EL PSICOANÁLISIS EN RELACIÓN A OTRAS DISCIPLINAS. CONSIDERACIONES DEL MAL EN LA ÉTICA PSICOANALÍTICA

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Martín Esteban Uranga
24-07-2008 

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El trabajo intenta ubicar el mal como categoría independiente de la psicopatología, con la cual tiene -según entiendo- relaciones de intersección, confluencia o exclusión según el caso. Se desarrolla la problemática del bien como posición existencial en relación al Otro, que excede en sí la praxis del análisis pero no deja de influirla. Entiendo con Lacan que el psicoanálisis constituye una ética del deseo. En este sentido, intento ubicar el deseo en relación a un necesario punto de intersección con el bien si es que no se quiere recaer en políticas de afirmación de goce. La conceptualización de la ética del deseo en tanto deseo ético constituye una de las conclusiones centrales del trabajo.


Introducción

El objetivo del presente trabajo es intentar situar el mal como categoría conceptual, buscando sus puntos de contacto con la psicopatología. En primer lugar, veremos las relaciones posibles entre el mal y el goce pulsional. Luego intentaré abordar la problemática del mal como negación de una ética del bien no reducible término a término a los avatares del goce sexual. Esta última dimensión excede al psicoanálisis pero de ningún modo es ajena a él. Condiciona nuestra manera de pensar el psicoanálisis como ética del deseo que tiende a subjetivar la castración, en tanto -según entiendo- el deseo mismo no puede pensarse sino en su atravesamiento por una ética del bien que de algún modo lo afecte.  


Acerca del mal. Sus relaciones confluentes con la psicopatología en tanto concebido como goce pulsional.

A lo largo de la historia de la humanidad se ha establecido una relación entre la enfermedad (física o mental) y el mal. Según las distintas épocas y tradiciones, se postulaba que se enfermaba ya sea por malos hábitos, por un desorden moral o por pecado. El discurso psicoanalítico introduce la concepción que el ser humano enferma por sus dificultades en subjetivar la castración, es decir por estar aferrado al goce, por no reconocer el sistema de diferencias (entre el yo y el otro, entre las generaciones y entre los sexos). Y creo que cuando hablamos del no reconocimiento de la diferencia estamos, una vez más, bordeando la categoría del mal. Para adentrarnos en el tema, repasemos algunas teorizaciones acerca del mal.

Para empezar a  abordar las posibles relaciones del mal con la psicopatología, comencemos por definir qué entendemos por mal. Podríamos pensar que, de acuerdo a la tradición judeo-cristiana, el mal es la negación del bien. El bien implica la apertura a lo infinito que habita en el Otro, el ¡Heme aquí! bíblico como acto ético responsable dirigido a un rostro inasimilable como tal (Levinas, 2005). La direccionalidad existencial hacia un tú concebido como alteridad absoluta (Buber, 1955). La caridad cristiana en términos de disponibilidad amorosa al prójimo en tanto éste no se reduce a una imagen de mi yo. El mal acontece cuando esta disposición es negada por parte del sujeto. La apertura al bien en tanto implica el reconocimiento de una dimensión inasible en el Otro que me obliga a su preservación y cuidado ¿no marca acaso la presencia de un irreductible que me convoca a mantener la buena distancia?, ¿no es acaso un acotamiento al goce, a la apropiación, a la mismidad, al intento de clausura del sentido? Pareciera, siguiendo este razonamiento, que el bien iría de la mano del registro por parte del sujeto del sistema de diferencias En tanto el sujeto enferma por recaídas gozosas que tienden a anular la castración (lo irreductible), ¿podemos decir que el mal habita en el neurótico?, ¿constituye acaso la psicopatología una de las formas de expresión del mal? Podríamos decir que sí, si pensamos en el mal en términos de contradicción de la ética del deseo, de condescendencia con el goce. En este sentido el neurótico estaría habitado por un “mal” (el del goce). La búsqueda de redención a partir de la palabra, podrá habilitarlo en un análisis a que la asunción del sistema de diferencias se instale en su estructura anímica. Así, podemos pensar del lado del mal distintas manifestaciones sintomáticas: el acto perverso que en su insaciable búsqueda de recuperación de goce desconoce la alteridad de su partenaire sexual degradándolo al lugar de objeto, el psicótico que está inmerso en una trama delirante a partir de un ensimismamiento narcisista que repudia la alteridad, pero también el obsesivo que se lava una y otra vez las manos por el crimen cometido en su fantasía, como la histérica que goza neuróticamente de una parte fragmentada de su cuerpo por no poder asumir la realidad de la castración. 


Acerca del mal. Sus relaciones divergentes con la psicopatología en tanto concebida como vulneración de una ética del bien.

Ahora bien. Ocurre que el mal que contradice al deseo (el goce) es desbordado por una concepción del mal que implica la vulneración del bien tal como fue planteado anteriormente. La negación de una práctica afirmativa del cuidado del Otro (el mal), no parece confluir necesariamente con una posición de goce en términos psicopatológicos. Hay individuos que no manifiestan malestar neurótico, o que incluso han atravesado un análisis, y que viven por fuera de la necesidad ajena, incluso de sus seres más cercanos. Del mismo modo, una praxis del bien no necesariamente condice con la salud psíquica. Es más, puede una actitud ética ligada al bien, coincidir con una posición que juzgaríamos psicopatológicamente como enferma. En el caso extremo de personas que han dedicado su vida a la atención “del pobre, la viuda y el huérfano”, es notorio que en muchos casos se ha tratado de personas con importantes padecimientos neuróticos. En este sentido, las relaciones entre el mal y la psicopatología no parecen fáciles de dilucidar. Encontramos entre ambos un elemento en común, a saber, el repudio de la diferencia. A su vez, podemos establecer algunas diferencias e incluso incompatibilidades: no sólo como señalamos recientemente la ética del bien puede convivir con un desarrollo psicopatológico o la salud psíquica con la ausencia de una praxis del bien, sino que a su vez una patología puede favorecer el desarrollo del mal del mismo modo que puede ayudar a inhibirlo. La neurosis puede desencadenarse al servicio de conjurar un mal que amenaza ponerse en acto. Las relaciones entre el mal y la psicopatología pueden ser de convivencia, de intersección o de exclusión.
La psicopatología aborda las consecuencias del encuentro con la castración en su dimensión sexual. La causa de la neurosis es sexual. El hacer el bien, o hacer el mal, ¿tiene su causalidad en lo sexual?, ¿son el bien y el mal reducibles a categorías pulsionales? Entramos aquí en un terreno difícil, polémico, pero decisivo para pensar nuestra práctica como analistas. Si el mal tuviera su raíz en la sexualidad, y a su vez fuera la consecuencia del repudio de la castración en algunas de sus formas, habría que pensar que el análisis hace a la gente más buena, o que al menos la predispone mejor para hacer el bien. Y esto no es ni debe ser así. El análisis no busca el bien en sí, si bien según expondré más adelante, no debería prescindir de él. 


Ética del deseo y ética del bien

Parece claro que hay una ética del deseo (sexual) que no se corresponde unívocamente con una ética del bien. Pero, ¿la debe desconocer?, ¿la debe considerar irrelevante? Los psicoanalistas, ¿debemos ser indiferentes ante la problemática del mal? Es más: ¿puede realizarse el deseo en el mal?, ¿puede la ética del deseo considerarse como autónoma de la consideración hacia el Otro?, ¿no implica desconocer la problemática del mal una concepción de la ética del deseo que nos retrotrae a una psicología del yo que desconoce la alteridad?, ¿no debe acaso realizarse el deseo en un contexto de bien? Y no por una cuestión moral, de valores o de creencias, sino simplemente porque un deseo que no se intercepta en algún punto con el bien, no es deseo sino goce en tanto profana la irreductibilidad del Otro que nos obliga desde su presencia, si es que se la reconoce, a certificarlo con nuestro cuidado y consideración.
Cuando decimos que tanto el mal como la psicopatología implican una posición de repudio frente a la falta: ¿es la misma dimensión de la falta la que está en juego en la problemática del bien que la que ordena la psicopatología? La psicopatología aborda las consecuencias del encuentro con la castración, con la falta en su dimensión sexual. La causa de la neurosis es sexual. El bien, el mal: ¿tienen su causalidad última en lo sexual? La confrontación con lo infinito, con la alteridad radical: ¿se reduce a la variable sexual (bajo los términos placer-displacer), o es posible pensar en un delineamiento sexual que podría ser excedido por algo de otro orden: lo abierto (Agamben, 2007), el rostro del sufriente (Levinas, 2005), el vacío sin límites al que alude Badiou (Badiou, 2000) a diferencia del vacío circunscrito tal como Lacan piensa el objeto a? El análisis debiera habilitar a soltar al deseo de las amarras del goce, subjetivando dentro de lo posible la experiencia sexual de la castración. El bien, por otro lado, implica la afirmación de un compromiso de responsabilidad hacia el “rostro” del Otro. Si bien ambas dimensiones de la falta refieren al estatuto de lo inasimilable, considero que no debe confundirse la falta como categoría sexual (castración), del bien que puede resultar como afirmación ética existencial ante el encuentro estructurante con la inermidad del Otro. Entiendo que es necesario pensar un momento mítico y preontológico de encuentro del sujeto con un real (todavía no sexual) que impone una limitación radical al sujeto que aún no advino. Como resultado, emerge la pulsión, que en su carencia de objeto da cuenta del encuentro antedicho que produjo el exilio de lo real. Para afirmarse vitalmente, la pulsión sexualiza la falta (castración) alrededor de la cual podrá estructurarse el sujeto. De este modo, la praxis del bien (testimonio de este primer encuentro preontológico) emerge más allá de los devenires de la castración (en tanto sexualización de la falta), si bien nunca podrá prescindir del aporte sexual, en tanto según vimos el sujeto se estructura sólo de manera sexuada.
Recapitulando. Propongo que el bien es una categoría absoluta que implica la respuesta solícita, el ¡Heme aquí! de Abraham, a la presencia evanescente de lo inasimilable del Otro que desde sus marcas castratorias me convoca a su cuidado activo y preservación. Supone la respuesta afirmativa al encuentro preontológico con el otro ser, que en un momento mítico presexual se hace presente causando el acto ético fundante de una subjetividad que podrá constituirse si y sólo si a partir de la sexuación. ¿Por qué es necesario pensar un momento mítico estructurado de este modo? Porque nos encontramos con sus formas de retorno. Con el bien como tal, que una y otra vez, atravesado siempre por lo sexual pero no reducible a ello, se manifiesta en la vida de los seres humanos más allá de la estructuración psicopatológica en juego.        
El psicoanálisis puede pensarse como la ética del deseo que discurre entre los significantes sexualizados que organizan un discurso. Constituye una ética del bien-decir (Lacan, 1959), no una ética del bien. Por otro lado, la ética del bien implica una limitación radical a la prepotencia vital del ente. Se pregunta Zizek comentando a Levinas: “¿tengo el derecho de ser? ¿No es que, mediante la insistencia en el ser, estoy privando a otros de su lugar y, en última instancia, los estoy matando?...Y la pulsión de muerte, ¿no es por esa razón el último soporte de la ética?” (Zizek, 2004: 88).


Hacia un deseo ético

Veamos la importancia de las relaciones entre ética del deseo y ética del bien para la clínica psicoanalítica. Entiendo que si bien se distinguen, se encuentran necesariamente en algún punto de intersección. Desde mi perspectiva, el análisis no busca personas buenas, aunque sí sujetos que puedan sostener su deseo en un contexto simbólico en el cual de algún modo el bien esté contemplado. Porque la responsabilidad hacia lo Otro (el bien) debe necesariamente estar entramada en un deseo que se realiza como tal a partir del reconocimiento de la castración en tanto dimensión sexualizada de la falta. ¿De qué modo se puede hablar de la asunción de la castración si en algún aspecto de la posición subjetiva no se advierte una destitución narcisista que implique la afirmación responsable del cuidado por el Otro en tanto renuncio a apropiarme de él o a promover su degradación?, ¿consentiremos como analistas en la legitimación simbólica de un “deseo” que conlleva la realización activa del mal?, ¿no es acaso necesario pensar la ética del deseo en relación a la ética del bien?, ¿el posicionamiento ético ante la castración puede desarraigarse de la afirmación ética primordial que me abre a la infinitud del Otro?, ¿no deberíamos hablar de una ética del deseo sí y solo sí en tanto deseo ético? Para concluir, una interesante cita de Freud en la cual plantea la posibilidad de elección justificada de la enfermedad por motivos “sociales”, y para evitar la desdicha ajena (¿el mal?): “Hay casos en los que incluso el médico se ve obligado a convenir en que la neurosis constituye la solución más inofensiva, y desde el punto social, más ventajosa, de un conflicto, pronunciándose, por tanto, a favor de aquella misma enfermedad que ha sido llamada a combatir. No es esto cosa que deba asombrarnos sobremanera, pues el médico sabe que hay en el mundo otras miserias distintas de la enfermedad neurótica y otros sufrimientos quizá más reales y todavía más rebeldes, y sabe también que la necesidad puede obligar a un hombre a sacrificar su salud cuando este sacrificio individual puede evitar una inmensa desgracia de la que sufrirían muchos otros. Si de este modo se ha podido decir que el neurótico se refugia en la enfermedad para escapar a un conflicto, hay que convenir en que en determinados casos se halla justificada esta fuga, y el médico, si se da cuenta de la situación, debería retirarse en silencio y con todos los respetos.” (Freud, 1917: 2361).


BIBLIOGRAFÍA

-Levinas, Emmanuel. Difícil libertad. Buenos Aires. Ediciones Lilmod  2005.
- Buber, Martín. Eclipse de Dios. Buenos Aires. Ediciones Galatea Nueva Visión. 1955.
- Agamben, Giorgio. Lo abierto. Buenos Aires. Adriana Hidalgo editora. 2007.
- Badiou, Alain. Reflexiones sobre nuestro tiempo. Buenos Aires. Ediciones Del Cifrado. 2000
- Lacan, Jaques. El seminario de Jaques Lacan. Libro 7. La ética del psicoanálisis. 1959- 1960. Buenos Aires. Ediciones Paidós. 1995.
- Zizek, Slavoj. Violencia en acto. Buenos Aires. Paidós. 2004.
- Freud, Sigmund. “Lecciones introductorias al psicoanálisis” (1917) en Obras Completas. Tomo 2. Madrid. Editorial Biblioteca Nueva. 1973.

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