LA ELITE POLÍTICA DE LOS ESTADOS UNIDOS Y LOS RIESGOS DEL TOTALITARISMO

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Buenos Aires- Argentina

Norman Bimbaum

Catedrático en Derecho.
TRADUCCION:
María Luisa Rodríguez Tapia 

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Existen dos formas antitéticas de disculpar la injerencia del régimen de Bush en los asuntos de otros países. Una es ideológica.  En Estados Unidos, se dice, no queremos nada para nosotros, ni territorio ni materias primas, ni riquezas ni dominación.  Utilizamos la coacción económica y militar de forma desinteresada para defender la libertad de toda la humanidad.

La otra disculpa alega que es realista.  Estados Unidos, ejemplar supremo de civilización, está especialmente amenazado.  La defensa propia da legitimidad a nuestro uso de la violencia.  Se mezclan, no por primera vez, una moralidad desmesurada y una astucia brutal.  La lista de grandes libros que nuestro presidente no ha llegado a abrir es larga, pero no cabe duda de que quienes le escriben los discursos sí han leído el retrato que hace Dostoievski del Gran Inquisidor.  La contradicción moral produce un arte exquisito.  En la vida real engendra oscuridad.

Si la primera víctima de la guerra es la verdad, la primera víctima de los preparativos para una guerra interminable es la posibilidad de profundizar, e incluso mantener, la democracia.  La elite imperial explota los sentimientos más chovinistas de los ciudadanos angustiados para legitimarse como guardián de los intereses nacionales.  Los hijos e hijas de la clase trabajadora sirven en las fuerzas armadas, mientras que es difícil encontrar en ellas a las familias más selectas.  Por eso, los catedráticos y propagandistas son mucho más belicosos que nuestros generales.  Cuando la incompetencia de la clase dirigente en la guerra de Vietnam quedó al descubierto ante unos ciudadanos indignados, sufrimos una crisis nacional.  En los últimos tiempos hay escasas menciones de la desigualdad sistemática a la hora de compartir estas cargas.  Se incita a la opinión pública a que rechace a los que critican al imperio, a los que se califica práctica o auténticamente de traidores.  Se niegan las privaciones de quienes carecen de fama y fortuna y su humillación permanente, y su indignación se desvía hacia otros objetivos.

La negación sistemática de las libertades fundamentales que supone la Ley de Patriotismo, aprobada por el Congreso con un apresuramiento cobarde tras los atentados del 11 de setiembre, no es nueva.  Desde los comienzos de la república, la jurisprudencia ha eximido al imperio de las limitaciones constitucionales.  Las amenazas externas se han convertido en amenazas internas, con el argumento de los riesgos intrínsecos de las libertades que el gobierno tiene que restringir para protegerlas.  La situación recuerda el testimonio más infame de la guerra de Vietnam: "Tuvimos que destruir la aldea para salvarla".

En el extranjero, muchas veces, nuestros dirigentes se han dejado de disimulas.  En Guatemala, Irán, Indonesia, Brasil y Chile, el apoyo a verdugos y torturadores, juntas y dictadores -cuanto más asesinos y corruptos, más obedientes e indispensables- ha sido desvergonzado.  En mayo, Wolfowitz criticó al Ejército turco por no ejercer más presión sobre un gobierno democrático.  Se entiende la alianza de nuestros gobernantes con Franco y Salazar.

A las democracias se las ha tratado de otra forma, aunque las subvenciones de la CIA a intelectuales, burócratas, propagandistas y políticos en "el mundo libre" ascienden a miles de millones de dólares.  Cuando los Gobiernos democráticos adoptan políticas que no son del agrado de la clase dirigente estadounidense, no se les tacha de ser miembros de un gran eje del mal.  Se les acusa de no valorar nuestra generosidad y malinterpretar sus propios intereses.

Más influyentes aún son los siervos del capital.  Los centros de investigación económica que propagan la teología del mercado constituyen su versión de la iglesia universal.  La agresión actual contra los sistemas de seguridad social de Europa occidental se recomendó en un informe del Banco Mundial que defendía la privatización.  Es cierto que, a veces, critica a Estados Unidos.  Pero prefieren no hablar sobre los costes morales y sociales que tiene el capitalismo norteamericano.

La ideología y el dinero son instrumentos para controlar la política.  Estados Unidos resulta muy atractivo en Europa del Este, donde los antiguos comunistas están acostumbrados a la presencia de un poder central que exigía la obediencia y reprimía la disidencia pública.  Pero, ¿cómo explicar la sumisión de los europeos occidentales que se dicen conservadores y afirman respetar la tradición en la cultura y la obligación mutua en la sociedad?

Mientras tanto, los estadounidenses que aún creemos en nuestra Constitución nos preguntamos si los implacables imperialistas que ocupan hoy el poder serán capaces de dejarlo en caso de sufrir una derrota electoral.  El escándalo del año 2000 en Florida pudo ser un adelanto de cosas peores por venir.  La oleada actual de oposición política en Estados Unidos, el hecho de que los demócratas estén redescubriendo sus principios, el evidente malestar de algunos conservadores genuinos entre los republicanos, son prueba de que nuestra democracia sigue viva.

¿Tendrán los europeos la dignidad y el realismo necesarios para reconocer que los adversarios del imperio en Estados Unidos son los auténticos aliados de la democracia europea?


Publicado en el diario Clarín de Buenos Aires el 7 de setiembre de 2003.

Norman Bimbaum, es profesor emérito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown.

En el pasado enseñó también en la London School of Economics y la Universidad de Oxford.

Fue fundador de la influyente revista política de izquierda “New Left Review”.

Además de docente, fue asesor de varios legisladores estadounidenses y de miembros del Consejo Nacional de Seguridad.

Participó en las campañas presidenciales de Carter y Kennedy.

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