TRES DIVERSOS ABORDAJES DE LA POESÍA AMOROSA MEXICANA

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Raúl Bañuelos
Departamento de Estudios Literarios
Universidad de Guadalajara

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El asunto amoroso en la poesía mexicana ha sido tratado en sus amplísimas gamas de posibilidades. Veamos algunos ejemplos.

En Ramón López Velarde el amor no es llevado a término. Prefirió poseer a la mujer ideal en pensamiento puro, en palabra ardorosa y encabritada; prefirió eso que entablar una relación completa. "Posesión por pérdida" escribe José Emilio Pacheco a propósito de ello sobre el poeta zacatecano, citando al Denis de Rougemont de El amor en Occidente, libro clásico sobre el tema. Es decir: posee a la mujer en imagen solamente, perdiéndola; pero la posee siempre: ideal, pura, perfecta, inmarcesible.

Por otra parte, en Rubén Bonifaz Nuño el amor si es llevado a término, con sus felices e infelices consecuencias: felices en cuanto a que es una experiencia de altísimo y primerísimo nivel humano; infelices porque la entrega amorosa es a su ves posesión amorosa, posesión y entrega que al ser inmersos en las rutinas de la cotidianidad, de la existencia, transladan la relación de la pareja a un desgaste muchas veces inevitable.

Finalmente, en Octavio Paz la pareja plenamente amorosa es utópicamente la puerta de entrada hacia la comunión de todo lo existente.

A continuación voy a desglosar y a ejemplificar brevemente las anteriores afirmaciones.

La mujer de López Velarde es (en su propio poema): "vaso de devoción como la virgen María". Es la adoración sin la (entre comillas) "mancha" de la sexualidad actuante. Donde: "el amor / jamás se contamina".

La unión o comunión que el poeta propone es la del puro espíritu. Ni siquiera a través de la unión católica (a cuya creencia se afilia López Velarde) se ha de realizar la entrega completa de los amadores. Dice: "Yo te convido dulce amada,/a que te cases con mi pena". Y para hacerse más plenamente pena sucede -tal matrimonio- un viernes de Dolores. Dice:

Tu paz -¡oh paz de cada día!-
Y mi dolor que es inmortal,
Se han de casar, Amada mía,
En una noche cuaresmal.

Tal situación -real e inventada- no vence los deseos. El deseo sexual deja su huella en el poeta a través del "calosfrío" frecuente que le pone la piel erizada , y de la "infinita sed de amar", pero no hay la búsqueda que lleve al amante a realizar sus amores. Por el contrario, en el amor que ofrece se lleva a sí mismo al sacrificio. Dice:

"el madero pesado/
en que me crucifico por tu amor."

Sólo ha una santa ambición por la mujer amada. No va más allá porque él la califica como una mujer sin pecado: "la mujer más pura", dice. Y considera a su cuero como una " pecaminosa entraña." La idealiza tanto que la compara con una santa: santa Cecilia, quien lo puede transportar al Paraíso perdido. Con su mujer amada habla de "nupcias incruentas", donde la mujer sería una virgen perpetua:

"Dos fantasmas dolientes
en él seremos un tranquilo amor,
en connubio sin mácula yacentes;"

Ella es una inalcanzable torre de marfil, y afirma que el sacrificio de los amantes, que consiste en -paradójicamente- no amarse, tiene un poder contra la muerte. En ella no hay -dice- "pagano sensualermo" sino sacrificio religioso en el otro extremo, sueña haber sido árabe, para tener muchas mujeres con el aval de su religión.

Con Fuensanta se da una relación casta -donde hasta el beso es inaccesible- opuesta a "mi experiencia licenciosa y fúnebre". La única posibilidad soñada es la de besar su mano "devotamente". Un beso religioso, lejano del erotismo o la lujuria.

El poeta es el celebrador de la belleza de la mujer amada: "mi dulce ruego/ha de loar tu belleza" no más. Pues -como a una flor- hasta una caricia puede maltratarla. Ella es tan vaporosa y frágil, tan aérea y tan poco terrenal, que cruza el mundo con "ingrávidos pies". En la visión del poeta religión y belleza van juntas; no puede haber una mujer bonita que no sea devota: "no hay una cara hermosa que se quede sin misa", dice.

La vida platónica de que toda belleza es buena de que la belleza y el bien son dos olas del mismo vuelo se proyecta constante en los poemas de Velarde (José Juan Tablada en el Retablo que escribió a en memoria, lo retrató con ambos valores: "La belleza le dio un ala; la otra el bien". Allí mismo dice: "No se ha visto/ poeta de tan firme cristiandad".

Cristiano católico, educado en los conceptos decimonónicos de los pequeños pueblos mexicanos, se vio marcado con enorme fuerza por dos elementos opuestos: su sensualidad y su ilimitada conciencia del pecado. Extremas ambas. Aguijoneantes. Su afán perenne de veneros femeninos va de lo franciscano a lo polígamo; lo lleva y lo trae de Arabia a Israel. Tiene una "sed constante" de la mujer, que huye y que regresa. Huye por el miedo a pecar y regresa porque, "atávicamete, soy árabe sin cuitas", dice. "Atávicamente": palabra esencial para mirar la hondura y la fuerza de su conflicto.

Como escribe Guillermo Sucre, "Todo en esta poesía está impregnado de erotismo". El mismo López Velarde escribe: "nada puedo entender ni sentir sino a través de la mujer".

Podríamos hacer una gráfica de la expresión amorosa en la obra poética de Bonifaz Nuño. Comenzaremos por mencionar un amor no platónico, pero sí un tanto idealizado. El amor, más que un hecho, es un propósito y un deseo:

Vamos desesperadamente
perdidos, tendiendo los brazos.
Buscamos sin hallar, pidiendo
en vano siempre, recordando,
llamando sin que nos oiga.

En la etapa madura de Bonifaz no hay posesión por pérdida como en López Velarde, ni hay pérdida por posesión como en Sabines. En este momento de su obra la relación de pareja es una mutua pertenencia y de una legítima exclusividad que se da no sólo en cuestión de personas -no hay promiscuidad, claro- sino también en cuestión de cosas. Hay en esta relación lo que se ha dicho de los místicos respecto a Dios: una atención amorosa que se divide en dos: contemplación y acción. Contemplación del ser amado, y acción hacia sus actos y sus necesidades.

Bonifaz consigna su asombro hasta por cualquier mínima cosa cotidiana que hace su persona amada:

Antes de amarte ni siquiera
te vi, no vi siquiera lo que estaba
en mis ojos, que tenías una luz
y un dolor y una belleza que no era
de este mundo. Hoy aprendo a mirarte,
a estar contigo, a saber deslumbrarme,
crédulo, humilde, abierto, ante el milagro
de mirarte subir una escalera
o cruzar una calle.

Finalmente, el amor es llevado por Bonifaz hasta el extremo, sacrificándose por la mujer amada, ofreciendo su último servicio: le pide a la mujer amada que cuando él ya le sea inútil, sea viejo, lo deje, porque ya no le puede servir:

Amiga a la que amo: no envejezcas.
Que se detenga el tiempo sin tocarte;
que no te quite el manto
de la perfecta juventud. Inmóvil
junto a tu cuerpo de muchacha dulce
quede, al hallarte, el tiempo.

(...)

Y cuando me haga viejo,
y engorde y quede calvo, no te apiades
de mis ojos hinchados, de mis dientes
postizos, de las canas que me salgan
por la nariz. Aléjame,
no te apiades, destiérrame, te pido;
hermosa entonces, joven como ahora,
no me ames; recuérdame
tal como fui al cantarte, cuando era
yo tu voz y tu escudo,
y estabas sola, y te sirvió mi mano.

Aquí el amor también es omnipresente y se detiene el paso del tiempo para la mujer amada, en contra de sí mismo: yo me sacrifico; tú guárdate hermosa, y déjame cuando ya no te sirva, y "recuérdame tal como fui al cantarte".

La exclusividad del amor en la relación de pareja en Bonifaz es uno de las tres afluentes que van a dar al río central de su obra. Los otros dos afluentes son la poesía y el ser humano. El río central es la vida considerada como sagrada.

Y en la plenitud de la entrega el amador se transforma en la persona amada:
soy las paredes de tu casa, el lecho
dócil, mudo y exacto de tu río;
sólo tu voluntad es mi albedrío,
estás en mí bajo tu propio techo.
Soy lo que quiero ser, no más que un modo
de que te sientas bien, clara y tranquila,
como a veces el mar sobre las playas.
Ya me tomaste para ti del todo,
ya lo que no era tuyo se aniquila

En el pensamiento utópico, según Horheimer, se critica lo que es y se representa lo que deber ser. En Piedra de sol, Octavio Paz critica las guerras, las mentiras, la corrupción, las esclavitudes, las "máscaras podridas que dividen al hombre de los hombres" y de sí mismo: critica lo que existe negativo en el mundo. Y, en el otro extremo, representando lo que debe ser, arriesga un deseo altísimo: la comunión de todos los seres humanos a partir de la unión completa de la pareja varón-mujer. Se deja de ser "fantasma con un número/ a perpetua cadena condenado". Se encuentra el ser total y en plenitud. Se derrumban los límites, se toca a las puertas del cielo que se abre y recibe a los comulgantes y "todo cambia", se transfigura, se vuelve otro: sagrado. Las clasificaciones temporales estallan y queda abierto el tiempo sin tiempo: se hace presente el "instante eterno", "no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres". Hasta las identidades personales se desbordan como una realidad provisional al acceder a la máxima estancia. El cuerpo y el alma separados de los dos amadores amantes rompen sus diques y se integran necesariamente en el uno completo, absoluto, que están siendo amándose: "verdad de dos en sólo un cuerpo y alma", dice el poema. Todo vuelve al mítico primer día, al de la Edad de Oro, al tiempo ideal, al tiempo sin tiempo del paraíso.

"El mundo se despoja de sus máscaras", dice, y todo se vuelve claro, limpio y verdadero ("vibrante experiencia"). Todas las cosas, laterales, provisionales, de la existencia, suman su valía y confluyen en la esencia central, la "sustancia de la vida". Lo que no vale se desbarata, es destruido, cae al vacío.

Estar en el mundo es vivir inmerso en lo provisional intermitente. Los instantes de plenitud son la manera de recobrarnos pristinos a nosotros mismos, de recuperar lo que en nosotros es belleza inmarcesible, vivir la unánime presencia de la luz que no muere, experienciar el deslumbramiento de las apariciones memorables. Volar en los bosques de la música intraducible. Encontrar el espacio del vuelo para las alas del fulgor profetizado. Vivir adentro de la libertad sin límites en el color pleno de la dicha. Ir de los instantes felices a los tiempos felicísimos. Besar infinitamente los labios de la dicha bendecida y benedicta. Dice Paz: "el mundo cambia si dos se besan".

Finalmente en Piedra de sol Paz propone vivir el tiempo arquetípico, llegar al mediodía de los abrazos desde los sueños colibríes y entigrecidos. Los instantes hermosos de la comunión vividos en el mundo se vuelven fragmentos al imán que busca centralizarlos y transfigurarlos, hacerlos completitud, universales desde lo cotidiano sacralizado. La otra orilla conectada a ésta por el río de la unión amorosa de la pareja humana.

Parafraseando la teoría de Antonio Machado sobre la poesía, la utopía paciana es vida esencial en el tiempo. Así, es un tiempo aparte, es el "instante eterno". Está el deseo de vivir la vida como si fuera nueva cada instante. Vivir lo insólito cotidianamente. El milagro de la vida todos los días encarnarlo en la vida personal de cualquiera y de uno. Escribe Paz:

todo se transfigura y es sagrado,
es el centro del mundo cada cuarto,
es la primera noche, el primer día,
el mundo nace cuando dos se besan,
gota de luz de entrañas transparentes
el cuarto como un fruto se entreabre
o estalla como un astro taciturno.

(...)

los dos se desnudaron y se amaron
por defender nuestra porción eterna,
nuestra ración de tiempo y paraíso,
tocar nuestra raíz y recobrarnos,
recobrar nuestra herencia arrebatada
por los ladrones de vida hace mil siglos,
los dos se desnudaron y se besaron
porque las desnudeces enlazadas
saltan el tiempo y son invulnerables,
nada las toca, vuelven al principio,
no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres,
verdad de dos en sólo un cuerpo y alma,

oh ser total...

Eliot escribió que hay tres características fundamentales en un gran poeta: EXCELENCIA, ABUNDANCIA Y DIVERSIDAD. Podemos decir entonces que en nuestro país hay una gran poesía amorosa; excelente, abundante y diversa como en Paz, Bonifaz Nuño y Ramón López Velarde.

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