LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD PALESTINA 

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Rashid Khalidi
Titular de la Cátedra Edward Said de Estudios Árabe del Instituto de Oriente Medio de la Universidad Columbia (EE.UU.)   

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La experiencia paradigmática de la condición de ser palestino que ilustra los problemas básicos plateados por la identidad palestina tiene lugar en una frontera, un aeropuerto, un control o cualquiera de las barreras características del mundo moderno donde se verifican las identidades. Para los palestinos, las fronteras constituyen un problema y no sólo porque su identidad los exponga a las preguntas de la autoridad de turno; en muchos sitios, esta identidad es considerada sospechosa casi por definición. Por lo tanto, en cada una de esas barreras que la inmensa mayoría asume como no problemáticas, casi todos los palestinos se arriesgan a ser objeto de hostigamiento, exclusión y a veces a algo peor sólo por su identidad.

Paradójicamente, el miedo que tales líneas divisorias les inspiran engendra en los palestinos un fuerte sentimiento de reafirmación de su identidad y les hace ser conscientes de todo lo que comparten como pueblo. El hecho de verse sometidos a vejaciones especiales les demuestra que son un pueblo, aunque sólo tengan esa prueba. Paradójicamente también, Israel ha sido el responsable de casi todas –no todas- las restricciones más opresivas a su libertad de movimiento. El que los israelíes se dediquen a maltratar a otro pueblo resulta a todas luces paradójico, puesto que muchos descienden de víctimas de la persecución, los pogromos y los campos de concentración.

Uno de los temas que aparecen en el estudio de la identidad palestina es esta historia entrelazada, este contrapunto entre dos narraciones extraordinarias, y la influencia recíproca entre dos sentidos de la identidad, el palestino-árabe y el judeo-israelí, que tienen algunos aspectos en común, pero que a su vez son muy distintos en muchos otros. El hecho de que estas dos narraciones estén tan entrelazadas y concedan a menudo un significado totalmente distinto a lugares, acontecimiento y personas que son los mismos dentro del mismo territorio hace que sea difícil desentrañar la narración palestina. Asimismo, hace que sea difícil transmitir a los lectores occidentales, que en general sólo están familiarizados con las narraciones judeo-israelíes o bíblico-cristianas, cómo se ha desarrollado un fuerte sentido de la identidad nacional palestina a pesar –y, en ocasiones, a causa- de los obstáculos con los que ésta se enfrentaba. Entre las principales razones por las cuales la narración palestina resulta tan incompresible en Occidente, figura sin lugar a dudas el conflicto entre las narraciones palestinas y sionista, un conflicto surgido tempranamente en la historia de ambas, a lo largo de los últimos cien años, no milenios como proclaman algunos.

Si consideramos que la identidad es la respuesta a la pregunta “¿quién eres?”, parece claro que la respuesta de los habitantes de Palestina ha variado a lo largo del tiempo.

El tratamiento que ofrezco de la identidad en mi libro Palestinian Identity parte de la firme premisa de que la identidad nacional se construye, de que no tiene un carácter esencial o trascendente, como pretenden los apóstoles del nacionalismo. En el caso de los palestino la premisa puede demostrarse con facilidad, pero en numerosos aspectos la experiencia palestina refleja los casos de otros grupos nacionales de Oriente Medio y el resto del mundo. Tales aspectos incluyen la forma mediante la cual se reconfiguran los elementos de identidad preexistentes, el modo en que la historia se utiliza para forjar cierta visión nacional y el efecto de fuertes convulsiones de temas identitarios a lo largo de períodos breves de tiempo. De hecho, estos procesos son casi universales en la construcción de la identidad nacional. 

Entre los estudiosos del nacionalismo que consideran que la identidad es el resultado de una construcción, el historiador Eric Hobsbawm subraya “el elemento de artefacto, invención e ingeniería social que entra en la construcción de las naciones”, así como “el uso de materiales antiguos para construir tradiciones inventadas”. Por su parte, el antropólogo Ernest Gellner es aún más rotundo: “Las naciones, como forma natural y otorgada por Dios de clasificar a los hombres en tanto que un destino político inherente son un mito; el nacionalismo, que a veces toma culturas preexistentes y las convierte en naciones, a veces las inventa y a menudo destruye culturas preexistentes. Es una realidad. “Benedict Anderson va más allá y afirma que la nación es una “comunidad política imaginada” que constituye en esencia una conciencia compartida de cierto conjunto de elementos identitarios.

Puede alegrarse –como sucede a menudo en el caso palestino- que algunas identidades son recientes, endebles y artificiales, mientras que otras son antiguas, fuertes y naturales (en particular, la identidad judeo-israelí). En cualquier caso, semejantes consideraciones nunca son susceptibles de debate racional: como escribe Hobsbawm: “Ningún historiados serio de las naciones y el nacionalismo puede ser un nacionalista político comprometido. (...) El nacionalismo exige demasiada fe en lo que constituye a todas luces una mentira.” No obstante, cabría argumentar que la identidad palestina no es tan insustancial como pretenden los escépticos y que existen semejanzas fundamentales entre ésta y otras identidades nacionales, todas ellas producto de una construcción y relativamente recientes. De hecho, casi todas la identidades nacionales del mundo se remontan como máximo a un par de siglos, y los orígenes de las de Oriente Medio son mucho más recientes.

Entiendo por identidad nacional la idea de que un pueblo que habla la misma lengua, se reconoce en un pasado común y se concibe a sí mismo como pueblo debe tener derecho a vivir en un Estado nacional propio. A causa de este último requisito (vivir en un Estado nacional), no se trata sólo de un sentimiento de ser un pueblo ni sólo de que haya Estado, fenómenos existentes desde muchísimo tiempo atrás. En el sentido al que me refiero, en Oriente Medio las identidades nacionales son todas recientes sin excepción. Ello es válido incluso para las identidades nacionales de pueblos antiguos como los armenios, los Kurdos o los asirios, estados antiguos como Egipto o pueblos con antiguas raíces.

 

Al examinar los diversos elementos culturales e intelectuales que originaron la identidad palestina, debe prestarse mucha atención a los relativos al Jerusalén, que tuvo la función crucial de ser el foco de la autoidentificación de los palestinos. La función de Jerusalén fue importante porque, antes de 1914, en los últimos tiempos del imperio otomano, los palestinos tenían múltiples lealtades: a su religión, al Estado otomano y al  incipiente arabismo, así como también al país, sus regiones y sus familias. Podrían denominarse “identidades superpuestas”, un término que describe una situación donde ninguna es hegemónica. Diversas instituciones desempeñaron un papel en este proceso anterior a la Primera Guerra Mundial: prensa, escuelas, órganos del Estado otomano, clubs, bibliotecas y los grupos políticos. Todas ellas crecieron con mucha rapidez durante el período prebélico.

Vale la pena examinar algunos casos concretos que ilustran el modo en que esas instituciones moldearon en la práctica la conciencia y el sentido de identidad de los individuos. En mi libro ha investigado la biografía de dos personas que, junto con algunos de sus compatriotas, ejemplifican las cambiantes identidades de los palestinos ante de la Primera Guerra Mundial. Se trata de dos eruditos, escritores y diplomáticos sobre los que encontré amplia documentación en archivos familiares y que fueron diputados por Jerusalén en el Parlamento otomano en 1876-1878 y 1908-1913, respectivamente. Gracias al estudio de su vida y escritos, así como los de sus colegas y contemporáneos, fue posible entender la matriz de la que surgió la identidad palestina en el cambio de siglo.

EL PRIMER FENÓMENO precursor de un conflicto entre el sionismo y los palestinos, conflicto que siempre se ha centrado en el control de la tierra, fue la resistencia campesina palestina iniciada hace más de un siglo. Los primeros en comprender la naturaleza del proceso de colonización fueron los campesinos expulsados tras la compra de las tierras por parte de sionistas, casi siempre a propietarios absentistas, a finales del siglo XIX y principios del XX. La lucha de esos campesinos a favor de sus derechos alertó a los intelectuales urbanos que, a partir de entonces, tuvieron una posición destacada en la formación de la identidad palestina y la oposición al sionismo. Se trata de un caso donde la resistencia de las clases subalternas precedió y provocó la preocupación de la elites respecto a lo que luego se convertiría en un importante problema “nacional”.

Al analizar el papel de la presa en la primera reacción árabe ante el sionismo entre 1908 y 1914, encontramos las primeras pruebas de la existencia generalizada de un sentido de la identidad palestina, así como de una lealtad equiparable al patriotismo moderno. Periódicos como “Filastin”, “Al Quds”  y “Al Karmil” expresaban, tanto por el nombre como por los contenidos, esa lealtad al lugar y el sentimiento de identidad: y utilizaban con regularidad vocablos como “filistiniyun” (palestinos). Los periódicos sirvieron en Palestina y en otras partes del mundo árabe como catalizadores de las actitudes hacia el sionismo al tiempo que forjaban las ideas de identidad. Al concentrarse en el problema del sionismo, la prensa palestina y de otros países árabes vecinos desempeñó un papel fundamental en la oposición al mismo. Esto ayuda a corregir la opinión de que la identidad palestina fue exclusivamente una respuesta al sionismo; en realidad, fue también una respuesta a los árabes, los otomanos, los turcos y los “otros” europeos. Todo ello muestra con claridad que la identidad palestina ya se había desarrollado y extendido con amplitud al estallar la Primera Guerra Mundial.

EL PERÍODO DECISIVO de la construcción de la identidad palestina moderna abarca los primeros años del protectorado británico, desde 1917 a 1923, cuando la Declaración Balfour y el mandato de la Sociedad de Naciones dieron una sanción legal internacional a las reivindicaciones del sionismo y cuando el incipiente sistema de gobierno palestino se vio forzado a reaccionar ante la poderosa combinación del imperialismo británico y el sionismo, secundados a menudo por dirigentes árabes que buscaba el favor de uno, otro o ambos. El poso determinante desde una identidad árabe-otomana a una identidad palestino-árabe ocurrió a comienzos de los años 20 a raíz de un conjunto de acontecimientos traumáticos: guerra, hambruna y despoblación, el colapso del imperio otomano, la ocupación británica, la promulgación de la Declaración Balfour y el colapso del Estado árabe en Damasco.

En estas situaciones de tensión política extrema durante un breve período de tiempo, unas situaciones que con frecuencia marcan hitos en términos de identidad, se produjeron entre los palestinos rápidos cambios en las percepciones de sí mismos y los otros, así como del tiempo y el espacio. De resultas de ello, en un período muye breve, unas interpretaciones históricas prolongadas y persistentes se desmoronaron y dieron lugar a otras nuevas. Los árabes de Palestina, pese a que habían ido desarrollando un incipiente sentimiento de identidad palestina, todavía solían reconocerse antes de 1914 como otomanos, así como en términos de creencias religiosas y filiaciones locales. Después de los traumáticos cambios ocurridos a comienzos de la década de 1920, siguieron considerándose tanto árabes como musulmanes o cristianos, pero empezaron a pensar en sí mismos como palestinos. Ése fue el marco primario par la identidad a partir de ese momento y durante el resto del mandato de la Sociedad de Naciones hasta que el sentimiento de identidad palestina se vio reforzado por el trauma unificador de la desposesión de 1948. Durante el mismo periodo posterior a la Primera Guerra Mundial, muchas otras identidades de Oriente Medio se convirtieron también en dominantes, siguiendo en gran parte un camino parecido. Las que gozaron de éxito quedaron adscritas a estados como Turquía, Egipto, Siria, Iraq y, al final, Israel. Las demás, las “fracasadas”, siguieron siendo identidades nacionales en el exilio o irredentistas, como los kurdos, armenios y palestinos.

¿Por qué no desapareció la identidad palestina entre 1948 y 1967, durante los sombríos años de dispersión, exilio y sojuzgamiento? La trágica expulsión de la mitad de los 1,4 millones de palestinos de sus hogares en 1948, lejos de destruir la identidad palestina como esperaban sus adversarios, en realidad la reforzó. Esta identidad les resultó útil mientras se sumergían tras 1948 en la negra noche dela ocupación, la expulsión y el sojuzgamiento. De hecho, los acontecimientos de 1948 proporcionaron a los palestinos la memoria colectiva compartida de un trauma nacional, una memoria que constituye hasta el día de hoy una piedra angular de su identidad. En cierto modo, hoy la identidad de cualquier palestino tiene como punto de referencia insoslayable los traumáticos hechos de 1948: el lugar de donde procede un palestino es el lugar de donde su familia era originaria antes de 1948, no el lugar donde por casualidad viva hoy. 

A partir de la década de 1960, la OLP desempeñó un papel adicional en la formación de la identidad palestina retomando el tropo de que la derrota cuando todo estaba en contra era como un triunfo que había surgido de las décadas de 1930 y 1940, y que se convirtió en una manera de explicar la interminable sucesión de derrotas y reveses palestino. La OLP proporcionó también unas instituciones que, si bien no pudieron desempeñar del todo el papel interpretado por el Estado en Turquía, Egipto, Israel y otros países de Oriente Medio, fueron eficaces durante algunas décadas a la hora de proporcionar un marco para la identidad palestina. La Autoridad Palestina ha absorbido parcialmente esta función, por más que apenas haya ejercido una jurisdicción hecha jirones sobre algunas parte de Cisjordania y Gaza, al contrario de lo que había ocurrido con la hoy cada vez más moribunda OLP, que proclamaba ser el vehículo de todo el pueblo palestino, con independencia de lugar donde se encontrara.

Sigue en pie la difícil pregunta sobre cómo alcanzarán los palestinos la autodeterminación y un Estado propio, lo cual se supone que es en el mundo moderno el destino de los pueblos que tienen una identidad nacional elaborada, como es el caso de los palestinos. La pregunta no tiene hoy respuesta, pero la identidad palestina debe darse por sentada cuando se responda.

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