REDEFINIENDO LA PSICOTERAPIA

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Psicóloga, Quinta Médica de Reposo. Doctora en psicología clínica e investigación,Universidad de Quebec, Montreal (UQAM)

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Introducción

Situar la psicoterapia en nuevos contextos significa, de alguna manera, redefinirla y ello es la tarea principal de este trabajo. De alguna manera, lo que se pretende aquí es situar la psicoterapia en su entorno antropológico y cultural, que es de donde realmente emerge y en el cual se teje. En otras palabras, la psicoterapia se teje con todo aquello que la rodea y, por lo tanto situarla en dicho contexto humano nos dará una significación un tanto diferente de la concepción positivista en la cual ha estado inmersa dicha práctica durante varios siglos.

El contexto que perfila a la psicoterapia en esta exposición refiere a la condición humana, pretendiendo devolver al arte de esta práctica su humanidad perdida; dicho de otro modo, se trata de humanizar la psicoterapia. En este sentido preocupa menos el lugar espacial en donde dicha actividad se realiza que el espacio psíquico intersubjetivo que se crea para dicha actividad. Nos interesa aquí el perfil espacial de la psicoterapia.

El “nuevo” contexto de la psicoterapia es, así, el mundo, es decir, que la principal tarea o cometido de la psicoterapia es la de situar al ser humano en el mundo, superando el cáncer al que ha llevado al ser humano la moderna dicotomía sujeto-objeto. La psique nace allí donde hay una comunidad, donde el ser humano se siente perteneciente a algo más que a sí mismo o al mundo material. La psicoterapia, como diría Carl Rogers (1961), es una manera de devenir persona.

 

La significación de la psiqué y el “sujeto” de la psicoterapia

La psiqué, término que se encuentra comprendido en las palabras psiquiatría y psicología, refiere al alma, noción que poco o nada tiene que ver con comportamiento ni con espíritu; ni mucho menos con neuronas, cerebro o mente. No es posible definir el alma pero sí podemos intuir que está relacionada con la profundidad, con las relaciones, con lo personal ( Moore, 1998).

En busca de esa misteriosa profundidad, grandes autores han recurrido a la mitología y a la literatura. La profundidad otorga un significado, un logos; la profundidad es la dimensión del alma (Hillman, 1999).La cualidad del alma parece residir en su posibilidad de manifestarse y para dicha revelación las imágenes, las metáforas resultan adecuadas. En este sentido Thomas Moore dirá que «el alma prefiere imaginar» (Moore, 1998: 12). Efectivamente, la imaginación permite entender el mundo y sus avatares y ello es posible por su capacidad de crear, de ser y por lo tanto de conocer (Corbin, 1972). El alma, dice James Hillman, «hace referencia a la transformación, por ahondamiento, de los acontecimientos en experiencia» (Hillman, 1999: 39).

La psique parece tener la posibilidad de reflexionar sobre sí misma, es decir, es consciencia, y la consciencia es siempre consciencia de algo (Husserl, 1962); por lo que la psique está siempre relacionada y, en este sentido, es fundamentalmente intersubjetiva.

La psiquiatría y la psicología moderna han reducido la psique a algo mental, cerebral, neuronal y por lo tanto interno. Han vaciado a la psique de su contenido esencial, el alma, debido a la connotación subjetiva que dicha noción anímica aportaba a la experiencia humana. Proceso que se inicia con Descartes, el hombre de la duda existencial.

Sin embargo, antiguamente, la psique era inseparable del mundo y de la relación que se establecía en y con él (Moore, 1998). La psique estaba en todas las cosas relacionadas con la vida; tenía una dimensión exterior. Plotinio, ya en el siglo III d. C., hablando sobre los “problemas” del alma, consideró la necesidad de construir un habitáculo propio, un lugar para dar morada a lo que ella representara y al mismo tiempo sirviera de espejo para capturar una imagen de ella (Plotinio, Enéadas).

Contextualizando la psique en su entorno griego, ésta hacía referencia al principio de todas las cosas. El alma, en la época de la griega clásica, se manifestaba, se revelaba, hacía visible lo invisible. Por eso se manifestaba a través de diferentes formas como el arte (la música, la poesía), los sueños, el letargo, el éxtasis (Rhode, 1973). El alma, identificada con la sombra y las imágenes que ella proyecta, se revelaba de manera mediada. Por ello era importante el culto al alma.

La psique no nace: se hace, y esta construcción viene de la mano de la relación al otro, al mundo. Una relación mediada por la palabra y por lo tanto sacra. En este sentido, podemos afirmar que el principio de la vida humana es la relación; una relación cuyo modelo viene representado por la pareja de anfitrión e invitado (Jager, 1997). Una relación intersubjectiva que requiere de la presencia y manifestación de dos sujetos emancipados, libres. Tal y como lo refleja la pintura de Miguel Angel sobre la creación de lo humano, dicha creación, encarnada por la figura de Adán, no es una creación de la nada sino el establecimiento de una nueva relación entre creador y criatura; ambos como sujetos emancipados que intentan restaurar esa dolorosa separación a través de su unión (Jager, 1997). En el fresco vemos a Dios dejando ir de sus manos a Adán. Miguel Angel captura este momento de creación como un momento de emancipación de Adán en tanto que objeto de su creación, lo que transforma a ambos en sujetos emancipados capaces de relacionarse de otra forma que la de amo y criatura. En este mismo sentido, Mahler et al (1975) consideran que el nacimiento psicológico del ser humano comienza en este movimiento de emancipación que inicia el infante con respecto de su madre. Y es en este mismo sentido que entendemos cuando Moore (1998) afirma que la psique es lo que nos hace humanos. La condición psíquica, humana, viene dada por esta inserción en el mundo humano, es decir, en un mundo de vecinos, en un mundo común, compartido, en donde el otro existe como sujeto diferente de mi, emancipado, y no como objeto.

En este sentido, lo que ocupa a la psicoterapia no es la mente, ni el espíritu, ni los trastornos, ni los comportamientos, sino el alma, es decir, todo aquello que tiene que ver con la existencia humana y su relación con el mundo, tanto en su sentido patológico, es decir, dolorido, como en su sentido “saludable”. Pero entonces, ¿qué significa psicoterapia?

 

La significación de la psicoterapia

Psicoterapia, término compuesto de psique y terapeia, hace referencia al cuidado del alma, no a su tratamiento (Hillman, 1999).

Cuidar en su sentido etimológico moderno deriva del latin cogitare, es decir, pensar, de donde se pasó al significado de poner solicitud, estar atento a (Corominas, 1986). En este sentido, cuidar, es decir, hacer terapia o terapeia, sería pensar, reflexionar; actividades que poco o nada tienen que ver con el concepto médico de enfermedad ni con su derivado terapéutico de tratamiento. La reflexión y el pensamiento van en paralelo con la palabra, el logos. Pensamiento y palabra están estrechamente imbricados. Pero ¿qué significa pensar, reflexionar? Martín Heidegger (1958) desarrolla dicho parentesco en su brillante ensayo sobre el significado del término logos, y sobre el pensamiento y la habitación humana. El pensamiento humano, a través del logos, de la reflexión, permite al ser humano construir una morada y habitarla. No se trata de una construcción física sino de cultivar. En otras palabras, el pensamiento, la reflexión, el logos, permite crear un espacio-tiempo en donde, en este caso, las experiencias psíquicas tengan una morada, un “lugar” para poder abordarlas de manera reflexionada. Ese espacio, dirá el autor, es un espacio “entre”, en este caso, entre las personas que se involucran en dicho proceso terapéutico. La palabra pensada, reflexionada, no cabe sino dentro del espacio dialógico, fundamentalmente intersubjetivo. La construcción de dicho espacio tiene que ver con la cultura, en el sentido de cultivar, es decir, de cuidado, de culto. En este sentido, el cuidado del alma hace referencia a toda una serie de aspectos que poco tienen que ver con la medicina y la biología. Hablamos aquí de cultura, es decir, de literatura (escritura y lectura), de religión, de arte, de imaginación, de metáforas; aspectos todos ellos que tienen estrechamente que ver con el cuidado, la psique y la terapia. Los sueños, los recuerdos, las imágenes, las narrativas, constituyen maneras de reflexionar sobre la vida; son maneras de contar y dar vueltas a la experiencia de la vida; son formas de metaphorein, es decir, de transferir, de trasladar, de cambiar de perspectiva, a partir de lo cual el problema, como tal, desaparece.

El cuidado del alma en la modernidad ha puesto excesivo acento en el cambio

–modelo productivista del primer capitalismo– sin considerar lo mucho que se puede lograr “no haciendo” (Moore, 1998). Y ponemos comillas al “no haciendo” porque escuchando y narrando ya se está haciendo algo, un algo material. No podemos subestimar el “poder” de la palabra y arrinconar su estrecho vínculo con la psique.

El cuidado de la psique hace referencia a un proceso continuo que no tiene tanto que ver con la enfermedad como con la vida; hace referencia a la atención, a la dedicación, a la ocupación, al culto. En este sentido, el primer paso de la psicoterapia será ante todo de entender, de comprender la psique a través de la comunicación, las relaciones sociales, la dimensión espiritual, la cultura.Con ello, la psicoterapia se aparta del modelo médico hegemónico para reemplazarlo por otros como el narrativo (comunicacional), el sociológico, el antropológico, el religioso (Hillman, 1999).

La psicoterapia, dentro del modelo médico hegemónico en donde se ubican la psiquiatría y la psicología modernas, ha sido entendida como sinónimo de tratamiento: si no directamente de un tratamiento médico, farmacológico, sí de un tratamiento psicológico, partiendo así de la premisa de que algo va mal (Hillman, 1999). En este sentido, la psicoterapia ha tratado de erradicar, de corregir, si no aliviar, los síntomas que el enfermo aportaba sin prestar atención al significado de dichos síntomas, desde su perspectiva y contexto.

La psicoterapia, entendida aquí como el cuidado y no la cura del alma, no pretende resolver problemas, erradicarlos, sino más bien devolverlos a la persona, intentando buscar un sentido. La “enfermedad”, dentro de esta óptica, no sería más que una manera de manifestarse de la psique para la cual habría que descubrir el mensaje, el sentido. En este sentido, la psicoterapia busca conocer no tanto la “enfermedad” como al enfermo y en este conocimiento amoroso, caring, el ingrediente principal es el amor. En el griego antiguo el verbo conocer era el mismo término que designaba el encuentro sexual. Así,la relación etimológica entre conocer y amar es estrechamente próxima. Esto significa que no podemos conoceral ser humano sin amarlo, es decir, el conocimiento humano implica una unión, una participación dialéctica con el otro (May, 1994). Ya antes, Miguel de Unamuno (1958) decía que amar es una forma de conocer especialmente aquello que está invisible y oculto. Tenemos que recordar que en el mito griego la psique, representada por una mujer joven y bella, estaba estrechamente unida a eros (Hillman, 1999).

Para entender o comprender lo primero es observar, esto es escuchar; considerar atentamente lo que el sufrimiento, el pathos, está revelando a través de los síntomas, los cuales ofrecen una oportunidad para reflexionar. Intentar erradicar los síntomas sin entender su sentido puede perfectamente conducir a lo que los psicoanalistas han llamado resistencia. La psiquiatría y la psicología modernas han hecho de los síntomas un enemigo y lo han tratado como si de un virus se tratara.

El cuidado del alma tiene que ver con una vida profunda, plena, auténtica y no es un método de resolución de problemas. Cuidar la psique tiene que ver con el saber vivir, con el sentido de las cosas y por lo tanto, con el cultivo de la vida.

La propia reflexión de lo que está pasando, de lo que ocurre, supone en sí mismo ya un cambio, pero no se trata de un cambio de acuerdo a un plan o a una intervención. Al contrario, si procedemos a la escucha con atención e imaginación, los cambios se producen sin casi percibirlos. La búsqueda obstinada de un cambio puede en sí provocar paradojicamente la persistencia del problema (Watzlawick, 1994). No podemos olvidar que el cambio es algo “espontáneo”, “natural” (Watzlawick el al, 1975), y por lo tanto fluye con el propio evolucionar del ser humano. Por otro lado, sabemos que la comunicación, la palabra del diálog, tiene efectos poderosos sobre el ser humano puesto que influyen en los estados anímicos, las opiniones y los comportamientos. Baste aquí recordar el inestimable valor que tenían los presocráticos por la retórica y el método mayéutico del sofista Sócrates. Nuestra tradición occidental judeo-cristiana ha recogido este principio, plasmado en el libro sagrado, la Biblia: “y al principio fue el verbo”. La palabra, elemento simbólico por excelencia, representa la coordenada de donde lo humano no puede salirse. Lo humano está configurado en la palabra, en la comunicación y a su vez, ésta configura lo humano. En nuestro lenguaje, sólo podemos crear imágenes de la realidad y es a través de estas imágenes habladas que la realidad humana se expresa. Pero al igual que el alma, la realidad, la existencia, sólo pueden revelarse, manifestarse. En este sentido, la psicoterapia, entendida como el cuidado del alma, es decir, como el cultivo de aquello que condiciona al ser en tanto que humano, tiene más relación con la semiótica, la retórica, la comunicación, el arte, la ética que con la medicina como tal y por supuesto con la ciencia.

El cuidado del alma exige una manera de hablar y de comunicar diferente a la que utiliza la psicoterapia, practicada por la psicología y la psiquiatría. Se emparenta con el arte del cuidado y por lo tanto sólo puede expresarse en imágenes poéticas. La mitología, la literatura, los sueños, las religiones nos proporcionan imágenes de un inestimable valor,a través de las cuales, es decir, gracias a su poder de mediación,el alma y sus misterios se revelan. El misterio de la vida humana, como se ha subrayado aquí, fue explorado por mitógrafos, trágicos de la antigüedad, médicos renacentistas, poetas románticos y modernamente por psicólogos y psiquiatras (Moore, 1998). Se requiere de una amplia visión parasaber que en el ser humano se encuentra el cielo y la tierra, es decir, el cosmos. Conocer pues lo humano y su condición, requiere conocer el cosmos. Y esto es lo que aconseja Paracelso, médico del renacimiento:

«Si el médico entiende las cosas exactamente y ve y reconoce todas las enfermedades en el macrocosmos externo al hombre, y si tiene una idea clara del hombre y de su naturaleza entera, entonces y sólo entonces es un médico. Entonces puede aproximarse al interior del hombre; puede examinarle la orina, tomarle el pulso y comprender a dónde pertenece cada cosa. Esto no sería posible sin un conocimiento profundo del hombre externo, que no es sino el cielo y la tierra» (Jocobi, 1979: 63).

 

La significación de psicopatología

El significado que se ha dado modernamente al término patología denota la influencia de la medicina. De hecho, la mayor parte de trastornos mentales y de comportamiento han sido introducidos por la medicina psiquiátrica y, en consecuencia, pensamos en términos de enfermedad. Es importante precisar la tendencia por parte de esta rama de la medicina a patologizar, es decir, «a considerar que casi todas las formas de conducta humana son enfermedades» (Szasz, 1994:58).

Psiquiatría y psicología positivistas se han aferrado a un marco conceptual obsoleto pues dicha tendencia se modeló siguiendo el determinismo causal de la física clásica, aplicado a lo humano. Al aislar las enfermedades del enfermo, los síntomas de la enfermedad, al enfermo de su entorno; al confundir enfermedad con síntomas, el sufrimiento con lo patológico o desviado, dichas disciplinas han intentado obtener leyes psicológicas, olvidándose del contexto social y cultural del cual estas supuestas enfermedades emergen. La omisión en las teorías psíquicas acerca de la moral, la ética, la política, la religión, la cultura, la literatura, la verdad, el amor, la existencia, la angustia, las normas y un sinfín de cualidades humanas han alejado al ser humano de la realidad y a su condición de habitante en el mundo la han reducido a alienígena, produciendo un sufrimiento innecesario que no se corresponde con ninguna patología individual.

Etimologicamente, la psicopatología, significa el pathos de la psique, es decir, sufrimiento del alma, dolor estrechamente ligado con la pasión, otra de las acepciones de pathos. En este sentido, la psicopatología hace referencia a la lógica, es decir, a la palabra del sufrimiento (tristeza, aflicción), de la pasión del alma. Esa pasión de volver a ser uno con el mundo, regresando así al paraíso perdido. Pero como bien subraya Marie Cardinal (1991), ser uno es inhumano y por lo tanto incomprensible. Podríamos pensar en la psicopatología como uno de los lenguajes de la psique. En este sentido, la psicopatología sería más bien la expresión de este querer salirse de la condición humana que es la intersubjetividad, es decir, la relación con el mundo y con los otros; salirse de la condición humana configurada por el lenguaje, apareciendo así otras maneras de hablar de este sufrimiento que entendemos por síntomas. La sintomatología es un lenguaje mudo que requiere no de su erradicación sino de su inserción en el mundo intersubjetivo y relacional para que así cobre sentido. En la psicopatología hay una desmesura, algo excesivo, algo fuera de los límites humanos. Se podría decir que la psique utiliza la aflicción para hablar de ella y, en este sentido, la patología forma parte de la psique. Se trataría así de entender y escuchar lo que dicha aflicción, lo que dicho sufrimiento tiene que decir. Por ello, encontrar, crear, cultivar un espacio parece el paso preliminar de una terapia. No tanto el diagnóstico, como la creación de un espacio en el que recibamos a la persona que sufre, como un anfitrión recibe a un invitado. Una de las tareas de la psicoterapia es conceder una audiencia al otro, al que sufre. Pero sin olvidar que la psicoterapia no hace referencia solamente al dolor sino al cuidado del alma, es decir, a la práctica de un estilo de vida, de una manera de dar profundidad y significado a la vida, a la existencia, a lo humano.

La psicoterapia, dentro del marco médico y psicológico moderno, ha consistido en “tratar”, erradicar sin obtener grandes resultados, dichas patologías, siguiendo métodos que poco tenían que ver con la psique y su funcionamiento. Porque de alguna manera las drogas, esto es, los medicamentos, han reemplazado progresivamente a la palabra.

 

La medicalización de la (psico)terapéutica

La práctica psicoterapéutica moderna está dominada por la fantasía de la patologízación (Hillman, 1999: 187), es decir de la anormalización de lo humano. A partir del paradójico “Siglo de las Luces”, la profesión médica se apropia de la “psicoterapéutica”, siendo el siglo XIX el siglo de oro para la cimentación de dichas prácticas, cada vez más sofisticadas (Foucault, 2000). La psicología –tras separarse de la filosofía– se unirá al pensamiento cientifista de la medicina, desde dónde tratará también la psique, desarrollando así toda una serie de escuelas de psicoterapia. La psique se desplaza a lo mental y se define la “enfermedad” a partir de los síntomas que ayudarán a clasificar y diagnosticar. Aparece la clínica de la enfermedad mental del lado de la sinrazón, de la anormalidad, de lo erróneo (Foucault, 1999). La psicoterapéutica gira en torno al concepto de cura, cuyos modelos parecen haber variado bastante desde entonces, mas sin embargo, el trasfondo sigue siendo el mismo: alejar la psique de la concepción de lo humano. La excepción a dicha concepción mecanicista de la psique y de su tratamiento viene de la mano del existencialismo y de la fenomenología que influenciarán una parte de la psiquiatría y de la psicología, creando escuela e intentando devolver la psique a su lugar en el mundo, en una palabra, humanizar. Esta perspectiva, totalmente legítima desde el paradigma científico, pretende devolver a la enfermedad, el dolor y el sufrimiento su cualidad de ser inseparable de la condición humana (Skrabanek,1999). Gracias a la aportación de la hermenéutica, la psicoterapéutica fenomenológica y existencial pone el acento en la significaciones, en la narrativa, en el diálogo, en la metáfora, en la imaginación, en el mito, en el diálogo, intentando partir de la perspectiva del otro, es decir, del “enfermo”, siendo conscientes de la participación activa del “curandero” en la construcción de la enfermedad de la psique. No se parte necesariamente de la enfermedad, del sufrimiento, sino de aquello que condiciona y permite desarrollar la humanidad. En este sentido, tanto la enfermedad como el sufrimiento aparecen como posibilidades a través de las cuales el ser humano se “realiza”. Las fronteras entre la razón y sinrazón, entre la locura y lo normal se borran pues éstas aparecen claramente marcadas por la moral, la política y la economía. La experiencia, las relaciones, la vida vuelven a estar en el centro de la psicoterapia. El cuidado vuelve a entrar en escena y no necesariamente de la mano de la lógica intelectual sino del eros expresado en atención, escucha, diálogo que tiene más que ver con el arte que con la ciencia. En este sentido, lo relativo a la psique requiere reflexión y por supuesto crear un espacio de encuentro.

 

Implicaciones de la psicoterapia en este nuevo contexto

Institucionalmente hablando, el concebir la psicoterapia como el cuidado del alma, tal y como ha sido desarrollada en esta comunicación, rompe con la concepción médica en la cual la psicoterapia se practica en la actualidad. Queda en entredicho la jerarquización de la relación médico-psicólogo/paciente-enfermo-cliente así como disuelta queda la obsoleta dicotomía sujeto-objeto. La psicoterapia es una construcción intersubjetiva, relacional y por lo tanto ambos participantes están en ella, contribuyendo de manera activa en dicha creación.A partir de esta premisa es menester que la persona que se dedica a ello requiera de una supervisión sólida para que tome consciencia de su propia psicología y de cómo ésta puede estar condicionando la del otro. Sería interesante, en esta misma línea, que la persona del psicoterapeuta sea capaz, a su vez, de crear este mismo espacio para reflexionar sobre sí mismo antes de comenzar a saber sobre sí mismo a través de los “enfermos”.

La psicoterapia requiere tanto de un saber técnico como de un saber estar que tiene tanto o más que ver con la habilidad y la actitud de la persona que la práctica. De hecho, al estar separadas técnica y actitud, no podemos olvidar cómo la técnica configura al psicoterapeuta y por ende, al “paciente” cuando la técnica debiera pasar a un segundo plano.

En este sentido, estas personas requieren de una sabia humildad capaz de poder reconocer en el otro esa maestría, expertise, que las personas que sufren, poseen de su propio sufrimiento.

La persona del psicoterapeuta debe conocer la profunda angustia que despierta en ella el encuentro con el otro; encuentro susceptible de remover las profundidades psíquicas de la persona psicoterapeuta y evitar así la moderna resolución a dicho conflicto que ha sido la de tratar y objetivar al otro, al que sufre, en tanto que “paciente”, focalizando solamente en ciertos mecanismos de su comportamiento y por lo tanto en la técnica. Esta focalización ha permitido distorsionar, además de su propia realidad, la realidad del “enfermo”, puesto que no ha podido realmente ver, entender, comprender, conocer, a la otra persona. En otras palabras, la técnica, al igual que los datos, deben subordinarse al hecho o realidad del encuentro entre dos personas.

La formación para la psicoterapia, en este sentido, requiere además, de todo un bagaje cultural amplio relacionado con las humanidades, entendiendo éstas como un conjunto de saberes relacionados con la condición del ser humano en el que se incluyen la religión, la literatura, los mitos, las artes.


Bibliografía

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