EL SUICIDIO, UNA FORMA DE MORIR

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Alberto  Sladogna
11-08-2005  

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En este artículo propongo subrayar un trazo presentado por cada acto suicida: el suicidio es una forma de morir, muerte semejante a otras. La huella de dicho acto desata entre los sobrevivientes, en ocasiones y bajo algunas circunstancias, un monto de angustia, de inhibición y de síntomas que acompañan al duelo, sea cual sea la causa de la muerte. Un suicidio nos afecta pues implica una muerte y con ella, la desaparición de un semejante, es la muerte de una parte de sí mismo. ¿Cuál?...


"Un ser enloquecido está en cierta forma muerto porque no participa de  lo que nosotros consideramos como vida: la comunicación, el amor, el placer, el trabajo. De cierto modo es un objeto, su cuerpo no existe aunque se mueva. Está sumido en el silencio aunque hable, porque dice cosas que nadie comprende. Los muertos no hablan y los locos tampoco lo hacen porque  nadie los entiende”. Acallados, Martha Pacheco, Guadalajara, junio, 1994 [1].

En este artículo propongo subrayar un trazo presentado por  cada acto suicida: el suicidio es una forma de morir, muerte semejante a otras. La huella de dicho acto desata entre los sobrevivientes, en ocasiones, y bajo algunas circunstancias, un monto de angustia, de inhibición y de síntomas que acompañan al duelo, sea cual sea la causa de la muerte.

Un suicidio nos afecta pues implica una muerte, y con ella, la desaparición de un semejante, es la muerte de una parte de sí mismo. ¿Cuál?.Conviene subrayar este trazo pues en la actualidad, la psicología, la psiquiatría dotadas de “teorías” psicoanalíticas se reúnen con la victimología  para añadirle al dolor de una muerte los “efectos traumáticos” que le atribuyen a quienes viven una pérdida. ¿Será poco ese dolor para quien lo vive que el mundo “psi” propone sumarle “traumas”?. ¿Quién decide que las “víctimas” de una Tsunami, de la caída de un edificio, de un terremoto o del incendio de un local de baile tienen que recibir atención “psicológica”, “psicoanalítica”, “psiquiátrica”, “psicoterapéutica”?. Veamos: “El impacto psicológico que enfrentan damnificados de huracanes, sismos, explosiones en grandes ciudades o víctimas de violencia social se puede tratar de inmediato para evitar traumas posteriores” (Periódico Reforma, México, DF, 16/07/2005). Con esas líneas se anuncia la creación del “Taller de Primeros Auxilios Psicológicos, Facultad de Psicología, UNAM, México, DF”.

El dolor que, quizás, experimenten los sobrevivientes afectados por esa forma de la muerte es un hecho. ¿Cuál es el tiempo de ese dolor singular?. Allí estamos ante un dolor fuera de la urgencia que en ocasiones perdura toda una vida.

El suicidio, como forma de morir, es la pérdida absoluta de una persona querida que se lleva algo con ella. Decimos es una pérdida absoluta, no es seca ni tampoco es húmeda. La humedad, la sequedad, el tono seco lo muestran aquellos que sobreviven a esa muerte, siempre y cuando los afecte. Convendría notar que no es obligatorio para nadie estar afectado por la noticia de una muerte. Los deudos de una persona que fallece, sea por suicidio, sea por causa “natural” , muestran una forma singular de darle cuerpo al desaparecido: en este sentido pueden tomarse los informes médicos que indican el aumento de trastornos corporales en los sobrevivientes que mantienen un lazo desiderativo con un suicida.  El suicidio, al igual que la muerte “natural”, nos recuerda algo de lo que no queremos saber nada: estamos hechos para la muerte. Ella nos espera a cada uno, sin que podamos prevenir cuándo pasará a buscarnos. La preparación del suicidio no implica que quien planifica tenga un control sobre la vida y la muerte, el suicida no tiene elección pues carece de opción. Ello implica poner en tela de juicio la atribución al suicida de un tal control. Una prueba de la ausencia de ese dominio son los suicidios fracasados.

 

Suicidio: filosofía, poesía 

Erasmo de Rótterdam  –Elogio de la locura- menciona a Quirón que, pudiendo disfrutar de la vida y de la inmortalidad, prefirió la muerte. Nietzsche indicó la tragedia del asno que sucumbe ante una pesada carga. ¿Quién puede obligarlo a soportarla?. ¿Quién logrará convencerlo de que su muerte sería una “puerta falsa del narcisismo” ante el peso que lo agobia? .

Estos filósofos mostraban la extraña articulación entre suicidarse y tener un saber respecto de la vida: ella no vale nada. De la boca de los sabios –los que algo saben- han salido palabras llenas de dudas, plenas de melancolía, de cansancio de la vida, de resistencia contra la vida. Freud –“Más allá del principio del placer” - no retrocedió un ápice y escribió: “La meta de toda vida es la muerte, y, retrospectivamente: lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo“. Lacan, un poco más sutil y más incisivo, no dejó de subrayar la neotenia que acecha a cada humano.

El poeta surrealista y tanguero, Enrique Santos Discépolo, describía con atinada pertinencia la queja que afecta nuestra vida: “¿Cómo olvidarte en esta queja…?/En tu mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas/yo aprendí filosofía…dados…timba/ y la poesía cruel/ de no pensar más en mí”. El poeta anuda suicidio y sabiduría. ¿Qué saber está en juego en un suicidio logrado?. Más aún, ¿estaremos dispuestos a recibir ese saber que nos concierne por la muerte de un ser querido?. ¿Cuál es la cifra del suicida, uno por uno?.

Las cifras del suicidio golpean una a una  a las entidades federativas de México, ayer era el Estado de Coahuila, México; hoy le toca al Estado de Puebla, México. Esas estadísticas establecen sin pudor un “fenómeno deportivo”, señalando qué ciudad, estado, provincia, colonia o municipio ocuparía el primer lugar. La estadística del suicidio es un instrumento empleado por diversas disciplinas que estudian el “fenómeno”. Sin embargo, subrayamos dos hechos: en la estadística –así como en los diagramas del par/impar- no hay seres humanos que cometieron suicidio, en su lugar  sólo hay números; tampoco aparece la vida del suicida y las vidas de quienes les sobreviven. La estadística sólo opera con y entre números, los individuos no cuentan. Sólo en las personas bajo ciertas circunstancias se encarna un sujeto fugaz, efímero, no hay sujeto sin personas o humanos que le den soporte. Los despliegues de los censos de mortalidad y los programas de salud dejan de lado la historia de vida –y la debida- de cada suicida: su origen, su entorno y sus sobrevivientes.

Los estudios sociológicos añaden a los números una lista de las “causas” atribuidas  como origen o fuente del acto: drogadicción, crisis económicas, desempleo, desintegración familiar. Estamos ante una búsqueda de sentido que no interroga al portador de esas “causas”. Un “suicida” singular puede ser interrogado, el psicoanálisis algo ha escrito al respecto; sobre las “causas” preguntamos: ¿Serán esas?. ¿Será tan sencillo?. Si así fuera, ¿cómo explicar la existencia de suicidas en sociedades con alto grado de “integración familiar”, de bienestar económico, con tasas altas de empleo?. Cómo dar cuenta de la reiteración de “accidentes” mortales en las carreteras acaecidos cerca del siguiente anuncio: “Maneja despacio tu familia te espera”. La pobreza extrema es invocada como otra causa, si así fuese, cómo explicar la baja tasa de suicidios en sociedades paupérrimas como Sri Lanka, donde según un estudio reciente revela que su población es una de las “más felices” del planeta.

Las estadísticas del suicidio borran la historia de cada suicida, así colabora con la pretensión posmoderna de ocultar la muerte: se supone que mientras más anónima –sin personas- más sería factible romper el nudo de la vida con la muerte. Ante las bombas en el transporte colectivo de Londres, Inglaterra (2005), las autoridades y el conjunto de los mass-media internacionales nos atiborran con una consigna: “La vida sigue”. “Sigamos con nuestras actividades cotidianas: ir al trabajo” [2]. George W. Bush cuya formación intelectual y perspicacia está fuera de toda duda arengaba a los americanos tres días después del 11 de septiembre: “Salgan de compras, vayan a los mall”.

Karl Menninger –Man against himself, 1985- fundador de la clínica homónima en los EE.UU., denunciaba que el suicidio no es estudiado caso por caso para evitar tocar un tabú: la muerte. El autor sostuvo arduas discusiones con su editor para mantener el término “suicidio”, en la tapa de su libro. Suele ser “más sencillo” atribuir causas generales a los suicidas que estudiar en detalle una pregunta lacerante: ¿Cómo es posible que tal o cual –niño, adolescente, adulto o anciano- ponga fin a su vida?. Una vida que, consideramos, “debería” ser su “bien” más preciado. Unamuno advertía –Del sentimiento trágico de la vida-: “No hay nada más menguado que el hombre cuando se pone a suponer intenciones ajenas”. Quizás, el saber que algunos suicidas nos ofrecen es una verdad  difícil de recibir: su vida no era preciada para él, a tal punto que morir era menos doloroso que seguir viviendo. Esto habría que estudiarlo caso por caso, toda generalización respecto de hechos humanos es -en el mejor de los casos- algo peor que un exceso, es un abuso, en este caso, para colmo cometido contra quien ya no está. El suicida ya no está, ya no habla, sin embargo ya  escribió con “su” acto y eso hace hablar a los otros.

El psicoanálisis creado por Sigmund Freud, desplegado por Jacques Lacan y practicado de manera cotidiana por quienes recibimos analizantes, nos permite hacer nuestra, quizás, una constatación de Epicuro: “La muerte no nos afecta, ya que, mientras vivimos, no está, y cuando sobreviene, ya no estamos nosotros”. El acto suicida es una herencia para los otros -el entorno familiar, las amistades, el círculo social del suicida, su sociedad-. Sólo al leer la forma en que ese acto nos toca tendremos condiciones para que la carta que cada suicido deja pueda descifrar el misterio de una cifra que nos atormenta, lo queramos o no: la cifra de la determinación de “su” acto. Eso permitiría dar una salida a los afectados. Es una  vía que el psicoanálisis localiza, a veces, para que cada afectado salga por donde entró al ser tomado por ese sufrimiento. De ahí que algunos analizantes logran efectuar el suicidio del objeto y abandonan la posibilidad de ser el objeto de un suicidio.  

El doliente, decía Freud, sabe a quién perdió –una hija, una esposa, una mujer amada, una amiga, un amigo, un padre, una madre, un perro- pero su interrogante doloroso es que no logra construir un saber que le indique qué cosa perdió en esa pérdida absoluta. Sólo abordando ese interrogante, en cada caso, se podrá soslayar la cantidad de “conocimientos” con que los “especialistas” taponan la posibilidad  de hallar una respuesta vivible para quien resulta afectado. Los deudos de un suicida, así como los de cualquier otro muerto, son la base para constituir una “Sociedad de defensa contra el Conocimiento”. Los conocimientos profesionales –Adolf Eichmann era un “profesional”- impiden sufrir y bloquean los caminos del deseo.

Veamos un fragmento de un caso. Clara Recio, periodista de Saltillo, Coahuila, México escribió Otro Angulo: De vida o muerte, su crónica la transcribimos tal cual: “Durante la noche del lunes al martes de esta semana, Elizabeth se tomó cien pastillas de Clomazepan y dos cajas de Captopril, se introdujo una pañoleta en la boca, se ató un cordón al cuello, y se cubrió la cabeza con una bolsa de plástico negro. Murió. Tenía 18 años, era la única hija de un matrimonio que vive de la pensión de mil ochocientos pesos mensuales que cobra el padre parcialmente invalido, más dos mil quinientos pesos quincenales que cobra la madre como vigilante en el IMSS [3]. Elizabeth quería estudiar en la Normal Superior para luego trabajar como maestra para que sus padres vivieran con menos estrecheces. Presentó el examen de admisión y no alcanzó lugar. El de Elizabeth es uno de los dos suicidios de jóvenes estudiantes ocurridos en cinco días por el mismo motivo en la Ciudad de México”.

Leeré un aspecto de la crónica: la determinación de morir. La joven tomó pastillas -un camino, a veces, poco efectivo-, luego añadió una pañoleta en la boca, y por último, una bolsa de plástico de color negro (¿Habrá sido una bolsa para la basura?). Esa consecuencia escribe algo: su decisión era irrevocable, una vez impuesta ni siquiera Elizabeth tendría ocasión de detenerla, no era una actuación, era un acto irreproducible. Una decisión absoluta que arroja dudas  sobre la prevención. La solicitud –demande- de “prevención” se hace también presente en las otras formas de morir mediante la queja de que algo se debió haber hecho o alguien debió haberlo hecho, incluido el quejoso. Esa solicitud supone que alguien debería –los médicos, el Estado, la educación, los padres, la sociedad, el superviviente- tener una potencia tal que evitaría el desenlace al cual nuestras vidas están destinadas. 

La determinación que se le impuso a Elizabeth –imposición semejante a cómo se imponen ideas, sueños, lapsus, proyectos o palabras a cualquier normal- tiene un sesgo: asistimos a la muerte de una vida no realizada de una joven de 18 años. ¿Quién se hará cargo de realizarla?. Quizás varias de las propuestas que se hacen en estos casos señalan un intento de  responder. Se dice que fue uno de los dos suicidios de jóvenes causados “por el mismo motivo”. ¿Cuál?. Por no haber pasado el examen, “no alcanzo lugar”. Notemos que no es lo mismo reprobar un examen que alcanzar lugar. La nota toma, como semejante, el lugar de Elizabeth, como hija, como joven, como ella y el “lugar” que no alcanzó en la universidad. ¿A qué se debe, en este caso y sólo en él, que ambas situaciones se hallan plegado sobre el cuerpo de Elizabeth haciendo aparecer con esa muerte un lugar al que ya estaba destinada como viviente?. ¿Cómo un examen parcial de conocimiento se constituyó –si esa fuera la causa- en el todo absoluto que solo la muerte le permitió quitárselo de encima?. ¿O estaremos ante una vida inviable?. Este interrogante nos permite localizar, quizás, algo señalado por Wittgenstein – Tractatus lógico-philosophicus-: “El mundo del hombre feliz es un mundo diferente al del hombre  infeliz. De la misma manera, en la muerte, el mundo no cambia, sino que acaba”.

¿Cómo un examen acabó con Elizabeth cuando su vida parecía aún no realizada?. ¿Y si era una vida para no realizarse?.

 

Notas

[1] “Acallados”, es el texto que acompaño la exposición de Martha Pacheco, pintora, Guadalajara, México. Son retratos de los cuerpos abandonados en el Semefo –la morgue- de la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Ella añade: “Estos cuadros quizás no serán adquiridos para colocarse en la sala de estar de alguna casa”.

[2] Estas proposiciones parecen destinadas a indicarles a los “terroristas” que aún es poco lo que hacen, ¿se les hace una “demande” de más explosivo?

[3] Instituto Mexicano del Seguro Social –IMSS. La lengua  de la calle juega con esas siglas: Interesa Madre Su Salud. La crónica no lo dice pero un policía del IMSS, la madre referida lo era, suele cuidar los depósitos de medicamentos.

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