo formativo, son ejercicios que no tienen ninguna utilidad externa, ninguna aplicación práctica. No seria posible imponerlos, como se podría hacer en una gimnasia física, porque sería imposible mantener artifi­cialmente un interés vivo e ininterrumpido, una atención constante por cosas en sí mismas poco atrayentes y sin objetivo. Es en verdad un esfuerzo espontáneo v tan grande, que seria imposible provocarlo. A pesar de semejantes “pasatiempos”, que aparecen en muchos niños en las variedades de sus ocupaciones, estos mismos niños realizan progresos excepcionales en todos los ramos de la cultura y del arte. En una escuela de la India, donde había un maestro especial para la música y el baile, un grupo de niños se reunía frecuentemente en la sala de música, cuando no estaba el maestro, e improvisaba bai­les que el maestro no les había enseñado, y que diferían mucho de los rígidos movimientos del arte indio; varios niños tocaban los instrumentos rítmicos que acompañaban una especie de canto coral inventado por ellos. En todos aparecía un vivo interés, que no era solamente placer. De vez en cuando se oían en la escuela estas músicas inesperadas.

Son estos fenómenos muy diversos de los que consi­dera la educación corriente en  relación con la psicología “escolástica”, que atiende sólo a la  “voluntad” y al “esfuerzo”  que se hayan hecho como provenientes de reflexiones del entendimiento o de presiones externas Aquí en cambio interviene, independientemente de toda reflexión o aplicación práctica v utilitaria, una especie de impulso vital, la “erupción de manifestaciones súbitas e insospechadas”. El “progreso” en la adquisición real de la cultura es evidentemente ayudado por estas energías inte­riores, mucho mas que por un esfuerzo voluntario e im­puesto. Y los resultados que se consiguen no están directamente en relación con estos extraños ejercicios de pa­ciencia y de trabajo constante sino que parecen más bien pertenecer a mecanismos “interiores” que, al actuar, dan un impulso de desarrollo a toda la personalidad en su conjunto.

De hecho una de las consecuencias más directas es la formación del “carácter”. Los niños no progresan solamente en la conquista casi maravillosa de la cultura; sino que se hacen más conscientes de sí mismos, más dueños de las propias acciones, más seguros en el proceder de su conducta sin rigidez ni dudas por timidez o miedo, dispuestos siempre a una adaptación hacia las demás per­sonas y hacia el ambiente con sus eventualidades. El gozo de vivir y la disciplina parecen más consecuencias de estos actos interiores que de circunstancias externas, Ellos están dispuestos para dominar el ambiente. Por­que, más equilibrados y más capaces de orientarse y de valorarse a sí mismos, se muestran característicamente tranquilos y armoniosos; y por esto encuentran una mayor facilidad en adaptarse a las demás personas.

En el curso de nuestras experiencias hemos encon­trado también aquí la fuerza destructora de los prejuicios. Una vez, aunque todos se lamentaban de la falta de cultura y ponían de relieve su absoluta necesidad en la vida civil de nuestro tiempo, se oponían, como en defensa del niño, al crecimiento cultural de nuestras escuelas. La fuerza de la inercia mental veía como una herejía pedagógica, y más aun psicológica, estas revelaciones de nuestros niños y combatía el ofrecimiento de nuestros materiales que ayudaban a tal desarrollo, En contra se aducían los descubrimientos sobre el surménage mental de los niños en las escuelas comunes y se nos acusaba de forzar las energías intelectuales del niño o se nos acusaba de forzar las energías intelectuales del niño, o se denunciaba nuestro intelectualismo. Y sin embargo nosotros éramos completamente inocentes de todo esto. La simple descripción de los hechos, de entre los que hemos escogido solamente algunos en las páginas precedentes, prueba que ellos nos sorprendían al menos tanto cuanto suscitaban en los demás una admiración sospechosa. ¿Quién se ha­bría atrevido nunca a provocar la manifestación de estos poderes en los niños? Ciertamente, nosotros no. Son los niños los que nos lo han revelado y nosotros no hemos hecho otra cosa que respetarlos en la atmósfera de liber­tad de nuestras escuelas y respondiendo solamente con la ayuda que ellos nos pedían, Sin embargo, intentamos encontrar la fuente de estos poderes y de investigar las condiciones que permitían y, quizás, facilitaban su “erupción”. Y solamente la repetición universal de los mismos fenómenos, incluso entre niños de razas muy distintas o de civilizaciones mucho más primitivas que la nuestra, es lo que nos ha obligado a concluir que se trata de posibilidades “normales”, de poderes realmente humanos que habían estado escondidos demasiado tiempo por falta, por parte de los adultos, de respeto a las leyes de la formación psíquica y de la ayuda que ellos tienen derecho a pedir a la educación.

 

La cuestión social de niño

Los resultados que hemos apuntado no son fáciles de conseguir, porque se encuentran enormes obstáculos en los prejuicios seculares. Es un campo, el del niño y el de la educación, en el que todos han tenido y tienen experiencias, desde la aparición del hombre sobre la tierra: experiencias que han tenido tiempo de consolidarse y de hacerse universales. Desgraciadamente existen también ciencias modernas, o tentativas de ciencia, relativas al niño, que se han desarrollado basándose en las manifestaciones infantiles más superficiales (sobre los “efectos” de circunstancias externas) y se han acomodado fácilmente sobre los prejuicios que cada hombre lleva consigo. Por este motivo las manifestaciones infantiles, de que hemos hablado, no se prestan a la observación de “hombres que ven”, sino a la de hombres que están ya ciegos por los prejuicios.

Estos prejuicios son tan universales que es difícil reconocerlos como prejuicios y se confunden con la evidencia de las cosas, puesto que todos, o casi todos, han visto solamente al niño conocido, no al niño desconocido. En realidad, si se afirma, ante un público que para reformar la educación es necesario vencer muchos prejuicios, el pensamiento del oyente más avanzado, más “sin prejuicios”, se dirige inmediatamente a lo “que se debe enseñar”, y no se dirige al niño. EI pensará que hay que eliminar de la enseñanza todo cuanto él  considera como prejuicios o errores, para que no se vayan transmitiendo. ­Alguno dirá que es necesario evitar la enseñanza de las ideas religiosas dogmáticas, entre otros que es necesario quitar los prejuicios entre las castas sociales, otros incluso que se deben eliminar algunas costumbres y formalismos que están fuera de tiempo en la sociedad actual, y así sucesi­vamente­.

Pero el que existan prejuicios que “impiden” ver al niño bajo un punto de vista distinto del acostumbrado, esto parece todavía inconcebible.

Y sin embargo, quién se ocupa de la psicología infantil, o de la educación, debe tomar en consideración no los prejuicios sociales de los que se ocupan los hombres mo­dernos, sino otros prejuicios, los que se refieren directa­mente al niño, al niño con sus atributos naturales, con sus poderes, con sus  condiciones anormales de vida.

Quitando los prejuicios religiosos, se podrá quizás lograr una mejor comprensión de la grandeza o del signifi­cado de las religiones, pero no la personalidad natural del niño. Quitando los prejuicios sobre las castas sociales, se podrán intensificar la comprensión y la armonía entre los hombres en la sociedad, pero no por esto se vera me­jor al niño. Si se reconocen inútiles muchos formalismos en los comportamientos sociales, porque pertenecen a una época ya pasada, se reformarán las costumbres, pero no por esto se vera mejor al niño.

Todo cuanto parece contribuir a un progreso social entre los adultos, puede prescindir completamente, en la opinión común, de las necesidades vitales del ser infantil. El adulto ha visto siempre en la sociedad, en su progreso, solamente al adulto; y el niño ha quedado cono un extra-social, una incógnita en la ecuación de la vida.

De aquí proviene el prejuicio de que la vida del niño se pueda modificar o mejorar solamente con la enseñan­za: prejuicio que impide ver la realidad de que el niño se construya por si solo, que tiene un maestro dentro de sí mismo, el cual también tiene un programa y una técnica educativa; y que nosotros al reconocer este maestro desconocido, podemos tener el privilegio y la fortuna de llegar a ser sus asistentes y sus fieles servidores, ayudán­dole como colaboradores.

Muchos otros prejuicios son lógica consecuencia de éste. Se dice que la mente del niño está vacía, sin directrices y sin leyes; y nosotros tenemos, por esto mismo, la grande y plena responsabilidad de llevarla, de guiarla y de mandarla; que su animo tiende a una cantidad grande de defectos; tiende al decaimiento y a la inercia, tiende a descarriarse como una pluma llevada por el viento, y debemos, por esto mismo, estimularlo y animarlo, corregirle y guiarlo continuamente.

Físicamente ocurre lo mismo. El niño -se dice- no controla sus movimientos, pues es incapaz de servirse por si mismo; y el adulto se apresura a hacerlo todo por él, sin caer en la cuenta de que el niño podía hacerlo por sí solo. Este niño se convierte en un gran peso sobre nues­tras preocupaciones y nuestras responsabilidades. El adulto está seguro, ante él, de que debe “crear” en el niño un hombre y que la inteligencia, la actividad socialmente útil, el carácter de este hombre que ha llegado a su casa, serán únicamente obra suya.

Nace entonces el orgullo junto con la ansiosa respon­sabilidad. Ese niño debe un infinito respeto y gratitud a sus progenitores, a sus salvadores; pero si, en cambio, se muestra rebelde, es culpable y hay que corregirle, someterlo incluso con violencia, si es necesario. Ese niño, para ser perfecto, debe ser perfectamente pasivo, es decir debe tener una obediencia absoluta. Es un perfecto parásito de sus padres y, mientras sus padres asuman todo el peso económico de su vida, él debe depender enteramente de ellos. ¡Es el hijo! Aun cuando se haya convertido ya en un hombre y tenga que afeitarse la barba todas las mañanas para ir a clase en la Universidad, está en dependen­cia del padre, y de sus maestros, como cuando era niño. Irá donde el padre quiera, estudiará frecuentemente como quieran sus maestros y profesores. Seguirá siendo un extra-social, incluso cuando se doctore y cumpla sus 26 años de edad.

No podrá elegir el estado matrimonial sin el consen­timiento del padre, hasta que no llegue a una edad avan­zada que está legislada no en función de su necesidad y sus sentimientos, sino en función de una ley social hecha por los adultos e igual para todos.

Todas estas cosas se deslizan por el mundo como el agua tranquila de un arroyo par los prados. Ésta es la preparación del hombre. Y de la mujer... Ella todavía está en peor situación, mucho más dependiente y sentenciada en vida.

Las normas de tal modo de vivir están en la base de la sociedad. Nadie puede ser llamado bueno si no se con­forma a ellas.

Así desde el nacimiento, y hasta que no han cumplido todas las normas dietadas por el adulto, ni el niño ni el hombre dependiente, que es el joven, no están considera­dos como hombres en la sociedad. Al joven estudiante se le dice: “Preocúpate de estudiar, no te metas en política ni te preocupes por ideas diferentes de las que te han impuesto; tú no tienes derechos civiles”.  EI mundo social se abre solamente después de pasada esta especie de preparación dictatorial.

Hay que reconocer que durante la historia de la civi­lización ha habido una evolución. Mientras en el derecho romano el padre era dueño de matar al  hijo por el derecho que le daba la naturaleza al haberlo engendrado, y de hecho se hacia desaparecer al niño débil o deforme, arrojándolo por una (la  roca Tarpeya), que tenia esta función depuradora de la raza; el cristianismo lo puso bajo la ley que manda respetar la vida. Pero ahí quedó todo. Ya no se puede  matar materialmente al niño.

Poco a poco la ciencia, bajo la forma de higiene, llegó incluso a “proteger” la vida del niño de las enfermedades, de evidentes crueldades; pero no se preocupó de dictar las condiciones sociales necesarias para proteger la vida de todos los niños.

La personalidad del niño quedó sepultada bajo los prejuicios del orden y de la justicia. El adulto que se ha preocupado tanto por defender sus propios derechos ha olvidado al niño; ni siquiera ha caído en la cuenta de él; y en este plan la vida ha continuado desenvolviéndose y complicándose hasta nuestro siglo.

De todo este conjunto de ideas se derivan los prejui­cios particulares que se imponen con el fin laudable de la protección y del respeto por la vida de la infancia.

Por ejemplo, el niño pequeño no puede ser admitido en ninguna clase de trabajo, sino que tiene que ser aban­donado a una vida de inercia intelectual; solamente puede jugar de manera preestablecida.

Por eso si un día  se descubre que el niño es un gran trabajador que incluso se puede aplicar con concentración, que puede instruirse, que tiene una disciplina en sí mismo, parece de fábula; pero no causa sorpresa, sólo se ve como un absurdo.

La atención no se detiene sobre esta realidad; por eso no se acierta a  intuir que ahí es donde puede anidar un error por parte del adulto. La cosa es sencillamente impo­sible, inexistente; o diríamos, no seria.

Ahora bien, la mayor dificultad para librar al niño y poner de relieve sus poderes no está en encontrar una educación que los realice, sino en vencer los prejuicios que el adulto tiene acerca de el. Por eso decía que se deben reconocer y estudiar y combatir solamente “los prejuicios relativos al niño”, sin tocar los otros prejuicios que el adulto tiene sobre su propia vida.

Esta lucha contra los prejuicios es la cuestión social del niño, que tiene que acompañar a la renovación de su educación. Es decir, que hay que preparar un camino positivo y delimitado a este fin. Si se toman en cuenta directamente y solamente los prejuicios relativos al niño, entonces se logrará al mismo tiempo una reforma del adulto, porque se destruirá un obstáculo que está en él. Esta reforma del adulto tiene una enorme importancia para toda la sociedad: representa el despertar de una parte de la conciencia humana que se halla cubierta por estorbos estratificados, y sin esto todas las demás cues­tiones sociales se oscurecen, y sus problemas permanecen insolubles.

La “conciencia” está ofuscada no en un adulto aislado, sino en todos los adultos, porque todos tienen niños y, teniendo en torno a ellos ofuscada la conciencia, obran inconscientemente; no emplean aquí la reflexión, la inteligencia, que en otros campos les condu­cen al progreso. Existe en verdad un punto ciego como el del fondo de la retina. El niño, ese desconocido, esa apariencia de hombre, incomprendido, aceptado tal vez como un accidente matrimonial que ha abierto un camino de sacrificios y de deberes, no suscita por sí mismo ni maravilla ni admiración.  Quien puede, lo entrega en manos extrañas, lo entrega a la nurse y se anima a pedirle que lo tenga lo más lejos posible, Y si el niño, ese ser desconocido e incomprensible que obra por impulsos inconscientes, no se somete, se le castiga, se lucha contra él, que, siendo débil, sin ninguna arma defensiva en su inteligencia ni en sus fuerzas, tiene que soportarlo todo. Surge entonces un “conflicto”, en el alma del adulto que lo ama, al principio quizás no sin pena, no sin remordimiento, Pero luego el mecanismo psíquico entre el consciente y el subconsciente encuentra un modo de acomodarse en el hombre: sucede, como dice Freud, una fuga: el subconsciente prevalece y sugiere: “Esto que hacéis no es para defenderos del niño; es un deber que estáis cumpliendo con él; es un bien necesario, y tenéis que obrar así animosamente, porque de esta forma educáis, trabajáis para construir la bondad en él”. Y, conseguido este alivio, quedan sepultados los sentimientos naturales de la admiración y del amor.

Hagamos una especie de fórmula, de sigla, para desig­nar este fenómeno. El bien es en verdad un mal enmas­carado, un mal organizado que sin embargo ha encon­trado una resolución subconsciente para graves conflictos. Nadie quiere el mal, todos quieren el bien, pero ese bien es el mal. Cada uno la ha recibido en virtud de una sugestión que viene del ambiente moralmente uniforme. Se ha formado, pues, en la sociedad una Organización del Mal que toma la forma del Bien, y que es Impuesto por el ambiente a la Humanidad entera en virtud de la Suges­tión. Formando una sigla con las mayúsculas de los hombres subrayados tenemos OMBIUS.

 

El Ombius

El Ombius social domina al niño. Todos verán el Ombius en vez de ver al niño sublime, al pequeño hermano del Niño Jesús. Y los sentimientos ombióticos cubrirán fatalmente toda la vida del niño, mientras un ideal lumi­noso del mismo queda solamente como un símbolo en las altares de la religión. Aunque aislado en la familia, pesa sobre él el prejuicio de la socie­dad entera organizada por los adultos. Y durante la evo­lución y los movimientos sociales por los derechos del hombre, el niño quedará olvidado.

La historia de las injusticias cometidas contra él no ha sido escrita todavía oficialmente y por eso no se aprende con las asignaturas históricas de las escuelas, en ningún grado. Los mismos estudiantes de historia que consiguen el doctorado especializado en esta asignatura, no han oído hablar de ella nunca. La historia se refiere sólo al hombre adulto, porque sólo el hombre adulto vive ante la conciencia. Lo mismo los que se especializan en la legislación; aprenden una multitud de leyes de los tiempos pa­sados y de los tiempos presentes, y no dan importancia a que no haya sido promulgada ninguna ley en defensa de los derechos de los niños. De esta forma la civilización pasa por encima de una cuestión que jamás ha llegado a ser “un problema social”.

Sin embargo el niño es considerado y utilizado, cuan­do puede ser útil a los intereses del adulto. Pero también en este caso sigue siendo el hombre, cuyo destino cae en el punto ciego de la conciencia. Pongamos el caso más evidente. Durante la revolución francesa se proclamaron por vez primera las derechas del hombre; entre éstos estaba el derecho para todos los hombres de ser instruidos de saber leer y escribir, quitando así un privilegio solamente accesible a la sociedad más elevada y haciéndolo universal. Hubiera sido lógico que todos los hombres adultos se hubieran prestado a este nuevo trabajo, porque era un derecho que no se basaba solamente en la ruptura violenta de privilegios, sino que exigía un esfuerzo por perfeccionarse. En cambio se pensó solamente en el niño, y sobre él exclusivamente recayó para una tal conquista.

Es la primera vez en la historia del mundo, que el niño es "movilizado”: hombres y mujeres, todos por igual reclamados al servicio de la escuela, como en tiempo de guerra se moviliza a la juventud masculina para el servicio de las armas.

¡Todos conocemos la lamentable historial! El niño fue condenada en vida, pues quedó aprisionado durante toda su infancia. Encerrado dentro de celdas desnudas, sen­tado en bancos de madera bajo el dominio de un tirano que le imponía incluso el pensar como él quería, aprender lo que él quería, hacer lo que él quería. Y la mano deli­cada del niño tenía que escribir; su mente imaginativa debía fijarse en la forma árida del alfabeto que no le expresaba ninguna de las ventajas que le podían venir de él. Las ventajas, qué duda cabe, las habrá encontrado el hombre adulto.

¡Qué historia de martirios no escritos! los niños fueron torturados, sus dedos estrechados sobre el mango de la pluma fueron golpeados con la varita y obligados a un ejercicio cruel. Son demasiado conocidos los sufrimientos de esos prisioneros, que incluso han llegado a torcerse la espina dorsal por la condena a estar senta­dos sobre un banco de madera días y días, años tras años, en la primera edad delicadísima de su crecimiento. En amontonamientos, en promiscuidad de enfermedades, sufriendo el frío, así vivió la infancia en esos campos de concentración. Esto duró basta nuestro siglo. La ventaja era un derecho del hombre, no del niño; pero nadie se lo agradeció, nadie intentó ayudarle en sus penas. Y sin em­bargo en los padres estaban siempre los sentimientos na­turales que alimentan el amor materno y paterno en el nacimiento del niño y los instintos de protección de los pequeños, comunes también a todos los animales.

¿Cómo se explica esto, si no es como un fenómeno misterioso de la conciencia? O ¿qué otra cosa puede ex­plicarlo mejor que el Ombius y los prejuicios acerca del niño?

Ahora, en nuestro siglo, se empieza a pensar en serio en atenuar esos sufrimientos, se quiere transformar la educación, construyen escuelas más sanas y hermosas, escuelas modernas. Pero todo esto sucede en torno a la misma figura del niño incomprendido y visto a través del Ombius.

 

LAS “NEBULOSAS”

El hombre y los animales

El niño recién nacido, sólo cuando se le considera lógicamente, aparece, desde el punto de vista de la heren­cia, diferente de los recién nacidos de los mamíferos. En realidad los pequeños de los mamíferos también, como en general todos los animales, heredan un especial behaviour que es fijo, como fijos son los caracteres morfológicas del cuerpo. EI cuerpo está ya adaptado a las funciones que habrá de ejercitar en la vida: funciones que son fijas en la especie. Las costumbres, el modo de mo­verse, de saltar, de correr de trepar están fijados desde el nacimiento, y por eso la adaptación al ambiente supone la posibilidad de ejercitar esas funciones caracte­rísticas que tienen como fin no sólo mantener la especie, sino contribuir al conjunto del funcionamiento de la naturaleza (objetivo cósmico). Las garras del que salta, del que corre, del que huye, del que trepa, del que cava la tierra, están hechas de modo que correspondan al oficio de cada uno. Lo mismo la ferocidad, la avidez de ca­dáveres y de suciedades contribuyen al orden cósmico en la superficie de la tierra. Finalmente, el cuerpo, en su rigidez y en su flexibilidad está hecho de modo que realice el “objetivo cósmico” de cada especie. Pocas son las especies dotadas de la posibilidad de alguna particular y limitada variación de su adaptación innata; estas espe­cies han sido todas domesticadas por el hombre. La ma­yor parte  de los animales en cambio, conservan una absoluta rigidez en los caracteres hereditarios y no se pueden domesticar.

Pero el hombre tiene un poder ilimitado de adapta­ción tanto en el sentido de que puede vivir en todas las regiones geográficas, como en que puede adquirir innu­merables formas de costumbres y de trabajo. Luego el hombre es la única especie que es capaz de una evolución infinita en sus actividades en el mundo exterior; de aquí brota el desarrollo de las civilizaciones. Es verdaderamente una especie que no ha quedado fijada por la natu­raleza en su behaviour, como todas los demás seres vivos. Es, como ha dicho recientemente un biólogo, una especie en perpetuo estado de infancia, porque se está desarrollando con un progreso continuo.

Por tanto ésta es la primera diferencia: el hombre no recibe en herencia un behaviour fijo.

Otra diferencia evidente es que ningún pequeño de los mamíferos nace tan desprovisto, incapaz de actuar las características del adulto, como el hombre. Muchos animales, como las cabras, los caballos, los bueyes, se mantienen casi instantáneamente de pie, y durante la lactancia corren tras la madre.

Los mismos monos, que son considerados como los mas cercanos al hombre, se muestran vivaces e inteligentes apenas nacidos; se agarran por sí mismos con fuerza al cuerpo de la madre, que no tiene necesidad de llevarlos en sus brazos. La mona madre trepa por los árboles con su recién nacido, que se agarra con sus bra­zos al cuerpo de ella; más todavía, si el recién nacido intenta escaparse, la madre se ve a veces en apuros para volverlo a coger y tenerlo junto a sí.

En cambio el niño se mantiene en su inercia durante largo tiempo. No habla, mientras todos los demás al punto ya gritan o ladran o mayan, es decir producen por herencia los sonidos de un lenguaje fijo, limitado y propia de la especie. La prolongada inercia e incapacidad del niño es en verdad exclusiva del hombre. Y en la edad en que un bovino es ya capaz de reproducirse,  aunque tenga un cuerpo tan grande como el del hombre  y poco más o menos los mismos órganos fisiológicos éste todavía está en un estado infantil y muy lejano de la madurez..

Los que únicamente estudian la evolución de la forma del cuerpo y de sus órganos respectivos, para deducir de ello la descendencia directa del hombre de los animales, no han prestado una suficiente atención a las diferencias que se manifiestan  en este carácter misterioso de la larga infancia humana; y con esto sólo, se abre un vació que las teorías de la evolución no han considerado todavía suficientemente. 

En realidad, se podría concluir lógicamente que el hombre es un mono evolucionado tras prolongados esfuerzo de adaptación al ambiente y sólo por obra de estos esfuerzos, puesto que hay una semejanza evidente entre el cuerpo del hombre y el del mono. El rostro y la cabeza de un fósil humano primitivo son bastante semejantes y cercanos a los de un mono superior; los miembros y en general el esqueleto tienen semejanzas sorprendentes. Pero algo permanece inexplicable. Podemos imaginar un hombre primitivo, de bajo tipo morfológico que trepa a los árboles; ¡pero no se puede admitir que se haya tenido un recién nacido que hablara, que se sujetara por sí mismo a la madre, que se pusiera en pie y empezara de pronto a correr! ¡Es difícil encontrar una razón por la que el hombre, a medida  que evolucionaba hacia una especie superior; es decir el Homo sapiens, tuviera que contemplar  a su recién nacido quedarse pasivo, mudo sin inteligencia  e incapaz durante años enteros de hacer lo que  venía haciendo en épocas anteriores a la evolución! Luego en los recién nacidos se da uno de los caracteres verdaderamente humanos, distintamente diferenciados.

No importa que este hecho no lo podamos explicar hoy. El hecho existe, y a partir de él es fácil argumentar que, si el recién nacido del hombre muestra una inferio­ridad tan grande respecto de los recién nacidos de los mamíferos, debe ser porque tiene una función especial, que los demás no tienen.

Esta función no deriva de la herencia de precedentes formas infantiles: es relativa, pues, a cualquier carácter nuevo, que haya sobrevenido durante la evolución.

Este carácter no se reconoce observando al hombre adulto, se reconoce con evidencia solamente observando al niño.

Algo nuevo ocurrió durante las procesos evolutivos que desembocaron en la realización del hombre, como sobrevino un carácter nuevo en el paso de los reptiles a las aves, y a los mamíferos; es decir la sangre caliente, el cuidado instintivo de los huevos o de los pequeños res­pectivamente, o lo que es la mismo: la protección de la especie. La verdadera diferencia entre las aves y los reptiles no está en unos dientes eventuales en el pico de la archeopterix o en la cola larga de muchas vértebras, sino en ese amor paternal que antes no existía y que aparece con la sangre caliente. Se trata, pues, de adiciones en la evolución y no solamente de transformaciones

 

La función del niño

El niño debe tener una función especial que no es solamente la de ser más pequeño y más débil respecto del adulto. Él no posee “por nacimiento” todos los atributos destinados a hacerse grande y fuerte para llegar al estado adulto; en realidad, si tuviera ya los caracteres fijados, como ocurre en las otras especies, el hombre no podría adaptarse a los lugares y costumbres tan diversos ni evolucionar en sus formas sociales, ni asumir trabajos tan varios.

Es pues diferente de los animales, incluso mirando a la herencia. No hereda evidentemente los caracteres sino la potencialidad de formarlos. Así pues es después del nacimiento cuando se forman los caracteres propios de la raza a la que pertenece el niño.

Tomemos como ejemplo el lenguaje. Es verdad que el hombre debe poseer y transmitir por herencia las cua­lidades enteramente nuevas de desarrollar un lenguaje que se relaciona con la inteligencia y la necesidad de transmitir el pensamiento en una convivencia social. Pero no existe un lenguaje particular. El hombre no “habla una lengua” solamente porque crece; como un perrito que, en cualquier parte del mundo donde esté, aunque se halle aislado de otros perros, ladra. El lenguaje viene poco a poco, y se desarrollará precisamente durante la época inerte e inconsciente de la primera infancia. Es a los dos años, o a los dos años y tres meses, cuando el niño habla distintamente y reproduce precisamente el lenguaje que hablan los que le rodean. No reproduce  hereditariamente el lenguaje del padre o de la madre. De hecho, si un niño es alejado de sus progenitores y de su pueblo, y llevado a otra nación donde se habla otra len­gua, él aprende el lenguaje del lugar donde se encuentra.

Un recién nacido italiano llegado a los Estados Uni­dos de América hablará inglés con acento yankee, y no sabrá el italiano. Es, pues, el mismo niño quien asume el lenguaje; y, antes de haberlo conquistado. era mudo, a diferencia de los animales. Esos niños raros de los que habla la historia, llamados “hijos de la selva”, que fueron hallados abandonados en el bosque, habiendo sobrevivido al abandono en compañía de los animales salvajes, permanecen mudos incluso a la edad de 12 ó 16 años, en que han sido encontrados. Ninguno de ellos reproducía los sonidos de los animales en medio de los cuales vivieron o por los que fueron en cierto modo adoptados. Mudo era el famoso salvaje de Aveyron, encontrado en ese bosque a la edad aproximada de los 12 años y educado por el famoso médico francés Itard, quien descubrió en sus interesantes experimentos que el  niño era sordo, ni incapaz de hablar, pues aprendió a conversar en francés y aprendió incluso a leer y escribir en esa lengua. Se había quedado aparentemente sordomudo porque había vivido lejos de las personas, de las personas que hablan.

El lenguaje se desarrolla, pues, ex novo en el mismo niño. Él lo desarrolla naturalmente; sí, es decir tiene este poder hereditario, pero lo desarrolla él mismo, en sí mismo, tomándolo del ambiente. Nada hay más intere­sante que los estudios recientes de psicología relativos a observaciones concretas sobre el desarrollo del lenguaje en los niños.

­Los niños absorben ciertamente de un modo inconsciente, el lenguaje de un módulo gramatical; y mientras permanecen aparentemente inertes durante mucho tiempo, de repente (o mejor dicho en el espacio de cerca de dos años y tres meses), muestran un fenómeno como de explosión de un lenguaje ya totalmente formado. Hubo por tanto, un desarrollo interno durante el largo perio­do en el que el pequeño era incapaz de expresarse. Él estaba elaborando en los misterios de su inconsciente todo el lenguaje, con las reglas que distribuyen las palabras en un orden gramatical necesario para expresar el pensamiento. Esto lo hacen los niños respecto de todas las lenguas posibles. Las más sencillas, como las de algu­nas tribus africanas, y las más complicadas, como la alemana o la rusa, yodas son asimiladas exactamente durante el mismo periodo de tiempo; en todas las razas el niño comienza a hablar hacia los dos años de edad. Así también sucedió en el pasado. Los niños romanos hablarían esa lengua latina tan complicada por sus casos y declinaciones y tan difícil de ser aprendida por los jóvenes de hoy día que frecuentan las escuelas superiores; y, en la India, los niños pequeños hablarían el sánscrito, que es de una dificultad insuperable para los que la estu­dian hoy.

La lengua tamil en el Sur de la India, por ejemplo, es dificilísima para nosotros, con esos sonidos y esas acentuaciones casi imperceptibles que cambian el sentido de la conversación solamente con levantar o bajar un poco el tono de la voz; en cambio los pequeños de dos años hablan el tamil en los pueblos y en los desiertos indios.

­Para el que estudia el italiano, una de las mayores dificultades está en recordar el masculino  o el femenino de los nombres, porque no hay ninguna regla y además algunos nombres pueden ser masculinos en singular y fe­meninos en plural o viceversa. Por eso es casi imposible que un extranjero no cometa errores. En cambio los ig­norantes niños de la calle no se equivocan nunca, y se ríen al oír equivocaciones de los extranjeros. Alguna vez personas instruidas, que han estudiado la lengua italiana con sus reglas y sonidos están convencidas de hablar ya como un italiano; y sin embargo oyen que les dicen : “Usted tiene un acento extranjero; ¿de qué nación es?”

Los lenguajes asimilados durante la edad infantil son evidentes e inmutables:  son los respectivos “lenguajes maternos”, propios  del hombre ignorante y del culto. Lenguaje único para cada hombre que lo posee en los sonidos alfabéticos, en las entonaciones de la voz, en las conexiones gramaticales y que caracteriza su procedencia de una nación o de una raza, como podría caracterizarla el color de la piel o el escantillón  del cuerpo.

¿Cómo se fijaron los diversos lenguajes? ¿Esos lenguajes elaborados a  través de infinitas generaciones, esos sonidos que han evolucionado a través del pensamiento de los hombres? Ciertamente no porque el niño les prestase una atención consciente ni por el estudio inteligente. El hombre tiene como carácter hereditario la facultad de poder hablar; pero no pertenece a la herencia el que transmita un determinado lenguaje ¿Qué es, pues, lo que se hereda?

Se podría establecer una comparación con las nebulo­sas creadoras de los astros, que son acumulaciones casi inconsistentes de gas etéreo, cosas impalpables que, sin embargo, poco a poco se van solidificando y transfor­mando, convirtiéndose en astros y planetas.

Si, por hacer una comparación, se supone una heren­cia del lenguaje, esta sería una nebulosa, inexistente y muda, sin la cual no obstante no habría ninguna posibilidad le desarrollar ningún lenguaje. Las nebulosas serian misteriosas potencialidades comparables a las de los ge­nes que se encuentran en la célula germinativa y que tienen sobre los futuros tejidos el poder de orientarlos para que formen los órganos complicados y bien deter­minados en todos sus tejidos.

 

El embrión espiritual

El niño, que en apariencia está inerte físicamente, ¿no es quizás un embrión en el que se desarrollan los órga­nos psíquicos del hombre? ¿Un embrión en el que existen solamente nebulosas, que tienen el poder de desarro­llarse espontáneamente, si, pero sólo a expensas del ambiente, de ese ambiente que es tan variado, en las formas de civilización? Por eso el embrión humano debe nacer antes de completarse y se puede desarrollar solamente después de haber nacido, porque sus potencialidades han de ser estimuladas por el ambiente.

Los “influjos internos” serán muchos, como lo son en el crecimiento físico, durante los procesos dependientes de los genes, por ejemplo, los influjos de las diversas hormonas. En cambio, aquí, en el embrión espiritual, existen sensibilidades rectoras. Por ejemplo, en el caso del lenguaje, se advierte en un examen de los sentidos que el oído parece ser el menos desarrollado durante las primeras semanas de vida. Y Sin embargo es con el sentido del oído con el que tienen que ser recogidos los sonidos más delicados de la palabra. De aquí resulta que el oído no oye sólo como sentido; sino que es guiado por una especial sensibilidad para que recoja del ambiente precisamente los sonidos de las palabras. Y éstas no son solamente oídas sino que provocan reacciones motrices en las fibras delicadas de las cuerdas vocales, de la lengua, de los labios, que son despertadas, entre las numerosas fibrillas capilares, precisamente del modo concreto que puedan reproducir unos sonidos determinados. Sin embargo esto no se expresa inmediatamente, sino que es almacenado en espera del tiempo en el que el lenguaje deberá nacer. Del mismo modo que el niño se forma en la vida intrauterina sin realizar sus funciones, pero luego es estimulado para que nazca en un determinado momento y empiece a realizar sus múltiples funciones todas de una vez.

Esto son suposiciones, pero queda el hecho de que se dan desarrollos internos dirigidos por energías creadoras, y estos desarrollos pueden llegar a una madura ant­es de manifestarse exteriormente.

Cuando luego se manifiesta, ya son caracteres deter­minados y forman parte de la individualidad.

 

La mente absorbente

Es verdad que no todos estos complicados procesos siguen el funcionamiento que se halla establecido en el adulto, porque el niño no ha aprendido una lengua como nosotros podemos aprender una lengua extranjera con el esfuerzo de nuestras facultades mentales, sino que el ha conseguido una construcción estable, exacta, maravi­llosa, como las construcciones embrionarias de un órgano en un organismo. Es decir, que existe en el niño pequeño un estado mental inconsciente que es creador, y que lla­mamos “mente absorbente”. Y la mente absorbente construye no mediante esfuerzos  voluntarios, sino bajo la guía de las “sensibilidades internas”  que llamamos “periodos sensitivos”, porque la sensibilidad dura sólo tem­poralmente, dura hasta que no se haya cumplido la ad­quisición que debe hacer la naturaleza. Así por ejemplo si en un niño la nebulosa del lenguaje encuentra obstáculos para su desarrollo y las sensibilidades auditivas constructoras no funcionan, se convertirá en un sordomudo con todos los órganos del oído y de la palabra perfectamente normales.

Está claro que en la “creación” psíquica del hombre debe haber un hecho secreto. Si nosotros aprendemos todo a través de la atención, del esfuerzo de la voluntad, de la inteligencia, ¿cómo el niño puede emprender sus grandes construcciones cuando todavía no está dotado de inteligencia, de voluntad ni de atención? Es evidente que en él actúa una mente con poderes enteramente diversos de los nuestros y por eso puede existir en el inconsciente un funcionamiento psíquico diverso de la mente cons­ciente.

El lenguaje es el ejemplo que puede prestarse más claramente para dar una idea de esta diferencia de men­talidad, porque se presta a un estudio de observación directo y detallado.

En la mente inconsciente no se hallan las diversas dificultades que nosotros experimentamos al aprender, por ejemplo, un idioma muy sencillo o uno extremadamente complicado. Evidentemente, como no hay dificul­tades, no hay tampoco desarrollos graduales relativos a estas dificultades. El todo es aprehendido en el mismo periodo de tiempo. Ahora bien, esta adquisición no se puede comparar con el esfuerzo de memoria que tenemos que hacer nosotros, ni con la fragilidad de nuestra memoria que deja escapar fácilmente sus adquisiciones transi­torias; porque el lenguaje durante la época inconsciente se imprime indeleblemente y se convierte en un carácter que el hombre encuentra ya establecido en sí mismo. Ningún lenguaje que se quiera añadir al lenguaje mater­no logrará ser un carácter, y ninguno será poseído con tanta seguridad como él.

Para nosotros es algo muy distinto aprender un idio­ma con nuestra mente consciente. Evidentemente es bastante fácil aprender una lengua primitiva, de gramática sencilla como algunos lenguajes de los pueblos nativos de Africa central, que a menudo los misioneros aprenden durante el viaje que realizan a través del océano y los desiertos, antes de llegar a su destino. En cambio es dificilísimo aprender una lengua complicada como el latín, el alemán o el sánscrito; los estudiantes emplean cuatro, cinco e incluso ocho años estudiándola, sin llegar a conocerla perfectamente. Una lengua viva, pero extranjera no se aprende nunca del todo: cualquier error gramatical o el “acento extranjero” revelan que aquélla no es la lengua materna de quien está hablando. Y esta lengua extranjera, si no se cultiva continuamente, se olvida fácilmente.

La lengua materna no está en dependencia de la manera consciente, sino que está depositada en una memoria diversa, semejante a la que los psicólogos modernos, biólogos o psicoanalistas llaman “mneme” o “la memoria de la vida”, que es la que conserva las formas transmitidas por la herencia, a través de infinidad de tiempos y que es considerada como un “poder vital”.

Quizás pueda ilustrar esta diferencia una comparación superficial: la comparación entre la fotografía y a representación gráfica hecha con la ayuda conjunta de la mano y de la inteligencia, es decir la escritura, el dibujo, la pin­tura. Una máquina fotográfica con su película puede recoger en un instante cualquier cosa que le llegue a través de la luz; no supone una fatiga mayor el recoger la figura de un bosque, o la de un árbol aislado, un grupo de per­sonas con el ambiente que las rodea, o una cara aislada. Sea cual sea la complicación de las figuras, la máquina las recoge del mismo modo y en un mismo instante de tiempo: el instante en el que el objetivo se abre y los rayos luminosos penetran hasta tocar la película. Tanto da que se quiera fotografiar la cubierta de un libro, que solamente contiene el título, o una página interior, llena de menuda escritura; el procedimiento y los resultados son los mismos.

En cambio, si se quiere reproducir a mano un dibujo esto ya resulta más o menos fácil y trabajoso, y el tiempo que se emplea en reproducir el perfil de un rostro, es muy distinto del que es necesario para dibujar a una persona entera o a un grupo de personas u un paisaje. Ade­más el dibujo no reproduce nunca todos los detalles aunque se quiera; tanto es así que para tener un docu­mento sobre un sujeto o sobre la posición de un cuerpo, se exige la fotografía, no el dibujo. Así también escribir el título de un libro es algo fácil y rápido, en cambio no lo es copiar una página repleta de escritura. Y conforme va trabajando la mano, se va dibujando el objeto con mayor lentitud ya base de sucesivos esfuerzos.

Una ver ha sido tomada la imagen, la máquina fotográfica queda como antes y en ella no se ve nada de la imagen que ha tomado. Es necesario sacar el film en un lugar oscuro, exponerlo a los reactivos que actúan químicamente sobre él, fijar la imagen lejos de la luz que la ha producido. Cuando la imagen está fijada se puede lavar el film y exponerlo a la luz porque, la imagen permanece indeleble y reproduce todas las particularidades del objeto fotografiado. La mente absorbente parece que ­opera de manera análoga: también aquí las imágenes deben permanecer ocultas en la oscuridad del inconscien­te y ser fijadas por misteriosas sensibilidades, sin que nada aparezca al exterior; solamente después que el mila­groso fenómeno se ha realizado es cuando la adquisición creadora sale fuera a la luz de la conciencia y se queda allí indeleble con todas sus particularidades. Ahora bien, en el caso del lenguaje, este explota poco después de los dos años y se encuentran en su sitio las particularidades de los sonidos, de los prefijos y sufijos de las palabras, de las declinaciones y de las conjugaciones de los verbos y de la conjugaciones de la sintaxis. Es el indeleble lenguaje materno; es un carácter de la raza.

¡La mente absorbente! Maravilloso don de la huma­nidad. Sin colaborar con su esfuerzo, sólo “viviendo”, el indi­viduo absorbe del ambiente un hecho complejo de cultu­ra como es el lenguaje. ¡Si esta forma esencial permaneciera en el adulto, cómo se habrían facilitado los estudios! Imaginémonos que podemos ir a otro mundo, por ejemplo al planeta Júpiter, y que encontramos allí  hombres que solamente paseando y viviendo absorben todas las ciencias sin estu­diarlas, adquieren habilidades sin esfuerzo del ejercicio. Diríamos; “¡Qué milagro tan venturoso!” Y sin embargo esta forma fantástica de la mente existe; es la mente del niño pequeño. Es un fenómeno que permanece oculto en los misterios del inconsciente creador.

Si esto sucede con el lenguaje, con esa construcción de sonidos formada por los hombres durante siglos y mile­nios de esfuerzos intelectuales para cincelar la expresión del pensamiento, es fácil reconocer que, análogamente, deben fijarse en el niño los caracteres psíquicos que diferencian una raza de otra: es decir, las costumbres, los prejuicios, los sentimientos y, en general, todos los caracteres que experimentamos como “encarnados” en nosotros, independientemente, e incluso a pesar de las modi­ficaciones que nuestra inteligencia, la lógica, el racioci­nio estarían dispuestos a aportarnos. Un día, ya lejano, oí a Gandhi que decía: “Yo puedo aprobar y seguir muchas de las costumbres de los pueblos de Occidente, pero jamás podría borrar de mí la adoración de la vaca”. Y cuántos pensarán: “Sí, mi religión es absurda, según la lógica; pero me queda, a pesar de todo, un sentimiento misterioso de devoción hacia los objetos sagrados; una necesidad de acudir a ellos para vivir”. Estos hombres, que han crecido bajo la impresión de su tabú, aunque lleguen a ser doctores en filosofía, no podrán borrarlo. El niño verdaderamente construye, reproduciéndolas en sí mismo como en una forma de mimetismo psíquico, las características de los hombres que le rodean. Y de esta forma al crecer no se convierte en un hombre simplemen­te, sino en un hombre de su raza.

Con esta descripción hemos tocado un secreto psíqui­co de vital importancia para la humanidad: el secreto de la adaptación.

 

La adaptación

La adaptación, tal como es entendida por las teorías de la evolución, termina produciendo los “caracteres de la especie”, que los hace diferir los unos de los otros, has­ta que se fijan y se transmiten inalterados por herencia.

En el hombre, que debe adaptarse a todas las condiciones y circunstancias del ambiente y que nunca se fija en sus costumbres, porque evoluciona continuamente en el camino histórico de la civilización, debe hallase un “poder de adaptación” rápido que sustituya a la herencia en el campo psíquico. Ahora bien, esta adaptación, aunque se haya demostrado por el hecho de que se encuentran hombres en todas las regiones geográficas de la tierra, en todas las latitudes, en todos los niveles desde el nivel del mar hasta el de las altas montañas, no es algo propio del adulto. El adulto no se adapta fácilmente. O mejor, cuan­do están fijados en él los caracteres de la raza, sólo vive bien en aquella región, y vive feliz sólo cuando está inmer­so en aquellos caracteres que se han fijado en él.

La adaptación del adulto que emigra o que marcha a vivir entre pueblos de costumbres distintas, supone un esfuerzo frecuentemente duro. Los exploradores son unos héroes, y los que viven lejos del propio centro de su vida son unos desterrados.

En cambio el que se ha adaptado se siente feliz solamente en su centro propio, en las condiciones establecidas en su grupo racial. El esquimal siente la fascinación de los hielos, como el etíope siente el atractivo de la jungla, y el que ha vivido en la orilla de los mares se ve fascinado por el océano, y los pueblos del desierto gozan con la poesía de las distancias áridas e infinitas. El que no está adaptado a las nuevas condiciones de la vida, sufre una violencia. Los  misioneros consideran su vida como un sacrificio.

El niño es el instrumento que no sólo hace amar a cada uno el propio rincón de la tierra, y le hace adherirse a las propias costumbres, sino que es también, por la misma razón, el vehículo para pasar a través de la evolución de la civilización. Cada hombre está adaptado para su tiempo y vive bien en él. Así como nosotros no sabíamos adaptarnos ya a un modo de vivir social de hace mil años así tampoco el hombre de hace mil años que no tenía máquinas ni rápidas comunicaciones,  no podría vivir entre los ruidos y veloces movimientos de nuestro ambiente civil, y quedaría aterrorizado ante los milagros que el hombre ha realizado con sus descubrimientos; en cambio nosotros hallamos en este ambiente el placer, o como decimos, el confort de nuestra vida.

El mecanismo es simple y claro: el niño encana en sí mismo el ambiente que encuentra y construye en sí al hombre adaptado a vivirlo. Él vive, para realizar esta fun­ción, un período embrionario, que es exclusivo del hom­bre: lo vive ocultamente, aparentemente como un ser vacío e inerte.

Solamente hoy, después de la primera década de nuestro siglo, se ha empezado a estudiar al niño. Todos los que lo han estudiado han llegado a la conclusión de que los dos primeros años de vida son los más importantes, por­que durante ellos se dan los desarrollos fundamentales que caracterizan la personalidad humana. En tanto el recién nacido no tiene nada, ni siquiera el poder de mover­se, el niño de dos años habla, corre, comprende, reconoce las cosas del ambiente. Luego se prolonga todavía su in­fancia, en la edad de los juegos, organizando sus creaciones inconscientes y haciéndolas conscientes en sí mismo.

La vida se divide en períodos bien distintos. Cada período desarrolla propiedades que están dirigidas en su construcción por las leyes de la naturaleza.

Si no se respetan estas leyes, la construcción del indi­viduo puede resultar anormal o monstruosa. Pero tenien­do cuidado de ellas, con la preocupación de descubrir y secundar las leyes del desarrollo, se pueden manifestar caracteres jamás conocidos y sorprendentes, en los que poco a poco se van viendo las internas y misteriosas fun­ciones que dirigen la creación psíquica del hombre.

El niño tiene grandes poderes que nosotros todavía no sabernos utilizar. En la civilización actual uno de los peligros más amenazadores es el ir contra la ley al educar al niño, y sofocarlo o deformarlo en función del error de prejuicios comunes.

 

El contacto con el mundo

De todo esta se deduce un hecho lógico: si el niño, ya desde su nacimiento, debe crear a expensas del ambiente, tendría que ser puesto en contacto con el mundo, con la vida exterior de los hombres. Debería participar o, mejor, asistir a la vida de los adultos. Si él tiene que encarnar el lenguaje de la raza, debería escuchar a los hom­bres que hablan, asistir a sus conversaciones. Si tiene que completar su adaptación al ambiente, tendría que partici­par en la vida pública, ser testigo de las costumbres que caracterizan a las gentes de su raza.

¡Extraña e impresionante conclusión! Si el niño es un recluso de las nurseries, separado de la vida social, se convertirá en un reprimido, en un disminuido, en un deformado; y, finalmente, será un anormal, incapaz de adaptación, porque se le ha privado de los medios necesa­rios para realizar su gran misión.

 El niño que aún no habla ni se mueve, ¿debe ser llevado a la sociedad, a los actos públicos, a tomar parte en la vida de los adultos? ¿Quién se atrevería a hacer tal afirmación, a intentar una revolución tan profunda con respecto a nuestros prejuicios modernos?

 Ante la evidencia de que hoy, a pesar de tantos cuida­dos higiénicos, de tanto reposo de los niños condenados casi siempre a dormir, crece desmesuradamente el numero de niños difíciles, de niños retrasados, sin carácter, sin audacia, con un lenguaje pobre e incluso interrumpido por dudas o deformado por tartamudeos, y ante el espectáculo de tanto desequilibrio, de tantos enfermos con anormalidades psíquicas que les impiden la vida social, uno se quedaría perplejo. Todos dirían: “Esto es un mal, pero vuestro remedio es absurdo”.

Recurramos entonces a la naturaleza. Porque, si tal es la función del recién nacido, la naturaleza debe haber provisto también la manera de proteger al niño y facili­tarle su función vital necesaria a la sociedad.

Ahora bien, se constata que en una forma de vida na­tural y primitiva, ha ocurrido precisamente así. El recién nacido, el niño pequeño, el embrión espiritual, que tiene que preparar a expensas del ambiente su adaptación y construir los caracteres propios de la raza, participó siem­pre en la vida social de los adultos. La madre lleva al niño pequeño en brazos y lo tiene junto a ella vaya donde vaya. La campesina va al trabajo llevando con ella al niño, la mujer que va a la compra al mercado, o que va a la iglesia, que conversa con las comadres, tiene al niño siem­pre pegado a ella.

La lactancia es el lazo que tiene todavía unida a la madre con el embrión espiritual; y es un hecho común en todas las razas. Incluso el modo que emplean las madres para sujetarse al niño, permaneciendo con las manos libres para trabajar, es uno de los caracteres en las costumbres de los pueblos. La madre esquimal sujeta al niño a su espalda, la japonesa sobre los hombros, la india lo lleva al costado, otras, como en los cantones sui­zos, lo llevan en la cabeza. De esta forma las madres realizan una segunda función natural, una función de or­den psíquico. Ellas no son conscientes de cumplir un acto necesario para la salvación de la especie. La madre es algo distinto de una “revolucionaria en la educación. No es una maestra del niño, no lo invita a mirar o a aprender:

es sencillamente su medio de transporte. Ella no se preocupa de lo que el niño va observando. Para ella, como para todos, el niño es un ser vacío, mudo, incapaz de inteligencia y de movimiento. Y éste es un medio providen­cial de la naturaleza. Porque las cosas que contempla la madre, no las contempla el niño, y las cosas que observa el niño escapan a la atención de la madre.

Es interesante ver esto en un grupo de gente primiti­va: por ejemplo, en un mercado de pueblo, en el que se encuentran hombres y animales y toda clase de objetos, frutas, telas, donde las gentes hablan entre ellas de los propios negocios. Se ve entonces que el pequeño lactante, el infante embrionario mira con extraña fijeza y con interés muchas cosas, mira el ambiente en sus varios aspectos, mientras la madre se para a contratar sus mercancías o a hablar con la gente. El mundo, el ambiente en su conjunto, escapa a la madre; pero no al niño. La madre mirará la fruta que quiere comprar; el niño se encanta mirando un perro o un asno que se mueven. Madre e hijo son totalmente independientes en sus intereses; incluso frecuentemente el niño va sujeto a la madre por fajas u otros medios de tal modo que tiene que mirar en sentido opuesto al de la madre. La mayoría de los amigos que la madre encuentra se paran para decir alguna palabra de cumplido a niño, y le dan involuntariamente lecciones repetidas de lenguaje.

En las razas poco evolucionadas el tiempo de la lactan­cia es larguísimo; dura más de un ano, y con frecuencia puede durar hasta dos años. Durante todo este tiempo importante de a vida, el niño va conquistando el ambien­te. Verdaderamente no es tan necesario para el cuerpo que el niño vaya tomando por tanto tiempo la leche materna; no es necesario, pero la madre tiene el instinto amoroso de no separarse de él y de llevarlo siempre, aun­que el niño vaya naturalmente aumentando de peso.

Un misionero francés que ha estudiado de modo especial las costumbres del pueblo bantú en África central, se maravilla de que a las madres no se les ocurre siquiera la idea de separarse de su niño. Ellas se consideran como un solo cuerpo con él; el niño es una parte de la madre. Habiendo asistido a la solemne coronación real, aquel misionero vio llegar a la reina con el niño en brazos, y recibir el honor soberano teniéndolo junto a sí. Se asom­bra el misionero de que las mujeres bantúes puedan prolongar tanto tiempo la lactancia, que casi generalmente dura dos años enteros; es decir, que se prolonga durante la época que hoy interesa tanto a nuestros psicólogos modernos.

Estos testimonios naturales no los consideramos, seguramente, revolucionarios. Nosotros los contemplamos con admiración y estamos dispuestos a reconocer, en mérito a tales costumbres, el carácter tranquilo de esos ­niños que no son difíciles y no presentan “problemas”, como los nuestros. El secreto se encierra en dos palabras: leche y amor.

La naturaleza, la sabia naturaleza, ha de ser la base sobre la que se puede construir una Superior naturaleza todavía más perfecta. Es cierto que el progreso tiene que superar la naturaleza y adquirir formas diversas, pero no ruede proceder pisoteándola.

Estos breves indicios abren un camino práctico a aquella afirmación general que empieza a invadir nuestro mundo científico: “la educación debe empezar desde el nacimiento”.

 

Conclusiones de la autora de la obra

EI hombre no es ni un cuerpo vegetal que viva solamente de alimentos materiales, ni menos está destinado solamente a las emociones sensuales. El hombre es ese ser superior dotado de inteligencia, que tiene una gran misión en la tierra: transformarla, conquistarla, utilizarla, construir un mundo nuevo maravilloso que supere y se sobreponga a las maravillas de la naturaleza. Es el hombre quien crea la civilización. Su trabajo es ilimitado y es el objetivo de sus miembros físicos. Desde el primer momento en que aparece en la tierra es un trabajador. Los restos de la humanidad más primitiva son piedras pulidas con su mano de acuerdo con unos fines que aumentaron y se extendieron hacia el infinito. Él se ha convertido en el dominador de todas las cosas vivas, de todas las substancias y energías esparcidas por el uni­verso. Por eso parece “natural al hombre” que el niño empiece por absorber el ambiente y por llevar a cabo, mediante el trabajo, con las experiencias graduales del ambiente que le rodea, su desarrollo infantil. Por la absorción inconsciente, y luego con la actividad sobre las cosas exteriores, es como él alimenta y desarrolla su cualidad humana. Él se va construyendo, se va formando en sus caracteres, alimentando su espíritu.

Si el desarrollo se limitara a lo físico, el riño estaría condenado a una especie de hambre, nunca saciada, de su mente; y caería en los males profundas de la “desnutrición psíquica”. Nada humano podría desarrollarse nor­malmente en él, Son todavía pocos los que han descubierto que las anomalías psíquicas evidentes de la infancia moderna, que se manifiestan ya desde los primeros años de la vida, se deben a dos cosas: “desnutrición mental”, y “falta de actividad inteligente y espontánea”. Se deben, pues, a una represión de las energías vitales, destinadas a desarrollar el alma de un hombre: a una demolición de las leyes que guían paso a paso el crecimiento del futuro hombre: el niño.

El Inundo civilizado se convierte en un inmenso cam­po de concentración en el que todos las hombres que nacen son relegados y hechos esclavos, disminuidos en sus valores, aniquilados en sus impulsos creadores, substraídos a los estímulos vivificadores que cada uno tiene derecho a encontrar entre aquellos que le aman.

Esta vaga expresión debe concretarse así: “Es necesario reconstruir una educación nueva, que empiece ya desde el nacimiento. Es necesario reconstruir la educación basándola sobre las leyes de la naturaleza, y no sobre ideas preconcebidas o sobre los prejuicios de los hombres".

La educación actual no se fundamenta ni siquiera sobre la ciencia de los hombres. Porque hoy se está desa­rrollando un modo de tratar a los niños pequeños “ya desde su nacimiento”, que se apoya solo sobre lo que la higiene ha creído necesario prescribir: buena alimentación, especialmente la artificial, facilitándola con la separación de la madre, que accede de buen grado a no tener leche; aislamiento del niño un una nursery, confiándolo a una mujer desconocida y privándole del amor materno; condenación del niño a dormir en una oscuridad artificial, procurando que no le dé la luz del día. Cuando el niño es sacado fuera, al mundo exterior, es llevado en un cochecillo, cubierto de tal modo que el niño no vea nada. Éste que avanza con la cabeza por delante, tiene ante los ojos solamente a la nurse, que es una especie de enfermera, frecuentemente vieja, porque se supone que las viejas tienen más experiencia en cuidar a los niños. La mirada amorosa de una hermosa y joven madre es algo desconocido para el niño. Él es un cuerpo vegetativo; los médicos especialistas o los psicoanalistas se atreven a añadir es un “tubo digestivo”. El silencio, necesario para el sueño sustituye a la voz humana que habla. Este “tubo digestivo” está bien estudiado: se le proporciona la cantidad y la calidad de un alimento regulado y medido rigurosa­mente. El cuerpo es pesado periódicamente para irle si­guiendo en su crecimiento. Las caricias, el palpar los miembros, que el instinto maternal sugiere, han sido abolidos; y sin embargo es la naturaleza la que los ha ins­pirado; son estímulos de vida, reclamos de la conciencia; o son delicados masajes que preparan los músculos, todavía inertes, mediante un ejercicio pasivo que les es necesario, cuando todavía no se han desarrollado los movimientos voluntarios.

¡Es algo verdaderamente extraño! Existe el terror de que las caricias y los contactos con la madre sean peligrosos e indecentes y que susciten los instintos sexuales en quien apenas si ha llegado al mundo. Los niños están en peligro de perder su carácter, el poder de adaptación y la orientación en el complicado mundo en el que han nacido.

Es necesario que la sociedad salga de errores tan profundos y libere a esos prisioneros de la civilización, preparándoles un mundo adaptado a sus necesidades supre­mas, que son necesidades psíquicas. Uno de los trabajos más urgentes en la reconstrucción de la sociedad es la reforma de la educación, que se debe realizar dando a los niños el ambiente adecuado a su vida. Ahora bien, el pri­mer ambiente es el mundo, y los otros ambientes, como la familia y la escuela, deberán satisfacer esos impulsos creadores que tienden, bajo la guía de las leyes cósmicas, a realizar el perfeccionamiento humano.

Cuando sean dominados los prejuicios por el conoc­imiento, entonces aparecerá en el mundo el “niño superior”, con sus poderes maravillosos que hoy siguen ocul­tos; entonces aparecerá el niño que está destinado a for­mar una humanidad capaz de comprender y de controlar la actual civilización.

 

Analfabetismo Mundial

La cuestión del analfabetismo se plantea hoy de nuevo con mayor fuerza, como un problema de actualidad. No se agota, como ocurrió en el pasado, con la fría recopila­ción de estadísticas  o dibujando mapas geográficos, acer­ca del tanto por ciento de analfabetos que, en proporciones varias, existen todavía en las naciones de Europa y de América.  De hecho la UNESCO, que estudia la educación también como un medio práctico y necesario para establecer una mayor armonía entre los pueblos, pone en lugar preemi­nente la lucha contra el analfabetismo.

El problema de la educación no es, ciertamente, el del analfabetismo; es un problema enteramente distinto: se refiere a la formación espiritual y a la elevación intelec­tual de la humanidad, para adaptarla a las nuevas condi­ciones sociales en el “mundo nuevo”, en el que todavía está vegetando desprevenida e inconsciente. Pero esta educación debe circular por el carril de la alfabetización, como los trenes circulan por la red ferroviaria.

Así hoy, la India independiente, pone entre sus objeti­vos más urgentes el educar al pueblo.

Al problema de proveer a todos de alimento, sigue inmediatamente el de crear escuelas para los niños e ins­tituciones culturales para los adultos: los gobiernos orientales experimentan cómo el analfabetismo es la cuestión clave que tienen que resolver.

Un problema semejante se presentó hace siglo y medio en las Naciones Unidas de Europa y de América: decidieron que era necesario ir removiendo gradualmente el analfabetismo y la ignorancia impartiendo a todos los conocimientos llamados por los ingleses de las 3 R: “Reading, Writting, Reckoning”. Leer, escribir y contar; pero principalmente leer y escribir.

Pronto surgieron grandes obstáculos contra este intento, porque no se tenían experiencias precedentes con las que poder orientarse y se incurrió en muchos errores. ¡Los pueblos orientales se pueden considerar más afortu­nados, por cuanto los obstáculos y los errores pueden ser evitados! la experiencia realizada en occidente tiene para ellos gran valor. El camino ya esta trazado, y se puede caminar por él hacia la meta con pasos agigantados.

En Europa los errores, originados por la inexperiencia al realizar rápidamente y en un plano total la educación infantil, afectaron a los niños. Ellos fueron las vic­timas de una forma de esclavitud sin precedentes en la historia de la humanidad.

Pocos saben que el primer impulso para llevar a cabo este colosal esfuerzo social tiene su origen en una revolución, que inició  los nuevos tiempos en Europa: porque marcó el principio de los grandes descubrimientos cientí­ficos y el amplio uso de las máquinas.

En la Revolución francesa del 1789 se dio un extra­ño fenómeno: en medio de las salvajes violencias de una insurrección popular, el mismo pueblo reclamó que entre los derechos del hombre estuviera también el de la adquisición del lenguaje más elevado, es decir el lenguaje  escrito. Era una exigencia extraña y sin precedentes. No tenía nada que ver con la reacción contra el poder opresor que tenía empobrecido al pueblo.

­El pueblo no pedía, pues, solamente pan y trabajo, tomo hizo luego según la doctrina de Marx, ni se limita­ba a exigir un cambio en las clases sociales y en el gobierno político; sino que reivindicaba el derecho humano de ser instruido, de acuerdo con el art. 11 de la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, sancionada en 1791: “La libre comunicación del pensamiento y de las opiniones es uno de los derechos mas preciados del homb­re”; cada ciudadano puede, pues, hablar, escribir, publi­car libremente. Ésta ha sido una de las pocas veces en que el pueblo, en vez de disminución del trabajo, ha pedido poder conquistar algo nuevo con un esfuerzo que, cada individuo tenia que realizar a base de duro trabajo.

Así ha sucedido siempre en la dolorosa historia de los hombres: todas las grandes conquistas se han obtenido al precio de la esclavitud. Los grandes monumentos egipcios, la expansión marítima de Roma requirieron, como primera necesidad, el sacrificio de hombres obligados con el látigo al duro y monótono trabajo de transportar los bloques de piedra o de mover los remos. También para esta nueva conquista de un más alto grado de inteligen­cia, para conquistar el uso universal de la lectura y de la escritura, la humanidad necesitó esclavos: y los esclavos ­fueron los niños.

Al principio del siglo XX se inició un movimiento para aliviar las condiciones de los niños condenados a los “es­tudios obligatorios”; pero, por mucho que se haya logra­do en este sentido, el niño está todavía muy lejos de ser considerado en la plenitud de sus derechos naturales de hombre.

No estamos todavía suficientemente convencidos de que el niño que estudia en la escuela es el hombre en pot­encia, que su valor no consiste sólo en ser el medio de elevar al pueblo a un nivel más alto de cultura, de conquistar los objetivos nacionales, de alcanzar ventajas prácticas para la sociedad. Él tiene “sus propios valores”; y si la humanidad ha de ser mejorada, el niño deberá ser mejor conocido: deberá ser respetado y ayudado. Por­que la humanidad se quedará imperfecta, como lo es ahora, si se mantienen los diferentes niveles de desarrollo y las consiguientes estridencias que le impiden avanzar por el camino del progreso. El continuo fluir de acontecimientos infaustos en nuestros días lo demuestra: es ur­gente y esencial cultivar las energías humanas en sí a mis­mas.

En los países donde hoy la educación obligatoria hace su primera aparición, se pueden aprovechar las experien­cias precedentes y se puede partir ya de un nivel más alto. No es necesario considerar ya al niño como un medio de progreso: como un esclavo sobre cuyas espaldas podemos acumular el peso del progreso de la civilización. La educación debe comenzar ayudando al desarrollo del mismo niño; y después, como acrecentamiento de las potencia­lidades del pueblo.

Las necesidades del niño las ayudas necesarias para su vida, deben ser la preocupación fundamental de la edu­cación moderna.

“Necesidades del niño”, y no sólo las de su vida física. Las de su inteligencia y de su personalidad como hombre son tan urgentes y mucho mas elevadas. La ignorancia es todavía más fatal al hombre que la desnutrición y la po­breza.

Muchos creen que tener respeto al niño y consideración a su vida psíquica significa dejar al niño a su aire en la inercia, es decir, sin un trabajo mental. ¡Al contrario! Cuando se consideren como base las energías natura­les, o en otras palabras, cuando el plano de la educación siga la psicología especial del desarrollo del hombre, se logrará no solamente un extenso y rápido progreso en la cultura, sino que también se realizará una intensificación de los valores personales.

Los progresos de nuestra civilización se apoyan sobre una base científica. Por tanto, también la educación debe afianzarse sobre bases científicas.

Aprender a leer y escribir es el comienzo de la educa­ción obligatoria, el fundamento sobre el que se basa: y está considerado como uno de tantos objetivos de la instrucción. En cambio es necesario que se diferencie de todo el resto de la cultura. El dominar el arte de escribir no es una simple habilidad, sino que representa la posesión de una forma superior del lenguaje que se añade al lenguaje natural; y lo completa integrándose con él.

Todas las escuelas empiezan siempre enseñando a leer y escribir; porque la escritura fija los conocimientos hu­manos; es pues un procedimiento lógico. Y puesto que es objetivo de la escuela el dar los conocimientos, es necesario proporcionar a los niños unos medios que hagan que estos conocimientos sean duraderos. Leer y escribir son la llave que puede abrir inmensas reservas del conocimiento humano, reunidas, fijadas y acumuladas en los libros, por el arte de la escritura. Como he dicho antes, hay que distinguir bien entre la escritura, que es en sí misma un arte, y el conocimiento.

El uso correcto del alfabeto, en el aprendizaje de la escritura, tendría que dar solamente los simples signos del alfabeto, para relacionarlos directamente con los mismos sonidos que representan.

De esta forma las combinaciones de las palabras es­critas se derivarían directamente del lenguaje hablado, que ya existe en la mente enteramente acabado. Esto es tan sencillo que puede llevar a escribir corno por arte de magia. Porque los signos alfabéticos san en sí mismos generalmente muy sencillos y de fácil ejecución; y son tan pocos, que a todos les es posible recordarlos.

Un  razonamiento lógico nos lleva a la conclusión de que si este procedimiento fuera aplicado, la escritura surgiría espontáneamente. y podría representar inmediatamente todo el lenguaje hablado que cada uno posee.

Con esta clave, el problema de aprender a escribir que­daría resuelto sin dificultad. No solamente se podría aprender a escribir en pocos meses, sino que la escritura se desarrollaría espontáneamente completándose gradual­mente a medida que la mente se va concentrando en ese ejercicio.

El alfabeto está directamente conectado con el len­guaje hablado: éste es el modo de llegar al arte de escri­bir siguiendo un camino interior: alcanzar esa habilidad de escribir que proviene del análisis de las palabras que cada uno posee y de la actividad de la propia mente, interesada en esa conquista mágica.

Esto es lo que ocurre en la famosa “explosión de la escritura en los niños de cuatro años. Escriben reprodu­ciendo las formas que han tocado, y por eso escriben bien, y escriben con una ortografía correcta, conquistada antes por la inteligencia independientemente.

Aunque no es posible describir aquí de manera detallada los medios que empleamos en esta preparación, quiero solamente repetir que la lectura no empieza desde los libros. Nosotros la iniciamos con una serie de mate­riales, que al principio son pequeños carteles en los que está escrito el nombre de mi objeto, cuyo nombre se co­noce; se trata de reconocer el sentido de la palabra leída, poniendo el cartelito junto al objeto que representa. En un período posterior, damos frases cortas que señalan acciones que hay que realizar. Indicar los nombres enseña a distinguir una parte del discurso; indicar las acciones, lleva a distinguir otra parte, es decir los verbos. Así las primeras lecturas pueden prepararse de forma que introduzcan al estudio gramatical del lenguaje.

El niño de dos años no posee solamente palabras; sino también sus sucesivas combinaciones, necesarias para expresar el pensamiento en la lengua materna. Porque no son suficientes las palabras para dar un sentido, sino que también es necesario el orden en que ellas se dispongan para expresar con claridad el significado de la idea que se dice.

Todo lenguaje tiene su orden peculiar: y este orden es comunicado enteramente por la naturaleza a cada indi­viduo durante los dos primeros años de su vida.

Y como el análisis de las palabras, en sus sonidos componentes, durante el tiempo de la construcción alfabética, ayuda a los niños a una realización, consciente de su pro­pio lenguaje, así la lectura basada en las partes del dis­curso, ayuda al conocimiento de la construcción gramati­cal, de las funciones de cada parte del discurso, y del or­den que cada una debe ocupar para darle claridad.

Por eso la exploración del lenguaje que ya está construido se ha realizado por medio de ejercicios prácticos atractivos, en conexión con la lectura.

­Y así como se lee con la vista las frases, para que sean en si mismas atractivas, son preparadas con una escritura no sólo grande, sino con varios y vivos colores. Así se consigue no sólo leer más fácilmente, sino que se distingan las diferentes partes del discurso.

Es en este punto y en esta época de la vida cuando el niño puede ser ayudado para que corrija los defectos gramaticales de su discurso, del mismo modo que la construcción alfabética de las palabras ayuda a la ortografía.

En el procedimiento de esta experiencia se presentan hechos que son difíciles de captar por quien no está compenetrado con el trabajo de nuestro método. Por ejemplo, el hecho de que no haya una progresión sucesiva entre los ejercicios: van todos juntos y se repiten varias veces los ya hechos; aquellos que en las escuelas ordinarias serían considerados como más difíciles pueden preceder a otros ejercicios tenidos por más fáciles, alternándose los unos con los otros en una misma mañana. Puede ocurrir que un niño de cinco años, que ya lee libros enteros, vuel­va a tomar parte con entusiasmo en las lecturas gramaticales, participando en los juegos que están conectados con ellas.

La lectura se adentra, pues, directamente en el plano de la cultura, porque no se limita sólo a hacer leer, sino que penetra en el progreso del conocimiento el estudio de la lengua propia Durante este brillante proceso, se encuentran y se superan todas las dificultades gramaticales. Incluso las pequeñas variaciones que tienen que sufrir las palabras para adaptarse a las particularidades de un discurso expresivo: prefijos, sufijos, flexiones, se convier­ten en exploraciones interesantes. La conjugación de los verbos ha provocado una especie de análisis filosófico que hace comprender como el verbo en el discurso es la voz que habla de acciones; no es la indicación de acciones efectivas que se están cumpliendo. Y levanta ante la conciencia las diversas gradaciones de sus tiempos. Los verbos irregulares (tan difíciles de aprender) existen ya todos en el lenguaje; se trata sólo de “descubrir” que son irregulares.

Sin embargo éste es un asunto diferente del que he querido tratar aquí. Me propuse tratar sólo de la actuali­dad que  tiene el hacer desaparecer el analfabetismo en las masas.

La cultura se  puede transmitir a través de la palabra, también por la radio y los discos fonográficos; se puede dar mediante las imágenes de las proyecciones y del cine. Pero sobre todo se debe dejar que se adquiera mediante la actividad, con la ayuda de materiales que permitan al niño adquirir la cultura por sí mismo, impulsado por la naturaleza de su mente que busca, y dirigido por las leyes de su desarrollo. Éstas demuestran que la cultura es absorbida por el niño a través de experiencias individuales, con la repetición de ejercicios interesantes, a lo que contribuye siempre la actividad de la mano, órgano que coopera al desarrollo de la inteligencia.

 

CONCLUSIONES PERSONALES

Debo decir que mi interés por conocer  el sistema filosófico Montessori es muy reciente y que conforme me acerco a sus obras y a algunos centros donde se está trabajando el sistema, más me sorprende la valiosa aportación que esta autora  realizó a la educación, considero que al dirigir su atención y esfuerzo al niño, obtuvo una alternativa con  los parámetros necesarios para  que el niño se desarrolle en un ambiente de respeto.

Me parece muy interesante que Montessori llama al niño, el hombre desconocido,  ya que eran muy pocos los especialistas que le reconocían capacidades cognoscitivas, las que, según los estudios de Montessori, le permitian desarrollarse hasta convertirse en hombre. La observación extenuante y el trabajo permanente le permitió descubrir lo que denominó “forma mental de la infancia”,  que se dá como una energía interior que tiende a manifestarse por sí misma, el niño puede interiorizar  el objeto de su interés, esculpirlo en su mente, en una especie de memoria  y requerirlo al interactuar con el medio ambiente. Reconoce otro tipo de  memoria en el inconsciente,  aquella que se fija a través de generaciones y tiene la capacidad de  reproducir los caracteres de la especie, la denominó Mneme. Al observar al niño recién nacido inerte físicamente, lo denominó embrión espiritual ya que consideró que al nacer la especie humana no está completa y debe desarrollarse después de haber nacido con la influencia del medio ambiente.

Considero que de sus aportaciones que más nos permiten conocer el enfoque psicocognitivo  son lo que denominó periodos sensibles, a los que describió como el patrón  que el niño sigue para obtener el conocimiento sobre su medio ambiente, a partir del fenómeno de la mente absorbente, mediante la cual el niño se ubica y consigue este conocimiento, reconoce cinco periodos sensibles que se manifiestan en el niño menor de tres años:  orden, instrumentos de la inteligencia, desarrollo del caminar, interés por objetos diminutos e, interés por aspectos sociales;  los periodos sensibles se crean y posteriormente solo se desarrollan a través de la mente absorbente que permite al niño: crear la memoria, el poder de comprensión y la capacidad de razonar.

Considero que actualmente la filosofía Montessori está adquiriendo un nuevo auge por la solidez de sus principios: contrario a lo que se sigue creyendo, el niño pequeño es un amante del trabajo intelectual, escogido espontáneamente y llevado a cabo con una profunda alegría, está basado en la necesidad imperiosa del niño de aprender haciendo, en cada etapa del crecimiento mental del niño se proporcionan ocupaciones correspondientes gracias a las cuales desarrolla,
ofrece a infinitas oportunidades para una ayuda mutua,
propicia que el niño trabaje partiendo de su libre elección, sin competencia ni coerción y , está libre del daño de un exceso de tensión.
Finalmente,
  creo que las acertadas aportaciones de Montessori están permitiendo que más  niños sean respetados y reconocidos como personas  con potencial, innato y adquirido,  para aprender y depende del medio ambiente y de la libertad que se les ofrezca, el desarrollo de esa capacidad,  esto prepara al individuo a participar dentro de la sociedad con una personalidad integral.

 

BIBLIOGRAFIA

 

Básica

Montessori, María

La Formación del Hombre

Biblioteca Virtual de Universidad Abierta

Complementaria
Polk Lillard. Paula

Un Enfoque Moderno al Método Montessori

Ed. Diana,  México 1977

Diccionario de Ciencias de la Educación

Ed. Diagonal.Santillana, México 1989, Vol. 2, p.989

La Tarea, Revista de Educ. y Cultura, Secc. 47 S.N.T.E.

Tema: María Montessori una Revolución en la Educ.

Enciclopedia Encarta 2002, 1993-2002

Microsoft Corp. D.R.

Consultas en  Internet   ( fecha 29, y 30 de enero del 2003)

Fundación de Montessori 17808

Tel. 01 800 655 58 43

Email:

http.://www.educ.org

 

CUESTIONARIO

  1. A qué llama Montessori el hombre desconocido?
  2. Porqué la autora considera necesario realizar el estudio del Hombre
  3. Sobre qué afirma Montessori se debe levantar el estudio científico?
  4. A qué considera Montessori un gran obstáculo para el estudio científico del hombre?
  5. Cómo considera esta autora el descubrimiento del inconsciente?
  6. Porqué Montessori considera que la humanidad está vencida y esclavizada  por su propio ambiente?
  7. Según Montessori, qué necesita el hombre para vencer la esclavitud al ambiente?
  8. Cuáles son los primeros logros a los que Montessori llamó revelaciones?
  9. Cuáles son algunos de los obstáculos  que enfrentó Montessori al aplicar su filosofía de enseñanza?
  10. Existen revelaciones anteriores a las que obtuvo Montessori?
  11. A qué llama Montessori  forma mental de la infancia?
  12. En el estudio Formación del Hombre como definen el MNEME?
  13. Para Montessori, es posible reconocer el Mneme en la mente del niño de cuatro años?
  14. A qué denomina, esta corriente,  enfermedades funcionales?
  15. El libro Formación del hombre a qué denomina enfermos funcionalmente?
  16. Con respecto a la salud de enfermedades funcionalmente, a qué se refiere con “normalización”
  17. A qué denomina este enfoque  vida interior?
  18. Cómo concibe Montessori al lenguaje materno?
  19. Cuáles son las diferencias que encuentra Montessori entre el hombre y los animales?
  20. Cómo considera Montessori al hombre?
  21. A que conclusión llega Montessori acerca de la evolución del hombre?
  22. A qué atribuye Montessori  que  el recién nacido del hombre muestre una inferio­ridad tan grande respecto de los recién nacidos de los mamíferos?
  23. De acuerdo a la autora mencionada,   cuál es la función del niño?
  24. De acuerdo de Montessori, cómo se desarrolla el lenguaje en el hombre?
  25. Cómo  explica la Escuela Montessori la apropiación del lenguaje?
  26. En las investigaciones de Montessori,  cómo relacionan las nebulosas  en el espacio y  el lenguaje?
  27. Como relaciona esta escuela a las nebulosas con los genes?
  28. Porqué considera la autora que el niño es el embrión espiritual del hombre?
  29. A qué denomina Montessori Mente absorbente?
  30. Cuándo considera Montessori  se puede  discutir la cuestión moral en el individuo?
  31. Qué desequilibrios. según Montessori, adquiere  el niño que es un recluso de las nanas y se encuentra  separado de la vida social?
  32. Sobre que base, dice Montessori, se puede construir una “Naturaleza Superior” más perfecta?
  33. A qué conclusiones llega Montesori al definir al hombre?
  34. Cómo se forma el hombre, según la filosofía Montessori?
  35. De acuerdo a esta autora, qué se requiere para desarrollar el alma y el  crecimiento del futuro hombre, es decir  el niño?
  36. Cuándo considera  esta doctrina que aparecerá el “niño superior”?
  37. Cómo define Montessori  el problema  del analfabetismo mundial?
  38. De acuerdo a la autora mencionada, cuáles deben ser las necesidades  que deben los maestros considerar en la Educación Moderna?
  39. Cómo considera, esta escuela, al dominio de la escritura?
  40. Cuales son los dos contenidos académicos que Montessori considera sumamente importantes?
  41. Cómo puede transmitir la cultura un maestro, en la escuela nueva?

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