LA INVENCIÓN DEL TERRITORIO

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Juan Pedro Urruzola

 

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La democracia ateniense integró su territorio para integrar a sus ciudadanos. En sus intentos por destruir el antiguo ordenamiento social, la democracia ateniense inventó un nuevo concepto de territorio. Mucho tiempo después, en épocas de grandes revoluciones, ese nuevo concepto sería recuperado

 

Política y democracia

En los inicios del siglo VI AC el poeta ateniense Solón introdujo un conjunto de leyes que fueron decisivas para el desarrollo de la democracia en el Atica. En particular la ley de ‘supresión de la carga’, sancionada en 594 AC, permitió abolir la vieja tradición o imposición, de origen aún discutido, que obligaba a los campesinos al pago de la sexta parte de su producción en favor de las familias aristocráticas. (Según Fustel de Coulanges, el pago del sexto de la cosecha fue producto de una concesión realizada por los aristócratas a los campesinos pobres del Atica. Se realizaba a cambio de la casa y la tierra que los últimos recibían de los primeros. No pagarlo acarreaba la recuperación de la tierra por sus antiguos propietarios y la esclavitud del deudor. Ver página 472 y siguientes.) Entonces, según Aristóteles, "los pobres junto con sus hijos y sus esposas eran esclavos de los ricos" (Finley, 176). La 'supresión de la carga' fue complementada con el rescate de los atenienses esclavizados en el extranjero, con la cancelación de las deudas hipotecarias (la desaparición de los horoi) y con la expresa prohibición de que los atenienses pudieran contraer deudas cuya garantía fuera su persona física. Con ello Solón logró descomprimir una presión social fuerte, generada en particular por la cantidad de ciudadanos endeudados y reducidos a la esclavitud por la falta de pago de la ‘sexta parte’.

La ‘supresión de la carga’, junto a ciertas limitaciones en la extensión máxima de tierra que podía poseer cada ciudadano, crearon condiciones sociales novedosas que permitieron algunas transformaciones políticas fundamentales. "La condición sine qua non para que surgiera la democracia ateniense fue una especie de ‘emancipación de los siervos’" (Hornblower,15). En efecto, la ‘supresión de la carga’ permitió que naciera y se afirmara una nueva élite ciudadana de propietarios minifundistas liberados de deudas. "Todavía en el 400 AC las tres cuartas partes de los ciudadanos de Atenas eran propietarios de alguna tierra en Atica" (Mumford, 160). Con ello favoreció objetivamente la aparición y consolidación del concepto de ciudadanía y abrió el camino a la conformación de la sociedad ateniense, que estaría llamada a protagonizar el experimento político más exótico, y seguramente más citado, de la historia universal. La modificación del ordenamiento social tradicional permitió consolidar tales avances. La nueva organización en cuatro tribus definidas por la riqueza individual implicó, en particular, un ataque radical a la antigua sociedad tribal y sus fundamentos gentilicios. Los derechos inherentes al nacimiento pasaron a ser definidos, a partir de entonces, por el censo.

La verdadera instauración de la democracia ateniense, sin embargo, se produjo con las reformas de Clístenes a partir de 508 AC. Entonces la nueva organización ciudadana se modificó radicalmente. Las cuatro tribus introducidas por Solón, cuya lógica jerárquica se basaba en la propiedad y su respectiva riqueza, fueron sustituidas por un nuevo sistema constituido por diez nuevas tribus, cuya integración y conformación se definía territorialmente.

La integración de las nuevas tribus se basó en una conceptualización novedosa del territorio de la polis, que contaba con algunos antecedentes de interés. "Los Pisistrátidas anticiparon en determinados aspectos las reformas de Clístenes. Sobre todo, pusieron a las aldeas o demoi que integraban el Atica, un territorio excepcionalmente grande desde el punto de vista de la ciudad-estado griega, en relación activa con la ciudad de Atenas. Para ello construyeron carreteras y nombraron jueces de demoi que viajaban por toda el Atica y administraban una justicia uniforme." (Hornblower, 17-18).

Engels, por su parte, encuentra en las naucrarias ("pequeñas circunscripciones territoriales", instituidas en épocas anteriores a Solón, que debían "suministrar, armar y tripular un barco de guerra, y proporcionar además dos jinetes") el antecedente del nuevo sistema. "Esta institución socavaba por dos conceptos a la gens: en primer término, porque creaba una fuerza pública que ya no era en nada idéntica al pueblo armado; y en segundo lugar, porque por primera vez dividía al pueblo, en los negocios públicos, no con arreglo a los grupos consanguíneos, sino con arreglo al lugar de residencia común" (130).

El nuevo ordenamiento consideró dos lógicas territoriales distintas. Por un lado, la polis se integró con sus tres conformaciones territoriales características (la ciudad, el campo y la costa). Por el otro, basó su sistema de representación política en la subdivisión del conjunto del territorio en demoi (aldeas) que oficiaban, prácticamente, como circunscripciones electorales. Las diez tribus mencionadas se integraban con un número fijo de demoi, en total ciento cuarenta, aunque con la particularidad de que cada tribu también tenía una integración representativa de los tres territorios mencionados. La representación política en el nuevo Consejo de los Quinientos se conformaba con cincuenta consejeros por cada tribu. Estos consejeros se elegían en cada demoi siguiendo la lógica de la representación proporcional, según la cantidad de demotas que habitaban cada uno de ellos, y asegurando la representación política de los tres territorios fundadores en todas las tribus. Los ciudadanos podían ser consejeros dos veces en toda su vida y el mandato tenía una duración de un año. Cada tribu presidía durante un mes el Consejo, cuya función fundamental era preparar, convocar y presidir la Asamblea de los ciudadanos. En esta residía el poder soberano de la polis.

Con posterioridad a las reformas de Clístenes se profundizaron las lógicas democráticas, conforme a las escuelas se procesaron sistemas de participación y responsabilidad aun más radicales. La generalización del sorteo para la provisión de todos los cargos públicos se produjo a partir de 487 AC. Dejando de lado a los generales –estrategas- y a unos noventa cargos, vinculados sobre todo a las finanzas, todos los otros cargos fueron adjudicados por sorteo. En 460 AC se estableció el pago de honorarios por su desempeño, lo que amplió considerablemente la participación ciudadana (la Asamblea, que tenía un quórum mínimo de un quinto, se reunía unas 40 veces al año, mientras que el Consejo, que puede ser considerado el motor administrativo esencial de la polis, se reunía unas 275 veces al año).

"A medida que crecía la democracia, también lo hacía la selección, y más altas se ponían las barreras para la adquisición de la ciudadanía por parte de los que estaban fuera del círculo exclusivo" (Hornblower, 15). Paradójicamente, la democracia ateniense se hacía cada vez más elitista e impenetrable.

Efialtes, el último de los reformadores democráticos, redujo considerablemente el papel del Areópago (tradicional tribunal aristocrático), el único representante institucional del antiguo sistema. También profundizó el concepto de euthuna, suerte de rendición de cuentas a la cual estaban sometidos todos los magistrados desde tiempos de Solón, que evaluaba lo hecho así como las posibles omisiones. Finalmente, la última rémora del viejo sistema tribal fue levantada en 457 AC con la desaparición de las últimas limitaciones para el desempeño del cargo de arconte, hasta entonces solo permitido a los caballeros.

 

FUNDAMENTOS

La democracia ateniense tuvo una ‘larga’ vida que se extendió, con muy breves interrupciones, hasta la segunda mitad del siglo IV AC, cuando la derrota militar frente a sus vecinos macedonios abrió la puerta a la restauración monárquica. A lo largo de todo su desarrollo, sin embargo, presentó dos características fundamentales que en los abordajes contemporáneos de la democracia no tienden a asociársele.

Durante buena parte de su historia, el proceso democrático estuvo pautado por el rol geopolítico que Atenas consolidó, con su triunfo sobre los persas en las Guerras médicas, en la segunda mitad del siglo V AC. Los atenienses, según Tucídides, analizaban su condición imperial de la manera siguiente: "No hemos hecho nada extraordinario, nada contrario a la naturaleza humana, al aceptar un imperio cuando se nos ofrecía, y luego al negarnos a abandonarlo. Tres motivos muy poderosos nos impiden hacerlo: honor, miedo e interés. Y no fuimos los primeros en actuar así. Siempre ha sido norma que el débil se ha visto dominado por el fuerte; además, nos consideramos dignos de nuestro poder". (Las citadas son las palabras atribuidas por Tucídides a un portavoz ateniense en los debates espartanos que finalmente dieron lugar a la declaración de guerra contra Atenas y al inicio, por lo tanto, de la Guerra del Peloponeso. Finley, 83.)

A poco de nacer, la Atenas democrática se convirtió en una potencia imperial. Su expansión e imposición política fue la consecuencia ‘imprevista’ de sus sucesivas victorias militares sobre los persas, que le allanaron el camino a la supremacía militar de su flota guerrera de trirremes. El control del Egeo fue para Atenas un instrumento de poder fundamental que anticipó, con particular claridad, los rasgos "más importantes y útiles de la explotación colonial moderna, esto es, el trabajo y las materias primas a buen precio" (Finley, 76).

Finley señala cuatro consecuencias directas de tal condición, poniendo en evidencia que tres de ellas favorecieron directamente a los sectores más pobres de la ciudadanía ateniense. "A la cabeza de la lista está la gran extensión de tierras confiscadas a los súbditos y distribuidas de algún modo entre atenienses". En segundo lugar, menciona "la armada: Atenas mantenía una flota permanente de 100 trirremes, con otras 200 en dique seco para emergencias. Hasta 100 se necesitaban 20.000 hombres, y... parece poco dudoso que miles de atenienses ganaban su jornal remando en la flota durante la estación navegable del año y que decenas de miles (incluyendo a muchos no atenienses) estuvieron comprometidos en campañas... durante muchos años. Añádase el trabajo en los astilleros solamente, y el total de dinero que beneficiaba a los atenienses pobres era sustancial". ("En tiempos del mayor florecimiento de Atenas, sus ciudadanos libres (comprendidos las mujeres y los niños), eran unos 90.000 individuos; los esclavos de ambos sexos sumaban 365.000 personas y los metecos (inmigrantes y libertos) ascendían a 45.000" (Engels, 136). Estas cifras, con excepción de la cantidad de esclavos, son coincidentes con las manejadas por otras fuentes. Mumford (191) señala un número de esclavos considerablemente menor (100.000). Gordon Childe, apoyándose en cálculos realizados por A.W.Gomme, estima sensata la cifra de 115.000 esclavos. Según Engels, "por cada ciudadano adulto contábase, por lo menos, dieciocho esclavos y más de dos metecos" (ídem). Mumford por su parte estima que los ciudadanos con todos los privilegios representaban, aproximadamente, uno de cada siete personas.)

En tercer lugar, Finley menciona la importación de trigo y "cómo el poder imperial garantizaba esas importaciones (igual que sostenía la armada)". En último lugar el historiador inglés señala "las retribuciones de los cargos", que en su opinión no tuvo precedentes en otro sitio. "Unas medidas radicales fundamentales requerían estímulos poderosos y condiciones necesarias sin precedentes. Creo que el imperio proporcionó el dinero necesario y también la motivación política" (80-81).

"Las ganancias imperiales permitieron a los atenienses construir espléndidos edificios públicos y fundar la armada mayor de sus días sin añadir carga financiera a los que pagaban los impuestos... El imperio benefició directamente a la mitad más pobre de la población ateniense hasta un punto desconocido en el imperio romano o en los imperios modernos. Hubo un precio, por supuesto: los costes de un constante estado de guerra" (Finley, 81-82).

La construcción de la democracia ateniense mantuvo, por otro lado, la exclusión de buena parte de su propia población y la apropiación sistemática de su trabajo. Sus formas democráticas, en todo caso, debieron trascender las diferencias objetivas entre los seres humanos. Estos no eran todos iguales como justamente lo serán los ciudadanos. Aristóteles, en la segunda mitad del siglo IV AC, fundamentaba el esclavismo con la naturalidad de lo obvio. Pese a algunos que sostenían que la "la ley es la única que establece diferencia entre el esclavo y el hombre libre, pero la naturaleza hace a los hombres iguales" y, por tanto, "la esclavitud es una injusticia... resultado de la violencia" (31), el filósofo griego era de la opinión de que "la misma naturaleza ha creado ciertos seres para mandar y otros para obedecer" y "ambos se reúnen por el instinto de la conservación" (28). Esta ley de la naturaleza sería tremendamente lógica, ya que "la vida es el uso y no la producción de las cosas y el esclavo sirve sólo para facilitar este uso". El divorcio entre vida y producción, aunque llama la atención por su evidente perversidad, parece transitar los mismos mecanismos que en Atenas permitieron desarrollar una democracia radical en el marco de una sociedad que no reconocía ningún tipo de derechos a esclavos, mujeres y extranjeros.

"Después de Solón, alguien tenía que hacer el trabajo que anteriormente hacían los aparceros de la sexta parte y así habría comenzado el esclavismo... Al crear el estrato de mano de obra esclava en Atenas y el Atica, seguramente Solón ‘elevó la conciencia’ de la élite ciudadana... había cosas encargadas de llevar a cabo el trabajo que los mismos ciudadanos o sus antepasados habían realizado antes... En segundo lugar, la posesión de esclavos facilitaba... la vida política activa y, por lo mismo y en última instancia, la democracia" (Hornblower, 16).

La esclavitud, como sinónimo de la apropiación del trabajo ajeno que permite la subsistencia, y la propiedad privada, como nuevo ordenador social que asigna la riqueza, conformaron los fundamentos básicos del 'nuevo plan de gobierno'. En Atenas se asociaron a la política imperialista, que fue decisiva para financiar la democracia. La nueva tribu democrática tuvo en el otro-esclavo y en el otro-bárbaro su otro-enemigo, que era exterior a su unidad perfecta y actuaba como amenaza movilizadora. Y que además le permitía quitar visibilidad política al tema de la propiedad privada, que tantos problemas sociales generó en épocas de Solón. (Hay preguntas que pueden adquirir, por su impertinencia, puro sentido retórico. Sin embargo, en este caso parece pertinente preguntarse qué hubiera pasado para el destino universal de la democracia si esta no hubiera contado con el financiamiento externo de los tributos extranjeros y el trabajo esclavo. Al decir externo nos ubicamos en una supuesta interioridad ciudadana que recibía de su exterior el financiamiento que le permitía el ejercicio de su democrática condición. En clave contemporánea, podríamos asimilarla al financiamiento de una especie de crédito externo no reembolsable y que por lo tanto no generaba deuda. Es más, ¿cómo habría resuelto el tema de la propiedad privada del suelo si la esclavitud hubiera sido condenada con la misma fuerza, por ejemplo, que el incesto? Democracia e imperialismo plantean relaciones que aun hoy resultan sumamente peligrosas, particularmente para los otros, los de afuera, es decir los no-incluidos)

Esclavitud e imperialismo aparecen asociados como las dos caras de la misma moneda. Fueron ingredientes directos de la democracia ateniense. El robo del trabajo ajeno permitió mantener la experiencia de principio a fin. Más aun, con Platón primero y Aristóteles más tarde, tales condiciones se convirtieron en ideal. En ningún momento, en el marco de una sociedad que supo desarrollar como ninguna otra en la historia una cultura que aún asombra y que aún nos define, alguna de ellas o ambas condiciones fueron consideradas inconvenientes o inmorales.

 

DEMOCRACIA Y TERRITORIO

Las reformas introducidas por Clístenes establecieron definitivamente el concepto de ciudadanía como una masa de iguales con responsabilidades comunes que se afirma, en primer lugar, a partir del territorio. Los ciudadanos, transformados en meros "apéndices del territorio" (Engels), se organizaron según lógicas dirigidas a asegurar su participación en los asuntos de la polis y su capacidad de control de esos mismos asuntos. Y estas lógicas se basaron en demarcaciones territoriales.

Las diez tribus de Clístenes representaron una construcción política enteramente artificial, basada en una doble lógica de conformación. Por un lado materializaron una construcción que apeló, para hacerse efectiva, al territorio real de la polis -a sus tres ‘partes’- y a su vinculación artificial. Sobre este sistema de ordenamiento recaía el adiestramiento de los ciudadanos y su organización militar, tanto para la defensa de la polis como para sus empresas guerreras en el extranjero (cada tribu tenía derecho a un héroe epónimo al que rendían culto). Las tribus, integradas con los demoi, fueron la base de un segundo sistema. Este respondía a una subdivisión política del territorio que tenía por fin asegurar la participación ciudadana en las instituciones de gobierno. En este segundo sistema cada demoi se aseguraba una participación relativa al número de sus electores.

Tanto Platón como Aristóteles consideraron que una regla fundamental para la defensa del Estado radicaba en que la ciudadanía y el territorio –sus dos elementos básicos- se ‘fundieran’ estrechamente. Para ello proponían un sistema de propiedad del suelo que comprometiera al ciudadano con las diferentes partes del territorio de la polis. "El territorio debe dividirse en dos porciones, una pública y otra privada, divididas ambas en otras dos... La porción particular (...) se dividirá en dos, porque todo ciudadano tendrá un fundo en la ciudad y otro en la frontera, a fin de que esté interesado en defender al Estado de toda agresión interior o exterior" (Aristóteles, 139). La propuesta, al igual que los ordenamientos introducidos por Clístenes en el Atica, evidencia que un aspecto sustancial de la administración de la polis, o sea de la política, refiere a los sistemas de apropiación y defensa del territorio por parte de los ciudadanos.

Las tribus de Clístenes vincularon ciudad, campo y costa a través de la integración, en cada una de ellas, de ciudadanos urbanos, rurales y costeros. Fueron construcciones abstractas de naturaleza política (subdivisiones del conjunto ciudadano) basadas en circunscripciones territoriales concretas, perfectamente definibles (ciudad, campo y costa). La ciudadanía se organizó según una lógica que era indiferente a la riqueza, la religión o cualquier otro elemento que violara el principio de igualdad de los derechos políticos. Ciudadanos iguales, voto mayoritario, distritos electorales definidos territorialmente: la abstracción del nuevo sistema echó por tierra cualquier ‘anécdota social’. Y con ello contribuyó de manera decisiva a destruir las tradiciones tribales y su devenir aristocrático. El reconocimiento de tres conformaciones territoriales precisas, sin embargo, permitió una integración ciudadana generadora de una amplia permeabilidad social en todo el sistema. (Dejando de lado tanto el rol militar del sistema como el claro propósito de hacer difícilmente ‘corruptibles’ o ‘manejables’ a las tribus atenienses.)

La democracia ateniense ordenó su territorio políticamente para dar cuenta de sus habitantes-ciudadanos. Lo transformó en una construcción que intentaba traducir una nueva lógica de relación social, en la que el territorio de la polis, concebido como patrimonio colectivo, es gestionado y defendido por el conjunto ciudadano. En la polis impera la ley. El ciudadano obtiene un bienestar personal que no se vincula con sus atributos personales: es su derecho. La democracia ateniense integró su territorio para integrar a sus ciudadanos. En sus intentos por destruir el antiguo ordenamiento social, la democracia ateniense inventó un nuevo concepto de territorio. Mucho tiempo después, en épocas de grandes revoluciones, ese nuevo concepto sería recuperado.

 

NOTA

El presente texto integra la tesis "Contribución a la crítica del territorio como materia ordenable", defendida por el autor en el año 2005 como culminación de la Maestría de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano que imparte la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República.

 

REFERENCIAS
MUMFORD Lewis (1961): "La ciudad en la historia", Buenos Aires, Ediciones Infinito, 1979.
HORNBLOWER Simon, "Creación y desarrollo de las instituciones democráticas en la antigua Grecia", en DUNN John (1992): "Democracia-El viaje inacabado" , Barcelona, Tusquets Editores, 1995.
FUSTEL DE COULANGES Numa Denis (1865): "La ciudad antigua", Buenos Aires, Editorial Ciudad Argentina, 1998.
FINLEY Moses I. (1981): "La Grecia antigua", Barcelona, Editorial Crítica, 2000.
ENGELS Federico (1884): "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado", Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras. Sin fecha.
ARISTOTELES (IV AC): "La política", Madrid, Editorial ALBA, 1998.

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