INHIBICIÓN, SÍNTOMA Y ANGUSTIA

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No debemos confundir inhibición con síntoma. Inhibición significa restricción de una función, y no necesariamente es algo patológico. El síntoma es en cambio indicador de un proceso patológico. Una inhibición puede pasar a ser síntoma cuando la restricción funcional es grande, o bien cuando aparece una función nueva. Ya que la inhibición es una perturbación funcional del yo que aparece en afecciones neuróticas, estudiemos cómo ocurre este proceso en cuatro funciones: la función sexual, la nutrición, la locomoción y el trabajo profesional.

Generalmente la función sexual aparece inhibida en la impotencia psíquica (falta de placer, no erección, no eyaculación, etc). Otra perturbación aparece en la perversión y el fetichismo. En la inhibición hay una desviación de la libido y su relación con la angustia es evidente: se inhibe la función porque cumplirla sería angustioso.

En la nutrición, la perturbación más frecuente es la repugnancia al comer por desviación de la libido. También puede haber aumento del apetito derivada del miedo a morir de hambre. Está también el vómito (defensa histérica contra la alimentación) y la negativa a comer por miedo a ser envenenado (psicosis).

La locomoción también puede aparecer inhibida, como por ejemplo en la histeria o en la fobia (fobia a caminar). En el trabajo también se inhibe la función laboral, como por ejemplo en la histeria (ataques que impiden trabajar normalmente) y en la neurosis obsesiva (la puntillosidad hace imposible el trabajo normal).

La síntesis que debemos rescatar hasta aquí es la siguiente: la inhibición es la expresión de una restricción funcional del yo, lo cual puede obedecer a causas diversas. Primeramente, puede deberse a que la función a realizar tiene la significación de un acto sexual, y entonces se inhibe la función porque dicho acto está prohibido (por ejemplo el escribir o el andar como expresión del acto sexual). El yo renuncia a dichas funciones para no entrar en conflicto con el ello. También otras inhibiciones tienen el sentido del autocastigo: no hacer la función porque ello traería éxito (por ejemplo en el trabajo) y esto está prohibido por un superyo severo. En este caso el yo evita un conflicto con el superyo. En inhibiciones más generales, la inhibición se debe a un empobrecimiento de la energía, ya que ésta está consumiéndose en alguna labor psíquica grave (duelo, represión, etc). En síntesis: las inhibiciones son consecuencia de un empobrecimiento energético. En cambio el síntoma no puede ser ya descripto como un proceso en el yo.

 

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El síntoma sería un sustituto de una no lograda satisfacción instintiva, un resultado de la represión. Por la represión, el yo logra que la representación sustentadora del superyo rehúse hacerse conciente.

Por la represión, la liberación del instinto aparece como displacentera en lugar de placentera (transformación de los afectos). El yo puede ejercer mucha influencia sobre el ello. Cuando el yo lucha contra el instinto del ello, da una 'señal' de displacer para alcanzar su propósito con la ayuda del principio del placer, instancia casi omnipotente. ¿De dónde saca el yo la energía para dar esta señal de displacer? La saca de la representación a reprimir y la convierte en displacer (angustia). El afecto reprimido es transformado en angustia, y así el yo resulta ser la sede de la angustia. No se crea aquí nueva energía: se toma la energía de lo reprimido y se la convierte en angustia.

Casi todas las represiones que conocemos por la clínica son secundarias, pues suponen represiones primitivas que ejercen una influencia sobre las nuevas situaciones. Las represiones primitivas ocurrieron antes de la instauración del superyo y tuvieron su origen en una situación traumática.

El síntoma surge del impulso instintivo obstruído por la represión. Cuando gracias a la señal de displacer o angustia logra el yo su propósito de dominar al impulso, no logramos saber nada sobre la represión: sólo cuando ésta fracasa podemos comprender algo de ella. El impulso instintivo encuentra un sustituto de su satisfacción en el síntoma, el cual no es placentero y sí es obsesivo. Esta sustitución impide la descarga por medio de la motilidad: el síntoma no se transforma en acción. Por tanto el yo opera bajo la influencia de la realidad exterior excluyendo de esta realidad el éxito del proceso sustitutivo.

Freud termina citando el contraste entre esta última opinión suya, según la cual el yo es muy poderoso, y su anterior opinión de "El yo y el ello", donde esa instancia aparecía más débil, y a merced del ello y del superyo.

 

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Esa contradicción se debe a que somos demasiado inflexibles y sólo observamos un único aspecto por vez. Por ejemplo el yo y el ello se oponen, pero también coinciden por ser uno diferenciación del otro. Al verlo como opuesto al ello, vemos al yo como débil, pero es fuerte si lo vemos unido a él, empleando su energía. Algo similar ocurre en la relación yo-superyo.

La represión nos revela a la vez la fuerza y la debilidad del yo.

La lucha no termina con la formación del síntoma, y suele seguir con una lucha contra el síntoma mismo. En efecto, el yo busca suprimir el síntoma por ser algo extraño y aislado en la vida anímica, y busca además integrarlo a ella. Esto se ve especialmente en los síntomas histéricos, donde es posible discriminar por un lado el impulso y por el otro el castigo. Así, el yo busca integrar el síntoma extraño. Incluso se ha exagerado esta situación diciendo que el yo crea los síntomas para sacar de ellos alguna ventaja. Síntomas obsesivos y paranoicos aportan al yo una satisfacción narcisista, de otro modo inaccesible. Por ejemplo los obsesivos se creen los mejores. La ventaja secundaria de la enfermedad apoya la tendencia del yo a incorporar el síntoma y fortalecer su fijación. Por esto es tan difícil atacar el síntoma en la terapia. Para poder comprender la lucha secundaria contra el síntoma debemos abordar el tema de la angustia, y en la particular la de las neurosis histéricas.

 

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El ejemplo concreto es el caso Juanito, quien se niega a salir a la calle por temor a los caballos. ¿Dónde está aquí el síntoma?, ¿en la angustia?, ¿en la restricción a moverse libremente?, ¿en el caballo como objeto elegido?; ¿dónde está la satisfacción que Juanito se prohíbe?

Vemos que se trata de un miedo muy concreto: el temor a que lo muerda un caballo. El análisis de Juanito revela un conflicto de ambivalencia: odia y ama al mismo tiempo a su padre. Su fobia debe ser una tentativa de resolución de dicho conflicto, el cual en este caso no se resuelve al triunfar una de las dos tendencias. Juanito reprime el impulso hostil hacia su padre, pues antes había visto cómo se hería un caballo y un compañerito que lo montaba al caerse juntos, asaltándose entonces el deseo de que a su padre le pasara lo mismo.

En esta fobia la angustia no es el síntoma. Si Juanito, enamorado de su madre, mostrara miedo al padre, esto no significaría ni una neurosis ni una fobia, simplemente una expresión de sus sentimientos. Lo que hace de esta reacción una neurosis es simplemente la sustitución del padre por el caballo. Este desplazamiento es lo que constituye el síntoma, que permite resolver la ambivalencia. Lo resuelve desplazando uno de los dos impulsos de Juanito sobre el caballo u objeto sustituto. Podríamos aquí preguntarnos ¿si Juanito deriva el impulsos hostil hacia el caballo, porqué no lo agrede en lugar de tenerle miedo? Si Juanito lo hubiera directamente agredido, la represión no habría modificado en absoluto el carácter agresivo del impulso instintivo, sino sólo su objeto. Esto nos lleva a pensar que en Juanito ha ocurrido algo más.

La representación de ser devorado por el padre (mordido por el caballo), es un antiquísima representación típica infantil, lo que a su vez es la expresión de un impulso amoroso pasivo: ser amado por el padre, en el sentido genital, aunque se exprese en la fase de transición de lo oral a lo sádico (regresión). Pero esto, ¿se trata sólo de una sustitución de la representación por una regresión a imágenes primordiales (ser devorado por el padre) o de un rebajamiento regresivo real de lo genital a lo oral y sádico? No es fácil decidirlo. El caso del hombre de los lobos parece confirmar la segunda alternativa, pues dio muestras de impulsos sádicos y neurosis obsesiva.

Por lo tanto, el yo no utiliza sólo la represión: también recurre a una regresión y, una vez instalada ésta, puede luego seguir una represión.

Los casos de Juanito y del hombre de los lobos sugieren otras reflexiones. En ambos casos el impulso hostil hacia el padre queda reprimido por su transformación en lo contrario: en vez de agredir al padre, éste (lobo o caballo) agrede al sujeto. Pero también se ha reprimido el impulso amoroso pasivo, y también el impulso amoroso hacia la madre. O sea aquí se reprimieron varios impulsos, no uno solo, y además hubo una regresión a fases anteriores. En ambos casos encontramos también el miedo a la castración: por este miedo abandona Juanito la agresión contra su padre (y el miedo a la mordedura es el miedo a la mordedura de sus genitales). En el hombre de los lobos, la castración se aprecia en sus sueños. En suma: en ambos casos es el miedo a la castración el motivo de la represión. Las ideas angustiosas de ser mordido por el caballo o devorado por el lobo son sustitutivos deformados de la idea de ser castrado por el padre. El miedo angustioso a la castración es una angustia real, miedo a un peligro juzgado como verdadero. La angustia causa aquí entonces la represión y no, como antes habíamos dicho (Freud alude aquí a su primera teoría sobre la angustia) que la represión cause la angustia, o sea que la represión transforme el impulso instintivo en angustia.

La angustia, concluímos, no nace nunca de la libido reprimida. Sin embargo en casos como el coitus interruptus o la abstinencia forzada se produce angustia a expensas de la energía del impulso instintivo desviado. Podemos explicar esto pensando que el yo sospecha peligros cuando hay un coitus interruptus, ante los cuales reacciona con angustia, pero esta hipótesis no conduce a nada. Los análisis de las fobias anteriores parecen hacer más sólida la hipótesis de que la angustia produce la represión.

 

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La existencia de neurosis sin angustia (por ejemplo la histeria de conversión), nos obliga a rever nuevamente las relaciones que habíamos establecido antes entre síntoma y angustia. Lo que hemos estudiado hasta ahora fueron las fobias, las cuales al ser tan afines a las histerias de conversión, las podemos llamar 'histerias de angustia'.

Los síntomas de la histeria de conversión (parálisis motoras, contracturas, dolores, etc) sustituyen a una descarga normal de la excitación: implican una descarga perturbada. El camino para dicha descarga sustitutiva guarda relación con la situación primitiva donde ocurrió la represión, por ejemplo, existió realmente el dolor que ahora aparece como síntoma, hubo percepciones reales donde ahora aparecen alucinaciones, etc. Los síntomas pueden ser indiferentes (por ejemplo en la parálisis) o displacenteros (alucinaciones), pero nada de esto nos ayuda a ver la formación del síntoma, por lo cual veremos que sucede en la neurosis obsesiva.

En ella encontramos síntomas primitivos que son prohibitivos, punitivos, defensivos, pero poco a poco el yo va produciendo síntomas donde se integran la prohibición y la satisfacción. En los casos más simples el síntoma tiene dos momentos: ejecutar cierto mandamiento y luego suprimir lo hecho en el momento anterior. Analizando todo esto notamos dos cosas: en la neurosis obsesiva hay una lucha constante contra lo reprimido que luego poco a poco va cediendo, y segundo, el yo y el superyo son importantes para la formación del síntoma.

Tanto en la histeria como en la neurosis obsesiva la situación inicial es el Edipo, pero en la última, por factores constitucionales (debilidad de la organización genital de la libido) hay una regresión a la fase sádico-anal. Quizá la razón tampoco sea constitucional sino temporal (el yo empezó con sus resistencias al comienzo de la fase fálica). Metapsicológicamente, la regresión podemos explicarla como una 'disociación de los instintos', como una separación de los componentes eróticos que, al comienzo de la fase genital, se habían agregado a la carga psíquica destructora de la fase sádica. La regresión es el primer triunfo del yo en su lucha defensiva. En la neurosis obsesiva se ve con claridad que se trata de una defensa contra el complejo de castración. Represión, regresión y exageración de rasgos de carácter son defensas típicas de la neurosis obsesiva. En la histeria faltan o son más débiles las terceras.

En la neurosis obsesiva el superyo es muy severo, y no puede sustraerse a la regresión ni a la disociación de los instintos.

Durante la latencia, la tarea principal parece ser la defensa contra la tentación masturbatoria. Esta lucha genera luego síntomas del tipo de los ceremoniales. Vemos aquí también una sublimación de los componentes erótico-anales.

En la pubertad vuelven a despertarse los impulsos agresivos de la época temprana, que son en realidad impulsos eróticos que tuvieron una regresión. El yo lucha contra los impulsos agresivos sin sospechar que está luchando contra los impulsos eróticos. El superyo actúa en la represión de la sexualidad, adoptando ésta sobretodo formas más repulsivas: la repulsión se hace más intolerable por efecto de un único factor: la regresión de la libido.

La represión no destruyó el contenido del impulso agresivo pero sí su afecto: la agresión no es experimentada como un impulso sino como una mera idea. El yo aparece muy influenciado por el superyo, y puede sentirse culpable. La culpabilidad puede también no sentirse en la neurosis obsesiva, manifestándose por síntomas de autocastigo (que significan también impulsos instintivos masoquistas).

La neurosis obsesiva tiende a procurar cada vez mayor amplitud a la satisfacción sustitutiva, a costa del renunciamiento. El yo se ve impulsado a buscar la satisfacción en los síntomas, lo cual puede paralizar totalmente la voluntad del yo puesto que en cada decisión encontrará, por ambos lados, impulsos igualmente enérgicos.

 

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Durante esta lucha podemos observar dos actividades del yo dedicadas a la formación de síntomas, y que prueban que la represión tropieza con dificultades. Las dos técnicas son: 'borrar lo sucedido' y el 'aislamiento'. La primera de estas técnicas auxiliares busca borrar mediante un símbolo motor, un suceso anterior: ritos, supersticiones, y ceremoniales. Aquí los síntomas tienen dos tiempos: el primer acto es preventivo, evita que algo suceda o se repita y tiene un carácter racional; el segundo acto borra el primero y tiene carácter mágico. En la neurosis obsesiva, aquello que no ha sucedido como el sujeto hubiera deseado es borrado por medio de su repetición en forma distinta, acumulándose toda una serie de motivos para continuar indefinidamente esas repeticiones.

En el aislamiento (también de la esfera motora), después de un suceso desagradable o un acto propio importante para la neurosis, es interpolada una pausa, donde nada debe suceder, ni percibirse ni hacerse. A diferencia de la histeria, donde se puede olvidar una impresión traumática, aquí no se puede olvidar pero, mediante el aislamiento, interrumpir los lazos asociativos. El aislamiento se refuerza con actos motores de intención mágica. Normalmente se usa también el aislamiento, por ejemplo, en la concentración. El tabú al contacto físico es típico en la neurosis obsesiva, porque allí se agudizan las ambivalencias (amor y agresión hacia el objeto amado): aquí es donde el aislamiento es más fuerte.

En las fobias, histerias de conversión y neurosis obsesivas, el origen lo constituye el complejo de Edipo, y el miedo a la castración es el motor de la resistencia del yo, pero sólo en las fobias ese miedo se exterioriza y se confiesa. Queda como interrogante ver qué pasó en las otras dos afecciones.

 

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En las zoofobias infantiles vistas, el yo tiene que actuar contra una carga de objeto libidinosa del ello por comprender que, el aceptarla, traería consigo el peligro de la castración.

Queda por ver en el caso Juanito (Edipo positivo) si la defensa del yo va contra el impulso amoroso hacia la madre o el impulso agresivo contra el padre. Sólo el primero de ellos es puramente erótico, y esta cuestión tiene un interés teórico porque siempre hemos creído que la neurosis se defiende de lo erótico, no de los demás instintos. En Juanito el impulso amoroso parece haber sido totalmente reprimido, emergiendo sólo el impulso agresivo en el síntoma. En el caso del hombre de los lobos, más sencillo, el impulso reprimido que aparece en el síntoma es el impulso erótico (actitud femenina con respecto al padre: Edipo negativo). A partir de todo esto Freud nota un defecto en su teoría de los instintos. Y la solución la encuentra en un hecho conocido: los impulsos instintivos pueden estar fusionados: al reprimir el impulso amoroso, al mismo tiempo se puede estar reprimiendo el impulso agresivo. En Juanito por ejemplo, el impulso agresivo es también reprimido.

Pero nos importa ver qué relación tiene esto con la angustia. Cuando el yo -decíamos antes- advierte el peligro de castración, da la señal de angustia e inhibe la amenaza del ello. Por la fobia el miedo a la castración recibe un objeto distinto y una expresión disfrazada (ser mordido por el caballo o ser devorado por el lobo, en vez de ser castrado por el padre). Esta sustitución tiene la ventaja de eliminar la ambivalencia, y además la ventaja de permitir al yo desarrollar angustia, ya que de un padre ausente no puede temerse la castración, pero al mismo tiempo el padre no puede ser suprimido: teniéndole miedo al caballo puede controlar la angustia, simplemente evitándolo. En rigor no se sustituye aquí un peligro interior por uno exterior, sino uno exterior (castración) por otro exterior (mordedura). La única diferencia entre esta angustia y la angustia real (o sea la normal ante situaciones peligrosas objetivas) es que la primera tiene un contenido inconciente, que sólo deformado o disfrazado alcanza la conciencia. En las fobias de adultos se agregan otros factores, pero en lo esencial se trata del mismo mecanismo. En la agorafobia por ejemplo, el yo no se contenta con renunciar a algo sino que agrega elementos para despojar a la situación de su peligro: por ejemplo se arriesgará a salir a la calle si va acompañado.

Lo analizado en las fobias respecto de la angustia, es también aplicable a la neurosis obsesiva. El yo intenta siempre sustraerse a la hostilidad del superyo. El yo teme al superyo por el castigo de la castración. El obsesivo cumple escrupulosamente preceptos y actos expiatorios que le son impuestos para protegerse de la angustia. La angustia es una reacción frente a un peligro (la castración o algo derivado de ella), y el yo busca eludirla a toda costa. En las neurosis traumáticas el miedo es a perder la vida (neurosis de guerra): el miedo a morir es análogo al miedo a la castración. En dichas neurosis traumáticas la angustia puede también provenir de la gran cantidad de excitación que inunda al aparato psíquico.

Si hasta ahora veníamos viendo la angustia como una señal de peligro, ahora la vemos como una reacción frente a una pérdida (castración). La angustia del nacimiento, por la igualdad niño=pene, es angustia ante la castración de la madre. Esta última hipótesis tiene algunas objeciones: 1) el bebé es totalmente narcisista y no considera al nacimiento como una separación de la madre, y 2) a veces reaccionamos ante una pérdida con tristeza y no con angustia.

 

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La angustia se nos presenta como algo que sentimos y que es displacentero. Además implica un acto de descarga (motora, que afecta los órganos respiratorios y el corazón), y la percepción de dicha descarga. Descarga y percepción diferencian ya la angustia del dolor y la tristeza. La angustia se basa en un incremento de la excitación (que produce displacer) y su descarga (que decrece el displacer). Esto es una explicación fisiológica, pero una explicación más psicológica muestra que la angustia proviene de actualizar una situación prototípica: el trauma de nacimiento. O sea, explicaríamos la angustia por un factor histérico.

La conexión de la angustia con el nacimiento tiene varias objeciones (no siempre el nacimiento es traumático; hay angustia que no tiene su prototipo en el nacimiento), pero igual podemos seguir adelante, preguntándonos por la función de la angustia: a primera vista, nació como una reacción a un estado de peligro, y se reproduce cuando surge nuevamente dicho estado peligroso. Esta nueva angustia nos parece por un lado inadecuada (no guarda relación con la nueva situación, cuando sí la guardaba con la situación del nacimiento), pero por el otro lado adecuada (porque señala y previene el peligro).

Otro problema es que en el nacimiento no hay nada que se parezca a una situación peligrosa. En base a esto Freud critica a Rank cuando éste último dice que las fobias infantiles tienen su origen en el trauma de nacimiento: el miedo a ver entrar o salir un objeto de un agujero no puede derivar de un recuerdo del nacimiento porque el niño prácticamente no tiene impresiones viosuales de él. Además, en la oscuridad el niño no debiera sentir miedo (pues equivale a volver al estado intrauterino), y los hechos no muestran que ello sea así.

Concluiremos hasta aquí que las fobias infantiles no remiten al acto del nacimiento. Se puede comprobar que el niño siente angustia en tres casos: cuando está solo, cuando está en la oscuridad, y cuando está en presencia de extraños (caras no familiares). Estos tres casos se reducen a una sola condición: el niño advierte la falta de la persona amada o ansiada. La angustia es reacción ante esta falta, y nos recuerda el miedo a la castración, que también implica la separación de un objeto y aún la angustia más primitiva del nacimiento, proveniente de la separación de la muerte.

Con la experiencia de que un objeto exterior (por ejemplo el pecho) puede poner término a una situación peligrosa que recuerda la del nacimiento, se desplaza el contenido del peligro de una situación económica (inundación masiva de excitaciones) a una situación de pérdida de un objeto. El peligro es ahora la ausencia de la madre, y el niño reacciona con angustia antes que se produzca la temida situación económica. En la fase fálica la angustia aparece ante la separación posible de los genitales. El ser despojado de los mismos equivale a una nueva separación de la madre (pues su posesión es garantía de una unión sexual con ella), lo que retrotrae al niño a una tensión de necesidad similar a la experimentada en el nacimiento.

El poder del superyo produce un nuevo cambio. Con la despersonalización de la instancia parental, de la cual se temía la castración, se hace más indeterminado el peligro: el miedo a la castración pasa a ser angustia social, o angustia ante la conciencia moral. El yo responde ahora con angustia a la amenaza de castigo por parte del superyo.

El yo es la verdadera sede de la angustia (el ello no puede discriminar peligros, no siente angustia). Lo que sí puede pasar es que en el ello se active una situación peligrosa (a lo cual el yo reacciona con angustia) o que se active una situación similar a la del trauma de nacimiento (reaccionando el yo con una angustia automática); este último caso es el de las neurosis actuales, mientras que el primer caso era el de las psiconeurosis. En la neurosis actual una gran tensión se resuelve en angustia, y sobre esta base puede desarrollarse una neurosis del tipo de las psiconeurosis, donde el yo intenta eludir la angustia mediante síntomas.

La angustia tiene distinta connotación según el periodo considerado: surge al principio ante el peligro de la impotencia psíquica en la época de la carencia de madurez del yo; el peligro de la pérdida del objeto en la falta de independencia de los primeros años infantiles; el peligro de castración en la fase fálica; y el miedo al superyo durante el periodo de latencia. Sin embargo, todas estas situaciones siempre subsisten y se puede volver a ellas.

Así como en las fobias y neurosis obsesivas (más típicas del varón) la angustia es angustia ante la amenaza de castración, así en la histeria (más típica de la mujer) la angustia es angustia ante la pérdida del objeto de amor.

 

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Nos queda por ver la relación entre formación de síntomas y angustia. Al respecto hay dos opiniones: 1) la angustia misma ya es un síntoma neurótico, y 2) el síntoma está para eludir la angustia. Freud apoya esta segunda opinión, y la ejemplifica mostrando por ejemplo que si impedimos al obsesivo lavarse las manos siente angustia, lo que prueba que el síntoma tapaba la angustia, El síntoma protege de la angustia y de la situación de peligro que la había generado. La situación de peligro es interna (aunque se pueda proyectar en el exterior). ya que está en el mismo impulso instintivo. El yo, para hacer a éste inofensivo, lo desvía de su fin.

Así como hay un distinto peligro en cada etapa de la vida, lo mismo pasa con el dolor: la niña siente dolor cuando pierde la muñeca, y el adulto cuando pierde un ser querido; también en el dolor puede haber regresos al mundo infantil (en el caso de las neurosis). O sea en la angustia neurótica hay un regreso a un tipo de angustia infantil, pero al revés, el hecho de sentir una determinada angustia en la niñez no significa que luego el sujeto sea neurótico, porque esas angustias suelen desaparecer. El miedo al superyo no desaparece nunca, y el miedo a la castración suele reaparecer en forma disfrazada (por ejemplo como temor a la sífilis). El problema que nos queda por ver es porqué en los neuróticos puede mantenerse intacta la angustia de tipo infantil.

 

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La angustia es incuestionablemente una reacción frente al peligro. Pero no siempre un peligro genera angustia. Según Adler ciertos individuos desarrollan angustia frente al peligro por un estado de inferioridad orgánica, con lo cual Freud no está de acuerdo. Según Rank la angustia tiene su origen en el trauma de nacimiento, que es la situación angustiógena prototípica de toda otra situación similar. Según el mismo autor el trauma de nacimiento afecta de distinta manera a cada sujeto porque la magnitud del trauma es distinta, y de esta dependerá que luego pueda o no controlar la angustia. El neurótico no podría derivar totalmente esta magnitud, hipótesis de Rank discutible teóricamente. Según esta teoría de la "derivación por reacción", el neurótico sanaría a medida que pudiera descargar toda la energía cargada en el trauma. Freud criticará a Rank también el no haber considerado los factores filogénicos y constitucionales o hereditarios, y el otorgar a la etiología sexual un valor muy secundario. Para Freud, la solución de Rank no ayuda a saber el origen de las neurosis.

En el origen de las neurosis debemos encontrar tres factores: biológico (la larga indefensión del bebé que aumenta los peligros del mundo exterior), filogénico (la evolución sexual humana es distinta a la de otras especies próximas, porque por ejemplo sufre interrupciones durante el periodo de latencia, donde los impulsos instintivos son experimentados como peligrosos), y un tercer factor psicológico: el yo debe defenderse contra ciertos impulsos instintivos por él considerados peligrosos, pero esta defensa no es tan exitosa como cuando se trata de peligros externos, por lo cual debe formar síntomas. Resumen PC

 

11 APENDICE

A. Modificación de opiniones anteriores

Resistencia y contracarga.- La defensa contra el instinto exige un esfuerzo permanente: la resistencia. Esta implica una contracarga, es decir una reacción del yo opuesta al impulso (poe ejemplo pureza o escrupulosidad en la neurosis obsesiva). En las neurosis obsesivas estas contracargas afectan los rasgos de carácter, pero en la histeria mas bien se circunscriben a relaciones muy especiales (ternura hacia el objeto odiado, etc). En la histeria el impulso es combatido eludiendo la situación externa, también peligrosa. Esto además lo vemos en las fobias, donde la contracarga es exterior y no interior, como en las neurosis obsesivas.

Aún cuando el yo haya logrado vencer la resistencia, debe aún luchar contra la obsesión de repetición y la atracción de los prototipos inconcientes sobre el proceso instintivo reprimido. Esto último se llama resistencia de lo inconciente.

Profundizando el análisis, encontramos cinco tipos de resistencia, tres de las cuales provienen del yo, y las otras del ello y del superyo. Las resistencias del yo son la resistencia de la represión (de la que hablamos antes), la resistencia de la transferencia (en relación a la situación analítica), y la resistencia derivada del beneficio de la enfermedad (incorporación del síntoma al yo). La resistencia del ello es lo que antes hemos llamado resistencia de lo inconciente. Y la resistencia del superyo, la más invencible, parece provenir de la conciencia de culpabilidad o necesidad de castigo.

Angustia por la transformación de la libido.- Nuestra teoría anterior veía en el yo la única sede de la angustia, pero ahora debemos pensar también en una angustia del instinto del ello. Esta angustia aparece cada vez que hay una situación de peligro análoga a la del trauma de nacimiento. La angustia del yo también puede aparecer: es cuando el yo adquiere poder sobre esta angustia sirviéndose de ella como aviso ante el peligro y como medio para provocar la intervención del mecanismo placer-displacer. La angustia del ello es involuntaria y automática, y aparece en situaciones análogas a la del nacimiento, pero la angustia del yo (el otro origen de la angustia) funciona como aviso para eludir tan peligrosa situación. La primera angustia se ha transformado en la segunda.

Represión y defensa.- La represión es sólo uno de los métodos de defensa del yo, la cual por nuestras nuevas investigaciones ha resultado ser quizá la más importante de las defensas.

 

B. Complemento al tema de la angustia

La angustia se caracteriza por su imprecisión y su carencia de objeto definido. Esto la diferencia del miedo, donde hay un objeto identificable. La angustia real es ante un peligro conocido, y la angustia neurótica se da ante un peligro desconocido, emanado de un instinto.

En el peligro conocido o real hay un aspecto afectivo (angustia) y uno protector (nos defendemos). Quizá el peligro instintivo también tenga estos dos componentes. La angustia puede llegar a paralizar la acción protectora.

A veces el peligro es conocido y real, pero sentimos una angustia desproporcionada frente a él: aquí se mezclan la angustia real y la neurótica.

El peligro proviene de nuestra impotencia, si no no tendríamos miedo: impotencia material en el peligro real, impotencia psíquica en el peligro instintivo. Estas impotencias se basan en experiencias anteriores realmente vividas. En síntesis: la situación peligrosa es la situación de impotencia, reconocida, recordada y esperada. La angustia es la reacción primitiva a la impotencia en el trauma, reacción que es luego reproducida, como señal de socorro, en la situación peligrosa. El yo, que ha sufrido pasivamente el trauma ahora lo repite en forma mitigada para poder controlarlo.

Entre peligro real exterior y peligro interno instintivo hay una íntima conexión: el peligro real, para ser tal, debe tener alguna significación para el yo, o sea debe haberse hecho interno. Y al revés: un peligro interno instintivo puede desembocar en un peligro externo (la satisfacción del instinto traería como consecuencia un peligro desde el exterior).

 

C. Angustia, dolor y tristeza

Angustia es reacción de peligro ante la pérdida del objeto, pero esto también es tristeza y también dolor. Entonces, ¿cuándo la separación del objeto produce angustia, cuándo tristeza, y cuándo dolor?

La primera condición de la angustia es la pérdida de la percepción del objeto, que es equiparada con la pérdida misma. Más tarde comprende que el objeto puede estar, pero estar enfadado con él, y aquí aparece una condición más permanente de la angustia: la falta de cariño. La situación traumática de la ausencia de la madre no es la misma que la situación traumática del nacimiento (en esta última sólo hay angustia). En la primera hay un anhelo porque la madre vuelva: de esto dependerá la reacción de dolor. Es dolor es la reacción ante la pérdida verdadera del objeto, pero la angustia es la reacción al peligro que tal pérdida trae consigo. La tristeza surge una vez producida la pérdida, y surge bajo la influencia del examen de la realidad que impone la separación del objeto, puesto que este ya no existe. La tristeza lleva a cabo la separación.

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