EL DUELO

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Estadísticamente, la esperanza de vida del hombre es menor que la de las mujeres.
Como consecuencia de los cambios demográficos, la muerte sobreviene hoy a una edad menos temprana. Es raro, en efecto, ver ahora morir a jóvenes.

 

El proceso de duelo.
Todo cambio, relativo o absoluto, que modifica negativamente un estado anterior, provoca un duelo. Así el duelo puede resultar de una disminución de la libertad, tanto como de la pérdida del cónyuge.
La toma de conciencia supone varios estadios, comenzando por el rechazo intelectual, seguido de la aceptación en este nivel para llegar a la aceptación en los niveles emotivo y del comportamiento.
Una vez aceptada la pérdida, el sujeto experimenta un sentimiento desagradables que se asemeja al miedo. Este miedo se transforma en angustia, que da miedo y se torna incierto es el futuro, concebido sin el objeto perdido. Estos componentes psíquicos del duelo constituyen lo que cabe llamar el “dolor”. Éste es, a menudo, seguido de los síntomas físicos y mentales, que perjudican a la salud, así como a la capacidad de realizar tareas cotidianas. El sentimiento de pérdida puede hallarse acompañado del deseo de ver volver, al menos temporalmente a la persona amada, así como de la rememoración del pasado con objeto de rehuir las presiones del presente.
La necesidad de asegurarse del carácter definitivo de la pérdida es, a menudo, considerada como la primera etapa necesaria para el establecimiento del duelo.
Toda persona comprometida en un proceso activo de duelo se encuentra en un estado psicológico perturbador. Está a la vez angustiada y agitada.
Experimenta accesos de cólera contra quienes le rodean y hace un desplazamiento y proyección.  
A veces su cólera se vuelve contra el desaparecido que la ha abandonado; en ocasiones vienen a ,mezclarse con este sentimiento de cólera preocupaciones de orden práctico referentes a la dificultad de vivir o de ganar lo suficiente.
En realidad, los que la persona en duelo necesita es sentirse guiada y apoyada.
Las sociedades modernas brindan muy poco apoyo a las personas en duelo. En algunos casos, las prácticas se limitan a velare el cadáver, al entierro y a llevar luto. Pero los días y las semanas que siguen a la muerte resultan difíciles, y la persona en duelo puede sentirse inútil y desorganizada; precisa del apoyo de quienes la rodean.
Ha habido una mutilación, en el sentido de que el cónyuge que sobrevive se siente menos completo que antes; tenía siempre alguien a su lado en el lecho y alguien con quien hablar.
Hay una sensación de extrañeza que experimenta la persona que se ve obligada a asumir las funciones del desaparecido.
Parkes (1972) habla de identificación cuando una persona adopta los rasgos y las maneras de otra.

 

Dolor “normal” y “anormal”.
La duración y expresión del duelo varían considerablemente según los individuos y las culturas. Los tres momentos de protesta: desesperación, desasimiento y reorganización, son muy parecidos a las etapas de Parkes.
Lopata (1973), considera de modo general, que la etapa más dolorosa ha quedado concluida al cabo de 1 ó 2 años.
Durante el primer período, que dura una o dos semanas, el dolor es intenso; durante el segundo período, que dura alrededor de un mes, el dolor es todavía intenso y los momentos dolorosos son más frecuentes que los períodos de paz. El tercer período dura aproximadamente un año; el dolor es intenso y frecuente pero va debilitándose.
Las numerosas reacciones al dolor son probablemente aquéllas a las que Parkes se refiere cuando habla de las variantes “patológicas “ del dolor. La persona incapaz de experimentar su dolor, bien sea en razón de las presiones culturales que se ejercen bajo la forma de consejos, como “afróntalo con serenidad” (caso del hombre en nuestra sociedad), o como consecuencia de perturbaciones emotivas profundas, corre el riesgo de ver agravarse su estado.
Los viudos que presentaban trastornos afectivos importantes como reacción a la muerte de su mujer, experimentaban todavía dificultades al cabo de tres meses.
Los viudos que no parecen reaccionar ante el momento del fallecimiento, son aquéllos cuyo equilibrio resulta más precario al cabo de tres meses, puesto que no han llegado al estadio que Lindemann denomina “el trabajo del dolor”. Los viudos que parecen haber atravesado mejor este período son aquéllos que expresaron su dolor en el momento mismo de la muerte, pero sin demasiada resonancia.

 

Factores determinantes del duelo.
Antecedentes. La persona que ha vivido ya varios duelos posee una tolerancia hacia la muerte superior a la de quien entra en contacto con ésta por vez primera.

 

Relación con la persona fallecida.
La edad. Las personas de edad están más preparadas que los jóvenes para soportar la pérdida de un ser querido.
La personalidad. Los sujetos reservados, autónomos y de buena salud mental parecen más aptos para dominar su dolor que los que son dependientes o experimentan dificultades psicológicas.
Por el contrario, quienes disfrutan de una autonomía suficiente pueden sufrir con intensidad, pero sin manifestar un profundo sentimiento de inseguridad.

 

Ritos y Religión.
Al disminuir la influencia y la práctica de la religión, la Iglesia, muy verosímilmente, dejará de desempeñar su papel de guía y de apoyo.

 

Circunstancias que rodean a la muerte.
Si la muerte es repentina e imprevista, el comienzo del duelo se caracterizará por una reacción intensa. Si sobreviene tras una enfermedad dolorosa, prolongada y costosa, la muerte puede aparecer como un alivio.
Lowenthal y Haven (1968) han comprobado que el apoyo brindado por los “confidentes”, por ejemplo, mejoraría de manera significativa la moral de los ancianos enfrentados con las crisis propias de la vejez, como la viudez y la jubilación.

 

Factores subsiguientes.
Apoyo social o aislamiento. Participar en la vida social aumenta también la capacidad de asumir la pérdida experimentada. Las personas de edad que se interesan por su trabajo y por su tiempo libre menos que los jóvenes sufren probablemente más.
Los viudos y las viudas pueden experimentar la impresión de “estar de más”.
Stress secundario. La enfermedad, la pobreza, pueden sumarse a la carga de los ancianos que se hallan en duelo.
Salidas y perspectivas. El anciano se halla incapacitado para encontrar un empleo, en razón de la discriminación.
Sin embargo, tienen la ventaja de hallar nuevos intereses, como la participación en la vida política; disponen también de tiempo para acometer unos estudios, y numerosas escuelas les brindan programas especiales.

 

Expresión de dolor.
Según la hipótesis de  Holmes y Rahe (1967), las personas en duelo presentan simultáneamente síntomas físicos y emotivos.
Intervención familiar. Generalmente durante el período inmediato al entierro, la persona que acaba de perder a su marido o a su mujer necesita soledad, pero al cabo de un cierto tiempo deseará tomar parte de nuevo en las actividades de tipo social. Al cabo de un cierto tiempo, conviene estimularla.
Generalmente, el apoyo se presenta bajo una forma familiar. Asegurarse de que la relación tenga una cierta permanencia, para que no constituya una nueva ocasión de pérdida para la persona ya en duelo. Conviene también ayudar a la persona a integrarse en una estructura de relaciones sociales. Desde luego es importante hablar, pero lo es más escuchar.
Intervención oficial. Resulta cada vez más corriente ver que viudos y viudas se unen para formar grupos no profesionales de ayuda mutua.
Los ancianos se imaginan realmente que los cuidados dispensados por los profesionales de la salud mental sólo se dirigen a los “enfermos” o a los “seres débiles”.
Los profesionales a los que seguramente se recurrirá son los sacerdotes y los médicos.
Teniendo en cuenta que la población envejece, que irá aumentando el número de viudas y que se prolonga el período de la viudez, los gobiernos deberían otorgar una considerable prioridad a la investigación y a la formación en este campo.

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