FRANKENSTEIN        (A PROPÓSITO DE OSAMA BIN LADEN)

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por Andrés Rivera

publicado en el suplemento Zona del diario Clarín de Buenos Aires del 7/10/2001

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Un Ulianov, a fines del siglo XIX, miembro de un grupo terrorista ruso, mata a uno de los grandes duques de la dinastía zarista. Por cierto, es apresado y ejecutado junto a otros de sus camaradas. El imperio de los Romanov lleva a límites intolerables la represión de las organizaciones revolucionarias, y la, por entonces, inabarcable Siberia se puebla de desterrados.
Ese no es el camino. Se sabe: la Rusia dominada durante más de diez siglos por banqueros, mercachifles, y una corte fastuosa de aristócratas despóticos, dueños de enormes extensiones de tierra, y de centenares y miles de siervos, estaba recorrida por una larguísima, profunda tradición del atentado individual que volteaba a éste o aquél príncipe, o al zar de turno. Fedor Dostoiewsky,el excepcional novelista ruso, formó parte, en sus años de juventud, de esos selectos, contados destacamentos que elaboraban, en tranquilas casas de la pequeño burguesía, sus inminentes martirilogios. Dostoiewsky fue llevado al paredón del fusilamiento por sus actividades terroristas, y salvó la vida por una decisión imperial. Dostoiewsky se entregó al misticismo, y su literatura intentó perfilar a los miembros, intelectuales casi todos ellos, de los pequeños clanes conspirativos. De allí, del rezo, de la impotencia y del rezo, del rezo y de la muerte, proviene aquello de La santa madrecita Rusia.
USA, y no podía ser de otra manera, también tiene sus himnos y sus consignas, pero hubo una que el 11 de septiembre estuvo en la boca de un aterido G.W. Bush y del más senil de los jubilados que hace crujir sus huesos en Miami: Dios salve a América.
¿A cuál de las Américas? ¿La del inmensurable Walt Whitman, la de Mark Twain, la que describió John Steinbeck en Viñas de ira, la Norteamérica mentirosa y pesadillesca de La muerte de un viajante, la de Carson Mc Cullers y Thomas Pynchon? ¿La Norteamérica que hoy levanta a sus mejores hijos y, pese al terror desatado por los sheriffs (anuncios de linchamiento, quema de la sede de alguna organización antiestatal; palizas a cargo de matones asalariados; pronunciamientos unánimes y enfervorizados de senadores y diputados en favor de un buscado vivo o muerto arrasador en sucias y pedregosas tierras de algún punto desconocido, obviamente, del planeta; ingresos de centenares de miles de millones en las arcas de empresas armamentistas y petroleras), y pese al tamtam patriotero, que no deja de sonar día y noche, pone a esos hijos en las calles de USA, y ellos dicen no a la guerra?
Y por recordar algo, está, claro, la Norteamérica que aupó, alimentó y tuteló a los Trujillo, a los Batista, a los generales que, en el Cono Sur, ordenaron la ejecución y violación de miles de chicos, muchachas, mujeres, hombres, viejos. Esta es la América que celebra fructíferos negocios con Osama bin Laden. Esta es la América que instruyó en las artes letales del asesinato, del complot, del soborno, de la traición, del uso de delicadísimos instrumentos de muerte a, por lo menos, dos generaciones de jóvenes árabes, universitarios ellos, integrantes de una clase media acomodada.
La pregunta es: ¿en qué punto y por qué chocaron los intereses de los orgullosos texanos y otros apátridas, y los de los sátrapas que manipulan el más inmenso lago de petróleo que se conozca en la historia de la Tierra? ¿En qué punto se bifurcaron los intereses de los Bush and Co. y los de su socio, Osama bin Laden?
¿Cuánto tuvo que ver la Norteamérica de la silla eléctrica con la puesta en marcha, marcha paciente, de las escuelas de inmolación y el auge de un coranismo exaltado e impiadoso? Dar batalla a los soldados de la URSS atea, en las áridas tierras de Afganistán, con pobres de toda pobreza, traspasados por las promesas de una vida de placeres interminables en el Paraíso que emana de un libro presuntamente sagrado, no fue una mala idea. Desplazaron, por vaya a saber cuánto tiempo, las propuestas de eliminación social de príncipes, reyes, latifundistas y multimillonarios. Pero el 11 de septiembre de 2001 probó que el Frankestein creado para abatir a los comunistas piensa por su cuenta. Y ese Frankestein camina por las calles de USA. Es refinado. Agrada a las mujeres norteamericanas, preferentemente si son rubias. Con puntualidad, reza sus oraciones. ¿Hay dudas, todavía, de que habrá nuevas demoliciones?

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