CONSUMO DE MUJER

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Las mujeres en situación de prostitución (1)

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Lic. Magdalena González

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Mientras cursaba la escuela secundaria   visité por primera vez, junto con una profesora y un grupo de compañeras, el hospicio de mujeres de Lomas de Zamora. En un momento dado, me   entretuve hablando con algunas de las internas y, cuando quise volver a reunirme con mi grupo, ellas me señalaron un atajo.   Así me encontré atravesando lo que después supe era el pabellón de mujeres que habían estado en situación de prostitución.   Me llamó la atención la gran cantidad de mujeres que había en ese pabellón. Cuando le pregunté al Director por qué esa cantidad me contestó “Son muchas por las cosas que les hicieron y les hicieron hacer”.

En ese momento fui testigo del costo de esa forma de vida.   Lo innegable era la destrucción que para estas mujeres había significado. También me pareció innegable su padecimiento. ¿Qué acontecimientos pudieron haber producido un daño tan profundo como extenso?

Cuando ya estaba trabajando como psicóloga, a partir del relato de pacientes que atendía en el consultorio y   en el hospital - tanto varones como mujeres- pude conocer en muchos casos, bajo múltiples formas de manifestación, las inequidades de género en nuestra cultura,   y, entre otras fundamentales, la apropiación masculina del cuerpo de la mujer.

 

SEXUALIDAD-VIOLENCIA-DOMINACIÓN

Es sabido que   en   nuestra cultura hay una ideología instalada que valora como emblemas de la masculinidad atribuciones de coraje, decisión, iniciativa y poder sobre el otro/a. Por este motivo, los sentimientos y representaciones de temor, incertidumbre, humillación, sensibilidad, ternura que puedan tener los varones,   son reprimidos e inhibidos   o   les producen vergüenza   si   llegan a hacérseles concientes.   Al ser inhibidas,   estas posiciones son exhibidas en una “inexistencia” o “dificultad de expresión” como modalidades de carácter y blasones de virilidad. De cualquier modo estas viscicitudes de los sentimientos son transformadas frecuentemente en violencia que se actúa en diversos   ámbitos , uno de los cuales es el doméstico donde una de las formas habituales de descarga,   son las relaciones sexuales como actuaciones de mandatos inconcientes o creencias concientes que relacionan la frecuente actividad sexual con la valoración de una supuesta virilidad y por lo tanto una reafirmación de potencia.

Este equívoco es facilitado y sostenido por el prejuicio de una necesidad perentoria de la actividad sexual masculina. Se trata en realidad de la descarga de ansiedad no reconocida como tal y podemos afirmar que mientras se sostenga   esta estructura, el varón quedará impedido de contactar con sus propios sentimientos y sus representaciones inconcientes, no conocidos por él y, por lo tanto, no elaborados.

Junto a la valoración de esa supuesta virilidad, en el trabajo con los analizandos encontré que se da por descontado que sus mujeres están en función de “satisfacer esa necesidad” y deseosas de hacerlo algunas veces,   independientemente del deseo sexual de ellas, como expresión conciente o inconciente del dominio que ejercen los varones.

Esta necesidad sexual masculina a la que se le atribuye el carácter de apremiante, inaplazable, es el imaginario social uno de los motivos que justifica el prostituír a las mujeres.   Esta falta de desarrollo en la percepción de los propios deseos y las fantasías que los soportan, así como a sus sentimientos y este hábito de descarga de los sentimientos displacenteros, impide que se los elabore apropiadamente para el desarrollo de la persona. Y continúa la repetición. Y se sigue reforzando la conducta, contribuyendo a la reproducción cultural de las asimetrías de género.

Lo mismo ocurre con los sentimientos de violencia.   La violencia padecida por el varón, cuando se la inflige otra persona o él está ante diversas circunstancias de impotencia, deriva también hacia el sexo violento por esa vía de descarga   ya instalada.   Por parte de la mujer,   en no pocos casos, existe una falta de apropiación de su cuerpo y de su sexualidad. Estas dos condiciones, generadas desde la cultura, formadoras de la intimidad del psiquismo de las personas, permiten la apropiación indebida por parte del hombre.     Dicha apropiación se incrementa por la fantasía inconciente masculina que da como supuesto un goce femenino en el sufrimiento y la por la fantasía del amor como equivalente de la sumisión

Esta falta de apropiación de la mujer de su cuerpo y de su sexualidad, impide un buen proceso de autonomía como persona dando lugar a un Yo frágil e indefenso, con el permanente temor a la pérdida del afecto del otro y el temor a la pérdida de la relación.   Asimismo, la enajenación de su sexualidad la ubica en una situación de vergüenza: tradicionalmente no era bien vista como mujer si no hubiera respondido a los requerimientos de su marido.   Fácilmente se instala aquí la idea de la prostitución en una pareja, cuando un hombre le dice a su mujer “Si no encuentro satisfacción en mi casa la voy a buscar afuera”.   

Este tipo de subjetividad inducida en las mujeres por el patrón cultural, produce el sometimiento: la mujer accede al requerimiento del marido sin participar del deseo ni de la posibilidad de disfrutar de la relación sexual; finge agrado cuando en realidad   estas relaciones sexuales son vividas como actos coercitivos.   No debemos olvidar que la patología de la sexualidad en nuestra cultura, al estar jugada sobre el eje del dominio, hace que el victimario, violento desde la misma apropiación, vaya empobreciéndose como persona y transformándose, en parte, en dispositivo destructivo de ambos. Mediante una continua manipulación de los sentimientos de la mujer la lleva al convencimiento de que ya no podrá modificar su situación.

  En muchas familias la violencia se expande aún más, apareciendo grados que implican cualitativamente efectos de mayor denigración y peligrosidad lo que se exacerba aún más cuando se agregan el alcoholismo y la drogadicción.   Como es sabido, uno de estos grados   es el maltrato corporal donde las mujeres y los hijos sufren restricciones, amenazas, extorsiones y golpes. Escalando en la violencia se llega a la violación, al abuso sexual infantil intrafamiliar y al grado mayor que es el asesinato de las mujeres o los chicos a manos de sus maridos o padres.  

En este crescendo de situaciones que producen humillación, vergüenza y muerte, las víctimas tienden a creerse cómplices de la violencia para tolerar psicológicamente semejante inermidad.   Por lo tanto, es claro el daño que producen estos hechos traumáticos tanto en la sana evolución del narcisismo como en los sentimientos de esperanza y en la confianza en las propias realizaciones.   Esto se produce   debido a    la disociación y a la falta de simbolización, procesos de los que hablaremos más adelante en este artículo.

  En las investigaciones realizadas, encontré que en la gran mayoría de los casos, las mujeres en prostitución provenían de familias donde se vivían situaciones de violencia. Transcribo acá textualmente uno de ellos:

Lily: “Mis padres son testigos de Jehová, fueron siempre muy reprimidos, cuando éramos chicas a mí y a mi hermana nos castigaban siempre corporalmente.   Hice la primaria, en 4to. año de bachiller me bautizaron en la religión de ellos en un estadio de football lleno de gente.

Luego comienzo a estudiar el profesorado de comunicación de los sordomudos porque mis padres querían que hiciera eso, a los 8 meses me rebelé, no estudié más y les planteé que quería ser una chica como las demás, con un jean, los ojos un poco pintados, nada del otro mundo. Comenzaron las discusiones todos los días y mis viejos siempre metiendo a Dios en el medio. Mi viejo me echó, me hice un bolso y cuando entré a la pieza de mi vieja le dije: “no te olvides que soy tu hija”   y me contestó que me dejaba en manos de Dios.

Viví un mes en un auto abandonado por Flores, hasta que me rajaron los vecinos, entonces una noche en la estación de Once, una prosti de madrugada se sienta al lado mío y me da una factura (hasta ese momento me alimentaba de la basura de las hamburgueserías y pizzerías de Lavalle).   Empecé a hablar con ella, me llevó al hotel donde estaba, ahí me hizo bañar, me dio de comer y dormí en una cama. A la semana yiraba en la calle con ella.   Me levantó la cana, estuve en el departamento de policía una semana y mis viejos ni aparecieron, cuando por fin salí, me fui a laburar a un sauna”

Lily ha vivido diferentes tipos de violencia por parte de sus padres: violencia corporal; el acoso del control en vez de la protección; la imposición para estudiar algo que no entraba en sus proyectos de ninguna manera, aunque como metáfora aludiera a la falta de comunicación en la familia. Y cuando plantea a sus padres su anhelo de ser una chica como las demás, ellos consuman uno de los actos más temidos para cualquier joven: la expulsan del hogar donde ella había sentido la única protección, ya que no tenía vínculos afectivos importantes fuera de su casa por la actitud excluyente de sus progenitores.

El mundo externo había sido mostrado por sus padres como sumamente peligroso y no había sido preparada para subsistir fuera de su casa.   La sociedad repite la misma violencia cuando no le permite permanecer en el único lugar que había conseguido y no la provee de algo mejor.   La mujer en prostitución que la ampara le ofrece lo que ella tiene, su casa, su comida y su práctica. Esta fue la “posibilidad de elección” de Lily.

 

EL RECLUTAMIENTO

En todos los casos estudiados, estas mujeres realizaron sus “elecciones” ya desde la niñez, condicionadas por situaciones externas e internas. En este sentido,   es decisivo el enlace que realizan con el mundo de la prostitución los reclutadores, personajes claves del ámbito del proxenetismo, ya que la enorme mayoría de las mujeres que llegaron a la situación de prostitución son inducidas, cuando no obligadas,   por ellos.  

En algunos casos el que inicia a la joven- se trata de niñas o jóvenes menores de edad- es el   propio padre o la madre. En América Latina hay un dicho atroz por parte de algunos hombres : “Donde hay hembras no hay hambre” . Obviamente se las hace cargo, desde tempranísima edad, de la enajenación total de su persona para conseguir el sustento de sus padres y de sus hermanos varones   con ese uso explotador y   tiránico.  

Otro tipo de reclutador   se hace el novio y, entre seducción y presión, les pide que “atienda algún amigo”, o las conecta con un prostíbulo.   También puede reclutarla una mujer en prostitución al encontrarla desprotegida: me estoy refiriendo a las especialistas en captar mujeres para el sistema de la prostitución. En el caso de Lily no se trata de una reclutadora por motivos de beneficio personal, aunque de todos modos se produce el ingreso al sistema.

Se agrega otro tipo de reclutador en el ámbito de las Discos o lugares donde se toman copas, quien le sugiere a la joven seleccionada que hay un tipo interesado por ella deseoso de invitarla a salir. Es comun que estas jóvenes reciban regalos importantes, participen de fiestas, etc., sintiéndose muy halagadas por sus clientes, a los que ellas no reconocen como tales. Sin que ellas lo sepan,   también se les sacan fotos manteniendo prácticas sexuales. Cuando ellas toman conciencia de esta situación y quieren retirarse, estas fotos serán usadas como extorsión para ser mostradas a sus familias. Algunas de estas jóvenes mantendrán esta doble vida bajo terror.   Otras encontrarán el suicidio como única salida .

De la misma manera que las víctimas de otros tipos de violencia, las mujeres en situación de prostitución, como ya dijimos,   también tienden a creerse cómplices de la violencia para tolerar psicológicamente semejante inermidad.   Confunden su situación de víctima   con “no haber valido nada” ya desde antes   de que las ingresaran a esa situación o antes del abuso sexual, y justifican esas vejaciones   infiriendo que la violencia y el abuso   son consecuencia de lo poco que valen. Por un lado, esto se debe a la desvalorización que se les ha venido transmitiendo desde la infancia y, por el otro , les permite tener de sí una imagen menos desvalida suponiendo ellas que han tenido alguna responsabilidad en lo sucedido.

A su vez, el proxeneta ejerce una acción de objetivación,   es decir que realiza una negación de la persona por medio de la cual no se le reconoce la posibilidad de pensamiento, decisión ni sentimiento atribuyéndose él, omnipotentemente, el poder de disponer de la mujer según su conveniencia, a su arbitrio, justificando de esa manera cualquier acción contra ella.   Esta objetivación es una de las acciones más destructivas contra estas mujeres ya que les niega su condición humana.   Tanto el cliente como el proxeneta, en muchos casos dan por supuesto   que la disponibilidad de la mujer es absoluta y su poder sobre ellas también. Resulta claro   que semejante exigencia por parte del prostituyente lleva a la servidumbre sexual y a la esclavitud.

El aspecto económico es un determinante clave en la apropiación que los proxenetas realizan sobre la persona de las mujeres pues, si estas   mujeres se liberasen, ellos perderían su “mercadería” y, a veces, el intento de salida de ellas está penado con la muerte. Frecuentemente estos casos de asesinatos no son resueltos por la justicia. Finalmente, debemos recordar   que el proxenetismo está avalado por los organismos de poder.

 

El IMAGINARIO SOCIAL

Considero que la prostitución es abuso porque la mujer no elige libremente sino que llega a eso, a veces, para no morir de inanición,   otras, porque se la convenció de que es para “lo único que sirve”, o bajo amenaza, o por manipulación del proxeneta, o por secuestro, o por mandato inconciente. Por ejemplo, una de las madres de estas mujeres le dice a su hija “acá hace falta plata, hay que trabajar o hacer la calle. Vos para trabajar no servís” . Otra, modista de alta costura quien, desde que   su hija era niña la   vestía   como a una de sus clientas ricas, le decía: “Sos una muñequita de lujo para usar buena ropa y tomar champagne”. En estos casos las madres, a partir de su propia devaluación, son sostenedoras inconcientes del paradigma patriarcal.

Por otro lado la censura social naturaliza estos abusos contra las mujeres en prostitución, “puta una   vez, puta para siempre” ,   y   también ellas mismas: “una puta no vale nada”.   Se intenta destruirles la dignidad y la esperanza de modificar su forma de vida, pues si esto sucediera podrían escaparse de la situación o, por lo menos, intentarlo.   Los vecinos, los clientes, el proxeneta, la sociedad desplazan y dejan depositadas en las mujeres en situación de prostitución algunas de sus fantasías y deseos puesto que cada uno, por distintos motivos, no se hace cargo de la responsabilidad que   les cabe .

Como muestra del imaginario social transmitiré opiniones emitidas en grupos motivacionales (2) de hombres y mujeres de diferentes edades y diferentes sectores sociales, comentándolos brevemente:

 

Grupo de hombres

“Les gusta la plata fácil” . En realidad, es una plata sumamente difícil, pero puede llegar a ser obtenida rápidamente , que no es lo mismo.

  “Son mujeres muy ardientes que necesitan muchas relaciones con los hombres” Lo cierto es que   son mujeres que ya no tienen sensibilidad alguna como consecuencia de su actividad.

  “Un hombre puede pasar por cualquier cosa que siempre es un hombre; una mujer cuando cayó,   ya no se levanta más”.   Fantasía estereotipada y paradigmática del castigo social patriarcal contra la mujer.

  “Que estén en lugares determinados, ocultos, que el ciudadano pueda vivir dignamente, como elija vivir”. Para este hombre   las mujeres en prostitución no son ciudadanas y por lo tanto, no pueden elegir dignamente ni elegir dónde ejercer su actividad. Cabe señalar que de esa manera no quedan a salvo de ningún tipo de peligro.

  “Es irrecuperable y comparable a los casos de los chicos de la calle”. Para quien opina así, estas personas tienen un destino marcado fuera de la sociedad.  

  “Ponele a una chica muy linda un tipo sumamente desagradable. No me digas que lo hace por dinero. Es porque le gusta”. Vuelve a aparecer la fantasía de una sexualidad desbordante hasta el punto de necesitar hacerlo con alguien sumamente desagradable. Estas fantasías de una sexualidad   desbordante, coinciden con las fantasías que socialmente se tienen respecto de los hombres.

 

Grupo de mujeres

“Son personas que se sienten disminuidas”. “Claro, para levantar el ánimo”. “Yo creo que tiene más que ver con la cosa salvaje de uno”. “Podés obligar a alguien a hacer lo que vos querés”. ”Haceme sentir tal cosa y chau”. “Yo creo que ella es más viva que cualquiera”.   En estas fantasías hay proyecciones y negaciones como para confundir el rol de la mujer en situación de prostitución con el rol del cliente.

“La prostitución tiene que existir porque si no todos esos hombres estarían violando a nuestras hijas”. Es sabido   que los violadores no tienen relaciones con mujeres en situación de prostitución. Además es una frase paradigmática que pone de manifiesto cómo la prostitución es funcional al   sistema.

En todos estos ejemplos el imaginario social nos muestra que, tanto por parte de los   hombres como de las   mujeres, la explotación de las mujeres en prostitución está justificada.   

 

ALGUNAS CONSECUENCIAS de la PRÁCTICA de la PROSTITUCIÓN

En el ámbito de la prostitución el cumplimiento de los deseos del prostituyente produce, en algunas mujeres, el orgullo de ser “una verdadera puta”.   Es frecuente, en las mujeres más que en los hombres, la actitud de anticiparse a la realización del deseo del otro y en algunos casos puede verse que se ha producido una desapropiación del propio deseo y una transformación. Su deseo consiste en la realización absoluta del deseo del otro.

Por su parte el prostituyente, el cliente, valora narcisísticamente esta anticipación, esta particular servidumbre sexual, y la refuerza.   El prostituyente disocia a la persona y la ve como si fuera un objeto, la deshumaniza y disocia sus propios sentimientos de su sexualidad. Pero en la mayoría de los casos de prostituyentes uno de los móviles es el abuso de poder, la voluntad de someter.

De la misma forma el cafishio -llamado en el ambiente “marido”- lleva al extremo el poder sobre la mujer entre amenazas y ofrecimiento de protección,   en una relación de dominación a veces absoluta: “No sos nada” le dice. Ella misma está negada como persona -“una puta no es nada”, “a quién le importo” -   y sólo le resta el “ser utilizable” por el dinero que proporciona.   Pero, a la vez,   se le hace sentir que ella   no tiene valor. Incluso hay mujeres que jamás tocaron dinero, pues no pasa por ellas. 

Para la mujer prostituída, el maltrato del proxeneta produce efecto traumático con el agravante de que se le hace creer que siempre el maltrato es merecido por el hecho de ser una prostituta.   Habría que notar, además, que el hombre que la castiga es   el mismo que la llevó a la situación de prostitución.

Otra situación paradojal podemos observarla cuando los propios padres de la mujer, para ser mantenidos, retienen como rehén a un hijo de ella con la excusa de estar “cuidándole el chico”.   Estas y otras situaciones paradojales en las que viven,   van produciendo un socavamiento en la posibilidad   de pensamiento de esas mujeres, cuando este proceso es necesario para desarrollar sus propias vidas de un modo autónomo.  

Solamente el hecho de tener obligadamente múltiples relaciones sexuales durante cada jornada constituye inexorablemente vejación,   ya que en ellas no hay libre elección sino elección del mal menor dentro del sometimiento. Esta situación queda clara cuando, por ejemplo, algunas prefieren realizar la práctica en la calle porque pueden elegir a los clientes.

Por otra parte, debemos tener en cuenta que cada cliente solicita o exige la realización en acto de sus fantasías en el cuerpo de estas mujeres, o exigen que ellas presencien actos que, por su diversidad y   características, son sumamente perturbadores. En un caso como en el otro habrá sufrimiento corporal y psicológico y deterioro de la relación con el mundo externo.  

Teniendo en cuenta que el Yo es ante todo corporal,   el daño al cuerpo es un daño a la totalidad de la persona y será   necesario el cese de la práctica,   o la asistencia,   para que se produzca la reflexión con el sostén necesario.   Sin estas condiciones es imposible la elaboración de semejantes hechos traumáticos   y también es dificultoso que puedan elaborar las fantasías depositadas en sus cuerpos por ellas mismas y por los otros: la familia, la sociedad, la cultura en general.

Un comun denominador que pude observar, independientemente de las diferencias individuales,   es que cualquiera sea el sector   social en el que se desempeñaron y las vicisitudes atravesadas en su infancia, estas mujeres tienen una gran tendencia no sólo a la ya mencionada   disociación entre su racionalidad y su afectividad, sino también una enorme dificultad para dirigir sus impulsos y una tendencia a veces extrema a refugiarse en la fantasía.

En muchas aparece una tensión intrapsíquica que a veces impide casi totalmente su capacidad de reflexión.   Padecen enorme temor a las relaciones interpersonales, sobre todo donde se juegue la afectividad. Paradójicamente tienen marcada dependencia afectiva y también un gran rechazo a su propia sexualidad.   Me estoy refiriendo a que no ponen en juego su sexualidad en la práctica,   o sea, no incluyen su cuerpo erótico sino el cuerpo físico -incluso éste disociado de su mente- y por lo tanto no hay deseo sexual en la mayoría de los casos, ni siquiera con el hombre al cual quieren.

Sufren repetidas angustias por baja tolerancia a la frustración y sentimientos de culpa que, en algunos casos, se relacionan con haber sido abusadas siendo niñas y por haberse hecho cargo de esa culpa que no les correspondía.   Asimismo,   se sienten culpables por estar realizando una actividad que, aunque es tan inducida por la sociedad,   está tan censurada por ella.

Aparecen también   tendencias a negar la realidad o a hacer un recorte importante de ella, por la falta de recursos para poder operar sobre esa realidad que las desborda. Por el mismo motivo, aparecen tendencias agresivas que   reprimen y a veces, son actuadas contra sí mismas produciendo síntomas orgánicos.

En la mayoría de los casos se observa que sienten temor a la desestructuración y fragmentación; sufren ansiedad referida a la sexualidad masculina; tienen tendencia a la fabulación y vivencia de hostilidad con inclinación al aislamiento, como mecanismo de defensa. Estas son tendencias autodestructivas que, a veces,   aparecen como único escape de sus realidades.

Sus proyectos en general no coinciden con sus realidades, lo que las lleva a generar una depositación de sus deseos de realización en sus hijos, como intento de reparar a través de ellos sus propias historias.   Esto se relaciona con su propia inmadurez emocional y se presenta de la forma ambivalente amor-odio.

Teniendo en cuenta otro aspecto en el que se manifiesta la problemática, podemos observar que en la sintomatología manifestada en el aspecto corporal aparecen frecuentemente jaquecas, hemorragias menstruales y, por el contacto, dolores crónicos de todo el cuerpo -sobre todo mamas y genitales- desgarros múltiples de vagina y recto, portación de HIV y enfermedad de SIDA. También he recibido permanentes comentarios de suicidios de compañeras.

La falta de procesamiento que señaláramos más arriba impide el desarrollo de la reflexión y la mediación del pensamiento, lo cual genera muchas veces conductas compulsivas que no les permiten elegir adecuadamente. Por lo tanto tienen obstaculizada la elaboración de duelos y en consecuencia, más aún, la salida de la prostitución.   Y la sintomatología sigue agravándose   por la acumulación de situaciones graves sin elaboración.  

 

El CONSUMO DE MUJERES

Una mujer en situación de prostitución expresó en una oportunidad en un programa de televisión? “No me da vergüenza mi actividad, ¿por qué me va a dar vergüenza si me consumen?”.   Ella expresa, aún de manera inconsciente, el doble aspecto de reconocerse a sí misma como objeto de consumo asumiendo la postura del proxeneta y del prostituyente y, el de ser “consumida” como ser “devastada”.   De esta manera, no sólo no se reconoce como persona en el trato con el prostituyente que “consume” de ella la integridad de su corporeidad y psiquismo, sino que esta relación la ubica en un punto de vista desde el cual, claramente, no se considera persona. Estamos aquí ante la tremenda paradoja de que hay gente que consume personas, y que para llegar a esto es necesario creer que esa mujer es una “cosa” pasible de ser usada, abusada y consumida, tal como ya se había sostenido al hablar del proceso de objetivación.  

El proxeneta y el consumidor se encuentran en una posición narcisista sostenida en el poder. En el caso de la mujer prostituída se trata en cambio de una posición devaluada .   El sólo hecho de pagar coloca al hombre en una situación de superioridad respecto a la mujer.   En algunos casos no se trata de tener una aproximación sexual sino de poder relatarle   cosas que los desbordan.   Pero esta situación, contrariamente a lo que se puede detectar en el imaginario social, no se basa en la confianza, sino que es una circunstancia más del ejercicio de control y dominio sobre ella, ya que la coloca en la obligación de tener que tolerar todo tipo de relatos, a veces de índole eminentemente angustiante y perturbador, por haber cobrado su hora.

Todas éstas son situaciones en las que el varón daña a las mujeres descargando sobre ellas sus sentimientos displacenteros y sus fantasías más temibles por sus aspectos más denigrados, valiéndose del anonimato, sin atinar a buscar para él contención o asistencia que le permita algún tipo de resolución que no quede solamente en la descarga circunstancial.

De la misma manera es llamativa la falta de cuidado que la mayoría de los hombres tienen en cuanto a la prevención de las infecciones de transmisión sexual. En muchos casos es difícil,    independientemente de las edades, que ellos accedan al uso de preservativos. Este es un riesgo más en la práctica de la prostitución y las mujeres tratan de   implementar técnicas varias para   usarlos sin que ellos lo adviertan Una situación arquetípica de la relación sexualidad – locura – muerte,   se da por ejemplo cuando una mujer le advierte al cliente que está enferma de SIDA, mostrando inclusive manchas producto de la enfermedad, y el cliente no cree en esa afirmación y realiza el acto sexual sin profiláctico. La relación sexual se convierte en una ceremonia propiciatoria de la enfermedad y la muerte.   

Por otra parte, estas mujeres muestran una falsa fortaleza yoica, con actitudes   de desparpajo que ocultan su extrema indefensión. Les resulta imprescindible realizar un simulacro ante los prostituyentes y su disociación se incrementa aún más ya que para resultar atractivas fingen dando una idea de fortaleza dentro de esa ficción.   He comprobado de distintas maneras que estas personas cuyos cuerpos son invadidos permanentemente con esas prácticas   a través de los años, sufren consecuencias de tal gravedad que sólo son comparables a las de personas que han sufrido tortura física y psicológica.   Algunos ejemplos dan muestra de ello:
 

María: “Yo tengo muy bien formada mi ‘doble personalidad', a veces me río sola. Una sola vez me dijo un tipo “O lo hacés muy bien o lo actuás muy bien”. Yo a todo el mundo le digo que sí que lo siento, que lo hago porque me gusta, pero en realidad lo hago pensando en otra cosa. Hago todo tan rápido, digo todo tan rápido y manejo la situación, cuando puedo, que no me lleva tanto tiempo, cuando tengo ganas de actuar, me desarmo toda diciendo pavadas para que puedan terminar rápido. Pero a mí nunca me llega nada. A veces los agarraría a trompadas por rechazo, por asco”.
 

Soledad: “A veces, aunque con cara bonita hago todo bien, estoy con ellos y no pienso ni siquiera en el dinero, solamente tengo náuseas. Si tengo que estar con mi pareja también es como con un cliente porque no siento nada. Es como que   ya la mujer está anulada”.

 

Sonia: “Mi hermano me violó cuando tenía 13 años. Me tapó la boca y me violó y me gritaba ‘Puta, puta, sos una puta'. Yo no sabía nada no entendía nada. Y era como si yo no estuviera ahí. Es lo mismo que me pasa cuando estoy con los clientes. Hago un personaje, hablo, me río, pero es como si yo no estuviera ahí”.

 

Las tres mujeres expresan una realidad doliente, tanto María como Soledad y Sonia, separadas, escindidas, de su sensualidad, de su sexualidad, no exponen ya un cuerpo erótico sino órganos sexuales.   Para realizar una elaboración mínima, sería necesario que pudieran reflexionar y hacer un relato sobre las actividades a las que están sometidas,   pero esto se ve impedido, en general, porque no les es posible tolerar la angustia.

Un ejemplo de ello es este comentario que hizo Adriana: “Una vez un grupo que estábamos reunidas a la madrugada porque no había clientes, quisimos imaginar con cuántos hombres se había acostado cada una. Fuimos imaginando micros llenos de hombres para poder tener una idea, pero nos sentimos muy mal y algunas se descompusieron. Fue tan espantoso que nunca más tocamos el tema”

 

El RETIRO AÑORADO

Siempre es difícil, aunque siempre deseado el retiro de esa actividad.   Para poder retirarse, deben liberarse en primera instancia de los proxenetas, cuestión que a muchas se les plantea como inimaginable porque viven en un sistema de cautiverio que coadyuva a que se produzca un deterioro a veces total de su relación con el mundo externo. Y decimos que el cautiverio es total porque aunque la actividad se desarrolle en la calle lo hacen vigiladas por el proxeneta desde la vereda de enfrente; si la realizan   en departamentos, de allí no pueden salir salvo que sea en compañía de los proxenetas   o están recluidas en casas destinadas a tal fin.

La base de la relación entre el proxeneta y la mujer en situación de prostitución se apoya en la inducción por parte de él a que ella crea que cualquier agresión de su parte, es siempre producida porque ella “no se portó bien”.   Esta “razón“ arbitraria produce en la mujer un miedo crónico y el sentimiento permanente de peligro cierto; paradójicamente se observa que la persona que la mantiene en este estado es quien pretende convencerla de ser su protector, lo cual le genera además, un estado de confusión.

En algunos casos, las mujeres sufrieron durante años graves depresiones y fobias como consecuencia de intento de elaboración de esas situaciones vividas. En otros casos, después de breves períodos de interrupción, volvieron compulsivamente a la práctica ya que, sin ningún tipo de asistencia, la intensidad de la angustia por el proceso de elaboración se les volvía insostenible.

Quiero volver a destacar que uno de los impedimentos psicológicos más importantes para poder retirarse de la actividad, es la falta de elaboración y simbolización de las situaciones traumáticas vividas.

 

LA INDUSTRIA DE LA PROSTITUCIÓN

Finalmente, debemos mencionar un tema central al desarrollo de la prostitución, en el sentido de que ha sido históricamente funcional al sistema y representa una “industria” que ocupa , después del tráfico de drogas y de armas, el tercer lugar en el mundo   en rédito económico.

En la sociedad se presentan falsas opciones: por un lado, la “industria” de la prostitución recibe el aporte de algunos medios de comunicación que muestran esta actividad como una opción posible y sumamente atractiva para la mujer. En un programa de televisión emitido el año pasado se presentaba una figura argentina – vedette ya mítica, atractiva, inteligente, graciosa, enormemente exitosa, capaz de concitar la simpatía de casi toda la audiencia - expresando que había tenido relaciones sexuales por dinero y lo había pasado muy bien! Tal banalización de una actividad capaz de producir un daño tan profundo, opera como publicidad para la industria de la prostitución, extendiéndola aún más.

Por otra parte, la defensa de los derechos civiles y humanos está vedada en el ámbito donde los proxenetas pretenden adquirir el rol de ejecutivos legales.   Así como me refería a la banalización como falsa opción atractiva, en el otro extremo existe la fantasía generalizada de que los daños son “demasiado irrevocables”, que “vienen desde el fondo de la historia de la humanidad” y “son tan vastos que no hay posibilidad de revertirlos socialmente por política alguna”.   Sin embargo, es necesario y posible desenmascarar esta “naturalización”, y poner bajo una mirada ya advertida la abrumadora carga cultural de estas prácticas.

Tal desenmascaramiento es necesario   para que quede clara la posibilidad y necesidad de políticas que modifiquen este estado de cosas. Así como también es de vital importancia no dar por supuesto que el daño es tan irreparable, y que la cosa pertenece tanto a “la condición humana” que no se puede hacer nada para evitarlo.

Se exalta y banaliza la prostitución mostrándola como una ocupación atractiva, pícara, con “onda”, y muy redituable económicamente para la mujer . Sin duda, esto facilita la tarea de los reclutadores ya que consiguen generar sobre esta falacia una expectativa que no se corresponde de ninguna manera con la realidad.   Son múltiples los personajes en connivencia que se benefician con esta “industria”.

Por éstas y otras tantas razones como las que he sostenido a lo largo de este trabajo es preciso que resignifiquemos la idea acerca de la irreversibilidad de la actividad de la prostitución. La fantasía de que cuando se entra en la prostitución ya no se puede salir da lugar, en esas mujeres y en la sociedad, a que esta victimización se perpetúe.

El incremento de la pobreza y la miseria en el país significó una tremenda violencia para la sociedad toda, que paralelamente se tradujo en un fuerte ingreso de mujeres a la situación de prostitución.   Este ingreso se dio fundamentalmente en aquellas mujeres provenientes de sectores de menores ingresos aunque también ha sucedido con mujeres de clase media, bancarias, amas de casa, profesionales, etc.    A partir de este momento también se dio un fenómeno inédito: mujeres mayores de cincuenta años, hasta sesenta o más, para poder subsistir entraron por primera vez en su vida en la situación de prostitución.   Las mujeres que ya estaban en esta actividad comentaban asombradas la rapidez del efecto devastador que la actividad producía en las recién iniciadas.   A la vez, hubo un notable aumento del abuso con mayor violencia y mayor denigración por parte de los prostituyentes hacia las mujeres.

Simultáneamente,   la industria de la pornografía realiza estragos en el psiquismo de los hombres que se identifican con prácticas de sadismo y denigración de la mujer. Muchos hombres llegan con la promesa de que se las iniciará en el cine y después de la primera película en que se les pide,   “por excepción, escenas especiales ” , ellas sienten que es tarde para volver atrás.

Otro efecto de la pornografía es la imitación:   “se pone de moda” golpear a las mujeres. “ Ahora desde la onda de la pornografía, hombres que eran tranquilos...cualquiera quiere pegar, y ni siquiera quieren pagar extra como antes por este servicio especial” (María).

En la pornografía, menos el asesinato, todo lo demás es legal porque hay “consentimiento”. El concepto de “consentimiento” , como es obvio es en este caso un eufemismo, ya que las mujeres llegan a estas situaciones, engañadas y , casi siempre,   drogadas. Esta escalada llega hasta la pornografía “snuff” donde, además de la tortura se llega al asesinato, que no por ilegal es impracticable.

Es evidente que esta sociedad ha producido el pasaje del ciudadano/a al consumidor/a y de esta manera se ha realizado una facilitación para el pasaje del consumo de los objetos al consumo de las personas. La situación de prostitución aparece entonces como paradigmática de este modo de producción del capitalismo salvaje. Es el lugar del goce ilimitado en el que, como vimos, la mujer es destruida en el ejercicio de su ”profesión”, sin legalidad psíquica para el cliente y el proxeneta.

Por lo tanto, como sociedad es preciso que asumamos nuestra propia disociación. Integrar permitiría modificar mandatos sociales, incluyendo la reflexión sobre los temas que producen esta situación para modificar estos procesos. Pero es indudable que se necesita también de una vocación política que   permita desmontar la industria de la prostitución, facilitando la generación de programas que posibiliten esta transformación.

Cuando avancé en la investigación de este trabajo, comprobé que el daño producido en las mujeres en situación de prostitución era mucho más grave de lo supuesto después de aquella experiencia en el neuropsiquiátrico de Lomas de Zamora.   Y en esta tarea, al igual que las personas que me acompañaron, necesité elaborar permanentemente el impacto producido.

Durante el transcurso de este trabajo encontraron respuesta algunas de mis preguntas: cómo habría sido su niñez, cómo se reconocieron más tarde en lo que habían sido sus   anhelos de adolescente, en las ilusiones de realización.   La respuesta que el   psiquiatra me había sugerido en el pabellón donde se encontraban estas mujeres -“son muchas por lo que les hicieron y les hicieron hacer” - fue lo que más tarde pude comprobar en ese largo recorrido de contacto, entrevistas y terapias. Allí   también pude conocer la dignidad, el dolor y el sufrimiento de estas mujeres.

 

Notas

1.   Durante mi permanencia en la “Asamblea Raquel Liberman” tomé el concepto de a) “mujer en situación de prostitución”, noción que implica que puede tratarse de una actividad coyuntural de la cual se puede salir y b) llamar “prostituyente” al cliente ya que de su solicitud depende toda la situación.

2.   Se denominan así a aquellos grupos en los que se indaga sobre fantasías conscientes o inconscientes acerca de productos, circunstancias y problemáticas. En este caso el tema abordado fue   información y fantasías relativas a la prostitución.   Estos grupos estaban compuestos   por personas que no ejercían la prostitución.

Versión completa del artículo publicado en la revista Topía N° 44 de agosto de 2005

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