FALACIAS DE LA CRÍTICA RADICAL EN TORNO AL PROBLEMA DE LAS NECESIDADES

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Universidad Nacional de Córdoba 

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II Congreso Interoceánico de Estudios Latinoamericanos

11 al 13 de setiembre de 2003

Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo

Mendoza, República Argentina

 

Sujeto y utopía. El lugar de América Latina

 

Resumen 

Continuando las reflexiones de Arturo Roig sobre el problema de las necesidades, el objetivo de este trabajo es mostrar que el argumento que avala la tesis de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau como exponentes de la crítica radical, acerca de que las necesidades son un acto de abstracción, es inconsistente y además se incurre en una de las falacias propias del postmodernismo. En particular me centraré en la noción de discurso que sustenta la crítica radical, así como las consecuencias que podrían sacarse de la inconmensurabilidad entre ética y política para problemáticas propias de Latinoamérica.


La crítica radical, entre cuyos exponentes se encuentra Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, consiste en la deconstrucción de cualquier tipo de fundamento (1996 y 2000). El ámbito de lo político se define por el antagonismo social y por lo tanto, los fundamentos no son ni trascendentales, ni naturales, ni a prioris respecto a la constitución de los sujetos en este ámbito. Este ejercicio crítico es el único capaz de garantizar la democracia radical, entendida como la práctica política que señala la necesidad de que las significaciones consten de múltiples aspectos, sean dispersos y se resistan al cierre permanente.

La crítica radical incorpora una teoría del discurso para explicar el juego de lo político. En este punto es importante destacar la distinción que realiza Mouffe, entre ser y existencia (2000: 114 a 117). Para esta autora Las cosas solo tienen ser dentro de una cierta configuración discursiva o ‘juego de lenguaje’ o, valga decir, lo real, todo lo que tiene ser, es producto de la discursividad social. El carácter discursivo de un objeto no significa poner su existencia en cuestión, o sea, que esté presente aquí y ahora independientemente de mi voluntad. Citando un ejemplo de la autora, un objeto esférico existe, pero lo que éste sea, puede responder a diferentes significaciones, a partir de ciertas relaciones con otros objetos y reglas socialmente construidas. Una esfera puede ser una pelota de fútbol y un sujeto un jugador. Esta noción de regla vale para la definición de una ‘pelota’ pero puede extenderse a la totalidad de lo social, puesto que en la constitución de la sociedad no hay regla en última instancia. Las significaciones son siempre relativas, y se extienden también, como lo hace notar Mouffe, a los hechos de la física y la biología, para la cuál son también reducidos a hechos discursivos y, por lo tanto, decir que son naturales es ya una construcción.

Focalizando en la problemática de las necesidades que nos ocupa, se sigue de lo expuesto que las necesidades, cualquiera sean, no pueden ser independiente de toda estructura discursiva: la supuesta “necesidad” que es común a todas las sociedades es un acto de abstracción por nuestra parte. Este acto puede ser justificado sobre bases analíticas o científicas, pero esto no nos autoriza a hipostasear una entidad abstracta y dotarla de una existencia concreta (2000, 228).

En lo que atañe a Roig de ninguna manera las necesidades puede reducirse a un acto de abstracción. Esto puede verse más claramente cuando entra en diálogo con autores postmodernos, tal el caso cuando entabla una polémica que constituye a Baudrillard como un contrincante (2002, 127 a 130). Roig le atribuye a Baudrillard considerar que las necesidades, incluidas aquellas indispensables para la sobrevivencia, son de naturaleza puramente ideológica, posición idealista, -aunque desde un estructuralismo anti metafísico-, que el filósofo argentino no puede dejar pasar por alto. Según la lectura roigiana para Baudrillard no existiría diferencia entre las necesidades que surgen de un “mínimo antropológico” y las que están “por encima” y que tienen su origen en lo que podríamos considerar como convenciones sociales. Hay necesidades biológicas mediatizadas por la cultura o, lo que es lo mismo, lo puramente biológico se da mediatizado, pero éstas se presentan con una aprioricidad imposible de negar sin caer en posiciones de algún modo relativistas. Razón por la que el filósofo mendocino prefiere hablar de una primera naturaleza, como un momento “cero” de la cultura (2002, 82) arraigada en el a priori biológico y una segunda naturaleza que sería la cultura.[1] La contienda con Baudrillard no va más allá, pero siguiendo esta línea es nuestra intención prolongar la discusión con Laclau y Mouffe.

 

Desde el esquema de las ideas de Roig, puede argumentarse en con-tra de la afirmación de Mouffe, de que todo ser se construye únicamente a partir de lo discursivo. Nos imaginamos que Roig lo que está pensando es que el problema de Latinoamérica es el problema por la subsistencia,[2] algo así como decir que nuestro problema es existir como hombres: a la lucha por la dignidad como pueblos se ha sumado el más profundo y grave de la sobrevivencia como humanidad (2002, 78). Con esta apoyatura, acudimos a un contraejemplo. En vez de un cuerpo esférico tomaremos el hecho de que algunos hombres tienen hambre. Ahora bien, según Mouffe, qué pueda ser este hecho es una construcción discursiva, por lo tanto, histórica y contingente, múltiples significaciones pueden fijarse al respecto. Al incorporar la noción de discurso no hay manera de obturar relecturas del mismo hecho, las posibilidades de construir puntos nodales de sentido son infinitas.[3] La razón, no puede otorgar un fundamento último para decir que “el hambre es una injusticia” o que “el hambre es una vergüenza para la humanidad”, pues postular aquéllos implica el riesgo de caer en totalitarismos: todo depende de lo que se entienda por “fundamento”. Si es una pregunta acerca de un fundamento que nos permita decidir con certeza apodíctica que un tipo de sociedad es menor que otro, la respuesta es no, no puede haber tal fundamento. Sin embargo, de esto no se sigue que no haya posibilidad de razonar políticamente y de preferir, por una variedad de razones, ciertas posiciones políticas a otras (2000, 139). Es por ello que no hay posibilidad de respuestas razonadas, de racionalidad y en este sentido la decisión es un momento de locura. La indecidibilidad se ubica en el interior mismo de la razón, es arbitraria, es decir, que no puede ser ligada a un motivo racional.

De alguna manera Roig tiene que justificar la “realidad” para defender la denuncia de la explotación y dependencia económica, no como una categoría abstracta, sino real y anclada en la naturaleza objetiva de las cosas. En este sentido ha de leerse el siguiente párrafo: Por último de aquella renuncia de la razón acusada de contener lo irracional, hemos de decir que el sujeto de la historia son los hombres concretos y no es por tanto la razón la que se convalida a sí misma. (1993, 122) En clara oposición Roig afirma la existencia de un sujeto que es capaz de juzgar y decidir desde una empiricidad anterior a la construcción del conocimiento. No otra cosa es el a priori antropológico.

La resolución de esta cuestión se define en el ámbito de lo moral. A su modo se permitirá decir que un grupo es mejor que otro no sólo en términos políticos, sino también éticos. Esto implica la afirmación de la dignidad como base de la “moral de emergencia”: la exigencia de la dignidad humana como bien universal (2002, 150) cuyo valor universal se intenta defender y que sin duda constituye aspectos esenciales para ampliar el discurso democrático y la supervivencia humana. Al final, el problema del postmodernismo es desconfiar en exceso de conceptos como moral, dignidad, humanidad, emancipación: En efecto, frente a aquella razón es posible reconocer formas diversas de racionalidad en las que el concepto y lo universal no necesariamente resultan opresores (Roig, 2002)

Aquí vale la pena traer a colación la observación de Terry Eagleton: Pero tampoco parece haber nada terriblemente objetable en las jerarquías absolutas. Es difícil imaginar una situación en la que divertir a los hambrientos sea preferible a alimentarlos, o torturar a gente, menos criticable que molestarla (1997: 143). Desde este planteo la crítica radical de Laclau y Mouffe incurre en una de las falacias propias del postmodernismo, y una cita de Roig en relación a la ultracrítica postmoderna viene a reforzar nuestra hipótesis: otra falacia que afirma una equivalencia absurda entre “universalidad” y “terror”, lo que invalida toda categoría por lo mismo que en cuanto concepto, menta siempre lo universal (2002).

 

Para la crítica radical el juego de lo político no extrae sus reglas del juego del lenguaje ético, ambos obedecen a reglas diferentes. Estamos frente a un enunciado descriptivo: “algunos hombres tienen hambre a partir del cual afirmamos su existencia, pero decir que “el hambre es una injusticia” es un enunciado prescriptivo y esto no tiene valor de verdad universal en el ámbito de lo político, ni tampoco su fundamentación puede provenir de otro campo. Para Roig la noción de “juegos de lenguajes” trae aparejada la inconmensurabilidad entre ética y política, por lo que habría que replantearla de suerte que la conflictividad pueda ser rescatada dentro de la totalidad, por lo que el autor prefiere considerarla como “universos discursivos”. En este sentido un lenguaje puede moverse dentro de otro más amplio que lo incluye para poder desarrollar las discusiones sobre las formas del primero, lo que convalida la necesidad de suponer que hay conflictividad pero no inconmensurabilidad entre el juego de lo ético y lo político. Si Roig aceptara la noción de “juegos de lenguaje”, no podría sostener la idea de que la función de todo discursos epistémico es la crítica y que en el caso de la filosofía lo de es otros discursos como puede ser la ciencia o el lenguaje ordinario y debería reducirse a una crítica del suyo propio: La pregunta es simple y trágica: ¿son posibles todavía formas emergentes de racionalidad? Desde América Latina contestamos que sí. Por los demás, la debilidad de las críticas teóricas que se han lanzado contra la “filosofía de la sospecha” nos confirman en nuestra tozudez (1993, 120).

Si, anclada en la inconmensurabilidad entre ética y política, para la crítica radical sólo puede ser “razonable” inclinarse por aquel enunciado “algunos hombres que tienen hambre”, pero no racional, entonces es nuestra tesis que la crítica radical debilita el reclamo de satisfacción de necesidades materiales, al no posibilitar su reclamo universal. Citamos un párrafo de Roig por demás elocuente: Por su parte, Jaques Derrida ha expresado a su modo la tesis de la “debilidad”, con su afirmación de que la auténtica responsabilidad sólo existe “en condiciones de total incertidumbre normativa”. Con esto se piensa que podrá ser controlada una razón a la que se acusa de ser matriz de violencias. Su relativización del Logos (...) resultaba ser la negación de todo Logos. Es cierto que no se puede impunemente hablar de la “razón”, sino de formas de racionalidad dentro de los límites del historicismo. Pero ¿es posible llevar esa negación hasta el extremo tal que renunciemos, en virtud de un ultrahistoricismo, a toda racionalidad? (2002, 132). Lo misma pregunta podría sostenerse frente a Laclau y la respuesta será negativa. La realidad en Roig se presenta siempre conflictiva, pero además -y esto es lo que marca sustancialmente la diferencia con posiciones deconstruccionistas supone un sujeto que tiene la voluntad y la libertad de auto determinarse, postulando el saber como ejercicio de la libertad y, más concretamente aún, de liberación (2002, 247).

 

A propósito de la posibilidad de un discurso emancipatorio, teniendo en cuenta las funciones del discurso utópico que enuncia Roig, Estela Fernandez (2001, 326 a 330), postula una quinta que es la constitutiva de formas de subjetividad, en la cual la autora retoma a Laclau. Según Fernández en esta función confluyen las anteriores expresadas por Roig y también éste refiere a Laclau al cierre de un artículo donde trata, como indica su título, Realismo y utopía (1994). En este texto, se recupera la noción de dislocación de Laclau: Aquel antagonismo es lo que, en contra de totalidades enunciadas como definitivas, les impide constituirse. Principio exterior, según nos dice (Laclau), que bloquea la identidad de los constructos. El mundo es menos dado y tiene, de modo creciente que ser construido, lo que implica también y necesariamente la autoconstrucción de los agentes sociales en la forja de sus nuevas identidades (pág. 24). En un sentido la convergencia con Laclau no causa mayores problemas ya que, la crítica de Roig no difiere mucho de la crítica radical, al considerar que las utopías tienen un poder palingenésico (1994, 20). Por ende, también los contenidos emancipatorios son precarios y contingentes igual que en Laclau, lo que imposibilita hablar de un realismo radical o utopías radicales. El universal es relativo a los procesos sociales, históricos, políticos, en este sentido existe como efecto de estos procesos, como un segundo momento, no solamente lógico, sino también temporal.

No obstante, a pesar de los núcleos de coincidencia con Laclau la función crítico reguladora queda excluida de su planteo al considerar que lo ético está escindido del ámbito de lo político, discordancia que lo sitúa en las antípodas de Roig. La crítica de Laclau supone que la misma lógica que sustenta el discurso de Roig ha de ser depurada de su errónea dualidad opresor/oprimido porque en ella persiste una relación de interdependencia respecto a los valores.

Desde el ángulo de Roig (2001, 138) la diferencia entre crítica y ultracrítica está en que la segunda hace formulaciones radicales de ciertas nociones, sin poder salir de la crítica, cuando en realidad la crítica debería permitir un reajuste de la categoría en cuestión. Con la categoría de Sujeto Roig hace exactamente esto: La reformula mediante el ejercicio crítico, pero no la disuelve. El Sujeto en Roig es un sujeto que sobrevive a los intentos de haberlo erradicado, la muerte no puede consumarse, pues la idea de dignidad no lo permite. Es que para Roig la filosofía latinoamericana es un problema fronterizo entre la filosofía del lenguaje por una parte, y la ética por otra: lo político también es antagónico y las codificaciones del mundo son relativas, razón por la que los análisis discursivos se limitarían al ámbito de lo político, pero éste tiene una matriz ética que es en definitiva lo que nos permite juzgar y decidir, declarar la legitimidad o ilegitimidad de las acciones y calificar a los discursos de opresores o liberadores. Este cometido justifica el gran esfuerzo de Roig para no reducir el sujeto a una construcción discursiva.

En conclusión, la crítica radical postula un mundo de valores y principios relativos en que la lucha contra la opresión material no puede ser un reclamo eterno, válido para todos los hombres en todo tiempo y lugar y se diluye en la incapacidad de un sujeto para autoafirmarse desde la fuerza del reclamo universal. La filosofía tendrá para Laclau un papel crítico, pero no regulador. Para Roig la función reguladora pondrá límites a la crítica radical. Entonces, la solución propuesta por Laclau ¿es una vuelta de tuerca que ajusta, en tanto postula la negación de ideas universales, [4] los mecanismos subyacentes en estos tiempos, tan caros a las sociedades democráticas latinoamericanas? Consideramos que el énfasis puesto por Laclau en la heterogeneidad como categoría fundante del campo de lo político, opera debilitando el reconocimiento de las desigualdades sociales como efecto de la explotación económica en un contexto de dependencia estructural, elemento fuertemente constitutivo en la identidad de sujetos políticos en Latinoamérica.


BIBLIOGRAFÍA 

EAGLETON, Terry (1997): Las ilusiones del postmodernismo. Ed. Paidós.

FERNÁNDEZ NADAL, Estela: (2002) Revolución y utopía. Francisco de Miranda y la independencia hispanoamericana. Ed. EDIUNC, Mendoza.

LACLAU, Ernesto (1996): Emancipación y diferencia. Ed. Ariel. Argentina.

Hegemonía y Estrategia Socialista.

(2000): Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo. Ed. Nueva Visión, 2da edición, Bs. As. Originalmente publicado en 1990.

ROIG, Arturo A (2002): Ética del poder y moralidad de la protesta. Respuestas a la crisis moral de nuestro tiempo. EDIUNC. Mendoza.

(1993): Rostro y Filosofía de América Latina Editorial Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza,

(1994): Realismo y utopía En Cuadernos del Pensamiento Latinoamericano. Volumen II Nro 1, Enero-Junio. Centro de Estudios del Pensamiento Latinoamericano, Chile

 (2001): Caminos de la Filosofía Latinoamericana Ed. Universidad del Zulia. Venezuela.

 (2002): Necesidad de una segunda independencia. Inédito.

 

Notas

[1] Véase nuestro artículo: El problema de las necesidades en Artuto A. Roig. Actas VII Jornadas ICALA. Río Cuarto, Córdoba, 2002.

[2] El hambre se define, internacionalmente, como una sensación desagradable o dolorosa causada por la falta de alimentos o ingesta irregular e insuficiente de comida dada la imposibilidad monetaria de adquirirla. Un informe del Banco Mundial reveló que 1,4% de familias argentinas pasó hambre en algún momento del año 2002, lo que constituye un 17,5% del total.

[3] Laclau y Mouffe dicen: el discurso se constituye como intento por dominar el campo de la discursividad, por detener el flujo de las diferencias, por constituir un centro. Los puntos discursivos privilegiados de esta fijación parcial los denominaremos puntos nodales. (1989, 129).

[4] La existencia de un universal solo es posible en cuanto forma, -en el sentido aristotélico de recipiente- de determinado contenido. A la búsqueda de un significación última, fundante, se le oponen las significaciones parciales. Desde el punto de vista de los contenidos no hay nada que nos permita decidir, -de allí la indecidibilidad-, en función de uno u otro.  

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