ALGO SOBRE LA HISTORIA DE LAS PALABROTAS

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Catedrática del Departamento de Letras del ITESM Campus Estado de México, México 
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Razón y Palabra. Primera Revista Electrónica especializada en Comunicación

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I. Introducción
Austin
1 señala que al hablar no nada más decimos, sino que también hacemos cosas, tales como prometer, informar, preguntar, ordenar, etcétera. Una de esas "cosas" que también hacemos al hablar es insultar. El insulto, pues, cumple una de las funciones principales y necesarias dentro de la comunicación. Los hombres necesitamos insultar, y lo podemos hacer de muy diversas maneras, utilizando formas sutiles, disfrazadas, apoyándonos exclusivamente en el tono de nuestra voz o usando palabras especializadas en herir, sobajar y/o lastimar a las personas, es decir, haciendo uso de las llamadas "malas palabras" o groserías.


II. Su importancia.
En nuestra lengua, las groserías poseen una carga semántica única, la cual no lograríamos expresar si las reemplazáramos con alguna otra expresión, por ejemplo, si en una situación determinada nos molesta el comportamiento inoportuno o lo dicho por alguna persona, y nos sentimos con toda la libertad de ofenderla, tenemos dos opciones, o bien le decimos "eres una persona que posee poca inteligencia" o recurrimos a una grosería: "eres un idiota". Aunque en ambas formas lo que se está señalando es la poca capacidad intelectual del individuo, la segunda expresión refleja mayor énfasis en ese defecto.

Asimismo, las groserías representan una válvula de escape para la tensión por la que pasamos, al insultar descargamos a tal grado nuestro enojo, nuestra impotencia, nuestro dolor, que se podría decir que el insulto puede cumplir también una funcionan catártica en el ser humano.

En el lenguaje escrito la presencia de insultos ha sido común, su uso ha quedado registrado en todas las épocas del español, incluso en el lenguaje poético, valgan como ejemplos los siguientes fragmentos:

"Profecía de Casandra" (año:1270)
(fragmento)

--¡Gent perdida,
mal fadada,
gente sin entendimiento,
gente dura,
gente fuerte
sin ventura,
dada a muerte,
gente de confondimiento!

Soneto contra Góngora (s.XVII)
Francisco de Quevedo (fragmento)

Yo te untaré mis obras con tocino,
porque no me las muerdas Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas cual mozo de camino.

Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973)
Jaime Sabines (fragmento)

Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer
En la raíz del cuello, sobre la subclavia,
Tubérculo del bueno de Dios,
Ampolleta de la buena muerta,
Y yo mando a la chingada a todos los soles del mundo.
El señor Cáncer, El señor Pendejo,
Es sólo un instrumento en las manos oscuras
De los dulces personajes que hacen la vida.

En los tres fragmentos anteriores vemos insultos que consisten en adjetivar ("gente sin entendimiento"), comparar (el habla de Góngora --Gongorilla, término despectivo-- con los ladridos de un perro), o bien nombrar de manera directa, en este caso al cáncer ("el señor Pendejo).

En este punto se hace necesario aclarar que no siempre hemos insultado con las mismas palabras, es decir, una expresión que era ofensiva en el s.XV, ahora pudiera ya no serlo, ya que las lenguas son entidades vivas: se transforman a lo largo del tiempo. El idioma español ha registrado numerosos cambios en el transcurso de su historia, tanto en su morfología como en su fonética, en su sintaxis y, desde luego, en su semántica; han desaparecido algunas palabras y han surgido otras, veamos algunos ejemplos tomados del primer fragmento de arriba. Gent ha agregado un sonido más /e/ para facilitar su punto de articulación, fadada participio pasado del verbo fadar, el cual ya no existe en el español actual y significaba 'enfadar'.

Así pues, las palabras de una lengua sufren procesos que pueden ser motivados tanto por causas externas (sociales, psicológicas, influencias de otras lenguas, etc), como por causas internas (procesos internos a la lengua misma). Las llamadas "malas palabras" no han quedado fuera de estas transformaciones. Veremos a continuación cómo muchas de las que ahora clasificamos como groserías no eran consideradas como insultos, sino que el significado ofensivo se incorporó a ellas ya avanzado nuestro idioma, mostraré, en resumen, cómo es que han surgido las palabras que ahora conllevan una carga ofensiva.
 

III. Los grupos semánticos
En México tenemos un amplio repertorio de groserías, organizándolas en campos semánticos nos quedarían grupos como los siguientes
2 :

· Aquel en el que el insulto se basa en la comparación del hombre con los animales (¡eres un marrano!, ¡no seas cabrón!)
· Aquel en el que los insultos giran entorno al sexo (¡es una puta!, ¡caracoles!)
· Aquel en que la palabra chingar es la palabra central (¡eso es una chingadera!, ¡les dieron una chinga!)
· Aquel en que la palabra madre es la palabra central (¡hijo de tu pinche madre!)
· Aquel en el que las groserías hacen alusión a la baja capacidad intelectual de las personas ("viejo zoquete", "¡qué imbécil eres!")

El presente trabajo se enfoca exclusivamente al estudio del último grupo: al de las palabras que utilizamos para calificar despectivamente el intelecto de las personas.
 

IV La historia: "¡Qué baboso eres!"
Para calificar peyorativamente la inteligencia de las personas, los mexicanos utilizamos básicamente las palabras que a continuación listaré, en un primer grupo presento aquellos términos que se prestan fácilmente a ser utilizados como ofensas: los nombres de ciertos animales. Los siguientes grupos están organizados con base en la complejidad de procesos lingüísticos por los que han pasado las groserías a lo largo de la historia del español.

Bestia, asno, burro, buey
Resulta un proceso común comparar a los animales con ciertas actitudes, características o comportamientos humanos. Aunque no se tiene documentada la fecha en la que empiezan a utilizarse como insultos, es muy probable que las palabras que integran este grupo, sean los términos más antiguos con los que hemos ofendido al hombre cuando nos referimos a su escasa inteligencia.

Bestia, del latín bestia, 'animal silvestre', se registra por primera vez en la segunda mitad del s.X. Resulta fácil ver el simil entre el significado de esta palabra y el hombre que no posee una educación, una cultura, por eso pasa a ser una bestia, un animal que no ha sido amansado, enseñado.

Asno del latín asinus, primera documentación 1076, 'mamífero solípedo del género Equus'. Este animal, lento, soso ha sido utilizado como animal de carga, su poca agilidad ha servido como punto de comparación para el hombre de escasa inteligencia. En México las palabras asno y burro son sinónimos, en cuanto a que designan al mismo tipo de animal, sin embargo, en el terreno de los insultos la palabra asno posee una mayor carga despectiva, contrástense las siguientes expresiones: '¡qué asno eres!', '¡qué burro eres!'.

Burro es un derivado de borrico, 'caballo pequeño', se documenta por vez primera ya muy avanzado nuestro idioma: s.XV.

Buey del latín bos, bovis, 'macho vacuno castrado', se documenta por primera vez en 1184. Este término presenta una modificación fonética de su primera consonante (oclusiva bilabial /b/), la cual retrasa su punto de articulación y se convierte en velar /g/, muy probablemente por influencia del triptongo y para facilitar el punto de articulación, así surge la forma que es hoy utilizada como insulto: güey.
El buey es un animal lento y pesado, ha sido utilizado como animal de arrastre, comparar la inteligencia humana con las características de este animal resultaba verdaderamente un insulto, sin embargo, el uso excesivo de este término atenuó su significado despectivo a tal grado que muchas veces es utilizado sólo como muletilla, sin la menor carga ofensiva: "¿qué haces güey?, ¿nada, güey".

Tonto, zonzo, bobo y baboso
Estas cuatro palabras nacieron por proceso expresivo, el cual es un recurso utilizado por los hablantes para la creación de nuevos términos, consiste en la repetición de una misma sílaba to-to, zo-zo (más tarde agregarían /n/ como apoyo en la pronunciación), bo-bo, ba-ba (palabra de la cual se derivaría baboso).

Tonto es registrado por primera vez en 1577 ya con el significado actual (persona de poca inteligencia correspondientemente a sus actos, comportamiento, palabras, etc), a partir de ese momento se encuentra recurrentemente. Corominas3 señala que tonto es una palabra que se utiliza más en España que en América, pues en América compite con zonzo, término que se utiliza con el mismo significado que tonto.

Zonzo se documenta por primera vez en 1622. Primeramente hace alusión a una persona sosa, lenta, sin gracia, sin embargo, su significado se ha extendido, tal vez por contagio de tonto, y en la actualidad también es usada para señalar la falta de inteligencia. Zonzo desaparece del uso común de España en el s. XIX.

Bobo proviene del latín balbus, 'tartamudo', muy probablemente, esta palabra latina tiene un origen imitativo, es decir, provendría de la repetición de sílbas b...b. En el español es registrada por primera vez en 1490; aunque en la actualidad su significado haga referencia a una persona cuya inteligencia es menor, lo cierto es que, de este grupo de insultos es una de las palabras más tenues en cuanto a su significado ofensivo, incluso bobo es más veces utilizado con un sentido amigable o cariñoso.

Baboso se deriva de la palabra baba, 'saliva', documentada ésta en el latín vulgar, tiene su origen, al igual que las anteriores palabras, en la repetición silábica, baba nombraba el babeo y balbuceo de los niños pequeños. Baboso(a) se documenta por primera vez en el español en el año de 1475 y alude al que arroja baba, es decir, a los niños. Así, cuando le decimos a alguien baboso, lo que le estamos diciendo es 'tienes la inteligencia de un niño chiquito', claro está que, por contagio de todo el grupo de insultos que aluden a la inteligencia y por la fonética misma de la palabra, baboso es un término que tiene una carga semántica mucho más ofensiva, tal vez cercana a estúpido.

Torpe, idiota, imbécil, estúpido, mentecato y papanatas.
Los siguientes términos provienen del latín, el cambio que ellos reflejan radica en la extensión de su significado, pues en el latín denotaban, sobre todo, alguna deficiencia física, pero es en el español en donde este grupo de palabras extiende su significado para hacer alusión a una deficiencia intelectual. Asimismo, aunque todas son documentadas desde el latín, es hasta el s. XIX que se empiezan a utilizar con el significado que hoy conocemos, en otras palabras, su nacimiento como insultos es en el s. XIX. Revisémoslas brevemente.

Torpe del latín turpis 'feo, deforme, innoble, ruin, infame'. En el s. XIII incorpora a su significados el de 'rudo, tardo', y es hasta mucho después que por extensión, de lo físico a lo intelectual, encontramos 'tardo en comprender'.

Idiota, tomado del latín idiota 'profano, ignorante', en español se documenta desde el s. XIII, sin embargo, el significado actual ('hombre con inteligencia anormalmente insuficiente') data tan sólo del s. XIX. De los insultos que señalan la falta de inteligencia, idiota, es uno de los más fuertes que tenemos.

Imbécil del latín imbecillis 'débil en grado sumo', con este significado es utilizado ya en español en 1524, pero es hasta el s. XIX cuando es usado con el sentido de 'alelado, escaso de razón'. En latín hacía referencia a una debilidad física, sólo en escasas ocasiones y, por extensión, aludía a una 'debilidad mental'. En la actualidad esta situación se ha invertido, es decir, el uso que realizamos de la palabra imbécil, en la es para denotar la debilidad mental. Como insulto su significado es muy ofensivo.

Estúpido del latín stupidus 'aturdido, estupefacto'. Aunque es documentado por primera vez en el español en 1691, Corominas señala que es una voz rara en los clásicos españoles (Rojas, Góngora, Cervantes), sin embargo, en el francés de ese tiempo sí es una palabra muy usada, por lo que probablemente, el español la toma del francés. En el s. XIX ya es muy frecuente en nuestra lengua con el significado actual: 'necio, falto de inteligencia'. Estúpido es una palabra con gran carga ofensiva.

Mentecato del latín mente captus, literalmente 'cogido de la mente', con el sentido de 'persona que no tiene toda la razón'. Posteriormente, su significado se transforma y en la actualidad la Academia define esta palabra como 'tonto, falto de juicio, privado de razón', es decir, pasó de designar a una persona que no poseía por completo la razón a una persona que no la tiene. En cuanto a su papel de insulto no es tan fuerte como el anterior y es de menor aplicación en el uso.

Papanatas de papar (éste a su vez del latín pappare 'comer') y natas. Al igual que la forma anterior, es una palabra compuesta, la Academia la define como 'persona simple y crédula' o 'demasiado fácil de engañar'. Dentro del grupo de términos que insultan la inteligencia de las personas, papanatas no posee gran carga despectiva, su uso también es menor si lo comparamos a la frecuencia de aparición que tienen torpe, idiota, imbécil y estúpido.

Zoquete, tarugo, tarado, pendejo.
Este grupo se caracteriza por el cambio radical que han sufrido los términos que lo componen, dicha transformación consiste en la ampliación de su significado. En el grupo de arriba, por ejemplo, vimos extensión de significado, pero ésta consistió exclusivamente en calificar también el intelecto de las personas, es decir, las palabras que lo integran denotaban a un individuo 'lerdo, retrasado, soso'; hacían referencia a lo físico, la innovación radicó en que, con el paso de los años, incorporaron a su significado el retraso de la capacidad intelectual. Pues bien, ahora veremos ejemplos de ampliación de significado mucho más complejos, pues entre el primero, que no era insulto y el que conocemos en la actualidad se registraron un mayor número de procesos.

Zoquete del árabe suqât, 'desecho, objeto sin valor'. Documentado por primera vez en el español en 1655 con el significado de 'pedazo de madera o de pan que queda sobrante'. Parece ser que es hasta el s.XIX cuando esta palabra adopta el sentido figurado de 'persona ruda', en la actualidad, la Academia presenta como cuarta acepción de zoquete la de 'persona tarda en comprender'. Podemos observar a primera vista la evolución semántica que ha sufrido esta palabra, para conocer las causas que originaron dicha transformación, necesitaríamos realizar un seguimiento histórico detallado, sin embargo, podemos aventurar que se trata de un proceso de abstracción en el que se parte del significado de 'pedazo de madera o de pan', por la forma que poseen éstos se pasa a nombrar zoquete a las personas rudas, rechonchas, pequeñas y de allí se extiende este significado de rudo, pequeño para calificar el intelecto.

Tarugo de origen incierto, 'clavija de madera' 1ª. Documentación en 1386. Al igual que zoquete, tarugo es un término que ha pasado por varios procesos para incorporar a su significado la referencia a una "menor capacidad intelectual". La Academia nos da como primera acepción el significado de 'pedazo de madera o de pan', es decir, lo presenta como sinónimo de zoquete, es hasta su cuarta acepción que leemos "persona tarda en comprender"

Tarado participo pasado de tarar y éste probablemente del árabe tárah, 'deducción, sustracción, descuento'; parte del peso que se rebaja. 1ª. Documentación s. XV, después toma el significado de rebaja, descuento, desecho de donde se llega a tara , 'que padece tara física o psíquica'

Pendejo del latín pectinículus de pecten-inis 'pubis', en el s.XV 'pelo que nace en el pubis'. Esta palabra representa el insulto más fuerte de todas las que designan la escasa inteligencia de un hombre y, desde luego, cuando los mexicanos la utilizamos no nos referimos a lo que denotaba en sus orígenes, sino que le damos el sentido de 'estupidez en grado sumo'. Es interesante reflexionar cómo es que llegamos a ese significado, si partimos de su denotación primaria tenemos que un vello púbico resulta una cosa insignificante, pero al mismo tiempo nos remite a lo obsceno, lo sexual, lo escatológico, así decirle a alguien que era un pendejo resultaba rebajarlo a la importancia de un vello púbico (confróntese con expresiones como "eres una mierda"), con la serie de connotaciones que conlleva. Muchas personas conocen la acepción de origen de la palabra pendejo, pero no son pocas las que desconocen su primer significado, lo cierto es que los mexicanos al utilizar esta palabra nos referimos a un tipo en exceso menso.
En la actualidad, la Real Academia presenta como primer significado de esta palabra su denotación antigua ('pelo que nace en el pubis'), pero incorpora el siguiente significado en un segundo término 'hombre cobarde y pusilánime' y en tercer lugar la acepción que se refiere al intelecto: 'hombre tonto y estúpido'.

III. Conclusiones
1) El insulto cumple una parte importante dentro de la comunicación, al realizarlo no nada más decimos sino que hacemos cosas (insultamos).
2) Las groserías son palabras con una carga semántica única, por lo que no pueden ser reemplazadas por otras.
3) Las groserías, al igual que muchas de las palabras del español, han sufrido diferentes transformaciones, ya sea en su morfología, en su fonética o en su significado.
4) Dentro del grupo de las 'malas palabras' podemos distinguir un amplio grupo de términos que utilizamos para insultar a las personas refiriéndonos a su intelecto.
5) Dentro de un continuum que va de menor a mayor significado ofensivo, en el español de México, bobo representa el primer extremo, en tanto que pendejo conlleva una mayor carga ofensiva.

 


Notas:

1 Cfr. Austin, J.L. Cómo hacer cosas con las palabras. 1990
2 Esta clasificación semántica la propone Carlos Laguna en su libro Palabras y palabrotas.
3 Cfr. Joan Corominas. Diccionario crítico

 


Bibliografía:

Austin. Cómo hacer cosas con las palabras. Barcelona: Piados, 1990
Corominas, J. Y Pascual, J.A. Diccionario crítico etimilógico castellano e hispánico.
Madrid: Gredos, 1991.
Laguna, Carlos. Palabras y palabrotas. México: Publicaciones Cruz, 1988.
Moliner, María. Diccionario de uso del español. Madrid: Gredos, 1996
Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. Madrid: Espaca-Calpe,
1992.
Rius. El libro de las malas palabras. México: Grijalbo, 2001.

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